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¿Aniquilación o mejoramiento de la imperfección?

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Escrito por Josep Vall i Mundó
Publicado: 18 Octubre 2011
Ante la perfección –bondad, verdad, belleza, salud, trabajo bien hecho,...– uno se puede preguntar qué hacer con todo aquello que creemos imperfecto, defectuoso, feo, engañoso, enfermo...<br /><br />

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Esta aniquilación de la vida se puede extender, como una mancha de aceite, con la aceptación de la eutanasia cuando con el tiempo nos encontramos ante personas que ya han alcanzado la ‘imperfección vital’ por diversas causas…

      Ante la perfección —bondad, verdad, belleza, salud, trabajo bien hecho,...— uno se puede preguntar qué hacer con todo aquello que creemos imperfecto, defectuoso, feo, engañoso, enfermo. ¿Lo hemos de hacer desaparecer o lo debemos sanar o perfeccionar en la medida que podemos?

      Un amigo mío me hacía ver como ya desde antes del nacimiento —en la actual sociedad de bienestar— los imperfectos y aún no nacidos se les aniquila, se les quita la vida para que no molesten nuestra pacífica convivencia. Y me hacía leer un artículo donde se mostraba como la detectación, en los fetos, de enfermedades congénitas (enanismo, síndrome de Down, deficiencia mental, espina bífida, etc.), llevaba a plantearse, en seguida, la interrupción del embarazo, el aborto de ese ser humano vivo, pero imperfecto según los criterios que no tienen en cuenta la sacralidad de la vida humana.

      Se ha de afirmar, sin embargo, que una minusvalía previsible no es motivo para destruir una vida...; además, ¿quién nos puede asegurar que alguien nunca sufrirá un futuro imperfecto (esquizofrenia, paranoia, algún otro tipo de locura, rotura de la médula ósea, etc.), con limitaciones corporales, espirituales o intelectuales? ¿Quién nos puede garantizar la perfección física o psíquica a lo largo de toda una vida?

      Un niño o niña imperfecto desde el nacimiento puede disfrutar, en cambio, de una perfección más alta que muchos de los nacidos aparentemente sanos. Un enfermo con síndrome de Down desarrolla un amor y un afecto mucho más alto que los llamados perfectos. ¿Sabemos bien cuál es su felicidad interior? ¿Cuál es su gozo de vivir y cuál es su perfecto futuro? Mostraba mi amigo que la decisión de aniquilar la imperfección en estos casos bloquea la búsqueda de terapias curativas intrauterinas, ya que las enfermedades genéticas también podrían ser curadas a tiempo con más investigación científica.

      Por otra parte, esta aniquilación de la vida se puede extender, como una mancha de aceite, con la aceptación de la eutanasia cuando con el tiempo nos encontramos ante personas que ya han alcanzado la imperfección vital por diversas causas: vejez, enfermedades incurables, discapacidades, demencias seniles, moribundos, etc. También una visión estrecha de lo que es la vida humana, de las imperfecciones que puede comportar —la imperfección moral de un asesino, un corrupto pedófilo, etc.—, nos podría llevar a la defensa de la pena de muerte y a rechazar todo tipo de terapias de reinserción social, laboral y de curación moral.

      No sabemos, tal vez, que la imperfección incluye nuestra "contingencia desde que nacemos": no somos seres necesarios y desde este punto de vista ya no valdría la pena vivir. También existe la contingencia temporal de los que son bellos, inteligentes o triunfadores, por un tiempo determinado... ya que pueden llegar a ser feos o unos estúpidos y unos fracasados. ¿Hay que eliminarlos, porque nos estorba su incompetencia debida a la contingencia creada, en el tiempo, por diversos factores? ¿No les ofreceremos un camino, otro tiempo de reparación y de cambio para volver a la perfección perdida? Descubrir la imperfección y la fragilidad humana es también una buena senda para poner todos los medios para embellecernos, renovarnos y mejorarnos.

      En una sociedad egoísta, materialista y hedonista la fealdad, la enfermedad, el fracaso son molestos. En cambio desde una óptica personalista cristiana debemos afirmar que todo ser humano tiene, desde el mismo comienzo de la vida, una dignidad inviolable. Desde el principio, el ser humano que ha de nacer será persona, siempre con toda la dignidad que le ha dado el creador. Es una persona independiente, el ámbito de sus derechos no puede ser invadido por nadie externo a él: ni el Estado, ni un médico, ni siquiera la madre. Por lo tanto, debe ser protegido, y en caso de que se pueda, debe ser curado; si no se puede hay que tener con él todo cariño y espíritu de servicio porque es "uno de los nuestros". Es un ser querido por sí mismo y destinado a lograr la gran Perfección final después de haber conocido todo tipo de imperfecciones. Si la dignidad humana tuviera su origen únicamente en las realizaciones que los hombres llevamos a cabo con éxito, entonces los débiles, los enfermos y los indefensos estarían privados de la esencial dignidad humana.

      Teresa de Calcuta, premio Nobel, afirmaba que «muy pobre es el país donde se tolera privar de vida a un niño no nacido... creado para vivir y amar. Su vida no está para ser destruida, sino para que la viva... a pesar de todo».

Josep Vall i Mundó

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