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La luz de la fe

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Escrito por Pablo Cabellos Llorente
Publicado: 25 Julio 2013
La fe no es intransigente, el creyente no es arrogante, la verdad vuelve humildes y conduce a la convivencia y al respeto

Las Provincias

Si la verdad es la del amor de Dios, no se impone con violencia, Dios no aplasta al individuo; la fe no es intransigente, el creyente no es arrogante, la verdad vuelve humildes y conduce a la convivencia y al respeto

      El título de la encíclica del Papa Francisco recuerda a la de Juan Pablo II ‘El esplendor de la Verdad’. Ambas tienen en común el empeño en poner de relieve que la verdad −sea de la razón o de la fe− es luminosa. Es cierto que muchas veces esa luz es incompleta porque se puede avanzar más en su comprensión, pero siempre es luz, transparencia, belleza, posibilidad grande del ser humano. Aún está más relacionada con ‘Fides et Ratio’. Los tres insignes documentos salen al paso de algo que advirtió san Josemaría: «Con periódica monotonía, algunos tratan de resucitar una supuesta incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación divina. Esa incompatibilidad sólo puede aparecer, y aparentemente, cuando no se entienden los términos reales del problema».

      Al inicio, ilustra los motivos en que se basa el documento, que acuden justamente a los términos reales del problema: el primero es recuperar el carácter de luz propio de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del hombre, de ayudarle a distinguir el bien del mal, sobre todo en una época en la que creer se opone investigar, y ve la fe como una ilusión, un salto al vacío que impide la libertad del hombre. En segundo lugar, la Lumen Fidei −justo en el Año de la Fe, 50 años después del Concilio Vaticano II, un "Concilio sobre la Fe"− quiere vigorizar la percepción de la amplitud de los horizontes abiertos por la fe para confesarla en su unidad e integridad. La fe no es un presupuesto que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que alimenta y fortalece la Iglesia. Pero ni irracional ni anticientífico. Es más, la luz de la razón autónoma respecto a Dios no permite iluminar suficientemente el futuro, deja al hombre en la oscuridad, con miedo a lo desconocido.

      Yendo solamente al núcleo del documento, empleando una analogía, el Papa recuerda que en la vida diaria confiamos en «la gente que sabe las cosas mejor que nosotros» −el arquitecto, el farmacéutico, el abogado−, así también en la fe necesitamos a alguien fiable y experto en «las cosas de Dios» y Jesús es «aquel que nos explica a Dios». Por esta razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas, nos confiamos a él y vemos con sus ojos.

      El capítulo segundo muestra más intensamente la relación con el esplendor de la verdad. El Papa demuestra la estrecha relación entre fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su presencia fiel en la historia. «La fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella fábula, la proyección de nuestros deseos de felicidad». Y hoy, debido a la «crisis de verdad en que nos encontramos», es más necesario que nunca subrayar esta conexión, porque la cultura contemporánea tiende a aceptar sólo la verdad tecnológica, lo que el hombre puede construir y medir con la ciencia experimental, lo que es «verdad porque funciona», o las verdades subjetivas, no válidas para el bien común. Por el contrario, la fe, que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone al servicio concreto de la justicia, el derecho y la paz. 

      Actualmente se mira como sospechosa la «verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto», porque se la asocia erróneamente a los grandes relatos totalitarios del siglo XX. Esto, sin embargo, implica el «gran olvido en nuestro mundo contemporáneo» que −en beneficio del relativismo y temiendo el fanatismo− olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el origen de todo, la pregunta sobre Dios que, si no obtiene respuesta, deja la vida sin sentido. La encíclica manifiesta el vínculo entre fe y amor, entendido como el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da nuevos ojos para ver la realidad. Si, pues, la fe está ligada a la verdad y al amor, entonces «amor y verdad no se pueden separar», porque sólo el verdadero amor resiste la prueba del tiempo y se convierte en fuente de conocimiento. Y puesto que el conocimiento de la fe nace del amor fiel de Dios, «verdad y fidelidad van juntos».

      En el diálogo fe-razón es importante percibir que «la verdad que buscamos, la que da sentido a nuestro pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca». Si la verdad es la del amor de Dios, no se impone con violencia, Dios no aplasta al individuo. La fe no es intransigente, el creyente no es arrogante, la verdad vuelve humildes y conduce a la convivencia y al respeto. La fe facilita el diálogo con la ciencia, despertando el sentido crítico y ampliando horizontes de la razón, invitándonos a mirar con asombro la Creación; el encuentro interreligioso, al que el cristianismo ofrece su contribución; el diálogo con los no creyentes que siguen buscando; con los que «intentan vivir como si Dios existiese», porque «Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón».

Pablo Cabellos Llorente

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