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El Arzobispo de Valencia expresa su preocupación ante la planificada corriente de opinión antirreligiosa, en España

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almudi.org El Arzobispo de Valencia expresa su preocupación ante la planificada corriente de opinión antirreligiosa en España En su carta semanal advierte sobre el “creciente laicismo intolerante contra los cristianos”   El nacional-laicismo   Publicada en «Paraula-Iglesia en Valencia» el 17 de octubre de 2004                      Durante los últimos mes... almudi.org El Arzobispo de Valencia expresa su preocupación ante la planificada corriente de opinión antirreligiosa en España

En su carta semanal advierte sobre el “creciente laicismo intolerante contra los cristianos”

 

El nacional-laicismo

 

Publicada en «Paraula-Iglesia en Valencia» el 17 de octubre de 2004

 

                   Durante los últimos meses observo con preocupación en España el crecimiento de una planificada corriente de opinión antirreligiosa, el laicismo intolerante contra los cristianos: el nacional-laicismo.

 

       La aconfesionalidad y la separación de la Iglesia y el Estado cuentan con el apoyo de los católicos. No así el laicismo intolerante que es algo muy distinto. La aconfesionalidad proclamada en la Constitución Española contempla las distintas opciones religiosas como un derecho legítimo de los ciudadanos que merece protección, al menos, como otros derechos, tales como el acceso a la cultura, a la política, al desarrollo libre de la personalidad o a la libertad de expresión. El respeto a la libertad religiosa se encuentra en la base de la convivencia democrática.

 

       Por el contrario, el laicismo es intolerante. Es como una caricatura de la legítima aconfesionalidad del Estado. Se trata de un prejuicio anti-religioso. El laicismo no es democrático.

 

       La mentalidad del laicismo es simple: las creencias religiosas vendrían a ser supersticiones de gente inculta. Trata la religión como si fuese una “afición privada” que no debe tener manifestaciones públicas, ni relevancia jurídica o social. Primero quieren expulsar la religión de la esfera social y luego, en una segunda fase, eliminarla en el hombre, para que los principios religiosos acaben desapareciendo de la conciencia humana.

 

       Por ello, cualquier dato que desprestigie a los cristianos y a la Iglesia merece ser exagerado y repetido hasta la saciedad. En cambio, los numerosos hechos que benefician al sentido religioso, a la cultura cristiana o al pueblo católico, resultan minimizados o silenciados.

 

       Este modo de actuar es claramente injusto y sectario, y, a veces desgraciadamente, procede de resentimientos y frustraciones personales. Atenta contra la decencia y la rectitud moral. Sin embargo, y de modo paradójico, quienes emprenden la militancia laicista suelen autodenominarse como “tolerantes” y “progresistas”.

 

       Son ellos los que dictan lo que debe tolerarse y lo que no. Queriendo situarse más allá del bien y del mal, y con el apoyo de grupos de presión, buscan convencer a la opinión pública de que siguen siendo tolerantes cuando tratan injustamente a otras personas, a las que previamente descalifican. La primera víctima de esta actitud es la libertad religiosa reconocida en la Constitución Española.

 

       En los últimos meses abundan muestras de “laicismo confesante y militante”. Sin noción de la mesura se habla de “hoja de ruta contra la Iglesia” y se aprovecha para atacar a la comunidad católica.

 

       La intolerancia laicista deforma la realidad hasta amoldarla a sus propios dogmas y obsesiones. Se manipula la fe católica y se desea ofrecer una imagen de la Iglesia retorcida y esperpéntica.

 

       Los ataques a la religión, al cristianismo o a la Iglesia, no quedan en meras abstracciones: esas falsedades acaban dañando a personas concretas, a grupos humanos reconocibles, merecedores de consideración y respeto.

 

       Ante esta situación los católicos no hemos de tener miedo. Hemos de hacer uso de nuestra libertad de expresión y abandonar complejos y cómodos silencios. Somos la mayoría de este país, no la minoría, y el cristianismo impregna nuestra cultura y nos da esperanza para afrontar el futuro. El cristiano congruente no puede avergonzarse ni mirar a otro lado ante la intolerancia laicista que tratan de propagar.

 

       Superar el laicismo y toda clase de intolerancia es necesario para una cultura de la paz. Los católicos no queremos privilegios pero como ciudadanos congruentes exigimos nuestros derechos y cumplimos con nuestros deberes. Respetar a la Iglesia católica y sus miembros, al cristianismo y a las demás religiones descubre quiénes son los verdaderos defensores de la libertad y de la democracia.

 

       Con mi bendición y afecto,

 

Agustín García-Gasco

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