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Escrito por Enrique García-Máiquez
Publicado: 19 Octubre 2016

No costaría nada que los equipos educativos de cada curso se pusiesen de acuerdo para enviar sus tareas para casa con orden y concierto

En el debate sobre los deberes escolares no quiero caer en el verbalismo, pero el nombre "deberes" ya nos parece un milagro en una sociedad que huye del deber como alma que lleva el diablo. Si se llamasen "derechos", seguro que no se habrían producido tantas polémicas.

El debate, luego, resulta de un maniqueísmo basto: "deberes, sí", frente a "deberes, no"; cuando la respuesta es "deberes, según y cómo". Serían un error, evidentemente, los deberes abusivos, que no dejasen ni jugar ni aburrirse en casa, que es tan importante o más. Si fuesen así, no costaría nada que los equipos educativos de cada curso se pusiesen de acuerdo para enviar sus tareas para casa con orden y concierto. No sería algo para invalidar los deberes, sino para ajustar su mecánica. Porque, por otro lado, la existencia de deberes es una herramienta educativa de primer orden y, en ese sentido, sí que son −he aquí la palabra mágica− derechos: derechos del alumno.

Hay algo específico que se aprende con los deberes, que no puede aprenderse en clase. La simple prolongación en casa de lo aprendido en la escuela es una manera muy práctica de explicar la proyección vital y biográfica que tiene el saber. Y, paralelamente, una forma de que la familia pueda ver a sus hijos trabajando y admirarlos. Ésa es la tarea de los padres, que tiene un valor pedagógico extraordinario.

Y ahí debería acabar el trabajo paterno. Lo ha dicho con expresión inmejorable Alberto Royo, autor de Contra la Nueva Educación: "Unos deberes que no pueden realizar solos los alumnos no están bien puestos". Esos deberes que los padres tienen que hacer y obligar a hacer a sus hijos acaban siendo nocivos, porque los padres no son profesores y se ponen nerviosos y malhumorados y contagian ese ánimo a sus hijos, dándoles, sin querer, un ejemplo malísimo. No es difícil oír por las tardes del domingo a los padres quejándose de que todavía les queda el suplicio chino de hacer la tarea de sus hijos.

Los niños que hacen solos y rápido su tarea sacan buenas notas. Se trata de un círculo virtuoso. Naturalmente, el alumno brillante hace su tarea pronto y bien (como en el lema de Paul Morand que titula esta columna, que debería serlo de todos los deberes), pero también el que hace bien y pronto sus deberes acaba siendo un alumno brillante. Esa enseñanza moral de que lo que hay que hacer se hace solo, enseguida y lo mejor posible es irrenunciable.

Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es.

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