“Mientras sigamos insistiendo en encasillar a la gente en estrechas categorías, simplemente no vamos a entender lo que está pasando”
Erik Varden debió de recibir una llamada en algún momento de 2019 para comunicarle que iba a ser el nuevo obispo de Trondheim (Noruega), un puesto que llevaba vacante más de una década. Si ese tipo de nombramiento suele trastocar la vida de cualquier sacerdote, en el caso de este monje cisterciense entregado a una vida de oración en la clausura, fue un auténtico revulsivo.
Lo cierto es que Varden está acostumbrado a los giros inesperados en su propia vida desde que, de adolescente, se convirtió a la fe escuchando la Sinfonía nº 2 de Mahler. La sensibilidad para la cultura que se intuye en esta historia ha acompañado a Varden toda su vida y es palpable en su blog, Coram Fratribus, en el que recoge sus homilías, sus anotaciones y su atenta observación del mundo en el que vive.
Varden le tiene tomado el pulso a la sociedad contemporánea y es capaz de diagnosticar sus dolores mejor que cualquier médico. Sus libros –La explosión de la soledad, Castidad, Sobre la conversión cristiana, Heridas que sanan y Towards Dawn: Essays in Hopefulness, aún no traducido al español– funcionan como un estetoscopio espiritual que no solo ausculta las tensiones y anhelos de nuestro tiempo, sino que también propone caminos de esperanza.
Varden no es capaz de superficialidades mediocres. Con un sentido del humor delicado y muy británico (herencia quizá de sus estudios en Cambridge) y un diálogo con la cultura contemporánea y clásica, busca transmitir lo que es un ser humano con una óptica cristiana, lo cual, me dice él mismo, es “básicamente una forma de llevar a cabo una teología de la Encarnación”.
“Mientras sigamos insistiendo en encasillar a la gente en estrechas categorías, simplemente no vamos a entender lo que está pasando”
— ¿Estamos viviendo ya en una era post-secular?
Obviamente, vivimos en una época en que las tendencias culturales cambian extremadamente rápido. Y a los católicos les gusta que les tranquilicen. Así que todos estamos muy interesados en poder decir: “Oh, todo esto que hemos vivido en los últimos años ha sido solo un bache”. Bueno, esperemos que lo sea. Pero creo que todo depende de cómo acojamos ahora este momento providencial, qué tipo de testimonio damos, qué tipo de enseñanza proclamamos.
— ¿A qué atribuye el renovado interés por el catolicismo?
— Entonces, uno podría argumentar que esta nueva curiosidad por la religión es solo como una tabla de salvación a la que aferrarse, pero que no produce conversiones reales.
— También estamos viendo dentro de la Iglesia católica un cierto auge de lo que se está denominando movimiento tradicionalista, muy ligado a la liturgia y a la gente joven, y que está causando algo de fricción generacional. ¿Qué percibe usted?
Mientras celebremos bien los misterios… Hay un principio muy simple que dice que, cuando celebras la liturgia, “haz lo rojo y di lo negro” [en el misal católico, las instrucciones que debe seguir el sacerdote figuran en rojo, y las oraciones que debe pronunciar, en negro]. Es decir, simplemente haz lo que dicen las rúbricas y deja que las palabras de la Iglesia resuenen, no solo tus propias palabritas. Creo que mientras nos atengamos a eso, es convincente.
“La fe debe iluminar, enriquecer y profundizar el ámbito secular, pero no puede ser tomada como rehén por él”
— A veces se lee esto como un fenómeno retrógrado, un rechazo al Concilio Vaticano II…
Mira, se escribió mucho sobre la peregrinación de Chartres. Es una gran peregrinación a pie desde París hasta Chartres que se realiza cada Pentecostés. Y eso tiene un aspecto tradicional, incluso tradicionalista. En el último año, hubo más participación que nunca y los jóvenes que acudieron eran simplemente imposibles de categorizar, porque no todos eran tradicionalistas rabiosos con corbatas o faldas largas. Algunos de ellos, ya sabes, podrían ir a un servicio carismático un sábado, tener la misa en latín el domingo, e ir a trabajar con Cáritas y alimentar a los pobres el lunes.
Lo que quiero decir es que mientras sigamos insistiendo en encasillar a la gente en estas estrechas categorías, simplemente no vamos a entender lo que está pasando.
— ¿Piensa que la narrativa de progresistas vs. conservadores se está infiltrando en la Iglesia?
Pienso en un erudito benedictino alemán. Es un monje de Gerlew llamado Elmar Salman. Enseñó en San Anselmo durante muchos años, y yo estuve presente en su conferencia de despedida en Roma. Allí dijo, con su lucidez característica: “La gente ha estado tratando durante décadas de clasificarme como conservatore o liberale”. Y luego añadió en italiano: “Io preferisco pensarmi classico e liberante” (Yo prefiero considerarme clásico y liberador). Creo que ese es un gran ejemplo de cómo podemos llevar esta conversación a un nivel más profundo y mucho más fructífero.
— ¿Pero no cree que el cristianismo está emergiendo como una identidad política?
Debemos tener mucho cuidado de la instrumentalización de los símbolos cristianos y del vocabulario cristiano, y de toda esta retórica de una lucha de las civilizaciones.
Creo que el punto en el que tenemos que seguir insistiendo es que no es lícito instrumentalizar la fe para cualquier propósito secular. Se supone que la fe debe iluminar, enriquecer y profundizar el ámbito secular, pero no puede ser tomada como rehén por él.
— Entonces, ¿cuál diría que es la responsabilidad de un cristiano hoy?
“Si los católicos hablamos nuestro propio lenguaje, podemos decir cosas asombrosamente frescas, originales y hermosas. Y la gente las escucha”
— En su conferencia reciente para First Things habla del descubrimiento “lingüístico” que puede hacer el ser humano cuando se da cuenta de que “hay más que decir y otras formas de decirlo”. ¿Cómo puede la Iglesia católica, que ha decepcionado a muchas personas por los casos de abusos, convencer de que es depositaria de verdades perennes?
Siguiendo con la metáfora del lenguaje, hay algo que es un desafío grande, pero también alegre, para la Iglesia: cómo readquirir y reentusiasmarse con su lenguaje específico. En las últimas décadas, la Iglesia católica ha tenido la sensación de que el mundo ha estado huyendo de ella. Y no ha parado de correr intentando alcanzarlo y aprendiendo a hablar como habla él y a usar los signos que él usa y a meterse en TikTok e Instagram. Mientras sigamos así, simplemente nos estaremos condenando a la irrelevancia, porque siempre vamos a estar al menos diez pasos por detrás de todos los demás. Pero si hablamos nuestro propio lenguaje, si hablamos el lenguaje de la Escritura, el lenguaje de la liturgia, el lenguaje de nuestro ritual, el lenguaje de los sacramentos, podemos decir cosas asombrosamente frescas, originales y hermosas. Y la gente sí las escucha.
— Ha escrito, entre otras muchas cosas, sobre la castidad y sobre el sufrimiento redentor. No son precisamente los temas que a uno primero se le vienen a la cabeza cuando piensa en lo que la gente quiere escuchar hoy… ¿Resulta que sí quieren?
Ha sido profundamente conmovedor encontrarme ante audiencias de jóvenes en Oslo, en Estados Unidos, en Portugal, en España… Y estoy encontrando mucha apertura y un deseo real de abordar estas preguntas.
— ¿Qué cree que tiene que ver esto con la búsqueda del significado del cuerpo hoy?
— En su último libro habla del poema de Gilgamesh y dice que el protagonista podría ser un contemporáneo nuestro. Lo describe así: “Un megalómano enamorado de su destreza, pero inseguro de su propósito, obsesionado por la muerte, perplejo por el anhelo de su corazón, valiente ante lo absurdo pero apesadumbrado por la tristeza”. ¿Son estas aflicciones algo propio de nuestra época? ¿Son así el hombre y la mujer contemporáneos?
Hay una pequeña nota de ironía también en mi elección, porque otro tema que trato de expresar de vez en cuando es que no me convence nada la doctrina del excepcionalismo cultural que presupone que somos muy diferentes ahora, que nadie puede entendernos, que funcionamos de manera muy distinta y que no tenemos nada que aprender de lo que alguien ha dicho o experimentado antes.
Es simplemente maravilloso poder señalar este texto, que tiene casi 3.000 años, y decir: “Bueno, mira a ese tipo. Es justo como tú”.
— ¿Es esto a lo que se refiere cuando habla de que la literatura puede salvar vidas?
Creo que puede salvar vidas en el sentido de que puede ayudarme a entender que no estoy solo, que alguien ha estado aquí antes, que incluso si en mi círculo inmediato de conocidos nadie puede entenderme, o pienso que nadie entiende lo que está pasando dentro de mí, puedo encontrarme con una novela contemporánea, o un poema del siglo XVIII, o una página de las Metamorfosis de Ovidio, y pensar: “¡Ah! Pero si ese soy yo”.
— ¿Y qué hay de la música?
— Hablando de cultura, ha elegido hacer una serie sobre la sabiduría de los Padres del desierto. Y de nuevo, yo diría, no es lo primero que viene a la mente cuando uno piensa en la cultura contemporánea, ¿Qué pueden ofrecernos hoy?
— ¿Cuál es el mayor desafío que impide al hombre contemporáneo tener un encuentro con Dios?
— ¿Qué desea que el ser humano entienda más sobre sí mismo en este momento?
Ana Zarzalejos Vicens en aceprensa.com
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