Con la juventud nos jugamos el futuro: el de la humanidad y el de la Iglesia
Comentaban unos chicos que les gustaba que fueran jóvenes al colegio a dar sus testimonios. Les ayuda ver a otros como ellos, con la misma sensibilidad y visión de las cosas, enfrentando retos similares. De los mayores ya se sabe: son de otra época, no se enteran... Por eso, deben ser los jóvenes quienes evangelicen a los jóvenes.
Este fin de semana -o finde, como dirían ellos- se está celebrando en Roma el Jubileo de los Jóvenes. Se esperan más de un millón de participantes, y desde Córdoba ha viajado un buen número. Estamos en el Jubileo de la Esperanza, y no hay nada más esperanzador que la juventud.
San Juan Pablo II, el Papa de los jóvenes, compuso esta preciosa oración: “Señor Jesucristo, conserva a estos jóvenes en tu amor. Haz que oigan tu voz y crean en lo que dices, porque sólo tú tienes palabras de vida eterna. Enséñales cómo profesar su fe, cómo dar su amor, cómo comunicar su esperanza a los demás. Hazlos testigos convincentes de tu Evangelio, en un mundo que tanto necesita de tu gracia que salva. Haz de ellos el nuevo pueblo de las Bienaventuranzas, para que sean la sal de la tierra y la luz del mundo al inicio del tercer milenio cristiano. María, Madre de la Iglesia, protege y guía a estos muchachos y muchachas del siglo XXI. Abrázalos a todos en tu corazón materno. Amén.”
Recemos por este evento con todo el fervor. Con la juventud nos jugamos el futuro: el de la humanidad y el de la Iglesia. Gracias a Dios, los jóvenes tienen una gran sensibilidad para captar la verdad, para valorar el amor auténtico. Hay en ellos una fuerza divina que los hace rebeldes, inconformistas y audaces. No les cortemos las alas, dejemos que vuelen. No los detengamos. “¡Qué bonita es la juventud!”, repetía con frecuencia una persona muy querida.
Este Jubileo también es ocasión para rejuvenecer el alma. No se trata sólo de peregrinar físicamente -no hace falta estar en Roma, si no ha sido posible-: todos podemos vivirlo. Es el momento de abrir las puertas al Dios del amor y de la esperanza. Una invitación al perdón y al futuro. Un buen reset, como volver al estado de fábrica, al sueño original de nuestro Creador al darnos la vida. Nunca es tarde: Dios no se cansa de esperar.
Seamos peregrinos de la Esperanza. Dice el Eclesiastés: “¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad”. Nos preocupamos por tonterías. Buscamos saciar la felicidad en vasijas agrietadas. Nos afanamos en muchas cosas y olvidamos lo importante. Tanta vanidad que se traduce en tanta tontera.
¡Todos jóvenes con ellos! ¡Todos junto al Papa León XIV estos días en Roma! Todos dispuestos a soñar. El jubileo es peregrinar, caminar, salir del caparazón. Es recomenzar.
Copio de una web: “Tanto si vas a Roma como si no, puedes vivirlo: rezando, perdonando, mirando el mundo con compasión, compartiendo lo que has recibido. Jóvenes de todo el mundo ya se han puesto en marcha. ¿Y tú?”.
El Papa decía el martes: “Hoy están empezando unos días, un camino: el Jubileo de la Esperanza. El mundo necesita mensajes de esperanza. Ustedes son este mensaje. Tienen que seguir dando esperanza a todos. ¡Vosotros sois la sal de la tierra, luz del mundo! Hoy sus voces, su entusiasmo, sus gritos -todos por Jesucristo- ¡los van a escuchar hasta el fin del mundo!”.
Escuchemos esas voces, que también suenan en nuestro interior. Soñemos, seamos audaces, rompamos con tanta tontería. Demos testimonio de en quién creemos, de quién nos hemos fiado.
El Evangelio nos interpela: “Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente". Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a reclamar el alma, ¿y de quién será lo que has preparado?".
Miremos a las personas, busquemos su bien y su felicidad. Llenemos nuestra vida de verdad, amor y belleza. Amemos con el Amor de Dios. Perdamos el miedo a ser diferentes.