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  • ‘Estos golpes que te da la vida te hacen ser más humano’

‘Estos golpes que te da la vida te hacen ser más humano’

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Escrito por Fernando Serrano
Publicado: 17 Abril 2018

La casa de los Postigo-Pich es un “caos organizado”, como explica Rosa, la madre; nos abre la puerta de su casa y nos cuenta cómo dan testimonio

«Me llamo Rosa Pich. Nací hace en Barcelona hace algo más de 50 años y soy la octava de 16 hermanos. Me casé en el 89 con quien ha sido mi más fiel acompañante, Chema Postigo. Él era el séptimo de 14 hermanos. Nuestro sueño era tener una familia numerosa y tuvimos 18 hijos. Los tres mayores fallecieron por problemas de corazón y los médicos nos recomendaron no tener más hijos. Pero nacieron 15 más». Así comienza en su blog la protagonista de este Gente que Cuenta su presentación.

Hace un año Rosa enviudó y se quedó a frente de sus 15 hijos. Algunos trabajan, otros están en la universidad, pero la mayoría están estudiando todavía en el colegio. Autora de un libro en el que cuenta la vida familiar, ha aparecido en diferentes programas de televisión explicando cómo es su día a día. Palabra habla con ella un año después de que Chema, su marido, «se fuese al cielo».

Nos cuenta que «hace poco estuve con dos de mis hijos en un convento de clausura dando testimonio delante de 150 personas y les hacían la misma pregunta: “La muerte de vuestro padre ¿cómo la estáis viviendo?”. Les contestamos: “Ha sido muy duro, hemos llorado mucho, pero la vida continúa, no podemos estancarnos”. Hablando a nivel personal, hay quien piensa: “Pobre, viuda con 15 hijos” o al contrario, “Qué suerte que ha enviudado con 15 hijos”».

Mirar hacia otras personas

Rosa muestra una vitalidad sorprendente. Siempre tiene una sonrisa para los demás, aunque el día sea algo gris. Dice que el ser tantos en casa hace que sea más fácil darse a los demás de una manera más sencilla y rápida. «El otro día, después de un viaje, llegamos por la noche y lo que te apetece es sofá, pero mis hijos me dijeron: “Mamá, vamos en bici. Vamos a recorrer toda la avenida Diagonal de punta a punta y llegamos hasta el mar”, y piensas: los hijos te mantienen joven, no tienes tiempo de contemplarte egoístamente… Los niños quieren ir en bici, pues ahí que nos vamos. Algunos tenían que estudiar, otros estaban en casa de unos amigos. Con los que estaban preparados y habían hecho los deberes nos fuimos».

Se ve cómo intenta aprovechar las crisis de su día a día para tener la oportunidad de salir adelante. «Estos golpes que te da la vida son golpes que te hacen ser más humano. Te ayudan a ponerte en la piel de los demás. Este último año nos ha hecho crecer a toda la familia, a unirnos más entre nosotros, a apoyarnos, a ayudarnos a salir de nuestro egoísmo».

Todos colaboran en casa

«El día a día es un caos organizado. Comenzamos cada día a partir de las 7 de la mañana», nos cuenta Rosa. Algunos de sus hijos tienen atletismo antes del colegio varios días de la semana. Ella trabaja por las mañanas: «Salgo de casa a las 7:45. A esa hora algunos que se han ido y otros los están despertando o ayudando a preparar el desayuno. Salgo con el encargado de comprar el pan, vamos a una panadería cercana de casa que nos hacen un descuento de 20 céntimos por barra. Compramos 10 barras diarias». Después, antes de trabajar, Rosa suele ir a Misa. «Necesito cargar fuerzas para afrontar todo lo que pueda traer ese día. Me quedo un rato rezando delante del Santísimo, porque necesito pararme, pensar y organizarme». Al mediodía se juntan a comer en casa los que están estudiando en la universidad o trabajando. «Solemos ser unos 4 ó 5 cada día».

Una casa de acogida

Rara es la semana que por la noche no tengan algún invitado a cenar. «A raíz del libro he viajado mucho, y como Barcelona es una ciudad de paso, tengo conocidos que cuando vienen me preguntan si pueden pasarse por casa». Muchas veces, los invitados son gente que no tiene fe o de otras religiones. Rosa nos cuenta que «es muy bonito ver cómo mis hijos les enseñan a coger el rosario y a rezarlo. Recuerdo cómo el otro día, un hijo que está viviendo en Corea les dijo a unas compañeras de trabajo que nos visitasen. Cenaron y rezaron con nosotros el rosario. Estas me decían: “Nos ha encantado compartir con vosotros la cena y el rosario”. Mientras rezábamos veía como uno de mis hijos les ayudaba a rezar el rosario». En casa tienen impreso el Padre Nuestro y el Ave María en coreano «porque al estar mi hijo allí nos suele enviar a amigos y compañeros. Es muy impresionante el ver a estas personas rezando con nosotros».

Fernando Serrano, en Revista Palabra.

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