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La raqueta y la Cruz

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Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 15 Septiembre 2025

Los tenistas Carlos Alcaraz y Jannik Sinner nos invitan a la superación, al esfuerzo, a la lucha por los laureles; ambos tuvieron un encuentro reciente con la Cruz

Hoy celebramos una fiesta con un nombre desconcertante y curioso: la Exaltación de la Santa Cruz. Está relacionada con otra que se celebraba el tres de mayo: la Invención de la Santa Cruz. ¿Celebrar la cruz es natural, humano, lógico?

A veces las palabras son equívocas. En este caso, “invención” no alude a creación, sino a hallazgo, encuentro. Proviene del verbo latino invenire, compuesto por in y venire: encontrar.

Vivimos tiempos de exaltación tecnológica, de descubrimientos y avances que facilitan la vida, el trabajo, las cosas. Todo nos empuja hacia lo fácil y cómodo, a evitar el esfuerzo y el sacrificio. Parece que tecnología y cruz -esfuerzo, sacrificio, entrega- no casan bien. Queremos que nos faciliten la vida, no que nos la compliquen. Pero la vida es lucha, tensión, aventura. Es como un deporte.

El domingo pasado disfrutamos de la final masculina del US Open entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner. Un gran choque de fuerza, tesón, entusiasmo y entrega. Estos dos jóvenes atletas nos invitan a la superación, al esfuerzo, a la lucha por los laureles. Ambos tuvieron un encuentro reciente con la Cruz. Alcaraz recibió la bendición de Dios, impartida por un sacerdote en la catedral de St. Patrick de Nueva York, en vísperas de su debut. Sinner recibió la del papa León XIV en el Vaticano.

Jannik comentaba lo siguiente después del partido: “Ha mejorado desde la última vez. Hoy ha jugado más limpio. Las cosas que yo hice bien en Londres, él las ha hecho bien hoy. He sentido que él hacía las cosas mejor que yo, especialmente al servicio. Ha afrontado la situación de manera excepcional. Estoy orgulloso de mí, pero él ha sido mejor. Debo hacer algunos cambios porque he sido muy predecible. Quizá pierda algunos partidos, pero haré cambios para ser más impredecible y mejor.”

Este es el valor y el mérito de la cruz: nos invita a superarnos, a sacar lo mejor de nosotros, nos hace fuertes, resilientes, mejores. Sin darnos cuenta, la lucha, el esfuerzo y las contrariedades nos elevan y nos ayudan a valorar lo realmente importante.

Así declaraba Alcaraz: “Me gusta disfrutar con mi familia y con mis amigos. Necesito pasar tiempo de calidad en casa. Eso es lo que realmente me hace feliz. Si no me paro y hago eso, no consigo ser feliz.”

¡Qué hermoso esto que leemos en el Evangelio!: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”

Jesús nos da su vida desde la Cruz. Es la prueba del amor: dar lo mejor, dar la vida. La renuncia voluntaria, el empeño libre por mejorar para servir y amar mejor, el esfuerzo por ver lo mejor del otro —a veces oculto entre la maleza—, el perdonar y pedir perdón, el servir sin compensaciones, el olvido de uno mismo para atender al ser querido… Son la cruz de cada día.

No se gana un torneo ni una medalla desde la hamaca con una buena cervecita. Para llevar bien la cruz cotidiana -y las especiales que, de vez en cuando, se presentan- hay que estar preparado. No se improvisa.

En el año 628, el emperador Heráclito recuperó las reliquias de la Santa Cruz. Al llegar de nuevo a Jerusalén, dispuso acompañarlas en solemne procesión, vestido con todos sus lujosos ornamentos reales. Pero de pronto se dio cuenta de que no podía avanzar. Entonces el arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: “Todo ese lujo que lleva está en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando cargaba la cruz por estas calles.” El emperador se despojó de su manto y de su corona de oro, y descalzo, comenzó a recorrer las calles, pudiendo así continuar la piadosa procesión.

Así como los atletas se preparan para la gloria con disciplina y entrega, también nosotros podemos abrazar la cruz cotidiana como camino de transformación, de amor y de vida. La Cruz es la señal del cristiano: el árbol de la Cruz es fuente de vida, de amor.

Juan Luis Selma en  eldiadecordoba.es

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