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El enigma de Dios

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Escrito por Pedro G. Cuartango
Publicado: 14 Noviembre 2025

«El debate sobre la existencia de Dios no es una cuestión teórica, una polémica entre científicos y teólogos o incluso un asunto de naturaleza política: es un interrogante cuya respuesta atañe a cada persona», señala Pedro García Cuartango en su último ensayo.

Un premio Nobel respondió́ a la pregunta de si creía en Dios con la siguiente respuesta: «Of course not. I am a scientist». A principios del siglo XX, estas palabras poseían una lógica aplastante. Los avances de la física habían vuelto innecesaria la hipótesis de la existencia de Dios. Pero hoy, en la tercera década del siglo XXI, hay científicos que esgrimen que la física cuántica y los descubrimientos de los secretos de la materia sirven para sostener, siguiendo la estela de santo Tomás, que Dios es el creador del universo que nos cobija.

Básicamente, y aunque luego volveremos sobre ello, argumentan que el Big Bang, la gran explosión que hace 13.000 millones de años dio lugar al nacimiento de las estrellas y las galaxias, es un indicio muy sólido de la existencia de Dios. Toda la materia, la visible y la oscura, surgió́ de una partícula infinitesimal cuyo estallido propició una enorme expansión de energía que creó el universo.

Esos científicos afirman que, como no resulta posible que algo surja de la nada, el mundo material tuvo que ser creado por un ser que bien podría llamarse Dios. Si se reflexiona a fondo, resulta que el universo no puede ser eterno porque el pasado no puede ser infinito, mientras que la física demuestra que se irá extinguiendo por las leyes de la termodinámica. Por tanto, alguien lo ha debido crear, todo lo que vemos ha tenido que surgir de algo que ya existía.

Todo lo que vemos ha tenido que surgir de algo que ya existía

Esta es la tesis que sustenta Dios, la ciencia, las pruebas, un libro de Michel-Yves Bollaré́, ingeniero e informático, y Olivier Bonnassies, empresario y teólogo, que vendió́ cientos de miles de ejemplares en Francia. En él ambos autores reconocen que, desde Copérnico a Darwin y Freud, la ciencia convirtió́ en superflua la hipótesis de Dios. Pero sostienen que, en el siglo XX, esa perspectiva cambió gracias a los avances de la física cuántica y los nuevos conocimientos acerca del universo. E incluso van más allá́ al afirmar que el materialismo fue una ideología irracional y maniquea que hoy ha quedado demolida por la ciencia.

Leí con mucha atención este libro, muy bien escrito y fundamentado. Pero no me convenció́. Me parece que Bollaré́ y Bonnassies dan un salto al vacío al pasar de la ciencia a la filosofía, por no decir a la teología. La ciencia no puede decir nada de Dios porque no versa sobre el ámbito de lo sobrenatural. Por lo tanto, y lo digo al comienzo de mis reflexiones, ese camino conduce a un callejón sin salida, es una vía muerta. Los intentos de sustentar la existencia de Dios sobre bases científicas están condenados al fracaso. También se puede afirmar lo contrario: la ciencia no puede demostrar que Dios no existe.

Al biólogo inglés John Burdon Haldane, nacido en Oxford en 1892, le preguntaron en una ocasión qué podía decir la biología acerca de Dios. Su respuesta da mucho que pensar. Afirmó que existen 300.000 especies de escarabajos y una sola especie humana, lo que demostraría, según concluyó en términos irónicos, que Dios tenía más intereses en los escarabajos que en los hombres. Es una boutade, pero contiene una verdad inquietante.

En relación con esta paradoja, Karl Popper acunó́ la teoría de la falsabilidad, que consiste en someter cualquier hipótesis científicas a la contradicción. Dicho con otras palabras: la validez de una ley depende de que no pueda ser impugnada por un fenómeno observable. Si la gravedad existe, tiene que darse en cualquier lugar y en todo momento.

Es evidente que la religión no puede ser sometida a la falsabilidad, porque, como enunciaba Wittgenstein, hay realidades sobre las que no es posible llegar a ninguna conclusión, que superan nuestro entendimiento. Por mucho que reflexionemos y nos esforcemos, Dios se escapa como una trucha de nuestras manos.

El debate sobre la existencia de Dios no es una cuestión teórica, una polémica entre científicos y teólogos o incluso un asunto de naturaleza política: es un interrogante cuya respuesta atañe a cada persona. Y de cuya contestación, si la hay, depende el sentido que podemos dar a nuestra vida y a la muerte.

Escribió́ Albert Camus que la única pregunta relevante es por qué uno no tiene razones para suicidarse. Lo que equivale a interrogarse sobre el sentido de la existencia. Camus creía que la vida era absurda, pero que podía tener sentido en la rebelión contra la injusticia. Una idea que me parece voluntarista.

Al margen de nuestros ideales y las metas que persigamos en la vida, encontramos esa necesidad de saber qué sentimos los hombres.

Pedro G. Cuartango en ethic.es

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