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Fábulas y parábolas para nuestros tiempos

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Escrito por Pablo Cabellos Llorente
Publicado: 05 Agosto 2015

Podríamos recapacitar un poco y no hacer bueno aquello de “lejos de nosotros la funesta manía de pensar”

Según el DRAE, la fábula es un breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados. Tiene también otras acepciones, pero nos sirve esta primera. Pensando en las parábolas, vienen enseguida a la mente las de Jesús de Nazaret, pero este género literario ha existido siempre en el mundo oriental. Hay multitud de cuentos árabes con esa intencionalidad. Tal vez las fábulas más famosas hayan sido las de Esopo; y, por supuesto, las parábolas más conocidas son las del Evangelio, pero también conocemos “La República” de Platón donde hay parábolas que aluden, por ejemplo, a las sombras de la caverna.

La parábola es definida por nuestro diccionario como narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral. Por supuesto que hay expertos que distinguen parábolas de fábulas, alegorías, etc. Pero para el propósito de estas líneas sirven unas y otros. Es más, voy a utilizar tres cuentos del “Conde Lucanor” que, como es sabido, tienen una intención didáctica. También es conocido que su autor es el Infante don Juan Manuel, de quien se dice que “no se aplicaba el cuento” de su propia literatura. Le tengo afición por esta obra y porque mandó edificar el castillo de mi pueblo. Vayamos pues a ese libro con el que también simpatiza el seleccionador nacional de fútbol: Del Bosque.

Comienzo por el relato VI del “Conde Lucanor”, en el que pide consejo a Patronio para defenderse de algunos que traman contra él. Y le narra el cuento de la golondrina que vio que un hombre sembraba lino y, guiada por su buen juicio, pensó que, cuando el lino creciera, los hombres podrían hacer con él redes y lazos para cazar a los pájaros. Inmediatamente se dirigió a estos, los reunió y les dijo que los hombres habían plantado lino y que, si llegara a crecer, debían estar seguros de los peligros y daños que ello suponía. Por eso les aconsejó ir a los campos de lino y arrancarlo antes de que naciese.

Les hizo esa propuesta porque es más fácil atacar los males en su raíz, pero después es mucho más difícil. Sin embargo, no le dieron ninguna importancia y no quisieron arrancar la simiente. La golondrina les insistió muchas veces, hasta que vio cómo los pájaros no se daban cuenta del peligro ni les preocupaba; pero, mientras tanto, el lino seguía encañando y las aves ya no podían arrancarlo con sus picos y patas. Cuando vieron que el lino estaba ya muy crecido y la imposibilidad de reparar lo que se les avecinaba, se arrepintieron por no haber actuado antes, aunque sus lamentaciones fueron inútiles para evitar su mal. La golondrina habló con los hombres y pactó su supervivencia. El consejo de Patronio era obvio.

El siguiente lo tomo de un párrafo del cuento XXVII: El emperador Federico casó, según su rango, con una doncella de alto linaje; pero no era feliz, pues antes de casarse no se había enterado de su mal genio. Después del matrimonio, y aunque ella era buena y honrada, comenzó a mostrar el carácter más rebelde y más díscolo que pueda imaginarse: si el emperador quería comer, ella ayunar; si el emperador quería dormir, ella levantarse; si el emperador le tomaba afecto a alguien, ella le demostraba antipatía. ¿Qué más os diré? Cuanto le agradaba al emperador, le desagradaba a ella. En fin, hacía todo lo contrario de su marido. Sin comentarios.

Y completo el cuadro con el ciego irreflexivo que guiaba a otro ciego prudente. Cuando llegaron a los lugares más abruptos y peligrosos, cayó en un barranco el ciego que, como conocedor del camino, llevaba al otro; y también cayó el ciego que sospechó los peligros del viaje. El motivo de la narración era este: un familiar mío, en quien confío totalmente y de cuyo amor estoy seguro −decía Lucanor−, me aconseja ir a un lugar que me infunde cierto temor. Mi pariente me insiste y dice que no debo tener miedo alguno, pues antes perdería él la vida que consentir mi daño. El consejo de Patronio se razonaba: si justificadamente sentís recelo y la aventura es peligrosa, no corráis ningún riesgo a pesar de lo que vuestro buen pariente os propone, aunque os diga que morirá él antes que vos; porque os será de muy poca utilidad su muerte si vos también corréis el mismo peligro y podéis morir.

¿Pueden servirnos estas ideas para repensar nuestra situación política y social? Yo no quiero, ni debo, ni puedo citar nombres ni hacer paralelismos con lo que acontece. Pero podríamos recapacitar un poco y no hacer bueno aquello de “lejos de nosotros la funesta manía de pensar”. Muy al contrario, la reflexión conduce a obrar mejor, porque podemos atiborrarnos de ideas no pensadas. Y ahora sería Séneca quien podría espetarnos: ¿qué importa saber lo que es una recta si no se sabe lo que es la rectitud?

Pablo Cabellos Llorente, en Las Provincias.

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