películas
To the wonder
Destacada

To the wonder

To the wonder
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Desaconsejable
  • Año: 2013
  • Dirección: Terrence Malick
Contenidos: Imágenes (frecuentes S, algunas X)

Dirección y guion: Terrence Malick. País: USA. Año: 2012. Duración: 113 min. Género: Drama, romance. Interpretación: Ben Affleck (Neil), Olga Kurylenko (Marina), Rachel McAdams (Jane), Javier Bardem (padre Quintana). Producción: Sarah Green y Nicolas Gonda. Música: Hanan Townshend. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Montaje: A.J. Edwards, Keith Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan y Mark Yoshikawa. Diseño de producción: Jack Fisk. Vestuario: Jacqueline West. Distribuidora: Vértigo Films. Estreno en USA: 12 Abril 2013. Estreno en España: 12 Abril 2013.

Reseña:
En la estela de “El árbol de la vida”, pero sin llegar tan alto, Malick presenta la grandeza del amor humano y su debilidad si le falta la referencia al amor divino.

   Tras rozar la perfección con la difícil pero fascinante sinfonía visual “El árbol de la vida”, Terrence Malick (“Malas tierras”, “Días del cielo”, “La delgada línea roja”, “El nuevo mundo”) da continuidad a ese íntimo examen de conciencia autobiográfico en “To the Wonder”, en la que, desde su título, vuelve a indagar en el milagro, en la maravilla que se oculta en toda la creación y, sobre todo, en cada vida humana. Se trata de otro melodrama metafísico, también con fuertes aristas morales, en el que, para bien y para mal, el veterano y esquivo cineasta texano explicita su atractiva y algo atormentada visión de la vida, de planteamientos nítidamente cristianos y, en concreto, católicos.

   Esta vez, el alter ego de Malick es Neil (Ben Affleck), un químico estadounidense que vive en París un apasionado romance con Marina (Olga Kurylenko), una bella joven divorciada, madre de la preadolescente Tatiana (Tatiana Chiline). Los tres se instalan en Bartlesville, una pequeña ciudad de Oklahoma, con la esperanza de consolidar su relación. Pero el deseo de Marina de casarse por la Iglesia choca con el obstáculo de sus anteriores nupcias. Además, Tatiana lo pasa mal, y retorna a Francia con su padre. Y también retorna Marina cuando le caduca el visado. Entonces Neil retoma su antigua relación con otra mujer divorciada, Jane (Rachel McAdams), pero no olvida su poderoso amor hacia Marina, que regresa poco después. Testigo de todas esas dramáticas idas y venidas es el Padre Quintana (Javier Bardem), un sacerdote católico que está sufriendo una profunda crisis de fe.

   En el Festival de Venecia 2012, “To the Wonder” ganó el Premio SIGNIS de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación, pero recibió un sonoro abucheo en la principal proyección para la crítica, que la trató con extremada división de opiniones, algunas de ellas muy crueles. En realidad, son comprensibles esas reacciones, pues el planteamiento de Malick en ella es todavía más radical que en “El árbol de la vida”. En cuanto a su resolución formal, Malick sigue fascinando al espectador con la singular capacidad de su flotante cámara para arrancar poesía de los detalles más prosaicos y para reflejar el alma de los personajes a través de su pura fisicidad, mostrada esta vez de un modo algo más explícito, también en su componente sexual. Malick nunca pierde la elegancia ni la sustancialidad dramática, pero sorprende menos que otras veces, reitera demasiado sus recursos habituales y alarga innecesariamente algunas situaciones. Además, emplea esta vez una estructura más poética que musical, de modo que la banda sonora, aunque excelente —tanto la original de Hanan Townshend, como sus selecciones clásicas y modernas—, apoya y aclara menos la acción que en “El árbol de la vida”.

   De todos formas, la puesta en escena de Malick conserva gran parte de su capacidad para hipnotizar al espectador y para conmoverlo al lograr que los actores, casi sin palabras, saquen constantemente a la luz las heridas de sus personajes. De nuevo, Malick subraya la imposibilidad de alcanzar la plenitud humana sin la ayuda divina, pues la frágil naturaleza humana necesita de la gracia para saciar mínimamente sus ansias de infinitud. Así lo constatan Neil y Marina en su atormentada historia de amor, que sólo se acerca al afán de eternidad de ambos cuando ella deja entrar a Dios en su vida a través de los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Y así lo constata también el sufrido Padre Quintana, que recupera el don de la alegría —y de la visión sobrenatural— a través de la caridad, cuando descubre a Cristo en cada uno de sus feligreses, sobre todo en los más necesitados: “Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda…”, recita Javier Bardem, a media voz y en perfecto castellano —también en la versión original—, durante la secuencia más emocionante de toda la película.

   En realidad, parece como si Malick hubiera querido ilustrar fílmicamente en “To the Wonder” las lúcidas reflexiones del novelista y apologista norirlandés C.S. Lewis en su obra maestra “Los cuatro amores”, “el mejor ensayo sobre el amor”, según el prestigioso filósofo y teólogo alemán Josef Pieper. En ese libro, el autor de “Las Crónicas de Narnia” y “Las cartas del diablo a su sobrino” afirma que “los amores humanos merecen el nombre de amor siempre que se parezcan a ese Amor que es Dios”. Y, al hilo de esta precisión, señala que los amores humanos, por su propia esencia, están muy cerca de Dios, “son realmente como Dios”, pero sólo “por semejanza”, no “por aproximación”. Si se confunden estos términos, “podemos dar a nuestros amores humanos la adhesión incondicional que le debemos solamente a Dios. Entonces se convierten en dioses: entonces se convierten en demonios. Entonces ellos nos destruirán y también se destruirán. Porque los amores naturales que llegan a convertirse en dioses no siguen siendo amores. Continúan llamándose así, pero de hecho pueden llegar a ser complicadas formas de odio”. Para Lewis —y para Malick en esta película—, “los amores naturales no son autosuficientes. Algo más debe venir en ayuda del simple sentimiento”. Ese “algo más” aparece inicialmente como una vaga “decencia y sentido común”, pero más adelante se revela en su plenitud “como bondad y, finalmente, como el conjunto de la vida cristiana en una relación determinada”. Es en este punto donde hace su entrada el más excelso de los amores: el Amor a Dios.

   Para Lewis, en esa dependencia radical de los amores respecto al Amor, “en este yugo, reside su verdadera libertad; ‘son más altos cuando se inclinan’ (...). Cuando Dios llega (y sólo entonces) los semidioses pueden quedarse. Entregados a ellos mismos desaparecen, o se vuelven demonios”. Esto, sin embargo, no significa que haya que despreciar los amores naturales. Pues si esta idea se admitiese, se podría pensar que el hombre que quiera acceder al Amor está obligado a “permanecer fuera del mundo del amor, de todos los amores”, a no dar su corazón ni a nada ni a nadie, a evitar todo compromiso. Sin duda, el corazón se volvería irrompible, pero también impenetrable e irredimible. Y todo eso no es lo propio del hombre, pues hasta el mismo Hombre-Dios, Jesucristo, prefirió la inseguridad del dolor que acarrean los amores: “El único sitio fuera del Cielo donde se puede estar perfectamente a salvo de todos los peligros y perturbaciones del amor es el Infierno”.

   De todo lo anterior deduce Lewis una noción más completa de lo que es un amor natural desordenado. Ese carácter no tiene que ver con la cantidad, pues “resulta imposible amar a un ser humano simplemente demasiado”. El desorden proviene más bien de la falta de proporción entre ese amor natural y el Amor a Dios. “Es la pequeñez de nuestro Amor a Dios, no la magnitud de nuestro amor por el hombre lo que constituye lo desordenado”, afirma Lewis. Desde luego, señala más adelante, “nuestros amores naturales han de entrar a la vida celestial”, pero sólo pueden aspirar a ella “en la medida en que se hayan dejado llevar a la eternidad de la Caridad”, del Amor con mayúsculas. Y el proceso “siempre supondrá una especie de muerte. No hay escapatoria”. La clave del amor humano, por tanto, está en el Amor a Dios. “Aquí —señala Lewis—, y no en nuestros amores naturales, ni siquiera en la ética, radica el verdadero centro de toda la vida humana y angelical. Con esto, todas las cosas son posibles”. De este modo, el ciclo, largo y profundo, sobre el amor humano, que Lewis comenzó con aquel “Dios es amor” de San Juan, llega de nuevo, tras muchos vericuetos y bifurcaciones, al objeto propio del amor humano, a lo que da sentido a todos los amores, al mismo Amor: Dios.

   Malick juega de nuevo en esa primera división de Lewis y de otros grandes pensadores y artistas antiguos y modernos, occidentales y universales. Por eso hablan en variados idiomas las emotivas voces en off —en realidad, auténticas oraciones, a veces serenas, a veces angustiadas— que llenan de profundo contenido el elaboradísimo montaje de “To the Wonder”. Y por eso habrá que ver y escuchar varias veces esta película para captar un porcentaje significativo de su riqueza estética, antropológica y teológica. En todo caso, ya lo que un espectador culto absorbe a bote pronto justifica con creces su visionado y la hace digna de su destino, pues Malick se la dedica a su esposa: “A mi mujer —señala en los créditos—, embajadora de Dios”.(Cope  J. J. M.)