«Todas las penas pueden ser soportadas si las metes
dentro de una historia o haces una historia con
motivo de ellas” (Isak Dinesen)
En el epílogo de la reciente película Sounds of freedom, sobre la lacra de la pedofilia, Jim Caviezel da un breve y emotivo discurso para exponer un deseo: lograr que esta película provoque un efecto similar al que produjo el libro de Harriet Stowe, La cabaña del Tío Tom, que significó un antes y un después en la lucha contra la esclavitud. Caviezel invoca una famosa frase de Steve Jobs: “La persona más poderosa del mundo es el narrador”. ¿Puede realmente el lenguaje cinematográfico proponerse una misión de esa envergadura? ¿Qué tipo de narración sería ropaje adecuado para lograr comprender y transmitir tanto Mal?
Primer acercamiento. Desde el Mal hacia la Literatura.
Grosso modo, podríamos englobar en tres grandes grupos a todos aquellos escritores que en los últimos siglos se han atrevido a abordar el tema del Mal. Por un lado habría un pequeño grupo de escritores geniales que han sabido tratarlo de modo adecuado, sencillo. Han escrito sus obras sin tener ni siquiera que pensar que estaban hablando del Mal. Sencillamente lo comprendían, lo habitaban, y los plasmaban conforme a su estilo y capacidad. Sus obras te instalan en el asombro ante la presencia del Mal en el mundo: Evelyn Waugh o Graham Greene; Sigrid Unset o John Fosse; Gertrud von le Fort o Flannery Oconnor… No son muchísimos. Con más o menos conocimiento, todos ellos se hallan inspirados en el modo de plantear el tema por parte del Autor inspirado al inicio del Génesis.
En un segundo grupo encontramos muchos grandes escritores que, lanzados a profundizar en el tema del Mal, lo han hecho de un modo muy logrado pero sin el aura (Walter Benjamin) necesario. Son escritores que tal vez no lo comprenden con toda su profundidad, pero son capaces de encontrar explicaciones y describirlas. Ahí estarían autores como Conrad, Eco, Saroyan, Salinger, Orwell, Stefan Zweig…
Finalmente existen algunos escritores que han ido evolucionando en su propio itinerario logrando acercarse poco a poco a ese ideal de sencillez que necesita un tema tan profundo como el mal. Tal vez sean los más interesantes. El prototipo de este tipo de autores lo encontramos en Dostoyevski, quien llegó a ser el alquimista de la naturaleza humana para lograr transmitir literariamente todo el Mal que él ha visto encarnado a su alrededor (y en él mismo, pues los sufrió todos). Su valentía le llevó a indagar todos los posibles caminos: el desdoblamiento de los personajes, la psicología del hombre del subsuelo, la descripción minuciosa de crímenes horribles, los demonios que dominan y marcan distintas vidas entrelazadas… la condición paradójica del ser humano… y sobre todo el contraste entre el bien y el mal, que en su caso ya no es que se mezclen… ¡se necesitan! Pero lo más destacable de su febril producción literaria fue, como decimos, su evolución. Desde sus Memorias de la casa muerta, hasta Los hermanos Karamazov, pasando por las distintas versiones que escribió de El Idiota (siempre insatisfecho en el modo de mostrar un segundo Cristo), Dostoyevski es el ejemplo acabado de un genio que no acaba de encontrar el modo de describir significativamente el Mal (y en torno a él, el tema de la libertad, la conciencia, la misericordia…).
El caso de Dostoyevski es tal vez la mayor prueba de los lógicos límites que tiene el misterio del Mal para poder ser tratado adecuadamente. A pesar de habernos dado como ningún otro escritor tantas páginas que nos ayudan a comprender y adentrarnos en el misterio y las consecuencias del Mal, cuando parece acercarse a su núcleo, sus páginas o bien se enredan en descripciones psicológicas de sus personajes, o bien deben conformarse con describir imágenes o gestos litúrgicos, empleando una lenguaje que podríamos llamar apofático: la reacción de Mischkin ante el Cristo de Holbein, la postración de Raskolnikov ante toda la Humanidad sintiéndose vencido por la misericordia de Sonia, el beso y el silencio de Cristo ante el Gran Inquisidor…
Como podemos comprobar, con un acercamiento desde el Mal hacia la Literatura los resultados que se obtienen son interesantes pero no parecen llevarnos mucho más allá del estudio y logros en la historia de la Literatura, y con resultados más bien desanimantes: sólo los narradores geniales e inspirados son capaces de conjugar grandeza y sencillez. Por esto me gustaría recorrer otra dirección, probar un segundo acercamiento, y centrarme no tanto en cuál ha sido la aportación del gran tema del Mal en la creación literaria, sino hacer la pregunta inversa: en qué medida la Literatura es capaz de acoger y describir el Mal. Y me gustaría concluir que, si bien es verdad que la Literatura debe mucho al Mal, es sobre todo el Mal el que debe mucho a la Literatura pues es ella, más que ningún otro arte, el ropaje literario más capaz de comprehenderlo y hacerlo comprender.
La literatura como segunda navegación
En su reciente discurso de aceptación del premio Nobel, el escritor Jon Fosse cuenta que el arranque de su vocación literaria tuvo lugar cuando un día, en el Instituto, tras pedirle el profesor que leyera un texto en público, sufrió un ataque de terror que le paralizó y le arrebató el lenguaje. Según cuenta Fosse, aquel miedo le replegó en sí mismo al tiempo que le empujó a iniciar lo que luego marcaría el sentido de su vida como escritor: buscar un lenguaje que no se limitara a informar y comunicar, sino que implicara significado y tuviera existencia propia. Y es que, cuando un tema resulta inabarcable, y no deseamos conformarnos con el “mejor callar” Wittgensteiniano, cabe siempre preguntarse si puede la Literatura, y en qué medida, desvelar un misterio como el Mal. Al fin y al cabo “la especie humana no soporta demasiada realidad” … Con su estilo simbólico y sacramental, pienso que Eliot (como Fosse) pone el dedo en la llaga y nos anima a indagar en la pregunta esencial: ¿Hasta qué punto es la forma literaria –de un modo más o menos sencillo según sea logrado o no el resultado- la única forma adecuada, el único ropaje posible, para poder acercarnos al tema del Mal sin quitarle su grandeza?
Digámoslo ahora literariamente. La narrativa es en gran medida el arte de la encarnación (F. O’Connor), y sólo la mejor literatura capacita para acercarse a temas que, como el Mal, sólo pueden comprenderse desde el ser humano de carne y hueso, por ser radicales humanos. ¿De dónde surgiría si no la fascinación de obras como Don Quijote, Hamlet, Los Miserables, Los Hermanos Karamazov… donde la presencia del Mal es tan patente? ¿De dónde procede la perennidad de obras como El proceso de Kafka, El poder y la gloria de Graham Greene, Doktor Faustus de Thomas Mann, ¿La peste de Albert Camus… si no es de la perennidad de la naturaleza paradójica del ser humano y de la vida? ¿Cómo explicar la paz del príncipe Andrej Volkonski al perdonar por fin en Guerra y Paz; tantas situaciones extremas a las que se enfrentan los personajes de las hermanas Brontë, el poder intercesor de Lucía para lograr la conversión del Innominado, la grandeza de Jean Valjean transubstanciada por la misericordia del obispo Myriel (¿“Jean Valjean, hermano mío, vos no pertenecéis al mal, ¿sino al bien? Yo compro vuestra alma; y el libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro a Dios”) …
Una imagen antigua de la tradición griega asocia con frecuencia la vida humana a una larga travesía. No en vano La Odisea es el poema esencial de la educación de los griegos. Por esto resulta muy significativo que el magistral ensayo de M. Nussbaum sobre La fragilidad del bien termine evocando la escena final de la Hécuba de Eurípides, en la que un grupo de marinos navega por aguas inseguras, fijando su rumbo por la sombra que proyecta sobre el mar un promontorio que les sirve de señal.
La búsqueda de la salvación en la travesía humana es incierta y difícil. Para abordar el misterio del Mal no basta acercarse con la guía de la reflexión filosófica; ni siquiera es suficiente al ser humano la teología especulativa. Empezando por los textos revelados y terminando por cualquier autor que sea mínimamente capaz con sus palabras de arrancar un destello de luz desde esos textos inspirados, sólo la Literatura es capaz de lograr que podamos peregrinar, habitar y comprendernos en un mundo en el que sentimos tanto la presencia del mal en nuestro interior y su influencia a nuestro alrededor. Por esa atmósfera personal, humana, real, con la que debe ser tratado el Mal como asunto, la Filosofía o la Teología no bastan; sólo la Literatura es capaz de orientar en esas aguas.
La prueba de lo que acabamos de afirmar la encontramos en que, al abordar la entrada del Mal en el mundo, la Revelación se aleja del Mito, de la Leyenda… incluso de la Historia (ropajes empleados por otras tradiciones culturales) y se vierte en un texto narrativo de valor universal: los once primeros capítulos del Génesis. Más aún, cuando se propone agrupar aquellos libros sapienciales que acerquen a los creyentes al misterio de la vida y la conciencia, el libro que elige como obertura y clave interpretativa no es otro que el libro de Job. Como Aristóteles frente a Platón y los grandes trágicos anteriores (Nussbaum), al Autor inspirado no le bastan ya las categóricas y ejemplarizantes sentencias del resto de los libros sapienciales, por atinados que sean. ¡Ni siquiera los salmos!... Y no tanto porque “después de Auschwitch no se puede hacer poesía ya que sería un acto de barbarie” (Adorno), pues es precisamente la existencia del mal la que más nos hace necesitar la poesía como catarsis, como lo más cercano que existe a un sacramento en el mundo de los hombres (Inneratity). Ni es tampoco porque el estilo de libros como Proverbios o Qohelet… o las sentencias de los Profetas… o las vidas de los grandes protagonistas o heroínas del Antiguo Testamento, o los pasajes tantas veces lacerantes de la historia del pueblo de Israel, etc. no estén llenas de referencias y enseñanzas adecuadas y bien expuestas sobre el misterio del Mal. Es, sencillamente, que el realismo del Mal es de tal densidad que sólo podemos pretender abarcarlo modo narrativo.
Afirmamos pues que es en la obra literaria donde emerge un lugar privilegiado para la representación del Mal. Es en ella donde la violencia, el crimen ruin, lo infame en extremo, es mostrado sin más examen que la propia condición humana. Y es por ello por lo que “al buen profesor de ética le es imprescindible un hondo conocimiento de la historia, de la moral y de las actitudes morales vivas. Ahora bien, éstas donde se revelan es en la literatura” (J.L. López Aranguren). Necesitamos el Julio César de Shakespeare para comprender la envidia, ambición y traición; o el Frankenstein de Mary Shelley, para poner en tensión toda la ética científica; o leer con estupor a Rimbaud: “El infierno no hace mella en los paganos. ¡Sigue siendo la vida!” … “Todos estos episodios literarios nos hacen ver cómo la literatura es imagen refractaria del pensamiento y ambiciones del alma humana que lucha constantemente entre los avatares del mal y la soledad del bien” (López Quintás).
La crisis de la narrativa, crisis del Mal
Ha habido varios autores en los últimos tiempos que han defendido esta tesis sobre la necesidad de la narración (H. Arendt en La condición humana, Charles Taylor en Fuentes del yo, A. MacIntyre en After Virtue…). Siendo importante su aportación, pienso que, como horizonte de sentido, llega más lejos la mirada de Flannery O’Connor cuando afirma (y lo muestra con sus obras) que “sólo la Literatura es capaz de profundizar el sentido del misterio por el contacto con la realidad y profundizar su sentido de la realidad por el contacto con el misterio”. Con ello, O’Connor, también nos anima a preguntarnos qué tipo de narrativa cumple correctamente con esta elevada función. Creo que en esa misma línea se halla la afirmación -¡tan profunda!- de Jiménez Lozano: “Si no cuento una historia cristiana, no digo nada”. No está hablando de su propia creación, del objetivo que busca con sus obras. Está diciéndonos algo mucho más radical: todo aquello que no pueda ser encerrado en una historia cristiana no merece la pena ser escrito. Su afirmación sería un corolario del Apologético de Tertuliano: el alma humana por naturaleza es cristiana.
La pregunta que queda en el aire y que debemos preguntarnos se dirige de nuevo al tipo de narrativa: ¿Es necesario que todo lo que se escriba sobre el Mal se haga sobre una trama cristiana? ¿El hecho de que la Biblia nos proponga una sencilla narración sobre la existencia y propagación del Mal, marca ya para siempre el camino que debe emplear cualquier escritor que desee tratar el tema adecuadamente (con grandeza y sencillez)?
Ha sido en nuestra época, tan aparentemente alejada del mundo intelectual y del interés literario, cuando el fenómeno del storytelling ha emergido con enorme fuerza, motivado fundamentalmente por el poder terapéutico de la narración. Y sin embargo, también nos encontramos en la época del mundo –al menos en el ámbito occidental- donde el Mal está siendo menos y peor tratado y comprendido. La conclusión que cabe sacar es que esa primera misión curativa de la Literatura, separada de una función hermenéutica que sepa contextualizar el Mal, resulta insuficiente. Siendo verdad que las historias pueden calmar un sufrimiento de modo superficial o temporal, la condición eterna y trascendente de nuestra naturaleza reclama el marco de una verdadera Narrativa. Sin ese horizonte de sentido, cualquier historia sería más placebo que auténtica medicina.
Esta es una idea recurrente en el pensamiento de Byung Chul-Han. Me gustaría terminar haciendo referencia a su libro La crisis de la narrativa para cerrar el círculo sobre la tesis inicial de este artículo, ya que – dice Han-“pese a las exageradas expectativas que hoy se generan en torno a la narrativa, lo cierto es que vivimos en una era posnarrativa, pues la inmensa mayoría de las narraciones que se emplean como explicación de aspectos de la vida, ya no nos asientan en el ser”. Hemos perdido ese “arte de narrar que consiste, en buena medida, en transmitir una historia sin cargarla de explicaciones” (Benjamin, El narrador). La explicación y la narración se excluyen, como el mero suceso al acontecimiento, como la información al misterio. Al ser la narrativa el único género que abre el futuro, su actual crisis nos ha dejado una Literatura que no alberga esperanzas, y que por tanto ya no es capaz de integrar los asuntos esenciales de la vida, como la muerte, el sentido de la vida… o el Mal.
“En una de sus Imágenes que hacen pensar, Benjamín evoca la escena primordial de la curación: El niño está enfermo. La madre lo lleva a la cama y se sienta a su lado. Y entonces comienza a contarle historias. Narrar cura, porque relaja profundamente y crea un clima de confianza primordial. La amorosa voz maternal sosiega al niño, le mima el alma, fortalece su cariño, le da sostén. Benjamín se pregunta si toda enfermedad no sería curable con tal de que se dejara llevar por la corriente de la narración lo bastante lejos… hasta la desembocadura. El dolor es un dique de contención, que al comienzo ofrece resistencia a la corriente de la narración. Pero ese dique revienta cuando la corriente de la narración aumenta su caudal y es lo bastante fuerte. Entonces la corriente arrastra cuanto encuentra a su paso, llevándolo al mar de la feliz liberación”. Pensémoslo. Pocas, muy pocas obras, en nuestros días, consiguen dejar al lector en ese mar abierto donde nacen los ríos (Hölderlin).
Aunque el tema del Mal en la literatura sea una vieja discusión con una reflexión pasada, es evidente que su lugar de examen no se agota. Pienso que la razón fundamental de ello no estriba en que la obra exprese, testimonie, ilustre o se construya desde el bien o el mal, como pueda hacerlo una película como Sound of freedom, o un cuadro como El grito o El Guernica. La verdadera razón se encuentra en que es especialmente en la obra literaria (lugar de lo humano por excelencia) donde el Mal ha encontrado el auténtico espacio para mostrarse en toda su trágica belleza. Y además, como hemos pretendido mostrar, ni siquiera en toda obra literaria, pues no todas son capaces de alcanzar esa misión. Quitando los textos revelados que le sirven de inspiración, el Mal, por su dimensión inherente a lo humano, sólo ha encontrado en algunas obras literarias un espacio para mostrarse en todo su monstruoso esplendor, en su trágica belleza terrible. Eso sí: siempre habrá genios que sean llamados a cumplir tal cometido; siempre habrá quienes puedan ser considerados las personas más poderosas del mundo.
Antonio Schlatter Navarro en acontecimiento.com
Publicado en Acontecimiento 2024/1 (nº150) pp. 69-72.
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