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¿Una Iglesia a la carta?

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Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 26 Mayo 2025

Si la Iglesia quiere ser una verdadera madre, no puede dejarse llevar por las modas, las estadísticas o la búsqueda del aplauso, sino por la verdad

Hace unos días, leí en un medio pseudorreligioso una interpretación sobre cómo debería concebir la Iglesia el papa León XIV. Incluso se afirmaba que así la querían los cardenales que lo eligieron. Uno podría esperar que se pidiera una Iglesia fiel a Jesucristo, centrada en Dios y orientada a la redención del hombre. Sin embargo, lo que se plantea no es eso, sino más bien una Iglesia “a la carta”, no para todos, sino para cristianos adultos, de base, “comprometidos”.

Se exigía que fuera sinodal, pero no en el sentido que propuso el papa Francisco, donde la participación, la comunión y la misión permiten que todos los miembros de la Iglesia contribuyan activamente a su renovación y crecimiento. No se trata de caminar juntos hacia el encuentro con Jesús, sino más bien de justificar todo aquello que, según algunos, reclama la sociedad moderna: el acceso indiscriminado a la comunión, el sacerdocio femenino, la inclusión de la ideología de género...

Y así todas las demás cuestiones: el celibato opcional, los viri probati, los divorciados vueltos a casar y la inclusión de todo tipo de parejas. Todo ello tendría cabida en una Iglesia sinodal.

El verdadero dilema es decidir si queremos una Iglesia que nos salve o una que bendiga todo lo que se nos ocurra. Lo hermoso de la Iglesia es que no es una institución humana ni fruto de nuestras invenciones. No está para justificar nuestros errores, sino para ayudarnos a superarlos. No somos nosotros quienes la hemos creado; su origen no radica en la voluntad humana, sino en la iniciativa divina. Es Dios quien nos busca, nos cura, nos salva y nos redime. Él es el centro, el protagonista, el alma de la Iglesia, y nosotros, pobres pecadores, le seguimos agradecidos.

León XIV, en su primera audiencia general, dijo: “Tengo en mente ese bellísimo cuadro de Van Gogh, El sembrador al atardecer. La imagen del sembrador bajo el sol ardiente también me habla del esfuerzo del campesino. Me impresiona que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece, precisamente, una imagen de esperanza: de un modo u otro, la semilla ha dado fruto. No sabemos bien cómo, pero así ha sido. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador –que queda en un lado–, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, quizás para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, incluso cuando a veces nos parece ausente o lejano. Es el sol quien calienta los terrones de la tierra y hace madurar la semilla”.

Es Dios el centro de la Iglesia. El Dios bueno y santo, omnipotente y amoroso, sabio y justo, creador, origen y fin. Busquemos la Iglesia de Dios, escuchemos su palabra y su voz. Solo en Él hay esperanza y amor incondicional.

Recientemente, consolaba a una joven que, abrumada por su situación, sufría un profundo remordimiento. Estaba desesperada por un embarazo inesperado y le hicieron creer que la solución era sencilla: en poco tiempo, todo habría terminado y ella quedaría como nueva, feliz y sin problemas. Sin embargo, ni psicólogos ni psiquiatras lograron aliviar su angustia; fue la Iglesia, como madre, quien le devolvió la dignidad perdida, el perdón y la paz. ¿Por qué escuchamos con tanta facilidad al mundo y lo mundano, pero no a Dios?

Nos dice el Evangelio: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado”.

Hoy tenemos poca formación en general, especialmente en temas éticos y morales. Sabemos muy poco sobre la naturaleza humana, sobre aquello que realmente nos hace felices, sobre nuestra dignidad. Nos han manipulado, nos han hecho creer que somos libres y sabios, cuando en realidad somos profundamente ignorantes. Hay que romper con los esquemas vacíos, hay que atreverse a pensar y a cuestionar, aunque ello signifique no salir en la foto. No podemos ser como el niño pequeño que va al supermercado con su madre y quiere arrasar con todas las golosinas.

Si la Iglesia quiere ser una verdadera madre, no puede dejarse llevar por las modas, las estadísticas o la búsqueda del aplauso, sino por la verdad. Como dijo el papa León XIV: “La Iglesia nunca puede eximirse de decir la verdad sobre el hombre y el mundo, recurriendo a lo que sea necesario, incluso a un lenguaje franco que, en un principio, pueda generar incomprensión. Sin embargo, la verdad nunca se separa de la caridad, que siempre tiene arraigada la preocupación por la vida y el bienestar de cada hombre y mujer”.

Yo quiero una Iglesia madre que me defienda de mí mismo, que me de alimentos sólidos y saludables en vez de chuches y golosinas.

Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es

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