Nuestras muchas obligaciones nos impiden ver las necesidades de los demás, incluso las de los más cercanos, nuestra familia
A veces no vemos lo evidente; un muro puede ocultarnos un paisaje precioso. Cuando estamos algo despistados, podemos agobiarnos buscando unas llaves que llevamos en la mano, o nos volvernos locos intentando localizar unas gafas que ya tenemos puestas. Los prejuicios, la presión del grupo, las experiencias personales que moldean nuestra forma de pensar, la falta de información o emociones intensas -como la ira, las filias y fobias, el miedo...- pueden hacernos perder la objetividad.
También la rutina diaria, el estar centrados en nosotros mismos, el exceso de trabajo, puede estrechar nuestro campo de visión. Vamos a lo nuestro, y ya está. Es lo que narra la parábola del buen samaritano:
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo medio muerto. Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Igualmente, un levita llegó cerca de aquel lugar y, al verlo, también pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él y, al verlo, se llenó de compasión”.
El sacerdote y el levita no hacían nada malo: iban al templo, a su trabajo, a hacer cosas buenas; incluso a dar culto a Yahvé. Como nos ocurre a nosotros tantas veces, nuestras muchas obligaciones nos impiden ver las necesidades de los demás, incluso las de los más cercanos, nuestra familia. Sin darnos cuenta, valoramos más llevar dinero a casa o tenerla limpia y ordenada, que disfrutar de los nuestros y hacerlos felices.
Muchos jóvenes cuentan que apenas ven a sus padres. Tienen buen nivel de vida, no les falta nada, van a buenos colegios, pero a sus padres los ven, con suerte, unos minutos durante la cena. En el caso de los mayores, aunque sus hijos vivan cerca, pasan días sin saber nada de ellos. Hay esposos que no se dedican tiempo de calidad durante meses, que no han tenido una conversación serena en años.
En una de sus audiencias, León XIV decía: “Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás… la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada”.
El Papa nos ofrece varias pautas para reconocer las necesidades del prójimo. Cambiar de perspectiva: “algunas parábolas del Evangelio nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza”. Las prisas, el "no tengo tiempo", el "voy corriendo a todo", nos impiden ver. Hay que pararse. No hace falta llegar a todo, ni ser un crac. Aprovechemos el verano y las vacaciones para respirar, descansar, serenarnos. No cometamos la locura de meternos en playas superpobladas o embarcarnos en trenes, aviones, estaciones y aeropuertos que nos agoten.
Seguimos leyendo: “La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una forma rígida y cerrada de ver las cosas”.
En aquella famosa canción Color esperanza, interpretada por Diego Torres decía: “Sé que las ventanas se pueden abrir. Cambiar el aire depende de ti… Saber que se puede. Querer que se pueda”. Podemos cambiar, nosotros y los nuestros. Podemos cambiar el mundo. Que nadie nos robe la esperanza ni la ilusión de realizar nuestros sueños. Con algo de sosiego y descanso, volvamos a soñar.
El verano puede ser un momento propicio para favorecer encuentros: “La vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada”, sigue diciendo el Papa.
Tenemos la oportunidad de entregarnos, de dejar de mirarnos a nosotros mismos, de cuestionarnos lo poco que nos cuidan y empezar a cuidar. A preocuparnos por los nuestros. A mirar a los ojos de quien nos incomoda, y regalarle cariño y comprensión. Es tiempo de escuchar, de escrutar y de ver las necesidades del otro. Tiempo de ser buen samaritano. Tiempo de cambiar de perspectiva.