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  • Hacia el auténtico primado del sucesor de Pedro

Hacia el auténtico primado del sucesor de Pedro

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Escrito por Salvador Bernal
Publicado: 09 Agosto 2013
Confirmar en la fe, confirmar en el amor y confirmar en la unidad

religionconfidencial.com

Confirmar en la fe, confirmar en el amor y confirmar en la unidad, aspectos centrales de la homilía del Papa en la festividad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo

      Nunca he estado un 29 de junio en Roma, pero cada año me alegran más las informaciones sobre la celebración en la basílica vaticana de los santos Pedro y Pablo, con una nutrida delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla. Me recuerda el gran sueño de Juan Pablo II de que la Iglesia respirase con sus dos pulmones, zanjando la brecha abierta por el cisma de Oriente.

      En la Encíclica Ut unum sint, de 1995, Juan Pablo II planteó con cierto énfasis la necesidad de buscar juntos «formas con las que este ministerio (papal) pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros».

      Dos años después, el Cardenal Ratzinger presentaba un documento de la Congregación para la Doctrina de la fe, acerca del primado del sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia. Trataba de superar ese claro obstáculo para la unidad.

      En la última década se han conseguido importantes avances en la comisión mixta para el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos. Sobre todo, se advierten signos claros de mutua confianza, aspecto capital para que llegue el tiempo de reconocer el papel del obispo de Roma en la comunión de la Iglesia, como se vivió en el primer milenio, aunque no faltasen de tarde en tarde incomprensiones y dificultades: el Papa fue "el primer patriarca", y Roma "la primera sede", como reconocieron los propios representantes ortodoxos en Rávena el año 2007; y hoy se vive el primado con un mayor sentido de colegialidad −acentuado desde el Concilio Vaticano II−, cada vez más lejos de formas de absolutismo impropias. No se puede olvidar que Roma se convirtió en punto de referencia para todas las iglesias por el martirio de Pedro y Pablo, no por ser la capital del imperio.

      En su homilía del sábado 29, el papa Francisco comenzó manifestando su alegría por la presencia de obispos de todo el mundo: más de treinta arzobispos metropolitanos habían acudido para recibir el palio de manos del obispo de Roma: «es una gran riqueza que, en cierto modo, nos permite revivir el acontecimiento de Pentecostés: hoy, como entonces, la fe de la Iglesia habla en todas las lenguas y quiere unir a los pueblos en una sola familia». Luego, dio las gracias al patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, por su nuevo gesto de fraternidad. Es más, después de la ceremonia, en el ángelus, le recordó de nuevo, e invitó a los fieles a rezar juntos un avemaría por él.

      El núcleo de la homilía, sobre el ministerio petrino, se centró en tres aspectos del verbo “confirmar”. Al cabo, fue el término que dirigió Jesucristo a Pedro en la última cena, según el relato de Lucas 22, 32: «yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos».

      Ante todo, señaló Francisco, confirmar en la fe: «el papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto». Por eso hay que alejar meros planteamientos racionalistas, más aún los derivados de la lógica del poder humano.

      En segundo término, confirmar en el amor, a partir de las palabras de san Pablo a Timoteo leídas en la celebración litúrgica: «San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la Iglesia». Francisco aprovechó para reiterar la radical misión de servicio de todos los pastores.

      Finalmente, confirmar en la unidad, que ciertamente no es uniformidad. El Papa recordó la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre colegialidad, para concluir: «la variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: no hay otra vía católica para unirnos».

      He releído la homilía de Benedicto XVI el 29 de junio del año pasado, y la continuidad es digna de mención. Me limitaré a citar una frase significativa: «sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad: aquí se encuentra el primer mensaje fundamental que la solemnidad de hoy nos ofrece a cada uno de nosotros, y cuya importancia se refleja también en la búsqueda de aquella plena comunión, que anhelan el Patriarca ecuménico y el Obispo de Roma, como también todos los cristianos».

Salvador Bernal

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