Guillaume Derville

Cuentan que en una ocasión, san Josemaría Escrivá de Balaguer, después de recordar este texto de la carta a los Efesios (Ef 1, 4): “Elegit nos ante mundi constitutionem ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius”, lo tradujo -por Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mancha en su presencia- y enseguida gritó con aquella voz clara y fuerte que le caracterizaba: “Y no hay más [1]”. San Josemaría expresaba así que el meollo del mensaje que debía proclamar era la llamada universal a la santidad.

Ciertamente, el pueblo de Israel se sabía llamado a la santidad, porque Dios es santo (cfr. Lv 19, 2). Sin embargo, solo después de siglos se abriría el gran camino, con la venida del Mesías y la encarnación del Señor. ¿Cuál es el camino?, preguntó el apóstol Tomás. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida -le respondió Jesús-; nadie va al Padre si no es a través de mí” (Jn 14, 6). Por el bautismo, todo cristiano está llamado a la santidad y al apostolado incorporándose a la vida de Cristo: cada uno y todos los cristianos de todas las épocas. La llamada universal a la santidad, afirmación que es central en el Evangelio, ilumina toda la vida con una luz decisiva. Fue predicada por san Josemaría desde el año 1928, no sin una particular gracia de Dios. El Concilio Vaticano II la proclamó solemnemente: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversa medida de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo [2]”.

1. Solo Dios es Santo

“Tu solus Sanctus, tu solus Dominus, tu solus Altissimus, Iesu Christe, cum Sancto Spiritu: in gloria Dei Patris”: “sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre”. Al proclamar la divinidad de Jesucristo, el Gloria afirma que solo Dios es santo. En estricto rigor, nadie es santo mientras está en la tierra, sino que todos estamos en camino hacia esa santidad que Dios nos quiere comunicar. Jesucristo ha lanzado esta llamada con estas palabras: “Sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Recogiendo esa enseñanza, san Pablo escribe a Timoteo: Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). Perfección, salvación eterna, verdad, estas palabras reconducen todas a Dios, el único tres veces santo según el máximo superlativo hebreo (cfr. Is 6, 3). En este sentido, la santidad es una participación en la vida de Dios. Dios quiere que gocemos de esa santidad. Esto es la obra de Dios, con la correspondencia personal del hombre: “Ciertamente se trata de un objetivo elevado y arduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana [3]”.

En su primera carta a los Tesalonicenses, el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, san Pablo exhorta a aquellos recién convertidos que el Apóstol había empezado a formar y que sufrían la persecución: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Ts 4, 3). Semejante afirmación podría asustar. En conformidad con la doctrina paulina (cfr. Flp 4, 13: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”), san Josemaría, al dibujar este camino hacia la santidad, enseñó a abandonarse en las manos de Dios, sin complicarse. Este abandono filial es fundamental. Jesús lo inculcó a sus discípulos de muchas maneras, por ejemplo con estas palabras encantadoras:

“No estéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con qué os vais a vestir. ¿Es que no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir un solo codo a su estatura? Y sobre el vestir, ¿por qué os preocupáis? Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así pues, no andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mt 6, 25-34).

Cuando hacía ejercicios espirituales en Segovia en octubre de 1932, Josemaría, joven sacerdote, recordó que su confesor le había indicado que se preguntase: “¿Qué grado de perfección me pide Dios? [4]”. D. Álvaro del Portillo comenta esta anotación de los Apuntes Íntimos escribiendo que “el grado de perfección de primera clase, o de segunda, o de tercera” no es cosa que le importe a san Josemaría. “Lo que quiere es hacer en todo la Voluntad del Señor, para que el Señor le lleve a ese nivel de perfección que desea para él: y así, dejándose llevar hasta esa altura -la que sea-, el Padre está contento, porque cumple con la Voluntad de Dios [5]”.

Dios “nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no en razón de nuestras obras, sino por su designio y por la gracia que nos fue concedida por medio de Cristo Jesús desde la eternidad” (2Tm 1, 9). La santidad es participación en la vida misma de Jesucristo. Al injertarnos en la vida del Hijo de Dios que se encarnó para nuestra salvación, no solo llegamos a una perfección moral, sino que, a la vez, participamos del mismo ser de Cristo. Es una realidad ontológica asombrosa que permite a Juan Pablo II afirmar: “Mediante la gracia recibida en el bautismo el hombre participa del eterno nacimiento del Hijo del Padre, puesto que se convierte en hijo adoptivo de Dios: hijo en el Hijo [6]”.

2. ¿Qué es la santidad?

Benedicto XVI enseña que “la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya [7]”. Se puede, por lo tanto, considerar el vocablo “santidad” aplicándolo a la persona humana según tres perspectivas. Por su participación en la naturaleza divina, es santa desde su bautismo [8];  por su obrar recto, tiene una santidad de vida o vida moral santa; la santidad, finalmente, se puede ver como una meta, pues nadie es santo en esta tierra.

Cuando el Señor llamó a sus discípulos a la perfección, no lo hizo de modo vago o simbólico. No se pueden aguar sus palabras. Antes de decirles “Sed vosotros perfectos”, les enseñó el amor a los enemigos: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores” (Mt 5, 44-45). En estas palabras, encontramos muchas luces. Así, por ejemplo:

- la santidad pide cierta heroicidad en el cumplimiento de las virtudes: amar a los enemigos significa estar muy cerca de Dios, saber perdonar y desear redimir el mundo;

- la santidad es la plenitud de la caridad, que es la virtud más grande; san Pablo la llama “la plenitud de la Ley” (Rm 13, 10) y “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Por “vínculo”, san Pablo designa lo que une, como los ligamentos del cuerpo, el hilo de un collar, o una cadena: el amor es el vínculo divino que une a los creyentes y, como dice el Catecismo, “el ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad [9]”. San Josemaría explica así lo que significa la caridad: “Querer alcanzar la santidad -a pesar de los errores y de las miserias personales, que durarán mientras vivamos- significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se entrecruza con la nuestra [10]”. Exclamaba san Josemaría: “Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo. Un escritor del siglo II, Tertuliano, nos ha transmitido el comentario de los paganos, conmovidos al contemplar el porte de los fieles de entonces, tan lleno de atractivo sobrenatural y humano: mirad cómo se aman (Tertuliano, Apologeticus, 39: PL 1, 471), repetían [11]”;

- “para que seáis hijos de vuestro Padre”, dice Jesucristo según el texto de Mateo que estamos comentando: perfección y filiación divina van juntas. En efecto, la santidad no es otra cosa que la plenitud de la filiación divina. Cuanto más creemos y amamos, tanto más somos hijos de Dios en Cristo;

La exigencia de una identificación con Cristo pide conocer su vida: “Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra -obras y dichos de Cristo- no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. -El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida [12]”;

- por esto, la santidad es inseparable de la cruz, que es precisamente cumplir la voluntad de Dios por amor, y conlleva un sufrimiento, sin que falte la alegría.

Por otra parte, Jesucristo ha enseñado el mandamiento del amor. San Juan escribe que “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, que ame también a su hermano” (1 Jn 4, 19-21). Por esto, la llamada universal a la santidad es también llamada al apostolado. El fundamento cristológico de esto es obvio: “No cabe disociar la vida interior y el apostolado, como no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo quiso encarnarse para salvar a los hombres, para hacerlos con Él una sola cosa [13]”. Santidad y apostolado son dos caras de la misma moneda. “Señal evidente de que buscas la santidad es -¡déjame llamarlo así!- el "sano prejuicio psicológico" de pensar habitualmente en los demás, olvidándote de ti mismo, para acercarles a Dios [14]”. En efecto, enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, “la caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino [15]”.

3. Don de Dios y lucha ascética

La santidad se construye en el tiempo mediante una lucha exigente. Lo manifiesta san Pablo con alegría a los filipenses, mediante la imagen del premio en las carreras en el estadio: “No es que ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto, sino que continúo esforzándome por ver si lo alcanzo, puesto que yo mismo he sido alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pienso haberlo conseguido aún; pero, olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús” (Flm 3,1-2.14). San Josemaría insiste en la tenacidad en esa lucha, hasta el final: “La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo- tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la paz, y daremos la paz, y recibiremos el premio eterno [16]”.

El Catecismo enseña que “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cfr. 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: ‘El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce’ (S. Gregorio de Nisa, hom. In Cant. 8) [17]”.

La santidad es, por lo tanto, la obra conjunta de la gracia y de la lucha personal, sabiendo que siempre la gracia precede, acompaña y sigue nuestros esfuerzos. Se entiende que san Josemaría haya incluido en las Preces del Opus Dei una oración que proviene de la liturgia latina; en efecto, la colecta de la Misa del Jueves después de Ceniza en el Misal de Pablo VI, y que es antigua (está también en el Misal de san Pío V, y en el Gregoriano), reza: “Actiones nostras, quæsumus Domine, aspirando præveni and adiuvando prosequere: ut cuncta nostra operatio a te semper incipiat, et per te cœpta finiatur”: “Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente, y tienda siempre a Ti como a su fin”.

La prioridad se ha de dar a la acción de Dios. Glosando las palabras “Opus Dei”, el cardenal Joseph Ratzinger subrayaba que Dios había actuado a través de san Josemaría. Reflexionando entonces sobre la santidad, afirmaba:

“En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad y vocación universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad estaría reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido corregida –y esto me parece un punto central- precisamente por Josemaría Escrivá.

Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de “gimnasta” de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo “heroico” ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.

Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios. Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas.

Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes [18]”.

La santidad se alcanza con la ayuda de Dios “y con una lucha ascética constante [19]”, enseñó siempre san Josemaría. Habla de la “lucha interior [20]” para subrayar que es una lucha contra sí mismo: contra las tentaciones, contra el pecado; a la vez, es la lucha llena de confianza de un hijo de Dios. Por esto, siempre se debe luchar por amor: “Cumples un plan de vida exigente: madrugas, haces oración, frecuentas los Sacramentos, trabajas o estudias mucho, eres sobrio, te mortificas..., ¡pero notas que te falta algo! Lleva a tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad -la lucha para alcanzarla- es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por El, a los demás. Quizá descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega; y, como amas desordenadamente "tu santidad", eres envidioso. Te "sacrificas" en muchos detalles "personales": por eso estás apegado a tu yo, a tu persona y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti [21]”.

Por lo tanto esta lucha es una lucha positiva para quedar muy cerca de Dios, y para crecer en virtudes, haciendo fructificar los talentos que nos ha dado. San Josemaría invitaba a poner al servicio de los demás las facultades que Dios nos ha concedido,  a ayudarlos con todos nuestros talentos: con el genio, con las cualidades científicas, literarias, artísticas, deportivas. Decía que, con defectos que tendremos siempre, hemos de hacernos santos.

Dios puede hacernos santos y a la vez cuenta con el tiempo para todo, pues nos toca ejercer libremente nuestra responsabilidad: Dios quiere que le amemos con plena libertad. San Josemaría fue llamado por Juan Pablo II “el santo de lo ordinario” porque ha proclamado la llamada a la santidad en medio del mundo: para “Monsieur tout le monde”, podríamos decir empleando esta expresión francesa, u otra: “les gens de la rue”, la gente de la calle. Podríamos añadir que el fundador del Opus Dei invitó a descubrir el sentido vocacional de la existencia. Cada persona tiene una vocación, ha de recorrer un camino que Dios dibuja contando con su colaboración; cada uno construye su vocación, también cuando no es consciente de esta realidad y no ha tomado un compromiso formal en este sentido. Esa vocación es a la vez luz y fuerza para ir adelante. El que fue durante decenios secretario de Juan Pablo II cuenta de este papa: “Un día le oí murmurar a voz baja: Opus Dei – donum Dei, que, en polaco, se puede expresar con un juego de palabras: dany  zadany, lo que significa que ‘los dones son al mismo tiempo tareas’ [22]”. En realidad, cualquier cosa que haga el bautizado se hace por Jesucristo nuestro Señor, como reza la liturgia.

Guillaume Derville, en collationes.org/

Notas:

[1] Este recuerdo de Mons. Pedro Rodríguez, es corroborado por Notas de una meditación, 8 de febrero de 1959, Archivo General de la Prelatura, biblioteca, P06, II p. 669.

[2]Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 40; cfr. nn. 39 y 41; Const. Gaudium et spes, nn. 35, 38, 48 etc. Recordamos que LG es de 21 de noviembre de 1964.

[3]San Josemaría, Amigos de Dios, n. 7.

[4]San Josemaría, Apuntes Íntimos, nº 1692 (10 de octubre de 1932), citado por Pedro Rodríguez en Camino, Edición crítico-histórica, Rialp, Madrid 20043, comentario al punto 754, nota 7 p. 865.

[5]Álvaro del Portillo, en ibídem.

[6]Juan Pablo II, Homilía, Norcia, 23 de marzo de 1980.

[7]Benedicto XVI, Audiencia, 13 de abril de 2011.

[8]Cfr. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 40.

[9]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1827.

[10]San Josemaría, Conversaciones, n. 62; cfr. ed. crítico-histórica preparada por José Luis Illanes y Alfredo Méndiz, Rialp, Madrid 2012.

[11]San Josemaría, Amigos de Dios, n. 225.

[12]San Josemaría, Forja, n. 754.

[13]San Josemaría, Es Cristo que pasa, 122.

[14]San Josemaría, Forja, n. 861.

[15]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1827.

[16]San Josemaría, Forja, n. 429.

[17]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2015.

[18]Joseph Ratzinger, Dejar obrar a Dios, artículo publicado en L'Osservatore Romano, con ocasión de la canonización de Josemaría Escrivá, 6 de octubre de 2002.

[19]San Josemaría, Forja, n. 429.

[20]Cfr. San Josemaría, Camino, cap. Lucha interior, nn. 707-733; Es Cristo que pasa, Homilía La lucha interior, nn. 73-82.

[21]San Josemaría, Surco, n. 739.

[22]Cardenal Stanislaw Dziwisz, Dono e compito, en Pontificia Università della Santa Croce. Dono e compito: 25 anni di attività, Silvana Editoriale, Milano 2010, 94.

 

Monseñor Fernando Ocáriz

En este artículo Monseñor Ocáriz, entonces vicario general del Opus Dei, desglosa en que términos se refiere en sus enseñanzas san Josemaría a la universalidad de la Iglesia.

Fernando Retamal F.

I.     Los caminos a la santidad

La organicidad constitutiva del Pueblo de Dios,  es la  que proporciona el espacio adecuado al desarrollo  concreto  de  la  vocación  a  la  santidad en cada  uno de los fieles. "Los  dones  del Espíritu  Santo  son  diversos:  si a unos llama a dar testimonio manifiesto  del anhelo  de la  morada  celestial y a mantenerlo  vivo  en  la  familia  humana,  a  otros  llama  para  que se entreguen al servicio temporal de los hombres y así  preparen  el  material del reino de los cielos" (Gaudium et Spes, 38).

Numerosos Padres, durante el debate en el  aula  conciliar  acerca  de este tema, solicitaron una explícita mención de los ministerios y situaciones más características en la vida de la Iglesia. Ello  originó  finalmente  el  actual Nº 41 de Lumen gentium.

a.           El texto se refiere ante todo  a  los  obispos,  presbíteros  y  diáconos, así  como  a  los  candidatos  que  se  preparan   a  las  Ordenes  sagradas  (25): se compendia en esas breves líneas una permanente  preocupación  de la  Iglesia, que en los años  del  post-Concilio ha conocido abundante floración de documentos e iniciativas.

La exhortación conciliar señala entre las fuentes  de  la  espiritualidad del ministro sagrado, el ejemplo de Jesucristo,  pastor  bueno  que  da  la  vida por sus ovejas, la gracia del sacramento del Orden, las labores ministeriales alimentadas en la contemplación, la comunión jerárquica, especialmente con el propio Obispo. "Recuerden todos los pastores,  que son  ellos los que con su trato y trabajo pastoral diario exponen al mundo  el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano" (Gaudium et Spes, 43 & 5) (26).

Una particular consideración ha de requerir en nuestros días la espiritualidad de los diáconos permanentes, quienes han de compatibilizar su condición canónica y ministerial como clérigos, con situaciones de vida laical, profesional y conyugal, en las que normalmente viven.

>b.            El Concilio se dirige enseguida a aquellos laicos llamados por el obispo para dedicarse completamente -ya sea de manera temporal o definitiva- a las  obras  e  instituciones  de  la  Iglesia,  a  menudo  a  través de una labor profesional especifica. A ellos se refieren también la constitución Gaudium et Spes, 88 & 2 y el decreto Apostolicam actuositatem, 22.

c.            Entre las categorías de  los  fieles  laicos,  siguientes  destinatarios  de la exhortación conciliar, aparecen los esposos y padres  cristianos,  los que viven en estado de viudez o de celibato, los trabajadores, los enfermos, los pobres, los que sufren en cualquier forma y  los perseguidos  por  causa de la justicia: todos ellos son nuevos caminos para las bienaventuranzas evangélicas.

Puede llamar la atención a primera vista el hecho de que no se aluda explícitamente a los laicos en su peculiaridad,  cual  es  la  índole  secular (cf. Lumen gentium, 31). Sin embargo, el párrafo final del    41  nos muestra que son ellos los destinatarios de cuanto se ha expuesto: a ellos corresponde hacer manifiesta a todos,  "incluso  en  su  dedicación  a  las tareas temporales", la caridad con que Dios amó al mundo (cf. también: Gaudium et Spes, 43 & 4).

La caridad -cuya plenitud constituye la santidad- "no hayque buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino ante todo en  la vida ordinaria" (Gaudium et Spes, 38). Es este un camino común en clérigos y laicos, para toda clase de espiritualidades cristianas; con todo, esta exigencia aparece con mayor fuerza en la vocación de los laicos seculares cuya misión -y consiguiente espiritualidad- consiste en impulsar, desde dentro de las realidades temporales, la transformación y consagra­ ción del mundo a Dios (Lumen gentium, 31, 34; Apostolicam actuositatem, especialmente 2 y 4).

El Concilio no ahorra expresiones de categórica condenación a  una falaz dicotomía entre  santidad  y  vida  ordinaria,  de  particular  gravedad  en el caso de los laicos seculares, pues  atenta  contra  la  identidad  misma de su vocación cristiana: "El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos, debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época (... ). No se creen, por  consiguiente,  oposiciones  artificiales  entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa, por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta sobre  todo a  sus  obligaciones  para  con Dios y pone en peligro su eterna salvación"  (Gaudium  et  Spes, 43 & 1).  Entre  los elementos de la  espiritualidad de los laicos seculares se han  de situar, por lo tanto, su competencia profesional, ejercida con sentido cristiano, y el recto juicio de su conciencia debidamente ilustrada (cf. Apostolicam actuositatem, 5).

Las circunstancias concretas en que se desenvuelve su quehacer cotidiano  están  menos estructuradas  y definidas que en el caso de los clérigos  y en el de la vida consagrada, por  lo  mismo  el itinerario  de santificación de los laicos seculares asume peculiar complejidad: ello implica una cons­tante búsqueda en la fe acerca de los llamados de Dios y una ajustada ponderación de lo que el Concilio  ha  llamado "los signos  de los  tiempos", a los cuales la literatura postconciliar ha dado tanto  relieve. Esta  urgencia ha de llevar al laico a alimentarse en las fuentes auténticas de la vida cristiana: "Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien vi­ vimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo  en  todos  los hombres,  próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre" (Apostolicam actuositatem, 4 & 3) (27).

Por su parte los presbíteros han de escuchar a los laicos con disponibilidad y ponderar fraternalmente sus deseos,  reconociendo  la  experiencia y competencia que tengan en los diversos campos  de la  actividad  humana, a fin de descubrir junto con ellos los signos de los tiempos (28). Por lo demás, esta misma actitud forma  parte de la  vocación  del presbítero:  " ...  a la luz de la fe, nutrida por la lección divina, pueden inquirir cuidadosamente los signos de la voluntad de Dios y las mociones de la gracia en los varios acontecimientos de la vida ... " (Presbyterorum ordinis, 18 & 2).

En verdad, en esta búsqueda, tanto de laicos como de clérigos, se  cumple el deber de la Iglesia de "escrutar  a fondo los signos  de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio,  de  forma  que,  acomodándose  a cada generación, pueda r.esponder a los perennes interrogantes de la humanidad" (Gaudium et Spes, 4 & 1). La fe nos indica  que  el  Espíritu  de Dios llena el universo y conduce el itinerario del Pueblo de Dios: los acontecimientos, exigencias y deseos que los cristianos comparten con los demás hombres, se hacen  lenguaje  elocuente  a  los ojos  del que  cree: "La  fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la  entera vocación del hombre" (Gaudium et Spes, 11).

En una época en que la promoción de la mujer constituye un efectivo signo (Ene. Pacem in terris) y suscita actuaciones  de diversa  índole, también en  el seno de la  Iglesia  no  es superfluo  añadir  que  todo cuanto el Vaticano II señala como vocación  del fiel cristiano,  y específicamente del laico secular, ha de aplicarse tanto a varones como a  mujeres, pues todos son uno en Cristo Jesús (cf. Ga 3, 28; Lumen gentium, 32 & 2) (29).

Esta doctrina que hoy nos parece tan evidente y perentoria se fue gestando trabajosamente en los últimos tiempos. Entre sus inspiradores remotos  hay  que mencionar  a San  Francisco  de Sales,  con su "Iniciación a la vida devota", a quien  se  refiere  la  encíclica  Rerum  omnium, de Pío  XI (26 de enero de 1923), mencionada en la nota 4 del capítulo V de Lumen gentium. Un incentivo poderoso  a  la  espiritualidad de los laicos imprimió  el movimiento de la Acción Católica, a partir de la confrontación que debían asumir cotidianamente sus militantes, entre el espíritu del Evangelio y las situaciones de la vida ordinaria.

Es grato recordar asimismo -entre lasdiversas iniciativas suscitadas por la Providencia- la figura de monseñor Josemaría Escrívá de Balaguer, quien, al hacer del trabajo profesional una "Obra de Dios" para miles de laicos, ha contribuido poderosamente a preparar tiempos nuevos para la Iglesia (30).

En el período postconciliar esta conciencia se ha explicitado en múltiples formas de doctrina y de práctica, especialmente en movimientos y asociaciones que surgen en todas partes. Ellos han de ser "verdaderas escuelas de sensibilización y educación en el sacerdocio común de los fie­ les, fundado en la vocación bautismal y  en  la  realización  de  la  misma. Así, los laicos, conscientes de su propia responsabilidad, serán más numerosos para llegar a su plena madurez cristiana y eclesial" (31). "Entre estas asociaciones, señala el Concilio, hay que considerar en primer  lugar las que favorecen y alientan la unidad más intima entre la vida práctica y la f.e de sus miembros" (Apostolicam actuositatem, 19 & 1).

Aquí se  compendia  también  la  insustituible  misión  de  los  pastores  de la Iglesia. El sacerdote es el educador en  la  fe  y  ha  de  procurar  por  si  mismo o por otros que cada uno de  los  fieles  sea  llevado  en  el  Espíritu Santo, a cultivar su  propia  vocación  de  conformidad  con  el  Evangelio,  a una caridad sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos liberó. Las asociaciones, la vida litúrgica y toda la  estructura  eclesiástica  han  de ordenarse a este  proceso  hacia  la  madurez  cristiana  de  los  fieles,  muchos de  los  cuales  son   atraídos   hacia   un   más   alto   grado   de  vida   espiritual ( cf. Presbyterorum ordinis, 6 y 9) (32).

II.   LOS CONCEPTOS EVANGELICOS

El Nº 42, con el que  termina  el capitulo V de Lumen  gentium, se aboca a los diversos medios de santificación:  la Palabra  de Dios, los sacramentos y la Liturgia en general, la oración, la abnegación  de si mismo,  el servicio de los hermanos y el ejercicio de  las  demás  virtudes.  "La  caridad (...  ) rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a  su fin.  De ahi que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo".

Entre dichos medios se sitúan los consejos evangélicos cuyo origen, considerados en sí mismos, proviene de Jesús, el Señor "non praecipiente, sed consulente" (Suárez). Su profesión de manera institucionalizada es camino solamente para los que son llamados a  ella,  si  bien  las  virtudes que fluyen  de tales consejos  son patrimonio  de todos los fieles, y  de alli   se derivan aplicaciones universales para el uso de los asuntos y  de  los bienes temporales, con sobriedad, libertad y  desprendimiento de corazón, con respeto por la naturaleza y fin de cada criatura.

El tema de la vida consagrada ocupó largamente  la  preparación  de estos textos y originó finalmente el capitulo VI de Lumen gentium.

Se ha evitado la terminología de los "estados de perfección" (acqui­ rendae = los religiosos; acquisitae el episcopado) , en boga en los tratadistas anteriores al Vaticano II; se buscó, pues, no inducir al compren­sible error de situar en una perfección o santidad "de segundo orden" a quienes no forman parte de dichos "estados" (33).

Al aprobar las diversas formas institucionalizadas de profesión de los consejos evangélicos, la Iglesia reconoce en ellos la autenticidad de un carisma del Espíritu Santo; por eso, ella protege  y  favorece  la  índole propia de los diversos institutos. Su testimonio de renuncia  al  dinamismo  de los asuntos seculares manifiesta a la faz de todos la dimensión escatológica del Reino, "que no es de este mundo" (Jn 18, 36), tanto más necesaria cuanto es urgente la inserción de los laicos seculares en el dina­ mismo de las realidades terrenas, a modo de fermento evangélico.

Los consejos evangélicos, asumidos establemente con un vinculo ju­ rídico y en una forma aprobada por la Iglesia, tienden a planificar la consagración obrada ya  por el bautismo y a  asemejar  al fiel cristiano que  se adentra por este camino  a la ofrenda  sacrificial  de Cristo al  Padre,  por la salvación  de todos los hombres. "Tal estado,  aun  cuando  no  pertenece  a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible, a su vida y santidad" (Lumen gentium, 44 & 4).

>III.    CONCLUSION

En esta vocación de cada uno y de la Iglesia entera hacia la santidad, aparece la dimensión más exacta del misterio de la salvación en su estadio terreno y la más alta meta a la que puede aspirar el  corazón  del hombre:

"No es intolerable, anacrónico ni imposible el destino que la vida cristiana abre ante nuestros ojos: el de la perfección.  Siempre  anhelada, jamás satisfecha de sí misma aquí en la  tierra;  preocupada siempre de corregirse y, por lo mismo, siempre  humilde, sostenida  por la oración y la  esperanza,  siempre  pronta  a  corresponder  al  llamado y a la ayuda  de  la  gracia,  siempre  dichosa  desde  ahora  en  medio  de las dolorosas circunstancias de nuestra presente condición.

Y la Iglesia con su doctrina -que es la de Cristo; con sus sacramentos- que son los del Espíritu, que es Santo y Santificador; con su autoridad pastoral -que es la de la unidad y de la caridad­ nos asiste y guía, y en cada paso de nuestro cansado caminar nos señala el verdadero rumbo, el de Cristo, Camino, Verdad y Vida" (Paulo VI) (34).

Fernando Retamal F., repositorio.uc.cl/

Notas:

(*) Comunicación   presentada   al   VIU   Simposio    Internacional    de    Teología,    Universidad de  Navarra  (Pamplona,   22-24   abril   de   1987),   sobre  el   tema:  "La   misión   del   laico en la Iglesia y en el mundo".

(25) Al  referirse  a  los  seminaristas  que  se  preparan  al  ministerio  sagrado  (después  de aludir a los diáconos), el texto los llama clérigos,  de  acuerdo  con  la antigua  termino­ logía canónica, actualmente en desuso.

(26) El Concilio dedicó mayor espacio a la espiritualidad sacerdotal, en el decreto Presbyterorum ordinis, especialmente en los nos. 12-21. Entre las múltiples  iniciativas  sus­ citadas en el período postconciliar a c¡ue nos hemos referido en el texto, no podemos silenciar las Epístolas que el Papa Juan Pablo II dirige a  los  presbíteros  del  mundo  entero, cada año con ocasión de Jueves Santo.

(27)   En   la citada alocución  al  Pontificio  Consejo  de  los Laicos,  Juan  Pablo II  ha  reiterado la importancia del magisterio del Vaticano II, para afianzar este elemento  de  santificación: "Es importante nutrirnos con las enseñanzas del Concilio, para  poder  descubrir  la presencia de Cristo en el corazón de todos los hombres, en las  expectativas  de  sus culturas,  en  lo  más  profundo  de  las  necesidades  v  de  las  esperanzas  de  los  pueblos" ( l.c.,  nota  24, col. 2).     ·

(28) Cf. Presbyterorum ordinis, 9 & 2;  Lumen  gentium,  37.  El  Código  ele  Derecho  Ca­ nónico ve en esta actitud  de  los  pastores  un  verdadero  derecho  de  los  fieles:  cf.  c.  212 & l.

(29) En  la  búsqueda  de  adecuados  cauces  de  inserción  y  de  apostolado  para  la  mujer en la vida de la Iglesia, son sugerentes las  palabras  de  Paulo  VI:  "La  evangelizadora sabe que para la mujer, como para todo ser humano, la santidad constituye la promoción más fecunda" S.C. para la Evangelización de los Pueblos ( Comisión Pastoral). Documento: "La función evangelizadora. El papel de la mujer en la evangelización" (19-noviembre-1975: Enchiridion Vaticanum, 5, n9 1574).

(30) "Buscar a Dios en el trabajo de cada día", era el título de  una  simpática  y  profunda reflexión acerca de la espiritualidad  ele  Monseñor  Escrivá  de  Balaguer,  publicada  por el cardenal Albino Luciani, un mes antes de ser  elegido  Papa  Juan  Pablo  I  ( JI Gazzetino, Venezia , 25 luglio 1978).

(31) Carta de la Secretar ía de Estado de Su Santidad a las 26 Asamblea General de  la Conferencia de las Organizaciones Católicas Internacionales: Barcelona, 7-12-noviembre-1985 ( L'Osservatore Romano, edición semanal  en  castellano,  del  2-marzo- 1986, p. 9 (ll 7) .  Allí  mismo  encontramos  esta  significativa  exhortación:  "Estad seguros  de  que  vida  espiritual  y  compromiso  social,  enraizamiento  en   la  comunión de la Iglesia y presencia en el mundo, no  son  realidades  opuestas,  sino  complemen­ tarias e  indisociables,  que  hay  que  vivir  en  su  totalidad,  como  una  doble  exigencia  de la vida cristiana ; sin reducir o excluir una en detrimento de la otra ( ... ). Vuestras estructuras,  programas,  métodos,  deben  ser  como  canales  que  permitan  acoger  mejor y promover vigorosas corrientes  de  santidad.  Vuestras  asociaciones  deben  ayudar  a cada uno de sus miembros a vivir ele modo radical en cristiano  ( . . . ).  Los  tiempos fuertes de renovación de la Iglesia Católica y de contribución  de  los  cristianos  a  la cultura  de  los  pueblos  ¿no  han  sido  aquellos  que  han  visto  surgir  grandes  corrientes y auténticos testimonios de santidad?".

(32) Entre los múltip les llamados del Papa Juan Pablo 11, su mención a las estructuras parro<1uiales les confiere nueva proyección: "La Parroquia es una comunidad cuya finalidad principal es hacer de esa común llamada a la santidad, que nos  llega  de Jesucristo, el camino de cada uno y de todos,  el  camino  de toda  nuestra  vida  y,  a  la  vez, de cada día" ( A la  parroquia  San  José  "al  Trionfale":  Roma,  18  de  enero  de 1981  ( L' Osservatore Romano,  edición   semanal  en   castellano,   del   25-enero-1981, pp. 2. y 12 (38 y 48 ).

(33) Más allá de su tenor doctrinal,  el  texto  de  la  Constitución  en  este  punto  y  su explanación ulterior en el decreto Perfectae caritatis  se  resienten  de  cierta  imprecisión estructural y terminología, que sólo  vendría  a clarificarse  con  la  promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico.

(34) Audiencia general del 14 de julio de 1971  (La Documentation  Catholique,  año  1971, p. 704).

 

Fernando Retamal F.

La vocación universal a la santidad de vida, enseñada por el  Concilio Vaticano II, constituye la síntesis, sencilla y a la vez sublime, de todo su magisterio pastoral, conclusión teórica  y  principio  práctico  de  la  Buena Nueva evangélica aplicada a la vida (1).

Tal llamado fluye de la universal voluntad salvadora de  Dios  (cf. 1Tm 2, 4-6). "Todos  los  hombres  -nos  dice  el  Concilio-  están  llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia el cual caminamos" (Lumen  gentium,  3). La  Iglesia,  nacida del Misterio pascual, es realización en el tiempo del designio salvlfico de Dios. Asi pues, quienes se incorporan a ella por el baustimo, están llamados a hacer realidad y plenitud su vocación cristificante: "Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por  el Señor,  cada  uno por su camino, a la perfección  de aquella  santidad  con la  que  es perfecto el mismo Padre" (Lumen gentium, 11 & 3) (2).

En esta enseñanza advertimos el "nova et vetera"  del  Evangelio  (cf. Mt 13, 52), por la reiteración de una doctrina tradicional en nuevos contextos y más amplias proyecciones.

Nuestra reflexión, como señala su mismo titulo, se  refiere  básica­ mente a lo enseñado por el último Concilio; éste, sin embargo, como floración primaveral, será considerado también en algunas expresiones del magisterio más reciente, que encauzan su germinación "en el campo del padre de familias".

      I.    LA SANTIDAD

Como es bien sabido, el llamado universal a la santidad encuentra su lugar central en la constitución Lumen  gentium,  capítulo  V  (Nos.  39-42), aun cuando emerge también a través de otros momentos del magisterio conciliar, como una vertebración  que le  da  consistencia  y sin  la  cual  no es posible su cabal comprensión (3).

En los textos del Vaticano II no hallamos una explícita definición de "santidad", si bien se dan los elementos que configuran su completa descripción.

Las notas 2 y 4 del texto finalmente promulgado (provenientes de los anteriores Esquemas preparatorios) señalan importantes puntos de refe­ rencia al ser compulsados en sus fuentes. Su contenido fue ampliamente utilizado en la exposición conciliar (4).

En los años siguientes, Paulo VI abordó el tema en la audiencia  general del 14 de junio  de  1972 (5),  señalando  -sobre  la  base  de  S.Th. II-II,  81,8-  que,  si  bien  religión  y  santidad  son  dos  nociones  distintas, no pueden  concebirse  sino  de manera  coincidente (6). Esto  lleva  al Papa a concluir diciendo: "para un cristiano que quiera ser auténtico, la secularización como programa de vida es una conclusión incompleta, por no decir inaceptable" (7).

Juan Pablo 11, a su vez, retornó al tema desde la  fecunda  perspectiva  de su magisterio, en las audiencias generales del 11 y del 18 de  diciembre  de 1985 (8).

La santidad de  Dios  nos  aparece  en  la  dimensión  de  separación  de todo mal moral (exclusión radical del pecado) y en la  de  bondad  absoluta: Dios, infinita bondad  en Si, lo  es también  para  las  criaturas,  en  la  medida  de la capacidad óntica de éstas ("bonum diffusivum  sui").  El  llamado  de Jesús: "Sed perfectos, como  perfecto  es  vuestro  Padre  celestial"  (Mt 5, 48), se refiere a la perfección de Dios en  sentido  moral,  a su santidad  (exclusión del pecado y absoluta afirmación del bien moral), y expresa lo  que  ya enunciaba Lv 19, 2 ("Sed santos, porque santo soy Yo, el Señor, vuestro Dios"), reiterado en 1P 1, 15. La  criatura,  pues,  ha  de  conformar  su voluntad con la ley moral.

En el Antiguo Testamento, tanto antes del pecado original (Gn 2, 16) como después (Ex 20, 1-20), Dios se revela como fuente de esta Ley moral, como la Santidad misma. En el Nuevo Testamento, Jesús revela de manera gradual, pero con toda claridad, una nueva  fase  de  la  santidad  divina:  Dios es Santo, porque es Amor: separación absoluta del mal moral; identificado de manera esencial, absoluta y trascendental,  con  el bien moral en su fuente, que es El mismo.

De esta eterna voluntad del Bien, brota  la  infinita  bondad  de  Dios para sus criaturas, especialmente el hombre: la Providencia, por la cual continúa y sostiene la obra de la creación; la redención y la justificación, por la cual Dios mismo ofrece su propia justicia  en el misterio  de la  cruz  de Cristo y muestra sus entrañas de Padre en las parábolas de la misericordia, especialmente en la del hijo pródigo (Lc 15,11-32) (9).

Cuanto llevamos expuesto nos introduce de manera directa en la enseñanza del Concilio:

Dios mismo, Amor, es origen e iniciador de la santidad a la que nos llama, por la fuerza de su Espíritu, comunicado a  los redimidos  en  virtud en la Pascua de Jesucristo.

La presencia vivificante del Espíritu de Dios hace posible que el amor divino asuma al amor humano (Rm 5, 5) y lo haga vivencia  de caridad: ella es el don primero e imprescindible, vinculo  de perfección y plenitud de la ley, "rige todos los medios de santificación, los informa  y los conduce a su fin. De aquí que la  caridad  para  con Dios y  para  con  el prójimo  sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo" (...). "A ejemplo suyo, el supremo testimonio de amor, al cual son llamados algunos, espe­cialmente ante los perseguidores, es el martirio" (Lumen  gentium  42  && 1-2). "Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de  cualquier estado o condición,  están  llamados  a  la  plenitud  de  la  vida  cristiana  y  a la perfección de la caridad (ibid. 40 && 1-2).

Con estas expresiones, subrayadas por nosotros, el Concilio quiso enseñar "categóricamente" que la meta abierta a todos no es una santidad meramente genérica, sino, incluso, la heroicidad en el seguimiento  de Cristo. Esta aclaración había sido solicitada por numerosos Padres durante el debate en el aula conciliar, temerosos que se presentara un modelo de santidad "de segunda clase" como patrimonio común de los bautizados (10).

       II.   Dimensiones de la santidad cristiana

En la consideración de la santidad, expuesta por el Concilio,  nos es  dado advertir una  doble  dimensión:  cristocéntrica  y  eclesial.  Al  interior  de esta última, nos aparece, además, su connotación escatológica.

      A.    La santidad es cristocéntrica

 

Con diferentes expresiones, los N° 5·39 a 42, que constituyen el capitulo V de Lumen gentium, ahondan en el carácter eminentemente cristo­ céntrico de la santidad. Jesucristo, con el Padre y el Espíritu Santo "es proclamado el único Santo" (Nº 39), "maestro y modelo de  toda  perfección, iniciador y consumador de la santidad de vida". La regeneración bautismal, que hace al hombre verdadero hijo de Dios, partícipe de la naturaleza divina "y por lo mismo realmente santo", es iniciativa divina y no mérito humano. Los bautizados son "seguidores de Cristo" y con la  ayuda  de Dios "han de conservar y perfeccionar  la  santidad  recibida"  (Nº 40) . Los cristianos, pues, son los "de antes conocidos por Dios y destinados a ser conformes  con  la  imagen  de  su  Hijo,  para  que  éste  sea  el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29); por consiguiente "Quien dice que permanece en El, debe andar como El anduvo" 1Jn 2, 6), es decir "guiados por el Espíritu de Dios y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre,  humilde  y  cargado  con  la  cruz, a fin de ser hechos participes de su gloria ... cada  uno según  los dones y funciones que le son propios" (Nº 41). Si bien el testimonio  supremo de amor, que es el martirio, es un don concedido a pocos, todos, sin embargo,  deben  estar  prestos  a  confesar  a  Cristo  delante  de  los hombres y a seguirlo por el camino de la cruz: los diversos medios de santificación, incluida la práctica de los consejos evangélicos, no  tienen  otra  finalidad que reproducir en cada uno la imagen del Hijo (cf. Nº 42). Jesucristo  es, pues, no sólo la causa ejemplar y eficiente de santidad para todos los fieles, sino ante todo causa formal de ella: es el sentido de las expresiones pau­linas "revestirse de Jesucristo" (Ga 3, 27), "ser en Cristo Jesús" (1Co 1, 4.30; 2Co 5, 17, etc.) (11). Las últimas líneas del Nº 40 reiteran a todos los fieles el carácter cristocéntrico de la vocación a la santidad: en cuanto a su entidad  misma ("siguiendo sus (de Cristo) huellas y hechos conformes a su imagen"); en cuanto a su actuar ("obedeciendo en todo a la voluntad del Padre"); en  cuanto  a  su  motivación  más  profunda  ("se  entreguen  con  toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo").

                                                        

       B.    Dimensión eclesial de la santidad

 

En consonancia con los comienzos de la  constitución  Lumen  gentium, el Nº 39 se inicia aludiendo a la "Ecclesia de Trinitate et ad Trinitatem": Cristo, el Hijo de Dios (quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el  único Santo),  amó a  la  Iglesia  como  a su Esposa, entregándose a Sí mismo por ella para hacerla  santa (...) y la  enriqueció  con  el don del Espíritu Santo para gloria de Dios".

La Iglesia es, pues, la  concreción  en  el  tiempo  del  designio  salvador, por el cual Dios ha concebido una humanidad que pueda llamarlo "Padre", porque vive de Cristo, de su Palabra y de su Espíritu.

La eclesiología del Vaticano II es básicamente la de una comunión.

·         La imagen bíblica de la Iglesia, Cuerpo visible de Cristo glorificado, pone  de  manifiesto  la  comunión  de  vida  que  se  da  entre  El,  Cabeza,   y los  miembros.  La  diversidad  de  funciones  y  carismas  expresa  la   riqueza de los dones del Espíritu, el cual produce y urge la caridad, unificando  el Cuerpo por si y con su virtud  y  con  la  conexión  interna  de sus  miembros. "Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El  hasta  el extremo de que Cristo quede formado en ellos" (Lumen gentium, 7).

·         La imagen del Pueblo de Dios, redescubierta por  el  Vaticano  II como fundamental constitutivo eclesiológico, expresa la dimensión comunitaria y a la vez  eminentemente  personal  de  la  nueva  vida  en  Cristo. Las características  ("la  condición  de  este Pueblo")  corresponden  tanto al conjunto del Pueblo de Dios como a cada uno de sus integrantes: la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita  el Espíritu Santo como en un templo. Su ley es el nuevo mandato de amar  como el mismo Cristo nos amó ... y su fin, la dilatación del reino de Dios. Cristo lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad  y como Iglesia fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad de salvación (cf. Lumen gentium, 9). En ella se hallan los medios instituidos por Cristo para aumentar y fortalecer la nueva vida: dichos medios, palabras, sacramentos son patrimonio  de  la  Iglesia,  comunión salvadora en Cristo. Si bien algunos fieles, por el Orden Sagrado quedan constituidos como  ministros,  es todo el Pueblo  de Dios, "jerarquía  y laicado", quien  participa  y es destinatario  de la  regeneración  en  Cristo y de los medios que la distribuyen. Se da además la acción directa del Espíritu, gracias actuales y carismas distribuidos "a cada uno según su beneplácito"   (1Co  12, 11): a  los  pastores  corresponde  discernir   y no absorber, encauzar y no extinguir los dones verdaderos otorgados  para común  edificación  (cf.  Lumen   gentium,  12;   Apostolicam   actuositatem, 3 & 4).

 

"Creemos que la Iglesia es indefectiblemente santa" (Lumen  gentium, 39) y "Madre de Santos" (12): en ella, por notable analogía con el Verbo encarnado, se conjugan la realidad divina, trascendente y la humana, histórica: "... encierra en su propio seno a pecadores y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación , avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (Lumen gentium, 8 & 3).

El fiel cristiano, llamado a la sa ntida d, es el campo donde se  va  realizando concretamente la misión de la Iglesia  de  manera  progresiva  y  donde  hace  su  aparición  la  realidad  del  pecado:  es   menester   no  eludir esta verdad ni escandalizarse , sino hacer de ella un motivo de permanente conversión hacia Aquel que "no conociendo el pecado, vino únicamente  a expiar los pecados del pueblo" (Lumen gentium, 8 & 3) (13).

El conjunto de este Pueblo, pues, y cada uno de sus integrantes  participa en la misión de Cristo, "reino y sacerdotes para Dios su Padre" (Ap 1, 6; Ap 5, 9-10). "El Señor Jesús, a quien el Padre santificó y envió al  mundo  (Jn 10, 36), hace partícipe a todo su Cuerpo místico de  la  unción  del Espíritu con que fue El ungido, pues en él todos los fieles son hechos sacerdocio santo y regio, ofrecen sacrificios espirituales a Dios por Jesu­cristo y pregonan las maravillas de Aquel que de las tinieblas los ha  lla­mado a su luz admirable. No se da, por tanto,  miembro  alguno  que  no tenga parte en la misión de Cristo, sino que cada  uno  debe  santificar  a Jesús en su corazón y dar testimonio de Jesús con espíritu de profecía" (Presbyterorum ordinis, 2 & 1).

Los Nos 10-12 de Lumen gentium se explayan acerca  de la  participación bautismal de todo  fiel  cristiano  en  la  misión  de  Cristo,  en  la  cual el Concilio ha desarrollado una triple dimensión, sacerdotal, profética y real (14). Al interior  de  esta  realidad  bautismal  emerge  el  llamado  universal a la santidad, como floración del germen  que  la  regeneración  en  Cristo  ha obrado en el fiel cristiano. Esto fue el motivo que indujo  a  incluir  al final del Nº 11 el texto que hemos recordado al comenzar  nuestra  reflexión.

La respuesta a dicha vocación, por la identificación que se va realizando con la imagen del Hijo, adquiere también una dimensión evan­gelizadora y unificadora: "... viviendo conforme a la  vocación  con  que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo..." (Ad  gentes, 15 & 2). Esta vida en caridad que  supone  la  santidad  cristiana  ayuda  a  comprobar con gozo la obra del Espíritu fuera de los limites institucionales de la Iglesia Católica: en  los  hermanos  separados:  "los  católicos  reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentran entre nuestros  hermanos  separados. Es justo y saludable reconocer las  riquezas de Cristo y las  obras de virtud  en la vida de otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derra­mamiento de sangre. Dios es siempre  maravilloso  y  digno  de admiración en  sus  obras".  (Unttatis  redintegratio, 4 & 8; cf. 4 & 9;  Lumen   gentium, 8 & 2; 15. Esta caridad asume el dolor de las  divisiones  entre  los  cristianos y, en proceso de continua y humilde conversión, se hace camino para restaurar un dia la plena comunión (cf. Unitatis redintegratio, 6-9).

También este amor de Dios revela que la gracia obra de manera invisible en el corazón de todo hombre de buena voluntad (cf. Hch 10, 34-35): Cristo murió por todos y la revocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la  divina. En consecuencia,  debemos  creer que el Espíritu Santo ofrece a todos  la  posibilidad  de  que,  en  la forma  de sólo Dios conocida, se asocien  al  misterio  pascual"  (Gaudium  et Spes, 22 & 5; cf. Lumen gentium, 16; Ad gentes, 11-12; Nostra Aetate, 2 & 2; passim). La vida de santificación cristiana, al hacerse progresivamente testi­monio de la presencia de Cristo, asume también una proyección evangelizadora (15). La Iglesia crece o sufre detrimento en la medida de la autenticidad de los cristianos con  respecto  a  su  vocación bautismal: "Es tan estrecha la trabazón de los  miembros  de  este  Cuerpo  (cf. Ef 4, 16), que el miembro que no contribuye según su propia  capacidad al aumento del cuerpo, debe reputarse como inútil para la Iglesia y para si mismo" (Apostolicam actuositatem, 2 & 1).

Al interior de esta dimensión eclesial de la santidad, advertimos su connotación escatológica, que fluye  de la  naturaleza  misma  de la  Iglesia. A ella se refiere de modo especial  el  Nº 48 de Lumen  gentium. El  reino  está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor consumará su perfección (cf. Gaudium et Spes, 39). "La plenitud de los tiempos ha llegado y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en este siglo,  pues  la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta". La misma caridad para con Dios y el prójimo constituye el vinculo que une a cuantos son de Cristo  por  poseer  su  Espíritu. Los que peregrinamos en esta tierra dirigimos la mirada a quienes,  hom­bres como nosotros, fueron fiel imagen de Cristo: su vida nos impulsa a buscar con mayor empeño la ciudad futura y a seguir  el camino  más seguro en medio de las vicisitudes de la vida presente. En ellos, Dios mismo manifiesta su presencia y su rostro y nos ofrece un signo de su reino (cf. Lumen gentium 50). Entre todos los bienaventurados brilla con  especial fulgor la Virgen María,  en  quien  la  Iglesia  entera  admira  la  imagen  de lo que ella misma anhela un día llegar a ser. Glorificada en cuerpo y  en alma, la Madre de Dios precede al Pueblo cristiano que peregrina e intercede por sus combates. Ella es signo de esperanza cierta y  de  consuelo, hasta que llegue el día del Señor (Lumen gentium, 68; Sacrosanctum concilium, 103). La Stma. Virgen Maria, por su excepcional unión con Jesucristo, constituirá siempre el modelo más acabado de  toda  santidad  y  la  clave para comprender el misterio de la Iglesia (16).

Esta connotación escatológica aparece también  integrando los caminos a la santidad,  según  las  diferentes  funciones  y  circunstancias  concretas de la vida de los fieles (17) .

        III.   Santidad una y múltiple

La vocación a la santidad, puesto que surge de la regeneración bautismal, forma parte de la condición misma de todo fiel cristiano.

Ha sido uno de los méritos de la eclesiología del Vaticano II el señalar los elementos ontológico-sobrenaturales que son comunes a todos los  fieles, como base para una ulterior consideración de la organicidad  y  jerarquía de funciones en el Pueblo de Dios.

La participación en la misión de Cristo -en su dimensión sacerdotal, profética y real- tiene lugar, pues, en virtud de los sacramentos de la iniciación cristiana, en todo fiel: incorporado a Jesucristo, el  "Santo  de Dios" (cf. Lc 1, 35; Jn 10, 36), queda consagrado a  Dios y ello confiere todo su sentido al sacerdocio común de los bautizados. Dicha participación difiere de manera esencial con aquella otra  que  se  da, también  en  la misión de Cristo, en virtud del sacramento del Orden,  mediante  el  cual quien lo recibe queda unido a Jesucristo-Cabeza de su Iglesia, origen de nueva vida, y por tanto se hace presencia de la capitalidad  de  Cristo, ministro  de  los  sacramentos,  maestro  de  la  Palabra,  pastor  del  Pueblo de Dios.

La vocación a la santidad, por consiguiente, radica en el "esse christianum", común a todos los bautizados, y se ha de actualizar en el "agere christianum", es decir, en la organicidad de las diferentes funciones y circunstancias en que cada  uno  está  concretamente  insertado  en  la  vida de la Iglesia (18). Tal variedad así concebida no implica ninguna imperfección, pues tiene carácter constitutivo  del Pueblo de Dios,  el  cual asume la forma de sociedad humana, orgánica, en su peregrinar terreno.  Aun cuando se dan oficios y vocaciones  objetivamente  superiores  a  otros,  no ha de establecerse comparación alguna entre las personas singulares en cuanto a su personal itinerario hacia la santidad.

Con todo, es cierto que hay condiciones humanas que dificultan enormemente la vida  cristiana,  y  ésta  es  la  situación  de  la  mayor  parte  de  la humanidad contemporánea, sumida en el subdesarrollo económico: es labor de la Iglesia y de sus hijos impulsar el mejoramiento de tales situaciones de vida y de trabajo  que sean  dignas  del hombre  y  hagan  posible en cada uno el logro de la vocación a la cual son llamados.

La santidad, pues, es una en su substancia y múltiple en sus expresiones y en los caminos para alcanzarla, según las legítimas funciones y auténticos carismas que se dan en la Iglesia. Es éste el sentido de la "una sanctitas", que encontramos en los textos conciliares.

La enseñanza del Concilio, al ser suficientemente asimilada por los fieles, habrá de desvirtuar la idea de la santidad  como  manifestación  de  una perfección moral y religiosa  excepcional  e inaccesible  al  común  de los fieles cristianos y no un camino normal ofrecido a todos y exigible a todos, en nombre de la fidelidad a su bautismo. Paulo VI lamentaba en  cierta ocasión: "se ha hecho de la hagiografía, el prototipo  de  la  santidad" (19).

Como corolario de lo que exponemos, llegamos a la explícita y formal enseñanza: "Una misma es la santidad que cultivan,  en  los  múltiples  gé­neros de vida y ocupaciones (...) , todos los que son  guiados  por  el Espíritu  de Dios y (...) siguen a Cristo (...) . Pero cada uno  debe  caminar  sin vacilación por el camino  de  la  fe  viva  que  engendra  la esperanza  y  obra por la caridad, según los dones y funciones que le  son  propios"  (Lumen gentium, 41 & 1; Apostolicam actuositatem, 3 & 2; 4 & 2, etc. (20).

        IV.   Santidad y humanismo

El camino a la santidad asume las características de la ley de la Encarnación, que son las de la Iglesia, excluyendo cualquier falso dualismo: la gratuidad del llamado y del don de Dios; la respuesta personal, libre e insustituible, sustentada con la  ayuda divina.

Esta conjunción de la obra de Dios y de la colaboración  humana  ha  sido reiteradamente expuesta, para repeler tanto alguna larvada reminiscencia pelagiana como  un  nuevo  tipo de quietismo (21). A diferencia  de  la diversidad  de funciones, ministerios  y carismas otorgados "en  la medida del don de Cristo" (Ef 4, 7), que es constitutiva de la Iglesia, la respuesta de cada uno conlleva la posibilidad de imperfección  y  de pecado y significa,  en definitiva, el único elemento diferenciador en la comunión de la  caridad.

Cualquiera sea la historia de  dicha  respuesta  personal,  el  fundamento ontológico de la santidad está presente (la permanencia  del  carácter  bautismal  señala  precisamente  la  gratuidad e irreversibilidad de la Nueva Alianza, obrada por Jesucristo en su sangre) y puede revivir expandiendo su virtualidad. La alusión al pecado personal confiere al  diálogo de la salvación su dramatismo y su esperanza: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20).

La elevación del orden creado es patrimonio de la  doctrina  católica  que, como sabemos, encontró en el Concilio de Trento su acabada expresión dogmática frente a las impugnaciones de los reformadores protestantes. El hombre es capaz de obrar meritoriamente para su justificación, colaborando a la gracia  divina. Si bien  no  es causa  eficiente  de santidad, si es causa dispositiva y meritoria.

"Si se habla de perfección en si misma, la sicologia humana no la rechaza, sino que experimenta hacia ella un  atractivo  especial. El ideal del superhombre dormita en  el  corazón  del  hombre  que  crece"  (Paulo VI) (22).

El hombre, en cuanto unidad  originaria-persona,  conserva  y  enri­ quece su individualidad en el orden de la gracia: sus facultades  humanas  son progresivamente purificadas  de  las  tareas  con  que  el  pecado  las  ata y estimuladas a desplegarse en plenitud de culto a Dios y servicio del prójimo: "El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre" (Gaudium et Spes. 41 & 1). (23). En este camino ascensional el hombre eleva consigo al orden temporal, creando a su alrededor  una  progresiva  liberación  de  las  ataduras  del  pecado en su dimensión social. Es interesante  anotar  que  la  Comisión  redactora de  Lumen  gentium  acordó  -motu  proprio-  añadir  un  breve  enunciado que compendia bien tal  pensamiento:  "...  esta  santidad  suscita  un  nivel de vida más humano, incluso en la sociedad terrena" (Lumen gentium, 40 & 2) (24).

La enunciación de estos temas evocará, sin duda, aquella  bella  sintonía entre la Iglesia y la ciudad  de los hombres "perceptible  sólo  por la fe", que nos ha entregado Gaudium et Spes (N° 5, 40-45), y que tantos ejemplos ha encarnado en la vida de los Santos.

Fernando Retamal F., repositorio.uc.cl/

Notas:

(*) Comunicación   presentada   al   VIU   Simposio    Internacional    de    Teología,    Universidad de  Navarra  (Pamplona,   22-24   abril   de   1987),   sobre  el   tema:  "La   misión   del   laico en la Iglesia y en el mundo".

(1) "Este llamado a la santidad aparece como  objetivo  peou1iarísimo  del  magisterio  del Concilio y como su finalidad última" (Paulo VI: M.P. "Sanctitas clarior" -Prólogo (19-marzo-1969): A.A.S., 61 (Hl69), 149--150).

(2) Esta  enseñanza  es  reiterada  en  diversos  lugares de  la misma  Lumen gentíum:  "Si  bien en la Iglesia  no  todos  van  por  el  mismo  camino,  sin  embargo  todos  están  llamados  a la santidad y han alcanzado idéntica fe  por  la  justicia  de  Dios"  ( n9  32  &  3);  "...  to­ dos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados  por  ella,  están llamados a la santidad" ( nQ 39); "... todos los fieles,  de  cualquier  estado  o  condición, están  llamados   a  la   plenitud   de  la   vida   cristiana   y  a  la   perfección  de   la  caridad" ( nQ 40); "Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado" ( Nos. 42 & 5).

(3) Para el estudio del  "iter"  de  dicho  capítulo  V  de  Lumen  gentium,  a  través  de  los  diversos  Esquemas  y  debates,  puede  verse   nuestro   libro:   "La   igualdad   fundamental de  los  fieles  en  la  Iglesia  según  la  constitución  dogmática  Lumen  gentium",   Anales  de la  Facultad  de  Teología  ( vol.  XXX,  1979),  Santiago  de  Chile,  1980,  pp. 294-331.

(4) La nota  correspondiente  en  los  Esquemas  preparatorios   expresaba:   "Perfectus  est ille, cui nihil in ordine  morali  deest;  cuius  plenitudinis Deus ipse est exemplar Cf. Iac. 1,4: "ut sitis perlecti et integri, in  nullo  deficientes"; ib. 3,2. -Aparecían ense­ guida  las  referencias  a  Didaché,  1,4  et  6,2:  Funk,  Patres  Apostolici,  p.  4  et  16  y S. Ignatius M., Ad Eph, 15,2: Funk, p. 224 ( ambas referencias fueron omitidas en el texto final). "Secundum Origenem, Comm. Rom. 7,7: PG 14,1124 A, perlectio est similitudo cum Christo, quando quis" se per omnia Verbo ac Sapientiae Dei ita  coaptavit,  ut  in nullo prorsus ab eius similitudine decolor haberetur. "Secundum Ps. -Macarium, De Oratione, 11: PG 34,861, perfectio, qua significatur plena et absoluta puritas a malis affectibus   per   participationem  boni   Spiritus,  omnibus   a   Domino   praec1pih1r.  Pro S. Thoma, Summa Theol. ll-II-q. 184,a.3, perfectio per se  et  essentialiter  consistit  in caritate, qua secundum totam suam plenitudinem est de praecepto". La Nota continuaba citando textualmente algunas enseñanzas acerca  de  la  vocación universal a la santidad: pasaron al texto final ( Nota 4) dos referencias a encíclicas de Pío  XI  v  se  omitió  una  citación  de  S.  Francisco  de  Sales:  Introduction  a  la  vie dévote, L. Í, c. 3.

(5)  La   Documentation   Catholique,  año   1972,   pp.   609-610.   La   traducción   es   nuestra, al igual que en las restantes citas que provienen ele esta publicación.

(6)  Enseña  el  doctor  Angélico  que  su   significado   etimológico   griego   revela   tanto   un signo  de  pureza  ( =  "a-gios" =  sin  tierra)  como  de  firmeza  ( lo   que,  defendido  por las  leyes,  no  debe  violarse,  de  donde  deriva  el  "santitum",  latino).  Según   los   latinos, lo "santo"  pertenece  a  la  pureza  ( "sanguine  tinctus",  pues  -anota  S.  Isidoro  de  Se­ villa-  la  sangre  de  la   víctima   era   purificación   para   quienes   se   asperjaban   con   ella ( Etimologías ). Ambos significados,  sigue  diciendo  el  Angélico,  convienen  a  la  religión:  lo  que  se aplica al culto divino ha de ser santo; la pureza es necesaria para que el espíriru del hombre se consagre a Dios ( cf. Hb  12,14:  "cultivad ...  la  santidad,  sin  la  cual nadie verá a Dios"). La firmeza, a su vez, halla en  Dios  su  soporte  definitivo,  en cuanto es primer principio, al cual el hombre ha de adherir establemente ( cf. Rm 8, 38-39: "ni la muerte ni la vida...  podrá separarnos del  amor de  Dios  (manifestado) en Cristo Jesús"). Ambos conceptos,  asimismo,  convienen  a  la santidad,  por  la  cual el hombre se consagra a Dios. "Unde -concluye Sto. Tomás- sanctitas non differt a religione secundum essentiam, sed solum ratione. Nam religio dicitur secundum quod exhibet Deo debitum famulatum in his quae pertinent specialiter ad cultum  divinum, sicut in sacrificiis, oblationibus et alia huiusmodi; sanctitas autem dicitur  secundum quod horno non solum haec, sed aliarum virtutum opera refert in Deum, ve! secundum quod horno se disponit per bona opera ad cultum divinum" ( l.c.). Es claro que el doctor Angélico  no  se  refiere  aquí  a  la  santidad  originada por  la infusión de la  gracia  santificante,  sino  a  aquella  en  cuanto  es  una  virtud  que  observa lo que es debido a Dios y así se ordena a su culto.

(7) Ibid. ( ( Nota 5). Esta referencia a la citada enseñanza de Santo Tomás la encontramos reiterada en diversos momentos del magisterio de Paulo VI; por primera vez,  en  la  audiencia general del 7 de julio de 19,65: allí, después de referirse a la santidad  como "estado  de  integridad,  originado  por  la  gracia,   que   permite   llamar  'santos'  a   todos los bautizados que  permanecen  fieles  a  su  vocación  cristiana",  señala  que  también puede abarcar: "una  actitud  moral  que  tiende  siempre  a  mayor  perfección,  en  bús­queda de una  conformidad  en  continuo  crecimiento  con  el  querer  de  Dios  e  incluso con la santidad de Dios". Después de aludir a la doctrina del Angélico, que ya hemos mencionado en la Nota precedente, concluye que la  santidad  "si  bien  es  algo  muy elevado, es también para todo cristiano, siempre imperiosa, siempre posible" ( cf. La Documentation Catholique, año 1965, cols. 1348-1349).  Nuevamente  aludirá  al  citado texto de  la  Suma  Teológica,  al  referirse  a  la  santidad  constitutiva  de  la  Iglesia:  "ella es sagrada y siempre religiosamente ordenada al  culto  divino  y  al  respeto  de  la  vo­ luntad de Dios" ( audiencia general del 4 de noviembre de 1972: La Documentation Catholique, afio 1972, p. 1003).

(8) Gf. L'Osservatore Romano, edición semanal en castellano: 15-diciembre-1985, pp. 3-4 (759-760); 22-dioiembre-1985, p. 3 (771).

(9) En la exposición  de  su  enseñanza,  Juan  Pablo  lI  basa  su  argumentación  en  las  teo­ fanías del Antiguo Testame nto, que en el fue go y el  resplandor  manifiestan  la  sepa­ ración y a la vez la irradiación del "Santo", inaccesibilidad  y  atracción  que  en  la  revelación  de  Dios  en  su  Hijo  Jesucristo  asumen  características  propias,  en  sintonía con el "hecho nuevo" de la Cruz.

(10) Cf. Gaudium et S pe s,  38.  Son  muy  numerosos  los textos  del  Vaticano  II  que  se refieren a la caridad  como  presencia  vivificadora  del  Espíritu  en  la  vida  de  la  Iglesia y de los cristianos, como puede  verse  en  cualquiera  de  los  buenos  Índices  temáticos del Concilio.

       Esta enseñanza  la  encontramos  asimismo  con  frecuencia  en  el  magisterio  de  Pablo VI: "El  amor  humano,  animado  por  el  amor  divino  que  es  la  caridad,  posee  el secreto de  la  perfección.  El  primero  y  más  grande  precepto  de  Cri sto  es  amar  a Dios y amar al prójimo (of. Mt. 22,38; S .Th. II-II, 184,2).  Es  la  santidad  que  el Evangelio nos enseña y hace posible": audiencia general del 9 de julio de 1975 (La Documentation Cath olique, año Hl75, p. 703. S.C. pro Clericis: Directorium cate­ chisticum generale ( 11-apr.-1971), n9 64 ( A.A.S. , 64 ( 1972), pp. 136-137 ). En la relación correspondiente al n9 50 de Lumen gentium del último Esquema preparatorio, se señalaba concretamente: De caritate heroica. Sermo  est  de  caritatis  aliarumque  virtutum  heroico  exercitio quod consistit in fideli, iugi et constanti proprii status munerum et  officiorum  per­ functione (Cf. Benedictus XV, Decretum  approbationis  virtutum  in  Causa  beatificationis et canonizationis Servi Dei Joannis Nepomuceni Neumann, Episcopi Philadel­ phiensis ( ... ), A.A.S., 14 ( 1922 ), p. 23 ( siguen otras citas de documentos). Caritatem theologicam  in  virtutum  christianarum  exercitio  singulare  prorsus  et praeeminens habere momenh1m  ( ideoque  circa  ipsam  in  Causis  beatificationis  et canonizationis prae  ceteris  omnibus  esse  investigandum)  egregie  explicat   PROSPER   LAMBERTINI ( Benedictus XIV) qui a pluribus  Summis  Pontificibus  "Magister"  hac  in  re  est appellatus ... Hay que notar que en el texto finalmente promulgado de dicho nQ 50  se  omitió  la mención expresa de la caridad, aludiendo sólo al "praeclarum virtutum christianarum exercitium ... ".

(11) Juan Pablo  H  ha  retomado  esta  enseñanza,  refiriéndola  a Jesucristo,  dador  del  Espíritu Santo, signo mesiánico evidenciado en el bautismo en el Jordán y en el misterio pascual: "En este signo,  el  mismo  Jesucristo,  lleno  de  poder  y  de  Espíritu  Santo,  se ha revelado como causa de nuestra santjdad, el Cordero de Dios'' ( 18-enero-1981): L'Osservatore Romano, edición semanal en castellano 25-enero-1981, p. 12 ( 48 ); Endel. "Dominum et vivificantem" ( 18-mayo-1986 ). nos. 19-24.

(12)  "La  Iglesia  es  un  rayo  de  luz  celestial  proyectado  sobre  el  mundo.  Ella  es,  pues, santa en  el  plan  de  Dios  y  en  la  economía  de  gracia  de  la  cual  está  revestida.  Ella es la  "Santa  Iglesia"  y  eso  debería  bastarnos  para  buscar  la  idea  primigenia,  la imagen ideal en su patria de origen y  en  su  patria  final,  que  es  Dios  creador,  Dios  amor y para asociar  la santidad  de  la Iglesia  a  la  belleza  con  la  cual  ella se identifica, la  más  grande   belleza   que   pueda   reflejarse   en   el  rostro   de   la   humanidad   ( ... ). ¿Qué es la belleza, sino una revelación del Espíritu? ¿Y dónde encontraremos esta revelación de  manera  más intuitiva  y beatificante que en la humanidad  hecha Cuerpo de Cristo y Templo del  Espíritu  Santo?"  (Paulo  VI:  audiencia  general  del  20  de octubre de 1971 “La Docum entation Catholique”, año 1971, p. 1006).

(13) Acerca del pecado en la Iglesia: cf. Gaudium et Spes, 43 & 6; Unitatis redintegratio, 4 & 6. En medio de  un  clima  de  contestación  en  la  Iglesia,  después  del  Vaticano  II,  Paulo VI se esforzaba por descubrir en  su  raíz  -aunque  no  siempre  la  hubiera  en  sus  actitudes  concretas-  una  vaga  aspiración  a  la  autenticidad  cristiana,   "sin   confun­dirla con un compromiso instintivo con la nueva mitología  de  un  humanismo  económico, erótico y revolucionario" (audiencia general del 20  de  octubre  de  1971,  l. c. (nota 12). El mismo Papa añadía que una cosa es la  debilidad  inherente  a  todo  ser humano o la falta de formación espiritual , frente a las cuales Jesucristo y  su  Iglesia exhiben entrañas de misericordia, y otra, la mediocridad de vida, consciente y  responsable, en nombre de la libertad del Evangelio. Se trata en este caso de un conformismo que busca vivir de apariencias, no de autenticidad humana y cristiana,  y terminaba preguntándose: "¿No es esto vaciar la Cruz de su cristianismo?" ( audiencia general  del  14  de  junio  de  1972 “La  Dommentation  Catholique”,  año  1972, pp. 609--610 ).

(14) Los citados nos.  10-12  de  Lumen  gentium  en  realidad  desarrollan  la  participación  en la dimensión  sacerdotal  y  profética  de  los  bautizados  en  la  misión  de  Cristo.  Por  una sistematización que no  ha  dejado  de  suscitar  alguna  perplejidad,  la  participación  en la dimensión real ( especialmente por la vida en caridad y por  las obras  de  apos­tolado) aparece expuesta en  el  capítulo  IV  de  la  misma  Constitución,  a  propósito  de los laicos.

(15) Cf. Paulo VI: Exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi" (8-diciembre-1975), A.A.S., 58 (1976 ), 5-76, especialmente nos. 41 y 76.

(16) " ... la realidad de la Iglesia no se agota  en  su  estructura  jerárquica,  su  liturgia,  sus sacramentos, sus estatutos jurídicos. Su esencia profunda  v  la  fuente  primera  de  sn  eficacia  santificadora  deben  buscarse  en la unión con  Cristo;  unión  que  no  podemos  concebir  haciendo  abstracción  de  la que es  Madre del  Verbo Encarnado  y a  quien  Jesucristo quiso  tan  íntimamente  unida    a El, para nuestra salvación ( ... ). El conocimiento de la  verdadera  doctrina  católica acerca de María constituirá siempre una clave para la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia" ( Paulo VI: 21 de noviembre de 1964, al  clausurar  la  tercera etapa del Concilio Vaticano ]I = A.A.S., 56 (1964), (1014).

(17) El misterio de los Pastores, que es uno de los elementos claves para su  propia  santi­ficación, adquiere su plena dignidad en la búsqueda de la gloria de Dios  y  en  la  promoción  de  la  vida  divina  en  los  mismos  hombres,  todo  lo  cual,  por  dimanar  de la pascua de Cristo,  se consumará  al  advenimiento  gforioso  del  mismo  Señor,  cuando El entregue el reino a sn Dios y Padre ( Presbyterorum ordinis, 2 & 4;  cf.  Lumen gentium, 26, in fine). Los  laicos  seculares,  inmersos  en  las  realidades  de  orden  temporal,  en  las  cuales  y por las cuales han de santificarse:  igual  que  los  sacramentos  que  prefiguran  ya  el mundo futuro,  ellos  ( =  laicos)  "quedan  constituidos  en  poderosos  pregoneros  de  la  fe en las cosas  que  esperamos  ( cf.  Heb.,  11,1 ),  cuando,  sin  vacilación,  unen  a  la vida según la fe la profesión de esa fe ( Lumen gentium, 35 & 2; Apostolicam actuositatem, 4 & 5). Otro tanto se afirma de la vocación conyugal: "La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino  de  Dios  como  la esperanza de la vida bienaventurada" ( Lumen gentium, 35 & 3). La vida consagrada mediante los consejos evangélicos: "... y como el Pueblo de Dios

(18) no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura,  el  estado  religioso,  por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas,  cumple  también  mejor,  sea la función de manifestar  ante todos  los fieles que  los bienes  celestiales  se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida  nueva y eterna  conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección  y la  gloria del reino celestial" ( Lumen gentium, 44 & 3; ef. 31 & 2 ). La noción de   "christifidelis"  (fiel   cristiano)  es   propia   del   estadio  terreno y peregrinante  de   la   Iglesia   y  supone su  ulterior  determinación   en   la   específica función, ministerio, carisma, etc., de cada uno  en  la  organicidad  del  Pueblo  de  Dios. Esta noción, señala la Comisión redactora de Lumen gentium, no se realiza en los bienaventurados, "quippe qui iam non habeant fidem" (Relación  al  texto enmendado del capítulo VII de la Constitución De Ecclesia)

(19)    Audiencia  general  del  14  de  julio  ele  1971  (La  Documentation  Catholique, afio 1971, p. 703 ). Al beatificar al capuchino fr. Ignacio de  Santhia,  el  mismo  Papa  expresaba: "Nos complace destacar que su título ele perfección no es su singularidad, sino su normalidad. Junto con mantener -y desde ciertos aspectos acrecentar- el  carácter ejemplar del santo, la hace más próxima a nosotros y más fácilmente imitable (17-abril-1966) (La Documentation Catholique, afio 1966, col. 6,88). Véase asimismo la importante alocución  que, sobre el tema  que  nos ocupa,  clarificó el Papa  Juan  Pablo II   al Pontificio Consejo para los Laicos el 7 de junio de 1986 ( L'Osservatore  Romano, edición semanal en castellano del 19-octubre-1986, p. 20 (680).

(20) Esta responsabilidad aparece formulada en el Código de Derecho Canónico, entre los deberes/derechos que son comunes a todos  los  fieles  cristianos:  canon  210  "Todos los fieles deben esforzarse según su propia  condición  por  llevar  una  vida  santa,  así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación". Se trata ele un deber moral -dentro del ámbito de autonomía y libertad que ha de ser jurídicamente protegido en  la  Iglesia-   del   cual   derivan   otros   deberes/derechos:    v.gr., c. 213  ( derecho a la Palabra de Dios v a los sacramentos); e. 214 ( diversas formas de espiritualidad); c. 217 ( congruente formación humana y cristiana), etc., que reciben ulteriores especificaciones en la legislación canónica.

(21) Cf., por ejemplo,  las  catequesis  de  Paulo  VI  en  las  audiencias  generales  del  14  ele  julio de 1971 (La Docmnentation Catholique,  afio  1971,  p.  703);  del  4 <le  noviembre ele 1972 ( ibid., 1972, p. 1003); del 9 ele julio ele 1975 ( íbid., 1975, p. 703).

(22) Audiencia general del 9 de julio de 1975 ( l.c.; nota 21).

(23) Esta dimensión aparece también referida a la vida consagrada  en  la  profesión  de  los  consejos evangélicos, en Lumen gentium, 46 & 2.

(24) Recientemente, Juan Pablo II expresaba esta armonía entre el  orden  humano  y el sobrenatural en el cristiano que tiende a la  santidad:  "El  santo  es  el  hombre  auténtico cuyo testimonio de vida atrae,  interpela  y  fascina,  puesto  que  manifiesta  su  expe­riencia  humana  transparente,   colmada   por  la   presencia   de   Cristo,   el   Hijo  de   Dios (...). Cristo es el hombre perfecto y la  vida  cristiana  trata  de  alcanzar  en  El  la dimensión  total  del  hombre  creado  a  imagen  ele  Dios  y   re-creado  para  la  salvación en la perfección del amor (...) . La  santidad  conlleva  una  novedad  de  vida  que, partiendo de una profunda intimidad con Dios, mediante Cristo  en  el  Espíritu,  penetra todas las situaciones humanas,  todos  los estilos  ele  vivir,  todos  los  compromisos,  todas la  relacione  con  las  cosas,  con   los  hombres,   con  Dios"   ( Al  Pontificio   Consejo para

los Laicos: 7-junio-1986 “L'Osservatore Romano”, edición semanal en castellano del 19-octubre-1986, p. 20 ( 680), col. 4).

(25) Al  referirse  a  los  seminaristas  que  se  preparan  al ministerio  sagrado  (después  de aludir a los diáconos), el texto los llama clérigos,  de  acuerdo  con  la antigua  termino­logía canónica, actualmente en desuso.

 

 

 

 

 

 

 


 

Robert H. Holden

Ya se ha advertido que en la historiografía de la mujer, como en la historiografía en general, se encuentra una escasez de obras que afronten explícitamente la cuestión antropológica. La omisión parece aún más sorprendente en este campo precisamente por su enfoque no en un entorno de acción (la historia económica o la historia militar), ni en una u otra colectividad social (historia de la clase obrera, historia del campesinado), sino en la persona misma en su condición sexuada de mujer. Se omite, sin duda, porque entre los historiadores de la mujer hay un acuerdo implícito de que entre el ser humano y los animales hay diferencias sólo de grado. Asumir lo contrario –es decir, que somos seres con naturalezas esencialmente distintas a la de cualquier otro ser vivo– implicaría la existencia de límites sobre la libertad humana. Una cierta ideología, pues, de emancipación humana, basada en una antropología materialista, determina en gran parte la elección de los temas históricos y las interpretaciones respectivas que los historiadores de la mujer proponen. Si esa antropología es defectuosa, en la misma medida estarán distorsionadas tanto sus interpretaciones históricas como la ideología política que, como hemos visto, siempre las acompaña. Por lo menos una historiadora de la mujer, Elizabeth Fox-Genovese, ha montado una campaña a favor de una antropología más adecuada.

Fox-Genovese, distinguida profesora de historia de la Universidad Emory y fundadora de su programa de estudios de la mujer, lanzó su ataque en 1991, con un libro en el que denuncia el individualismo extremo que, según ella, normaba la investigación sobre la historia de la mujer. Los historiadores de la mujer, al mismo tiempo que exaltaban el egoísmo y rechazaban los reclamos justos de la comunidad, habían adoptado la idea equivocada de que el individuo es producto de la historia y no de la naturaleza. Acusó a estos historiadores de asumir que sus ideas e intereses acerca de las “identidades y derechos” de la mujer como individuos correspondieron de forma idéntica a las identidades y derechos de todas las mujeres de todos los tiempos pasados. Cuatro años más tarde, en 1995 (se convirtió al catolicismo en diciembre de ese año), Fox-Genovese se distanció todavía más del feminismo de sus colegas cuando dijo que ellos habían contribuido al “desastre” de la “privatización de la moralidad”, por su insistencia en la libertad sexual, habiendo confundido la moralidad con la opresión patriarcal. En 2000 extendió su crítica, atribuyendo la desintegración de la familia a la liberación sexual de la mujer e insistiendo en que “los papeles tradicionales del gender y de los valores tienden a promover la fuerza y la estabilidad de los matrimonios”. Denunció “la campaña feminista en contra del matrimonio y la maternidad”, porque había dañado a muchos niños. Citando el magisterio de la Iglesia Católica, afirmó que la naturaleza de la mujer incluye una disposición especial hacia el servicio y la caridad, y propuso la necesidad de promover “un entendimiento cristiano de la diferencia sexual y de la igualdad humana para corregir los excesos de la ideología de los derechos individuales” [28].

Evidentemente, Fox-Genovese no deja de ser “feminista” en el sentido de que insiste en la igualdad, aunque con una apreciación de las diferencias varón-mujer mucho más amplia, que admitiría, digamos, la tesis de la “igualdad en la diferencia” propuesta por Offen. En el feminismo de Fox-Genovese no se oye el grito de rebeldía contra el patriarcado que guarda Offen sin que se esfuerce en compaginarlo con su grito simultaneo y discordante de Vive la différence. Por tanto, parece que, con Fox-Genovese, estamos en la presencia de un “nuevo feminismo”. Es de hacer notar que esta categoría de “nuevo feminismo” es muy controvertida pues existen dos grupos que desde diferentes perspectivas la reivindican. Por un lado, feministas como Fox-Genovese hacen uso de la categoría en su búsqueda de una antropología diferente a la dominante. Por otro lado, feministas ortodoxas aplican la categoría (o el sinónimo, “el feminismo de la tercera ola”) a una nueva generación de feministas [29]. Intentaré resumir las ideas características del “nuevo feminismo” reivindicado por teóricas como Fox-Genovese y evaluar sus posibles implicaciones en lo que propondré como una “nueva historiografía de la mujer”.

En su sentido heterodoxo de una insatisfacción con la antropología materialista, el término “nuevo feminismo” se remonta hasta 1975, por lo menos [30], pero no empezó a ganar peso sino a partir de 1995 cuando el Papa Juan Pablo II utilizó dicha frase:

En el cambio cultural en favor de la vida las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les corresponde ser promotoras de un “nuevo feminismo” que, sin caer en la tentación de seguir modelos “machistas”, sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación [31].

Dos meses más tarde el Papa extendió sus comentarios a la historiografía de la mujer, reconociendo que “[l]a historia se escribe casi exclusivamente como una narración de las conquistas del hombre, cuando de hecho, en su mayor parte ha sido plasmada más a menudo por la acción decidida y perseverante de la mujer en busca del bien” [32]. Pasado otro mes, regresó al tema de la historia de la mujer:

Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la Humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. [...] Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la Humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa “tradición” femenina, la Humanidad tiene una deuda incalculable. ¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser! [33]

Con estas afirmaciones, el Papa llegó a reunir dos temas que, desde los años sesenta, raramente se encontraron: la existencia de “un verdadero espíritu femenino” y la denuncia rotunda de la explotación histórica de la mujer, por parte de los varones. Tomado en su conjunto, sus declaraciones vinieron a ser una llamada a los historiadores para que produjeran una Nueva Historiografía de la Mujer como primer fruto del Nuevo Feminismo. En la base de los dos temas se encuentra una antropología cristiana que permite reconocer tanto la existencia de un espíritu femenino como la injusticia de la discriminación y el abuso que la mujer, precisamente por ser mujer, ha sufrido durante muchos siglos.

Con una sorpresiva prontitud, las reflexiones del Papa Juan Pablo II inspiraron respuestas filosóficas que se están constituyendo en la antropología del nuevo feminismo. Como era de esperarse, estas respuestas tienden a hacer uso de la tradición del realismo filosófico, y del personalismo europeo del siglo XX. Blanca Castilla y Cortázar sobresale entre las pensadoras más productivas y originales en este ámbito. Se ha comprometido a investigar, filosóficamente, la diferencia mujer-varón, observando que los filósofos de la persona (menciona a Julián Marías, Xavier Zubiri, Leonardo Polo y Emmanuel Lévinas, entre otros) han dicho muy poco sobre esa cuestión. Llevando a cabo un análisis metafísico, sostiene que hay dos modos distintos de ser persona, que “se abren a las cosas del mundo, y entre ellas, según dos modos trascendentales diversos: el característico de lo masculino, que es salida desde sí mismo y el de la feminidad que es acogida y reposo. [...] Sin feminidad no hay masculinidad, porque lo que es salida no tendría dónde reposar. Sin masculinidad no hay feminidad, porque sin salida e impulso inicial no hay qué acoger, y nada tiene que reposar”. Es una interpretación que resalta la dignidad y la igualdad del varón y de la mujer como personas, pero más que todo la belleza misteriosa de lo masculino y lo femenino, lo paternal y lo maternal, en todo su riqueza y su consistencia ontológica, y en la perfección de su diseño como personas que “se abren entre sí de un modo respectivo diferente y complementario” [34]. Ante la fuerza de su argumento, uno se lamenta por la manera en que tantos historiadores de la mujer han cambiado una realidad espléndida y preciosa por una fantasía plana y apagada.

En una línea filosófica muy semejante, Michele M. Schumacher ha propuesto que el nuevo feminismo “acepte y aun la bienvenida a estas diferencias sexuales dentro de un modelo relacional de la naturaleza humana”. Vuelve a la interpretación clásica de la naturaleza, entendida no como un determinismo biológico sino como una manera de estar provisto de la capacidad de relacionarse libremente con otros. Como Castilla, Schumacher enfatiza también la existencia no de dos naturalezas humanas, sino de dos modos o “expresión” de ser persona. “Es de la naturaleza misma del ser humano ser sexual, existir en uno de estos dos modos” [35].

Como cualquier antropología, ésta tiene implicaciones éticas que son relevantes para la construcción de la nueva historiografía de la mujer. Pocos historiadores han apuntalado con tanta agudeza la relación entre la práctica de la historia y la antropología filosófica como Marrou. “[N]o hay historia verdadera que sea independiente de una filosofía del hombre y de la vida, de la que aquélla toma sus conceptos fundamentales, sus esquemas explicativos y, en primer lugar, las preguntas mismas que en virtud de su concepción le  planteará al pasado. La verdad de la historia está en función de la verdad de la filosofía que el historiador pone en juego. ¿Cómo, pues, no esforzarse lo más posible en tomar entera conciencia de ella y en elaborar así racionalmente sus presupuestos?”. Antes de que el historiador se atreva a estudiar lo que es distintivo del hombre de una u otra civilización, tiene que captar al hombre “en cuanto pura y simplemente hombre”. Así es que todas nuestras ideas sobre él, ideas que utilizamos para entender el pasado, “se relacionan con una determinada filosofía del hombre; la verdad de esos conceptos, que implica sus límites de validez, condiciona la verdad del conocimiento histórico; a quien le corresponde establecer, precisar y verificar esa validez no es, salvo accidentalmente, al historiador, sino al filósofo en cuanto tal, al antropólogo” [36].

Contemplando la historiografía de las últimas décadas, es difícil negar la conclusión de Marrou de que “[l]a historia ha pagado muy cara la indiferencia de los historiadores para con los problemas propiamente filosóficos” [37]. Cuando Josef Pieper, en 1951, dijo que había detectado una nueva corriente entre los filósofos del existencialismo que llamó, con clarividencia profética, “posmoderna”, encontró lo que ya sabemos eran los albores del posmodernismo, un curioso afán de negar la existencia de una naturaleza humana. “Il n’y a pas de nature humaine, puisqu’il n’y a pas de Dieu pour la concevoir”, escribió, en 1946, Jean-Paul Sartre; con palabras, según Pieper, que revelan el papel fundacional de la doctrina de creación en la metafísica occidental. La conclusión de Sartre se haría, en su momento, doctrina fundacional del posmodernismo y finalmente de la historiografía de la mujer: Si no hay Dios creador, por tanto ningún ente natural, ni la persona misma, lleva adentro ningún significado especial que no esté fabricado y sea artificial [38], conclusión elemental para el desarrollo del constructivismo social y del relativismo que tanto influirá entre los historiadores desde los años ochenta en adelante. Pieper observó también que el razonamiento de Sartre fue idéntico al de Tomás de Aquino, en el sentido de que, sin que haya un creador inteligente que pudo pensar lo creado, no se puede hablar de la naturaleza del ente creado. Aquino, por supuesto, asume la existencia de dicho creador, mientras Sartre la niega, lo que manifiesta el papel clave que el teismo-ateismo ha jugado en la historia contemporánea de la filosofía, y por tanto en las ciencias sociales y la historiografía. En realidad, el año antes de que Sartre hiciera su afirmación, Henri de Lubac reconoció la fuerte atracción de un “nuevo ateismo”, más antiteista que ateista, y cuya consecuencia sería, predijo él, “la aniquilación de la persona humana” [39]. De la misma manera, Pieper, en un segundo ensayo editado en 1952, advirtió más detalladamente lo que era de esperarse en un mundo en donde el hombre se ocupa más y más de artefactos en vez de la creación: Una vez que el hombre adopte la creencia de que el mundo entero y todas las cosas creadas, incluso él mismo, son elementos de la esfera de la tecnología, él tendrá permiso para cambiar, transformar y aún destruir lo creado. “La conclusión inescapable”, afirmó Pieper, “es que tú puedes hacer de ti mismo y del hombre lo que te da la gana” [40]. Escritas en 1952, son palabras que sintetizan con precisión la teoría feminista de tres décadas más tarde, que después de divinizar al individuo, lo aniquilará en un drama tragicómico que será exhibido, entre muchos otros locales, en la historiografía de la mujer.

Claro es que la antropología ortodoxa de la mujer –materialista, individualista, utilitarista y, en fin, profundamente irrealista– es funcional para una historiografía tan ideologizada. Sin “el rechazo de todo atributo natural y necesario del hombre”, asegura el politólogo Héctor Ghiretti, no es posible ninguna revolución social de corte izquierdista. Pero sin supuestos antropológicos, es imposible distinguir un estado patológico de un estado de normalidad [41]. Esa ceguera devastadora en el ámbito de la práctica política es exactamente lo que ha pasado en la historiografía, sobre todo en la de la mujer y sus derivados. En lugar de hacer uso de una antropología que permita reconocer todo “atributo natural y necesario” de la mujer y el varón, la historiografía de la mujer se ha alimentado de la antropología de la nada, pervirtiendo con ello la capacidad de reconocer e interpretar lo real, como hemos tratado de mostrar arriba. Si tenemos razón, lo que hemos señalado es una falta de prudencia, en el sentido clásico de capacidad de reconocer la realidad. Entre los historiadores, tal vez no haya un lapsus ético más grande [42].

En fin, los historiadores de la mujer de las últimas cuatro décadas han hecho una contribución única y valiosísima a la historiografía en general. En ninguna otra especialidad podríamos haber visto ilustrada, con tanta claridad, la sabiduría de la sentencia de Marrou sobre la importancia clave de la antropología filosófica en el pensamiento de los historiadores, ni habríamos entendido tan bien las implicaciones éticas que se derivan de una u otra antropología. Tal vez la historiografía de la mujer nos haya dado una cosa más: al haber quitado el velo de la antropología materialista, y al haber expuesto su carácter degradante, incoherente, y por tanto su insuficiencia intelectual, ha señalado una alternativa que ya se muestra bastante robusta. Queda mucho por saber de la historia de la mujer, y ha sido el argumento de este ensayo que sólo aquella historiografía que acepte la realidad del carácter esencial y constitutivo de la diferencia sexual, además de la igualdad de todos como personas, llegará a contribuir al conocimiento del pasado.

Robert H. Holden, en revistas.unav.edu/

Notas:

28 Feminism without Illusions: A Critique of Individualism, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1991, “Introduction” y cap. 5; “The National Prospect: A Symposium”, Commentary, 100/5, 1995, p. 53; Women and the Future of the Family, Grand Rapids, Baker Books, 2000, caps. 3-4; “A Conversion Story”, First Things, 2000/IV, pp. 39-43. Harry Jaffa explica muy bien la transformación de un individualismo basado en la ley natural y la virtud, durante los primeros años de la república estadounidense, a un nuevo individualismo en el siglo XIX del puro deseo, libre de consideraciones morales, en A New Birth of Freedom: Abraham Lincoln and the Coming of the Civil War, Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 2000, cáp. 1 y págs. 94-6. El mejor análisis histórico del hiperindividualismo de la cultura política y legal de los Estados Unidos es de Mary Ann GLENDON, Rights Talk: The Impoverishment of Political Discourse, Nueva York, Free Press, 1991, en que resalta (págs. 74-5) la manera en que el individualismo extremo ha dañado a la mujer, un resultado paradójico dada la insistencia del feminismo precisamente en el hiperindividualismo.

29 Para una definición del ‘nuevo feminismo’ reivindicada por las feministas ortodoxas, véase el artículo “Feminism: Third Wave”, en: Dale SPENDER y Cheris KRAMARAE (comps.), Routledge International Encyclopedia of Feminism, II, Nueva York, Routledge, 2000, pp. 845-6.

30 Michele M. SCHUMACHER, “An Introduction to a New Feminism”, en: Michele M. SCHUMACHER (comp.), Women in Christ: Toward a New Feminism, Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans, 2004, n. 1, p. ix; tr. de Femmes dans le Christ: Vers un nouveau féminisme, Toulouse, Éditions du Carmel, 2003.

31 JUAN PABLO II, “Carta Encíclica Evangelium Vitae”, 25/III/1995, § 99.

32  JUAN  PABLO  II,  “Mensaje  del  Santo  Padre  Juan  Pablo   II  a  la

Secretaria General de la IV Conferencia Internacional de la Naciones Unidas Sobre la Mujer”, 26/V/1995 en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_II/letters/1995/documents/hf_jp-II_let_19950526_mongella-pechino_sp.html.

33 JUAN PABLO II, “Carta del Papa Juan Pablo II a las Mujeres”, 29/VI/1995, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp_ii_let_29061995_women_sp.html. Aunque la versión castellana se refiere a la “esclavitud” de las mujeres, la versión inglesa usa la palabra servitude (servidumbre) no slavery (esclavitud). Un análisis previo del tema, más estrictamente teológico, en la carta apostólica “Mulieris Dignitatem” de 1988.

34 Blanca CASTILLA Y CORTÁZAR, Persona y Género: Ser Varón y Ser Mujer, Barcelona, Ediciones Internacionales Universitarias, 1997, pp. 115-6,

124. Otra filósofa que está contribuyendo, desde la misma perspectiva metafísica, a la construcción de una antropología distinta, es Pía Francesca de Solenni. En 2001, su tesis doctoral, A Hermeneutic of Aquina’s Mens through a Sexually Differentiated Epistemology. Towards an Understanding of Woman as Imago Dei, Roma, Universidad Pontificia de la Santa Cruz, 2001, ganó el Premio de las Academias pontificias.

35 Michele M. SCHUMACHER, “The Nature of Nature in Feminism, Old and New: From Dualism to Complementary Unity”, en: Michele M. SCHUMACHER (comp.), Women in Christ, pp. 20, 40. Los ensayos de los once estudiosos recogidos en este volumen proponen las bases para un “nuevo feminismo” desde varias perspectivas: filosóficas, éticas y teológicas.

36 Henri-Irénée MARROU, El conocimiento histórico, Barcelona, Idea Books, 1999, pp. 192-3, 123, 126-7.

37 H.-I. MARROU, El conocimiento histórico, p. 192.

38 Josef PIEPER, “De l’elément négatif dans la philosophie de Saint Thomas d’Aquin”, Dieu vivant, 20, 1951, pp. 38-9; se refiere a “l’existentia- lisme contemporain, lequel, il faut le dire, est nettement post-moderne”. La cita de Sartre es de su L’existentialisme est un humanisme, París, Nagel, 1946, p. 22; escribió, a continuación: “L’homme est seulement, non seulement tel qu’il se conçoit, mais tel qu’il se veut, et comme il se conçoit après l’existence, comme il se veut après cet élan vers l’existence; l’homme n’est rien d’autre que ce qu’il se fait”.

39 Henri de LUBAC, S. J., The Drama of Atheist Humanism, San Francisco, Ignatius Press, 1995, “Preface”, editado originalmente como Le drame de l’humanisme athée, París, Éditions Spes, 1945.

40 Josef PIEPER, The Silence of St. Thomas: Three Essays, Nueva York, Pantheon, 1957, pp. 92-3; la cita es de un ensayo originalmente editado como Actualidad del Tomismo, Madrid, Ateneo, 1952.

41 Héctor Ghiretti, La izquierda: Usos, abusos, confusiones y precisiones, Barcelona, Ariel, 2002, p. 133 y n. 10. La conexión fuerte entre el deseo de una autonomía personal ilimitada, y la necesidad de una antropología “vacía”, se analiza magistralmente en Joseph RATZINGER, “Truth and Freedom”, Communio: International Catholic Review, 23/1, 1996, pp. 16-35.

42 Se nota en la historiografía de la mujer otros patrones que nacen de la misma falta de prudencia: 1. La falta de comparación sistemática, en una situación histórica dada, de las experiencias de la mujer y del varón, aun concluyendo que la experiencia de la mujer fuera distinta a la del hombre; por ejemplo, en las condiciones laborales. 2. La falta de especificación no sólo de cuales serían los problemas significativos en cualquier estudio histórico de la mujer, sino las carencias al identificar los criterios de significado. En tales preguntas se enfrentarían los historiadores instantaneamente con la cuestión antropológica. 3. El uso constante de criterios como el del poder, la opresión, o la explotación, tan pobremente elucidado que prácticamente carecen de sentido. 4. Una exageración extrema de la importancia de la historia de la mujer, haciendo de ella “el corazón” o “el centro” de la historia. Offen declara, por ejemplo, que “el género, o las relaciones entre la mujer y el varón”, han estado “en el centro de la política europea” desde por lo menos 1700, y todavía más, que género “está en el corazón del pensamiento y político humano”; K. OFFEN, European Feminisms, pp. xi-xv, 1-6.

 

Robert H. Holden

El desarrollo de la historiografía sobre la mujer desde los años sesenta del último siglo se puede calificar como explosivo, tanto por la inmensa cantidad de sus productos (libros, artículos, cursos universitarios, centros de estudio) como por su sorprendente variedad, su continua metamórfosis, y su capacidad de inspirar novedades muy diversas en cuanto a temas de investigación, métodos, teorías y hasta nuevas especialidades. A las emanaciones de este Monte Vesubio, ningún historiador que ha trabajado durante las últimas cuatro décadas ha podido escapar, no importa su especialidad ni su nacionalidad. En ese sentido, la historiografía de la mujer ha afectado la historia como disciplina de una manera más o menos proporcional al impacto que ha ejercido sobre la sociedad en general el movimiento por la igualdad de la mujer. Pocos precedentes históricos se igualan a los dos procesos anteriores en cuanto a los impactos transformadores que han tenido.

El propósito de este ensayo es analizar, desde el punto de vista de un historiador que no se especializa en la historia de la mujer, los dos aspectos más sobresalientes de la historiografía de la mujer durante el período que va de los años sesenta del siglo XX hasta el presente. El primero de ellos es su carácter fuertemente político-ideológico, manifestado en el profundo entrelazamiento entre la historiografía de la mujer y el feminismo. La ideologización es un rasgo de la historiografía de la mujer que durante mucho tiempo ha distinguido este campo de las demás especialidades historiográficas, aunque recientemente dicho rasgo ha sido muy imitado en las otras especialidades. El segundo aspecto que se analizará en este ensayo es el papel central que han jugado, en la historiografía de la mujer, la pregunta antropólogica, “¿Qué es la mujer?”, y la variedad de respuestas que esta pregunta ha generado. Esta pregunta y sus respuestas han afectado mucho la dirección y la naturaleza de la historiografía de la mujer, y han dado pie a tendencias paralelas en otras especialidades de la historia. De todos modos, veremos que los dos aspectos –el político y el antropológico– están estrechamente relacionados, en el sentido de que las respuestas a la cuestión antropológica han sido debatidas más por su significado ideológico que por su valor verdaderamente teórico. Todo lo dicho apunta a otra dimensión de la ola contemporánea (es decir, de las últimas cuatro o cinco décadas) de la historiografía femenina. Esta dimensión se expresa en una hostilidad, si no intolerancia, hacia historiadores de otras especialidades que no muestran suficiente interés en la historia de la mujer desde la perspectiva fijada por los especialistas de ese campo. Vale aquí la observación de que esta tendencia exclusivista (hablo aquí desde la perspectiva de un historiador norteamericano) no se encuentra en otras especialidades de la disciplina histórica. Esta actitud hegemonista es entendible si se parte de la premisa de que los historiadores de la mujer aparentemente asumen que sus investigaciones son una necesidad moral, llevadas a cabo por todos los medios políticos, para corregir una injusticia universal y eterna. Y es todavía más entendible cuando dichas investigaciones se apoyan en una de las variantes más extremas del feminismo, por ejemplo la que hace de las personas del sexo masculino un enemigo nato y permanente, o las que niegan la realidad de las diferencias sexuales entre hombre y mujer. Otro aspecto de dicha exclusividad tal vez más sobresaliente es que el campo de la historia de la mujer está constituido casi por completo de mujeres, algo que, en principio, no tiene ninguna razón de ser [1].

En lo que sigue analizaré, después de una breve discusión de la politización del campo, la manera en que la historiografía de la mujer ha manejado la cuestión antropológica, y haré al final una evaluación general de esa historiografía proponiendo una antropología diferente. Aunque mis interpretaciones se fundamentan principalmente en la lectura de muchas obras de especialistas (casi todas mujeres) que han tratado el estado de la cuestión de la historiografía de la mujer desde los años sesenta, no pretendo ofrecer aquí una visión completa de todas las corrientes, ni cargar al lector con citas más allá de las necesarias para sostener mi argumento. La historiografía de referencia será principalmente, pero no exclusivamente, la angloparlante, que es su corriente más antigua, más grande e influyente en términos globales.

Sobre los orígenes de la especialidad llamada en Europa y América “historia de la mujer”, hay un acuerdo absoluto entre los especialistas, no importa su identidad nacional [2]. Su matriz fue ese movimiento social que surgió en la década de los sesenta del siglo pasado en apoyo de la extensión de los derechos de la mujer a fin de lograr una completa igualdad con el hombre. Este movimiento se sustentó a su vez en una ideología llamada, en términos generales, feminismo. Desde el momento del nacimiento de este movimiento social, la mayoría de historiadores de la mujer entendieron que su tarea primordial era liberar a la mujer de la opresión que siempre ha sufrido por parte del sexo masculino [3]. Para llevar a cabo dicho fin, los historiadores han hecho uso de dos métodos principales, aunque ciertamente no exclusivos: buscar, investigar y relatar las diferentes maneras en que la mujer ha sido víctima del hombre a través de la historia, como también las igualmente diversas maneras en que la mujer ha desafiado y resistido su subordinación, al mismo tiempo que ha hecho contribuciones sustanciales en uno u otro entorno de la vida humana [4]. En principio, uno puede separar la “historia de la mujer” (women’s history) de la “historia feminista” (feminist history) pero en la práctica, ha sido una diferencia muy poco reconocida porque la tendencia general ha sido combinar indistintamente ambas corrientes [5].

Algunos historiadores distinguen entre la historia de la mujer y la historia de gender (ya comúnmente traducido como género en castellano), que se refiere a la representación de diferencias sexuales y a los efectos de dichas representaciones en las relaciones de poder [6]. El debate sobre la relación entre la historia de la mujer y gender continúa, como veremos luego.

Los historiadores de la mujer han insistido mucho en que el éxito del movimiento social y emancipador depende de un mayor conocimiento sobre la historia de la mujer, la cual es necesario rescatar de la condición de “invisiblidad” en que fue dejada por la historiografía patriarcal hasta la mitad del siglo XX. Como proclamó Gerda Lerner, una de las fundadoras de la historiografía contemporánea de la mujer y una de sus más destacadas practicantes en los EE.UU., “[l]a historia de la mujer es indispensable y esencial en la emancipación de las mujeres”. Lerner define la tarea emancipatoria a que los historiadores tienen que contribuir en los siguientes términos: “La restructuración radical del pensamiento y análisis para que, una vez y para siempre, se acepte el hecho de que la humanidad consiste en dos partes iguales, el hombre y la mujer, y que las experiencias, pensamientos y percepcio- nes de los dos sexos tienen que estar representados en cada generalización que se hace sobre los seres humanos” [7]. Como casi todos sus homólogos, Lerner no deja ninguna duda de que el trabajo de todos los historiadores, sin importar su especialidad, debe estar orientado a llevar a cabo esa ambición universal, totalizadora, e historicamente imprescindible.

Así las cosas, pocos han sido los debates  teóricos, metodológicos e interpretativos entre los historiadores de la mujer cuyo eje central no haya sido politico-ideológico. Ha habido consenso entre los participantes de que el criterio determinante en la adopción de cualquier interpretación son los posibles efectos políticos que puedan resultar de esa decisión [8]. Por lo tanto, la politización ha sido la característica más contundente de la historiografía de la mujer hasta hoy, y ella es la que la separa, de una manera deslumbrante, de otras especialidades historiográficas. Es como si los historiadores de la economía buscaran ordenar su trabajo con la finalidad de conseguir la abolición de los aranceles, o que los de la época colonial francesa fueran regalistas convencidos, dedicados a restaurar la monarquía. Un historiador de la mujer que no sea feminista ha sido, a lo largo de los años, una posibilidad casi inconcebible en los Estados Unidos. Peter Laslett, el historiador inglés de la familia, señala la distorsión que resulta cuando los historiadores estudian el pasado sólo por lo que les sirve en su presente [9].

Todo lo anterior sugiere que mientras el feminismo se ha desarrollado ideológicamente durante las últimas cuatro décadas, han surgido, lógicamente, debates correspondientes entre historiadores de la mujer que se consideran feministas. Así que la historiografía y el feminismo se han modificado recíprocamente. A lo largo de esta interacción, se ha manifestado en el seno de los dos ámbitos una interrogante cuyas implicaciones, tanto para la historiografía como para el movimiento social, siguen siendo decisivas: “¿Qué es la mujer?”. La pregunta subsiste dentro de otra más amplia, “¿Qué es la persona?”. Siendo la persona humana y sus actos el objeto único del quehacer del historiador, es sorprendente la escasez de reflexión, por parte de los historiadores, en torno a la cuestión antropológica. No resulta lógicamente coherente intentar definir la historia misma, o el quehacer del historiador, sin buscar primero una definición de la persona humana [10]. Creo que la pregunta sobre la naturaleza de la persona constituye hoy en día una de la fuentes más hondas de los desacuerdos teóricos entre los historiadores, y especialmente entre la gran mayoría de los historiadores de la mujer, por un lado, y otros que se han negado a integrar en su trabajo las ideas feministas (como, por ejemplo, el concepto de gender) en los términos fijados por los historiadores de la mujer. En otras palabras, aunque en un sentido superficial (pero real), se puede hablar de la politización de la historiografía y hasta de la fragmentación política de la disciplina, creo que estamos ante un problema filosófico mucho más interesante y significativo que un problema meramente político-ideológico. Para demostrar la importancia de la pregunta antropológica, en lo que sigue analizaré las respuestas implícitas y explícitas que a ella he encontrado en la historiografía de la mujer.

Desde el principio de la ola contemporánea de la historiografía de la mujer, sus practicantes se han preguntado si la mujer tiene una naturaleza distinta a la del hombre. Mientras en los Estados Unidos la respuesta ha sido casi unánimamente negativa, en América Latina y Europa se ha mostrado más tolerancia hacia la respuesta contraria. Por tanto, como en el feminismo mismo, uno encuentra aquí una variedad de matices, aunque no cabe duda de que la tendencia común en todas partes ha sido minimizar o rechazar por completo la existencia de diferencias naturales entre hombre y mujer. Una y otra vez, los participantes en estas discusiones han insistido que tal respuesta es una necesidad política debido a que el hombre siempre ha justificado la opresión de la mujer por medio del argumento de que existe una supuesta esencia o naturaleza femenina que hace de la mujer un ser inferior al hombre, y por lo tanto, apta para la subordinación y explotación. Ceder, incluso un poco, a la idea de que haya una naturaleza femenina sería abrir la puerta a la discriminación sexual.

Como consecuencia, ya no hay un epíteto más condenatario entre los académicos de los Estados Unidos que acusar a un colega de ser an essentialist o de ser partidario del essentialism. La acusación se considera tan seria que a muy pocos se les ocurre defender una posición “esencialista” y la única salida respetable es negar rotundamente la acusación. La teoría con que se justifica esta actitud es la de la construcción social, según la cual “todas las realidades son socialmente construidas”, premisa de otra “ley”: “no puede haber un conocimiento universal porque todo conocimiento está siempre “situado” en un momento dado y en un espacio específico cultural” [11]. Apoyados de tal forma en una teoría universalmente reconocida como prueba de la no-naturalidad de los sexos, los historiadores de la mujer han aplicado el método correspondiente: Historiar (historicize) lo que los hombres han llamado, equivocadamente, desde tiempo immemorial lo “natural” entre las mujeres. Es un método que pronto se asoció con el tropo de “desenmascarar”, con su implicación de un acto rebelde, valiente, moralmente superior y revelador de la verdad. Mientras tanto, cualquier argumento que asume o implica una diferencia “natural” entre los sexos se ridiculiza por contradecir la teoría de la construcción social, que ha llegado a tener un estatus sagrado. Otras características de la retórica anti-naturaleza son su superficialidad y su dogmatismo; raramente se encuentra un esfuerzo de investigar seriamente lo que es, obviamente, una cuestión filosófica con grandes implicaciones para el oficio del historiador.

Con matices y calificaciones, unos pocos historiadores de la mujer se han pronunciado a favor de la posición contraria. Gerda Lerner sostuvo la tesis de la diferencia en 1969: “Es un hecho que las mujeres son diferentes de los hombres y que sus papeles en la sociedad y la historia son distintos a los de los hombres. Distintos, pero iguales en importancia. Obviamente, sus logros también tienen que ser medidos según una escala distinta”. Lerner reafirmó su tesis en 1986, al decir que la diferencia sexual es algo dado biologicamente, pero que los valores asociados con esa diferencia son productos culturales [12]. En un artículo publicado en 1988, otra historiadora de la mujer muy destacada, Karen Offen, propuso la hipótesis muy perspicaz de que en la historia de los movimientos feministas, se destacan dos principales modos de argumentación a favor de los derechos de la mujer: la relacional (la igualdad, pero con reconocimiento de la existencia de naturalezas biológicas distintas, es decir, “la igualdad en la diferencia”) y la individualista, que surgió en la segunda mitad del siglo XX principalmente en los Estados Unidos y el Reino Unido, que insiste sobre todo en los derechos individuales del ser humano autónomo mientras descarta o minimiza la existencia de actividades exclusiva- mente propias de la mujer. Como es costumbre entre los historiadores de la mujer, Offen concluye su análisis histórico con una larga meditación sobre sus implicaciones políticas en cuanto a la emancipación de las mujeres en el mundo contemporáneo, terminando con una exhortación apasionada a favor de una estrategia política que combina los dos modos, con el fin de “reconfigurar el mundo según nuestros propios propósitos” y llegar así a “un mundo equitativo, un mundo en que las mujeres y los hombres puedan ser iguales y diferentes a la vez, un mundo libre del privilegio masculino y de la jerarquía masculina y del ejercicio de la autoridad masculina sobre la mujer”. Pasaron doce años. Repitió la idea, pero ya con un largo prefacio en que destaca sus credenciales como luchadora feminista. Luego: “Mientras que son las mujeres quienes menstrúan, conciben, dan a luz a los niños y los amamantan (o potencialmente o de hecho), sus vidas estarán estructuradas de forma distinta de las de los hombres. [...] Con los franceses digo, ‘Vive la différence’”. Pero luego insiste en la necesidad moral de imponer la igualdad entre los sexos y de demoler todos los obstáculos a ella, advirtiendo a sus lectores que el patriarcado es todavía muy fuerte y que las mujeres tienen que prepararse para una larga lucha. Concluye que el objetivo del feminismo sigue siendo el de “desafiar la hegemonía masculina” y “conseguir la justicia para las mujeres. [...] No queremos hacer que las mujeres sean idénticas al hombre, sino que queremos investirles del poder para que realicen su potencial completo como mujeres sin estorbo” [13]. Una vez más, Offen termina su reflexión en el campo puramente político, pasando por alto la profundización en el asunto antropológico que implicitamente demanda su comentario. De una manera semejante, Dubois et al. reconocen la importancia de la cuestión antropológica e incluso muestran una cierta apertura a un estudio profundo de ella. Pero en lugar de echar mano a los ricos recursos intelectuales disponibles, optan por una salida política. En una sección de su libro que lleva el subtítulo, “Ideology and Oppression”, las autoras consideran la posible existencia de una naturaleza femenina, pero pronto tiran la toalla, quejándose de que el concepto de “naturaleza” es “incoherente” y poco relevante en relación con la cuestión de “la justicia”, concepto que les es muy claro, aparentemente. Su búsqueda de la verdad antropológica se detiene por completo cuando declaran que, aunque se sabe exactamente qué es lo que separa al hombre de la mujer, el quid del asunto es que tales distinciones han sido utilizadas habitualmente para subordinar a las mujeres [14].

Los defensores de la posición anti-esencial (que en realidad debe incluir a disidentes como Lerner y Offen, debido a que no han hecho ningún esfuerzo de resolver las tensiones y, posiblemente, contradic- ciones que hay en su argumento) recibieron en los años ochenta una alternativa teórica más atractiva (para algunos) al construccionismo social, en los escritos, ya traducidos al inglés, de tres filósofos franceses: Foucault, Derrida y Lacan. Con las ideas de estos filósofos surgió la posibilidad de argüir no sólo que la realidad está construida, sino que las identidades y hasta el conocimiento de las identidades y de todo lo demás, incluso el sexo, está sujeto a un proceso permanente de manipulación y reformulación por parte de intereses poderosos y de quienes quieren desafiar dichos intereses. Para muchas universitarias feministas, fue una linea teórica ideal, por su rechazo total a la idea de una esencia y su invitación a la lucha política en contra del “poder”. En el campo de la historiografía de la mujer, la consecuencia más importante fue el súbito aumento de la popularidad del concepto de gender. Entre los historiadores de la mujer, nadie le dio al concepto un empuje más grande, tanto en los Estados Unidos como en Europa, que Joan W. Scott, desde los últimos años de la década de los ochenta. Sus ideas merecen atención por el reconocimiento que ha ganado mundialmente dentro de la disciplina de historia. Ha ocupado desde 1985 una cátedra en la institución académica más prestigiosa de los Estados Unidos, el Institute for Advanced Study de Princeton University, y es beneficiaria de premios muy apreciados en la disciplina de la historia [15].

En un muy citado artículo de la prestigiosa American Historical Review de 1986, Scott propuso el concepto de gender como categoría de análisis. Dos años más tarde, afirmó en un libro que el mero uso de las categorías “hombre” y “mujer” por parte de los historiadores de la mujer insinúa la existencia real y objectiva de “él” y de “ella”, una insinuación que tiende a confirmar la idea de que la mujer tiene “características inherentes e identidades objetivas” distintas a las del hombre. El resultado, dijo, es que los historiadores, aún sin querer, terminan sugeriendo que “la diferencia sexual es un fenómeno natural y no social” y como consecuencia, tanto la historiografía como “la política que sigue” de dicha historiografía, “terminan aprobando las ideas de una diferencia sexual inalterable que se usa para justificar la discriminación. Me parece –continúa Scott–, que una política feminista más radical (y una historia feminista más radical) necesitan una epistemología más radical”. Nótese bien que es el mero deseo arbitrario y personal de parte de Scott por algo “más radical” política e históricamente lo que la motiva a proponer la categoría de gender. Citando a Foucault y a Derrida, Scott concluye que tanto la política feminista como el estudio de la mujer por parte de los historiadores (scholarship about women) tienen exactamente el mismo fin: “enfrentar y cambiar las distribuciones existentes del poder”. Es un fin especialmente atractivo para el historiador feminista, dice Scott, porque “puede interpretar el mundo mientras intenta cambiarlo”. Siendo el gender un aspecto de la organización social que abarca los significados de la diferencia sexual, dichos significados son elementos de “muchos tipos de luchas por el poder”. Por tanto, cuando quiera que el historiador logre desenmascarar la naturaleza temporal y cultural de cualquier conocimiento sobre la diferencia sexual, “está abriendo el camino para el cambio”. En 1991, Scott hizo su famoso comentario de que “la experiencia es un evento lingüístico”, en un artículo casi incomprensible debido a sus incongruencias y al uso liberal del vocabulario posmoderno. Su camino en busca del gender como categoría de análisis culminó en 1999 con la aseveración de que las mujeres como colectividad realmente no existen; “la mujer” fue inventada con fines políticos por el patriarcado. Aunque su argumento está plagado de incoherencias lógicas, Scott concluye que tanto la diferencia sexual como la democracia y los derechos humanos tienen una raíz común: todos son meras “fantasias” y “deseos”. Ya en 1988 había propuesto que la historia no es algo real que se descubre sino una serie de construcciones elaboradas según reglas diseñadas por intereses políticos. Siendo la diferencia sexual una invención textual y no real, la tarea del historiador es simplemente relatar el proceso de construcción de esa diferencia, excavando sus “fantasias” constituyentes [16].

Desde el punto de vista de Scott, lo que se llama “la historia de la mujer” parece una ficción risible, y en efecto, desaparece como especialidad. Pero la ventaja política de la posición “anti-natural” o “anti-esencial” es obvia: elimina cualquiera objeción a la emancipación femenina que se basa en la existencia de una diferencia entre el hombre y la mujer. Una y otra vez se dice que si la mujer no goza de ninguna naturaleza especial, tampoco el hombre, y somos todos libres de “reconstruirnos” a la manera que nos dé la gana. El problema dialéctico a que ha dado pié esta aseveración sigue siendo tormentoso para algunos de sus partidarios, porque si la mujer no existe como ser esencialmente distinto del hombre, difícilmente puede ella insistir en tener una identidad propia. Si no tiene identidad distinta, no tiene historia propia, ni mucho menos derechos naturales. Por tanto, desaparecen lógicamente tanto la víctima como el victimario, y por añidadura la disciplina de la historia [17]. Historiadores de la mujer más tradicionales han respondido que autores como Scott se han convertido en instrumento del patriarcado, observando que, justo en el mismo momento (es decir, los años ochenta) en que la mujer descubría su propia historia, los dragones franceses se levantaron para devorarla [18]. Otros –incluso historiadores que dieron la bienvenida al gender analysis– han cuestionado el método deconstruccionista de Scott y sus discípulos debido a su tendencia a ignorar la importancia de la acción individual en la historia a favor de un énfasis excesivo en las fuerzas sociales [19]. Pero tales críticas se desvanecen mientras sus autores dejen de lado la única arma con la que puedan realmente combatir las ideas difundidas por Scott; esto es, una antropología que revele las diferencias esenciales (tanto naturales como socialmente construidas) entre los dos sexos. Tal vez la contradicción más prominente y absurda que se aprecia en los escritos de los partidarios de la perspectiva posmoderna es su tendencia a alabarse mutuamente por sus grandes contribuciones a la historia de la mujer, mientras no sólo niegan la existencia real de las mujeres, sino también la posibilidad de cualquier tipo de conocimiento.

Destaca, para los fines de este artículo, la manera en que aquella especialidad que nació como “historia de la mujer” y luego dio luz al “estudio del gender” ha transformado la disciplina de la historia, por lo menos en los Estados Unidos. En el campo de la historia de América Latina, por ejemplo, el “gender analysis” ha “revolucionado” su historiografía, según Gilbert M. Joseph de la Universidad de Yale, un historiador prominente de esa región [20]. Pocas especialidades historiográficas se han visto revolucionadas de manera semejante. Dondequiera que se presente el gender analysis, se ve acompañado por sus dos jinetes, la politización abierta y comprometida, y una antropología subyacente que rechaza cualquiera noción de la esencia humana. Estas asociaciones han sido ideales para el nacimiento de la nieta de la historia de la mujer, es decir, la historia de la homosexualidad, ya conocido como gay history”, que se acompaña (como su madre) por una antropología anti-esencial y un compromiso con el movimiento social contemporáneo que aboga por la emancipación y la igualdad de los homosexuales. Ha sido una repetición exacta de las circunstancias que dieron a luz a su abuela –un movimiento social inspira la invención de una especialidad historiográfica, que sucesivamente se orienta para contribuir al éxito del movimiento– [21]. Todo este fermento ha engendrado además otra especialidad, la de la historia de la sexualidad, que desde 1990 ha tenido su propia revista, The Journal of the History of Sexuality, editada por la Universidad of Texas. Tal vez el signo más obvio del parentesco que hay entre estos diversos campos es el sentido de furia que comparten sus historiadores sobre la supuesta “invisibilidad” del sujeto, sea una mujer o una persona homosexual, y la gran necesidad que comparten de revelar el sujeto y así corregir la gran injusticia de la victimización. “Las mujeres que evitan la compañía de los hombres”, dice Mary Spongberg, “que solamente se relacionan con las mujeres, no han tenido el mismo acceso a los registros históricos” que las mujeres que se asociaron con los grandes hombres. Pero en realidad las lesbianas han sido doblemente victimizadas porque no sólo han sido invisibles sino que su historiadora encuentra “la omisión casi completa de actos sexuales entre mujeres en los registros de la policía o las cortes de justicia” [22]. Evidentemente, hay un fuerte sentido de identificación entre los historiadores de dichos sujetos y los sujetos mismos.

Otro campo de investigación ligado al de la historia de la mujer es la historia familiar, es decir la historia del parentesco. Por haber sido considerado durante mucho tiempo como el lugar natural y preferido de la mujer, la familia es una institución de interés especial para los historiadores de la mujer, y como consecuencia han aumentado mucho los estudios de la historia de la familia [23]. Como era de esperarse, el historiador de la mujer aborda la familia con perspectivas especiales que reflejan su compromiso con el cambio social contemporáneo. Parece que cuando los historiadores de la mujer vuelven al estudio de la familia tienden a ignorar la familia per se y fijan la mirada en la mujer individual, a quien ellos consideran como alguien “oculto” dentro de la estructura opresiva de la familia. Desde esta perspectiva, según Tilly, la familia es una mera contingencia, y los temas más importantes son “la sexualidad como entorno para la autonomía, la familia como entorno para la lucha, y la familia como una de las posibles plataformas para lanzar la política”. Silvia Arrom, especialista en los dos campos, ha señalado “las hipótesis contradictorias de la historia de la familia y de la mujer: Los historiadores de la familia-élite suelen suponer que las familias se comportaban como unidades homogéneas; mientras que los historiadores de la mujer suponen que la familia era un área de conflicto”. Aunque parece obvio que existen y han existido conflictos familiares desde tiempo inmemorial, Rapp et al. advierten, en un tono de desenmascaramiento audaz, que sería un error asumir que ha existido una “harmonía completa de intereses entre miembros de la misma familia” [24]. Por supuesto, de la misma manera en que han proyectado a la mujer y al hombre como “construcciones”, los historiadores de la mujer tienden a insistir también en que no hay nada “natural” que distinga la familia, dejando así abierto el camino a la “reconstrucción” de la institución familiar, y convirtiendo a ésta en un conjunto de “relaciones personales entre gente que se asocia libremente” [25]. Con mucha razón, los historiadores de la mujer señalan la influencia extraordinaria que tiene la familia sobre los valores, hábitos y maneras de pensar de los niños, pero tienden a asociar la familia con valores que no les gustan y que quieren cambiar. Al mismo tiempo, se nota una fusión entre la historia de la familia y la historia de la sexualidad, y el descubrimiento de dos nuevas ideologías que los historiadores deben reconocer en el pasado y desenmascarar, el maternalism y el familialism [26]. Todo esto es congruente con el movimiento en los Estados Unidos y Canadá de convertir el matrimonio en nada más que una relación íntima entre un número no- especificado de individuos, de una manera semejante a la que el gobierno de España logró con la Ley 13 de 2005, a través de la cual se modifica el Código Civil en lo relativo al derecho a contraer  matrimonio [27].

Robert H. Holden, en revistas.unav.edu/

Notas:

1 Arlette Farge ha notado que el surgimiento del campo de la historia de la mujer, en los años setenta, separó casi inmediatemente a los dos sexos, algo insólito que ella atribuye al hecho de que las mujeres historiadoras pudieron identificarse con la materia (es decir, la mujer), pero esto no explica porque hay tan pocos hombres que trabajan en el campo; “Method and Effects of Women’s History”, en: Michelle PERROT (comp.), Writing Women's History, Oxford, Blackwell, 1992, p. 10. Debido a que hay historiadores de la mujer que no son mujeres, y que no hay razón para excluir al sexo masculino de la especialidad, en este ensayo usaré el substantivo neutral ‘historiadores’ para referirme a los que han contribuido a la historiografía de la mujer.

2 Por ‘America’ quiero decir los dos continentes americanos. Fuera de Europa y América, se datan los inicios de la ola contemporánea de forma distinta. En Japón, ésta surgió inmediatamente después de su derrota por los poderes aliados en 1945, alentada por los cambios introducidos por las fuerzas armadas de los EE.UU. durante la ocupación militar del país, según Hiroko TOMIDA, “The Evolution of Japanese Women’s Historiography”, Japan Forum, 8/2, 1996, pp. 189-203. Esta autora destaca la subordinación extraordinaria de la mujer japonesa antes de 1945. Una historiografía seria de la mujer africana empezó a aparecer en los años setenta, por la influencia europea-americana, según Iris BERGER, “African Women’s History: Themes and Perspectives”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003; durante el mismo período en la India, informa Geraldine Hancock FORBES, “Reflections on South Asian Women’s/Gender History: Past and Future”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003. Para una visión global del nacimiento de la especialidad, vease Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL, “Introduction”, en Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women’s History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, pp. xx-xxi.

3  Debido  a  la  variedad  de  definiciones  del  feminismo,  desde  un

extremo ‘liberal’ o moderado, hasta el otro en donde se encuentra el separatismo, las orientaciones ideológicas de los historiadores de la mujer (y por tanto sus escritos) han tenido matices a veces bien distintos; por ejemplo, se identifican nueve formas diferentes de teoría feminista, en Carolyn ZERBE y Ada SINACORE, “Feminist Theories”, en: Judith WORELL (comp.), Encyclopedia of Women and Gender: Sex Similarities and Differences and the Impact of Society on Gender, I, San Diego, Academic Press, 2001, pp. 469-80. Como mínimo, casi todos los feministas comparten que (1) las mujeres han sido oprimidas y subordinadas injustamente por los hombres, y

(2) es un deber político si no moral poner fin a esa situación. Ha habido un debate entre los que insisten que la opresión de la mujer por el hombre ha sido una constante casi invariable en la historia de la humanidad contra otros que argumentan acerca de la existencia de transformaciones, a veces muy notables, en el estatus de la mujer; ejemplos del primer caso son dos obras de Judith M. BENNETT, “Comment on Tilly: Who Asks the Questions for Women’s History?”, Social Science History, 13/4, 1989, p. 475, y “Confronting Continuity”, Journal of Women’s History, 9/3, 1997, pp. 73-94. Para el segundo, véase Louise A. TILLY, “Response”, Social Science History, 13/4, 1989, pp. 479-80; y Bridget HILL, “Women’s History: A Study in Change, Continuity or Standing Still?”, Women’s History Review, 2/1, 1993, pp. 5-22.

4 Entre los muchos especialistas que reconocen estos dos métodos, vease Ellen DUBOIS; Gail KELLY; Elizabeth KENNEDY; Carolyn KORSMEYER y Lillian ROBINSON, Feminist Scholarship: Kindling in the Groves of Academe, Urbana, University of Illinois Press, 1987, pp. 39ss. y Gisela BOCK, “Challenging Dichotomies: Perspectives on Women’s History”, en: Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women’s History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 1.

5 Louise Tilly, entre las más prominentes historiadoras de la mujer en los Estados Unidos, aplica los dos conceptos: ‘feminist history’ y ‘women’s history’, como si fueran sinónimos, la que es una práctica muy común; “Women’s History and Family History: Fruitful Collaboration or Missed Connection?”, Journal of Family History, 12/1, 1987, pp. 303-15. E. DUBOIS et al., Feminist Scholarship, afirman que intentaron separar las dos categorías, ‘estudios feministas’ e ‘investigaciones sobre la mujer’, pero tuvieron que concluir que fue imposible porque el feminismo es ‘el contexto dentro del cual casi todos los estudios sobre la mujer se están llevando a cabo en este momento’ (pp. 7-8). Sólo se distinguen en el caso de que el autor se refiera a la tarea específica de investigar la historia del feminismo como movimiento social, como en el caso de Karen OFFEN, que enfoca el feminismo como fenómeno histórico; Offen define dicho movimiento como ‘desafio a la hegemonía masculina’ y ‘campaña para poner fin a la subordinación de la mujer por parte del hombre’ (p. xi); considera que su propio libro es parte esencial de dicha campaña: European Feminisms 1700- 1950: A Political History, Stanford, Stanford University Press, 2000.

6 Rosa María CAPEL MARTÍNEZ, “Introducción”, Cuadernos de Historia Moderna, 19, 1997, pp. 9-18; Jean ALLMAN y Antoinette BURTON, “Destination Globalization? Women, Gender and Comparative Colonial Histories in the New Millenium [sic]”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003.

7 Gerda LERNER, The Creation of Patriarchy, Nueva York, Oxford University Press, 1986, pp. 3, 220.

8 Ha sido tan común esta premisa que sería dificil encontrar una discusión teórica entre los historiadores de la mujer que la omita. En 1982, Patricia Hilden afirmó la omnipresencia de dicha premisa: las feministas de los años sesenta del siglo XX “comprendieron que el éxito político en el presente depende de un análisis histórico. La historia de la mujer, pues, desde su nacimiento fue una actividad dedicada al presente. [...] En todas partes se acepta la necesidad de entender la opresión de la mujer en el pasado para corregirlo en el presente”. Hilden reconoció que la tendencia a instrumenta- lizar la historia para fines políticos había dado pie a obras mediocres. Sin embargo, Hilden no aboga por el abandono del fin político sino que recomienda que las teorías y las investigaciones (orientadas hacia el logro de ese fin político) sean más cuidadosas. Patricia HILDEN, “Women’s History: The Second Wave”, Historical Journal, 25/2, 1982, pp. 501, 511-2. En una conferencia principal frente a un congreso de historiadores de la mujer en 1979, Joan Kelly exhortó a su audiencia que “extirpen por completo la jerarquía de género y de sexo, y con ellos todas las formas de dominación”; “The Doubled Vision of Feminist Theory: A Postscript to the ‘Women and Power’ Conference”, Feminist Studies, 5/1 1979, pp. 216-27. En 2000, Karen Offen llamó a su propia historia del feminismo europeo, “una guía política, un acto político” (K. OFFEN, European Feminisms, p. 395). Louise Tilly observó con evidente aprobación que cuando historiadores feministas aplican la categoría de gender “expresan así un compromiso político hacia la promoción de la igualdad de género, la autonomía individual de la mujer, y el acceso al poder político y económico”; “Gender, Women’s History, and Social History”, en Social Science History, 13/4, 1989, pp. 448-9, 451, 452.

Uno de los pocos historiadores de la mujer que han cuestionado la politización de su campo es Silvia ARROM, “Historia de la Mujer y de la Familia Latinoamericanas”, Historia mexicana, 42/2, 1992, pp. 389-90. Otra es Elizabeth Fox-Genovese, entre las pioneras de la especialidad, quien observó en una entrevista que, para los últimos años ochenta del siglo pasado, “poco a poco se hacía muy claro que mis colegas pensaron que para participar en el campo de los estudios de la mujer, incluso la historia de la mujer, uno tuvo que ser leal a unas tradiciones políticas específicas”, en: Stephen GOODE, “Genoveses try to alter the course of history teaching”, Insight on the News, 14 (1/VI/1998), p. 20.

9 Peter LASLETT, “The Character of Familial History, Its Limitations and the Conditions for its Proper Pursuit”, Journal of Family History, 12/1-2, 1987, pp.. 268-71.

10 Este es un argumento que he desarrollado en Robert H. HOLDEN, “What Is Your Anthropology? What Are Your Ethics?”, Historically Speaking, 6/4, 2005, pp. 35-7.

11 Mary GERGEN, “Social Constructionist Theory”, en: Judith WORELL, (comp.), Encyclopedia of Women and Gender: Sex Similarities and Differences and the Impact of Society on Gender, II, San Diego, Academic Press, 2001, p. 1044.

12 Gerda LERNER, “New Approaches to the Study of Women in American History”, Journal of Social History, 3/1, 1969, pp. 53-62 y The Creation of Patriarchy, pp. 6, 238.

13 Karen OFFEN, “Defining Feminism: A Comparative Historical Approach”, Signs, 14/1, 1988, pp. 119-57 y European Feminisms, pp. 14-15, 16.

14 DUBOIS, KELLY, KENNEDY, KORSMEYER y ROBINSON, Feminist Scholarship: Kindling in the Groves of Academe, pp. 101-10. Se ve la misma superficialidad fuera de la disciplina de la historia. La profesora de inglés y teórica del género, Sarah Gamble, insiste en que el feminismo existe porque en la sociedad contemporánea la mujer es siempre vista como el contrario- negativo del hombre (hombre/fuerte, mujer/débil, hombre/racional, mujer/ emocional, hombre/activo, mujer/pasiva, etc.), posición exagerada que explica la hostilidad a cualquier concepto de “naturaleza femenina”; en: “Introduction”, en: Sarah GAMBLE (comp.), The Routledge Critical Dictionary of Feminism and Postfeminism, Nueva York, Routledge, 1999, p. VII.

15 Una historiadora italiana opina que, “[d]esde un punto de vista epistemológico, el enfoque en las relaciones y jerarquías de género es la contribución más significativa a la investigación histórica contemporánea por parte del movimiento feminista americano”, y añadie que el impacto de las obras de Scott en Italia fue grande; Silvia MANTINI, “Women’s History in Italy: Cultural Itineraries and New Proposals in Current Historiographical Trends”, Journal of Women’s History, 12/2, 2000, pp. 172-3. La influencia a escala mundial de la obra de Scott está evaluada también en OFFEN, PIERSON, y RENDALL, “Introduction”, p. xxxiv. El concepto de gender había sido propuesto como un instrumento en la historia de la mujer, tal vez por la primera vez, en 1976 por Natalie Zemon Davis, quien recomendó como prioridad el estudio de los cambios en los papeles sexuales de los dos sexos, pero sin referencia a métodos deconstruccionistas y sin poner en duda la existencia misma de la identidad sexual, como hará después Scott. Sin embargo, para 1985, Davis parece haberse convertido a la posición que Scott promoverá; veanse las dos obras de Davis: “‘Women’s History’ in Transition: The European Case”, Feminist Studies, 3/3-4, 1976, p. 90  y “What Is Women’s History?”, History Today, 35, 1985/VI, p. 42. Un resumen de los pasos intelectuales que siguieron los historiadores de la mujer hacia el descubrimiento de que incluso el sexo es “construido” se encuentra en Merry E. WIESNER-HANKS, “Women, Gender, and Church History”, Church History, 71/3, 2002, pp. 605-10.

16 Las citas de este párrafo vienen de las siguientes obras de J. SCOTT: Gender and the Politics of History, Nueva York, Columbia University Press, 1988, pp. 3-11; “History in Crisis? The Others’ Side of the Stor”, American Historical Review, 94/3, 1989, pp. 681, 691; “The Evidence of Experience”, Critical Inquiry, 17/4, 1991, pp. 792-3; y un nuevo capítulo (Nº. 10) de la segunda edición (1999) de Gender and the Politics of History. Vease también su “Gender: A Useful Category of Analysis”, American Historical Review, 91/5, 1986, pp. 1053-75.

17 Los ideológos de la doctrina anti-natural reconocen el problema, pero insisten en que sólo es un problema aparente. Citando a Jacques Lacan y Renata Saleci, Joan Scott observa que mientras la idea de derechos humanos universales es pura fantasía, es una fantasía útil para los que sienten la necesidad de ser reconocidos; Gender and the Politics of History, pp. 216-7.

Vease tambíen el libro de ensayos de Amnesty International dedicado a la cuestión de la tensión entre la “desconstrucción” del sujeto, por un lado, y el discurso sobre los derechos: Barbara JOHNSON (comp.), Freedom and Interpretation: The Oxford Amnesty Lectures, Nueva York, Basic Books, 1993.

18 WIESNER-HANKS, “Women, Gender, and Church History”, pp. 605- 10; la tensión aún existente entre los exponentes de la historia de género y los de historia de la mujer se analiza en ALLMAN y BURTON, “Destination Globalization? Women, Gender and Comparative Colonial Histories in the New Millenium [sic]”.

19 Louise A. TILLY, “Gender, Women’s History, and Social History”,

Social Science History, 13/4, 1989, pp. 448-9, 451, 452.

20 Gilbert M. JOSEPH, “A Historiographical Revolution in Our Time”, Hispanic American Historical Review, 81/3-4, 2001, p. 445; para ejemplos sobre cómo algunos historiadores aplican gender a la historia política y económica, vease Thomas Miller KLUBOCK, “Writing the History of Women and Gender in Twentieth-Century Chile”, Hispanic American Historical Review, 81/3, 2001, p. 518 y Sarah C. CHAMBERS, “New Perspectives in Latin American Women’s and Gender History”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003.

21 Phyllis STOCK-MORTON, “Finding Our Own Ways: Different Paths to Women’s History in the United States”, en: Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women's History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 63.

22 Mary SPONGBERG, Writing Women’s History Since the Renaissance, Basingstoke, Palgrave MacMillan, 2002, p. 218.

23 CAPEL MARTÍNEZ, “Introducción”, p. 17 y Robert WHEATON, “Observations on the Development of Kinship History, 1942-1985”, Journal of Family History, 12/1-3, 1987, p. 290.

24 Louise A. TILLY, “Women’s History and Family History: Fruitful Collaboration or Missed Connection?”, Journal of Family History, 12/1, 1987, pp. 309-10; Silvia Marina ARROM, “Historia de la Mujer y de la Familia Latinoamericanas”, p. 397; Rayna RAPP; Ellen ROSS y Renate BRIDENTHAL, “Examining Family History”, Feminist Studies, 5/1, 1979, p. 187.

25 Joan KELLY-GADOL, “The Social Relation of the Sexes: Methodological Implications of Women’s History”, Signs, 1/4, 1976, pp. 809-23; Rayna RAPP; Ellen ROSS y Renate BRIDENTHAL, “Examining Family History”.

26 Para una introducción a los dos conceptos, vease Lynne HANEY y Lisa POLLARD, “In a Family Way: Theorizing State and Familial Relations”, en: Lynne HANEY y Lisa POLLARD (comps.), Families of a New World: Gender, Politics, and State Development in Global Context, Nueva York, Routledge, 2003, pp. 1-16. Sara Poggio hace notar el conflicto que había entre feministas estadounidenses de orígen mexicano y las feministas ‘anglosajo-nas’ quienes acusaron a las primeras de ‘familismo’; “Historia de las Chicanas: ¿Chicanas en Qué Historia?”, en: Eugenia RODRÍGUEZ SÁENZ (comp.), Un Siglo de Luchas Femeninas en América Latina, San José, Costa Rica, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002, pp. 41, 46. Joan Kelly exhorta a sus lectores “a extirpar la jerarquía de genero y de sexo totalmente, y con ellas todas las formas de dominación”, incluso la familia, debido al control injusto que ejerce sobre la “sexualidad femenina”; “The Doubled Vision”, p. 223. Después de la muerte de Kelly en 1982, la American Historical Association (AHA), la sociedad de historiadores más grande y

prestigiosa de los Estados Unidos, estableció un premio para honrarla, “The Joan Kelly Memorial Prize”, que se da anualmente al autor del libro de la historia de la mujer “que mejor refleja los altos ideales intelectuales y de estudio ejemplicados en la vida y obra de Joan Kelly”. La autora de The History of the Family and the History of Sexuality, manual  estudiantil sobre la historia de la familia, publicado por la AHA, es Estelle Freedman, profesora de Stanford University, quien se identifica como “outsider” (forastera) en el mundo académico por su condición de “judía, mujer, feminista, y lesbiana”, y como activista “profundamente involucrada” en la campaña para legalizar uniones de personas del mismo sexo; Feminism, Sexuality and Politics: Essays, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2006, pp. 9, 187.

27 En el caso de América del Norte, el movimiento por la transformación del matrimonio y la familia, y el apoyo que recibe por parte de asociaciones legales influyentes, está bien documentado y analizado en Dan CERE, The Future of Family Law: Law and the Marriage Crisis in North America, Nueva York, Council on Family Law, Institute for American Values, 2005.

 

Juan Luis Lorda

Tenemos un formidable patrimonio para estudiar no solo con la devoción arqueológica de quien admira el pasado, sino como inspiración y apoyo ante los nuevos retos en la vida de la Iglesia

Emilio Pfeffer Urquiaga

1.        EL DERECHO A LA INTIMIDAD O PRIVACIDAD

El derecho a la intimidad o privacidad, como así también el derecho al honor y a la propia imagen, son derechos fundamentales de la persona, bienes personales de incuestionable valor, que emanan de la personalidad misma del individuo.

El individuo tiene derecho a exigir su protección en vista a un ejercicio más pleno del derecho a la vida que comprende el derecho a disfrutar de la vida, lo que conlleva el «derecho a ser dejado en paz».

Los derechos íntimos al igual que los deseos y sensibilidades de la gente deben ser respetados. Al igual que su honra e imagen.

Como derechos de la personalidad, la intimidad o privacidad, el honor y la imagen, son valores o derechos fundamentales que sirven de presupuesto para el ejercicio de otros derechos. En tal sentido son esenciales, originarios e innatos, extrapatrimoniales, intransmisibles, oponibles «erga omnes», irrenunciables e imprescriptibles y, en principio, intransferibles.

En una primera época el derecho a la intimidad o privacidad, no se admitía con carácter autónomo. Tal derecho se fundamentaba en el derecho de propiedad, o en la ruptura de la confianza o lealtad. No se reconocía un derecho a la intimidad independiente del derecho a la propiedad. Pero eso no significaba que tal derecho no existiera. Pues la intimidad tiene, en último término, su fundamento en la inviolabilidad de la persona humana: sólo el individuo -se admite- tiene el derecho de hacer públicas cuestiones relativas a su intimidad.

La intimidad o privacidad es un concepto difícil de establecer. No se observa en la doctrina ni en la jurisprudencia una delimitación conceptual precisa y unívoca de este derecho.

Se admite que íntimo es aquello que está lo más adentro posible. Lo que está en el interior del hombre.

En la sociedad de masas aquel núcleo íntimo del individuo se encuentra en jaque o acoso permanente. Ello, fundamentalmente, por el avance vertiginoso de las tecnologías y el desarrollo de los medios de comunicación.

El reconocimiento expreso de la privacidad o intimidad como derecho fundamental consagrado a nivel constitucional resulta tardío, en general, en los ordenamientos jurídicos. Inicialmente se reconocen manifestaciones específicas de la intimidad (inviolabilidad del hogar y de las comunicaciones), pero no existe un explícito reconocimiento del derecho a la intimidad o privacidad.

En la C.E.N.C. el Comisionado Sr. Guzmán manifestó que «el concepto de «vida privada» comprende la «intimidad» o «privacidad», porque ésta envuelve el ámbito de una zona de la vida de la persona que debe quedar precisamente excluida de la noticia o de la invasión externa».

No es posible a priori establecer límites precisos que determinen cuándo se invade la intimidad o privacidad, y cuándo estamos frente a un hecho de la vida pública. Corresponde pues a la jurisprudencia determinar el ámbito exacto de tales esferas en cada caso y según las circunstancias.

No obstante lo señalado algunos criterios se pueden esbozar en esta materia.

Desde luego, la doctrina italiana distingue, usualmente, cuatro posibles esferas del aislamiento (vida privada): 1) la soledad, que entraña la imposibilidad física de contactos materiales: 2) la intimidad, en la que el individuo, sin hallarse aislado, se encuadra en un grupo reducido en el que se dan relaciones especiales, como por ejemplo en el ámbito conyugal y familiar; 3) el anonimato; 4) la reserva, que consiste en la creación de una barrera psicológica frente a las intromisiones no deseadas.

En general se estiman como atentados a la intimidad o privacidad, al menos los siguientes: a) La intromisión en la soledad física que la persona se reserva en el hogar o respecto de sus bienes, por ejemplo, a través de micrófonos o cámaras que se instalan para grabar conversaciones privadas, filmar en su círculo íntimo; b) Al divulgar públicamente hechos privados, aún cuando aquellos no atenten contra el honor o no sean lesivos para la persona; c) La divulgación de hechos deformados o falsos relativos a una persona, por ejemplo cuando se distorsiona la imagen, nombre, voz del individuo con fines comerciales, y d) Al apropiarse indebidamente en provecho propio del nombre o imagen ajenos.

En algunos países se sanciona las violaciones a la vida privada atendiendo al criterio del lugar donde se den los hechos. Otros sancionan según la calidad personal del sujeto, siendo la notoriedad el límite definitivo entre la vida privada y lo público, con la salvedad de los actos que se entrometan en hechos que sean manifiestamente privados (v.gr. espiar relaciones sexuales); los países en que se adopta un sistema mixto no sólo castigan según la consideración al lugar, sino también a la naturaleza del acto.

Tampoco existe acuerdo entre los autores y la jurisprudencia en punto a determinar qué es lo público y qué es lo privado.

La distinción puede formularse a partir de la calidad de la persona. Tratándose de un sujeto público, que ejerce una función pública o está provisto de notoriedad por cualquier causa, resulta indudable que su vida privada es más limitada que una simple persona privada que puede reclamar un grado mayor de intimidad.

Si se atiende al espacio en que se ejecutan ciertos actos o suceden los hechos, lo privado se daría en el interior de una vivienda u otro espacio exclusivo, aunque fuera por tiempo limitado.

Si los actos satisfacen necesidades ajenas, serán públicos, si son propias, serán privados.

En general se considera privados a los hechos que son normalmente desconocidos para terceros ajenos al grupo familiar y no se desea que otros los conozcan, o cuyo conocimiento produce turbación moral en el sujeto, pues daña su pudor o recato.

El fundamento propietario en que inicialmente se fundaba este derecho expresado en el antiguo aforismo inglés «mi domicilio es mi castillo», ha sido hoy abandonado y se le reconoce una configuración autónoma a partir de la cual se admite que cada persona tiene la facultad de decidir hasta qué punto pueden ser comunicados a otros sus pensamientos, sentimientos y emociones.

Se discute si cabe reconocerle intimidad o privacidad a la persona jurídica, porque es obvio que no tiene una vida privada o círculo íntimo que sea objeto de tutela. En realidad lo que puede ocurrir es que se atente contra la intimidad de las personas físicas que forman parte de la persona jurídica.

Particular mención cabe formular en relación al «derecho al olvido» que constituye una manifestación especifica del derecho a la intimidad o privacidad: toda persona tiene derecho a que se olvide su pasado, y como se ha reconocido a que no se narren hechos verdaderos pero del pasado que impliquen escudriñar en su turbia vida íntima o privada.

2.        EL DERECHO AL HONOR

La Constitución no define o conceptualiza el bien jurídico honor. Tampoco lo hace la legislación. Se dice que es un concepto mutable: cambia o evoluciona influido por las nuevas realidades sociales y culturales que imperen en la sociedad.

La valentía o el valor, el crédito, confianza, prestigio, la doncellez, la decencia son algunos elementos que afectándose pueden configurar un atentado al honor de la persona.

Se discute si las personas jurídicas pueden ser titulares de él.

Los vocablos honra y honor no son sinónimos, como quedó de manifiesto en la discusión habida en la C.E.N.C. donde el Comisionado señor Ovalle señaló que «la honra se refiere a la «estima y respeto de la dignidad propia» y el honor es la «cualidad moral que nos lleva al más severo cumplimiento de nuestros deberes respecto del prójimo y de nosotros mismos».

No todos los autores reconocen validez a esa distinción. Para muchos el honor se instala sólo en el ámbito de la subjetividad y, por consiguiente el derecho al honor sólo comprende el sentimiento que tiene el sujeto de su propia dignidad. La dimensión objetiva, es decir, la valoración externa o el aprecio que tiene la sociedad del individuo la denominan «reputación».

En Chile, en general, se reconocen las dos dimensiones tradicionales del honor: 1) el ámbito subjetivo (honor), entendido como la estimación que el sujeto tiene de sí mismo y el ámbito objetivo (honra), es decir la estimación o valoración social que tienen los terceros de las calidades morales de un sujeto determinado [1].

El honor, generalmente, se tutela o protege a través de un sistema represivo donde se establece la responsabilidad civil y penal con carácter ulterior, ello en razón de la naturaleza del bien jurídico tutelado, cuya lesión está típicamente constituida por los actos difamatorios, los cuales son de tracto único o instantáneos, y de intención

trascendente -el animus iniuriandi-, susceptibles de ser, sólo reprimidos y/o rectificados mediante el ejercicio del derecho a réplica.

3.        DERECHO A LA PROPIA IMAGEN

El derecho a la imagen surge vinculado al honor y a la privacidad o intimidad. No obstante que actualmente en el derecho comparado, por regla general, se los trata como derechos independientes: un hecho puede considerarse simultáneamente una intromisión en la intimidad o lesivo del honor y también conculcatorio del derecho a la propia imagen. Por lo tanto debemos entender el derecho a la propia imagen como un derecho personalísimo, independiente de los derechos al honor y a la intimidad o privacidad. La imagen se refiere a un aspecto externo del individuo que se obtiene y reproduce sin su consentimiento. La intimidad o privacidad es la antítesis de esa externalidad.

El derecho a la propia imagen comprende la facultad de proteger la imagen propia a fin de que aquella no se reproduzca, total o parcialmente en forma íntegra o deformada, sin consentimiento de su titular.

4.        PROTECCIÓN NORMATIVA DEL DERECHO A LA INTIMIDAD O PRIVACIDAD, A LA HONRA Y A LA PROPIA IMAGEN

La Constitución de 1980 asegura a todas las personas, el respeto y protección a la vida privada y pública de la persona y de su familia y la inviolabilidad del hogar y de

El vocablo «respeto» es indicativo de la obligación de los terceros en orden a acatar los valores jurídicos «vida privada o pública» u «honra». Mientras que con la expresión «protección» se alude al conjunto de medios (acciones, peticiones o recursos) que el ordenamiento jurídico otorga al titular de esos bienes o valores para defenderlos de modo eficaz y exigir el más íntegro y pronto respeto de ellos.

La normativa internacional tampoco es ajena a estas regulaciones y en algunos casos tutela con mayor precisión y extensión estos bienes jurídicos.

La Declaración Universal de Derechos Humanos (Declaración) dispone que:

«nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia ni de ataques a su honra o a su reputación». Luego agrega que: «toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques» (artículo 12). Una norma similar se contiene en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Públicos (Pacto) (artículo 17), con la salvedad de que aquél hace referencia a «injerencias arbitrarias o ilegales».

La Convención Americana de Derechos Humanos (Convención) (artículo 11) establece que «toda persona tiene derecho al respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad», y reitera que «nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su familia, su domicilio o en su correspondencia ni de ataques ilegales a su honra o reputación».

La Declaración (artículo 19) reconoce que «todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión».

El Pacto (artículo 19) y la Convención (artículo 13) aseguran este derecho en similares términos al expresar que «toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión; este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o por cualquier otro procedimiento de su elección». Como asimismo, que «nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones».

Luego de señalar que su ejercicio «no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las que deben estar expresamente fijadas por la ley» tanto la Convención como el Pacto disponen que el derecho a la libertad de expresión «entraña deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones, las que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para: a) asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás y, b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas».

La Convención (artículo 13) admite, además, otras limitaciones: «los espectáculos públicos pueden ser sometidos por la ley a censura previa con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la adolescencia...». Asimismo garantiza que «no se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios encaminados a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones».

La Convención (artículo 14) reconoce el derecho de rectificación o respuesta al prescribir que «toda persona afectada por informaciones inexactas o agravantes emitidas en su perjuicio a través de medios de difusión legalmente reglamentados y que se dirijan al público, en general, tiene derecho a efectuar por el mismo órgano de difusión su rectificación o respuesta en las condiciones que establezca la ley». La Convención puntualiza que en «ningún caso la rectificación a la respuesta eximirán de las otras responsabilidades legales en que se hubiere incurrido». Como también que «para la efectiva protección de la honra y la reputación, toda publicación, empresa periodística, cinematográfica, de radio o televisión tendrá una persona responsable que no esté protegida por inmunidades ni disponga de fuero especial» [2].

El Pacto (artículo 20) dispone que estará prohibida por ley «toda propaganda en favor de la guerra» y «toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia». Análogo precepto contiene la Convención (artículo 13, Nº 5). Mientras que la Declaración (artículo 7) reconoce el derecho a igual protección «contra toda provocación» a cualquier tipo de discriminación.

En nuestro ordenamiento constitucional el derecho a la propia imagen no aparece expresamente reconocido. Mientras que respecto del derecho a la intimidad sólo se admiten manifestaciones específicas, y sólo por vía interpretativa debemos concluir que la intimidad queda comprendida en la noción de vida privada. Tampoco se reconoce la dimensión objetiva del honor, pues al asegurarse el derecho a la honra, la norma constitucional restringe la tutela a la esfera subjetiva, es decir, a la estimación y valoración que el individuo se tiene de sí mismo.

La normativa internacional antes citada expande el reconocimiento de algunos derechos pero a su vez incurre también en algunas omisiones. El artículo 12 de la Declaración, el artículo 17.1 y 2 del Pacto y los artículos 11 y 13 de la Convención, refuerzan y extienden la garantía constitucional contenida en el artículo 19 Nº 4 de la Constitución, puesto que apuntan a aspectos no abordados por este precepto, como son la garantía explícita de la reputación o aspecto objetivo del honor.

No obstante lo señalado precedentemente se observa una ausencia en cuanto al reconocimiento explícito del derecho a la propia imagen.

5.        Protección efectiva de los derechos a la intimidad o privacidad, al honos y a la propia imagen en relación a la libertad de opinión e información

En general la protección de la intimidad o privacidad, el honor y la imagen es posible concretarla en tres formas: 1) A través de un sistema compensatorio destinado a indemnizar los daños y perjuicios responsabilidad contractual -abuso de confianza o uso indebido de la propia imagen- y extracontractual, en caso de delito o cuasidelito civil; 2) Por medio de una acción reparatoria, destinada a que desaparezca o se rectifique el perjuicio que la acción abusiva provoca (derecho de réplica, opción de formular descargos o retractación pública del ofensor), y 3) el sistema preventivo o represivo que opera para eliminar o suprimir la injerencia indebida lesiva de la intimidad o privacidad, del honor o de la imagen personal que se puede manifestar, en el ámbito judicial preventivamente -medidas cautelares- o represivamente en la búsqueda de una sanción penal. Ninguno de estos mecanismos de protección es excluyente entre sí.

Ya aludimos a la omisión en el reconocimiento del derecho a la propia imagen que se observa tanto en nuestra preceptiva constitucional como en la normativa internacional. Eso puede explicar, más no justificar la debilidad con que nuestros tribunales han brindado protección al derecho a la propia imagen [3].

En cuanto a la tutela efectiva de la vida privada de la persona y de su familia, los tribunales han realizado una interpretación restringida del precepto, y en general han privilegiado en la mayoría de los casos la libertad de expresión por sobre el derecho a la vida privada.

Quizás la excepción la constituyan algunos casos en que los tribunales han intervenido en relación a algunas publicaciones que de haber relatado hechos verdaderos incursionaron en su mayor parte en hechos propios de la vida privada e íntima de las personas allí aludidas. Y que por ende no es lícito a sus autores divulgarlos a terceros al ser lo íntimo no susceptible de ser expuesto a la sociedad sin el consentimiento del afectado. Tal es el caso de los libros Impunidad diplomática, Los secretos de Fra-Fra y El libro negro de la justicia chilena.

En otros países la intimidad o privacidad ha sido tutelada al punto se derogarse algunos tipos penales como el del delito de sodomía o actos sexuales voluntarios cometidos en privado por adultos varones como ocurrió en Canadá. Ello a partir de la afirmación de que dichos actos son propios de la esfera íntima o vida privada de las personas y no corresponde al Estado intrometerse en ese ámbito.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos también ha tenido oportunidad de emitir pronunciamiento en esta materia en el caso Dudgeon. Un homosexual natural de Irlanda que fue trasladado a un recinto policial luego que la policía allanara su domicilio y encontrara documentación personal en que se describían conductas homosexuales y se lo interrogó sobre su vida sexual en función de los documentos pesquisados. El Tribunal consideró que tales actuaciones constituían una intromisión en el derecho del demandante al respeto a su vida privada (que incluye su vida sexual), y dichas actuaciones y la legislación que las permitía afectaba continua y directamente su vida privada. Porque o bien aquél respetaba la ley y se abstenía de llevar a cabo actos sexuales prohibidos -en privado y con compañero masculino que consiente en ellos- o bien realiza dichos actos y se convierte en un sujeto susceptible de sufrir una persecución penal».

Con la lógica anterior el delito de sodomía tipificado en nuestro Código Penal sería, como algunos han sostenido, inconstitucional por cuanto las conductas sexuales forman parte de la vida privada de las personas que garantiza el artículo 19 Nº 4 de la Constitución, el artículo 12 de la Declaración, el artículo 17.1 del Pacto y los artículos 11 y 13 de la Convención.

Con todo deben destacarse las siguientes sentencias:

a)       El sólo hecho de no haberse obtenido la debida autorización para que personal ajeno a las necesidades del examen médico que se ejecutaba ingresara al recinto donde se practicaba y se haya filmado éste, implica una acción ilícita pues contraviene el derecho de toda persona a que se le respete y proteja su privacidad. (C. Suprema, 16 diciembre 1992, R.G.J. Nº 150, pág. 42).

b)       El Servicio de Investigaciones se extralimitó en sus funciones al permitir que personas ajenas a dicho organismo policial tomaran fotografías de simples inculpados como si fueran vulgares delincuentes. Ello implica un vejamen que afecta a la honra y dignidad de los recurrentes. (C. Santiago, 2 junio 1989, R.G.J. Nº 108, pág. 38).

c)       Carece de competencia el Superintendente de AFP para dictar un acto administrativo -«circular»- en cuya virtud exige a las sociedades cuyo objeto sea la administración de fondos de pensiones publicar en sus Memorias Anuales la remuneración total que durante el ejercicio hayan percibido sus quince más altos ejecutivos o asesores, aún cuando no se indiquen nombres. (C. Suprema, 5 junio 1989, R.D.J., T. 86, sec. 5º, pág. 107).

En síntesis, los tribunales sólo han realizado una protección restringida de los derechos al honor y la intimidad y no ha existido garantía del derecho a la propia imagen que haya podido demandarse a través de una vía cautelar como lo es la acción constitucional de protección.

Emilio Pfeffer Urquiaga, en redalyc.org/

Notas:

1 La sentencia dictada en el caso “Impunidad diplomática” admite que el término honra tiene dos acepciones: a) Subjetivo: es el aprecio que cada uno siente por sí mismo, y b) Objetivo: que es la reputación o buena fama que los terceros tienen de uno, amparando la Constitución el segundo aspecto, pues el primero queda en el fuero interno del sujeto, en cambio, el objetivo forma parte de la convivencia social y ésta es la que regula el derecho de toda forma de comunicación privada.( R.G.J. Nº 160, p. 143).

2 La Convención de los Derechos del Niño, señala: «El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por cualquier medio elegido por el niño, siempre que ello no vaya en menoscabo del derecho de otros» (artículo 13). Se asegura igualmente que todo niño o niña tiene derecho a expresar su opinión y a que ésta se tenga en cuenta en todos los asuntos que lo afectan. (artículo 12).

3 Así queda de manifiesto en los siguientes casos:

Recurso de protección Solari con diario La Cuarta. Se publica en la portada la foto de la hija del recurrente en traje de baño en la playa de Reñaca con la siguiente leyenda: “Cada día que pasa se acerca más el frío invierno. He aquí una imagen tanguera para calentar los huesos. ¿Por qué no tenemos verano durante todo el año?”. La Corte sostuvo que el problema consistía «en determinar si los hechos que se desarrollan en lugares públicos o abiertos pueden considerarse como parte de la vida privada de una persona. La respuesta adecuada es negativa porque la circunstancia de que sean realizados en un lugar público está indicando que la presunta afectada no lo considera privado y sobre el particular su voluntad en este punto es decisoria». Como la hija del recurrente se hallaba en la playa, que es un lugar público no es posible concluir que mediante la publicidad se menoscabe la honra de la afectada y su familia. «No se atenta en contra de la vida privada y pública y la honra de la persona y de su familia, con la publicación de un álbum con fotografías y datos de identificación de jugadores de fútbol. (C. Santiago, 2 julio 1984, R.G.J. Nº 49, p. 84).

 

Álvaro Duarte

Prototipos marianos en el Antiguo Testamento

La persona de María, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa del espíritu Santo, es el foco de nuestra atención desde el aspecto de madre y hermana de los pobres. En un vistazo a la Palabra de Dios se puede fijar la atención en el Antiguo Testamento. Si bien no se encuentra un dato mariológico propiamente dicho, existen ciertos elementos que pueden servir de indicio para un desarrollo en el Nuevo Testamento. ya el concilio Vaticano II legitima este proceder de acercamiento al texto bíblico:

La Sagrada escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor. ella misma, bajo esta luz, es insinuada proféticamente en la promesa (ipsal sub hac luce, prophetice adumbratur in promissione) dada a nuestros primeros padres, caídos en pecado, de la victoria sobre la serpiente (cf. Gn 3, 15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel ( Is 7, 14; Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23). ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que esperan con confianza la salvación. En fin, con Ella, excelsa Hija de Sion, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura una nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para, con los misterios de su carne, liberar al hombre del pecado (LG 55).

El pobre

en el Antiguo Testamento el tema del pobre (da/, ‘aní) ocupa un lugar particular y, en cierto sentido paradójico, puesto que, si bien delante de la sociedad en general no son muy tenidos en cuenta, ante los ojos de Dios ocupanun lugar importante. el término “pobre” (‘aní) tiene la connotación de humilde, fiel, y es muy frecuente en los salmos. Muy cercano a esta palabra está el término ‘anawah, anawim que, para algunos autores, puede ser entendido como el plural de ‘aní; ahora bien, el plural propio de este término es ‘anayim. en el Antiguo Testamento la pobreza no aparece como un ideal sino como fruto de la injusticia, y los pobres son vistos de manera especial por parte de Dios.

Los profetas se convierten en los grandes defensores de los pobres, víctimas del comercio fraudulento (Am 8, 5-6; Os 12, 8), de la ambición de tierras (Mi 2, 2; Is 5,8), del abuso del poder (Am 5, 7; Jr 22, 13-17). Con frecuencia la actitud del pobre frente a Dios es de humildad (So 2, 3), de temor de Dios (Pr 15, 33; Pr 22, 4), de fidelidad (Si 45, 4). Los que tienen estas disposiciones y oran confiadamente al Señor son llamados los “pobres del Señor” (‘anawim Yhvh, cfr. Sal 74, 19; Sal 149, 4-5), casi a manera de una congregación de fieles humildes. En algunos lugares se mencionan grupos de “pobres”: humillados, desposeídos, esclavizados, marginados (1S 22, 2; Jc 11,3; Sal 12). En algunos casos el grupo se identifica con todo Israel (Sal 72, 2; Sal 74, 19; Sal 147, 6; Sal 149, 4; cfr. Is 49, 13), o con una determinado estrato en Israel. La expresión ‘aniyé ‘em o ‘anawé ‘em se refiere con frecuencia al pueblo o a un grupo de explotados y perseguidos (Sal 9; Sal 10; Sal 25; Sal 34; Sal 37; Sal 69; Sal 72; Sal 109).

Desde aquí, a manera de prototipos de María pobre, se pueden considerar algunos textos veterotestamentarios:

Prototipos de María madre y hermana de los pobres

Saldrá una rama del tronco de Jesé [y] un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo [y] de fortaleza, espíritu de ciencia [y] de temor del Señor [-y] lo inspirará el temor del Señor. Él no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles [y] decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas (Is 11, 1-5).

La mención del “retoño de un tronco” de donde vendrá el ungido (Mesías) por el espíritu de Dios así como la presentación del ungido humilde y bondadoso, es una referencia al “tronco”, al árbol cortado, figura que trae ciertamente connotaciones de humildad y que, en alguna forma llevan a pensar en María.

El tema del oráculo de la “almah” (Is 7, 14) que será citado más adelante, habla igualmente de la virginidad, realidad que, en el contexto de una cultura que exalta la maternidad, resulta de una gran pobreza para la mujer.

La profecía de Miqueas resalta la pequeñez de Belén, lugar en donde María va a dar a luz a su hijo, ofrece igualmente un contexto humilde y pobre: “[y] tú, Belén efratá, la más pequeña entre las ciudades de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial” (Mi 5, 2).

Sara, la mujer de Abraham es avanzada en edad y sin hijos. Frente a la maternidad se siente desdichada y desamparada: “¿Tendré un hijo a esta edad avanzada y siendo viejo mi esposo?” (Gn 18, 12), palabra que recuerda la situación de María ante el anuncio del ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34).

Es dramático también el caso de Ana, que como Sara, se siente desconsolada por no tener hijos:

Entonces Ana oró, diciendo: Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe; él es quien pesa las acciones. Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; 1os hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. el Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria; pues del Señor son los pilares de la tierra, y sobre ellos afianzó el orbe. Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas, porque el hombre no triunfa por su fuerza. eI Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da fuerza a su Rey, exalta el poder de su Ungido (1S 2, 1-10).

San Lucas tiene en su mente la oración de Ana al escribir el Magnificat, puesto que la figura de Ana, mujer llena de fe, de humildad y de confianza en Dios, aparece como alguien muy pobre según su contexto cultural porque no tiene hijos. Es claro que el cántico de Ana sirvió de base a san Lucas para el cántico del Magnificat.

También se encuentra el caso de Judit, quien es una mujer viuda, y como tal, pobre e indefensa, pero toma conciencia de una misión muy importante frente al pueblo, la derrota del poderoso y el triunfo de los humildes y desvalidos:

Tú has hecho el pasado, el presente [y] el porvenir; Tú decides los acontecimientos presentes [y] futuros, [y] solo [se] realiza lo que Tú [has] dispuesto. Las [cosas] que Tú has ordenado se presentan [y] exclaman: “¡Aquí estamos!”. Porque Tú preparas todos tus caminos, [y] tus juicios están previstos de antemano. Mira que los asirios, colmados de poderío, se glorían de sus caballos [y] sus jinetes, [se] enorgullecen del vigor de sus soldados, confían en sus escudos [y] sus lanzas, en sus arcos [y] sus ondas, [y] no reconocen que Tú eres el Señor, el que pone fin [a] las guerras. ¡Tu Nombre es Señor! Quebranta [-] su fuerza con tu poder, aplasta su poderío con tu ira, porque [se] han propuesto profanar tu Santuario, manchar la Morada donde habita la Gloria de tu Nombre, [y] derribar tu altar [a] golpes de hierro. Mira su arrogancia, descarga tu indignación sobre [sus] cabezas: concédeme, aunque no soy más que una viuda, la fuerza para cumplir mi cometido. Por medio de mis palabras seductoras castiga al esclavo junto con su jefe [y] al jefe junto con [su] esclavo. ¡Abate [su] soberbia por la mano de una mujer! Porque tu fuerza no [está] en el número ni tu dominio en los fuertes, sino que Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados [y] el salvador de los desesperados. ¡Sí, Dios de mi padre [y] Dios de la herencia de Israel, Soberano del cielo y de la tierra, Creador de las aguas [y] rey de toda la creación: escucha mi plegaria! que mi palabra seductora se convierta en herida mortal para los que han maquinado un plan siniestro contra tu Alianza [y] tu Santa Morada, la cumbre de Sion [y] la Casa que es posesión de tus hijos. ¡Que toda tu nación [y] cada una de sus tribus reconozcan que Tú eres Dios, el Dios de toda fuerza [y] de lodo poder, [y] que no hay otro protector fuera de ti para la estirpe de Israel! (Jdt 9,5-14).

El caso de la reina ester es el de una mujer que representa a su pueblo humillado, abatido y amenazado de muerte. Con temor ella se aproxima al rey con el fin de hacer un acto de intercesión pero, por el mismo temor, cae desmayada. Una vez el rey la reanima ella insiste en su misión y, en su calidad de madre que se preocupa por el bien de sus hijos logra su cometido: el rey tendió hacia ester el cetro de oro. ella se levantó, permaneció de pie en presencia del rey y dijo: “Si al rey le parece bien y quiere hacerme un favor, si lo juzga conveniente y está contento conmigo, haga revocar por escrito los documentos que Amán, hijo de Hamdatá, de Agag, concibió [y] escribió para eliminar [a] los judíos de todas las provincias del Rey. ¿Cómo podré resistir, al ver la desgracia que [se] abatirá sobre mi pueblo? ¿Cómo podré ser testigo de la desaparición de mi estirpe?” (Est 8, 4-6).

Hija de Sion

Los textos sobre la hija de Sion, si bien se refieren a Jerusalén, han recibido una impostación mariana. En el texto de Miqueas la hija de Sion se queja y gime porque le ha llegado el momento del parto, sería un prototipo de los dolores de María:

Quéjate [y] gime, hija de Sion, [como] mujer que está de parto, porque ahora saldrás de la ciudad [y] morarás en el campo […]. Levántate y trilla, hija de Sion, porque haré tu cuerno como de hierro [y] tus uñas de bronce: desmenuzarás a muchos pueblos, [y] consagrarás al Señor su botín, [ y] sus riquezas al Señor de la tierra (Mi, 4, 10-13).

El texto de Sofonías alude al hecho de la maternidad, pues el rey de Israel se encuentra en su seno:

¡Alégrate, hija de Sion; da gritos de alegría, Israel! ¡Alégrate, hija de Jerusalén! el Señor es el Rey de Israel en ti. ¡No temas […] Sion! en tu seno está el Señor, tu Dios, el héroe, el Salvador. Él se llamará “yahveh salva” (So 3, 14-17).        

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.. (Lc 1, 28-32)

En Zacarías, desde otra perspectiva, la humildad es del rey humilde, que hace humilde también a la hija de Sion: “¡Alégrate sobremanera, hija de Sion; grita de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey, justo [y] victorioso, humilde […]. Proclamará la paz a las naciones” (Za 2, 14; Za 9, 9-10).

San Marcos

Aunque la perspectiva de los evangelios se centra en Jesús, sin embargo, es posible rastrear aquello que se refiere a la persona de María. San Marcos presenta la figura más antigua de María que puede rastrearse en los Evangelios. Él no habla de la infancia de Jesús sino que inicia con la presentación del Mesías (ungido), el Hijo de Dios (Mc 1, 1). María aparece ya en la vida pública de Jesús. Uno de los pasajes centrales es el siguiente:

Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le mandaron llamar. Se había sentado gente a su alrededor y le dicen: “Mira, tu madre y tus hermanos te buscan allí fuera”. Él replicó: “¿quién es mi madre y mis hermanos?”. y mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo: “Aquí tienen a mi madre y mis hermanos. el que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,31-35).

Estas palabras, en alguna forma, pudieron causar cierto efecto negativo en el corazón de María; si bien representan un elogio por ser ella modelo de cumplimiento de la voluntad del Padre, a la larga es claro que hay una gran novedad con relación a la nueva familia de Jesús en la cual se superan los nexos de sangre para pasar al plano de la fe. Desde esta perspectiva, hay diversas “madres” para Jesús, aquellas que hacen la voluntad de Dios.

Hay otro texto en San Marcos que representa un puesto muy especial con relación a la persona de María:

[Se] marchó de allí [y] fue a su tierra, [y] le siguieron sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso [a] enseñar en la sinagoga, [y] los muchos que le oían se admiraban diciendo: « ¿De dónde le viene esto? ¿y qué sabiduría [es] esta que se le ha dado? ¿y tales milagros hechos por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María [y] hermano de Santiago [y] José [y] Judas [y] Simón? ¿[y] no están sus hermanos aquí con nosotros? y se escandalizaron de él (Mc 6, 1-3).

este pasaje es el inicio de una confabulación en contra de Jesús, lo cual, de igual manera es origen de preocupaciones y de dolor para la madre que sufre el rechazo que algunos dirigen a su Hijo. Este es un mérito especial del evangelio según san Marcos, pues se lleva la gloria de ser el único texto que llama a Jesús “el hijo de María”, algo muy extraño en el ámbito judío de la época, donde todo hombre era nombrado a partir del nombre de su padre.

El rechazo a Jesús es uno de los grandes motivos que causan dolor y sufrimiento a María: “[Se] enteraron sus parientes [y] fueron [a] hacerse cargo de él, pues decían: ‘está fuera de sí’” (Mc 3, 20-21). en este punto es claro que llaman loco a Jesús. San Marcos registra otra de las acusaciones que hacen sufrir mucho a María: “está poseído por un espíritu inmundo” (Mc 3,22).

San Mateo

San Mateo aporta otros elementos para considerar la figura de María, los cuales resultan interesantes desde la perspectiva que hemos tomado. San Mateo habla de la genealogía y de la infancia de Jesús.

En cuanto a la genealogía, inicia con una presentación clara: Jesús es el Mesías (ungido), hijo de David, hijo de Abraham. Cuando la genealogía menciona a una mujer se afirma que determinado varón engendró de una mujer a susodicho, de tal forma que “Judá engendró de Tamar a Fares; David engendró de la que fue mujer de Urías a Salomón” (Gn 38, 29). en el caso de María se dice solamente que “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús” (Mt 1, 16). San Mateo aporta el nombre de José, el esposo de María, quien “era justo” (Mt 1,19). La filiación davídica viene a través de José.

estando reunidos los fariseos le propuso Jesús esta cuestión: “¿qué piensan ustedes acerca del Mesías? ¿De quién es Hijo?” Dícenle: “De David”. Replicó: “Pues ¿cómo David, movido por el espíritu le llama Señor, cuando dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?’” (Sal 110, 1). Si, pues David le llama Señor, cómo puede ser Hijo suyo?” (Mt 22, 42-45).

María es madre del Hijo de David y del Hijo de Dios, gran misterio que le aporta tanto alegrías como sufrimientos.

Virginidad de María

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José [y], cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo [y] no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del espíritu Santo. ella dará [a] luz un hijo, [a] quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará [a] su Pueblo de [todos] sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el profeta: “La Virgen [(parthenós)] concebirá [y] dará a luz un hijo [a] quien pondrán el nombre de Emanuel”, [(que traducido significa)]: “Dios con nosotros”, “Al despertar, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: llevó [a] María [a] su casa, [y] sin que hubieran hecho vida en común, ella dio [a] luz un hijo, [y] él le puso el nombre de Jesús (Mt 1, 18-25).

Tomando en cuenta el evangelio según san Mateo, se puede considerar esta realidad inserta en el contexto bíblico. La misión fundamental de la mujer en la Biblia es la maternidad. La mujer puede estar casada (por ejemplo Sara, Ana), puede llegar a tener siete maridos, como Sara, la mujer de Tobías (Tb 3, 7-10), pero si no tiene hijos su vida carece de sentido. En este sentido la virginidad constituye un factor contrario a la vocación original de la mujer, destinada a prolongar la vida (eva o Havah es la que engendra la vida): “Por eso el Señor mismo [os] dará un signo. Mirad, la virgen [(almah)] quedará encinta [y] dará [a] luz un hijo, [y] lo llamará con el nombre de emanuel” (Is 7, 14).

En el “oráculo de la Almah” se encuentra esta palabra que significa “doncella”, pero que en el contexto de la época tiene unas connotaciones especiales. Si una mujer queda embarazada fuera del matrimonio corre el riesgo de la lapidación, por lo que el ser “doncella” implica el ser virgen (betulah). La mujer que no puede tener hijos, consecuentemente la virgen, es considerada “pobre”, es menospreciada como alguien que carga con una maldición.

En el pasaje sobre la hija de Jefté también se puede ver la existencia de otra connotación negativa de la virginidad en dicho contexto cultural:

Ella dijo [a su] padre: “que [se me] conceda esta gracia: déjame dos meses para ir [a] vagar por las montañas [y] llorar mi virginidad con mis compañeras”. Él le dijo: “vete”. [Y] la dejó marchar dos meses. Ella se fue con sus compañeras [y] estuvo llorando su virginidad por los montes (Jc 11, 36-38).

En María la virginidad se convierte en un lugar teológico para reafirmar la iniciativa y el poder de Dios en la historia. en la genealogía de Jesús se manifiesta la debilidad de la carne: Tamar, cananea, se disfraza de meretriz para obtener de su suegro la descendencia de su marido difunto; Rahab, la meretriz de Jericó, engendra a Booz: Rut, la moabita, engendra a Obed, abuelo de David. Se trata de extranjeras ajenas al linaje de David, pero son ellas quiens perpetúan su linaje. La maternidad de María se realiza por la fe. Como otros nacimientos admirables en la Biblia, el nacimiento de Jesús es un milagro de Dios por la aceptación de la acción del espíritu Santo en esta creyente.

San Lucas

El inicio del evangelio según san Lucas presenta una introducción que aclara la composición de su texto:

Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente los hechos que han tenido lugar entre nosotros, tal como nos los han transmitido los que presenciaron personalmente desde el comienzo mismo y que fueron hechos servidores del Mensaje, también a mí, que he investigado todo diligentemente desde sus comienzos, me pareció bien escribirlos ordenadamente para ti -ilustre Teófilo-, para que conocieras la certeza de las informaciones que has recibido (Lc 1, 1-4).

San Lucas se refiere a los “que presenciaron personalmente” y recoge estos testimonios en su evangelio. Se dice del evangelio según san Lucas que es el evangelio mariano. en efecto, en su evangelio encontramos datos distintos a los de los otros sinópticos. Dos veces afirma san Lucas que María es virgen (parthenos) (Lc 1, 27) y centra en ella la acción del Padre, del Hijo y del espíritu Santo: “envió Dios al ángel Gabriel [a] una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, [a] una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-28).

La escena del nacimiento de Jesús concentra diversos elementos en la persona de María. Por especiales circunstancias, el censo ordenado por el emperador César Augusto, el niño nace en Belén, esto es, lejos de su hogar de Nazaret, lejos de su casa. San Lucas dice que “dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre [(fatné)]”, (Lc 2, 7), esto es, en circunstancias de extrema pobreza: María pobre, madre del Hijo de Dios, hecho pobre. Vale la pena tener en cuenta que el término fatné tiene unas connotaciones especiales, de artesa.

San Juan

San Marcos registra el nombre de María una sola vez, que es memorable, al llamar a Jesús “el Hijo de María”. San Mateo menciona a María cinco veces. San Lucas lo hace trece veces: doce en su evangelio y una en los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, San Juan no menciona el nombre de María.

“Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: ‘yo soy el pan que ha bajado del cielo’. Y decían: ‘¿No [es] éste Jesús, hijo de José, cuyo padre [y] madre conocemos? ¿[Cómo] puede decir ahora: He bajado del cielo?’” (Jn 6, 42). Agrega san Juan en esa ocasión: “y ni siquiera sus parientes creían en él” (Jn 7, 5).

Solo en dos grandes ocasiones san Juan se refiere a María: en las bodas de Caná y en el Calvario. en las bodas de Caná María interviene ante una situación de necesidad. en esa ocasión los necesitados son los esposos que celebran sus bodas y María interviene con una palabra llena de contenido: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Desde su actitud de solidaridad con el pobre actúa como una madre en dos sentidos. Como madre de Jesús, a pesar de que él le había objetado: ¿qué [nos importa] a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora (Jn 2, 4), pero también asume una actitud maternal frente a la pareja de recién casados que “no tienen vino” (Jn 2, 3). Por la solidaridad de María con los necesitados, Jesús “realizó este primer signo [y] manifestó su gloria, [y] sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 11).

El otro gran momento en que san Juan hace referencia a María es en el Calvario:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de [su[ madre, María, mujer de Cleofás, [y] María Magdalena. Jesús, viendo [a su] madre [y] junto [a] ella al discípulo [a] quien amaba, dice [a su] madre: “Mujer, ahí tienes [a] tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn 19,25-27).

La hora de Jesús y la hora de María, que en Caná no había llegado (Jn 2, 4), ahora se hace presente: la mujer, cuando da [a] luz, está triste porque ha llegado su hora, la del alumbramiento, pero cuando le ha nacido el niño [ya] no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn 16, 21). Es la hora dolorosa de la madre que contempla a su Hijo humillado en la cruz, y que en silencio, desde su corazón ora por su Hijo y por sus hijos adoptivos.

En el momento en que Jesús dice a su discípulo amado (cada uno de los creyentes) “Ahí tienes a tu madre”, María queda constituida como madre de todos aquellos que creen, que sufren, que tienen necesidades.

El Magníficat

Virtudes de María, son las virtudes del pobre (de los anawim Yhvh): Confianza, entrega, humildad, bondad, alegría, solidaridad, silencio, oración; que en alguna forma se encuentran reflejadas en la gran oración mariana: el Magníficat. La oración está inspirada en numerosos pasajes del Antiguo Testamento: 1S 2, 1-11; Ha 3, 18; Jb 12, 19-20; Jb 5, 11-12; Sal 34, 2-3; Sal 119, 9; Sal 103, 1; Sal 89, 11; Sal 107, 9; Sal 34, 10; Sal 98, 3; Sal 22, 9.

El Magníficat hace eco al cántico de Ana, madre de Samuel (1S 2, 1-10), en el cual Dios acaba con aquellos que se creen dioses y oprimen a los demás. En los Evangelios Jesús refleja la misericordia del Padre en su preocupación por los enfermos, los pobres, los endemoniados; como la personificación de Dios tiene preferencia por los pobres, los pequeños y los oprimidos.

el Magníficat inicia de modo muy semejante al cántico que recuerda Ana: “Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios ¡proclama mi alma la grandeza del señor se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador!” (Lc 1, 46-56). en el cántico del Magníficat María asume la perspectiva misericordiosa de Dios con relación a los pobres: “Él hace proezas con su brazo: dispersa [a] los soberbios de corazón, derriba del trono [a] los poderosos [y] enaltece [a] los humildes, [a] los hambrientos los colma de bienes [y a] los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 51-53). Curiosamente, los cantos más fuertes del Antiguo Testamento son atribuidos a mujeres: María (Ex 15, 20-21), Judit (Jdt 16), Débora (Jc 5), Ana (1S 2). el cántico recuerda las grandes acciones de Dios a su pueblo y el postulado de la misericordia: el amor de Dios a los pobres, a los pequeños, a los oprimidos. Así, María es esperanza para los pobres desde su amor de madre: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 50).

María se presenta con mucha humildad, actitud propia del pobre desde el concepto bíblico. el Señor “ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1, 48), afirma, creando una atmósfera de humildad y de misericordia que acompaña todo el cántico, con lo cual se forma un tejido en el que caben los pobres de todos los tiempos. el Magníficat presenta también una visión crítica de la realidad que tiene la sociedad que se centra en sus propios intereses idolátricos, contrastada con la perspectiva de Dios, la cual es inversa a dichos intereses.

En el texto original los verbos del cántico están en pasado (hizo proezas, dispersó, derribó, enalteció, etc.), lo cual implica una conciencia histórica de la acción salvífica de Dios. Desde el pasado María mira el presente como el cumplimiento del plan salvífico de Dios. Es el anuncio de una palabra que ha sido cumplida, lo cual genera un dinamismo profético en María que tiene como efecto en las comunidades una visión esperanzadora y positiva de la realidad. Tiene igualmente este lenguaje una fuerza teologal, pues se percibe la acción histórico-salvífica de Dios, que anuncia la victoria final de su misericordia con los más necesitados.

Es el cántico que brota del corazón de María, aquilatado en la oración y en el silencio contemplativo, lo que mejor demuestra el amor inmenso hacia su Hijo. Es el canto de la madre de misericordia que toca los diversos planos de la historia. es el canto alegre de la esperanza para todos los pobres.

En el Magnificat María no se presenta como una mujer triste u oprimida, sino como una persona llena del espíritu Santo, conocedora de las realidades de los pobres, pero igualmente consciente de la urgencia de una mirada liberadora sobre la realidad. Las advertencias a los soberbios, a los poderosos y a los ricos son una invitación a que todos seamos más humanos, muy humanos; una invitación a la solidaridad de los ricos con los pobres, de los poderosos con los necesitados.

Un modelo acabado del discípulo del Señor: artífice de la ciudad celestial y eterna, pero peregrino que corre hacia la ciudad celestial y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero por encima de todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones (Pablo VI, Marialis cultus, n. 37).

Totalmente dependiente de Dios y orientada por completo hacia Él por el impulso de su fe, María es, al lado de su Hijo, la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. es a ella a quien la Iglesia, que la tiene como madre y como modelo, tiene que dirigir sus miradas para comprender en su totalidad el sentido de su misión (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n. 37).

Conclusión

La consideración bíblica sobre el Magníficat en el contexto actual lleva necesariamente a pensar en la situación de Colombia y de América Latina. en los países en vías de desarrollo, cerca de un ochenta por ciento de la población la constituyen los pobres, los subempleados, los que sobreviven en la calle con el llamado “rebusque”, aquellas personas cuyos ingresos son ínfimos y no pueden tener un nivel de vida decente.

La preocupación de los medios de comunicación se centra con frecuencia en sofismas de distracción: problemas de los políticos, deportes o farándula; a lo que dedican horas y horas de trasmisión, lo cual ni resuelve, ni analiza, ni se preocupa por el alto porcentaje de la población que vive en necesidad. Con frecuencia las ciencias humanas que se preocupan por las minorías se centran en análisis de pequeños grupos o subculturas con resultados que frecuentemente no desbordan los límites áulicos.

La mirada sobre minorías marginadas, sobre desplazados, sobre niños explotados o vejados ha de llevarnos a mirar a María, mujer que vivió la pobreza, que conoció el dolor pero que opta por una transformación a partir de una actitud de respeto y sencillez. Así, su presencia y su obra es una invitación a la solidaridad por parte de los poderosos hacia los pobres.

Los elementos espirituales de oración, de fe, de seguridad en el Señor son enseñanzas que aportan un valor significativo a las demás propuestas que buscan el mejoramiento de las condiciones de la mayor parte de la población. La figura de María no puede dejarnos indiferentes ante la situación del pobre. La palabra “no tienen vino” (o seguridad social, o vivienda, o trabajo, o familias bien constituidas), son ciertamente una invitación para encontrar una salida digna a la situación de la mayor parte de los habitantes de nuestros países.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, [Se] alegra mi espíritu en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí: Su nombre es santo y su misericordia llega [a] sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa [a] los soberbios de corazón, derriba del trono [a] los poderosos y enaltece [a] los humildes, [a] los hambrientos los colma de bienes y [a] los ricos los despide vacíos. Auxilia [a] Israel, su siervo, acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres, [a] favor de Abraham y su descendencia por siempre (Lc 1,46-55).

Álvaro Duarte, en   dialnet.unirioja.es/

Urbano Ferrer Santos

La ‘Dialéctica trascendental’ desemboca en la idea de libertad como desencadenante de una serie causal