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Conmovedor relato, que se adentra en los grandes misterios que han inquietado al hombre de todos los tiempos
Élie Wiesel, nacido en Rumanía en 1928, es un escritor que sobrevivió a los campos de concentración nazis. Ha dedicado su vida y sus escritos a luchar contra la guerra, la violencia y el racismo. En 1986 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.
Su obra más famosa es La noche, novela autobiográfica sobre su experiencia como adolescente en los campos de concentración de Auschwitz, Buna y Buchenwald. De ahí extraigo este conmovedor relato, que se adentra en los grandes misterios que han inquietado al hombre de todos los tiempos: el misterio de la maldad humana y el del sufrimiento de los inocentes.
«Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un niño delante de miles de espectadores no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto.
Todas las miradas estaban puestas sobre el muchacho. Estaba lívido, casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.
El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron tres SS. Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.
─ ¡Viva la libertad! −gritaron los dos adultos. El pequeño se calló.
─ ¿Dónde está el buen Dios, dónde? −preguntó alguien detrás de mí.
A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.
─ ¡Descubríos! −rugió el jefe del campo. Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos.
Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que era, el niño seguía vivo...
Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando bajo nuestra mirada. Y tuvimos que mirarle a la cara. Cuando pasé frente a él seguía todavía vivo. Su mirada no se había extinguido. Escuché al mismo hombre detrás de mí:
─ ¿Dónde está Dios?
Y en mi interior escuche una voz que respondía: ¿Dónde? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca...»
Alfonso Méndiz
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