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Ética y cerebro

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Escrito por Antonio Argandoña
Publicado: 15 Diciembre 2017

Cuando trato de ayudar a una persona a que se comporte de manera moralmente correcta, debo tener en cuenta sus circunstancias, también fisiológicas

Hace años leí que los estudios sobre el cerebro humano se desarrollaron mucho a propósito de un accidente que, me parece, ocurrió en Estados Unidos. Un hombre cariñoso, amable, buen vecino, cooperativo, siempre dispuesto a ayudar, trabajaba de guardabarreras −o sea, cuidaba de que el cruce de una carretera con el ferrocarril se cortase cuando estaba a punto de llegar un tren. Un día sufrió un accidente: un tren le golpeó y la produjo lesiones importantes en el cerebro. No perdió la vida, y pudo seguir haciendo vida casi normal, pero se convirtió en una persona malhumorada, malcarada, peleona, violenta… ¡Gran descubrimiento! Como los médicos sabían qué parte del cerebro había sido afectada por el accidente, acababan de aprender en qué parte del cerebro se sitúan esos componentes del carácter de una persona.

Y esto tiene importancia sobre la conducta, también ética, de la persona. ¿Quiere esto decir que la ética radica en el cerebro? No: las decisiones siguen siendo cuestiones de razón y voluntad, pero las decisiones se ven condicionadas por factores, en este caso, biológicos o fisiológicos. Y también, claro está, por otros factores: si estoy deprimido, si me muevo en un ambiente peligroso o dañino, si carezco de fuerzas porque estoy enfermo o porque no como…

¿Quiere esto decir que la ética depende de las circunstancias? La ética normativa, no: hay que hacer el bien y evitar el mal, y punto. Pero cuando intento entender a la persona que actúa, he de tener en cuenta esos factores. Y, muy importante, cuando trato de ayudar a esa persona a que se comporte de manera moralmente correcta, debo tener en cuenta sus circunstancias, también fisiológicas.

Y aún hay otra conclusión: si las decisiones de las personas crean hábitos, esos hábitos radicarán en algún lugar del cerebro (perdón si digo alguna tontería científica), y los cambios en el cerebro sostendrán o reforzarán la conducta: los hábitos deben tener un sustrato fisiológico; sobre esto escribí hace poco (ver aquí). O sea, los hábitos −las virtudes− tienen consecuencias físicas que no podemos ignorar. ¿O estoy diciendo una herejía?

Antonio Argandoña, en blog.iese.edu.

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