5. Una conversación sobre Dios: Lilí Álvarez y Elena Fortún
A partir de la carta n. 20 del epistolario, comienza a aparecer con frecuencia Dios:
He conocido estos días a una persona que ha influido en mi vida de manera muy extraña y muy buena. Me ha hecho pensar en Dios, ¿sabes? Yo siempre he sentido una fe muy ingenua que no solo no iba acompañada al razonamiento, sino que se separaba de él por completo… Y sigo teniéndola. Pero no me había preocupado nunca de esta parte espiritual de la vida y de la salvación y la alegría que hay en ella (LAFORET y FORTÚN: 2017, 75).
Este es un texto fundamental para entender la fe de Carmen Laforet antes de su encuentro con Elia María González-Álvarez y López-Chicheri, más conocida como Lilí Álvarez. La fe de Laforet era una fe sentimental, nada razonada, y me atrevería a decir, muy poco formada: un sentimiento, más que una convicción, que una vez asumida libremente, compromete a toda la persona: cabeza, voluntad y corazón. Y continúa:
… no es ningún espíritu seráfico ni mucho menos, sino alguien que ha vivido y ha sufrido y que vive plenamente aún, y que ha podido encontrar la alegría y la paz en el sentimiento de amor de Dios… Y lo que me parece más extraño, en su sujeción a las reglas de la Iglesia, de una manera absoluta. Tanto me ha impresionado, que me he dedicado estos días a leer libros religiosos. […] [entre otros ha leído]: La destinación del hombre, de Berdiaev. Hay dos capítulos, ‘La moral evangélica y la moral farisaica de la ley’ y ‘La actitud cristiana con respecto a los pecadores y malos’, que me impresionaron mucho (LAFORET y FORTÚN: 2017, 75).
Y concluye con esta reflexión sobre su vida anterior:
Yo no sé por qué he pensado tan poco hasta ahora en el cristianismo y en la alegría que puede dar y en el amor que cabe dentro de él, sublimando las pasiones que uno tiene por fuerza. Quizá te aburro con estos temas que ni siquiera desarrollo; a ti que estás en paz de Dios sobre tus pinos con sol y nieblas, con tu soledad tan llena de ternura para todas las cosas que alcanzan tus ojos… (LAFORET y FORTÚN: 2017, 76).
Elena Fortún le contesta a esta carta y otra posterior de Carmen Laforet el 19.9.51, y después de informar a su amiga de lo mal que va su salud, le dice:
Me alegra mucho que hayas encontrado una persona que te haya hecho pensar en Dios y en la salvación. En realidad, tu fe sencilla y sin razonamiento es la verdadera. La razón no tiene casi nada que hacer en lo eterno. Yo leo ahora muchos libros de religión que me prestan las monjitas. Algunos son insoportables, melíferos, llenos de superlativos a que a mí me producen un efecto nauseabundo, pero hay otros verdaderamente interesantes. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 79).
Es interesante esta reflexión de Elena Fortún, con la que ya nos hemos encontrado en otras ocasiones, y que corresponde, si he interpretado bien sus sentimientos, un rechazo a determinadas palabras y actitudes poco seculares, melosas, ñoñas, cursis, que abundaban en esa época –y en otras– y que a no pocos santos les producía igual rechazo, sin que esto significara un desprecio a la fe; es, para entendernos, más bien una actitud que dicta el sentido común y la sensibilidad humana bien formada. Un ejemplo de esa reacción es este texto de San Josemaría Escrivá, referida al culto litúrgico:
… lo han hecho dulzón y suave. (…) Bambalinas y teloncillos de teatro provinciano. Floripondios de papel y trapo. Imágenes relamidas, de pastaflora. (…) Cacharros feísimos (…) Apenas se ve la cruz entre la baraúnda de nubes de algodón y docenas de velas de procedencia química. Cánticos de opereta. (…) No quiero hablar –no debo: faltaría a la caridad– del ambiente piadoso ordinario en esas funciones (no, cultos). Hijos, volvamos a la sencillez de los primeros cristianos… (…). Arte serio, lleno de grave majestad (ESCRIVÁ DE BALAGUER, San Josemaría:1935, nn, 251-255,citado por RODRÍGUEZ 2002, 671).
La importancia de la formación teológica
Elena Fortún no rechaza la razón como modo de llegar a Dios, pues le ayudan libros que dan razón de la fe, sólidos y escritos con talento teológico y literario:
…pero hay otros verdaderamente interesantes. San Agustín, San Francisco de Sales, con su Introducción a la vida devota, Santa Teresa, a la que yo adoro porque sabía más psicoanálisis que Freud. He leído un libro que se titula San Pablo escrito por un profesor de Religión alemán, que me ha gustado mucho. Son los primeros años de la Iglesia, desde tres años después de la muerte de Cristo hasta treinta o cuarenta años después. Las primeras predicaciones, las luchas con el pueblo judío, los primeros mártires. He leído también la historia de Santa Mónica, la madre de San Agustín (años del 300 y pico al 400), y ahora acabo de leer uno completamente americano escrito por un jesuita que está en América y que se llama Una fuente de energía, que me ha interesado grandemente (LAFORET y FORTÚN: 2017, 79-80).
Y después de unas reflexiones sobre los libros, comenta lo que le decía Carmen en su carta, y resalta la importancia de unas convicciones firmes para la conciencia: “Sí, querida mía, aunque te parezca extraño es preciso pertenecer a una religión y sujetarse a sus dogmas. De otra manera, no hay nada estable en la conciencia” (LAFORET y FORTÚN: 2017, 80). Y concluye con un consejo sobre la formación religiosa de sus hijas:
Enseña a rezar a tus hijitas. Diles que hay un Dios que es su padre y se ocupa de ellas, y que un ángel se queda a la cabecera de su cama mientras duermen, y las cubre con sus alas. Ello es bonito como un cuento, y es además el símbolo de una gran verdad. ¿Tienes mi libro El cuaderno de Celia? Es la primera comunión de Celia (LAFORET y FORTÚN: 2017, 80).
La confianza en la oración de petición
Y concluye la carta ofreciendo su oración por lo que necesite su amiga; es hermoso constatar la confianza que tenía Elena Fortún en ese momento de su enfermedad en los frutos de la oración de petición. Para entender lo que dice, conviene saber que en las cartas de Laforet aparecían con frecuencia los apuros económicos:
Yo te ofrezco una ayuda auténtica. Es preciso que me digas lo que económicamente deseas y lo que esperas, y yo se lo pediré a Dios. Te aseguro que lo tendrás. Nunca me niega nada, y creo que a nadie, pero yo tengo muchas horas para rezar (LAFORET y FORTÚN: 2017, 80).
Carmen Laforet le escribe en seguida, subrayando la centralidad de Jesucristo y el Evangelio:
He leído muchos libros místicos estos días y no me convencen nada. Solo me convence el Evangelio y la palabra de Jesús. Ahí hay una hermosura sublime. Todo lo demás me parece falso y hasta desviado (LAFORET y FORTÚN: 2017, 81).
Y en otra carta posterior, le responde a la oferta de ayuda en oraciones con una declaración significativa, que va precedida de una frase: “lo he pensado mucho”, para dar cuenta de su relevancia: le pide que rece para que tenga la alegría interior; la iba a gozar de un modo inesperado poco tiempo después, como veremos:
Lo que me dices de pedir por mí me conmueve mucho porque creo en ello de todo corazón. Pero no quiero que pidas cosas materiales. Mira, las angustias de dinero que he tenido algunas veces me han importado, en realidad, tan poco que ni vale la pena pensar en ellas. He reflexionado mucho, seriamente, de verdad en lo que más deseo, y te pido que le pidas a Dios para mí solo una cosa: que yo tenga por dentro esa euforia de vivir, esa alegría interior que yo conozco bien, y que a veces pierdo desastrosamente. Cuando estoy sin ella, me parece imposible vivir. Los medios de tenerla son muy diversos… Yo no me atrevo nunca a pedir a Dios que me conceda los que me parecen más seguros… Esos desembocan en lo contrario. Tú pídele solo, para mí, el resultado […]. Es necesario que te cures. Pídeselo tú también a Dios. Quiérelo tú… A mí me haces muchísima falta (LAFORET y FORTÚN: 2017, 83).
En cartas posteriores de Carmen Laforet hablan de amigas comunes: Fernanda Monasterio, de una niña que le ha pedido a Elena Fortún la dirección de Laforet –Esther Tusquets–, y de Lilí Álvarez:
He leído tu carta (en la que me hablabas de religión) a esta amiga mía a quien quiero y que ha encontrado en Dios la felicidad de su vida. Es Lilí Álvarez […] Ha escrito un libro sobre espiritualidad y deporte. […] Desde que yo te escribí diciéndote que rezaras por mi alegría, yo estoy alegre ¿Es influencia tuya? […] ¿Conoces los libros de Leon Bloy? (LAFORET y FORTÚN: 2017, 88).
Elena Fortún le contesta el 13.10.51. Le cuenta a su amiga las pruebas médicas a las que le someten para buscar un remedio para su enfermedad y lo agotada que se encuentra; y a continuación, comenta su carta sobre la lectura del Evangelio:
En una de tus cartas me dices: ‘Solo en el Evangelio hay una hermosura sublime. Todo lo demás me parece falso y hasta desviado’. Es exacto. Desviado. Es la palabra justa. Lo ha desviado la humanidad para ponerlo en su camino. Lo ha achicado para poderlo entender. [Y le relata una historia que cuenta Hesse sobre un abad que había impuesto a un amigo una penitencia: que oyera Misa al alba y rezara por la noche tres padrenuestros y un himno mariano; a su amigo le pareció pueril y el abad le contestó]: ‘En comparación con Aquel a quien dirigimos nuestras preces, todo lo que hacemos es pueril’. Yo sé que Aquel me oye, que tal vez existo en Él y que todo cuanto deseo me lo da. Me parece que las cosas materiales con más facilidad que las espirituales… no sé por qué. Pido por ti (LAFORET y FORTÚN: 2017, 90).
Carmen Laforet le contesta en seguida y, después de manifestarle el gran afecto que le tiene, abre de nuevo su corazón a su amiga y le manifiesta una preocupación –casi una declaración de lo que más le importa en la vida– y le pide que rece por esa intención:
Reza tú para que yo tenga mi equilibrio y mi trabajo. Nada más necesito. Reza también para que yo no haga daño a nadie. Tú sabes qué difícil es esto y cómo muchas veces no depende de nuestra voluntad en absoluto. Me gustaría dar siempre serenidad y alegría a mi alrededor… Esto lo estimo más que lo que pueda hacer en literatura más adelante, y que todo […] Reza también para curarte. Yo creo que lo debes hacer. Haces mucha falta aquí. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 94).
La búsqueda de la alegría interior en las dificultades de la vida y en el dolor
Otra carta de Carmen Laforet, de 19.10.1951. Se refiere a una actitud ante la vida:
Dices que encuentras que ella [Fernanda Regidor] coge valientemente la vida… ¿qué es el valor?
¡Cualquiera sabe! Yo dentro de mí tengo algo, una especie de aparato regulador que me hace ir a la alegría como al fuego. Sé que al fin el dejarse ir, el coger la vida, lleva a la destrucción. Sé también que la renuncia, muchas veces, lleva a otro estado de alma más sereno, más puro. Toda esta sabiduría no me sirve de nada, eso es cierto, en un momento decisivo; yo soy de las que se juegan la cabeza con los ojos abiertos. Pero sí me sirve para no irme a todo. Yo no me desparramo. Eso es lo que le dije a Fernanda que debía procurar hacer. No porque yo crea que esté mejor o peor, sino porque creo que un cierto podarse interiormente es algo muy bueno para uno (LAFORET y FORTÚN: 2017, 95).
Y después de esta reflexión sobre “un cierto podarse interiormente”, una cierta prudencia en la conducta y en la vida, que da serenidad de ánimo y paz al alma, señala el papel del dolor en la mejora de la persona, del dolor con sentido. Carmen Laforet ha ido cambiando y madurando con su amistad con Elena Fortún; lo cuenta así Carmen:
Las relaciones humanas son un misterio. Los caminos de Dios, un misterio, poniéndonos a nuestro paso seres que de pronto despiertan lo peor o lo mejor de nosotros o simplemente nos tienden una mano en un momento que lo necesitamos. […] tú a mí, no sabes cuánto me has hecho pensar y cuánto me has beneficiado.
¿Cómo no voy a quererte?
(LAFORET y FORTÚN: 2017, 96).
También, como hemos visto, las conversaciones con Lilí Álvarez, las lecturas que ha frecuentado estos años, especialmente el Evangelio, y la gracia de Dios:
Además, yo, como Dostoievski, creo en el dolor como fuerza de vida interior y de creación. Te voy a decir mi teoría –seguramente herética–sobre el infierno y el cielo. Creo que si uno purifica su espíritu lo suficiente alcanza el cielo ya aquí en la tierra. Si uno llega a sentir ese éxtasis de subir por encima de los pequeños o grandes deseos inmediatos, lo alcanza, y eso ya puede proyectarse a la eternidad. Esto puede sucederle a uno de muchas maneras. Yo creo que casi siempre a fuerza de haber sufrido; pero sabiendo sufrir…, sabiendo encauzar el sufrimiento hacia algo. ¿No crees? (LAFORET y FORTÚN: 2017, 96).
En carta del 30.X.51 vuelve Carmen sobre la alegría:
Lo importante es la alegría de dentro que tengo. Una alegría de maravilla… ¡Tú has rezado para que yo la tenga! Pide para que me siga, porque Dios te hace caso siempre, también en las cosas espirituales (LAFORET y FORTÚN: 2017, 99).
Le contesta Elena Fortún el 30.10.51. Le cuenta las curas que le hacen y cómo sufre. Y refiriéndose a las conversaciones con Fernanda Regidor y Carmen Conde, dice:
Tú, Carmen mía, tienes un espíritu maduro que me asombra. […] Tienes razón, el dejarse ir, lo que llaman ‘vivir la vida’, las lleva a la destrucción. Ese saber renunciar, ese podar los pequeños y grandes deseos es ir hacia un estado de pureza que es el camino del reino de Dios. Eso que me dices de encontrar el cielo ya en esta vida no es herético, es lo que todos los santos hicieron… y ha sido mi obsesión muchos años. Nunca encontré a nadie que me siguiera en esta esperanza hasta llegar a ti. ¿No crees que los niños viven casi siempre en ese Reino? [y después de contar de un modo bellísimo su experiencia en la infancia, concluye]: Luego solo el sufrir nos puede tornar a ello, pero creo que el sufrir material sirve menos (LAFORET y FORTÚN: 2017, 102).
Elena Fortún cuenta sus sufrimientos físicos, que casi la ahogan y presiente su muerte cercana. No le habían contado el detalle de su diagnóstico: un cáncer de pulmón con metástasis, que avanzaba inexorablemente. Pero, en medio de este sufrimiento sabe comunicar con muchas amigas, y particularmente con Carmen Laforet, y hacer el bien. Y también sabe descubrir la belleza de lo que tiene al lado, como en este párrafo de la carta:
Algunas mañanas, cuando entra un rayo de sol muy tempranito y da en la pared, un sol pálido de otoño… o cuando oigo a los pajaritos que ya no pían porque tienen mucho frío (ya ha nevado una vez) y suenan como crótalos, con mucha suavidad, cuando vienen a comer las migas que les echa la camarera… Entonces siento como una reminiscencia de una paz y dulzura que antes de esta enfermedad empezaba a sentir (LAFORET y FORTÚN: 2017, 102).
El 1.11.51. le contesta Carmen Laforet muy apenado por los sufrimientos de su amiga y continúa con el argumento de la purificación y el crecimiento por el dolor:
En mi vida siempre encontré motivos para renunciar a algo. [Y después de contarle su experiencia, continúa contándole una teoría que ha oído y le convence]: Los seres, en algunos momentos de nuestra vida podemos encontrarnos copados, encerrados, angustiados…, entonces, si uno tiene vitalidad, necesita escapar. Solo hay dos escapes. Uno por abajo… y otro, por arriba… Es más fácil en apariencia el primero, pero lleva siempre, después del éxtasis, a la muerte del alma, poco a poco… El otro es tan difícil que uno a veces cree que no puede seguirlo, pero una vez que lo consigue, o al menos cuando lo intenta, siente por dentro lo que tú llamas la Gracia, la alegría de vivir…, no la alegría de un momento, sino la de siempre. Yo creo que el valor es quizá el intentar esa superación y luchar por ella… ¿no te parece? Porque vale la pena. Eso intento hacer ahora. Pero en verdad tengo mucha suerte de encontrar quién me ayuda. Tú y otra persona (LAFORET y FORTÚN: 2017, 104).
“¡Qué difícil es aprender a vivir! Dios se ocupa de mí, como un Padre”
Elena Fortún le contesta el 20.11.51. Las cartas son cada vez más densas y profundas, más personales, a medida que la amistad entre las dos se hace más honda. Elena reflexiona sobre su vida, hace examen de conciencia y ve las luces y las sombras:
Tus cartas me hacen mucho bien. ¡Qué difícil es aprender a vivir! Algunas personas nacen sabiendo, otras no aprenden nunca, […] vamos aprendiendo a través de la vida. Tú, muy pronto, yo cuando se me iba acabando. ¡Qué bien eso de que hay que podarnos! Yo no lo he sabido y he dejado crecer ese árbol de deseos como ha querido. Algunas de sus ramas han dado frutos venenosos. ¡Bien lo he pagado! Ir descubriendo que el mundo espiritual tiene sus leyes como el material fue para mí obra muy lenta. Además, hay también leyes personales, porque Dios no nos trata a todos lo mismo. Un día vi que mi vida era como una pieza musical con tres o cuatro melodías que se repetían siempre. […] Dios se ocupa de mí, como un padre, en algunas cosas, en otras me deja sola días y días, como si fuera preciso que hiciera yo el esfuerzo… y lo hago, pero como soy una pobre criatura débil y ya agotada, cuando estoy a punto de fenecer viene en mi ayuda… Aquí he de callar porque esto es ya la entrada de lo misterioso (LAFORET y FORTÚN: 2017, 110).
Y continúa concretando esta emocionante reflexión sobre la paternidad de Dios en su vida: cómo le ha ayudado en lo económico, cuando le ha hecho falta; cómo ha estado junto a ella en el dolor y la enfermedad, levantándola; y en la amistad, enviándole a Carmen Laforet. Y concluye:
…me gustaría contarte toda mi vida, ¡tan larga, tan azarosa y tan inútil! […]porque hemos podido vivir mejor, hemos podido emplearla mejor para nosotros y para los demás, y sobre todo porque a veces hemos hecho llorar a los que queríamos, y eso se convierte en espinas que para siempre nos pincharán el corazón, y nos parecerá nuestra vida, peor que inútil, mala. El cura viejecito que viene a confesarme me asegura que Dios me ha perdonado y que estos remordimientos me los da el diablo que no quiere mi paz… (LAFORET y FORTÚN: 2017, 111).
El 14.12.1951 le escribe Elena Fortún a Carmen Laforet una carta con un presentimiento: su amiga está sufriendo, ella reza y le escribe para consolarla:
Hace unos días que estoy inquieta por ti, no sé por qué pero lo estoy. Sospecho que lo estás pasando muy mal. […] Yo rezo, rezo mucho, pero tú sabes que hay un elemento con el que los humanos no contamos en las cosas del cielo y sin embargo allí es fundamental. Es el Tiempo o el Espacio, da igual. Para los que viven en la Eternidad. Nosotros pedimos esto para ahora, justamente para este momento, y allí debe caer como en algo acolchado que ahoga el ruido. Todo llegará, llegará un día cualquiera cuando más descuidada se esté y menos se espere. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 115).
“Me ha sucedido algo maravilloso. y no sé por qué a mí. ¡a mí!”
Efectivamente, Carmen Laforet le contesta en seguida, ya repuesta de unas serias dificultades, que no especifica en su carta. Y poco después, en otra carta no fechada, pero de esa segunda quincena de diciembre, le cuenta una experiencia sobrenatural:
Me ha sucedido algo milagroso, inexplicable, imposible de comprender para quien no lo haya sentido y que sin embargo tengo absolutamente la obligación de contar a los que quiero… Y a todos, a todo el que quiera oírlo. Sé que no se puede comprender porque yo no lo comprendo. Y no sé por qué a mí, a mí me ha sucedido. ¡A mí! Ha sido debido a lo que habéis rezado por mí los que me queréis y al gran sufrimiento de alguien… Pero ha sido tan extraordinario, tan maravilloso que nunca sabré encontrar palabra para expresarlo (LAFORET y FORTÚN: 2017,119).
Después de esta introducción, llena de gozo, cuenta su interés desde hace meses por la religión y por el Evangelio, que leía con encanto, pero que no podía ahondar en él con la inteligencia hasta el 16 de diciembre, en el que fue a buscar a Lilí Álvarez a una iglesia en la que Lilí estaba rezando por Carmen, hablaron y se despidieron:
…pero aquella tarde entendí sus puntos de vista con gran facilidad. Me despedí, y al volver a mi casa, andando, sin saber cómo, Elena, sin que pueda explicártelo nunca, me di cuenta de que mi visión del mundo estaba cambiada totalmente. Elena, cuando no se tiene esto puede uno ver un milagro con los ojos del cuerpo y no creer en él; pero cuando uno siente dentro, dentro de uno, el milagro más maravilloso, la transformación radical del ser, el mundo del misterio es solo lo verdadero. Dios me ha cogido por los cabellos y me ha sumergido en su misma Esencia. Ya no es que no haya dificultad para creer, para entender lo inexpresable… Es que no se puede no creer en ello. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 120).
Y continúa relatando las consecuencias de esta iluminación interior:
rezo el credo por la calle sin darme cuenta. Cada una de sus palabras son luz. Elena, la Gracia tal como la he recibido es la felicidad más completa que existe. Jamás, jamás se puede sospechar una cosa así. […] No existe ni una tentación…, solo un temor desesperado de perder esta sensación de Dios que sabes que te ha venido así, que se te ha dado por un misterio, por una elección indescifrable a la que tu mérito es ajeno por completo. Mientras tengas esto estás salvada…, perderlo debe ser el mayor horror. Toda mi vida tiende a conservarlo. Todos los sufrimientos, todo lo que pueda sucederme no es nada si tengo esto, […]. No se puede comprender. No se puede imaginar nunca lo que esto es… La Virgen y los santos y los dogmas todos de la Iglesia se acercan a uno, están dentro de uno. No puedo desear otra cosa en la vida que el que los que yo quiero tengan esta sensación infinita… y todos, todos los hombres, Elena. ¡Si la pudieran tener! (LAFORET y FORTÚN: 2017, 120).
Continúa con una reflexión sobre la libre elección de Dios a algunas personas:
Pero no se sabe por qué este milagro inexpresable viene y nos penetra y por qué precisamente algunos son elegidos. […] hay personas piadosas y buenas y temerosas de Dios que jamás han sentido esto. Es una llamada, una hoguera, un deslumbramiento, una claridad de maravilla. Es como si abrieran dentro de nosotros las puertas de la Eternidad. Nunca lo podré decir, pero lo tengo que decir. Es VERDAD, todo es verdad, todo es verdad. La verdad me ha traspasado, me ha cambiado en una hora, en unos minutos de mi vida. Es verdad, Elena… ¡Y esa verdad ha venido a mí!”. [Y en la parte final de la carta vuelve sobre esto]: “¿Por qué Él me ha cogido?...
Una hora antes ni lo sospechaba. Todo lo que creía entender… ¡qué absolutamente velado estaba para mí, hasta que Dios quiso, hasta el momento fijado desde toda la Eternidad en que Dios quiso! Ahora sé que en Sus Manos soy algo…, no sé qué. Él me dirá (LAFORET y FORTÚN: 2017, 120).
Y concluye con las consecuencias inmediatas de esta iluminación en su oración, en frecuentar los sacramentos, en su trabajo de escribir, en su amor a su marido, a sus hijos y a todas las personas:
Estoy en las manos de Dios. Nada le puedo pedir; nada más que no me abandone otra vez, y sí, que dé su Gracia a todos, que dé su Gracia…, otra cosa no sé decir ni pedir. Naturalmente he confesado y comulgado. Mi literatura ya no me importa. Sé que tengo que hacerla. Que tendré que trabajar más que nunca, pero mi nombre ya no me importa. Quiero a mi marido, a mis hijas con un amor nuevo y maravilloso, y a todos los hombres solo porque pueden ser salvados […] Mi vida ha cambiado mucho. […]Ahora sé lo que tengo que hacer. Sé también que muchas veces me parecerá duro, pero que en el fondo esa alegría de haber sentido esta llamada de Dios me sostiene… (LAFORET y FORTÚN: 2017, 120).
Y para acabar confirma que está sicológicamente bien y no es una invención:
No estoy trastornada en absoluto, ni nerviosa, ni deprimida, solo maravillada, arrodillada delante de Dios, asombrada de que me haya dado esto. Temblando de no saber conservarlo […] Estoy embobada de esta maravilla que me pasa. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 121).
“Yo he pedido mucho su gracia y ¡te la ha dado!”
Elena Fortún le contesta en seguida el 29.12.1951, llena de gozo por la gracia que ha recibido su amiga, y cargada con grandes dolores por la enfermedad:
El milagro es divino. Yo he pedido mucho su Gracia y te la ha dado. No te importe si alguna vez parece que te falta. Cuando la ha dado una vez vuelve siempre.
Lee si puedes a Santa Teresa (las Vida, Fundaciones y el epistolario). […] [Le cuenta cómo la enfermedad está en la última fase] Nada de esto tiene importancia. Hay que morir de lo que sea…, de la enfermedad de la muerte que decía Santa Teresa. [Y concluye]: Que Dios no consienta que estés sola el último día (LAFORET y FORTÚN: 2017, 123).
“¡Que Dios no consienta que estés sola el último día!”
Impresiona leer las cartas de Elena Fortún en las que cuenta el transcurso de su enfermedad, que no he transcrito aquí para no alargar este trabajo y centrarme en los aspectos literarios, y sobre todo, en la conversación sobre Dios. En una nota, las editoras del epistolario comentan:
A Elena Fortún se le ocultó su enfermedad. Tenía cáncer de pulmón, y había sufrido algún brote tuberculoso en su juventud. El proceso tumoral se hallaba cerca del corazón y la sometieron a radioterapia en los últimos meses de su vida. Los cuidados paliativos en aquella época estaban en mantillas, por lo que la fase terminal de su enfermedad fue dura y prolongada. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 132).
Recibió este gran consuelo de la compañía de algunas amigas y de la correspondencia con Carmen Laforet que concluyó en esta luz sobrenatural que obtuvo para ella esta buena mujer, Elena Fortún, con su sufrimiento, que no podía evitarse, ofrecido a Dios con espíritu de redención, por la salvación de otros.
Una vida nueva: “escribiré la mujer nueva”.
El 1.I.1952 Carmen Laforet le escribe a su amiga refiriéndose de nuevo a la llamada de Dios, “que no puedo desoír”, asegurando que leerá a Santa Teresa, como le aconsejaba, y a San Juan de la Cruz:
Una vida nueva, extraordinaria, infinita me ha abierto sus puertas sin más mérito de mi parte que tener seres extraordinarios y santos a mi alrededor que han rezado por mí. Yo estoy aún conmovida. He visto claro estos días lo que tenía que hacer… He visto tan claro que, aunque ahora sé que muchas veces será difícil, no quiero dejar ese camino que me ha sido señalado, por nada del mundo (LAFORET y FORTÚN: 2017, 125).
Y le cuenta a su amiga su decisión de escribir una novela nueva, que acabó siendo La mujer nueva, y también de retomar su quehacer literario de otro modo, pues esa luz que ha recibido lo cambia todo:
Pienso hacer una novela nueva con más cosas de las que he dicho nunca. Quizá me salga bien… Ahora la literatura mía solo me parece un medio, un instrumento al servicio de Dios… si él quiere. Si fracaso en eso será que es otra cosa lo que espera de mí. Éxito y fracaso por tanto me son ya absolutamente indiferentes, ¿sabes? (LAFORET y FORTÚN: 2017, 126).
Insiste en que ya ha encontrado lo que tanto buscaba: la alegría, pero sabe, con sabiduría, que ese gozo será en las dificultades de la vida, que seguirán existiendo:
Tengo, al fin, aquella alegría que yo deseaba y te pedía…, por la que te pedía que rezases. Tengo la alegría de esa seguridad de saber que nada es inútil., que todo tiene un sentido en lo Eterno. Yo no sabía que era esto lo que estaba deseando. Pasados aquellos días maravillosos la vida sigue siendo bastante dura, pero ahora sé que no importa nada (LAFORET y FORTÚN: 2017, 126).
El 16.I. 52 Elena Fortún escribe su última carta incluida en este epistolario, ya desde Barcelona, a donde había sido trasladada. Poco después fue llevada a Madrid, donde falleció al cabo de unos meses. Le cuenta los progresos de su enfermedad. El epistolario incluye tres cartas más de Carmen Laforet. Le agradece las oraciones:
Sí, yo siento que rezas por mí. La alegría no me abandona… Más que alegría, esa euforia interior que aunque sucedan cosas malas me mantiene sonriente por dentro y por fuera. Estoy convencida de que la tengo por ti. Eso es algo estupendo, algo que vale más incluso que la felicidad, algo que no quisiera perder nunca; porque me hace hasta aceptar que caigan sobre mi cabeza cuantas desgracias me tenga el destino preparadas. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 133).
Y concluye con esta afirmación relevante: “Has rezado por mí. Dios te oye a ti siempre. Estoy segura de que hay en ti algo de santa” (LAFORET y FORTÚN: 2017, 135).
En la última carta, fechada el 25 de enero de 1952 Carmen Laforet le desea a su amiga alivio en su enfermedad, ante el próximo traslado a Madrid y le cuenta que va a realizar unos ejercicios espirituales de una semana en silencio: “Estos días voy a rezar mucho por ti, que tanto lo has hecho por mí, y con tanto y tan asombroso resultado”. (LAFORET y FORTÚN: 2017, 137).
6. Conclusiones del epistolario
a. Es un testimonio del bien que hace al ser humano la belleza de la amistad: Como hemos podido comprobar con la lectura del epistolario entre Carmen Laforet y Elena Fortún, estas cartas son en primer lugar un testimonio de la belleza de la amistad y el bien que hace al ser humano. Asistimos a un crescendo de intimidad espiritual en el que cada una cuenta a la otra sus problemas, sus penas y dolores, sus alegrías e ilusiones, sus afanes y sus búsquedas… crescendo que alcanza su cénit cuando comienzan a rezar una por la otra y empiezan una conversación sobre Dios. Las dos amigas por medio de sus cartas han crecido en su amistad: de una admiración literaria a una amistad espiritual. Esa amistad que les llevó a una profunda conversación sobre Dios, cambió para siempre a la joven madre que era Carmen Laforet, que perseveró en su fe cristiana, entre los humanos vericuetos de toda biografía; y consoló en sus últimos años de vida y en su dura enfermedad a Encarnación Aragoneses.
b. Es un testimonio para la historia de la intimidad espiritual: es una historia de cómo el intercambio epistolar ayuda a reflejar el estado de los espíritus, los sentimientos y convicciones de las dos amigas, de modo que su evolución y crecimiento interior habrían quedado ocultos a la historia y a nosotros, si no hubieran mantenido esta relación epistolar durante cinco años.
c. Desde el punto de vista formal, estas cartas alcanzan cumbres bellísimas en expresión literaria, particularmente algunas cartas de Elena Fortún que reflejan su soledad y dolor y, a la vez, la belleza de la naturaleza; y la carta de Carmen Laforet que narra la súbita luz espiritual que recibió y que más tarde trasladó de modo literario a su novela La mujer nueva.
d. Sobre los contenidos: estas cartas reflejan una profunda reflexión sobre los grandes temas del hombre: el sentido de la vida, la alegría, el dolor, la enfermedad, la muerte, el encuentro con Dios… Y un modo de afrontar la fe católica con algunos acentos especiales:
- En primer lugar, la centralidad de la figura de Jesucristo y del Evangelio, con los que se sienten identificadas las autoras.
- Ven a Dios como un Padre que cuida de ellas y las acompaña y protege en los duros vericuetos de sus biografías.
- Rezan y piden oraciones por distintas necesidades y confían en la eficacia de la oración de petición a Dios.
- La lectura de los más sólidos autores clásicos de espiritualidad, les reconforta y les hace crecer, particularmente: San Agustín entre los padres de la Iglesia; Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz entre los clásicos castellanos; y Dostoievski y Berdiaev, entre autores más recientes.
- Las autoras aprecian los dogmas de fe de la Iglesia, los respetan y asienten a ellos con fe, pues “de otra forma no hay nada estable en la conciencia”.
- Reconocen la importancia de ser consecuentes con su fe cristiana y vivir según la moral de Jesucristo, que lleva a veces a renuncias y a “un cierto podarse” y a “no dejarse llevar de los impulsos”, pero ese camino de secundar la gracia de Dios da una gran alegría interior.
- Las autoras reaccionan con rechazo ante unos modos de vivir la fe cristiana que en esos años estaban más o menos extendidos y que, en mi opinión, tenían como base una falta de profundización en esta conocida afirmación teológica “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. En el epistolario salen dos ejemplos de esta actitud: uno, ante el dolor físico, que “si se puede evitar, se evita; y si no, se ofrece”: el dolor físico no es un bien, sino un mal que hay que evitar, si es posible, aunque como toda realidad humana, se le puede dar un sentido cuando no se puede eliminar. El segundo ejemplo es la belleza: la reacción de las autoras ante imágenes y escritos ñoños, cursis o relamidos, que les producen rechazo por esta razón, no por la realidad que representan.
José Ignacio Peláez Albendea en dialnet.unirioja.es/
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