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Humanizar con el trabajo (II)

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Todas las tareas gozan de igual dignidad, son santificables y enriquecedoras, si sirven para darse

Las Provincias

Esta sociedad ignora la principal fuente del auténtico bienestar: la casa, que es donde mejor se encuentra uno; la familia como manantial primario de servicios personalizados, que son justamente los que se empiezan a exigir en la sociedad postindustrial (Llano). Pero la familia es una realidad viva –dice Chirinos– que se crea, se protege, se defiende y adquiere Almudi.org - Pablo Cabellos Llorentepersonalidad propia con tradiciones e historia. Las relaciones familiares y los trabajos implicados son la ayuda indispensable para humanizar la persona.

Aunque parezca una provocación –afirma Chirinos–, los trabajos domésticos, además de reflejar la dimensión del cuidado propia de todo oficio, contienen unos bienes internos para la persona que los ejecuta y para sus beneficiarios; exigen ejercitar muchas virtudes, de manera que esa tarea se convierte en paradigma de las restantes: su valor no depende del producto realizado –aunque tampoco se disocia de él– y refleja unas notas que, sin contraponerlo a otras actividades, perfeccionan a sus ejecutores, a quienes van dirigidos, a la cultura y a la sociedad. La familia es el paradigma del cuidado del cuerpo y de todas las necesidades de la persona.

Este camino del cuidado y la empatía del ser humano, que capta los momentos de dependencia y vulnerabilidad, abre las puertas a otro sentido de la contemplación: el que nos relaciona con el misterio del dolor. Es un camino ineludible para descubrir, como sugería el cardenal Ratzinger, nuestra condición creatural y nuestra dependencia del Creador. «En el verdadero realismo del hombre se encuentra el humanismo y en el humanismo se encuentra a Dios» (Iglesia, ecumenismo y política). En Spe salvi dirá que «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre».

Ahí conecta Chirinos con la afirmación de Josemaría Escrivá sobre la unión entre trabajo y contemplación, porque el mensaje del Opus Dei añade un matiz clave: la contemplación había sido entendida como vida apartada del mundo. San Josemaría completará esa visión afirmando que la unión con Dios es también posible a través de la vida activa, propia del trabajo profesional en el mundo.

Aquí, la profesora aporta tres tesis que sintetizo: esta doctrina hace compatible el ocio con el negocio, la vida activa con la contemplativa, tanto en su dimensión cognoscitiva como en la dimensión de fe y amor a Dios; la segunda es la propuesta del trabajo como dimensión humana y positiva por la adquisición de virtudes y la apertura a lo sobrenatural; la tercera será la revalorización de la vida ordinaria como camino de santidad, con la realidad de que no hay trabajos más o menos dignos, ni de mayor o menor relieve humano, puesto que éstos no se centran en el paradigma del producto, sino en los bienes internos que se adquieren al trabajar, y que se observan paradigmáticamente en los cuidados familiares. Todo depende –se decía con las palabras de Surco del artículo anterior– del Amor con que se realizan.

San Josemaría afirmaba, en una carta fechada en octubre de 1948 –que cita María Pía Chirinos–, que «en el servicio de Dios, no hay oficios de poca categoría: todos son de mucha importancia. La categoría del oficio depende de las condiciones personales del que lo ejercita, de la seriedad humana con que lo desempeña, del amor de Dios que ponga en él». Concluyendo: todas las tareas gozan de igual dignidad, son santificables y enriquecedoras, si sirven para darse.

Enlace relacionado:

Humanizar con el trabajo (I)

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