Santos Marta, María y Lázaro

I. Celebramos hoy la fiesta de los hermanos de Betania: Marta, María y Lázaro.

Tradicionalmente, se celebraba la fiesta de Santa Marta, simplemente. Pero con una intuición estupenda, el Papa Francisco ha querido que celebremos hoy a los tres hermanos.

Esa casa de Betania tiene un misterio. Porque allí. Jesús se encuentra como en ningún lugar. Jesús es el Dios encarnado. Y por tanto, es una sola persona, tiene dos naturalezas, pero es una sola persona, tiene dos inteligencias, tiene dos voluntades, pero es una sola persona.

Viendo sus relaciones con todos los demás que aparecen en el Evangelio. Le encontramos, pequeño, con María y a José y con los vecinos de Nazaret.

Según va creciendo, podemos imaginarle con sus clientes, aquellos a los que realiza trabajos. Y más adelante, en su vida pública, ya aparecen muchos otros personajes, como la muchedumbre, de la que de vez en cuando se extraen personas singulares: un ciego, un leproso… Están los fariseos, esos hombres siempre tan antipáticos, tan perfeccionistas y tan incapacitados para entender el mensaje del Señor. Mensaje de amor a la gente sencilla.

Con los que el Señor se relaciona también, formando parte de ese grupo, un número importante de sus apóstoles. Y así podríamos seguir recorriendo muchos otros personajes con los que Jesús se encuentra. Podríamos decir que el Señor tuvo amigos, lo que se entiende por amigos y, probablemente, porque un amigo es alguien en quien uno puede descansar su cabeza y su corazón, alguien a quien uno puede confiar todo lo que lleva dentro, sabiendo que aquel otro se lo va a acoger y, en la medida de lo posible, lo va a comprender. Y en cualquier caso, lo va a respetar y custodiar. Pero ¿qué persona es capaz de acoger lo que el Señor lleva en su cabeza? ¿qué corazón es capaz de descansar en el corazón de Jesús? Jesús no tuvo propiamente amigos, nadie era capaz de esto.

Luego le seguían sus discípulos; le seguía como Maestro. Siempre le miraban de abajo, arriba. Y las gentes, cuando se arremolinan a su alrededor era por interés. Otros porque van a fiscalizar. Pero nadie, nadie se acerca al Señor para darle una compañía que le descanse. Lo más parecido son los hermanos de Betania, porque es infinito; pero es lo más parecido. Allí se dirige el Señor siempre que viaja a Jerusalén. Se acerca por la casa de Marta, María y Lázaro. Es un imán y además no tiene que avisar. Llega con sus doce apóstoles y sabe que va a encontrar acogida, hospitalidad. Marta, que corre de un sitio para otro, para prepararles estas cosas; está en confianza.

Le dice a Marta: -“Marta, te afanas por muchas cosas. Siempre inquieta, nerviosa, con tantas cosas, sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitaran”-.  Y esto procede a la queja de la misma Marta: -“¿Señor. no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Ese clima de confianza  con Jesús, donde pueden quejarse, se pueden sentar a sus pies, te pueden decir lo que sea. Y Jesús también les puede decir lo que sea. Está en su casa, la casa el Señor. Es muy significativo que los últimos días de su vida mortal Jesús duerma en la casa de Betania, no en Jerusalén.  Ya que Betania, está a menos de tres kilómetros.

Pero es en la casa de Betania donde repone las fuerzas, donde se dispone al paso definitivo, a la entrega total. Ese es el primer misterio de Betania. El misterio de esta casa tan acogedora, tan singular para Jesús, no encuentra una casa igual en Nazaret, en Jerusalén, en ninguna otra parte. Sólo en un pueblecito llamado Betania, con tres hermanos, que es el segundo misterio ¿qué hacen tres hermanos solteros viviendo juntos? ¿Por qué no Marta, María y Lázaro no se han casado y sin embargo, viven juntos? Y además de los tres, el cabeza de familia no es Lázaro, como solía ocurrir. ¿Qué ocurría entonces? ¿Qué quiere decir ser cabeza? Lo habitual era que fuera el varón, el hombre. Y Marta no sólo es la Jefa la que manda, sino que manifiesta un carácter activo, acostumbrado a hacer. Se ha hecho a sí misma y soluciona los problemas. Es proactiva, no deja nunca las cosas para después. Es una mujer de acción, es una ejecutiva, una emprendedora. No hace cabeza simplemente porque sea la mayor, sino que realmente se ha echado a las espaldas, su sueldo, su casa y sus hermanos. Y en cambio, María aparece una mujer muy sensible. Con una capacidad enorme para captar lo importante. María ha elegido la parte  mejor y no se la quitaremos. No es lo secundario, no hace lo que se puede. Lo prescindible, lo accidental, sino lo fundamental. Esta madurez que la hace una mística, es patrimonio, generalmente de personas que han sufrido mucho.

Contaba el otro día José Ignacio Munilla, que en cierta ocasión fue a una parroquia a confirmar y al final, cuando llegó a término, se acercó una de las confirmadas -una chica de 16 años- y le preguntó sobre la importancia de qué hacer para evangelizar a sus amigos. Se quedó tan impresionado el obispo que al final se lo comentó al párroco. Me ha venido esta chica y …,  le explicó el párroco que aquella chica había sufrido mucho por un problema de anorexia que había superado.

Y decía Munilla. Entonces lo entendí todo. Quien ha sufrido mucho, con sentido, sabe mucho lo que es tontería y lo que en cambio es importante.

Y María ha sufrido en esa casa, si ha sufrido. Por eso se sienta a los pies del Señor o derrocha el perfume sin importarle, el precio, la víspera de su muerte.

II. Hay un misterio no sólo en esa casa, sino en esos tres hermanos. Y hay un tercer misterio que quizá lo explica todo, que he insinuado en los otros dos, que es el misterio del Lázaro. Lázaro nunca dice nada. En el Evangelio no se recoge ninguna palabra del Lázaro. No es algo exclusivo. Tampoco se recoge ninguna palabra de José, por ejemplo. Pero es que Lázaro no solamente no dice nada, sino que no hace nada. No hay ninguna acción de Lázaro en el Evangelio. Nunca se dice: fue e hizo. Salió a buscar a Jesús; simplemente estaba. Se dice que, por ejemplo, cuando en esos últimos días se le ofrece en Betania a Jesús una cena, seguramente en casa de Simón el leproso, se dice que Lázaro estaba a la mesa, pero nada más. De él no sabemos que hiciesen nada más. Por otra parte, ¿por qué Lázaro era tan querido por Jesús? Tanto que cuando enferma le envían un mensaje. Aquel a quien amas está enfermo. ¿Qué tenía Lázaro para que Jesús le quisiera tanto? ¿Para qué su verdadero nombre es aquél a quien Jesús ama? No es que no quisiera a Marta y María, no es que no quieran los demás, pero Lázaro le quería de una manera particular.

Sin embargo, a pesar de que le quiere tanto, no le llama para formar parte de los doce, no le escoge como apóstol en ningún momento aparece como mirándole, como el joven rico, le miró con cariño y le dijo una cosa te falta -si quieres ser perfecto- vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Al hacerlo, nunca dice nada de esto. Le mira con mucho más cariño que a ese joven. Además, en los últimos días que Jesús pasó en Betania antes de padecer, no no les acompaña nunca. Cuando van desde Betania a Jerusalén, que está al lado, cada mañana, Lázaro no va con ellos. Ni estará al pie de la cruz de su entrañable amigo. No está, ni tampoco Marta y María están.

Además, según nos cuenta el Evangelio y podemos leer en la misa de hoy, Lázaro enferma y muere. ¿Qué misterio hacerlo? Evidentemente no tenemos la clave. No sabemos, pero hay quien ha sugerido que quizás tuviese síndrome de Down. Esto es perfectamente posible. Explicaría por qué Marta y María no se han casado, porque se han dedicado a cuidar a su hermano, porque María, la más pequeña, ha sufrido tanto y es tan sensible, porque Jesús le quiere tanto, porque no está con el Señor y no le llama como apóstol, porque no hace nada, porque no dice nada. Puede ser. Y sobre todo es congruente con lo que pasa en una familia donde hay un hijo, un hermano, un padre que padece una enfermedad grave o que pasa por una dificultad grande. Y todos se arraciman en torno a él para protegerle, para cuidarle. ¡Cómo une eso! ¡Qué calor de hogar hay en esa casa! ¡Qué amor tan intenso! El mal es mal, no es bien, pero puede ser para mucho bien. Hemos sido creados para amar y muchas veces el amor es estimulado por el sufrimiento,  por la necesidad de cuidar al otro.

Tenemos un solo corazón, decía san Josemaría. No tenemos dos, uno para amar a Dios y otro para amar al prójimo. Por eso hay un círculo virtuoso entre el amor a Dios y amor a los demás. Y este círculo se puede activar desde los dos extremos. Las personas que aman mucho a un hijo enfermo, a un hermano o a cualquier persona que esté anciana o enferma, o necesitada o pobre, está muy bien dispuesta para la fe, para encontrar la fe, para descubrir el amor de Dios, para amar a Dios. Tiene un corazón preparado.

Ahí Cristo, en esa casa, en su corazón, Cristo entra muy bien. Se encuentra con su propia casa. Y al revés, la persona que ama a Cristo sinceramente, no al Dios motor inmóvil de los filósofos, no al primer principio, sino al Dios encarnado y muerto en la cruz, al Dios que nos quiere hasta la última gota de su sangre, al Dios que es amor, que es eros y ágape, al Dios que tiene una existencia mortal y por tanto dramática.

Quien quiere sinceramente, entonces también le reconoce en el necesitado, en el enfermo, en el anciano, en el pobre, y les ama y a todos. Nos hubiese gustado asistir al Señor. Y estar al pie. Hubiese sido un privilegio. Después, en ese momento, un drama, pero luego estaríamos siempre muy agradecidos de haberlo podido hacer.

No se nos ha dado, pero a cambio el Señor nos entrega a los pobres, a los enfermos, a los ancianos. Ahí, acariciándole a ellos, acariciamos a Cristo. Hay una mutua referencia, un estímulo entre el amor a Dios y al prójimo. No se pueden separar. De forma que tenemos ahí un buen índice para saber hasta qué punto las personas que tenemos un plan de vida espiritual, que queremos, aspiramos a la santidad. Efectivamente es así, porque -como ya nos ha recordado el Papa Francisco- existen comprensiones de la santidad muy equivocadas, incluso heréticas. Esto dice el neo-gnosticismo y el neo-pelagianismo. El pensar que la santidad consiste en tener una muy buena formación, consiste en hacer cosas buenas.

III. Hubo un convento de monjas pelagianas en Francia, Port Royal, de las que se decía malévolamente que creían amar a Dios porque no amaban a ningún hombre. Y el amor a Dios no es por exclusión. No es un corazón solitario, aislado. La santidad no es individualista. Es al revés. Tener un corazón como el de Cristo abierto, que acoge a todo el mundo, no a uno o a unos pocos. El corazón célibe es un corazón XXL al tamaño de Cristo, que se llena únicamente con el amor a Dios Padre, A Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, a la Santísima Virgen, a San José, a los Ángeles -especialmente el Custodio-, a todos los santos y en particular a aquellos que son para nosotros intercesores naturales, a todas las personas que existen. Todo el mundo, especialmente los cristianos, el Papa, el Padre, toda la Iglesia, los que nacen, los que mueren, los que sufren, los que no tienen trabajo, los familiares, los amigos. Un corazón capaz de acoger amigos indefinidamente.

Los que pasaron, los que vendrán después. Un corazón célibe es un corazón que se llena con estos y más amores.

Pero si no está lleno, es un espacio vacío, un enorme espacio vacío. Es como un hangar, un lugar para aviones, para acoger, para guardar aviones. Pero si está vacío, es un sitio donde en una noche -noche de invierno-, uno entra, camina y en la oscuridad escucha el eco de sus pisadas. Seguramente al poco tiempo sentirá miedo porque es el escenario perfecto de un crimen. Ahí puede pasar cualquier cosa. Y un corazón célibe con celibato apostólico, pero vacío es el escenario perfecto de un crimen, como se ha demostrado,  desgraciadamente en los últimos decenios en la Iglesia en tanto sacerdotes.

¡Es un don, es un don!, pero se nos concede para llenarlo. Y ahí el dramatismo del amor humano en las familias es muy importante. Esas familias con esos padres que no tienen tiempo para sí mismos, que tienen un hijo drogadicto, que no llegan a final de mes, que tienen un cónyuge enfermo en el cuerpo o en el alma. Todas las historias que queramos. El marido se ha ido sin despedirse -se ha marchado de casa- dejando ocho criaturas. Juan se casó hace unos años, pero recientemente se ha divorciado y ha vuelto a casa, pues tiene un paro de larga duración. A cambio, el siguiente Guillermo, se ha marchado de casa. Carlos padece del corazón y vive al borde de la muerte. Al menos, se ha descubierto que la causa del extraño comportamiento de Evelio es que está poseído. María estudia económicas con tanto afán que ha caído en anorexia. ¿Quién lo sospecharía? Marta, que se encuentra aún en el último año del colegio, se ha quedado embarazada. Lo que nadie entiende es que el último de los chicos apenas habla y suspende todo. Afortunadamente, siempre queda la sonrisa beatífica de la pequeña que tiene síndrome de Down. Además, estamos en otoño y no es preciso estar pendiente de la abuela que padece depresión porque está internada. Y aunque no tenga dinero, a fin de mes, una loca confianza provoca en todos una risa contagiosa. Eso es verdad. Estas tres son verdaderas. Las ha juntado un poquito, pero son todas verdaderas. Casos con nombres y apellidos.

¿Por qué  en cambio estamos tan sensibles a lo que tengo, a lo que no tengo. A lo que me han dicho?. Y hay algo que es todavía como mucho más humanizante, -decía san Josemaría- “No podemos ser divinos si no somos muy humanos”. Mucho más difícil que ayudar y querer a alguien con síndrome de Down, es querer a alguien con tibieza, con manías. Es muy difícil.

Si hubiese que establecer una categoría de la prueba del algodón de la vida espiritual, sería: cómo queremos, cómo amamos -no solamente cómo cuidamos-, sino como amamos a los internos, enfermos, ancianos, necesitados, pobres. En segundo lugar, es decir, más difícil. El segundo escalón. ¿Cómo amamos a los sanos? Es decir, a esos que tienen una actividad profesional, humana, evangelizadora. Y que seguramente nos da envidia. Y además es una actividad tan, tan plena que están agotados y tenemos que cuidarles. Esto es mucho más difícil que el que cuidar a un enfermo. Y el tercero, es el más difícil de todos, cómo amamos si cuidamos a las personas que están en tibieza y son maniáticas. Hay que estar dispuestos a ser rechazado setenta veces siete. Hace falta un amor muy parecido al de Cristo, que da la vida por cada uno de nosotros, por todos que están en el Sagrario, también para los que nunca vendrán.

Ahí tenemos un buen termómetro. Pero esto no es posible. Hasta cierto grado es posible. Pero a partir de cierto nivel es imposible sin la presencia de Cristo. Sin el amor de Cristo, sin el corazón de Cristo, sin la experiencia de ser amados nosotros personalmente por Cristo, así, sin la infancia espiritual. Sin saberlos nosotros mismos, enfermos, deformes, Down difíciles, maniáticos, tibios. Nosotros mismos, y sin embargo, el Señor nos quiere, nos sigue queriendo. Ese calor de hogar, de la relación con el Señor será quien sea capaz de formar un hogar a su alrededor. Y justamente estaremos agradecidos al Señor de tener cerca a personas así, por las que entregarnos, a las que amar, en las que reconocerle y en las que abrazarle, acariciarle y cuidarle.

Luis Herrera