Chesterton quería una Iglesia que moviese al mundo y no que se moviese con el mundo. Yo también; pero, hoy por hoy, como paso previo, nos urge una Iglesia que no se confunda con y por el mundo
Tengo un amor pasional por las cosas variopintas equiparable al del poeta Hopkins, que daba gracias a Dios por «todo lo peregrino, singular; por cuanto de raro y vario ha sido hecho / con modo de mudar, por todo lo que motea…». Que se pierda alguna mota o peculiaridad o costumbre, ya sea de la naturaleza, de la sociedad o del lenguaje, me entristece. Comparto con nuestro tiempo el afán que moviliza presupuestos y legislaciones por salvar, no sé, una serpiente normalucha que perviva en un islote. Pero todavía hay grados y me temo que estamos asistiendo a una pérdida irreparable en Occidente: la de la moral cristiana.
Alguien me dirá que cómo puede perderse estando recogida en la Biblia y en el Depósito de la fe, que es la Tradición. Mientras uno la viva contra viento y marea, permanece. Eso es verdad, pero puede perderse en su sentido etimológico. «Moral» surge directamente del significado de «mos, moris» en latín, que designa costumbre o forma de vida. Hace referencia a las reglas y normas que una sociedad sigue como guía para el comportamiento aceptado. Ahí está en peligro crítico de extinción.
Sería una tragedia antropológica, porque la moral cristiana, vista humanamente, es una construcción exquisita de la inteligencia y la sensibilidad, hecha de equilibrios sutiles. El otro día, un conocido comparaba la diferencia abismal entre que te ayude con tus problemas interiores alguien que ha hecho psicología a duras penas y vota a Yolanda Díaz o un sacerdote que ha estudiado en serio ─y viviéndolo─ a santo Tomás de Aquino y su tratado sobre las virtudes, heredero de la ética de Aristóteles y de la experiencia sapiencial de la Biblia. Con gran respeto a los psicólogos, que los hay muy valiosos, sabios y hasta aristotélicos, la moraleja del epigrama salta a la vista.
El problema es que la Iglesia siente la tentación, ya preavisada en los tres enemigos del alma, de acomodarse al mundo. De manera que, pensando en ganar público, tal vez, o en ahorrarse problemas, se pierde ─por falta de uso, predicación, enseñanza y propuesta─ una opción moral sólida, sin que ganemos nada nuevo, porque la opción del mundo ya la teníamos. Lo pastoral se confunde con la trashumancia.
Quizá el caso más paradigmático sea la homosexualidad, de la que la modernidad, por lo que sea, ha hecho bandera y ariete. La postura de la moral católica es finísima. Nadie, tenga las tendencias sexuales que tenga, es menos digno y está menos llamado a la santidad que otros. Lo pecaminoso, que no tiene que juzgar la ley civil ni, mucho menos, la ley penal, son los actos; jamás las personas, de una dignidad tan grande que vale toda la sangre de Cristo. Con esto se puede estar de acuerdo o no, creerlo o no; pero es indudable que establece un matiz valiosísimo entre la celebración del orgullo y tal y el rechazo cultural e histórico que otras religiones y visiones de la vida echan sobre las personas. Por amor a la variedad, ya valdría; pero también tiene un valor social en cuanto que puede dialogar y discutir con posturas enfrentadas e irreconciliables, como pueden ser las de lo woke y el Islam. Y ─más trascendente aún─ tiene un valor individual, pues es capaz de iluminar la vida y la conciencia de muchas personas, como ya hizo, hace y hará, D. m.
He ido al caso más polémico, pero hay muchos otros de idéntica actualidad. ¡Cuánta falta nos hace la visión de la Doctrina Social de la Iglesia de la propiedad! No es defensa de una absoluta posesión individual, como postula el materialismo capitalista, sino más: un derecho humano esencial, frente a lo que piensa el materialismo marxista. Respeta el bien común y el bien particular porque sabe lo que es el bien y lo que es un bien. Pasa con los impuestos, que no deberían ser confiscatorios ni impedir la independencia y la libertad de las familias. Sin embargo, ¿se escuchan por parte del clero más mensajes a favor de pagar religiosamente los tributos estatales que apiadados de los contribuyentes inermes? Pasa con la legítima defensa, que ya nadie defiende, o con la legitimidad política de ejercicio o con la prevención frente a un pacifismo suicida o con la dignidad de la vida de los más enfermos e inocentes.
Chesterton quería una Iglesia que moviese al mundo y no que se moviese con el mundo. Yo también; pero, hoy por hoy, como paso previo, nos urge una Iglesia que no se confunda con y por el mundo. En la confusión perderíamos todos. Los católicos, claridad. Y los no católicos, diversidad y contraste. El mundo se quedaría sin una instancia crítica, que, siendo constructiva y no constrictiva, lo corrige, lo configura y lo cultiva. Para esta moral en extinción puede haber reservas naturales (las comunidades cristianas que postula la opción benedictina); pero también debemos mostrar en medio del mundo nuestras reservas con naturalidad.