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Noticias antiguas

María José ha saltado a la fama

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“Fue un fin de semana horroroso. El domingo fui a Misa y, después, a ver una imagen de la Virgen que había allí cerca, y me dije: pues adelante, que pase lo que Dios quiera”

María José y su hija María han protagonizado la primera operación intrauterina realizada en Europa, para corregir un problema de espina bífida en un feto de 20 semanas. La operación ha sido un éxito, gracias a las ciencia, los médicos y el coraje desmedido de María José y su madre, Mari Pepa.

"Seguir para adelante fue la decisión más sencilla de mi vida. Ni me planteé la posibilidad, de acabar con María. Después, me costó más decidir si se me operaba o no.

Tras esta decisión, el neurocirujano del Hospital Virgen del Rocío me dio dos opciones: la primera –el procedimiento más habitual en estos casos– era seguir con el embarazo, proAlmudi.org - María José y su madre, Mari Pepavocar el parto con una cesárea en la semana 32 y operar a la niña; pero en este caso, las secuelas podían ser irreversibles; la otra opción era realizar una intervención intrauterina; pero éste procedimiento estaba en fase experimental y tenía sus riesgos.

El neurocirujano me explicó que las operaciones intrauterinas, para corregir la espina bífida, sólo se realizaban en Brasil, un país donde el aborto es ilegal y acuden a la cirugía para resolver este tipo de problemas. Yo pensé que, si podía dar a la niña un poco más de calidad de vida, valía la pena; de forma que cuando yo y mi marido faltáramos –como por ley de vida tiene que ocurrir– así le daba una oportunidad a mi hija. Pero la operación tenía sus riesgos: el aumento de la tasa de mortalidad para la niña eran elevado; además, podía quedarse con parálisis o coma cerebral; y yo podía sufrir una hemorragia en el útero y quedarme en la mesa e operaciones.

Ese fin de semana estuve sopesando los pros y los contras con mi marido, aunque la decisión final era mía. Fue la decisión más difícil de mi vida. Fue un fin de semana horroroso. El domingo fui a Misa y, después, a ver una imagen de la Virgen que había allí cerca, y me dije: “pues adelante, que pase lo que Dios quiera”. Pero me daba miedo por mi niña, ¡tan pequeña y desvalida! El lunes por la mañana llamé al ginecólogo y le dije que adelante.

Cuando me metieron en el quirófano, iba rezando; me dieron un Valium para que me tranquilizara. Y rezando me quedé dormida. Después, cuando desperté en la sala de recuperación me dijeron que el pronóstico de la espina bífida era el peor posible, pero que todo había ido bien. Estuve en el hospital dos semanas ingresada, con un bomba de morfina, y un catéter en la yugular. Los dolores eran intensísimos.

Tras el alta, mi vida se redujo del sillón a la cama y de la cama al sillón; medicación y todos los días al hospital para controlar la evolución de María. Y yo con la angustia de si mi niña estaba bien o no; de si todo evolucionaba según lo previsto.

El calvario duró del 31 de julio hasta el 6 de septiembre. Por fin, ese 6 de septiembre por la mañana, a las 33 semanas de embarazo, me confirmaron que la cesárea sería por la tarde. Todo fue muy precipitado. Un sacerdote amigo de la familia me trajo agua de Lourdes para bautizar a la niña, porque yo quería hacerlo inmediatamente si surgía cualquier problema; y traje la concha de cristianar. Pero gracias Dios no hizo falta.

Por fin iba a saber cómo estaba realmente María, cómo venía; me encontraría cara a cara con ella. Me pusieron la epidural y cuando sacaron a la niña la pusieron a mi lado. Sentí una alegría enorme, como cuando vi a mi primer hijo; con la diferencia de que en este embarazo no había preparado nada; siempre se compra alguna cosita, pero yo nada... porque decía: “si después sale todo bien, ya compraremos lo que haga falta”. Ni tampoco había preparado a mi hijo para decirle que iba a tener una hermanita, porque no sabía lo que iba a pasar. Ahora ya se lo hemos dicho. La niña salió moviendo las piernas. Y los médicos me dijeron que todo había salido excepcionalmente bien, que respondía a los reflejos al cien por cien; que pesaba dos kilos cien y medía cuarenta centímetros.

Y yo llorando... ¡una alegría!; no me lo podía ni creer. Mi madre, Mari Pepa, es la que siempre ha tenido que estar a mi lado sin poder llorar, porque tenía que animarme, y yo sí lloraba cada dos por tres. He estado sin coger el teléfono durante un mes. A veces, sueño por la noche que todavía estoy embarazada".

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