Un mes después de su elección, León XIV no ha dado grandes titulares ni ha levantado grandes reacciones. Desde un punto de vista algorítmico es un Pontífice aburrido, lo que parece excelente para un mundo (y una Iglesia) hiperconectados, deseosos de una novedad a cada minuto
Dicen que decía Borges que un buen político es el que no se hace notar. «¿Alguien sabe quién es el presidente de Suiza?», demostraba el ciego bonaerense. Pues, mutatis mutandis, podríamos preguntarnos si alguien sabe qué ha estado haciendo León XIV este mes. No es que el Papa sea o tenga que actuar como un político, pero me parece digna de reseñarse la discreción con la que trabaja. Y, desde luego, no está de brazos cruzados. El primer líder mundial al que recibió fue Zelenski, pero también ha hablado por teléfono con Putin durante una hora, en lo que fuentes vaticanas han asegurado que no fue una mera llamada protocolaria. Se ha visto con Matarella, Milei, J. D. Vance, Boluarte, con agustinas de Castellón, con fieles de su antigua diócesis de Chiclayo, con el prelado del Opus Dei, con el cardenal Ghirlanda, con el Cuerpo Diplomático, con periodistas, con los nuevos embajadores de Australia y República Dominicana, con prefectos de varios dicasterios. No se puede decir que haya estado quieto. Pero no ha dado grandes gestos.
En algunos de los más de 40 discursos e intervenciones que ha pronunciado en un mes (¡guau!) ha hablado con contundencia de cuestiones controvertidas —la familia tradicional o la situación de Gaza, por ejemplo— pero no ha levantado grandes reacciones. También ha citado una y otra vez, con contundente coherencia, a san Agustín y a León XIII. Desde un punto de vista algorítmico es un Pontífice aburrido, lo que parece excelente para un mundo (y una Iglesia) hiperconectados, deseosos de una novedad a cada minuto.
En lo que se refiere a las intrigas vaticanas, que es lo que más nos gusta a los medios y a Paolo Sorrentino, no ha dado mucho de qué hablar. Todavía no sabemos si efectivamente volverá a vivir en el Palacio Apostólico ni si pasará el verano en Castel Gandolfo, como era costumbre entre los Papas. No ha nombrado a su propio sucesor al frente del Dicasterio de los Obispos y no se ha visto ningún cambio reseñable en la Curia.
El Papa Prevost no venía con un programa bajo el brazo; así que, de momento, se dedica a escuchar a todo el mundo. Así se lo dijo a los trabajadores de la Santa Sede el 24 de mayo: «Este primer encuentro no es momento para pronunciar discursos programáticos, sino para expresarles mi agradecimiento por el trabajo que llevan adelante». Por lo que cuentan quienes le conocen, no es una estrategia, sino un talante. Que, además, confirma las primeras impresiones de la tarde inolvidable del 8 de mayo: un Papa que busca ante todo la unidad de la Iglesia. In Illo uno unum. De momento solo ha realizado un nombramiento importante dentro del Vaticano: Tiziana Merletti como secretaria del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. Pero ni hablar, de momento, de un secretario de Estado.
El lunes participó en el Jubileo de la Santa Sede, en la fiesta de Santa María, Madre de la Iglesia. Aquí lo vemos entrando en la basílica de San Pedro con la cruz de los peregrinos de la esperanza, encabezando a los miembros de la Curia y a los trabajadores del Vaticano. Con ellos y delante de ellos, León XIV no se está portando como un nuevo jefe, sino como un padre prudente.