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Las sesiones

Las sesiones

The Sessions
Contenidos: Imágenes (varias S, X), Diálogos (varios D), Ideas (erotismo, moral de situación, imagen distorsionada del sacerdote F)

Dirección: Ben Lewin. País: USA. Año: 2012. Duración: 95 min. Género: Tragicomedia, drama. Interpretación: John Hawkes (Mark O’Brien), Helen Hunt (Cheryl), William H. Macy (padre Brendan), Moon Bloodgood (Vera), Annika Marks (Amanda), Rhea Perlman, W. Earl Brown (Rod), Robin Weigert (Susan), Blake Lindsley (Dra. Laura), Ming Lo (Clerk). Guion: Ben Lewin; inspirado en el artículo “On seeing a sex surrogate”, de Mark O’Brien. Producción: Judi Levine y Stephen Nemeth. Música: Marco Beltrami. Fotografía: Geoffrey Simpson. Montaje: Lisa Bromwell. Diseño de producción: John Mott. Vestuario: Justine Seymour. Distribuidora: Hispano Foxfilm. Estreno en USA: 16 Noviembre 2012. Estreno en España: 21 Diciembre 2012.

Reseña:

En busca del sexo perdido

   La polio que padeció en la infancia ha dejado en Mark O'Brien secuelas de por vida, la principal su postración en una camilla y su casi permanente conexión a un pulmón de acero en casa para poder respirar, aunque puede salir a la calle asistido por un respirador portátil. Con 38 años, sus padres ya fallecieron, pero con ayuda de un cuidador puede llevar una existencia medianamente normal, Mark es escritor y poeta, y no le faltan el optimismo, el buen humor y las ganas de vivir. No obstante se encuentra insatisfecho por no poder llevar una vida sexual por su discapacidad. Así que acude a una terapeuta, que le recomienda tener sesiones con una suplente sexual, que le guiará en un número limitado de encuentros en su búsqueda, siempre de modo profesional, aquello no será prostitución ni nada parecido. Como Mark es católico y tiene dudas sobre lo que va a hacer, acude al nuevo cura de su parroquia, que le escucha más como amigo que como pastor de su alma, pues admite desde el principio que no sabe cómo orientarle.

   Película basada en hechos reales, contados por el propio protagonista en un artículo periodístico. Ben Lewin, director y guionista, padeció la polio de niño, aunque su incapacidad es mucho más leve que la de Mark en Las sesiones. La historia responde a una mentalidad típica de una sociedad hipersexualizada, donde se considera que la vida sin sexo simplemente no es vida; de donde se sigue el corolario de que debe hacerse “lo que sea” para que alguien con los problemas de Mark pueda iniciarse sexualmente, el conformarse con lo que hay sería un desastre, pura frustración, aunque, paradojas, otras limitaciones, como la de no poder dar brincos y jugar al balompié, por decir un decir, no resultarían tan terribles.

   Lo cierto es que como narración Las sesiones presenta varios problemas. El principal es que faltan datos para entender por qué la cuestión sexual se revela tan crucial para Mark en esa etapa tardía de su vida, ya casi cuarentón, que coincide además casualmente con la aparición en su vida de un nuevo sacerdote; lo normal -más en una persona tan animosa- es que tal problema se hubiera planteado mucho antes. En cualquier caso la visión de una vida afectiva con una mujer que ofrece el film resulta estrecha de miras, más si pensamos que hablamos del “poeta” Mark, que al final busca cumplir las fantasías que se describen en un libro con la frialdad del manual de instrucciones para arrancar un ordenador; aunque añadir “romanticismo” parece poco probable, aunque sea uno de los pocos consejos sacerdotales recibidos, la palabra adecuada sería “compromiso”, imposible en el contexto que nos ocupa. Mientras que del cura se podría esperar una descripción más espiritual -vamos, que parezca lo que se supone que es-, un esfuerzo por aconsejar de verdad, y no simplemente escuchar, manifestar las propias dudas y acabar dando la opinión personal -“a mí me parece...”- basado en una elemental moral de situación; y no convertirlo simplemente en pieza de guión, el amigo que escucha y hace avanzar la historia.

   Por otro lado resultan tramposas las continuas bromas, juegos de palabras, incredulidad sobre lo que Mark se propone, etcétera, para hacer más simpático el sin duda penoso itinerario del protagonista; igual que la descripción de la profesión de Cheryl Cohen-Greene, aunque justo es reconocer que se apuntan los peligros que se ciernen sobre su vida familiar por lo que no deja de ser natural, la unión de sexualidad y afectividad, que apuntan al enamoramiento.

   Las sesiones puede ser molesta por su falta de pudor a la hora de mostrar y describir situaciones íntimas. Los actores resultan creíbles, John Hawkes en uno de esos papeles que a Hollywood le encanta premiar de discapacitado, y Helen Hunt, como la suplente sexual, personaje al que dota de ternura y “normalidad”. Menos convincente parece William H. Macy, para empezar por los pelos que luce, pero también por su interpretación de un sacerdote que aunque supuestamente buena persona, parece un poco lelo. (Decine21 / Almudí JD) LEER MÁS

   La lectura final que el filme propone es que la experiencia de amar y sentirse amado no tiene por qué ser sexual: para O’Brien el “amor de su vida” es Susan, con la que no mantiene relaciones sexuales. Sin embargo, toda la película es una ilustración de lo contrario: sin sexo no se puede ser verdaderamente hombre. A través de las cuatro o cinco sesiones que el postrado protagonista mantiene con la terapeuta, asistimos a un tedioso proceso de actividad sexual deficiente, muy exhibicionista y agónico. La terapeuta es un personaje poco atractivo, ya que se gana la vida acostándose con minusválidos por razones terapéuticas. Más llamativa es la indolencia de su marido ante esa profesión de dudosa honorabilidad. Pero lo más sorprendente es el Padre Brendan, sacerdote católico que le anima y apoya en su decisión de tener sexo con una desconocida. Todas las tardes, después de cada sesión, el párroco escucha con interés los pelos y señales del coito del día, y felicita a O’Brien por los resultados obtenidos. O’Brien se declara creyente, aunque sólo tiene con Dios una relación de rencor. Por su parte, la terapeuta declara que fue católica y que se alejó de la Iglesia por la moral sexual de ésta. En ese sentido, el Padre Brendan se postula implícitamente como el representante de una nueva moral católica, supuestamente abierta y tolerante en temas de sexualidad. Lo cual, por otra parte, no deja de ser un reflejo de la situación errática en la que viven muchos católicos estadounidenses.

   El resultado de este cruce de extravagancias es una película sin fuelle, aburrida, con la que cuesta empatizar. El pobre O’Brien, a fin de cuentas, es el personaje más fácil de ser comprendido, también por la excelente interpretación de John Hawkes. Pero tanto el sacerdote como la terapeuta llevan la historia a un terreno surrealista, delirante, que hace que el edificio dramático se venga abajo. J. O.