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  • Tú puedes ser apóstol desde tu debilidad

Tú puedes ser apóstol desde tu debilidad

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Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 07 Julio 2025

Si nos presentáramos como modelos, salvadores o maestros, pensaríamos que somos mejores que los demás. Eso nos volvería admirables… pero no imitables

Solemos pensar que quienes cambian el mundo han de ser extraordinarios: los muy buenos, los altamente capacitados, los que tienen abundantes recursos, don de gentes, posiciones influyentes... Y, lamentablemente, estos o no existen o malgastan sus talentos en sí mismos. Sin embargo, los débiles, los que viven con dificultades, los que nadan entre problemas, los que nunca aparecen en los "top diez", sí son constantes y no se rinden, si se crecen ante los obstáculos, son quienes realmente triunfan, quienes “se llevan el gato al agua”. Existe una teología de la debilidad profundamente interesante.

Se trata de reconocer la propia fragilidad y miseria desde la confianza en la gracia de Dios. En lugar de desanimarnos por nuestras limitaciones, buscamos la santidad aceptándolas y entregándonos a Dios. Así crecemos, desde la humildad, sabiendo que es Dios quien nos impulsa, y que, con ayuda de los demás, encontramos salida a nuestras dificultades.

En resumen, la “teología de la debilidad” que he aprendido en el Opus Dei es una invitación a: reconocer la fragilidad personal; confiar en la gracia divina para transformar nuestras debilidades; abandonarse a la voluntad de Dios; luchar contra el pecado y corregir los errores, y buscar la santidad en el trabajo ordinario.

Esta perspectiva espiritual ayuda a vivir una vida cristiana coherente, incluso en medio de nuestras limitaciones.

Desde esta postura podemos cantar nuestro Magníficat: “El Señor ha hecho en mí maravillas”. No iremos por la vida dando lecciones ni reprochando faltas, conscientes de las nuestras. Podemos compartir nuestra experiencia: lo que nos ayuda, lo que nos hace bien. Este apostolado se parece al de quien recomienda a un amigo un bar donde tiran buenas cervezas, o al de una señora que comparte con sus amigas una receta nueva o una tienda con estupendas rebajas.

Leemos en el Evangelio: “Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él, a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”.

Jesús envía a sus discípulos de dos en dos, conscientes de sus debilidades; necesitan apoyarse mutuamente. Nadie es fuerte por sí solo ni tiene todas las respuestas. Pero juntos, animándonos, aconsejándonos, acompañados, podemos lograr mucho. No es saludable caer en el individualismo ni en la soberbia de creer que tenemos la receta para todo. El papa León XIV nos anima a la comunión, a la unidad. Debemos evitar la tentación autorreferencial, tanto personal como grupal. Estar abiertos al otro, dialogar, escuchar y aprender no implica rebajar ni diluir la verdad. Nos permite comprender las necesidades ajenas y encontrar pistas para ayudar mejor.

San Pablo nos dice: “Hermanos: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Cristo es el único salvador. También dice: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Saber que somos pecadores, que nos cuesta mejorar, que compartimos las mismas debilidades que los otros, no es un obstáculo para el apostolado. Al contrario, es un punto de partida magnífico para acercar a nuestros amigos a Dios.

Si nos presentáramos como modelos, salvadores o maestros, pensaríamos que somos mejores que los demás. Eso nos volvería admirables… pero no imitables. Al descubrir que el Señor nos ama con nuestras limitaciones, que cuando se las mostramos y pedimos ayuda vamos mejorando —o al menos no nos alejamos de Él— estamos en las mejores condiciones para ser apóstoles.

“Si notas que no puedes, por el motivo que sea, dile, abandonándote en Él: ¡Señor, confío en ti, me abandono en tí, pero ayuda mi debilidad!".

Y lleno de confianza, repítele: mírame, Jesús, soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan triste, no merezco ser hijo tuyo. Díselo...; y díselo muchas veces.

Juan Luis Selma en eldiadecordoba.es

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