El Papa ha continuado su catequesis sobre la oración. Ha subrayado que el diálogo entre un cristiano y Dios tiene una característica especial: la familiaridad
En su segunda catequesis sobre la oración, que el Santo Padre ha ofrecido desde la Biblioteca Privada del Palacio apostólico, ha recordado que Dios siempre está cerca de la puerta de nuestro corazón esperando que le abramos, y que a veces también llama a esa puerta, pero sin invadir porque es paciente. E invitó a unirse mañana a una jornada de oración, ayuno y obras de caridad para al Señor que salve a la humanidad.
“Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo con el tema de la oración que iniciamos la semana pasada, hoy consideramos cómo la oración nos pertenece a todos, a los hombres de todas las religiones, y probablemente también a los que no profesan ninguna.
La oración surge en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales a menudo llaman el “corazón”. Rezar no es algo externo ni marginal a nosotros, sino que es el misterio más íntimo de nosotros mismos, que nace como una invocación en lo profundo de nuestra persona y se extiende, buscando un “Tú”, que es Dios.
La oración del cristiano surge de la revelación de ese “Tú”, con mayúscula, que se ha manifestado y ha venido a nuestro encuentro, dándonos confianza y revelándonos a Dios como un Padre bueno, que nos ama y nos comprende, que no nos considera siervos, sino amigos e hijos suyos.
En la oración del Padre Nuestro, Jesús nos enseñó a pedir a Dios todo lo que necesitamos. No importa si nos sentimos culpables en nuestra relación con Él, si no hemos sido amigos fieles, ni hijos agradecidos; Dios continúa amándonos, porque Él siempre es fiel.
Damos hoy el segundo paso en el camino de catequesis sobre la oración, iniciado la semana pasada.
La oración pertenece a todos: a los hombres de toda religión, y probablemente también a los que no profesan ninguna. La oración nace en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que a menudo los autores espirituales llaman “corazón” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2562-2563). Rezar, pues, en nosotros no es algo periférico, no es un facultad secundaria y marginal, sino el misterio más íntimo de nosotros mismos. Es ese misterio el que reza. Las emociones rezan, pero no se puede decir que la oración sea solo emoción. La inteligencia reza, pero rezar no es solo un acto intelectual. El cuerpo reza, pero se puede hablar con Dios también en la más grave invalidez. Es pues todo el hombre el que reza, si reza su “corazón”.
La oración es un empujón, una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo íntimo de nuestra persona y se proyecta, porque advierte la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia es más que una necesidad: es una senda. La oración es la voz de un “yo” que tantea, que va a tientas, en busca de un “Tú”. El encuentro entre el “yo” y el “Tú” no se puede hacer con la calculadora: es un encuentro humano y muchas veces vamos a tientas para hallar el “Tú” que mi “yo” está buscando.
En cambio, la oración del cristiano nace de una revelación: el “Tú” no quedó envuelto en el misterio, sino que entró en relación con nosotros. El cristianismo es la religión que celebra continuamente la “manifestación” de Dios, su epifanía. Las primeras fiestas del año litúrgico son la celebración de ese Dios que no está escondido, sino que ofrece su amistad a los hombres. Dios revela su gloria en la pobreza de Belén, en la contemplación de los Magos, en el bautismo en el Jordán, en el prodigio de las bodas de Caná. El Evangelio de Juan concluye con una afirmación sintética el gran himno del Prólogo: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer» (1,18). Fue Jesús quien nos reveló a Dios.
La oración del cristiano entra en relación con el Dios del rostro más tierno, que no quiere infundir miedo alguno en los hombres. Esa es la primera característica de la oración cristiana. Si los hombres estaban desde siempre habituados a acercarse a Dios un poco acobardados, un poco asustados por ese misterio fascinante y tremendo, si se habían acostumbrado a venerarlo con una actitud servil, semejante a la de un súbdito que no quiere faltar al respeto a su señor, los cristianos se dirigen en cambio a Él osando llamarlo en modo confidencial con el nombre de “Padre”. Es más, Jesús usa la otra palabra: “papá”.
El cristianismo ha desterrado toda relación “feudal” del vínculo con Dios. En el patrimonio de nuestra fe no hay expresiones como “sujeción”, “esclavitud” o “vasallaje”; sino palabras como “alianza”, “amistad”, “promesa”, “comunión”, “cercanía”. En su largo discurso de despedida a los discípulos, Jesús dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda» (Jn 15,15-16). Y eso es un cheque en blanco: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concedo”.
Dios es el amigo, el aliado, el esposo. En la oración se puede establecer un trato de confianza con Él; tan es así, que en el “Padre nuestro” Jesús nos enseñó a dirigirle una serie de peticiones. A Dios podemos pedirle todo, todo; explicarle todo, contarle todo. No importa si en la relación con Dios nos sentimos con defectos: no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos, no somos esposos fieles. Él nos sigue queriendo. Es lo que Jesús demuestra definitivamente en la Última Cena, cuando dice: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20). En ese gesto Jesús anticipa en el cenáculo el misterio de la Cruz. Dios es aliado fiel: si los hombres dejan de amar, Él nos sigue amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos. Y a veces llama al corazón pero no es invasivo: espera. La paciencia de Dios con nosotros es la paciencia de un padre, de alguien que nos quiere mucho. Diría que es la paciencia juntas de un padre y de una madre. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando llama lo hace con ternura y mucho amor.
Intentemos todos rezar así, entrando en el misterio de la Alianza. Meternos en la oración entre los brazos misericordiosos de Dios, sentirnos envueltos por ese misterio de felicidad que es la vida trinitaria, sentirnos como invitados que no merecen tanto honor. Y repetir a Dios, en el asombro de la oración: “¿Es posible que Tú solo conozcas el amor?”. Él no conoce el odio. Él es odiado, pero no conoce el odio. Conoce solo el amor. Ese es el Dios al que rezamos. Ese es el núcleo incandescente de toda oración cristiana. El Dios del amor, nuestro Padre que nos espera y nos acompaña.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Cuando recemos, esforcémonos por hablar a Dios con fiducia, como un niño se dirige a su Padre, sin miedo ni distancia. Él siempre está cerca, podemos decirle todo y pedirle todo. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. Invoco sobre vosotros y vuestras familias, en este Tiempo de Pascua, la alegría y la fortaleza que vienen de Cristo resucitado. Dios os bendiga.
Saludo de corazón a todos los amigos de lengua alemana. Los muchos ejemplos del amor que Dios nos ha dado son una fuerte invitación a querer a todas las personas que encontremos, también en estos tiempos cuando la vida nos obliga a una convivencia un poco difícil. El Espíritu Santo os colme de su caridad y de su alegría.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a entablar esa relación filial, de amistad y confianza con el Señor, pidiéndole lo que necesitan para su vida y, de manera particular, por aquellos que están a nuestro lado y sabemos que están necesitados, para que Dios, como Padre bueno, haga brillar su rostro sobre ellos y les conceda la paz. Que Nuestra Señora de Fátima, cuya memoria celebramos hoy, interceda por cada uno de ustedes. Que Dios los bendiga.
Saludo a los oyentes de lengua portuguesa y, en este día 13 de mayo, animo a todos a conocer y seguir el ejemplo de la Virgen María. Para eso, intentemos vivir este mes con una oración diaria más intensa y fiel, en particular rezando el rosario, como recomienda la Iglesia obedeciendo a un deseo repetidamente expresado en Fátima por la Virgen. Bajo su protección, veréis que los dolores y aflicciones de la vida serán más soportables. Me gustaría acercarme con el corazón a la diócesis de Fátima, al Santuario de la Virgen, hoy. Saludo a todos los peregrinos que están rezando allí. Saludo al cardenal obispo. Saludo a todos. Todos unidos con la Virgen, que nos acompañe en esta vía de conversión cotidiana hacia Jesús. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe que siguen este encuentro a través de los medios de comunicación. La oración es el modo para comunicar y para escuchar a Dios. Con ese espíritu he acogido la invitación del Alto Comité de la Fraternidad Humana para dedicar la jornada de mañana, 14 de mayo, a la oración, al ayuno y a las obras de caridad. Invito y animo a todos a unirse a este acto. Unámonos come hermanos al pedir al Señor que salve a la humanidad de la pandemia, que ilumine a los científicos y que cure a los enfermos. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a todos los polacos. Hoy celebramos la memoria litúrgica de la Virgen de Fátima. Volvemos con el pensamiento a sus apariciones y a su mensaje trasmitido al mundo, así como al atentado a san Juan Pablo II, que en la salvación de su vida veía la intervención maternal de la Virgen Santa. En nuestra oración pidamos a Dios, por intercesión del Corazón Inmaculado de María, la paz para el mundo, el fin de la pandemia, el espíritu de penitencia y nuestra conversión. El próximo lunes será el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II: yo celebraré la Misa a las 7:00 ante el altar de su tumba, y será trasmitida en mundovisión para todos. Demos gracias a Dios por habernos dado a este Obispo de Roma, Santo Obispo, y pidamos a él que nos ayude: que ayude a esta Iglesia de Roma a convertirse y a seguir adelante. Os bendigo de corazón.
Saludo a los fieles de lengua italiana. En el aniversario de la primera Aparición a los pequeños videntes de Fátima, os invito a invocar a la Virgen María para que haga a cada uno perseverante en el amor a Dios y al prójimo.
Dirijo un pensamiento especial a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Acudid constantemente a la ayuda de la Virgen; en Ella encontramos una madre primorosa y tierna, refugio seguro en las adversidades. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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