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Fumata blanca: rememos al unísono

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Escrito por José Antonio García-Prieto Segura
Publicado: 09 Mayo 2025

“Yo soy de Pablo’. ‘Yo, de Apolo’. ‘Yo de Cefas’. ‘Yo de Cristo” (1Co 1, 12)                

     No hay dos sin tres, dice el refrán, pero no escribo este tercer artículo en torno al Cónclave, a golpe de refranes, sino porque me parece vital recordar en estos momentos, la plena unidad con el nuevo Papa, León XIV. La barca de la Iglesia tiene un nuevo sucesor de Pedro que es el Vicario de Cristo, a quien debe mirar -y nosotros con él- como Cabeza del “Cristo total”, por decirlo con san Agustín refiriéndose a la Iglesia. 

     Seguirán en estos días las inevitables comparaciones entre el nuevo Papa, y otros candidatos que algunos hubieran preferido al frente de la barca de Pedro. Es comprensible, pero también muy de desear que no lleguemos a los extremos que san Pablo ya denunció con lenguaje contundente en la primitiva comunidad de Corinto. Frente a los grupos formados en torno a personajes importantes de aquel momento, escribe: “… me han llegado noticias de que hay discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno va diciendo: “‘Yo soy de Pablo’. ‘Yo, de Apolo’. ‘Yo de Cefas’. ‘Yo de Cristo’” (1Co 1, 11-12).

     La historia tiende a repetirse y Dios nos libre de volver a tropezar hoy en la misma piedra o, ya que hablamos de la barca de Pedro, en el mismo arrecife que la hiciese encallar, aunque solo fuera por un tiempo, antes de proseguir su navegación por el mar de la historia. San Pablo cortó aquellas disensiones, yendo a la raíz, e interpelando a quienes sembraban desunión: “¿Está dividido Cristo? ¿Es que Pablo fue crucificado por vosotros o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?”. Y para llamarles a la unidad, y también frente a judíos y gentiles, insiste en la razón esencial: la Iglesia ha nacido y se edifica por, y en torno, a la muerte de Cristo en la cruz; por eso, añade: “Porque Cristo no me envió a bautizar sino a evangelizar, y no con sabiduría de palabras, para no desvirtuar la cruz de Cristo (…) Porque los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría; nosotros, en cambio, predicamos a Cristo crucificado (…), fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (I Cor. 1, 17.22-25). Así, la Iglesia, desde Jerusalén, y con la Cruz por delante, se hizo a la mar del mundo entero.

     Pasada la “fumata blanca”, la barca de Pedro con León XIV al frente, sigue adelante impulsada por el viento del Espíritu. La imagen de la barca aparece en el logotipo del Jubileo 2025, y viene como anillo al dedo en estos momentos. Representa una embarcación tripulada por cuatro estilizadas figuras, abrazadas entre sí como expresión de fraternidad, y en la proa una figura -el Vicario de Cristo- vestida de rojo y aferrada a la Cruz. En síntesis, podríamos decir en verdad que:

     El color rojo simboliza el amor de Cristo y su sangre redentora, así como el fuego de su Espíritu. La figura va cogida a una cruz, no rígida sino curvada como inclinándose para abrazar a toda la humanidad; y termina en su parte inferior con forma de ancla, símbolo de la esperanza. Los restantes colores expresan: la alegría y la luz que iluminan el camino de la fe, por lo que atañe al naranja. El renacimiento y la esperanza, por lo que mira al color verde. Y el azul, la paz y serenidad que han de tener los tripulantes hasta alcanzar la meta del Cielo. Todo el conjunto del logotipo resulta hoy muy actual y extraeré de él dos últimas consideraciones, pensando siempre en la unidad de la Iglesia.

En primer lugar, y siguiendo el dicho “donde hay patrón, no manda marinero”, los tripulantes debemos remar al unísono con el nuevo Papa. Dejemos a un lado disquisiciones bizantinas y de mirada chata, como aquellos de Corinto a los que san Pablo llamaba a la unidad, frente al: “yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas…”. Cada uno, empezando por el Papa, hemos de aspirar al “yo soy de Cristo”, y entonces con Cristo tendremos los brazos abiertos para todos, al margen de comprensibles visiones y enfoques distintos en temas secundarios que, por lo mismo, no romperán la unidad. Las primeras palabras de los últimos Papas al ser elegidos fueron que rezásemos por ellos; hagámoslo ya desde ahora, por León XIV. 

     En segundo lugar, me serviré del breve relato de lo sucedido en una barca en altamar después de un naufragio. No recuerdo bien dónde leí esta historia que se me antoja inverosímil. Todos colaboraban para mantener a flote la embarcación, pero uno de ellos, extrañamente, comenzó a perforar el casco bajo el asiento que ocupaba en la nave. Su compañero de al lado enseguida le llamó la atención, y él locamente contestó: “¡Déjame, porque este espacio es mío y corresponde a mi asiento!”. Y el compañero repuso: “Sí, claro, pero cuando empiece a entrar el agua, va a entrar para todos”. Esto es aplicable a toda institución y, más si se trata de una familia.

     Lo que cada uno hagamos en la vida de la Iglesia influye, para bien o para mal, en el conjunto, unidos como estamos por esa realidad sobrenatural que es la “comunión de los santos”. El Papa Francisco dirigiéndose a millares de jóvenes, les llamaba a ser piedras vivas en la edificación de la Iglesia, evitando que la desidia personal malograse la construcción. Se sirvió de palabras del mismo san Pedro cuando dice que: “somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). (…). En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, un pedacito de la construcción, y si falta ese pedacito cuando viene la lluvia entra la gotera y se mete el agua dentro de la casa. Cada pedacito vivo tiene que cuidar la unidad y la seguridad de la Iglesia.” (Río de Janeiro, Vigilia de oración, 23-VII-2013). El agua, sea del mar o de lluvia, puede desbaratarlo todo.                                                                                                 

     La enseñanza resulta cristalina: ahora toca seguir remando al unísono en torno a León XIV. He vivido en Roma muchos años y visto tres “fumatas blancas”; allí aprendí de san Josemaría, llevado por su amor al Vicario de Cristo, un lema que incorporó a su vida: “Todos, con Pedro, vayamos a Jesús a través de María”.                                               

José Antonio García-Prieto Segura en religionenlibertad.com

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