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Carta abierta al Santo Padre

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Escrito por Julián Herranz
Publicado: 31 Julio 2011
Del Cardenal Julián Herranz, ex Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos

Alfa y Omega

“Santo Padre: podrá comprender fácilmente con qué gozo he leído (…), las siguientes hermosas palabras de su Mensaje a la próxima ‘JMJ’: «Sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente»”

Santidad: permítame enlazar idealmente un recuerdo personal de juventud a una hermosa frase de su Mensaje a la próxima JMJ, que en su bondad ha deseado celebrar en España. Quisiera corresponder así al particular empeño de Vuestra Santidad en recordar a los jóvenes —especialmente si se llaman cristianos— que la principal riqueza y belleza de la juventud consiste en ser vivida como tiempo de reflexión vocacional, de esperanza en un futuro de verdadera felicidad.

      Como todos o casi todos los jóvenes de ahora y de siempre, yo también me preguntaba, hace muchos años, en estas tierras de vieja cristiandad: ¿Qué debo hacer para que mi vida tenga verdadero sentido? ¿Cómo puedo emplearla al servicio de algo verdaderamente grande?, y añadía también, de cara a la eternidad: ¿Cuál es la voluntad divina en mi vida? ¿Qué espera Dios de mí? Sentía en mi alma un ansia de cosas grandes, de dedicar mi existencia a ideales altos aunque fueran arduos. Era una serena inquietud, que reflejaban bien estas palabras de un conocido poeta español, José María Valverde: «Tú, amigo, tú que tienes veinte años, dime: ¿qué vas a hacer con ellos?» La respuesta la encontré en otra pregunta hecha con no menor ímpetu juvenil por un sacerdote, Josemaría Escrivá, a cuya canonización Vuestra Santidad y yo hemos asistido, hace nueve años, en la plaza de San Pedro: «¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡Locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón..., y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?» (Camino, 790).

      Esas cosas mundanas, en el sentido negativo del término, eran entonces y lo son hoy —Juan Pablo II y Vuestra Santidad lo recuerdan exhortando a ir contracorriente— los falsos dioses de las tres principales concupiscencias que tientan a la naturaleza humana caída: el ídolo de la avaricia y del poseer a toda costa (concupiscencia de los ojos), el ídolo de la lujuria y de la droga (concupiscencia de la carne) y el ídolo del poder egoísta y prepotente (soberbia de la vida). Frente a esos falsos dioses que achican el corazón..., y muchas veces lo envilecen, se alzaban con fuerza las palabras de una decidida invitación siempre actual: Venid con nosotros tras el Amor, el Amor con mayúscula, Cristo, arrebatadora Imagen del Dios invisible, Maestro y Amigo, paz y alegría del mundo, Camino de esperanza y de felicidad, Palabra que no pasa, Verdad que ilumina y consuela, Vida que sana y resucita. Aquella invitación del joven sacerdote Josemaría sonó en mi alma como el Sígueme de Jesús a sus primeros discípulos junto al mar de Galilea.

      Santo Padre: podrá comprender fácilmente con qué gozo he leído, sesenta años después, en esta primavera romana de 2011, las siguientes hermosas palabras de su Mensaje a la próxima Jornada Mundial de la Juventud: «Sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: “Nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti”. (...) El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud».

      A la mayoría de los jóvenes que encontrará en Madrid deseosos de crecer en amistad con Jesús de Nazaret, el Señor los habrá llamado o los llamará al matrimonio, esa íntima comunión de vida y de amor conyugal, única, indisoluble y abierta a la fecundidad, fundamento insustituible de una sociedad sana, que Cristo ha elevado a la condición de sacramento. Pero debemos esperar también, como ocurrió en Colonia, en Sidney y en otros muchos encuentros de Vuestra Santidad con los jóvenes, que a algunos y a algunas el Señor les pedirá más.

      Es seguro —la experiencia de la pastoral juvenil lo demuestra— que, de frente a los desafíos del agnosticismo religioso y la banalización de la sexualidad, la gracia de Dios desvelará también en España a no pocos jóvenes el valor siempre actual del celibato apostólico, de la completa donación de sí mismos, en la totalidad corpórea-espiritual, al amor de Cristo y a los demás por amor de Dios. Un particular anhelo de lo realmente grande llevará a esas almas a responder a la llamada de Cristo al celibato apostólico (propter me et propter evangelium: Mc 10, 29): ya sea en el sacerdocio de Cristo Pastor, sin el cual no habría Eucaristía ni Reconciliación, ya sea en la peculiar consagración del estado religioso o en la también completa donación a Dios en las circunstancias ordinarias de la vida secular.

      Santidad: gracias en nombre personal y de los jóvenes de la JMJ por esa hermosa frase de su Mensaje, y que María Santísima, la Señora del fiat, les enseñe a ellos y nos enseñe a todos siempre a saber discernir, amar y cumplir la voluntad de Dios.

Cardenal Julián Herranz, ex Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos

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