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Libertad y destino

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“Hay que tener paciencia porque a veces no se piensa ni se ven las cosas bien…”

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Hay que tener paciencia porque a veces no se piensa ni se ven las cosas bien, como el palo dentro del agua se ve torcido, y es mejor hallar el camino para experimentar una decisión irreversible sin hacerla irreversible, ya que al sacar el palo del agua se ve recto y se acepta la vida que se eligió, como nuestro personaje. "Sí, he elegido mi vida. Y he elegido bien”.

Irvin D. Yalom cuenta sobre una crisis de Breuer, un médico que se reconoce vacío en su existencia, siente que se le va la vida y quiere sentirse por fin él mismo en "libertad". Decide cortar con todo lo que constituía su vida familiar y profesional de relativo éxito: se despide de su mAlmudi.org - Llucià Pou Sabatéujer Mathilde, a quien se le desgarra el corazón y le dice que si pasa aquella puerta y los deja a ella y a sus hijos, que si no respeta el matrimonio, nunca más volverá a aceptarle: “¿Qué es una elección, si te niegas a respetarla?”. Él ofrece sólo como defensa: “yo tendría que haber sido ‘yo’ antes de que hubiera un ‘nosotros’. Hice una elección antes de estar formado para poder tomar decisiones y elegir”.

Ella insiste: “esto es un engaño, una trampa que te tiendes a ti mismo, una manera de librarte de toda responsabilidad por tus propias elecciones. En nuestra boda, cuando dijimos sí… dijimos no a otras opciones, ¿no comprendes que no puedes contraer un compromiso conmigo y luego, de pronto, decir: ‘no, me retracto; después de todo, no estoy seguro’? Eso es inmoral. Perverso. Quieres tener la posibilidad de elegir y, al mismo tiempo, mantener todas las elecciones posibles. Me pediste te entregara mi libertad, la poca que tenía, por lo menos mi libertad para elegir marido, pero tú quieres tener tu libertad a tu disposición”.

Ella le dice que sin respeto a la palabra dada todo es mentira, ya que al año siguiente puede renegar de las decisiones que tome ahora, por el mismo motivo. Él está ciego y se va, le dice que después de tantos años llevando una existencia vacía, quiere beber un sorbo de vida. “Cogeré una pequeña fracción de mi vida para mí, sólo tengo una vida. ¡Ésta es mi oportunidad de construir un nuevo ser sobre las cenizas de mi vieja vida!”.

Después de la despedida traumática, deja Viena y a sus amigos, quienes quedan apenados por su decisión, deja su trabajo y pacientes. Lo primero que hace es volver a visitar a una antigua secretaria con la que estaba muy unido, Eva, pero ante su sorpresa se había ya casado. Luego visita a Bertha, que también había dicho que él sería su único hombre. Va a la clínica y la ve hablando con el médico que le relevó en el tratamiento. Ahí es espectador de la dependencia afectiva que ella tiene con su médico, con la misma familiaridad e intimidad que Breuer pensaba que sólo tenía con él.

Desengañado de las personas que había mitificado, viaja ahora rumbo a Italia, hundido… pensando en Eva… “había confiado por completo en ella. Siempre había tenido la certeza de que ella estaría a su lado cuando él la necesitara”. Suenan huecas las teorías de Nietzsche: “para fortalecerse, primero debe hundirse en la nada absoluta y aprender a enfrentarse a su soledad total… aprenda a ser malvado”. Ve que la libertad absoluta es de por sí una utopía, puesto que siempre nos encontraremos encadenados a algo, sean los demás, seamos nosotros mismos, nuestras metas, nuestros sentimientos.

Pasea por el norte de Italia y tampoco esto le llena, ve mucha gente joven y alegre y él se siente como un viejo, cuando en realidad sólo está en la década de los 40. Todo esto le hace comprender, finalmente, que no es esa clase de vida la que desea. “Debemos vivir como si fuéramos libres. Aunque no podemos escapar al destino, debemos darnos de cabeza contra él: debemos poner en juego nuestra voluntad. Amar nuestro destino…” pero ya es demasiado tarde.

Desesperado, Breuer despierta envuelto en sudor frío: había sufrido una experiencia hipnótica: antes de dejar todo en la vida real quiso hipnotizarse para analizar las consecuencias. Va a ver a su mujer, Mathilde, y le dice: “he estado ausente mucho tiempo. Y ahora que he vuelto… he decidido casarme contigo…”. Ella le dice que le ve raro, tan jovial, que además ya se casaron hacía muchos años, pero él insiste: “decido hacerlo hoy, Mathilde. Y todos los días”. La aprecia ahora porque ha tenido la experiencia de lo que sería perderla. Antes se sentía atado, pero con la separación virtual se ha asustado, ahora ama su destino…

El pensamiento no es nunca objetivo, está influido por las emociones, la memoria también queda transformada por los sentimientos, mitificando unas cosas y volviendo otras tétricas, por eso hay que aguantar las tormentas sin precipitarse, pues luego vuelve el sol. Hay que tener paciencia porque a veces no se piensa ni se ven las cosas bien, como el palo dentro del agua se ve torcido, y es mejor hallar el camino para experimentar una decisión irreversible sin hacerla irreversible, ya que al sacar el palo del agua se ve recto y se acepta la vida que se eligió, como nuestro personaje. “Sí, he elegido mi vida. Y he elegido bien… durante estos dos últimos años me ha dado mucho miedo envejecer… me defendía, pero a ciegas. Atacaba a mi mujer, en lugar de atacar al verdadero enemigo y, por último, desesperado, busqué refugio en brazos de alguien que no podía ayudarme… El secreto para vivir bien consiste, en primer lugar, en desear lo que es necesario y después, en amar lo que se desea…”, pero “qué diferencia, qué diferencia maravillosa, poder elegirlo".

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