Robert H. Holden

Ya se ha advertido que en la historiografía de la mujer, como en la historiografía en general, se encuentra una escasez de obras que afronten explícitamente la cuestión antropológica. La omisión parece aún más sorprendente en este campo precisamente por su enfoque no en un entorno de acción (la historia económica o la historia militar), ni en una u otra colectividad social (historia de la clase obrera, historia del campesinado), sino en la persona misma en su condición sexuada de mujer. Se omite, sin duda, porque entre los historiadores de la mujer hay un acuerdo implícito de que entre el ser humano y los animales hay diferencias sólo de grado. Asumir lo contrario –es decir, que somos seres con naturalezas esencialmente distintas a la de cualquier otro ser vivo– implicaría la existencia de límites sobre la libertad humana. Una cierta ideología, pues, de emancipación humana, basada en una antropología materialista, determina en gran parte la elección de los temas históricos y las interpretaciones respectivas que los historiadores de la mujer proponen. Si esa antropología es defectuosa, en la misma medida estarán distorsionadas tanto sus interpretaciones históricas como la ideología política que, como hemos visto, siempre las acompaña. Por lo menos una historiadora de la mujer, Elizabeth Fox-Genovese, ha montado una campaña a favor de una antropología más adecuada.

Fox-Genovese, distinguida profesora de historia de la Universidad Emory y fundadora de su programa de estudios de la mujer, lanzó su ataque en 1991, con un libro en el que denuncia el individualismo extremo que, según ella, normaba la investigación sobre la historia de la mujer. Los historiadores de la mujer, al mismo tiempo que exaltaban el egoísmo y rechazaban los reclamos justos de la comunidad, habían adoptado la idea equivocada de que el individuo es producto de la historia y no de la naturaleza. Acusó a estos historiadores de asumir que sus ideas e intereses acerca de las “identidades y derechos” de la mujer como individuos correspondieron de forma idéntica a las identidades y derechos de todas las mujeres de todos los tiempos pasados. Cuatro años más tarde, en 1995 (se convirtió al catolicismo en diciembre de ese año), Fox-Genovese se distanció todavía más del feminismo de sus colegas cuando dijo que ellos habían contribuido al “desastre” de la “privatización de la moralidad”, por su insistencia en la libertad sexual, habiendo confundido la moralidad con la opresión patriarcal. En 2000 extendió su crítica, atribuyendo la desintegración de la familia a la liberación sexual de la mujer e insistiendo en que “los papeles tradicionales del gender y de los valores tienden a promover la fuerza y la estabilidad de los matrimonios”. Denunció “la campaña feminista en contra del matrimonio y la maternidad”, porque había dañado a muchos niños. Citando el magisterio de la Iglesia Católica, afirmó que la naturaleza de la mujer incluye una disposición especial hacia el servicio y la caridad, y propuso la necesidad de promover “un entendimiento cristiano de la diferencia sexual y de la igualdad humana para corregir los excesos de la ideología de los derechos individuales” [28].

Evidentemente, Fox-Genovese no deja de ser “feminista” en el sentido de que insiste en la igualdad, aunque con una apreciación de las diferencias varón-mujer mucho más amplia, que admitiría, digamos, la tesis de la “igualdad en la diferencia” propuesta por Offen. En el feminismo de Fox-Genovese no se oye el grito de rebeldía contra el patriarcado que guarda Offen sin que se esfuerce en compaginarlo con su grito simultaneo y discordante de Vive la différence. Por tanto, parece que, con Fox-Genovese, estamos en la presencia de un “nuevo feminismo”. Es de hacer notar que esta categoría de “nuevo feminismo” es muy controvertida pues existen dos grupos que desde diferentes perspectivas la reivindican. Por un lado, feministas como Fox-Genovese hacen uso de la categoría en su búsqueda de una antropología diferente a la dominante. Por otro lado, feministas ortodoxas aplican la categoría (o el sinónimo, “el feminismo de la tercera ola”) a una nueva generación de feministas [29]. Intentaré resumir las ideas características del “nuevo feminismo” reivindicado por teóricas como Fox-Genovese y evaluar sus posibles implicaciones en lo que propondré como una “nueva historiografía de la mujer”.

En su sentido heterodoxo de una insatisfacción con la antropología materialista, el término “nuevo feminismo” se remonta hasta 1975, por lo menos [30], pero no empezó a ganar peso sino a partir de 1995 cuando el Papa Juan Pablo II utilizó dicha frase:

En el cambio cultural en favor de la vida las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les corresponde ser promotoras de un “nuevo feminismo” que, sin caer en la tentación de seguir modelos “machistas”, sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación [31].

Dos meses más tarde el Papa extendió sus comentarios a la historiografía de la mujer, reconociendo que “[l]a historia se escribe casi exclusivamente como una narración de las conquistas del hombre, cuando de hecho, en su mayor parte ha sido plasmada más a menudo por la acción decidida y perseverante de la mujer en busca del bien” [32]. Pasado otro mes, regresó al tema de la historia de la mujer:

Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la Humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. [...] Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la Humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa “tradición” femenina, la Humanidad tiene una deuda incalculable. ¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser! [33]

Con estas afirmaciones, el Papa llegó a reunir dos temas que, desde los años sesenta, raramente se encontraron: la existencia de “un verdadero espíritu femenino” y la denuncia rotunda de la explotación histórica de la mujer, por parte de los varones. Tomado en su conjunto, sus declaraciones vinieron a ser una llamada a los historiadores para que produjeran una Nueva Historiografía de la Mujer como primer fruto del Nuevo Feminismo. En la base de los dos temas se encuentra una antropología cristiana que permite reconocer tanto la existencia de un espíritu femenino como la injusticia de la discriminación y el abuso que la mujer, precisamente por ser mujer, ha sufrido durante muchos siglos.

Con una sorpresiva prontitud, las reflexiones del Papa Juan Pablo II inspiraron respuestas filosóficas que se están constituyendo en la antropología del nuevo feminismo. Como era de esperarse, estas respuestas tienden a hacer uso de la tradición del realismo filosófico, y del personalismo europeo del siglo XX. Blanca Castilla y Cortázar sobresale entre las pensadoras más productivas y originales en este ámbito. Se ha comprometido a investigar, filosóficamente, la diferencia mujer-varón, observando que los filósofos de la persona (menciona a Julián Marías, Xavier Zubiri, Leonardo Polo y Emmanuel Lévinas, entre otros) han dicho muy poco sobre esa cuestión. Llevando a cabo un análisis metafísico, sostiene que hay dos modos distintos de ser persona, que “se abren a las cosas del mundo, y entre ellas, según dos modos trascendentales diversos: el característico de lo masculino, que es salida desde sí mismo y el de la feminidad que es acogida y reposo. [...] Sin feminidad no hay masculinidad, porque lo que es salida no tendría dónde reposar. Sin masculinidad no hay feminidad, porque sin salida e impulso inicial no hay qué acoger, y nada tiene que reposar”. Es una interpretación que resalta la dignidad y la igualdad del varón y de la mujer como personas, pero más que todo la belleza misteriosa de lo masculino y lo femenino, lo paternal y lo maternal, en todo su riqueza y su consistencia ontológica, y en la perfección de su diseño como personas que “se abren entre sí de un modo respectivo diferente y complementario” [34]. Ante la fuerza de su argumento, uno se lamenta por la manera en que tantos historiadores de la mujer han cambiado una realidad espléndida y preciosa por una fantasía plana y apagada.

En una línea filosófica muy semejante, Michele M. Schumacher ha propuesto que el nuevo feminismo “acepte y aun la bienvenida a estas diferencias sexuales dentro de un modelo relacional de la naturaleza humana”. Vuelve a la interpretación clásica de la naturaleza, entendida no como un determinismo biológico sino como una manera de estar provisto de la capacidad de relacionarse libremente con otros. Como Castilla, Schumacher enfatiza también la existencia no de dos naturalezas humanas, sino de dos modos o “expresión” de ser persona. “Es de la naturaleza misma del ser humano ser sexual, existir en uno de estos dos modos” [35].

Como cualquier antropología, ésta tiene implicaciones éticas que son relevantes para la construcción de la nueva historiografía de la mujer. Pocos historiadores han apuntalado con tanta agudeza la relación entre la práctica de la historia y la antropología filosófica como Marrou. “[N]o hay historia verdadera que sea independiente de una filosofía del hombre y de la vida, de la que aquélla toma sus conceptos fundamentales, sus esquemas explicativos y, en primer lugar, las preguntas mismas que en virtud de su concepción le  planteará al pasado. La verdad de la historia está en función de la verdad de la filosofía que el historiador pone en juego. ¿Cómo, pues, no esforzarse lo más posible en tomar entera conciencia de ella y en elaborar así racionalmente sus presupuestos?”. Antes de que el historiador se atreva a estudiar lo que es distintivo del hombre de una u otra civilización, tiene que captar al hombre “en cuanto pura y simplemente hombre”. Así es que todas nuestras ideas sobre él, ideas que utilizamos para entender el pasado, “se relacionan con una determinada filosofía del hombre; la verdad de esos conceptos, que implica sus límites de validez, condiciona la verdad del conocimiento histórico; a quien le corresponde establecer, precisar y verificar esa validez no es, salvo accidentalmente, al historiador, sino al filósofo en cuanto tal, al antropólogo” [36].

Contemplando la historiografía de las últimas décadas, es difícil negar la conclusión de Marrou de que “[l]a historia ha pagado muy cara la indiferencia de los historiadores para con los problemas propiamente filosóficos” [37]. Cuando Josef Pieper, en 1951, dijo que había detectado una nueva corriente entre los filósofos del existencialismo que llamó, con clarividencia profética, “posmoderna”, encontró lo que ya sabemos eran los albores del posmodernismo, un curioso afán de negar la existencia de una naturaleza humana. “Il n’y a pas de nature humaine, puisqu’il n’y a pas de Dieu pour la concevoir”, escribió, en 1946, Jean-Paul Sartre; con palabras, según Pieper, que revelan el papel fundacional de la doctrina de creación en la metafísica occidental. La conclusión de Sartre se haría, en su momento, doctrina fundacional del posmodernismo y finalmente de la historiografía de la mujer: Si no hay Dios creador, por tanto ningún ente natural, ni la persona misma, lleva adentro ningún significado especial que no esté fabricado y sea artificial [38], conclusión elemental para el desarrollo del constructivismo social y del relativismo que tanto influirá entre los historiadores desde los años ochenta en adelante. Pieper observó también que el razonamiento de Sartre fue idéntico al de Tomás de Aquino, en el sentido de que, sin que haya un creador inteligente que pudo pensar lo creado, no se puede hablar de la naturaleza del ente creado. Aquino, por supuesto, asume la existencia de dicho creador, mientras Sartre la niega, lo que manifiesta el papel clave que el teismo-ateismo ha jugado en la historia contemporánea de la filosofía, y por tanto en las ciencias sociales y la historiografía. En realidad, el año antes de que Sartre hiciera su afirmación, Henri de Lubac reconoció la fuerte atracción de un “nuevo ateismo”, más antiteista que ateista, y cuya consecuencia sería, predijo él, “la aniquilación de la persona humana” [39]. De la misma manera, Pieper, en un segundo ensayo editado en 1952, advirtió más detalladamente lo que era de esperarse en un mundo en donde el hombre se ocupa más y más de artefactos en vez de la creación: Una vez que el hombre adopte la creencia de que el mundo entero y todas las cosas creadas, incluso él mismo, son elementos de la esfera de la tecnología, él tendrá permiso para cambiar, transformar y aún destruir lo creado. “La conclusión inescapable”, afirmó Pieper, “es que tú puedes hacer de ti mismo y del hombre lo que te da la gana” [40]. Escritas en 1952, son palabras que sintetizan con precisión la teoría feminista de tres décadas más tarde, que después de divinizar al individuo, lo aniquilará en un drama tragicómico que será exhibido, entre muchos otros locales, en la historiografía de la mujer.

Claro es que la antropología ortodoxa de la mujer –materialista, individualista, utilitarista y, en fin, profundamente irrealista– es funcional para una historiografía tan ideologizada. Sin “el rechazo de todo atributo natural y necesario del hombre”, asegura el politólogo Héctor Ghiretti, no es posible ninguna revolución social de corte izquierdista. Pero sin supuestos antropológicos, es imposible distinguir un estado patológico de un estado de normalidad [41]. Esa ceguera devastadora en el ámbito de la práctica política es exactamente lo que ha pasado en la historiografía, sobre todo en la de la mujer y sus derivados. En lugar de hacer uso de una antropología que permita reconocer todo “atributo natural y necesario” de la mujer y el varón, la historiografía de la mujer se ha alimentado de la antropología de la nada, pervirtiendo con ello la capacidad de reconocer e interpretar lo real, como hemos tratado de mostrar arriba. Si tenemos razón, lo que hemos señalado es una falta de prudencia, en el sentido clásico de capacidad de reconocer la realidad. Entre los historiadores, tal vez no haya un lapsus ético más grande [42].

En fin, los historiadores de la mujer de las últimas cuatro décadas han hecho una contribución única y valiosísima a la historiografía en general. En ninguna otra especialidad podríamos haber visto ilustrada, con tanta claridad, la sabiduría de la sentencia de Marrou sobre la importancia clave de la antropología filosófica en el pensamiento de los historiadores, ni habríamos entendido tan bien las implicaciones éticas que se derivan de una u otra antropología. Tal vez la historiografía de la mujer nos haya dado una cosa más: al haber quitado el velo de la antropología materialista, y al haber expuesto su carácter degradante, incoherente, y por tanto su insuficiencia intelectual, ha señalado una alternativa que ya se muestra bastante robusta. Queda mucho por saber de la historia de la mujer, y ha sido el argumento de este ensayo que sólo aquella historiografía que acepte la realidad del carácter esencial y constitutivo de la diferencia sexual, además de la igualdad de todos como personas, llegará a contribuir al conocimiento del pasado.

Robert H. Holden, en revistas.unav.edu/

Notas:

28 Feminism without Illusions: A Critique of Individualism, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1991, “Introduction” y cap. 5; “The National Prospect: A Symposium”, Commentary, 100/5, 1995, p. 53; Women and the Future of the Family, Grand Rapids, Baker Books, 2000, caps. 3-4; “A Conversion Story”, First Things, 2000/IV, pp. 39-43. Harry Jaffa explica muy bien la transformación de un individualismo basado en la ley natural y la virtud, durante los primeros años de la república estadounidense, a un nuevo individualismo en el siglo XIX del puro deseo, libre de consideraciones morales, en A New Birth of Freedom: Abraham Lincoln and the Coming of the Civil War, Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 2000, cáp. 1 y págs. 94-6. El mejor análisis histórico del hiperindividualismo de la cultura política y legal de los Estados Unidos es de Mary Ann GLENDON, Rights Talk: The Impoverishment of Political Discourse, Nueva York, Free Press, 1991, en que resalta (págs. 74-5) la manera en que el individualismo extremo ha dañado a la mujer, un resultado paradójico dada la insistencia del feminismo precisamente en el hiperindividualismo.

29 Para una definición del ‘nuevo feminismo’ reivindicada por las feministas ortodoxas, véase el artículo “Feminism: Third Wave”, en: Dale SPENDER y Cheris KRAMARAE (comps.), Routledge International Encyclopedia of Feminism, II, Nueva York, Routledge, 2000, pp. 845-6.

30 Michele M. SCHUMACHER, “An Introduction to a New Feminism”, en: Michele M. SCHUMACHER (comp.), Women in Christ: Toward a New Feminism, Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans, 2004, n. 1, p. ix; tr. de Femmes dans le Christ: Vers un nouveau féminisme, Toulouse, Éditions du Carmel, 2003.

31 JUAN PABLO II, “Carta Encíclica Evangelium Vitae”, 25/III/1995, § 99.

32  JUAN  PABLO  II,  “Mensaje  del  Santo  Padre  Juan  Pablo   II  a  la

Secretaria General de la IV Conferencia Internacional de la Naciones Unidas Sobre la Mujer”, 26/V/1995 en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_II/letters/1995/documents/hf_jp-II_let_19950526_mongella-pechino_sp.html.

33 JUAN PABLO II, “Carta del Papa Juan Pablo II a las Mujeres”, 29/VI/1995, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp_ii_let_29061995_women_sp.html. Aunque la versión castellana se refiere a la “esclavitud” de las mujeres, la versión inglesa usa la palabra servitude (servidumbre) no slavery (esclavitud). Un análisis previo del tema, más estrictamente teológico, en la carta apostólica “Mulieris Dignitatem” de 1988.

34 Blanca CASTILLA Y CORTÁZAR, Persona y Género: Ser Varón y Ser Mujer, Barcelona, Ediciones Internacionales Universitarias, 1997, pp. 115-6,

124. Otra filósofa que está contribuyendo, desde la misma perspectiva metafísica, a la construcción de una antropología distinta, es Pía Francesca de Solenni. En 2001, su tesis doctoral, A Hermeneutic of Aquina’s Mens through a Sexually Differentiated Epistemology. Towards an Understanding of Woman as Imago Dei, Roma, Universidad Pontificia de la Santa Cruz, 2001, ganó el Premio de las Academias pontificias.

35 Michele M. SCHUMACHER, “The Nature of Nature in Feminism, Old and New: From Dualism to Complementary Unity”, en: Michele M. SCHUMACHER (comp.), Women in Christ, pp. 20, 40. Los ensayos de los once estudiosos recogidos en este volumen proponen las bases para un “nuevo feminismo” desde varias perspectivas: filosóficas, éticas y teológicas.

36 Henri-Irénée MARROU, El conocimiento histórico, Barcelona, Idea Books, 1999, pp. 192-3, 123, 126-7.

37 H.-I. MARROU, El conocimiento histórico, p. 192.

38 Josef PIEPER, “De l’elément négatif dans la philosophie de Saint Thomas d’Aquin”, Dieu vivant, 20, 1951, pp. 38-9; se refiere a “l’existentia- lisme contemporain, lequel, il faut le dire, est nettement post-moderne”. La cita de Sartre es de su L’existentialisme est un humanisme, París, Nagel, 1946, p. 22; escribió, a continuación: “L’homme est seulement, non seulement tel qu’il se conçoit, mais tel qu’il se veut, et comme il se conçoit après l’existence, comme il se veut après cet élan vers l’existence; l’homme n’est rien d’autre que ce qu’il se fait”.

39 Henri de LUBAC, S. J., The Drama of Atheist Humanism, San Francisco, Ignatius Press, 1995, “Preface”, editado originalmente como Le drame de l’humanisme athée, París, Éditions Spes, 1945.

40 Josef PIEPER, The Silence of St. Thomas: Three Essays, Nueva York, Pantheon, 1957, pp. 92-3; la cita es de un ensayo originalmente editado como Actualidad del Tomismo, Madrid, Ateneo, 1952.

41 Héctor Ghiretti, La izquierda: Usos, abusos, confusiones y precisiones, Barcelona, Ariel, 2002, p. 133 y n. 10. La conexión fuerte entre el deseo de una autonomía personal ilimitada, y la necesidad de una antropología “vacía”, se analiza magistralmente en Joseph RATZINGER, “Truth and Freedom”, Communio: International Catholic Review, 23/1, 1996, pp. 16-35.

42 Se nota en la historiografía de la mujer otros patrones que nacen de la misma falta de prudencia: 1. La falta de comparación sistemática, en una situación histórica dada, de las experiencias de la mujer y del varón, aun concluyendo que la experiencia de la mujer fuera distinta a la del hombre; por ejemplo, en las condiciones laborales. 2. La falta de especificación no sólo de cuales serían los problemas significativos en cualquier estudio histórico de la mujer, sino las carencias al identificar los criterios de significado. En tales preguntas se enfrentarían los historiadores instantaneamente con la cuestión antropológica. 3. El uso constante de criterios como el del poder, la opresión, o la explotación, tan pobremente elucidado que prácticamente carecen de sentido. 4. Una exageración extrema de la importancia de la historia de la mujer, haciendo de ella “el corazón” o “el centro” de la historia. Offen declara, por ejemplo, que “el género, o las relaciones entre la mujer y el varón”, han estado “en el centro de la política europea” desde por lo menos 1700, y todavía más, que género “está en el corazón del pensamiento y político humano”; K. OFFEN, European Feminisms, pp. xi-xv, 1-6.

 

Robert H. Holden

El desarrollo de la historiografía sobre la mujer desde los años sesenta del último siglo se puede calificar como explosivo, tanto por la inmensa cantidad de sus productos (libros, artículos, cursos universitarios, centros de estudio) como por su sorprendente variedad, su continua metamórfosis, y su capacidad de inspirar novedades muy diversas en cuanto a temas de investigación, métodos, teorías y hasta nuevas especialidades. A las emanaciones de este Monte Vesubio, ningún historiador que ha trabajado durante las últimas cuatro décadas ha podido escapar, no importa su especialidad ni su nacionalidad. En ese sentido, la historiografía de la mujer ha afectado la historia como disciplina de una manera más o menos proporcional al impacto que ha ejercido sobre la sociedad en general el movimiento por la igualdad de la mujer. Pocos precedentes históricos se igualan a los dos procesos anteriores en cuanto a los impactos transformadores que han tenido.

El propósito de este ensayo es analizar, desde el punto de vista de un historiador que no se especializa en la historia de la mujer, los dos aspectos más sobresalientes de la historiografía de la mujer durante el período que va de los años sesenta del siglo XX hasta el presente. El primero de ellos es su carácter fuertemente político-ideológico, manifestado en el profundo entrelazamiento entre la historiografía de la mujer y el feminismo. La ideologización es un rasgo de la historiografía de la mujer que durante mucho tiempo ha distinguido este campo de las demás especialidades historiográficas, aunque recientemente dicho rasgo ha sido muy imitado en las otras especialidades. El segundo aspecto que se analizará en este ensayo es el papel central que han jugado, en la historiografía de la mujer, la pregunta antropólogica, “¿Qué es la mujer?”, y la variedad de respuestas que esta pregunta ha generado. Esta pregunta y sus respuestas han afectado mucho la dirección y la naturaleza de la historiografía de la mujer, y han dado pie a tendencias paralelas en otras especialidades de la historia. De todos modos, veremos que los dos aspectos –el político y el antropológico– están estrechamente relacionados, en el sentido de que las respuestas a la cuestión antropológica han sido debatidas más por su significado ideológico que por su valor verdaderamente teórico. Todo lo dicho apunta a otra dimensión de la ola contemporánea (es decir, de las últimas cuatro o cinco décadas) de la historiografía femenina. Esta dimensión se expresa en una hostilidad, si no intolerancia, hacia historiadores de otras especialidades que no muestran suficiente interés en la historia de la mujer desde la perspectiva fijada por los especialistas de ese campo. Vale aquí la observación de que esta tendencia exclusivista (hablo aquí desde la perspectiva de un historiador norteamericano) no se encuentra en otras especialidades de la disciplina histórica. Esta actitud hegemonista es entendible si se parte de la premisa de que los historiadores de la mujer aparentemente asumen que sus investigaciones son una necesidad moral, llevadas a cabo por todos los medios políticos, para corregir una injusticia universal y eterna. Y es todavía más entendible cuando dichas investigaciones se apoyan en una de las variantes más extremas del feminismo, por ejemplo la que hace de las personas del sexo masculino un enemigo nato y permanente, o las que niegan la realidad de las diferencias sexuales entre hombre y mujer. Otro aspecto de dicha exclusividad tal vez más sobresaliente es que el campo de la historia de la mujer está constituido casi por completo de mujeres, algo que, en principio, no tiene ninguna razón de ser [1].

En lo que sigue analizaré, después de una breve discusión de la politización del campo, la manera en que la historiografía de la mujer ha manejado la cuestión antropológica, y haré al final una evaluación general de esa historiografía proponiendo una antropología diferente. Aunque mis interpretaciones se fundamentan principalmente en la lectura de muchas obras de especialistas (casi todas mujeres) que han tratado el estado de la cuestión de la historiografía de la mujer desde los años sesenta, no pretendo ofrecer aquí una visión completa de todas las corrientes, ni cargar al lector con citas más allá de las necesarias para sostener mi argumento. La historiografía de referencia será principalmente, pero no exclusivamente, la angloparlante, que es su corriente más antigua, más grande e influyente en términos globales.

Sobre los orígenes de la especialidad llamada en Europa y América “historia de la mujer”, hay un acuerdo absoluto entre los especialistas, no importa su identidad nacional [2]. Su matriz fue ese movimiento social que surgió en la década de los sesenta del siglo pasado en apoyo de la extensión de los derechos de la mujer a fin de lograr una completa igualdad con el hombre. Este movimiento se sustentó a su vez en una ideología llamada, en términos generales, feminismo. Desde el momento del nacimiento de este movimiento social, la mayoría de historiadores de la mujer entendieron que su tarea primordial era liberar a la mujer de la opresión que siempre ha sufrido por parte del sexo masculino [3]. Para llevar a cabo dicho fin, los historiadores han hecho uso de dos métodos principales, aunque ciertamente no exclusivos: buscar, investigar y relatar las diferentes maneras en que la mujer ha sido víctima del hombre a través de la historia, como también las igualmente diversas maneras en que la mujer ha desafiado y resistido su subordinación, al mismo tiempo que ha hecho contribuciones sustanciales en uno u otro entorno de la vida humana [4]. En principio, uno puede separar la “historia de la mujer” (women’s history) de la “historia feminista” (feminist history) pero en la práctica, ha sido una diferencia muy poco reconocida porque la tendencia general ha sido combinar indistintamente ambas corrientes [5].

Algunos historiadores distinguen entre la historia de la mujer y la historia de gender (ya comúnmente traducido como género en castellano), que se refiere a la representación de diferencias sexuales y a los efectos de dichas representaciones en las relaciones de poder [6]. El debate sobre la relación entre la historia de la mujer y gender continúa, como veremos luego.

Los historiadores de la mujer han insistido mucho en que el éxito del movimiento social y emancipador depende de un mayor conocimiento sobre la historia de la mujer, la cual es necesario rescatar de la condición de “invisiblidad” en que fue dejada por la historiografía patriarcal hasta la mitad del siglo XX. Como proclamó Gerda Lerner, una de las fundadoras de la historiografía contemporánea de la mujer y una de sus más destacadas practicantes en los EE.UU., “[l]a historia de la mujer es indispensable y esencial en la emancipación de las mujeres”. Lerner define la tarea emancipatoria a que los historiadores tienen que contribuir en los siguientes términos: “La restructuración radical del pensamiento y análisis para que, una vez y para siempre, se acepte el hecho de que la humanidad consiste en dos partes iguales, el hombre y la mujer, y que las experiencias, pensamientos y percepcio- nes de los dos sexos tienen que estar representados en cada generalización que se hace sobre los seres humanos” [7]. Como casi todos sus homólogos, Lerner no deja ninguna duda de que el trabajo de todos los historiadores, sin importar su especialidad, debe estar orientado a llevar a cabo esa ambición universal, totalizadora, e historicamente imprescindible.

Así las cosas, pocos han sido los debates  teóricos, metodológicos e interpretativos entre los historiadores de la mujer cuyo eje central no haya sido politico-ideológico. Ha habido consenso entre los participantes de que el criterio determinante en la adopción de cualquier interpretación son los posibles efectos políticos que puedan resultar de esa decisión [8]. Por lo tanto, la politización ha sido la característica más contundente de la historiografía de la mujer hasta hoy, y ella es la que la separa, de una manera deslumbrante, de otras especialidades historiográficas. Es como si los historiadores de la economía buscaran ordenar su trabajo con la finalidad de conseguir la abolición de los aranceles, o que los de la época colonial francesa fueran regalistas convencidos, dedicados a restaurar la monarquía. Un historiador de la mujer que no sea feminista ha sido, a lo largo de los años, una posibilidad casi inconcebible en los Estados Unidos. Peter Laslett, el historiador inglés de la familia, señala la distorsión que resulta cuando los historiadores estudian el pasado sólo por lo que les sirve en su presente [9].

Todo lo anterior sugiere que mientras el feminismo se ha desarrollado ideológicamente durante las últimas cuatro décadas, han surgido, lógicamente, debates correspondientes entre historiadores de la mujer que se consideran feministas. Así que la historiografía y el feminismo se han modificado recíprocamente. A lo largo de esta interacción, se ha manifestado en el seno de los dos ámbitos una interrogante cuyas implicaciones, tanto para la historiografía como para el movimiento social, siguen siendo decisivas: “¿Qué es la mujer?”. La pregunta subsiste dentro de otra más amplia, “¿Qué es la persona?”. Siendo la persona humana y sus actos el objeto único del quehacer del historiador, es sorprendente la escasez de reflexión, por parte de los historiadores, en torno a la cuestión antropológica. No resulta lógicamente coherente intentar definir la historia misma, o el quehacer del historiador, sin buscar primero una definición de la persona humana [10]. Creo que la pregunta sobre la naturaleza de la persona constituye hoy en día una de la fuentes más hondas de los desacuerdos teóricos entre los historiadores, y especialmente entre la gran mayoría de los historiadores de la mujer, por un lado, y otros que se han negado a integrar en su trabajo las ideas feministas (como, por ejemplo, el concepto de gender) en los términos fijados por los historiadores de la mujer. En otras palabras, aunque en un sentido superficial (pero real), se puede hablar de la politización de la historiografía y hasta de la fragmentación política de la disciplina, creo que estamos ante un problema filosófico mucho más interesante y significativo que un problema meramente político-ideológico. Para demostrar la importancia de la pregunta antropológica, en lo que sigue analizaré las respuestas implícitas y explícitas que a ella he encontrado en la historiografía de la mujer.

Desde el principio de la ola contemporánea de la historiografía de la mujer, sus practicantes se han preguntado si la mujer tiene una naturaleza distinta a la del hombre. Mientras en los Estados Unidos la respuesta ha sido casi unánimamente negativa, en América Latina y Europa se ha mostrado más tolerancia hacia la respuesta contraria. Por tanto, como en el feminismo mismo, uno encuentra aquí una variedad de matices, aunque no cabe duda de que la tendencia común en todas partes ha sido minimizar o rechazar por completo la existencia de diferencias naturales entre hombre y mujer. Una y otra vez, los participantes en estas discusiones han insistido que tal respuesta es una necesidad política debido a que el hombre siempre ha justificado la opresión de la mujer por medio del argumento de que existe una supuesta esencia o naturaleza femenina que hace de la mujer un ser inferior al hombre, y por lo tanto, apta para la subordinación y explotación. Ceder, incluso un poco, a la idea de que haya una naturaleza femenina sería abrir la puerta a la discriminación sexual.

Como consecuencia, ya no hay un epíteto más condenatario entre los académicos de los Estados Unidos que acusar a un colega de ser an essentialist o de ser partidario del essentialism. La acusación se considera tan seria que a muy pocos se les ocurre defender una posición “esencialista” y la única salida respetable es negar rotundamente la acusación. La teoría con que se justifica esta actitud es la de la construcción social, según la cual “todas las realidades son socialmente construidas”, premisa de otra “ley”: “no puede haber un conocimiento universal porque todo conocimiento está siempre “situado” en un momento dado y en un espacio específico cultural” [11]. Apoyados de tal forma en una teoría universalmente reconocida como prueba de la no-naturalidad de los sexos, los historiadores de la mujer han aplicado el método correspondiente: Historiar (historicize) lo que los hombres han llamado, equivocadamente, desde tiempo immemorial lo “natural” entre las mujeres. Es un método que pronto se asoció con el tropo de “desenmascarar”, con su implicación de un acto rebelde, valiente, moralmente superior y revelador de la verdad. Mientras tanto, cualquier argumento que asume o implica una diferencia “natural” entre los sexos se ridiculiza por contradecir la teoría de la construcción social, que ha llegado a tener un estatus sagrado. Otras características de la retórica anti-naturaleza son su superficialidad y su dogmatismo; raramente se encuentra un esfuerzo de investigar seriamente lo que es, obviamente, una cuestión filosófica con grandes implicaciones para el oficio del historiador.

Con matices y calificaciones, unos pocos historiadores de la mujer se han pronunciado a favor de la posición contraria. Gerda Lerner sostuvo la tesis de la diferencia en 1969: “Es un hecho que las mujeres son diferentes de los hombres y que sus papeles en la sociedad y la historia son distintos a los de los hombres. Distintos, pero iguales en importancia. Obviamente, sus logros también tienen que ser medidos según una escala distinta”. Lerner reafirmó su tesis en 1986, al decir que la diferencia sexual es algo dado biologicamente, pero que los valores asociados con esa diferencia son productos culturales [12]. En un artículo publicado en 1988, otra historiadora de la mujer muy destacada, Karen Offen, propuso la hipótesis muy perspicaz de que en la historia de los movimientos feministas, se destacan dos principales modos de argumentación a favor de los derechos de la mujer: la relacional (la igualdad, pero con reconocimiento de la existencia de naturalezas biológicas distintas, es decir, “la igualdad en la diferencia”) y la individualista, que surgió en la segunda mitad del siglo XX principalmente en los Estados Unidos y el Reino Unido, que insiste sobre todo en los derechos individuales del ser humano autónomo mientras descarta o minimiza la existencia de actividades exclusiva- mente propias de la mujer. Como es costumbre entre los historiadores de la mujer, Offen concluye su análisis histórico con una larga meditación sobre sus implicaciones políticas en cuanto a la emancipación de las mujeres en el mundo contemporáneo, terminando con una exhortación apasionada a favor de una estrategia política que combina los dos modos, con el fin de “reconfigurar el mundo según nuestros propios propósitos” y llegar así a “un mundo equitativo, un mundo en que las mujeres y los hombres puedan ser iguales y diferentes a la vez, un mundo libre del privilegio masculino y de la jerarquía masculina y del ejercicio de la autoridad masculina sobre la mujer”. Pasaron doce años. Repitió la idea, pero ya con un largo prefacio en que destaca sus credenciales como luchadora feminista. Luego: “Mientras que son las mujeres quienes menstrúan, conciben, dan a luz a los niños y los amamantan (o potencialmente o de hecho), sus vidas estarán estructuradas de forma distinta de las de los hombres. [...] Con los franceses digo, ‘Vive la différence’”. Pero luego insiste en la necesidad moral de imponer la igualdad entre los sexos y de demoler todos los obstáculos a ella, advirtiendo a sus lectores que el patriarcado es todavía muy fuerte y que las mujeres tienen que prepararse para una larga lucha. Concluye que el objetivo del feminismo sigue siendo el de “desafiar la hegemonía masculina” y “conseguir la justicia para las mujeres. [...] No queremos hacer que las mujeres sean idénticas al hombre, sino que queremos investirles del poder para que realicen su potencial completo como mujeres sin estorbo” [13]. Una vez más, Offen termina su reflexión en el campo puramente político, pasando por alto la profundización en el asunto antropológico que implicitamente demanda su comentario. De una manera semejante, Dubois et al. reconocen la importancia de la cuestión antropológica e incluso muestran una cierta apertura a un estudio profundo de ella. Pero en lugar de echar mano a los ricos recursos intelectuales disponibles, optan por una salida política. En una sección de su libro que lleva el subtítulo, “Ideology and Oppression”, las autoras consideran la posible existencia de una naturaleza femenina, pero pronto tiran la toalla, quejándose de que el concepto de “naturaleza” es “incoherente” y poco relevante en relación con la cuestión de “la justicia”, concepto que les es muy claro, aparentemente. Su búsqueda de la verdad antropológica se detiene por completo cuando declaran que, aunque se sabe exactamente qué es lo que separa al hombre de la mujer, el quid del asunto es que tales distinciones han sido utilizadas habitualmente para subordinar a las mujeres [14].

Los defensores de la posición anti-esencial (que en realidad debe incluir a disidentes como Lerner y Offen, debido a que no han hecho ningún esfuerzo de resolver las tensiones y, posiblemente, contradic- ciones que hay en su argumento) recibieron en los años ochenta una alternativa teórica más atractiva (para algunos) al construccionismo social, en los escritos, ya traducidos al inglés, de tres filósofos franceses: Foucault, Derrida y Lacan. Con las ideas de estos filósofos surgió la posibilidad de argüir no sólo que la realidad está construida, sino que las identidades y hasta el conocimiento de las identidades y de todo lo demás, incluso el sexo, está sujeto a un proceso permanente de manipulación y reformulación por parte de intereses poderosos y de quienes quieren desafiar dichos intereses. Para muchas universitarias feministas, fue una linea teórica ideal, por su rechazo total a la idea de una esencia y su invitación a la lucha política en contra del “poder”. En el campo de la historiografía de la mujer, la consecuencia más importante fue el súbito aumento de la popularidad del concepto de gender. Entre los historiadores de la mujer, nadie le dio al concepto un empuje más grande, tanto en los Estados Unidos como en Europa, que Joan W. Scott, desde los últimos años de la década de los ochenta. Sus ideas merecen atención por el reconocimiento que ha ganado mundialmente dentro de la disciplina de historia. Ha ocupado desde 1985 una cátedra en la institución académica más prestigiosa de los Estados Unidos, el Institute for Advanced Study de Princeton University, y es beneficiaria de premios muy apreciados en la disciplina de la historia [15].

En un muy citado artículo de la prestigiosa American Historical Review de 1986, Scott propuso el concepto de gender como categoría de análisis. Dos años más tarde, afirmó en un libro que el mero uso de las categorías “hombre” y “mujer” por parte de los historiadores de la mujer insinúa la existencia real y objectiva de “él” y de “ella”, una insinuación que tiende a confirmar la idea de que la mujer tiene “características inherentes e identidades objetivas” distintas a las del hombre. El resultado, dijo, es que los historiadores, aún sin querer, terminan sugeriendo que “la diferencia sexual es un fenómeno natural y no social” y como consecuencia, tanto la historiografía como “la política que sigue” de dicha historiografía, “terminan aprobando las ideas de una diferencia sexual inalterable que se usa para justificar la discriminación. Me parece –continúa Scott–, que una política feminista más radical (y una historia feminista más radical) necesitan una epistemología más radical”. Nótese bien que es el mero deseo arbitrario y personal de parte de Scott por algo “más radical” política e históricamente lo que la motiva a proponer la categoría de gender. Citando a Foucault y a Derrida, Scott concluye que tanto la política feminista como el estudio de la mujer por parte de los historiadores (scholarship about women) tienen exactamente el mismo fin: “enfrentar y cambiar las distribuciones existentes del poder”. Es un fin especialmente atractivo para el historiador feminista, dice Scott, porque “puede interpretar el mundo mientras intenta cambiarlo”. Siendo el gender un aspecto de la organización social que abarca los significados de la diferencia sexual, dichos significados son elementos de “muchos tipos de luchas por el poder”. Por tanto, cuando quiera que el historiador logre desenmascarar la naturaleza temporal y cultural de cualquier conocimiento sobre la diferencia sexual, “está abriendo el camino para el cambio”. En 1991, Scott hizo su famoso comentario de que “la experiencia es un evento lingüístico”, en un artículo casi incomprensible debido a sus incongruencias y al uso liberal del vocabulario posmoderno. Su camino en busca del gender como categoría de análisis culminó en 1999 con la aseveración de que las mujeres como colectividad realmente no existen; “la mujer” fue inventada con fines políticos por el patriarcado. Aunque su argumento está plagado de incoherencias lógicas, Scott concluye que tanto la diferencia sexual como la democracia y los derechos humanos tienen una raíz común: todos son meras “fantasias” y “deseos”. Ya en 1988 había propuesto que la historia no es algo real que se descubre sino una serie de construcciones elaboradas según reglas diseñadas por intereses políticos. Siendo la diferencia sexual una invención textual y no real, la tarea del historiador es simplemente relatar el proceso de construcción de esa diferencia, excavando sus “fantasias” constituyentes [16].

Desde el punto de vista de Scott, lo que se llama “la historia de la mujer” parece una ficción risible, y en efecto, desaparece como especialidad. Pero la ventaja política de la posición “anti-natural” o “anti-esencial” es obvia: elimina cualquiera objeción a la emancipación femenina que se basa en la existencia de una diferencia entre el hombre y la mujer. Una y otra vez se dice que si la mujer no goza de ninguna naturaleza especial, tampoco el hombre, y somos todos libres de “reconstruirnos” a la manera que nos dé la gana. El problema dialéctico a que ha dado pié esta aseveración sigue siendo tormentoso para algunos de sus partidarios, porque si la mujer no existe como ser esencialmente distinto del hombre, difícilmente puede ella insistir en tener una identidad propia. Si no tiene identidad distinta, no tiene historia propia, ni mucho menos derechos naturales. Por tanto, desaparecen lógicamente tanto la víctima como el victimario, y por añidadura la disciplina de la historia [17]. Historiadores de la mujer más tradicionales han respondido que autores como Scott se han convertido en instrumento del patriarcado, observando que, justo en el mismo momento (es decir, los años ochenta) en que la mujer descubría su propia historia, los dragones franceses se levantaron para devorarla [18]. Otros –incluso historiadores que dieron la bienvenida al gender analysis– han cuestionado el método deconstruccionista de Scott y sus discípulos debido a su tendencia a ignorar la importancia de la acción individual en la historia a favor de un énfasis excesivo en las fuerzas sociales [19]. Pero tales críticas se desvanecen mientras sus autores dejen de lado la única arma con la que puedan realmente combatir las ideas difundidas por Scott; esto es, una antropología que revele las diferencias esenciales (tanto naturales como socialmente construidas) entre los dos sexos. Tal vez la contradicción más prominente y absurda que se aprecia en los escritos de los partidarios de la perspectiva posmoderna es su tendencia a alabarse mutuamente por sus grandes contribuciones a la historia de la mujer, mientras no sólo niegan la existencia real de las mujeres, sino también la posibilidad de cualquier tipo de conocimiento.

Destaca, para los fines de este artículo, la manera en que aquella especialidad que nació como “historia de la mujer” y luego dio luz al “estudio del gender” ha transformado la disciplina de la historia, por lo menos en los Estados Unidos. En el campo de la historia de América Latina, por ejemplo, el “gender analysis” ha “revolucionado” su historiografía, según Gilbert M. Joseph de la Universidad de Yale, un historiador prominente de esa región [20]. Pocas especialidades historiográficas se han visto revolucionadas de manera semejante. Dondequiera que se presente el gender analysis, se ve acompañado por sus dos jinetes, la politización abierta y comprometida, y una antropología subyacente que rechaza cualquiera noción de la esencia humana. Estas asociaciones han sido ideales para el nacimiento de la nieta de la historia de la mujer, es decir, la historia de la homosexualidad, ya conocido como gay history”, que se acompaña (como su madre) por una antropología anti-esencial y un compromiso con el movimiento social contemporáneo que aboga por la emancipación y la igualdad de los homosexuales. Ha sido una repetición exacta de las circunstancias que dieron a luz a su abuela –un movimiento social inspira la invención de una especialidad historiográfica, que sucesivamente se orienta para contribuir al éxito del movimiento– [21]. Todo este fermento ha engendrado además otra especialidad, la de la historia de la sexualidad, que desde 1990 ha tenido su propia revista, The Journal of the History of Sexuality, editada por la Universidad of Texas. Tal vez el signo más obvio del parentesco que hay entre estos diversos campos es el sentido de furia que comparten sus historiadores sobre la supuesta “invisibilidad” del sujeto, sea una mujer o una persona homosexual, y la gran necesidad que comparten de revelar el sujeto y así corregir la gran injusticia de la victimización. “Las mujeres que evitan la compañía de los hombres”, dice Mary Spongberg, “que solamente se relacionan con las mujeres, no han tenido el mismo acceso a los registros históricos” que las mujeres que se asociaron con los grandes hombres. Pero en realidad las lesbianas han sido doblemente victimizadas porque no sólo han sido invisibles sino que su historiadora encuentra “la omisión casi completa de actos sexuales entre mujeres en los registros de la policía o las cortes de justicia” [22]. Evidentemente, hay un fuerte sentido de identificación entre los historiadores de dichos sujetos y los sujetos mismos.

Otro campo de investigación ligado al de la historia de la mujer es la historia familiar, es decir la historia del parentesco. Por haber sido considerado durante mucho tiempo como el lugar natural y preferido de la mujer, la familia es una institución de interés especial para los historiadores de la mujer, y como consecuencia han aumentado mucho los estudios de la historia de la familia [23]. Como era de esperarse, el historiador de la mujer aborda la familia con perspectivas especiales que reflejan su compromiso con el cambio social contemporáneo. Parece que cuando los historiadores de la mujer vuelven al estudio de la familia tienden a ignorar la familia per se y fijan la mirada en la mujer individual, a quien ellos consideran como alguien “oculto” dentro de la estructura opresiva de la familia. Desde esta perspectiva, según Tilly, la familia es una mera contingencia, y los temas más importantes son “la sexualidad como entorno para la autonomía, la familia como entorno para la lucha, y la familia como una de las posibles plataformas para lanzar la política”. Silvia Arrom, especialista en los dos campos, ha señalado “las hipótesis contradictorias de la historia de la familia y de la mujer: Los historiadores de la familia-élite suelen suponer que las familias se comportaban como unidades homogéneas; mientras que los historiadores de la mujer suponen que la familia era un área de conflicto”. Aunque parece obvio que existen y han existido conflictos familiares desde tiempo inmemorial, Rapp et al. advierten, en un tono de desenmascaramiento audaz, que sería un error asumir que ha existido una “harmonía completa de intereses entre miembros de la misma familia” [24]. Por supuesto, de la misma manera en que han proyectado a la mujer y al hombre como “construcciones”, los historiadores de la mujer tienden a insistir también en que no hay nada “natural” que distinga la familia, dejando así abierto el camino a la “reconstrucción” de la institución familiar, y convirtiendo a ésta en un conjunto de “relaciones personales entre gente que se asocia libremente” [25]. Con mucha razón, los historiadores de la mujer señalan la influencia extraordinaria que tiene la familia sobre los valores, hábitos y maneras de pensar de los niños, pero tienden a asociar la familia con valores que no les gustan y que quieren cambiar. Al mismo tiempo, se nota una fusión entre la historia de la familia y la historia de la sexualidad, y el descubrimiento de dos nuevas ideologías que los historiadores deben reconocer en el pasado y desenmascarar, el maternalism y el familialism [26]. Todo esto es congruente con el movimiento en los Estados Unidos y Canadá de convertir el matrimonio en nada más que una relación íntima entre un número no- especificado de individuos, de una manera semejante a la que el gobierno de España logró con la Ley 13 de 2005, a través de la cual se modifica el Código Civil en lo relativo al derecho a contraer  matrimonio [27].

Robert H. Holden, en revistas.unav.edu/

Notas:

1 Arlette Farge ha notado que el surgimiento del campo de la historia de la mujer, en los años setenta, separó casi inmediatemente a los dos sexos, algo insólito que ella atribuye al hecho de que las mujeres historiadoras pudieron identificarse con la materia (es decir, la mujer), pero esto no explica porque hay tan pocos hombres que trabajan en el campo; “Method and Effects of Women’s History”, en: Michelle PERROT (comp.), Writing Women's History, Oxford, Blackwell, 1992, p. 10. Debido a que hay historiadores de la mujer que no son mujeres, y que no hay razón para excluir al sexo masculino de la especialidad, en este ensayo usaré el substantivo neutral ‘historiadores’ para referirme a los que han contribuido a la historiografía de la mujer.

2 Por ‘America’ quiero decir los dos continentes americanos. Fuera de Europa y América, se datan los inicios de la ola contemporánea de forma distinta. En Japón, ésta surgió inmediatamente después de su derrota por los poderes aliados en 1945, alentada por los cambios introducidos por las fuerzas armadas de los EE.UU. durante la ocupación militar del país, según Hiroko TOMIDA, “The Evolution of Japanese Women’s Historiography”, Japan Forum, 8/2, 1996, pp. 189-203. Esta autora destaca la subordinación extraordinaria de la mujer japonesa antes de 1945. Una historiografía seria de la mujer africana empezó a aparecer en los años setenta, por la influencia europea-americana, según Iris BERGER, “African Women’s History: Themes and Perspectives”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003; durante el mismo período en la India, informa Geraldine Hancock FORBES, “Reflections on South Asian Women’s/Gender History: Past and Future”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003. Para una visión global del nacimiento de la especialidad, vease Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL, “Introduction”, en Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women’s History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, pp. xx-xxi.

3  Debido  a  la  variedad  de  definiciones  del  feminismo,  desde  un

extremo ‘liberal’ o moderado, hasta el otro en donde se encuentra el separatismo, las orientaciones ideológicas de los historiadores de la mujer (y por tanto sus escritos) han tenido matices a veces bien distintos; por ejemplo, se identifican nueve formas diferentes de teoría feminista, en Carolyn ZERBE y Ada SINACORE, “Feminist Theories”, en: Judith WORELL (comp.), Encyclopedia of Women and Gender: Sex Similarities and Differences and the Impact of Society on Gender, I, San Diego, Academic Press, 2001, pp. 469-80. Como mínimo, casi todos los feministas comparten que (1) las mujeres han sido oprimidas y subordinadas injustamente por los hombres, y

(2) es un deber político si no moral poner fin a esa situación. Ha habido un debate entre los que insisten que la opresión de la mujer por el hombre ha sido una constante casi invariable en la historia de la humanidad contra otros que argumentan acerca de la existencia de transformaciones, a veces muy notables, en el estatus de la mujer; ejemplos del primer caso son dos obras de Judith M. BENNETT, “Comment on Tilly: Who Asks the Questions for Women’s History?”, Social Science History, 13/4, 1989, p. 475, y “Confronting Continuity”, Journal of Women’s History, 9/3, 1997, pp. 73-94. Para el segundo, véase Louise A. TILLY, “Response”, Social Science History, 13/4, 1989, pp. 479-80; y Bridget HILL, “Women’s History: A Study in Change, Continuity or Standing Still?”, Women’s History Review, 2/1, 1993, pp. 5-22.

4 Entre los muchos especialistas que reconocen estos dos métodos, vease Ellen DUBOIS; Gail KELLY; Elizabeth KENNEDY; Carolyn KORSMEYER y Lillian ROBINSON, Feminist Scholarship: Kindling in the Groves of Academe, Urbana, University of Illinois Press, 1987, pp. 39ss. y Gisela BOCK, “Challenging Dichotomies: Perspectives on Women’s History”, en: Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women’s History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 1.

5 Louise Tilly, entre las más prominentes historiadoras de la mujer en los Estados Unidos, aplica los dos conceptos: ‘feminist history’ y ‘women’s history’, como si fueran sinónimos, la que es una práctica muy común; “Women’s History and Family History: Fruitful Collaboration or Missed Connection?”, Journal of Family History, 12/1, 1987, pp. 303-15. E. DUBOIS et al., Feminist Scholarship, afirman que intentaron separar las dos categorías, ‘estudios feministas’ e ‘investigaciones sobre la mujer’, pero tuvieron que concluir que fue imposible porque el feminismo es ‘el contexto dentro del cual casi todos los estudios sobre la mujer se están llevando a cabo en este momento’ (pp. 7-8). Sólo se distinguen en el caso de que el autor se refiera a la tarea específica de investigar la historia del feminismo como movimiento social, como en el caso de Karen OFFEN, que enfoca el feminismo como fenómeno histórico; Offen define dicho movimiento como ‘desafio a la hegemonía masculina’ y ‘campaña para poner fin a la subordinación de la mujer por parte del hombre’ (p. xi); considera que su propio libro es parte esencial de dicha campaña: European Feminisms 1700- 1950: A Political History, Stanford, Stanford University Press, 2000.

6 Rosa María CAPEL MARTÍNEZ, “Introducción”, Cuadernos de Historia Moderna, 19, 1997, pp. 9-18; Jean ALLMAN y Antoinette BURTON, “Destination Globalization? Women, Gender and Comparative Colonial Histories in the New Millenium [sic]”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003.

7 Gerda LERNER, The Creation of Patriarchy, Nueva York, Oxford University Press, 1986, pp. 3, 220.

8 Ha sido tan común esta premisa que sería dificil encontrar una discusión teórica entre los historiadores de la mujer que la omita. En 1982, Patricia Hilden afirmó la omnipresencia de dicha premisa: las feministas de los años sesenta del siglo XX “comprendieron que el éxito político en el presente depende de un análisis histórico. La historia de la mujer, pues, desde su nacimiento fue una actividad dedicada al presente. [...] En todas partes se acepta la necesidad de entender la opresión de la mujer en el pasado para corregirlo en el presente”. Hilden reconoció que la tendencia a instrumenta- lizar la historia para fines políticos había dado pie a obras mediocres. Sin embargo, Hilden no aboga por el abandono del fin político sino que recomienda que las teorías y las investigaciones (orientadas hacia el logro de ese fin político) sean más cuidadosas. Patricia HILDEN, “Women’s History: The Second Wave”, Historical Journal, 25/2, 1982, pp. 501, 511-2. En una conferencia principal frente a un congreso de historiadores de la mujer en 1979, Joan Kelly exhortó a su audiencia que “extirpen por completo la jerarquía de género y de sexo, y con ellos todas las formas de dominación”; “The Doubled Vision of Feminist Theory: A Postscript to the ‘Women and Power’ Conference”, Feminist Studies, 5/1 1979, pp. 216-27. En 2000, Karen Offen llamó a su propia historia del feminismo europeo, “una guía política, un acto político” (K. OFFEN, European Feminisms, p. 395). Louise Tilly observó con evidente aprobación que cuando historiadores feministas aplican la categoría de gender “expresan así un compromiso político hacia la promoción de la igualdad de género, la autonomía individual de la mujer, y el acceso al poder político y económico”; “Gender, Women’s History, and Social History”, en Social Science History, 13/4, 1989, pp. 448-9, 451, 452.

Uno de los pocos historiadores de la mujer que han cuestionado la politización de su campo es Silvia ARROM, “Historia de la Mujer y de la Familia Latinoamericanas”, Historia mexicana, 42/2, 1992, pp. 389-90. Otra es Elizabeth Fox-Genovese, entre las pioneras de la especialidad, quien observó en una entrevista que, para los últimos años ochenta del siglo pasado, “poco a poco se hacía muy claro que mis colegas pensaron que para participar en el campo de los estudios de la mujer, incluso la historia de la mujer, uno tuvo que ser leal a unas tradiciones políticas específicas”, en: Stephen GOODE, “Genoveses try to alter the course of history teaching”, Insight on the News, 14 (1/VI/1998), p. 20.

9 Peter LASLETT, “The Character of Familial History, Its Limitations and the Conditions for its Proper Pursuit”, Journal of Family History, 12/1-2, 1987, pp.. 268-71.

10 Este es un argumento que he desarrollado en Robert H. HOLDEN, “What Is Your Anthropology? What Are Your Ethics?”, Historically Speaking, 6/4, 2005, pp. 35-7.

11 Mary GERGEN, “Social Constructionist Theory”, en: Judith WORELL, (comp.), Encyclopedia of Women and Gender: Sex Similarities and Differences and the Impact of Society on Gender, II, San Diego, Academic Press, 2001, p. 1044.

12 Gerda LERNER, “New Approaches to the Study of Women in American History”, Journal of Social History, 3/1, 1969, pp. 53-62 y The Creation of Patriarchy, pp. 6, 238.

13 Karen OFFEN, “Defining Feminism: A Comparative Historical Approach”, Signs, 14/1, 1988, pp. 119-57 y European Feminisms, pp. 14-15, 16.

14 DUBOIS, KELLY, KENNEDY, KORSMEYER y ROBINSON, Feminist Scholarship: Kindling in the Groves of Academe, pp. 101-10. Se ve la misma superficialidad fuera de la disciplina de la historia. La profesora de inglés y teórica del género, Sarah Gamble, insiste en que el feminismo existe porque en la sociedad contemporánea la mujer es siempre vista como el contrario- negativo del hombre (hombre/fuerte, mujer/débil, hombre/racional, mujer/ emocional, hombre/activo, mujer/pasiva, etc.), posición exagerada que explica la hostilidad a cualquier concepto de “naturaleza femenina”; en: “Introduction”, en: Sarah GAMBLE (comp.), The Routledge Critical Dictionary of Feminism and Postfeminism, Nueva York, Routledge, 1999, p. VII.

15 Una historiadora italiana opina que, “[d]esde un punto de vista epistemológico, el enfoque en las relaciones y jerarquías de género es la contribución más significativa a la investigación histórica contemporánea por parte del movimiento feminista americano”, y añadie que el impacto de las obras de Scott en Italia fue grande; Silvia MANTINI, “Women’s History in Italy: Cultural Itineraries and New Proposals in Current Historiographical Trends”, Journal of Women’s History, 12/2, 2000, pp. 172-3. La influencia a escala mundial de la obra de Scott está evaluada también en OFFEN, PIERSON, y RENDALL, “Introduction”, p. xxxiv. El concepto de gender había sido propuesto como un instrumento en la historia de la mujer, tal vez por la primera vez, en 1976 por Natalie Zemon Davis, quien recomendó como prioridad el estudio de los cambios en los papeles sexuales de los dos sexos, pero sin referencia a métodos deconstruccionistas y sin poner en duda la existencia misma de la identidad sexual, como hará después Scott. Sin embargo, para 1985, Davis parece haberse convertido a la posición que Scott promoverá; veanse las dos obras de Davis: “‘Women’s History’ in Transition: The European Case”, Feminist Studies, 3/3-4, 1976, p. 90  y “What Is Women’s History?”, History Today, 35, 1985/VI, p. 42. Un resumen de los pasos intelectuales que siguieron los historiadores de la mujer hacia el descubrimiento de que incluso el sexo es “construido” se encuentra en Merry E. WIESNER-HANKS, “Women, Gender, and Church History”, Church History, 71/3, 2002, pp. 605-10.

16 Las citas de este párrafo vienen de las siguientes obras de J. SCOTT: Gender and the Politics of History, Nueva York, Columbia University Press, 1988, pp. 3-11; “History in Crisis? The Others’ Side of the Stor”, American Historical Review, 94/3, 1989, pp. 681, 691; “The Evidence of Experience”, Critical Inquiry, 17/4, 1991, pp. 792-3; y un nuevo capítulo (Nº. 10) de la segunda edición (1999) de Gender and the Politics of History. Vease también su “Gender: A Useful Category of Analysis”, American Historical Review, 91/5, 1986, pp. 1053-75.

17 Los ideológos de la doctrina anti-natural reconocen el problema, pero insisten en que sólo es un problema aparente. Citando a Jacques Lacan y Renata Saleci, Joan Scott observa que mientras la idea de derechos humanos universales es pura fantasía, es una fantasía útil para los que sienten la necesidad de ser reconocidos; Gender and the Politics of History, pp. 216-7.

Vease tambíen el libro de ensayos de Amnesty International dedicado a la cuestión de la tensión entre la “desconstrucción” del sujeto, por un lado, y el discurso sobre los derechos: Barbara JOHNSON (comp.), Freedom and Interpretation: The Oxford Amnesty Lectures, Nueva York, Basic Books, 1993.

18 WIESNER-HANKS, “Women, Gender, and Church History”, pp. 605- 10; la tensión aún existente entre los exponentes de la historia de género y los de historia de la mujer se analiza en ALLMAN y BURTON, “Destination Globalization? Women, Gender and Comparative Colonial Histories in the New Millenium [sic]”.

19 Louise A. TILLY, “Gender, Women’s History, and Social History”,

Social Science History, 13/4, 1989, pp. 448-9, 451, 452.

20 Gilbert M. JOSEPH, “A Historiographical Revolution in Our Time”, Hispanic American Historical Review, 81/3-4, 2001, p. 445; para ejemplos sobre cómo algunos historiadores aplican gender a la historia política y económica, vease Thomas Miller KLUBOCK, “Writing the History of Women and Gender in Twentieth-Century Chile”, Hispanic American Historical Review, 81/3, 2001, p. 518 y Sarah C. CHAMBERS, “New Perspectives in Latin American Women’s and Gender History”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003.

21 Phyllis STOCK-MORTON, “Finding Our Own Ways: Different Paths to Women’s History in the United States”, en: Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women's History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 63.

22 Mary SPONGBERG, Writing Women’s History Since the Renaissance, Basingstoke, Palgrave MacMillan, 2002, p. 218.

23 CAPEL MARTÍNEZ, “Introducción”, p. 17 y Robert WHEATON, “Observations on the Development of Kinship History, 1942-1985”, Journal of Family History, 12/1-3, 1987, p. 290.

24 Louise A. TILLY, “Women’s History and Family History: Fruitful Collaboration or Missed Connection?”, Journal of Family History, 12/1, 1987, pp. 309-10; Silvia Marina ARROM, “Historia de la Mujer y de la Familia Latinoamericanas”, p. 397; Rayna RAPP; Ellen ROSS y Renate BRIDENTHAL, “Examining Family History”, Feminist Studies, 5/1, 1979, p. 187.

25 Joan KELLY-GADOL, “The Social Relation of the Sexes: Methodological Implications of Women’s History”, Signs, 1/4, 1976, pp. 809-23; Rayna RAPP; Ellen ROSS y Renate BRIDENTHAL, “Examining Family History”.

26 Para una introducción a los dos conceptos, vease Lynne HANEY y Lisa POLLARD, “In a Family Way: Theorizing State and Familial Relations”, en: Lynne HANEY y Lisa POLLARD (comps.), Families of a New World: Gender, Politics, and State Development in Global Context, Nueva York, Routledge, 2003, pp. 1-16. Sara Poggio hace notar el conflicto que había entre feministas estadounidenses de orígen mexicano y las feministas ‘anglosajo-nas’ quienes acusaron a las primeras de ‘familismo’; “Historia de las Chicanas: ¿Chicanas en Qué Historia?”, en: Eugenia RODRÍGUEZ SÁENZ (comp.), Un Siglo de Luchas Femeninas en América Latina, San José, Costa Rica, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002, pp. 41, 46. Joan Kelly exhorta a sus lectores “a extirpar la jerarquía de genero y de sexo totalmente, y con ellas todas las formas de dominación”, incluso la familia, debido al control injusto que ejerce sobre la “sexualidad femenina”; “The Doubled Vision”, p. 223. Después de la muerte de Kelly en 1982, la American Historical Association (AHA), la sociedad de historiadores más grande y

prestigiosa de los Estados Unidos, estableció un premio para honrarla, “The Joan Kelly Memorial Prize”, que se da anualmente al autor del libro de la historia de la mujer “que mejor refleja los altos ideales intelectuales y de estudio ejemplicados en la vida y obra de Joan Kelly”. La autora de The History of the Family and the History of Sexuality, manual  estudiantil sobre la historia de la familia, publicado por la AHA, es Estelle Freedman, profesora de Stanford University, quien se identifica como “outsider” (forastera) en el mundo académico por su condición de “judía, mujer, feminista, y lesbiana”, y como activista “profundamente involucrada” en la campaña para legalizar uniones de personas del mismo sexo; Feminism, Sexuality and Politics: Essays, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2006, pp. 9, 187.

27 En el caso de América del Norte, el movimiento por la transformación del matrimonio y la familia, y el apoyo que recibe por parte de asociaciones legales influyentes, está bien documentado y analizado en Dan CERE, The Future of Family Law: Law and the Marriage Crisis in North America, Nueva York, Council on Family Law, Institute for American Values, 2005.

 

Juan Luis Lorda

Tenemos un formidable patrimonio para estudiar no solo con la devoción arqueológica de quien admira el pasado, sino como inspiración y apoyo ante los nuevos retos en la vida de la Iglesia

Emilio Pfeffer Urquiaga

1.        EL DERECHO A LA INTIMIDAD O PRIVACIDAD

El derecho a la intimidad o privacidad, como así también el derecho al honor y a la propia imagen, son derechos fundamentales de la persona, bienes personales de incuestionable valor, que emanan de la personalidad misma del individuo.

El individuo tiene derecho a exigir su protección en vista a un ejercicio más pleno del derecho a la vida que comprende el derecho a disfrutar de la vida, lo que conlleva el «derecho a ser dejado en paz».

Los derechos íntimos al igual que los deseos y sensibilidades de la gente deben ser respetados. Al igual que su honra e imagen.

Como derechos de la personalidad, la intimidad o privacidad, el honor y la imagen, son valores o derechos fundamentales que sirven de presupuesto para el ejercicio de otros derechos. En tal sentido son esenciales, originarios e innatos, extrapatrimoniales, intransmisibles, oponibles «erga omnes», irrenunciables e imprescriptibles y, en principio, intransferibles.

En una primera época el derecho a la intimidad o privacidad, no se admitía con carácter autónomo. Tal derecho se fundamentaba en el derecho de propiedad, o en la ruptura de la confianza o lealtad. No se reconocía un derecho a la intimidad independiente del derecho a la propiedad. Pero eso no significaba que tal derecho no existiera. Pues la intimidad tiene, en último término, su fundamento en la inviolabilidad de la persona humana: sólo el individuo -se admite- tiene el derecho de hacer públicas cuestiones relativas a su intimidad.

La intimidad o privacidad es un concepto difícil de establecer. No se observa en la doctrina ni en la jurisprudencia una delimitación conceptual precisa y unívoca de este derecho.

Se admite que íntimo es aquello que está lo más adentro posible. Lo que está en el interior del hombre.

En la sociedad de masas aquel núcleo íntimo del individuo se encuentra en jaque o acoso permanente. Ello, fundamentalmente, por el avance vertiginoso de las tecnologías y el desarrollo de los medios de comunicación.

El reconocimiento expreso de la privacidad o intimidad como derecho fundamental consagrado a nivel constitucional resulta tardío, en general, en los ordenamientos jurídicos. Inicialmente se reconocen manifestaciones específicas de la intimidad (inviolabilidad del hogar y de las comunicaciones), pero no existe un explícito reconocimiento del derecho a la intimidad o privacidad.

En la C.E.N.C. el Comisionado Sr. Guzmán manifestó que «el concepto de «vida privada» comprende la «intimidad» o «privacidad», porque ésta envuelve el ámbito de una zona de la vida de la persona que debe quedar precisamente excluida de la noticia o de la invasión externa».

No es posible a priori establecer límites precisos que determinen cuándo se invade la intimidad o privacidad, y cuándo estamos frente a un hecho de la vida pública. Corresponde pues a la jurisprudencia determinar el ámbito exacto de tales esferas en cada caso y según las circunstancias.

No obstante lo señalado algunos criterios se pueden esbozar en esta materia.

Desde luego, la doctrina italiana distingue, usualmente, cuatro posibles esferas del aislamiento (vida privada): 1) la soledad, que entraña la imposibilidad física de contactos materiales: 2) la intimidad, en la que el individuo, sin hallarse aislado, se encuadra en un grupo reducido en el que se dan relaciones especiales, como por ejemplo en el ámbito conyugal y familiar; 3) el anonimato; 4) la reserva, que consiste en la creación de una barrera psicológica frente a las intromisiones no deseadas.

En general se estiman como atentados a la intimidad o privacidad, al menos los siguientes: a) La intromisión en la soledad física que la persona se reserva en el hogar o respecto de sus bienes, por ejemplo, a través de micrófonos o cámaras que se instalan para grabar conversaciones privadas, filmar en su círculo íntimo; b) Al divulgar públicamente hechos privados, aún cuando aquellos no atenten contra el honor o no sean lesivos para la persona; c) La divulgación de hechos deformados o falsos relativos a una persona, por ejemplo cuando se distorsiona la imagen, nombre, voz del individuo con fines comerciales, y d) Al apropiarse indebidamente en provecho propio del nombre o imagen ajenos.

En algunos países se sanciona las violaciones a la vida privada atendiendo al criterio del lugar donde se den los hechos. Otros sancionan según la calidad personal del sujeto, siendo la notoriedad el límite definitivo entre la vida privada y lo público, con la salvedad de los actos que se entrometan en hechos que sean manifiestamente privados (v.gr. espiar relaciones sexuales); los países en que se adopta un sistema mixto no sólo castigan según la consideración al lugar, sino también a la naturaleza del acto.

Tampoco existe acuerdo entre los autores y la jurisprudencia en punto a determinar qué es lo público y qué es lo privado.

La distinción puede formularse a partir de la calidad de la persona. Tratándose de un sujeto público, que ejerce una función pública o está provisto de notoriedad por cualquier causa, resulta indudable que su vida privada es más limitada que una simple persona privada que puede reclamar un grado mayor de intimidad.

Si se atiende al espacio en que se ejecutan ciertos actos o suceden los hechos, lo privado se daría en el interior de una vivienda u otro espacio exclusivo, aunque fuera por tiempo limitado.

Si los actos satisfacen necesidades ajenas, serán públicos, si son propias, serán privados.

En general se considera privados a los hechos que son normalmente desconocidos para terceros ajenos al grupo familiar y no se desea que otros los conozcan, o cuyo conocimiento produce turbación moral en el sujeto, pues daña su pudor o recato.

El fundamento propietario en que inicialmente se fundaba este derecho expresado en el antiguo aforismo inglés «mi domicilio es mi castillo», ha sido hoy abandonado y se le reconoce una configuración autónoma a partir de la cual se admite que cada persona tiene la facultad de decidir hasta qué punto pueden ser comunicados a otros sus pensamientos, sentimientos y emociones.

Se discute si cabe reconocerle intimidad o privacidad a la persona jurídica, porque es obvio que no tiene una vida privada o círculo íntimo que sea objeto de tutela. En realidad lo que puede ocurrir es que se atente contra la intimidad de las personas físicas que forman parte de la persona jurídica.

Particular mención cabe formular en relación al «derecho al olvido» que constituye una manifestación especifica del derecho a la intimidad o privacidad: toda persona tiene derecho a que se olvide su pasado, y como se ha reconocido a que no se narren hechos verdaderos pero del pasado que impliquen escudriñar en su turbia vida íntima o privada.

2.        EL DERECHO AL HONOR

La Constitución no define o conceptualiza el bien jurídico honor. Tampoco lo hace la legislación. Se dice que es un concepto mutable: cambia o evoluciona influido por las nuevas realidades sociales y culturales que imperen en la sociedad.

La valentía o el valor, el crédito, confianza, prestigio, la doncellez, la decencia son algunos elementos que afectándose pueden configurar un atentado al honor de la persona.

Se discute si las personas jurídicas pueden ser titulares de él.

Los vocablos honra y honor no son sinónimos, como quedó de manifiesto en la discusión habida en la C.E.N.C. donde el Comisionado señor Ovalle señaló que «la honra se refiere a la «estima y respeto de la dignidad propia» y el honor es la «cualidad moral que nos lleva al más severo cumplimiento de nuestros deberes respecto del prójimo y de nosotros mismos».

No todos los autores reconocen validez a esa distinción. Para muchos el honor se instala sólo en el ámbito de la subjetividad y, por consiguiente el derecho al honor sólo comprende el sentimiento que tiene el sujeto de su propia dignidad. La dimensión objetiva, es decir, la valoración externa o el aprecio que tiene la sociedad del individuo la denominan «reputación».

En Chile, en general, se reconocen las dos dimensiones tradicionales del honor: 1) el ámbito subjetivo (honor), entendido como la estimación que el sujeto tiene de sí mismo y el ámbito objetivo (honra), es decir la estimación o valoración social que tienen los terceros de las calidades morales de un sujeto determinado [1].

El honor, generalmente, se tutela o protege a través de un sistema represivo donde se establece la responsabilidad civil y penal con carácter ulterior, ello en razón de la naturaleza del bien jurídico tutelado, cuya lesión está típicamente constituida por los actos difamatorios, los cuales son de tracto único o instantáneos, y de intención

trascendente -el animus iniuriandi-, susceptibles de ser, sólo reprimidos y/o rectificados mediante el ejercicio del derecho a réplica.

3.        DERECHO A LA PROPIA IMAGEN

El derecho a la imagen surge vinculado al honor y a la privacidad o intimidad. No obstante que actualmente en el derecho comparado, por regla general, se los trata como derechos independientes: un hecho puede considerarse simultáneamente una intromisión en la intimidad o lesivo del honor y también conculcatorio del derecho a la propia imagen. Por lo tanto debemos entender el derecho a la propia imagen como un derecho personalísimo, independiente de los derechos al honor y a la intimidad o privacidad. La imagen se refiere a un aspecto externo del individuo que se obtiene y reproduce sin su consentimiento. La intimidad o privacidad es la antítesis de esa externalidad.

El derecho a la propia imagen comprende la facultad de proteger la imagen propia a fin de que aquella no se reproduzca, total o parcialmente en forma íntegra o deformada, sin consentimiento de su titular.

4.        PROTECCIÓN NORMATIVA DEL DERECHO A LA INTIMIDAD O PRIVACIDAD, A LA HONRA Y A LA PROPIA IMAGEN

La Constitución de 1980 asegura a todas las personas, el respeto y protección a la vida privada y pública de la persona y de su familia y la inviolabilidad del hogar y de

El vocablo «respeto» es indicativo de la obligación de los terceros en orden a acatar los valores jurídicos «vida privada o pública» u «honra». Mientras que con la expresión «protección» se alude al conjunto de medios (acciones, peticiones o recursos) que el ordenamiento jurídico otorga al titular de esos bienes o valores para defenderlos de modo eficaz y exigir el más íntegro y pronto respeto de ellos.

La normativa internacional tampoco es ajena a estas regulaciones y en algunos casos tutela con mayor precisión y extensión estos bienes jurídicos.

La Declaración Universal de Derechos Humanos (Declaración) dispone que:

«nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia ni de ataques a su honra o a su reputación». Luego agrega que: «toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques» (artículo 12). Una norma similar se contiene en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Públicos (Pacto) (artículo 17), con la salvedad de que aquél hace referencia a «injerencias arbitrarias o ilegales».

La Convención Americana de Derechos Humanos (Convención) (artículo 11) establece que «toda persona tiene derecho al respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad», y reitera que «nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su familia, su domicilio o en su correspondencia ni de ataques ilegales a su honra o reputación».

La Declaración (artículo 19) reconoce que «todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión».

El Pacto (artículo 19) y la Convención (artículo 13) aseguran este derecho en similares términos al expresar que «toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión; este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o por cualquier otro procedimiento de su elección». Como asimismo, que «nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones».

Luego de señalar que su ejercicio «no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las que deben estar expresamente fijadas por la ley» tanto la Convención como el Pacto disponen que el derecho a la libertad de expresión «entraña deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones, las que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para: a) asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás y, b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas».

La Convención (artículo 13) admite, además, otras limitaciones: «los espectáculos públicos pueden ser sometidos por la ley a censura previa con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la adolescencia...». Asimismo garantiza que «no se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios encaminados a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones».

La Convención (artículo 14) reconoce el derecho de rectificación o respuesta al prescribir que «toda persona afectada por informaciones inexactas o agravantes emitidas en su perjuicio a través de medios de difusión legalmente reglamentados y que se dirijan al público, en general, tiene derecho a efectuar por el mismo órgano de difusión su rectificación o respuesta en las condiciones que establezca la ley». La Convención puntualiza que en «ningún caso la rectificación a la respuesta eximirán de las otras responsabilidades legales en que se hubiere incurrido». Como también que «para la efectiva protección de la honra y la reputación, toda publicación, empresa periodística, cinematográfica, de radio o televisión tendrá una persona responsable que no esté protegida por inmunidades ni disponga de fuero especial» [2].

El Pacto (artículo 20) dispone que estará prohibida por ley «toda propaganda en favor de la guerra» y «toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia». Análogo precepto contiene la Convención (artículo 13, Nº 5). Mientras que la Declaración (artículo 7) reconoce el derecho a igual protección «contra toda provocación» a cualquier tipo de discriminación.

En nuestro ordenamiento constitucional el derecho a la propia imagen no aparece expresamente reconocido. Mientras que respecto del derecho a la intimidad sólo se admiten manifestaciones específicas, y sólo por vía interpretativa debemos concluir que la intimidad queda comprendida en la noción de vida privada. Tampoco se reconoce la dimensión objetiva del honor, pues al asegurarse el derecho a la honra, la norma constitucional restringe la tutela a la esfera subjetiva, es decir, a la estimación y valoración que el individuo se tiene de sí mismo.

La normativa internacional antes citada expande el reconocimiento de algunos derechos pero a su vez incurre también en algunas omisiones. El artículo 12 de la Declaración, el artículo 17.1 y 2 del Pacto y los artículos 11 y 13 de la Convención, refuerzan y extienden la garantía constitucional contenida en el artículo 19 Nº 4 de la Constitución, puesto que apuntan a aspectos no abordados por este precepto, como son la garantía explícita de la reputación o aspecto objetivo del honor.

No obstante lo señalado precedentemente se observa una ausencia en cuanto al reconocimiento explícito del derecho a la propia imagen.

5.        Protección efectiva de los derechos a la intimidad o privacidad, al honos y a la propia imagen en relación a la libertad de opinión e información

En general la protección de la intimidad o privacidad, el honor y la imagen es posible concretarla en tres formas: 1) A través de un sistema compensatorio destinado a indemnizar los daños y perjuicios responsabilidad contractual -abuso de confianza o uso indebido de la propia imagen- y extracontractual, en caso de delito o cuasidelito civil; 2) Por medio de una acción reparatoria, destinada a que desaparezca o se rectifique el perjuicio que la acción abusiva provoca (derecho de réplica, opción de formular descargos o retractación pública del ofensor), y 3) el sistema preventivo o represivo que opera para eliminar o suprimir la injerencia indebida lesiva de la intimidad o privacidad, del honor o de la imagen personal que se puede manifestar, en el ámbito judicial preventivamente -medidas cautelares- o represivamente en la búsqueda de una sanción penal. Ninguno de estos mecanismos de protección es excluyente entre sí.

Ya aludimos a la omisión en el reconocimiento del derecho a la propia imagen que se observa tanto en nuestra preceptiva constitucional como en la normativa internacional. Eso puede explicar, más no justificar la debilidad con que nuestros tribunales han brindado protección al derecho a la propia imagen [3].

En cuanto a la tutela efectiva de la vida privada de la persona y de su familia, los tribunales han realizado una interpretación restringida del precepto, y en general han privilegiado en la mayoría de los casos la libertad de expresión por sobre el derecho a la vida privada.

Quizás la excepción la constituyan algunos casos en que los tribunales han intervenido en relación a algunas publicaciones que de haber relatado hechos verdaderos incursionaron en su mayor parte en hechos propios de la vida privada e íntima de las personas allí aludidas. Y que por ende no es lícito a sus autores divulgarlos a terceros al ser lo íntimo no susceptible de ser expuesto a la sociedad sin el consentimiento del afectado. Tal es el caso de los libros Impunidad diplomática, Los secretos de Fra-Fra y El libro negro de la justicia chilena.

En otros países la intimidad o privacidad ha sido tutelada al punto se derogarse algunos tipos penales como el del delito de sodomía o actos sexuales voluntarios cometidos en privado por adultos varones como ocurrió en Canadá. Ello a partir de la afirmación de que dichos actos son propios de la esfera íntima o vida privada de las personas y no corresponde al Estado intrometerse en ese ámbito.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos también ha tenido oportunidad de emitir pronunciamiento en esta materia en el caso Dudgeon. Un homosexual natural de Irlanda que fue trasladado a un recinto policial luego que la policía allanara su domicilio y encontrara documentación personal en que se describían conductas homosexuales y se lo interrogó sobre su vida sexual en función de los documentos pesquisados. El Tribunal consideró que tales actuaciones constituían una intromisión en el derecho del demandante al respeto a su vida privada (que incluye su vida sexual), y dichas actuaciones y la legislación que las permitía afectaba continua y directamente su vida privada. Porque o bien aquél respetaba la ley y se abstenía de llevar a cabo actos sexuales prohibidos -en privado y con compañero masculino que consiente en ellos- o bien realiza dichos actos y se convierte en un sujeto susceptible de sufrir una persecución penal».

Con la lógica anterior el delito de sodomía tipificado en nuestro Código Penal sería, como algunos han sostenido, inconstitucional por cuanto las conductas sexuales forman parte de la vida privada de las personas que garantiza el artículo 19 Nº 4 de la Constitución, el artículo 12 de la Declaración, el artículo 17.1 del Pacto y los artículos 11 y 13 de la Convención.

Con todo deben destacarse las siguientes sentencias:

a)       El sólo hecho de no haberse obtenido la debida autorización para que personal ajeno a las necesidades del examen médico que se ejecutaba ingresara al recinto donde se practicaba y se haya filmado éste, implica una acción ilícita pues contraviene el derecho de toda persona a que se le respete y proteja su privacidad. (C. Suprema, 16 diciembre 1992, R.G.J. Nº 150, pág. 42).

b)       El Servicio de Investigaciones se extralimitó en sus funciones al permitir que personas ajenas a dicho organismo policial tomaran fotografías de simples inculpados como si fueran vulgares delincuentes. Ello implica un vejamen que afecta a la honra y dignidad de los recurrentes. (C. Santiago, 2 junio 1989, R.G.J. Nº 108, pág. 38).

c)       Carece de competencia el Superintendente de AFP para dictar un acto administrativo -«circular»- en cuya virtud exige a las sociedades cuyo objeto sea la administración de fondos de pensiones publicar en sus Memorias Anuales la remuneración total que durante el ejercicio hayan percibido sus quince más altos ejecutivos o asesores, aún cuando no se indiquen nombres. (C. Suprema, 5 junio 1989, R.D.J., T. 86, sec. 5º, pág. 107).

En síntesis, los tribunales sólo han realizado una protección restringida de los derechos al honor y la intimidad y no ha existido garantía del derecho a la propia imagen que haya podido demandarse a través de una vía cautelar como lo es la acción constitucional de protección.

Emilio Pfeffer Urquiaga, en redalyc.org/

Notas:

1 La sentencia dictada en el caso “Impunidad diplomática” admite que el término honra tiene dos acepciones: a) Subjetivo: es el aprecio que cada uno siente por sí mismo, y b) Objetivo: que es la reputación o buena fama que los terceros tienen de uno, amparando la Constitución el segundo aspecto, pues el primero queda en el fuero interno del sujeto, en cambio, el objetivo forma parte de la convivencia social y ésta es la que regula el derecho de toda forma de comunicación privada.( R.G.J. Nº 160, p. 143).

2 La Convención de los Derechos del Niño, señala: «El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por cualquier medio elegido por el niño, siempre que ello no vaya en menoscabo del derecho de otros» (artículo 13). Se asegura igualmente que todo niño o niña tiene derecho a expresar su opinión y a que ésta se tenga en cuenta en todos los asuntos que lo afectan. (artículo 12).

3 Así queda de manifiesto en los siguientes casos:

Recurso de protección Solari con diario La Cuarta. Se publica en la portada la foto de la hija del recurrente en traje de baño en la playa de Reñaca con la siguiente leyenda: “Cada día que pasa se acerca más el frío invierno. He aquí una imagen tanguera para calentar los huesos. ¿Por qué no tenemos verano durante todo el año?”. La Corte sostuvo que el problema consistía «en determinar si los hechos que se desarrollan en lugares públicos o abiertos pueden considerarse como parte de la vida privada de una persona. La respuesta adecuada es negativa porque la circunstancia de que sean realizados en un lugar público está indicando que la presunta afectada no lo considera privado y sobre el particular su voluntad en este punto es decisoria». Como la hija del recurrente se hallaba en la playa, que es un lugar público no es posible concluir que mediante la publicidad se menoscabe la honra de la afectada y su familia. «No se atenta en contra de la vida privada y pública y la honra de la persona y de su familia, con la publicación de un álbum con fotografías y datos de identificación de jugadores de fútbol. (C. Santiago, 2 julio 1984, R.G.J. Nº 49, p. 84).

 

Álvaro Duarte

Prototipos marianos en el Antiguo Testamento

La persona de María, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa del espíritu Santo, es el foco de nuestra atención desde el aspecto de madre y hermana de los pobres. En un vistazo a la Palabra de Dios se puede fijar la atención en el Antiguo Testamento. Si bien no se encuentra un dato mariológico propiamente dicho, existen ciertos elementos que pueden servir de indicio para un desarrollo en el Nuevo Testamento. ya el concilio Vaticano II legitima este proceder de acercamiento al texto bíblico:

La Sagrada escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor. ella misma, bajo esta luz, es insinuada proféticamente en la promesa (ipsal sub hac luce, prophetice adumbratur in promissione) dada a nuestros primeros padres, caídos en pecado, de la victoria sobre la serpiente (cf. Gn 3, 15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel ( Is 7, 14; Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23). ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que esperan con confianza la salvación. En fin, con Ella, excelsa Hija de Sion, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura una nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para, con los misterios de su carne, liberar al hombre del pecado (LG 55).

El pobre

en el Antiguo Testamento el tema del pobre (da/, ‘aní) ocupa un lugar particular y, en cierto sentido paradójico, puesto que, si bien delante de la sociedad en general no son muy tenidos en cuenta, ante los ojos de Dios ocupanun lugar importante. el término “pobre” (‘aní) tiene la connotación de humilde, fiel, y es muy frecuente en los salmos. Muy cercano a esta palabra está el término ‘anawah, anawim que, para algunos autores, puede ser entendido como el plural de ‘aní; ahora bien, el plural propio de este término es ‘anayim. en el Antiguo Testamento la pobreza no aparece como un ideal sino como fruto de la injusticia, y los pobres son vistos de manera especial por parte de Dios.

Los profetas se convierten en los grandes defensores de los pobres, víctimas del comercio fraudulento (Am 8, 5-6; Os 12, 8), de la ambición de tierras (Mi 2, 2; Is 5,8), del abuso del poder (Am 5, 7; Jr 22, 13-17). Con frecuencia la actitud del pobre frente a Dios es de humildad (So 2, 3), de temor de Dios (Pr 15, 33; Pr 22, 4), de fidelidad (Si 45, 4). Los que tienen estas disposiciones y oran confiadamente al Señor son llamados los “pobres del Señor” (‘anawim Yhvh, cfr. Sal 74, 19; Sal 149, 4-5), casi a manera de una congregación de fieles humildes. En algunos lugares se mencionan grupos de “pobres”: humillados, desposeídos, esclavizados, marginados (1S 22, 2; Jc 11,3; Sal 12). En algunos casos el grupo se identifica con todo Israel (Sal 72, 2; Sal 74, 19; Sal 147, 6; Sal 149, 4; cfr. Is 49, 13), o con una determinado estrato en Israel. La expresión ‘aniyé ‘em o ‘anawé ‘em se refiere con frecuencia al pueblo o a un grupo de explotados y perseguidos (Sal 9; Sal 10; Sal 25; Sal 34; Sal 37; Sal 69; Sal 72; Sal 109).

Desde aquí, a manera de prototipos de María pobre, se pueden considerar algunos textos veterotestamentarios:

Prototipos de María madre y hermana de los pobres

Saldrá una rama del tronco de Jesé [y] un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo [y] de fortaleza, espíritu de ciencia [y] de temor del Señor [-y] lo inspirará el temor del Señor. Él no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles [y] decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas (Is 11, 1-5).

La mención del “retoño de un tronco” de donde vendrá el ungido (Mesías) por el espíritu de Dios así como la presentación del ungido humilde y bondadoso, es una referencia al “tronco”, al árbol cortado, figura que trae ciertamente connotaciones de humildad y que, en alguna forma llevan a pensar en María.

El tema del oráculo de la “almah” (Is 7, 14) que será citado más adelante, habla igualmente de la virginidad, realidad que, en el contexto de una cultura que exalta la maternidad, resulta de una gran pobreza para la mujer.

La profecía de Miqueas resalta la pequeñez de Belén, lugar en donde María va a dar a luz a su hijo, ofrece igualmente un contexto humilde y pobre: “[y] tú, Belén efratá, la más pequeña entre las ciudades de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial” (Mi 5, 2).

Sara, la mujer de Abraham es avanzada en edad y sin hijos. Frente a la maternidad se siente desdichada y desamparada: “¿Tendré un hijo a esta edad avanzada y siendo viejo mi esposo?” (Gn 18, 12), palabra que recuerda la situación de María ante el anuncio del ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34).

Es dramático también el caso de Ana, que como Sara, se siente desconsolada por no tener hijos:

Entonces Ana oró, diciendo: Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe; él es quien pesa las acciones. Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; 1os hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. el Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria; pues del Señor son los pilares de la tierra, y sobre ellos afianzó el orbe. Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas, porque el hombre no triunfa por su fuerza. eI Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da fuerza a su Rey, exalta el poder de su Ungido (1S 2, 1-10).

San Lucas tiene en su mente la oración de Ana al escribir el Magnificat, puesto que la figura de Ana, mujer llena de fe, de humildad y de confianza en Dios, aparece como alguien muy pobre según su contexto cultural porque no tiene hijos. Es claro que el cántico de Ana sirvió de base a san Lucas para el cántico del Magnificat.

También se encuentra el caso de Judit, quien es una mujer viuda, y como tal, pobre e indefensa, pero toma conciencia de una misión muy importante frente al pueblo, la derrota del poderoso y el triunfo de los humildes y desvalidos:

Tú has hecho el pasado, el presente [y] el porvenir; Tú decides los acontecimientos presentes [y] futuros, [y] solo [se] realiza lo que Tú [has] dispuesto. Las [cosas] que Tú has ordenado se presentan [y] exclaman: “¡Aquí estamos!”. Porque Tú preparas todos tus caminos, [y] tus juicios están previstos de antemano. Mira que los asirios, colmados de poderío, se glorían de sus caballos [y] sus jinetes, [se] enorgullecen del vigor de sus soldados, confían en sus escudos [y] sus lanzas, en sus arcos [y] sus ondas, [y] no reconocen que Tú eres el Señor, el que pone fin [a] las guerras. ¡Tu Nombre es Señor! Quebranta [-] su fuerza con tu poder, aplasta su poderío con tu ira, porque [se] han propuesto profanar tu Santuario, manchar la Morada donde habita la Gloria de tu Nombre, [y] derribar tu altar [a] golpes de hierro. Mira su arrogancia, descarga tu indignación sobre [sus] cabezas: concédeme, aunque no soy más que una viuda, la fuerza para cumplir mi cometido. Por medio de mis palabras seductoras castiga al esclavo junto con su jefe [y] al jefe junto con [su] esclavo. ¡Abate [su] soberbia por la mano de una mujer! Porque tu fuerza no [está] en el número ni tu dominio en los fuertes, sino que Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados [y] el salvador de los desesperados. ¡Sí, Dios de mi padre [y] Dios de la herencia de Israel, Soberano del cielo y de la tierra, Creador de las aguas [y] rey de toda la creación: escucha mi plegaria! que mi palabra seductora se convierta en herida mortal para los que han maquinado un plan siniestro contra tu Alianza [y] tu Santa Morada, la cumbre de Sion [y] la Casa que es posesión de tus hijos. ¡Que toda tu nación [y] cada una de sus tribus reconozcan que Tú eres Dios, el Dios de toda fuerza [y] de lodo poder, [y] que no hay otro protector fuera de ti para la estirpe de Israel! (Jdt 9,5-14).

El caso de la reina ester es el de una mujer que representa a su pueblo humillado, abatido y amenazado de muerte. Con temor ella se aproxima al rey con el fin de hacer un acto de intercesión pero, por el mismo temor, cae desmayada. Una vez el rey la reanima ella insiste en su misión y, en su calidad de madre que se preocupa por el bien de sus hijos logra su cometido: el rey tendió hacia ester el cetro de oro. ella se levantó, permaneció de pie en presencia del rey y dijo: “Si al rey le parece bien y quiere hacerme un favor, si lo juzga conveniente y está contento conmigo, haga revocar por escrito los documentos que Amán, hijo de Hamdatá, de Agag, concibió [y] escribió para eliminar [a] los judíos de todas las provincias del Rey. ¿Cómo podré resistir, al ver la desgracia que [se] abatirá sobre mi pueblo? ¿Cómo podré ser testigo de la desaparición de mi estirpe?” (Est 8, 4-6).

Hija de Sion

Los textos sobre la hija de Sion, si bien se refieren a Jerusalén, han recibido una impostación mariana. En el texto de Miqueas la hija de Sion se queja y gime porque le ha llegado el momento del parto, sería un prototipo de los dolores de María:

Quéjate [y] gime, hija de Sion, [como] mujer que está de parto, porque ahora saldrás de la ciudad [y] morarás en el campo […]. Levántate y trilla, hija de Sion, porque haré tu cuerno como de hierro [y] tus uñas de bronce: desmenuzarás a muchos pueblos, [y] consagrarás al Señor su botín, [ y] sus riquezas al Señor de la tierra (Mi, 4, 10-13).

El texto de Sofonías alude al hecho de la maternidad, pues el rey de Israel se encuentra en su seno:

¡Alégrate, hija de Sion; da gritos de alegría, Israel! ¡Alégrate, hija de Jerusalén! el Señor es el Rey de Israel en ti. ¡No temas […] Sion! en tu seno está el Señor, tu Dios, el héroe, el Salvador. Él se llamará “yahveh salva” (So 3, 14-17).        

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.. (Lc 1, 28-32)

En Zacarías, desde otra perspectiva, la humildad es del rey humilde, que hace humilde también a la hija de Sion: “¡Alégrate sobremanera, hija de Sion; grita de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey, justo [y] victorioso, humilde […]. Proclamará la paz a las naciones” (Za 2, 14; Za 9, 9-10).

San Marcos

Aunque la perspectiva de los evangelios se centra en Jesús, sin embargo, es posible rastrear aquello que se refiere a la persona de María. San Marcos presenta la figura más antigua de María que puede rastrearse en los Evangelios. Él no habla de la infancia de Jesús sino que inicia con la presentación del Mesías (ungido), el Hijo de Dios (Mc 1, 1). María aparece ya en la vida pública de Jesús. Uno de los pasajes centrales es el siguiente:

Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le mandaron llamar. Se había sentado gente a su alrededor y le dicen: “Mira, tu madre y tus hermanos te buscan allí fuera”. Él replicó: “¿quién es mi madre y mis hermanos?”. y mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo: “Aquí tienen a mi madre y mis hermanos. el que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,31-35).

Estas palabras, en alguna forma, pudieron causar cierto efecto negativo en el corazón de María; si bien representan un elogio por ser ella modelo de cumplimiento de la voluntad del Padre, a la larga es claro que hay una gran novedad con relación a la nueva familia de Jesús en la cual se superan los nexos de sangre para pasar al plano de la fe. Desde esta perspectiva, hay diversas “madres” para Jesús, aquellas que hacen la voluntad de Dios.

Hay otro texto en San Marcos que representa un puesto muy especial con relación a la persona de María:

[Se] marchó de allí [y] fue a su tierra, [y] le siguieron sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso [a] enseñar en la sinagoga, [y] los muchos que le oían se admiraban diciendo: « ¿De dónde le viene esto? ¿y qué sabiduría [es] esta que se le ha dado? ¿y tales milagros hechos por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María [y] hermano de Santiago [y] José [y] Judas [y] Simón? ¿[y] no están sus hermanos aquí con nosotros? y se escandalizaron de él (Mc 6, 1-3).

este pasaje es el inicio de una confabulación en contra de Jesús, lo cual, de igual manera es origen de preocupaciones y de dolor para la madre que sufre el rechazo que algunos dirigen a su Hijo. Este es un mérito especial del evangelio según san Marcos, pues se lleva la gloria de ser el único texto que llama a Jesús “el hijo de María”, algo muy extraño en el ámbito judío de la época, donde todo hombre era nombrado a partir del nombre de su padre.

El rechazo a Jesús es uno de los grandes motivos que causan dolor y sufrimiento a María: “[Se] enteraron sus parientes [y] fueron [a] hacerse cargo de él, pues decían: ‘está fuera de sí’” (Mc 3, 20-21). en este punto es claro que llaman loco a Jesús. San Marcos registra otra de las acusaciones que hacen sufrir mucho a María: “está poseído por un espíritu inmundo” (Mc 3,22).

San Mateo

San Mateo aporta otros elementos para considerar la figura de María, los cuales resultan interesantes desde la perspectiva que hemos tomado. San Mateo habla de la genealogía y de la infancia de Jesús.

En cuanto a la genealogía, inicia con una presentación clara: Jesús es el Mesías (ungido), hijo de David, hijo de Abraham. Cuando la genealogía menciona a una mujer se afirma que determinado varón engendró de una mujer a susodicho, de tal forma que “Judá engendró de Tamar a Fares; David engendró de la que fue mujer de Urías a Salomón” (Gn 38, 29). en el caso de María se dice solamente que “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús” (Mt 1, 16). San Mateo aporta el nombre de José, el esposo de María, quien “era justo” (Mt 1,19). La filiación davídica viene a través de José.

estando reunidos los fariseos le propuso Jesús esta cuestión: “¿qué piensan ustedes acerca del Mesías? ¿De quién es Hijo?” Dícenle: “De David”. Replicó: “Pues ¿cómo David, movido por el espíritu le llama Señor, cuando dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?’” (Sal 110, 1). Si, pues David le llama Señor, cómo puede ser Hijo suyo?” (Mt 22, 42-45).

María es madre del Hijo de David y del Hijo de Dios, gran misterio que le aporta tanto alegrías como sufrimientos.

Virginidad de María

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José [y], cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo [y] no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del espíritu Santo. ella dará [a] luz un hijo, [a] quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará [a] su Pueblo de [todos] sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el profeta: “La Virgen [(parthenós)] concebirá [y] dará a luz un hijo [a] quien pondrán el nombre de Emanuel”, [(que traducido significa)]: “Dios con nosotros”, “Al despertar, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: llevó [a] María [a] su casa, [y] sin que hubieran hecho vida en común, ella dio [a] luz un hijo, [y] él le puso el nombre de Jesús (Mt 1, 18-25).

Tomando en cuenta el evangelio según san Mateo, se puede considerar esta realidad inserta en el contexto bíblico. La misión fundamental de la mujer en la Biblia es la maternidad. La mujer puede estar casada (por ejemplo Sara, Ana), puede llegar a tener siete maridos, como Sara, la mujer de Tobías (Tb 3, 7-10), pero si no tiene hijos su vida carece de sentido. En este sentido la virginidad constituye un factor contrario a la vocación original de la mujer, destinada a prolongar la vida (eva o Havah es la que engendra la vida): “Por eso el Señor mismo [os] dará un signo. Mirad, la virgen [(almah)] quedará encinta [y] dará [a] luz un hijo, [y] lo llamará con el nombre de emanuel” (Is 7, 14).

En el “oráculo de la Almah” se encuentra esta palabra que significa “doncella”, pero que en el contexto de la época tiene unas connotaciones especiales. Si una mujer queda embarazada fuera del matrimonio corre el riesgo de la lapidación, por lo que el ser “doncella” implica el ser virgen (betulah). La mujer que no puede tener hijos, consecuentemente la virgen, es considerada “pobre”, es menospreciada como alguien que carga con una maldición.

En el pasaje sobre la hija de Jefté también se puede ver la existencia de otra connotación negativa de la virginidad en dicho contexto cultural:

Ella dijo [a su] padre: “que [se me] conceda esta gracia: déjame dos meses para ir [a] vagar por las montañas [y] llorar mi virginidad con mis compañeras”. Él le dijo: “vete”. [Y] la dejó marchar dos meses. Ella se fue con sus compañeras [y] estuvo llorando su virginidad por los montes (Jc 11, 36-38).

En María la virginidad se convierte en un lugar teológico para reafirmar la iniciativa y el poder de Dios en la historia. en la genealogía de Jesús se manifiesta la debilidad de la carne: Tamar, cananea, se disfraza de meretriz para obtener de su suegro la descendencia de su marido difunto; Rahab, la meretriz de Jericó, engendra a Booz: Rut, la moabita, engendra a Obed, abuelo de David. Se trata de extranjeras ajenas al linaje de David, pero son ellas quiens perpetúan su linaje. La maternidad de María se realiza por la fe. Como otros nacimientos admirables en la Biblia, el nacimiento de Jesús es un milagro de Dios por la aceptación de la acción del espíritu Santo en esta creyente.

San Lucas

El inicio del evangelio según san Lucas presenta una introducción que aclara la composición de su texto:

Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente los hechos que han tenido lugar entre nosotros, tal como nos los han transmitido los que presenciaron personalmente desde el comienzo mismo y que fueron hechos servidores del Mensaje, también a mí, que he investigado todo diligentemente desde sus comienzos, me pareció bien escribirlos ordenadamente para ti -ilustre Teófilo-, para que conocieras la certeza de las informaciones que has recibido (Lc 1, 1-4).

San Lucas se refiere a los “que presenciaron personalmente” y recoge estos testimonios en su evangelio. Se dice del evangelio según san Lucas que es el evangelio mariano. en efecto, en su evangelio encontramos datos distintos a los de los otros sinópticos. Dos veces afirma san Lucas que María es virgen (parthenos) (Lc 1, 27) y centra en ella la acción del Padre, del Hijo y del espíritu Santo: “envió Dios al ángel Gabriel [a] una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, [a] una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-28).

La escena del nacimiento de Jesús concentra diversos elementos en la persona de María. Por especiales circunstancias, el censo ordenado por el emperador César Augusto, el niño nace en Belén, esto es, lejos de su hogar de Nazaret, lejos de su casa. San Lucas dice que “dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre [(fatné)]”, (Lc 2, 7), esto es, en circunstancias de extrema pobreza: María pobre, madre del Hijo de Dios, hecho pobre. Vale la pena tener en cuenta que el término fatné tiene unas connotaciones especiales, de artesa.

San Juan

San Marcos registra el nombre de María una sola vez, que es memorable, al llamar a Jesús “el Hijo de María”. San Mateo menciona a María cinco veces. San Lucas lo hace trece veces: doce en su evangelio y una en los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, San Juan no menciona el nombre de María.

“Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: ‘yo soy el pan que ha bajado del cielo’. Y decían: ‘¿No [es] éste Jesús, hijo de José, cuyo padre [y] madre conocemos? ¿[Cómo] puede decir ahora: He bajado del cielo?’” (Jn 6, 42). Agrega san Juan en esa ocasión: “y ni siquiera sus parientes creían en él” (Jn 7, 5).

Solo en dos grandes ocasiones san Juan se refiere a María: en las bodas de Caná y en el Calvario. en las bodas de Caná María interviene ante una situación de necesidad. en esa ocasión los necesitados son los esposos que celebran sus bodas y María interviene con una palabra llena de contenido: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Desde su actitud de solidaridad con el pobre actúa como una madre en dos sentidos. Como madre de Jesús, a pesar de que él le había objetado: ¿qué [nos importa] a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora (Jn 2, 4), pero también asume una actitud maternal frente a la pareja de recién casados que “no tienen vino” (Jn 2, 3). Por la solidaridad de María con los necesitados, Jesús “realizó este primer signo [y] manifestó su gloria, [y] sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 11).

El otro gran momento en que san Juan hace referencia a María es en el Calvario:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de [su[ madre, María, mujer de Cleofás, [y] María Magdalena. Jesús, viendo [a su] madre [y] junto [a] ella al discípulo [a] quien amaba, dice [a su] madre: “Mujer, ahí tienes [a] tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn 19,25-27).

La hora de Jesús y la hora de María, que en Caná no había llegado (Jn 2, 4), ahora se hace presente: la mujer, cuando da [a] luz, está triste porque ha llegado su hora, la del alumbramiento, pero cuando le ha nacido el niño [ya] no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn 16, 21). Es la hora dolorosa de la madre que contempla a su Hijo humillado en la cruz, y que en silencio, desde su corazón ora por su Hijo y por sus hijos adoptivos.

En el momento en que Jesús dice a su discípulo amado (cada uno de los creyentes) “Ahí tienes a tu madre”, María queda constituida como madre de todos aquellos que creen, que sufren, que tienen necesidades.

El Magníficat

Virtudes de María, son las virtudes del pobre (de los anawim Yhvh): Confianza, entrega, humildad, bondad, alegría, solidaridad, silencio, oración; que en alguna forma se encuentran reflejadas en la gran oración mariana: el Magníficat. La oración está inspirada en numerosos pasajes del Antiguo Testamento: 1S 2, 1-11; Ha 3, 18; Jb 12, 19-20; Jb 5, 11-12; Sal 34, 2-3; Sal 119, 9; Sal 103, 1; Sal 89, 11; Sal 107, 9; Sal 34, 10; Sal 98, 3; Sal 22, 9.

El Magníficat hace eco al cántico de Ana, madre de Samuel (1S 2, 1-10), en el cual Dios acaba con aquellos que se creen dioses y oprimen a los demás. En los Evangelios Jesús refleja la misericordia del Padre en su preocupación por los enfermos, los pobres, los endemoniados; como la personificación de Dios tiene preferencia por los pobres, los pequeños y los oprimidos.

el Magníficat inicia de modo muy semejante al cántico que recuerda Ana: “Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios ¡proclama mi alma la grandeza del señor se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador!” (Lc 1, 46-56). en el cántico del Magníficat María asume la perspectiva misericordiosa de Dios con relación a los pobres: “Él hace proezas con su brazo: dispersa [a] los soberbios de corazón, derriba del trono [a] los poderosos [y] enaltece [a] los humildes, [a] los hambrientos los colma de bienes [y a] los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 51-53). Curiosamente, los cantos más fuertes del Antiguo Testamento son atribuidos a mujeres: María (Ex 15, 20-21), Judit (Jdt 16), Débora (Jc 5), Ana (1S 2). el cántico recuerda las grandes acciones de Dios a su pueblo y el postulado de la misericordia: el amor de Dios a los pobres, a los pequeños, a los oprimidos. Así, María es esperanza para los pobres desde su amor de madre: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 50).

María se presenta con mucha humildad, actitud propia del pobre desde el concepto bíblico. el Señor “ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1, 48), afirma, creando una atmósfera de humildad y de misericordia que acompaña todo el cántico, con lo cual se forma un tejido en el que caben los pobres de todos los tiempos. el Magníficat presenta también una visión crítica de la realidad que tiene la sociedad que se centra en sus propios intereses idolátricos, contrastada con la perspectiva de Dios, la cual es inversa a dichos intereses.

En el texto original los verbos del cántico están en pasado (hizo proezas, dispersó, derribó, enalteció, etc.), lo cual implica una conciencia histórica de la acción salvífica de Dios. Desde el pasado María mira el presente como el cumplimiento del plan salvífico de Dios. Es el anuncio de una palabra que ha sido cumplida, lo cual genera un dinamismo profético en María que tiene como efecto en las comunidades una visión esperanzadora y positiva de la realidad. Tiene igualmente este lenguaje una fuerza teologal, pues se percibe la acción histórico-salvífica de Dios, que anuncia la victoria final de su misericordia con los más necesitados.

Es el cántico que brota del corazón de María, aquilatado en la oración y en el silencio contemplativo, lo que mejor demuestra el amor inmenso hacia su Hijo. Es el canto de la madre de misericordia que toca los diversos planos de la historia. es el canto alegre de la esperanza para todos los pobres.

En el Magnificat María no se presenta como una mujer triste u oprimida, sino como una persona llena del espíritu Santo, conocedora de las realidades de los pobres, pero igualmente consciente de la urgencia de una mirada liberadora sobre la realidad. Las advertencias a los soberbios, a los poderosos y a los ricos son una invitación a que todos seamos más humanos, muy humanos; una invitación a la solidaridad de los ricos con los pobres, de los poderosos con los necesitados.

Un modelo acabado del discípulo del Señor: artífice de la ciudad celestial y eterna, pero peregrino que corre hacia la ciudad celestial y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero por encima de todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones (Pablo VI, Marialis cultus, n. 37).

Totalmente dependiente de Dios y orientada por completo hacia Él por el impulso de su fe, María es, al lado de su Hijo, la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. es a ella a quien la Iglesia, que la tiene como madre y como modelo, tiene que dirigir sus miradas para comprender en su totalidad el sentido de su misión (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n. 37).

Conclusión

La consideración bíblica sobre el Magníficat en el contexto actual lleva necesariamente a pensar en la situación de Colombia y de América Latina. en los países en vías de desarrollo, cerca de un ochenta por ciento de la población la constituyen los pobres, los subempleados, los que sobreviven en la calle con el llamado “rebusque”, aquellas personas cuyos ingresos son ínfimos y no pueden tener un nivel de vida decente.

La preocupación de los medios de comunicación se centra con frecuencia en sofismas de distracción: problemas de los políticos, deportes o farándula; a lo que dedican horas y horas de trasmisión, lo cual ni resuelve, ni analiza, ni se preocupa por el alto porcentaje de la población que vive en necesidad. Con frecuencia las ciencias humanas que se preocupan por las minorías se centran en análisis de pequeños grupos o subculturas con resultados que frecuentemente no desbordan los límites áulicos.

La mirada sobre minorías marginadas, sobre desplazados, sobre niños explotados o vejados ha de llevarnos a mirar a María, mujer que vivió la pobreza, que conoció el dolor pero que opta por una transformación a partir de una actitud de respeto y sencillez. Así, su presencia y su obra es una invitación a la solidaridad por parte de los poderosos hacia los pobres.

Los elementos espirituales de oración, de fe, de seguridad en el Señor son enseñanzas que aportan un valor significativo a las demás propuestas que buscan el mejoramiento de las condiciones de la mayor parte de la población. La figura de María no puede dejarnos indiferentes ante la situación del pobre. La palabra “no tienen vino” (o seguridad social, o vivienda, o trabajo, o familias bien constituidas), son ciertamente una invitación para encontrar una salida digna a la situación de la mayor parte de los habitantes de nuestros países.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, [Se] alegra mi espíritu en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí: Su nombre es santo y su misericordia llega [a] sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa [a] los soberbios de corazón, derriba del trono [a] los poderosos y enaltece [a] los humildes, [a] los hambrientos los colma de bienes y [a] los ricos los despide vacíos. Auxilia [a] Israel, su siervo, acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres, [a] favor de Abraham y su descendencia por siempre (Lc 1,46-55).

Álvaro Duarte, en   dialnet.unirioja.es/

Urbano Ferrer Santos

La ‘Dialéctica trascendental’ desemboca en la idea de libertad como desencadenante de una serie causal

Ángela Cabrera

Presentar a María, no de manera aislada, sino perteneciente a la comunidad femenina que ha colaborado en la Historia de   Salvación, dejando   claro que ella, más que profetisa, es Madre del Salvador y Maestra nuestra.

Juan P. Dabdoub

Los retos más importantes de una sociedad solo pueden asumirlos ciudadanos virtuosos, que sepan desentrañar el bien común y luchen por alcanzarlo aun cuando su propio bienestar se vea en riesgo

Juan Carlos García Vicente

El autor, sacerdote, médico y experto en Teología Moral realiza un amplio y documentado recorrido acerca de las elementos que confluyen en la realidad de la eutanasia y las razones que basan la postura contraria a la eliminación de la vida

Juan Fernando Sellés

Solo entendiendo la libertad se puede entender a la persona

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