Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo C

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica 

(Hch 14,21b-27) "Les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos"
(Ap 21,1-5a) "Todo lo hago nuevo"
(Jn 13,31-33a.34-35) "Que os améis unos a otros; como yo os he amado"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia romana de Santa María de la Misericordia

--- Razón de la esperanza cristiana
--- La Resurrección y el mandamiento del amor
--- La Resurrección y el apostolado

--- Razón de la esperanza cristiana

La vida a la luz de la Resurrección

Meditemos juntos sobre lo que nos dice la Iglesia en este domingo V de Pascua. Nos habla de la resurrección de Cristo, y al mismo tiempo nos hace ver nuestra vida a la luz de la resurrección.

La resurrección de Cristo es su glorificación en Dios. Jesús habla a sus Apóstoles de esta glorificación la víspera de la pasión.

La glorificación se cumplirá en la cruz y será confirmada por la resurrección. Mediante la cruz, Dios será glorificado en Cristo:

“Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en Sí mismo: pronto lo glorificará” (Jn 13,32). Esto se realiza mediante la resurrección.

En el momento en que Cristo dice estas palabras a los Apóstoles -y es la tarde del Jueves Santo- éstos todavía están con el Maestro. Pero son ya los últimos momentos en que están todos juntos. Cristo se lo anuncia claramente: “A donde yo voy, vosotros no podéis venir” (Jn 13,33).

El camino de la cruz y de la resurrección será la senda por la que Cristo irá completamente solo.

La resurrección tuvo lugar en Jerusalén, en la antigua ciudad israelita. Mediante la resurrección de Cristo comenzó a realizarse lo que el autor del Apocalipsis, Juan Apóstol, ve en su primera visión: “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo” (21,2).

La antigua Jerusalén se ha renovado. Juntamente con la resurrección de Cristo se ha hecho nueva, con una total novedad de vida. Se ha convertido en el comienzo del nuevo cielo y de la nueva tierra. En ella -en Jerusalén- se ha revelado el comienzo de los últimos tiempos.

Todo esto sucedió mediante la gloriosa resurrección de Cristo.

A la luz de la resurrección nuestra vida cristiana se construye sobre el fundamento de la esperanza que se abre en la historia de la humanidad con la nueva Jerusalén del Apocalipsis de Juan: “Esta es la morada de Dios con los hombres:/ acampará entre ellos./ Ellos serán su pueblo/ y Dios estará con ellos”(21,3).

La esperanza que la resurrección de Cristo lleva consigo es esperanza de la morada de Dios con los hombres. La esperanza del eterno Emmanuel. Los hombres serán abrazados por Dios. Dios será todo en todos (cfr. Col 3,11).

--- La Resurrección y el mandamiento del amor

La esperanza que se abre ante la humanidad con la resurrección de Cristo es esperanza de la resurrección definitiva y perfecta, que se manifestará mediante la victoria sobre la muerte:

"Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.» Entonces dijo el que está sentado en el trono: ‘Mira que hago un mundo nuevo.’ Y añadió: ‘Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas’"

A la luz de la resurrección de Cristo nuestra vida cristiana se construye sobre el fundamento de la esperanza de la vida nueva, que se abre ante el hombre por encima de los límites de la muerte y de la temporalidad.

Sin embargo, la luz de la resurrección del Señor no sólo llega a la esperanza del mundo futuro. Penetra simultáneamente nuestra vida y nuestra peregrinación terrena.

La penetra ante todo con el mandamiento del amor. En el Cenáculo del Jueves Santo Cristo recuerda a los Apóstoles este mandamiento y lo pone ante ellos como un compromiso principal:

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13:34-35).

La separación de Cristo, mediante la cruz y la resurrección debe, de una manera nueva, acercar recíprocamente a sus Apóstoles entre sí. El testimonio del amor supremo, dado en la cruz, debe hacer brotar en ellos un amor parecido. La resurrección proyecta sobre la vida cristiana la luz del amor. Si se dejan guiar por esta luz, los cristianos dan un auténtico testimonio de Cristo crucificado y resucitado.

--- La Resurrección y el apostolado

Al dar este testimonio, entran en el camino de la misión cristiana, o sea, del apostolado. De este camino nos habla la primera lectura del domingo actual, tomada de los Hechos de los Apóstoles, haciendo referencia a los trabajos apostólicos de Pablo y Bernabé en diversos lugares de Oriente Medio. Entre estos trabajos nacía la Iglesia y surgían las primeras comunidades cristianas. Efectivamente, Dios actuaba por medio de sus Apóstoles y abría “a los gentiles la puerta de la fe” (14,27).

Cuando la luz de la resurrección del Señor cae sobre nuestra vida, logra ciertamente que también ella se haga “apostólica”. “Pues la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado”, como enseña el Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el apostolado de los laicos (n.2). El apostolado es fruto de este amor que nace en nosotros mediante la intimidad con la cruz de Cristo resucitado. Ayuda también a la esperanza del mundo futuro en el reino de Dios. Nosotros mantenemos esta esperanza incluso en medio de los sufrimientos, porque “hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”, como leemos en la liturgia de hoy (Hch 14,22).

“Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,/ que te bendigan tus fieles;/ que proclamen la gloria de tu reinado,/ que hablen de tus hazañas” (Sal 144/145,10-11).

La potencia del reino de Dios en la tierra se ha manifestado en la resurrección de Cristo crucificado. Nosotros, como confesores de Cristo, queremos vivir y obrar en esa luz, que nos viene de la resurrección del Señor.

Roguemos a María, Madre del Resucitado, Madre de la Misericordia, a fin de que nos acompañe en todas las partes por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad.

DP-130 1983

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Con la marcha de Judas, Jesús se ha quedado a solas con el reducido grupo de los suyos y comienza su despedida: "Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo...". No se pueden escuchar estas palabras sin advertir el profundo latido del Corazón de Cristo lleno de preocupación por los que deja en la tierra para que continúen su obra redentora. Amar a los demás, no con nuestra capacidad  -siempre pequeña y entintada de egoísmo-, sino como Yo os he amado. Aquí radica la novedad de esta recomendación última del Señor.

Todos nos sentimos atraídos por esta propuesta. Pero todos sufrimos también cuando experimentamos que esta ley exquisita es no sólo difícil de vivir sino, en ocasiones, imposible. En toda convivencia, entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos, amigos, compañeros de profesión, hay un momento en que experimentamos que no somos iguales, se producen roces, aparecen divisiones, conflictos... Si en esas ocasiones se olvidan estas palabras de Jesús la convivencia se deteriora o muere.

Los torneos dialécticos con la mujer, el marido, los hijos, los amigos..., singularmente cuando versan sobre cuestiones opinables, deben hacerse con respeto y apertura de corazón. La crítica a las opiniones ajenas, el sarcasmo o la ironía y cualquiera de las formas de imposición sobre los otros pueden hacerles callar, pero lo que no logran es convencerlos y ganarlos. Hay que tratar de convencer al que no piensa como nosotros, no vencerle; y en algunos temas, por su banalidad, ni siquiera es decoroso intentar lo primero. Esto no implica indiferencia por la verdad y por quien opina de modo diverso. No es la verdad lo que en la convivencia se ventila, sino el modo de presentarla.

Preguntémonos de tanto en tanto: ¿Sé dominarme cuando los nervios, el mal humor, el cansancio..., me impulsan a levantar la voz? ¿Soy cerril, criticón, mordaz, sibilino, olvidando que así falto a la caridad y levanto un muro entre los demás y yo? Retengamos hoy, en esta celebración eucarística, estas palabras de S. Clemente Romano a los cristianos de la primera hora: "Día y noche traíais entablada contienda en favor de vuestros hermanos a fin de conservar íntegro, por medio del cariño y de la comprensión, el número de los elegidos de Dios. Erais sinceros y sencillos, y no sabíais de rencor los unos con los otros. Toda sedición y toda escisión era para vosotros cosa abominable". Amaos como Yo os he amado. Esforcémonos, con la ayuda de Dios, para que la unidad se revele más fuerte que cualquier discrepancia. Cuando uno no quiere -suele decirse-, dos no riñen.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Domingo de las consignas del Señor en su despedida

I. LA PALABRA DE DIOS

Hch 14, 20b-26: Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medido de ellos
Sal 144,8-9. 10-11. 12-13ab: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey
Ap 21, 1-5a: Dios enjugará las lágrimas de sus ojos
Jn 13, 31-33a. 34s.: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros

II. LA FE DE LA IGLESIA

«Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en El: les comunica su Gloria, es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica. La misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en El» (690).
Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo. Amando a los suyos «hasta el fin» (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros: permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Y también : «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12) (1823).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados en él reposamos» (S. Agustín) 1829).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

Al Domingo del Buen Pastor suceden dos Domingos del Sermón de la Cena o de las consignas de Jesús para el tiempo de la Iglesia.
La Cruz y la Gloria, mejor la Gloria de la Cruz o la Cruz gloriosa, se aunan en el Misterio pascual, ley de Vida de Jesús y de sus seguidores.
La unidad del Padre y del Hijo, «somos Uno» (Jn 10, 30), se manifiesta una vez más en que la glorificación del Hijo es también glorificación del Padre. Se alude primero a la glorifiación pascual en este mundo, en la pasión y resurrección, y, después de la Ascensión, en el seno del Padre. La «novedad» del mandamiento nuevo estriba en que es un mandato estipulado en la «nueva» alianza. Y ésta se caracteriza por la comunicación profunda e íntima de Dios a su «nuevo» pueblo, «escribiré mi Ley en vuestros corazones» (cf Jr 31, 33).

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

La «gloria» del Resucitado: 645-647; 663; 668.
La Alianza Nueva y el Mandamiento Nuevo: 733-736; 1822-1832.

La respuesta:

La adhesión a Jesucristo resucitado y la «evangelización»: 422-429.
La práctica del mandamiento nuevo: 1824-1829; 2197-2199; 2212.

C. Otras sugerencias

Para evangelizar en necesario buscar la «ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo» [y] «aceptar perder todas las cosas... para ganar a Cristo y ser hallado en él» (428).
El amor cristiano nace del Amor del Padre a los hombres comunicado a su Hijo y de éste a sus hermanos, «en el Espíritu Santo». Es trinitario y se llama caridad. Es fruto de la gracia, no es simple filantropía, aun cuando ésta puede prepararle el camino.

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