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Cónclave: yo también participo

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Escrito por José Antonio García-Prieto Segura
Publicado: 07 Mayo 2025

“Constituyó a algunos como apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y doctores, a fin de que trabajen (…), para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 11-12).       

            En la mañana del 7 de mayo, con la Misa para elegir al nuevo Papa, se iniciará el Cónclave. Después, a primera hora de la tarde los cardenales electores entrarán en la Capilla Sixtina, y el Protodiácono con la famosa frase “extra omnes”, “todos fuera”, invitará a que abandonen el recinto cuantos no puedan votar. Y todo finalizará cuando, de nuevo, el Protodiácono proclame: "Os anuncio una gran alegría: ¡Tenemos Papa!", dando a conocer la persona del nuevo Vicario de Cristo.  El Papa electo suele celebrar al día siguiente una Misa en presencia de los cardenales electores. Podemos decir que el Cónclave va “de Misa a Misa”, enmarcado litúrgicamente por la renovación sacramental del Sacrificio del Calvario: importante observación, sobre la que volveré al final.

          Con el protocolario “todos fuera” alguien podría pensar superficial y erróneamente que, frente a los 133 cardenales electores, los otros 1.400 millones de católicos que vivimos en el mundo, quedaríamos completamente al margen, sin nada que pintar. Nada más lejos de la realidad, y de ahí que afirme con toda paz, en el título de este artículo, que yo también participo; lo mismo puede y debe decir cualquier católico, aunque esté a miles de kilómetros de la Capilla Sixtina. A falta de una participación presencial con derecho a voto, nadie está excluido de otra participación llamémosla “virtual”, muy importante también, porque tendrá toda la fuerza de nuestra oración ante Dios, para que cada cardenal vote según el querer del Espíritu. No verlo así -o pensar: “ya será menos”-, significa tener una visión muy pobretona de la Iglesia sinodal que, dicho sea de paso, no es un descubrimiento del siglo XXI.

             Por voluntad de su Fundador y, por tanto, desde sus inicios, la Iglesia católica siempre ha sido sinodal. Los “Hechos de los apóstoles” muestran su meta de salida, cuando toda la comunidad unida, hombres y mujeres esperaba la llegada del Espíritu Santo. Después, a partir de Pentecostés, y sin que hayan faltado altibajos y dolorosas separaciones, todos en la Iglesia de Roma han hecho juntos el mismo camino. Sin embargo, cada uno desde su lugar en el Cuerpo místico de Cristo; y esto, por voluntad también de su Fundador que recuerda san Pablo: “Constituyó a algunos como apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y doctores, a fin de que trabajen (…), para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 11-12). Todos, sin comparaciones que no vienen al caso, contribuimos a edificar la Iglesia.

           Otros ejemplos de unión y participación “virtual” en las vicisitudes de la Iglesia primitiva -como hoy debemos revivirlos con el Cónclave-, los tenemos cuando el primer Papa es secuestrado en dos ocasiones: una, por el poder religioso del Sanedrín, y otra por el poder civil de Herodes. Las dos veces recobra la libertad porque los fieles no se quedaron cruzados de brazos, como testimonian los “Hechos de los apóstoles”: “Así pues, Pedro estaba encerrado en la cárcel, mientras la Iglesia rezaba incesantemente por él a Dios” (Hechos 12, 5) Pedro, liberado milagrosamente de las manos de Herodes, “se dirigió a casa de Juan (..), donde estaba muchos reunidos en oración” (Hechos, 12, 12). La poderosa fuerza de la oración tuvo su efecto. 

            Siguiendo con el Cónclave romano del día 7, y con las matizaciones del caso, cabe una analogía con la Iglesia primitiva, por lo que mira a la participación personal de cada fiel, mediante una oración llena de fe. Decíamos que solo 133 cardenales tienen y ejercitarán su poder de voto; pero los restantes 1.400 millones de católicos podemos y debemos participar virtualmente, como intervinieron los primeros cristianos en las vicisitudes de su Iglesia naciente, sin cruzarse de brazos.

          Solo Dios sabe quién aporta más a la construcción de la Iglesia, al margen de su mayor o menor relevancia en el escenario y juicios del mundo. Así ocurrió, y valga una nueva analogía, con la pequeña ofrenda de la viuda en el Templo de Jerusalén. Jesús mismo lo dejó bien claro: “En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos” (Luc 21, 3). Materialmente los ricos echaron más, pero ante Dios la viuda superó a todos. Este hecho siempre será un reto en nuestro “camino sinodal”, porque el Señor espera de cada discípulo su generosa personal contribución.

          Sugería al inicio que el Cónclave va “de Misa a Misa”, es decir, enmarcado por la renovación eucarística del Sacrificio de la Cruz. En la Misa del papa Francisco en la Capilla Sixtina, al día siguiente de ser elegido, se leyó el pasaje evangélico de la confesión de Pedro. Sus palabras de la homilía son muy actuales y vale la pena transcribir algunos párrafos; decía que la Iglesia debe:  “Caminar siempre en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abrahán, en su promesa. (…) “Edificar sobre piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, (…) sobre la piedra angular que es el mismo Señor. (…) “Tercero, confesar. Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. (…) Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. (…). Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor.

          “Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará.”   

           “Deseo que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado. Que así sea.” (Homilía, Misa 14-III-2013). Recordemos que “del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (Catecismo, n. 766). Una Iglesia de todos; por eso, termino animando al lector a no cruzarse de brazos y, animado por el valor que tuvo la pequeña ofrenda de la viuda, participar en el Cónclave con su granito de arena de la oración y de algún pequeño sacrificio.  

José Antonio García-Prieto Segura en elconfidencialdigital.com                             

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