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De monos y hombres

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Esos descubrimientos (…) me hacen vislumbrar la grandeza de ese chispazo de la inteligencia divina que es el alma humana

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Un 4% de diferencia en el ADN puede ser la causa de las diferencias morfológicas pero, ¿también del abismo que separa a ambos seres desde el punto de vista espiritual?

Acabo de ver una exposición patrocinada por Fundación 'la Caixa' sobre las etapas de la Almudi.org - evolución. Como no podía ser menos, se nos sugiere que el mono es nuestro antepasado; avala tal hipótesis los últimos descubrimientos sobre el genoma del chimpancé.

El equipo que ha descifrado la secuencia de unidades de ADN, ha demostrado que menos de un 4% del ese genoma marca las diferencias que existen entre este animal y un hombre, pero nada ha dicho sobre a qué se deben esas diferencias y sobre cómo se manifiestan las mismas en el comportamiento de uno y otro.

Entiendo que ese 4% pueda ser la causa de las diferencias morfológicas y fisiológicas, pero no del abismo que separa a ambos seres desde el punto de vista cultural y espiritual.

La racionalidad, la libertad y la capacidad de progresar son manifestaciones del espíritu humano que no pueden explicarse por el método científico basado en la experimentación sensible; pero no creo que se deban sólo a ese escaso sustrato biológico en el que coincidimos, ni que sean consecuencia de la simple evolución.

Ya sé que entre esas diferencias entre el genoma humano y el del chimpancé puede estar la configuración del córtex cervical al cual se atribuyen algunas capacidades de los primates, pero me cuesta creer que el poder autodeterminarse superando el propio instinto y la conciencia ética, dependan de las circunvoluciones cerebrales. Lo que separa al hombre de los seres irracionales no es una diferencia de grado sino algo sustancial.

A pesar de ello, a muchos les cuesta aceptar la existencia de un alma humana espiritual y racional. Arguyen que éste es un concepto nada científico que solo la mente de los creyentes ha detectado. Olvidan que la ciencia no es la única forma de conocimiento y que, muchos siglos antes de Cristo, y en todas las épocas, ha habido filósofos no cristianos y no creyentes que han hablado y estudiado el alma racional como esencialmente diferente del alma sensitiva y del alma vegetativa.

Con todo no quiero que se piense que niego la teoría de la evolución. Admito y estoy convencido de la misma; pero no me parece que esté en contradicción con la existencia de Dios, ni con la intervención del mismo en el proceso evolutivo y en la creación del alma humana.

El mismo Darwin, padre del evolucionismo, decía: “Nunca he negado la existencia de Dios. Pienso que la teoría de la evolución es totalmente compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la existencia de Dios es para mí la imposibilidad de demostrar que el universo (...) y el hombre hayan sido frutos del azar”.

La ciencia no puede dar razón de todo. Son necesarias otras formas de conocimiento para encontrar sentido a la vida. Y como decía Víctor Frankl, éste sólo se puede encontrar en la trascendencia. Y la trascendencia no puede detectarse en los huesos de Atapuerca, ni en el microscopio, ni en el telescopio.

Aunque quizá sí pueda vislumbrarse, pues como decía Einstein, “A todo investigador profundo de la naturaleza no puede menos de sobrecogerle una especie de sentimiento religioso, porque le es imposible concebir que haya sido él el primero en haber visto las relaciones delicadísimas que contempla. A través del universo incomprensible se manifiesta una inteligencia superior infinita”.

También a mí esos descubrimientos, referidos al genoma del chimpancé y a sus escasas diferencias con el del hombre, me hacen vislumbrar la grandeza de ese chispazo de la inteligencia divina que es el alma humana.

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