Almudena Alegre Hernándo

VII.- Terapia familiar aplicada a la violencia de género en la pareja. Estudio de caso.

“La historia explica el presente, pero nunca cierra el futuro”. (Boris Cyrulnik)

A lo largo de este apartado, se presentará un caso a través del cual se podrá detectar diferentes aspectos de la terapia sistémica que se han tratado en este trabajo.

7.1- Derivación del caso

Antes de comentar las características de este caso, es importante señalar que esta intervención se produce en otro país, concretamente en Venezuela.

La derivación se realiza a través de la ONG que estaba interviniendo con esta mujer a través del programa de capacitación laboral para mujeres y de apoyo escolar y ocio y tiempo libre con los menores.

Se trata de una mujer A.G., de 39 años de edad, víctima de VGP con tres menores a cargo.

7.2.- Demanda

A.G. solicita apoyo psicológico tras la separación de su pareja hacía casi un año.

Demanda apoyo en dos ejes de intervención:

       A nivel individual, apoyo para desvincularse afectivamente de su pareja.

       A nivel familiar, apoyo en su papel como madre.

7.3.- Genograma

El genograma se refiere al momento que se hizo la intervención con esta familia, en el año 2011.

7.4.- Historia de la familia y sucesos importantes

       1994.- Inicio de la relación y convivencia casi inmediata

       1995.- Primer episodio de violencia física durante el embarazo. Nacimiento de P. Ma.

       1997.- Nacimiento de M.A.

       2000.- Intento salida del hogar pero vuelve con él por razones vinculares y dificultades para sobrevivir.

       2001.- Nacimiento de L.

       2004.- A.G. inicia programa de apoyo nutricional y de capacitación laboral en la ONG. Aumento de la violencia. Episodio de violencia más grave.

       2005.- Abandono del programa de capacitación laboral.

       2009.- Descubrimiento infidelidad de P.M. Abandono de la familia por parte de P.M. Último episodio de violencia física.

       2010.- Contacto con la ONG: programa de capacitación laboral para mujeres y de ocio y tiempo libre para los menores.

       2011.- Solicitud de apoyo psicológico.

7.5- Familia de origen de A.G.

A.G. es la segunda hija, teniendo un hermano mayor y otro menor que ella. Al igual que su familia, es de origen colombiano. Toda su familia reside en Colombia. Ella se estableció en Venezuela cuando conoció a P.M.; quien era de Venezuela.

Define la relación entre sus padres como exclusiva, en la cual su madre estaba más pendiente de su marido que de los hijos, “estaba enamorada, ciega y sólo vivía por y para él”. Según su relato, su padre tenía un tratamiento diferencial hacia sus hermanos, valorando más a sus hijos que a su hija (“mi padre jugaba con mis hermanos a juegos de chicos pero nunca tuvo ojos para mí”). Recuerda a su padre como frío y distante.

7.6.- Establecimiento de la pareja conyugal

Conoció a P.M. en el trabajo. Ella trabajaba en un colmado, en la zona de frontera entre Colombia y Venezuela. Refiere que sintió que era “el amor de su vida”: “me trataba muy bien”, “era como en los cuentos”, “por fin me sentía querida”.

Al poco tiempo, comenzaron a convivir juntos, estableciéndose en Venezuela, dejando su trabajo y su país.

Recuerda los inicios de la convivencia con cierta tensión, con dificultades para ponerse de acuerdo y con comportamientos celosos. Ella justificaba los celos, diciendo: “no me importaba que fue celoso porque así sabía que me quería”.

A los pocos meses, se quedó embarazada.

7.7.- Historia de violencia

El primer episodio de violencia física se produjo durante el embarazo. Con anterioridad, refería insultos, menosprecios y humillaciones.

Situaba este primer episodio de violencia en su embarazo. Recordaba que fue un día en el que se encontraba mal y no tenía preparada la comida. Cuando su marido llegó, comenzó a criticarla, insultarla, llegando finalmente a la agresión física.

A partir de entonces, se sucedieron diferentes episodios agresivos, de origen  arbitrario. En una ocasión A.G. intentó salir del hogar pero volvió “porque lo quería”; “me prometió que nos iba a ir bien” y “tampoco tenía dónde ir”. Así mismo, solicitó apoyo a la ONG, dentro del programa de apoyo nutricional y de capacitación laboral, que finalmente abandonó por incremento de la violencia.

Tras varias sospechas de infidelidades por parte de él, ella se planteaba la ruptura definitiva de la relación, sin embargo, él abandonó a su familia (mujer e hijos/a), mudándose a otra ciudad (Caracas) para convivir con su nueva pareja.

7.8.- Dinámica familiar

Del relato de A.G. se desprende proximidad entre el hijo mayor y el padre. Señalaba que P. Ma se parecía mucho a la familia de P.M y a P.M, cumpliendo el deber delegado de padre a hijo. “El hombre de la casa era mi marido, pero cuando él se tenía que ir de viaje por razones laborales, le encargaba a nuestro hijo mayor, ser el hombre de la casa”. “La relación entre los dos era muy estrecha”. Continuaba “mi marido decía que estaba seguro de que P.Ma era hijo suyo, porque era como él, pero de los otros dos... de los otros dos decía que a saber... a saber quiénes eran sus padres porque yo era una... porque yo era una... una cualquiera”.

7.9.- Hipótesis

       Hipótesis 1: “Las carencias nutricias en la familia de origen de A.G. afectan a la elección de pareja, estableciendo una relación de alta exclusividad, con un contrato implícito imposible de cumplir, en el que todas las necesidades se cubren en la pareja”.

       Hipótesis 2: “Relación de pareja asimétrica rígida, donde él ocupa una posición one-up y ella one-down”.

       Hipótesis 3: “La violencia se produce en una unidad familiar, de tal manera que afectará a la estructura y dinámica relacional de toda la unidad familiar”.

7.10.- Intervención

En los siguientes cuadros se recogen las intervenciones realizadas, teniendo en cuenta los dos ejes de demanda definidos en el apartado 7.2.

       A nivel individual:

Objetivos:    

-        Comprender la dinámica del maltrato en la pareja.

-        Fomentar una identidad resiliente.

-        Promover la reelaboración del trauma.

-        Favorecer la desvinculación afectiva.

-        Fomentar el control y manejo de emociones tales como culpabilidad, tristeza, miedo etc.

Técnicas:     

-        Análisis de la dinámica relacional.

-        Revisión la historia de la familia de origen de A.G.

-        Análisis de la historia de pareja y de la historia de maltrato.

-        Análisis y ampliación de acontecimientos extraordinarios.

-        Construcción de una narrativa más funcional (“mujer que fue capaz de...”).

-        Cuestionamiento de mitos románticos.

-        Análisis emociones y externalización.

-        Ritual de “despedida”.

-        Proyección al futuro a pesar del pasado.

-        Orientación a recursos comunitarios: programas de apoyo, red social etc.

Enfoques teóricos:  

-        Estratégicos.

-        Comunicacionalistas.

-        Narrativistas.

-        Transgeneracional.

       A nivel familiar. Evolución    Positiva.

Objetivos:    

-        Promover una estructura familiar donde se diferencie el sistema parental del filial.

-        Reconocer a los otros miembros de la familia en su dolor por lo vivido.

-        Reforzar a A.G. en su rol materno.

-        Reforzar el subsistema fraternal.

Técnicas:     

-        Expresión emocional.

-        Técnicas de reparación y reconocimiento del dolor.

-        Análisis de roles y mapa familiar.

-        Diferenciación de subsistemas.

-        Intensificación de la relación en el subsistema fraternal.

Enfoques:    

- Principalmente estructuralista.

Evolución:    

- Positiva

Generalmente, los procesos de intervención no son lineales, sino que, tal como la propia palabra señala son procesuales, de tal manera que, en determinados momentos hay ciertos retrocesos o estancamientos así como aspectos más difíciles de cambiar y otros más fáciles.

Los estancamientos coinciden con las áreas más difíciles de cambiar, más resistentes al cambio y/o asociados a elementos cruciales, donde existe cierto desequilibrio entre el área a abordar y los recursos personales y/o sociales del cliente; es decir, donde hay un desequilibrio entre los factores mantenedores del problema y los recursos para el cambio, teniendo mayor peso los primeros. Por otra parte, no es extraño que las áreas en las cuales los avances son más complicados de conseguir, tengan relación con lo emocional, lo afectivo, lo nutricio, lo vincular y con aquellos constructos nucleares de nuestra propia identidad y narrativa personal y/o familiar.

Atendiendo al eje individual de esta intervención, en este caso, como en muchos otros, uno de los aspectos que más intensidad de intervención requirió fue el asociado con lo emocional y con la vinculación: la desvinculación afectiva y la disolución del vínculo.

Si bien en esta ocasión, no se produjo una vuelta a la relación, probablemente porque P.M. había iniciado otra relación que había supuesto un cambio de ciudad, A.G. refería una intensa vinculación hacia su expareja, calificándola de necesidad. Si abrimos el foco a la historia afectiva de A.G. en su familia de origen, quizá pueda comprenderse esta dificultad para elaborar la pérdida de un vínculo, a pesar de ser un vínculo traumático y violento. La sensación de falta de nutrición emocional de A.G en su propia familia de origen así como la alta apuesta emocional que ella consideraba había hecho son factores que pueden estar influyendo en esta dificultad para la disolución del vínculo. Por otra parte, A.G. sentía que había primado su relación de pareja a ella misma, porque la propia relación le daba identidad (“ser mujer  de”, “sentirse querida por”). Esa primacía de ese vínculo también se detectaba en el análisis del ciclo de violencia, donde en las diferentes fases, “intentaba salvar la relación que le daba sentido”. En cierto modo, se puede detectar cierta pseudomutualidad, puesto que había sacrificado su identidad para preservar el sentimiento de pertenencia a esa relación.

Es muy difícil determinar qué aspectos concretos influyen en la evolución de una intervención. De tal manera que el trabajo en la desvinculación, fue asociado a la (re)construcción de su propia identidad así como a la reelaboración del trauma y afianzamiento en su propio criterio. En ese proceso, también afloró la parte más emocional con vivencias persistentes de tristeza y culpabilidad.

Como he indicado anteriormente, la intervención es un proceso, con partes más fáciles y más difíciles, con avances y estancamientos. Quizá la parte más psicoeducativa, relacionada con la comprensión de la dinámica relacional del maltrato, fue la más sencilla, dado que apela a lo racional, siendo lo emocional siempre un reto mayor.

Es importante tener en cuenta el momento en el que se demanda una intervención. En este caso, A.G, mantenía esa fuerte vinculación afectiva pero, en su historia de maltrato, había habido un intento de salida del hogar, que demostraba capacidad para salir adelante así como acumulación de hechos que le hacían cuestionarse la continuidad de la propia relación (descubrimiento de infidelidad).

Considero que la intervención familiar supuso mayor complejidad que la individual, con especial dificultad en la recuperación de la relación madre- hijo mayor.

Pienso que conceptos sistémicos como la diferenciación de sistemas familiares y de roles asociados a esos holones son de gran ayuda para favorecer el análisis de la dinámica familiar y promover en los miembros de la familia ese análisis y reflexión.

En diferentes sesiones, fue posible acercarse al dolor de cada uno de los miembros de la unidad familiar, especialmente al de P.Ma. No hay que olvidar que P.Ma fue el hijo que mayor tiempo estuvo inmerso en un contexto de violencia. Así mismo, la cercanía a su padre, dentro de un mandato delegado de “ser el hombre de la casa” cuando él no estaba, suponía un rol más próximo a pseudopareja de su madre que de hijo, a “jefe de familia” y le otorgaban poder y funciones que no le correspondían como hijo. Es decir, dentro de una estructura familiar vertical y patriarcal, P.M. delegaba a su hijo su posición y sus funciones cuando él no estaba. Esta delegación afectaba negativamente a la relación madre e hijo, evidenciándose, sobre todo, cuando P.M. abandonó a su familia. Este abandono, que se inserta en el ciclo vital familiar, también se entremezcla con el propio ciclo vital individual de P.Ma., que se encuentra en la adolescencia, etapa crucial y complicada por ser el tránsito entre la infancia y la juventud.

El análisis de los roles que P.Ma había ocupado en su familia permitió diferenciar los distintos subsistemas familiares, reconociendo P.Ma que “a veces hablaba a su madre con la voz de su padre”, “que a veces se comportaba más como si fuera la pseudopareja de su madre que su hijo” etc. Este mismo análisis con la madre permitió descubrir cuándo estaba hablando P.Ma por él mismo o por la voz delegada de su padre. Este mismo análisis, permitió a A.G. percibir, desde la circularidad, su importancia de rol de madre porque para que P.Ma pudiera ocupar su rol de hijo, se necesitaba que A.G. ocupara el de madre y así sucesivamente.

El trabajo así planteado permitió recuperar la relación entre madre e hijo mayor, sin embargo, generó sentimientos de rabia de P.Ma hacia su propio padre, aspecto que apenas se trabajó y que hubiera sido conveniente profundizar, quizá dentro de un formato individual ante la imposibilidad de planificar sesiones con el padre.

La intervención abrió caminos hacia la reparación, el reconocimiento del dolor por lo vivido, la intensificación de la relación en el subsistema fraternal, aspectos que fueron más fáciles de abordar una vez se trabajó el mapa familiar así como los roles en los que estaba entrampada esta familia debido a la situación de VGP.

En la exposición anterior, se ha explicado cómo se pasó de esa perspectiva de intervención individual a una familiar. Sin embargo, ¿cómo podemos aplicar el otro eje tratado en este trabajo a este caso concreto?

La VGP que sufrió A.G. se ubica en el ámbito privado, en su domicilio. Sin embargo, es posible abrir el foco al ámbito social.

A nivel macrosistémico, la cultura patriarcal afectaba a la propia relación de pareja, reproduciéndose esa asimetría hombre- mujer en la dinámica relacional y, además, P.M. usaba la violencia para mantener e incluso “legitimar” esa desigualdad. De hecho, esta familia se ajustaba al modelo de familia vertical, donde existía un “jefe del hogar” (P.M. o P.Ma por delegación de P.M). Este modelo aún es validado y no cuestionado por diferentes culturas, como la nuestra o la cultura latinoamericana. Así mismo, la permisividad del uso de la violencia para mantener el poder también es un elemento cultural que, desgraciadamente, se tolera.

En cuanto al exosistema, existía la “legitimización institucional de la violencia” (concepto señalado en el apartado 3.1 de este trabajo). Otros elementos propios de este nivel apelan a la existencia de legislación pero no de recursos para atender esta problemática social, a la transmisión de mitos románticos e ideales de amor a través de novelas, telenovelas y de los medios de comunicación, apoyo institucional insuficiente etc.

A nivel microsistémico, me centraré en aspectos relacionados con la familia de origen de A.G. A.G. apelaba a la falta de cariño y de amor en su propia familia de origen. Esta vivencia de carencia afectiva influyó en su deseo de salir del hogar familiar, incluso abandonando su país, cuando conoció a alguien “que la quería de verdad”. Pienso que esa carencia emocional que refería A.G. reduce su capacidad para elegir libremente pareja, sintiendo que necesita a “un salvador”, “a alguien que la rescatase de su propia familia de origen”. A.G. apenas tenía comunicación con su propia familia de origen. Si bien apuntaba a la distancia física (vivían en otro país), la distancia emocional era más determinante. No compartía con su familia lo que estaba viviendo, de tal manera que éstos no eran conocedores de lo que ocurría. Su principal fuente de apoyo se encontraba en la ONG, donde participaba en el programa de capacitación laboral. A.G. amplió su red social gracias a este programa, encontrando personas y amistades que supusieron una importante fuente de apoyo emocional e instrumental. La propia capacitación laboral y la creación de amistades permitió que A.G. se redescubriera en otras identidades, en otras facetas y en otros selves. Es importante resaltar que el propio programa de capacitación laboral apostaba por el empoderamiento de las mujeres, no sólo a nivel laboral, sino social, de participación comunitaria etc., atendiendo siempre a la importancia de tejer redes de apoyo en la propia comunidad.

En mi opinión, la grandeza de la terapia es que siempre abre caminos. En este caso, un camino que no se abrió pero que quizá se podía haber abierto, siempre con el consentimiento y la voluntariedad de A.G., podía haber sido un trabajo más específico con su propia familia de origen, que hubiera abordado esos sentimientos negativos en el peor de los casos y ambivalentes en el mejor, de A.G. hacia su propia familia de origen, especialmente, hacia sus padres.

Finalmente, señalaré que no se realizó ninguna intervención con P.M. No se pudo trabajar con él ni aspectos relacionados con el maltrato ni su identidad de pareja así como su rol como padre.

VII.- Conclusión y opinión personal

“Te quiero libre y me quiero libre contigo”. (La Otra. Cantautora)

Lejos de la lucha idiomática sobre si la VGP debería llamarse violencia machista, violencia contra las mujeres, terrorismo patriarcal etc, considero importante recordar que la VGP es un tipo de maltrato que se produce en las relaciones íntimas, al igual que otros tipos de maltrato: violencia filioparental, maltrato infantil, violencia doméstica, violencia conyugal etc.

Este tipo de violencia se produce en un contexto de afectividad, donde se supone que existe amor, respeto e intimidad. Surge en una relación donde se ha realizado una apuesta emocional y donde se han mostrado las propias vulnerabilidades y fragilidades.

Entender cualquier maltrato en general y éste en particular como un suceso que ocurre en el ámbito privado, dentro del hogar, implica una incorrecta comprensión de esta violencia, obviando su carácter estructural, así como los componentes macro, exo y microsistémicos. El modelo ecológico aplicado a la VGP permite promover acciones y actuaciones en los niveles señalados.

Abrir el foco de análisis de este grave problema, permite plantearnos interrogantes que, aunque no estén directamente asociados con esta lacra social, sí que lo están indirectamente:

       ¿Cómo construyo mis relaciones de pareja?

       ¿Qué mitos sobre el amor mantengo? ¿Son constructivos o no?

       ¿Valido la violencia en alguna de sus formas?

       ¿Cómo gestiono y negocio las diferencias?

       ¿Cómo me sitúo en las relaciones de pareja: desde la simetría o desde la complementariedad? ¿Qué peligros implican esas puntuaciones si se vuelven rígidas?

       ¿Cómo manejo las dos fuerzas que se producen, irremediablemente en la pareja: fusión y diferenciación? ¿Cómo le permito manejar a mi pareja ambas fuerzas desde la circularidad?

       ¿Cómo me sitúo ante un caso de VGP: desde el moralismo, la culpabilización a la mujer, el rechazo y desconfirmación del hombre etc?

Una idea repetida a lo largo de este trabajo es que este tipo de violencia se produce en una unidad familiar, sin embargo, parece que este maltrato se ha entendido, mayoritariamente, a nivel individual. Además, en muchas ocasiones, se ha marcado una única dirección: la denuncia.

En este sentido, considero que:

       La mujer es libre y autónoma para tomar decisiones tales como la denuncia. El inicio de procesos legales y penales implica juicios, peritajes, posibles nuevas amenazas, culpabilizaciones, posibles acusaciones etc, que, en ocasiones, son vividas de manera

negativa por parte de las mujeres. Si bien considero que esta decisión es de la mujer, creo fundamental trabajar la seguridad personal de las mujeres y menores en contextos de violencia (a través de un plan de huida, activación de la red social y profesional, petición de ayuda etc.)

       En cualquier caso, prevalece el bienestar del y de la menor; de tal manera que si se encuentra en una situación de desamparo, será preciso activar contextos de control.

       El trabajo en red de los diferentes sistemas (Servicios Sociales, asistencialistas, policiales, jurídicos, educativos, sanitarios etc.) así como la perspectiva familiar pueden ser elementos claves para un abordaje integral de la VGP.

       Las intervenciones en VGP, al igual que cualquier problemática, no existe fuera de su contexto y de las personas que la viven. Por este motivo, considero pertinente revisar modelos profesionales que encaminan las intervenciones hacia una única opción, sin entender la propia idiosincrasia del caso. Puede ser que haya mujeres que no quieran dejar, definitivamente, la relación. Ante esta situación, es posible encontrarse diferentes situaciones. Puede ocurrir que haya mujeres que no quieran dejar la relación y que sus parejas sean, en algún modo conscientes, de su violencia. Quizá esta situación sea la más idónea porque hay cierto consenso en que algo (la violencia) no funciona, lo que puede predecir una evolución más favorable. Desde mi punto de vista, en este supuesto, se podría plantear terapia de pareja previa consecución del cese de la violencia. Por otra parte, puede darse una situación, a mi parecer, menos ideal. Sería aquélla en la que ella no quiere dejar la relación y él no es consciente ni se hace responsable de su violencia. En mi opinión, ésta es la situación más compleja para el sistema profesional. Trabajar la seguridad de la mujer (a través de planes de supervivencia y/o de huida) siempre es necesario pero, pienso que en este caso es imprescindible. Así mismo, se puede plantear una intervención que le permita recuperar espacios de la pareja, generando una dinámica relacional más simétrica, así como empoderarla y centrarse en su propia autoestima y valía personal. Ante este tipo de intervenciones, es importante atender al posible riesgo que puede tener la mujer, puesto  que puntuar las secuencias comunicativas desde la simetría puede suponer un incremento del nivel de riesgo, de agresión y agresividad por parte de su pareja. Por lo tanto, los planes de supervivencia que primen su seguridad y protección son esenciales. No es de extrañar que este tipo de intervenciones ayuden a la mujer a tomar conciencia de la situación y, ante la ausencia de cambio por parte de su pareja, pueda plantearse, en un futuro, el abandono de la relación. Sin embargo, será ella quien decida la ruptura de pareja en el momento que ella considere preciso y no sea el o la profesional quien tome la decisión por ella, es decir, no se producirá una delegación en el sistema profesional de una decisión personal. Entre estas dos situaciones descritas se da un amplio abanico que requerirá una valoración profesional individualizada y que debe ser respetuosa con la capacidad de decidir que tiene cada persona. Esta última apreciación no obvia nuestro deber de poner en conocimiento, cuando así sea necesario y cuando valoremos oportuno, determinados hechos y delitos a las instancias judiciales correspondientes. A diferencia del maltrato infantil, la violencia de género con convivencia (la convivencia siempre supone mayor riesgo) suele afectar, mayoritariamente a personas mayores de edad, por lo tanto, el debate de cuándo denunciar, desde el sistema profesional social, terapéutico y asistencial, está abierto. Si bien la normativa es clara en este sentido, abogando por denunciar siempre que se tenga conocimiento de un caso delictivo, la realidad social siempre es mucho más compleja y requiere de un análisis individualizado y exhaustivo que permita valorar la intervención más adecuada para cada caso, sobre todo, cuando es el propio sistema profesional quien activa la denuncia. En esta situación, considero fundamental reflexionar sobre cómo se va a comunicar a la mujer esa decisión y qué medidas de protección puede ser utilizadas por la propia mujer.

       Importante recordar que los y las profesionales formamos parte de la intervención. Como señala la segunda cibernética, somos sistemas observantes y coconstruimos la realidad junto a las personas con las que intervenimos.

Respecto a los hombres que ejercen violencia, pienso que el tratamiento e intervención con este colectivo ha tenido un carácter residual. En mi opinión, esta situación debería atenderse puesto que:

       Cualquier intervención es, en última instancia, prevención y reduce la incidencia.

       Diversos estudios afirman que el aislamiento social de los hombres que ejercen maltrato favorece la aparición y mantenimiento de la violencia así como reduce el control de la conducta.

       En última instancia, estamos ante una persona, a la que es importante humanizar. Si bien es cierto que, como profesionales, debemos valorar y conocer nuestras capacidades, limitaciones, habilidades y resonancias para determinar si podemos o no trabajar con este colectivo.

No quisiera finalizar este trabajo sin hacer mención a las dos líneas de pensamiento en el estudio de la violencia que señala Eduardo José Cárdenas (2000), que, cuanto menos, invitan a la reflexión:

       Una línea de pensamiento , muestra al ser humano con una marcada tendencia a tener interés por lo idéntico y a temer lo diferente, haciendo valer el poder de la masculinidad, defendiendo lo propio y destruyendo lo distinto (Héritier y Ravazzola)

       La otra línea de pensamiento, muestra al ser humano con interés profundo por lo diferente, en este caso, el otro género, estando dispuesto a cuidarlo con su poder, incluso cuando ese cuidado se pueda transformar en intrusión, control y destrucción (Madanes y Guevara). Para Madanes, la violencia es la contracara del amor.

Con muchos interrogantes aún sobre esta problemática, se detecta la complejidad de cualquier tipo de maltrato en general y de éste en particular, así como de la indudable experiencia de sufrimiento de las unidades familiares inmersas en un contexto de violencia.

Son numerosos los retos que, a nivel profesional y como sociedad, se nos abren para erradicar y/o minimizar el impacto de la violencia de género en las mujeres y menores que lo viven así como los desafíos de intervención y rehabilitación de los hombres que ejercen violencia. La investigación, el análisis, la formación, entre otros, son claves para conseguir avanzar en la comprensión, en la prevención y en la intervención en casos de VGP. Desde mi punto de vista, una visión holística y sistémica puede ayudar al sistema profesional a entender esta violencia y a planificar intervenciones que atienden, no sólo al plano individual, sino también al ámbito familiar. Así mismo, el enfoque integral de este problemática, requerirá la actuación de diferentes contextos de intervención: contexto terapéutico, de control, en algunos casos también asistencialista etc. Un buen trabajo en red garantizará ese enfoque integral, dado que la VGP se puede definir como una problemática social, pero también como un delito, así como una situación que sufre la familia etc. Diferentes definiciones y visiones coinciden en la crudeza de este tipo de violencia.

Sin olvidar ese sufrimiento y dolor, pero atendiendo a la capacidad resiliente de cada persona y de las relaciones más próximas, este trabajo ha pretendido definir y ubicar la violencia de género en su plano social y familiar, trascendiendo el ámbito privado y la perspectiva individual.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Almudena Alegre Hernándo

VI.- Intervención en violencia de género en la pareja

La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido, la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma. (Boris Cyrulnik)

Siguiendo a Valentín Escudero (2011), “la atención terapéutica en casos de violencia de género requiere el trabajo con:

       Las madres, para ofrecerles el apoyo y las herramientas necesarias para tomar consciencia del problema, y posibilitar el cambio y salida de la situación violenta (ya sea la separación, ya sea el cambio en la relación violenta). Esto implica un trabajo a nivel

terapéutico que ayude a las madres a reparar las secuelas del maltrato, a nivel psicoeducativo que promueva habilidades parentales y un trabajo a nivel social que proporciona recursos socioeconómicos para construir un hogar seguro y responder a las necesidades de cuidado de la familia.

       Los niños y las niñas, para atender a las secuelas y dificultades de desarrollo resultantes de sufrir y/o presenciar la violencia de género.

       La familia, para promover un sistema basado en el apego seguro entre sus miembros. Esto implica un trabajo tanto con la madre y los/as niños/as y adolescentes así como con la familia extensa y figuras de confianza que ayude a redefinir el sistema para

potenciar relaciones basadas en la proporción de afecto incondicional, de protección y de límites adecuados a las características y necesidades particulares de los/as menores”.

Por su parte, en la propuesta de Navarro Góngora (2015), los objetivos de intervención serían:

       La seguridad de todas las personas implicadas en la historia de violencia.

       Victimario: finalización de la violencia.

       Víctima: volver a recuperar el control de su vida.

       Hijos/as: reparar el daño que sufrieron y recuperar su infancia lo más normal posible.

       Entablar relaciones de colaboración con el sistema profesional implicado en el seguimiento de la situación de violencia.

No es posible hablar de intervención sin nombrar la evaluación, puesto que ambas se entrelazan. La evaluación inherentemente va unida a la comprensión.

La evaluación es fundamental de cara a la intervención, ya que permite formular hipótesis, comprobarlas, comprender la dinámica y estructura familiar y planificar una intervención ajustada a la propia persona y/o familia. Recogida de información y terapia forman parte del mismo proceso.

Barudy (1998) expone que la evaluación es un procedimiento destinado a:

       Comprender la naturaleza de los malos tratos y las características de los mismos (indicadores directos e indirectos).

       Determinar el grado de urgencia de la intervención, conociendo cuáles son los factores de riesgo, el nivel de daño sufrido por el niño o la niña y el riesgo de reincidencia.

       Evaluar la dinámica familiar, en cuanto a sus aspectos disfuncionales, sus recursos así como su plasticidad estructural para determinar su posibilidad de cambio.

       Conocer la red de instituciones y profesionales que se ocupan de la familia así como la red social informal.

       Proponer medidas de protección de los niños, niñas y adolescentes y la ayuda terapéutica más adecuada para los niños y niñas y sus familias.

La recogida de información es intervención, puesto que desde el comienzo, se establecerá la alianza terapéutica que permitirá conocer y comprender a cada persona así como a la unidad familiar y, por otra parte, favorecerá el establecimiento de hipótesis de trabajo que proporciona una intervención ajustada a cada persona y/o unidad familiar.

Es imprescindible recoger información sobre (Meninos, 2002):

       Los padres, madres o personas que los/las cuidan (historia previa, genograma, historia conyugal, denuncias presentadas, intervenciones terapéuticas anteriores, reconocimiento de las dificultades, motivación para el cambio, problemas de salud, adicciones, etc.)

       Los y las menores (historia previa, situación escolar, motivación e intereses, relaciones con iguales, competencias en la resolución de conflictos, capacidad de autocontrol, tolerancia a la frustración, expectativa de futuro, limitaciones físicas, psíquicas o emocionales, daño como trauma relacional, intervenciones anteriores, adicciones etc).

       Las relaciones familiares (genograma, relaciones con miembros de la familia nuclear, familia extensa, vinculación afectiva etc.)

       Relaciones con la comunidad

       Situación económica.

Por otra parte, uno de los elementos más estrechamente relacionado con las percepciones de la VGP y con la actitud de los miembros hacia la posibilidad de cambio es el fenómeno de la negación (Fraenkel, Sheinberg & True, 2004).

La negación puede entenderse a cuatro niveles: negación de los hechos, de consciencia, del impacto y/o de la responsabilidad.

Uno de los objetivos iniciales importantes en estos casos es el trabajo de la negación en cualquiera de sus dimensiones para promover el cambio.

6.1.- Aportaciones psicoterapéuticas en la intervención en violencia de género en la pareja

Siempre se menciona la importancia del contexto terapéutico y del sistema terapéutico. La creación y coconstrucción de un marco donde consultante y terapeuta sientan seguridad. Si bien la seguridad siempre es fundamental, en casos en los que la violencia está presente, es una máxima, dado que las personas tienen una historia previa del que se deriva el mensaje que las relaciones íntimas son peligrosas y pueden dañar.

Diferentes autores/as abordan modelos psicoterapéuticos para la intervención en VGP, existiendo descripciones detalladas de modelos cognitivos- conductuales para la intervención en este tipo de violencia.

Sin negar la idoneidad de estos modelos, en este apartado comentaré el modelo propuesto por Navarro Góngora (2015). A mi entender, este modelo permite intervenir en la historia de maltrato, que también está inserta en una historia afectiva. Considero que este enfoque se deriva de una perspectiva narrativista, de tal manera que en la intervención se atiende al significado de los hechos sucedidos en la historia afectiva y de violencia así como a la identificación de puntos de inflexión que permita a la mujer tomar conciencia de lo que está sucediendo.

Esta propuesta de Navarro Góngora (2015) entiende la violencia como un proceso y relaciona las fases de una historia de violencia crónica con diferentes estrategias de intervención:

       Primera etapa de la historia de violencia. La mujer se mueve entre una minimización de las agresiones y la negación total de lo que ocurre. Sin embargo, al mismo

tiempo que minimiza la violencia, percibe lo que ocurre y la distancia emocionalmente de su pareja. Desde la primera agresión, se produce una menor disponibilidad afectiva aunque no pueda reconocerlo. Persiste la ambivalencia: trata de prevenir las agresiones y trata de continuar con la relación. La creencia de que él tiene una parte buena o que tiene cierto compromiso con la relación, puede inducirla a “rescatar la parte buena de su pareja”, a devolverlo al buen camino, primando la relación a la violencia. La minimización también se ve afectada puesto que él insiste en que el problema es ella, no la violencia que él ejerce. Desde mi punto de vista, mitos de salvación de la pareja y de compatibilidad del amor y violencia así como apostar por la relación a pesar de la violencia (primacía del vínculo sobre la violencia) pueden estar desempeñando un papel importante en esta primera fase.

Navarro Góngora propone estas estrategias de intervención acordes a esta fase:

o        Comprender dicha ambivalencia.

o        Plantear la realidad de la agresión, la cual es evidente y no anecdótica (acumular evidencias).

o        Necesidad de protegerse de esa violencia (protegerse no significa tener que romper la relación, repudia la violencia y no exactamente a la persona).

o        El significado de esa violencia: qué dicen las agresiones de la relación (¿es amor?), de la persona que golpea (¿es de quién me enamoré?) y de la valoración que el que golpea tiene de su pareja (¿ve algo positivo en mí?, ¿golpeamos a alguien cuando percibimos algo positivo en él/ella?).

       La violencia en la etapa crónica. Esta fase se caracteriza por la pérdida de confianza en el criterio propio a favor del de su pareja, estando también presentes el terror, el sometimiento, el aislamiento social, el funcionamiento intelectual impreciso, las dudas, falta

de autoestima así como sintomatología postraumática, ansiedad, depresión y otros posibles problemas físicos y psicológicos. En esta fase, el proceso de acumulación de episodios sigue su curso y además, se atribuye significado a lo que está pasando. Aparecen puntos de inflexión que revelan la verdadera relación, acentuándose la distancia emocional, redefiniendo la imagen de su pareja y la suya propia. Se construye una nueva imagen de la relación, de la pareja y de quién es la víctima para el agresor y de la víctima misma, acumulándose hechos, significados y puntos de inflexión. Sólo es posible acumular si se confía en el propio criterio. De tal manera que, para las mujeres que se someten al criterio de él y no validan el suyo propio, será muy difícil o incluso imposible salir de la violencia.

En esta fase, el autor propone:

o        Ayudarles en el proceso de acumulación, identificando ciertas conductas de la pareja como actos violentos y como una pauta de violencia

 

o        Identificación de episodios violentos que suponen una diferencia con respecto a lo que venía pasando (puntos de inflexión), señalando episodios que son nuevos en el patrón de violencia, con el mensaje explícito de que si la violencia cambia, será a peor.

 

o        Identificar el significado, en términos relacionales y personales de esos episodios de violencia.

 

o        Las estrategias anteriores permiten afianzar la confianza de la mujer en su propio criterio.

       La etapa final de la historia de violencia. La ambivalencia es sustituida por la confianza en el propio criterio y continúa el proceso de acumulación anteriormente descrito. Aparecen los puntos de no retorno, es decir, agresiones que suponen una diferencia con respecto a las agresiones previas y que tienen un carácter marcadamente peligroso. Campbell et al (1998) identifican los siguientes puntos de no retorno: la violencia de ella, su independencia económica, la infidelidad de él, su violencia extrema, ella se define como maltratada y los hijos/as son objeto de violencia. En esta fase, se inician y consolidan las  salidas del hogar, demostrándose a sí misma que puede salir de la relación pero, por otro lado, pueden existir sentimientos que le unen a su pareja, ambivalencia también comprobada en rupturas de relaciones no violentas. En mi opinión, estos puntos de no retorno así como los de inflexión señalados en la etapa anterior, se pueden relacionar con el concepto desarrollado por Perrone y Nannini (1997) de “consenso implícito rígido”, que supone una especie de contrato o acuerdo que comprende tres aspectos: espacial (territorio donde se admite la violencia), temporal (momento en el que se desencadena la interacción y la cronología de los hechos están predeterminados, de tal manera que son momentos ritualizados en los que es muy probable que irrumpa la violencia) y temático (circunstancias o contenido de comunicación que desencadenan el proceso). El consenso implícito rígido no permite metacomunicación y la transgresión de las reglas implícitas del consenso explica la súbita denuncia de la violencia oculta durante años.

Gondolf (2002) señala que salir de una relación violenta sigue una trayectoria similar a salir a una adicción, con recaídas frecuentes hasta que se sale definitivamente. Sin embargo, en cada salida la mujer se demuestra a sí misma que es capaz de dejar una relación violenta (Navarro Góngora, 2015). A su vez, cada salida de la relación tiene un doble mensaje: se denuncia que hay problemas que resolver y, en segundo lugar, si esos problemas no se resuelven, son capaces de dejar la relación.

Estrategias de intervención asociadas a esta fase son:

o        Proseguir con el proceso de acumulación, atendiendo también a los cambios de ella, de su conducta, pensamiento y sentimientos así como a una identidad más positiva que la anterior.

o        Identificar los episodios de violencia que suponen un cambio de pauta (puntos de no retorno).

o        Identificar los cambios de identidad de la mujer hacia una imagen más positiva, retomando el control de sus vidas, atendiendo a la posible exposición a mayor nivel de violencia que deberá ser tratada con medidas de autoprotección.

o        Preparar planes de seguridad para la salida de la relación o para la finalización de la violencia. Las medidas de seguridad son cruciales en este momento puesto que los estudios indican que es en el momento de la ruptura cuando se produce mayor número de asesinatos de mujeres.

Navarro Góngora (2015) señala diferentes objetivos y estrategias de intervención en situación de violencia no crítica, con el fin último de “recobrar y renovar una identidad perdida que fue manipulada por la violencia, la violencia es una experiencia de robo de la identidad”:

       Supervivencia y seguridad de todas las personas implicadas y afectadas por la violencia, actuando el sistema profesional como agente de control social.

       Conseguir que la mujer recupere el control sobre su vida, tanto dentro como fuera del hogar. En el primer caso, evitando situaciones que potencialmente conducen a la

violencia y recuperando control en áreas libres de violencia. En el segundo, a través de la reinserción laboral, reanudación de hábitos y prioridades vitales, reconstrucción de la red social etc. Así mismo, el control también se aplica al control de impulsos.

       Psicoeducación sobre las estrategias de la violencia como control, sobre los efectos de la violencia y del significado de las agresiones (qué le hicieron y cómo se lo hicieron).

       Elaboración de situaciones de violencia que se hayan convertido en traumas. Luxenberg et al (2001) apuntan que “dejar en el pasado” no significa “superar” un trauma, ya que éstos permanecen en el recuerdo de las personas produciendo respuestas emocionales; todo lo que se termina por conseguir es cambiar la relación entre la víctima y sus traumas, ayudándoles a convivir con lo que les pasó y sin que se sientan destruidas cuando lo evocan. La elaboración de un trauma implica (re)construir una historia, la expresión de emociones asociadas a esos recuerdos, la integración de los acontecimientos dentro de la historia personal y el encuentro de un sentido a ese trauma para posibilitar una experiencia de crecimiento.

       Recuperar la confianza en su propio criterio.

El tiempo es un elemento importante, dado que las mujeres con historias crónicas de violencia suelen estar ancladas en el pasado, con dificultades para vincularse al presente. La elaboración del pasado es fundamental para restar su peso y facilitar esa conexión con el aquí y ahora. No hay que olvidar que el pasado, a través de la narración condiciona el presente.

Me parece fundamental, destacar en este apartado las propuestas de Perrone y Nannini (1997), quienes diferencian distintos tipos de terapia en función de si es una relación de violencia agresión o violencia castigo. Así mismo, distinguen entre salidas de evitación, aquéllas que evitan la violencia sin resolver la problemática y salida de resolución, que modifican condiciones de aparición de la violencia.

Atendiendo a la violencia castigo, los autores señalan que quien tiene la posibilidad de encontrar estrategias de transformación de la violencia es quien se encuentra en posición down, ya que quien está en posición up, sólo la culpabilidad o el sentimiento de fracaso pueden motivarlo para tratar de evitar la violencia.

No es posible finalizar este apartado sin atender a una peculiaridad de cualquier tipo de maltrato que hace referencia a la posibilidad de atención inmediata. Si bien esta actuación no pertenece al contexto terapéutico, merece una breve mención por su frecuencia y por su posible concomitancia con un proceso terapéutico así como su anterioridad al mismo. La intervención en un momento de crisis en cualquier tipo de maltrato supone un desafío para el sistema profesional, por este motivo y siguiendo a Labrador y cols (2011), señalaré algunos aspectos fundamentales en casos de acción inmediata:

       Expresión emocional (acogida)

       Valoración de la peligrosidad. Si bien el juicio clínico es irrempazable, existen instrumentos validados de valoración del riesgo así como literatura e investigación sobre los factores prevalentes a la hora de evaluar el riesgo y peligrosidad. No obstante, la extensión de este tema no puede ser abordada en este trabajo.

       Implementación de estrategias urgentes de afrontamiento y elaboración de un plan de seguridad individualizado. Desde mi punto de vista, en este momento será importante decidir la activación de recursos de urgencia y emergencia (centro de salud etc) y de dispositivos sociales a disposición de la mujer (centro de emergencia etc) así como de su red familiar y social, respetando siempre las decisiones de la propia mujer.

En cuanto a la denuncia, considero más conveniente que sea la propia mujer quien tome esta decisión.

Como señala Navarro Góngora (2015), es crucial en cualquier intervención en crisis, consolidar la confianza en el criterio de la mujer víctima para que pueda seguir avanzando en el control de su vida. Este autor apela a la importancia de trazar con la mujer posibles planes de supervivencia (huida) y de seguridad.

6.2.- Intervención grupal con mujeres víctimas de violencia de género en la pareja

José Armando Ahued y colaboradores (2014) proponen programas protocolizados sobre intervenciones con mujeres víctimas de VGP.

Los autores proponen 16 sesiones grupales, de carácter semanal, de 120 minutos, utilizando las técnicas de intervención del modelo sistémico con conceptos constructivistas (resignificación, externalización del síntoma, redes sociales, rituales y metáforas) abordando estos ejes temáticos:

       Violencia de género

       Poder, jerarquía y roles

       Círculo de la violencia

       Violencia ejercida

       Aspectos jurídicos

       Emociones

       Autoestima

       Comunicación y asertividad

       Manejo de estrés

       Toma de decisiones

       Plan de vida

       Redes de apoyo y reinserción social.

6.3.- Intervención con menores víctimas de violencia de género en la pareja

Como se ha comentado anteriormente, la VGP es un tipo de maltrato, que supone un delito y además implica un nivel de riesgo para las personas que la sufren. Los y las menores están inmersos en este contexto de violencia y es imprescindible atender a su bienestar, recordando que además es una obligación reconocida en nuestro marco legislativo.

Por lo tanto, el primer punto a tratar en este apartado hace referencia explícita al riesgo que para el y la menor tiene la situación de violencia. Este aspecto es crucial y plantea una importante decisión profesional sobre si es preciso activar un contexto de control para garantizar el bienestar del/ de la menor.

Siguiendo a López et al, hay que tener en cuenta, entre otros, los siguientes aspectos de cara a la evaluación del riesgo en el que se encuentra el o la menor:

       No hacer juicios de valor sobre las declaraciones del niño o niña, ni cuestionar su veracidad.

       Evaluar la existencia en términos de severidad y no tanto en términos de frecuencia.

       Tener en cuenta la relación con el padre y con la madre, estudiando los factores de riesgo y de protección de cada una de las relaciones.

       Identificar cuándo ocurrió el último episodio de violencia, dado que el relato del niño y de la niña puede estar influenciado por la distancia temporal o también por la fase de “luna de miel” que la pareja puede estar viviendo.

       Realizar un cronograma donde se pueda percibir la edad del niño o de la niña en los momentos en que comenzó la violencia o en los períodos en los que ésta se agravó, los momentos en que hubo separación de la pareja o en otros momentos que se consideren significativos.

       Explorar la existencia de factores de riesgo y protección a nivel individual, familiar y comunitario.

       Atender a la especificidad de las franjas con las que se está trabajando.

       Evaluar variables tales como: la tipología, severidad y frecuencia de los malos tratos; grado de protección dada al menor por el medio; fuerza y calidad del vínculo con la madre; grado de resiliencia del/ la menor y edad del niño o niña.

Una idea repetida a lo largo de este trabajo es que la VGP, mayoritariamente, se genera en una unidad familiar, caracterizada por la existencia de hijos/as en común. Al y la menor se le entiende en su contexto familiar, en su entorno más inmediato, en su primer núcleo afectivo y en la unidad familiar donde se establecen las primeras vinculaciones  afectivas (apego). Este aspecto obliga a plantearse la situación relacional de los y las hijos/as con su padre y con su madre, es decir, obliga a valorar el riesgo en la relación paterno y maternofilial.

Escudero (2011) plantea las siguientes situaciones:

       Valoración del riesgo en la relación padre- hijos/as. Supone valorar si la relación con el padre se interrumpe o no y en qué circunstancias. Las posibles situaciones son variadas: desde padres que maltratan a su pareja pero que cuidan a sus hijos/as a padres que utilizan a los y las hijos/as para hacer daño a su pareja (triangulaciones desconfirmatorias señaladas en el apartado 5.7) incluso llegando a extremos de asesinar a sus propios/as hijos/as. Entre estas dos situaciones, está el derecho fundamental de la infancia a tener un padre.

Este autor contempla estas posibles actuaciones:

o        Si no se constata ningún daño potencial y la relación de padre- menor no supone riesgo, habría que definir cómo mantener la relación salvaguardando la relación de la madre (que comparte la relación con sus hijos/as).

o        Si se constata que hay daño potencial pero el padre está dispuesto y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo, podría mantenerse la relación en condiciones controladas, atendiendo a la seguridad de la madre.

o        Si se constata un daño potencial y el padre no está dispuesto o no tiene capacidad para cambiar la relación debe ser suspendida ya que existe peligro y riesgo.

       Valoración del riesgo en la relación madre- hijos/as. Aunque madre y menores sean víctimas, pueden darse situaciones en las cuales exista este riesgo como por ejemplo: situaciones en las que la madre utiliza la violencia para evitar que los hijos/as “molesten” al padre o afectación de las capacidades de cuidado a los/as menores por parte de la mujer afectada a nivel físico y/o psicológico.

Al igual que en el caso anterior, Escudero (2011) propone tres actuaciones según la situación en la que estemos:

o        No se constata ningún daño potencial. La relación entre madre- menor puede continuar sin ninguna medida de protección.

o        Se constata un daño potencial pero la madre está dispuesta y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo. Se mantiene la relación pero en condiciones controladas, estableciéndose un plan de intervención determinado.

o        o Se constata que hay daño potencial y la madre no está dispuesta o no tiene capacidad para cambiar. La relación debe ser suspendida ya que existe una situación de riesgo.

Es bastante común entender la recuperación integral de la mujer víctima de VGP desde una perspectiva individual, centrada en su recuperación personal. Lógicamente este aspecto es imprescindible pero no suficiente, dado que muchas mujeres que han sufrido violencia son también madres y es esencial trasladar la intervención a su rol materno. La VGP puede afectar a las habilidades marentales de la mujer, afectando a su sentimiento de identidad como madres. Por un lado, la recuperación de la madre es clave para la recuperación del/ la menor, dado que ésta es un referente vital básico y hay que procurar que la madre sea figura protectora y nutricia para sus hijos/as. Por otra parte, los y las menores avanzarán en su recuperación de una manera más idónea si son acompañados/as de personas adultas en este proceso. Por último, la intervención en el rol materno permite promover el ejercicio activo de las funciones marentales, tras haber sentido que ha perdido el control de su vida.

Sin embargo, la madre puede presentar diferentes discursos ante la propuesta de intervenir con sus hijos/as. A su vez, es básico que estas madres no tengan la expectativa de cambiar al padre de sus hijos/as o de considerar una resolución judicial determinada como la única solución, puesto que estas expectativas no son atribuibles a su control y se sitúan fuera de ellas y de la relación con sus hijos/as. Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, describen los siguientes discursos y las posibilidades de actuación ante los mismos:

       Madres que creen que no es necesario intervenir con sus hijos e hijas porque están preservados y no se dan cuenta de lo que sucede. Ante este discurso, es importante tratar el sufrimiento de los y las menores para que la mujer tome conciencia de ese dolor, acompañado de reforzar la importancia de su rol materno y del vínculo que le une a sus hijos/as.

       Madres que tienen mucho miedo de lo que pueda suceder si se trabaja con sus hijas e hijos por las repercusiones que pueda tener. En estas situaciones, la mujer tiende a vivir la propuesta profesional como una amenaza y no como una oportunidad de mejorar su rol

materno. Los principales miedos que suelen sentir las mujeres víctimas de VGP ante una propuesta de intervención son:

o        Cuestionamiento de su rol materno.

o        Que sus hijos e hijas salgan más dañados después de hablar de lo que han vivido y de lo que sienten. En estos casos, mitos sobre no hablar de lo ocurrido y secretos pueden estar presentes.

o        Retirada de la custodia de los y las menores.

En esta situación, es fundamental que la mujer explicite sus miedos, siguiendo su propio ritmo.

       Madres que delegan en el sistema profesional la responsabilidad de recuperación de sus hijas o hijos. Explicitar los sentimientos que subyacen bajo este discurso ayuda a hablar de posibles emociones como impotencia, tendencia a colocar la

responsabilidad fuera de ellas, sensación de decepción porque el/ la menor no responde como la madre desearía. Muchas veces, estas madres no pueden conectar con el sufrimiento de los y las menores o piensan que el problema reside en los y las menores. La intervención profesional facilita que la madre pueda reconocer los aspectos positivos y sanos de su hijo o hija, reforzando el vínculo entre ellos.

       Madres que pueden colaborar con la intervención desde el primer momento. Estas madres expresan preocupación por sus hijos e hijas y empatizan con el dolor y sufrimiento derivado de la violencia vivida en su entorno. Estas mujeres suelen presentar una historia en la familia de origen con menos índice de violencia o posibilidad de haber vivido modelos de relación no violentos. Han aprendido lo que significa el respeto y cuidado de los hijos/as, pudiendo responder ante indicadores de malestar de los y las menores.

Centrándonos en los y las menores como miembros de una unidad familiar con sus propios mitos, cultura familiar, normas, reglas y roles, Agustín y otros (2007) señalan seis situaciones típicas y sus objetivos de intervención en cuanto a la percepción que los y las menores tienen sobre la VGP, pudiéndose establecerse correspondencia con los roles definidos anteriormente en el apartado 5.7.

       Visión de la violencia como conducta normalizada. En este caso, un objetivo de intervención clave sería fomentar el cuestionamiento de las creencias y modelos de relación familiar.

       Negación de la situación de violencia como mecanismo de defensa. Ante esta situación, sería conveniente reducir el miedo a hablar sobre violencia, fomentando la confianza en un ambiente de aceptación incondicional.

       Autoculpabilización por la violencia. El trabajo sobre los sentimientos de culpa y el señalamiento de no justificación del uso de la violencia son cruciales. Así mismo, el trabajo con la madre al mismo tiempo permite potenciar un discurso claro y desculpabilizador.

       Triangulación. En esta situación, hay que potenciar la recuperación del papel del y la menor, disminuyendo su nivel de exigencia y centrándose en cuestiones propias de su edad, resituando a las personas adultas como responsables de las decisiones.

       Toman partido por la madre:

o        En el momento de la discusión se coloca delante de la madre. El objetivo sería romper la relación fusional con la madre y promover su autonomía en cuanto a persona diferenciada según se edad.

o        En el momento de la discusión se coloca detrás de la madre. Fundamental trabajar con la madre devolver seguridad a su hijo o hija, reforzando su papel de figura adulta y protectora.

En ambos casos, es importante ayudar a que el/ la menor exprese sus emociones y a recuperar una imagen realista del padre.

       Toman partido por el padre. En este caso, es imprescindible construir una visión realista del padre y de la madre, evitando la desacreditación de ésta.

6.4.- Intervención con hombres que ejercen violencia.

Inicio este apartado con una reflexión de Madanes, que si bien puede resultar provocadora, considero que abre posibilidades de comprensión de un fenómeno tan complejo como es la violencia en relaciones íntimas. Madanes (1993) menciona que tiene ideas diferentes respecto al dilema del amor y la violencia conyugal. Esta autora refiere que la violencia coexiste con el amor como una forma de demostrar amor por el otro, aludiendo que cuanto más intenso es, más cerca está de la violencia y que cumple una función ya sea de protección o para obtener amor o para unir o cualquiera que sea la necesidad en las relaciones. Esta reflexión, si bien puede resultar provocadora, considero que abre  posibilidades a entender la complejidad de esta problemática de la violencia.

Ruhama Goussinsky y Dalit Yassour- Borochowitz (2012), en investigación cualitativa concluyeron que los asesinatos correlacionaban con el intento de la mujer de finalizar la relación. A los homicidas les resultaba imposible aceptar el rechazo y la pérdida del vínculo. La mujer representaba su única fuente de sentido, viviendo su ausencia como una amenaza intolerable a su identidad, unido al aislamiento social les lleva a la desesperación, ansiedad, depresión, ideas e intentos de suicidio, al abandono, al retraimiento y a adicciones. Con las agresiones, el hombre pretende restaurar el control perdido sobre la mujer, aunque entienda las agresiones como una conducta impropia de hombres.

Existen diferentes enfoques que abordan esta problemática: psicopatológico- desorden de la personalidad, psicoeducativo profeminista, cognitivo conductual etc. Sin embargo, resulta interesante el enfoque narrativo-constructivo, donde se entiende el género como un dispositivo de poder, que afecta a la construcción de una identidad normativa, que es encarnada en una identidad personal y es relatada en una identidad narrativa (Ponce, 2010).

Siguiendo a Álvaro Ponce (2011), en su artículo “Modelos de intervención con hombres que ejercen violencia de género en la pareja. Análisis de los presupuestos tácitos y reconsideraciones teóricas para la elaboración de un marco interpretativo y de intervención”: “las formas de intervención narrativas y constructivas , tienen en cuenta la condición social y política de la violencia, comprendiendo que, la violencia que desarrollan los hombres contra las mujeres, no es un fenómeno aislado que ocurre en el interior de la mente errónea de un individuo, si no que se trata de un tema social inserto en una subjetividad individual”.

Autores como Abeijón entienden la violencia como una alternativa de conducta frente a otras, premisa que comparto completamente. Esta afirmación apela a la importancia de hacerse responsable de la propia violencia, lo que puede promover acciones reparadoras. Una vez ubicada esta responsabilidad, considero fundamental atender a la narrativa de la persona que ejerce violencia, abriendo el foco tanto a la narrativa social como a la narrativa que se manejó o se maneja en su familia de origen, sin obviar características individuales y personales. En este marco de intervención, pienso que las técnicas de carácter cognitivo- conductual (tiempo fuera, cuestionamiento de ideas irracionales etc), también tienen cabida pero, en mi opinión, serán más eficaces si no se obvia la parte narrativa de la intervención. Como sostiene Abeijón la conducta violenta es siempre sintomática. La creencia en esta afirmación, nos permitirá indagar qué llevó a esa persona a utilizar la violencia física, la persuasión coercitiva etc en su propia dinámica relacional y, sobre todo, en su relación de pareja.

6.5.- Intervención grupal con hombres que ejercen violencia.

Las intervenciones grupales con hombres que ejercen violencia son predominantes a las de carácter individual.

Autores como Navarro Góngora (2015), hacen un magistral recorrido por diferentes tratamientos grupales de distintos autores y enumera los principales módulos que componen estas intervenciones grupales:

       Módulo de entrenamiento en habilidades tales como control (ira, celos etc), relacionales (manejo del conflicto, relación de pareja, función parental), manejo del estrés, mejora de la autoestima, habilidades de generalización de habilidades, identificación y expresión de sentimientos, habilidades cognitivas; señalando que en violencia, la seguridad es lo primero y su control genera un contexto de seguridad imprescindible para otros cambios.

       Módulo de toma de conciencia y de responsabilidad. Se definen las condiciones del trabajo grupal y también se define la violencia de manera precisa y amplia  para impedir su negación o minimización. Se analiza cómo se da la violencia en cada uno de

ellos (episodios violentos, secuencias cognitivas y emociones asociadas a la violencia) y de qué modelos la aprendieron (familia de origen y pares). La confrontación con el grupo ayuda a evitar estrategias de evasión de responsabilidad como son las de culpabilizacion, minimización y negación. Los registros de violencia, los planes de seguridad de la pareja e hijos/as, las alternativas a la violencia y la prevención de recaídas son contenidos de este módulo.

       Módulo de las relaciones sociales. No hay que olvidar que las parejas con redes sociales muy pequeñas o carentes de ellas, no tienen alternativa de contacto salvo entre ellos.

6.6.- Violencia de género en la pareja y resiliencia.

La resiliencia es un proceso constante de interacción íntima entre la persona y su entorno social. Además, desde la perspectiva sistémica, la familia se relaciona con otros ambientes extrafamiliares (vecindario, sistemas profesionales, instituciones etc), de la que formamos parte. Cualquier unidad familiar forma parte de una comunidad.

Cyrulnik (2009) define el tutor de resiliencia como alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un “renacer del desarrollo psicológico” tras el trauma. Este aspecto apela a la responsabilidad como integrantes de una comunidad para hacernos cargo de un problema que, si bien se ha situado en el plano privado, es un problema estructural. En el propio concepto de resiliencia, se observa la importancia de salir de ese plano individual para transitar a otro de carácter familiar y social.

Según Barudy (1998), en el trabajo con la familia y su comunidad, caben destacar tres áreas fundamentales en las que se pueden clasificar las instituciones comunitarias: recursos médico- psicosociales, recursos educativos, recursos responsables de garantizar la protección infantil.

La exploración de tutores/as de resiliencia debe ser el primer paso para su posterior inclusión en el trabajo terapéutico. Por otra parte, la concepción de los y las profesionales como figuras de resiliencia es fundamental para promover intervenciones eficaces que permitan crecer y redefinirse constructivamente a cada persona que está inmersa en un contexto de violencia.

Dado que la resiliencia se genera en interacción social y teniendo en cuenta que, como se ha señalado anteriormente, emociones tales como la humillación y la vergüenza son de carácter social, es preciso atender el papel de la red social en VGP (Navarro Góngora, 2013):

19. Parte de la red-1.png

Así mismo, este cuadro recuerda que la VGP no ocurre de manera aislada, sino que afecta a todo el sistema. Afecta al sistema más inmediato (familia convivencial que suelen ser hijos/as) como a la familia de origen (padres y hermanos/as) y además, al conjunto de amistades. Cualquier intervención que obvie que la VGP afecta a las personas pero también a los sistemas a los que pertenece y de los que forma parte esta persona, no entenderá el problema de manera global, lo que incidirá negativamente en su comprensión y en su intervención, reduciendo posibilidades de cambio.

6.7.- ¿Terapia de pareja en situaciones de violencia de género en la pareja?

Diferentes profesionales consideran oportuno trabajar el tema de la violencia previamente a la terapia de pareja, con el fin de garantizar la seguridad de la mujer y de poder abordar la problemática de pareja dentro de una dinámica relacional más igualitaria. Otros/as autores/as consideran que, si el nivel de riesgo y/o de violencia es bajo y poco apreciable, es posible iniciar terapia de pareja siempre y cuando haya un compromiso explícito (incluso a través de la firma de contrato) de no uso de la violencia.

Jacobson y Gottman establecen estos criterios en esta cuestión:

       Rehusar tratar la violencia como un problema conyugal

       Reconocer la diferencia entre abuso continuado e incidentes de violencia física

       Insistir en un pre-contrato de finalización de la violencia antes de comenzar un tratamiento de pareja, incluso en situaciones en las que no se da una violencia continuada

       El contrato debe incluir un procedimiento de desescalada (ej., tiempo fuera)

       El contrato debe incluir una cláusula que permita al/ la terapeuta remitir a terapia individual o de grupo, si el contrato es violado

       El contrato se revisa al comienzo de cada sesión

       La terapia de pareja se terminará si el contrato es violado

       Se esperará al menos seis meses después de finalizada la terapia de grupo para el violento para empezar la terapia de pareja, insistiendo en la terminación de la terapia si se produce un acto violento

Paymar (2000), por su parte, considera lo siguiente:

       El agresor debe haber completado con éxito un programa de grupo para agresores

       El/ La profesional debe estar convencido de que la violencia (física y psicológica) ha cesado

       La víctima debe tener un plan de seguridad en el caso de que la violencia continúe

       La mujer tiene que sentirse segura

       El/ La profesional ha discutido privadamente con la víctima los riesgos de la terapia de pareja, y la mujer se siente segura de que no habrá violencia como consecuencia de la terapia.

6.8.- Aportaciones psicoterapéuticas en la intervención en violencia de género en la pareja

Siempre se menciona la importancia del contexto terapéutico y del sistema terapéutico. La creación y coconstrucción de un marco donde consultante y terapeuta sientan seguridad. Si bien la seguridad siempre es fundamental, en casos en los que la violencia está presente, es una máxima, dado que las personas tienen una historia previa del que se deriva el mensaje que las relaciones íntimas son peligrosas y pueden dañar.

Diferentes autores/as abordan modelos psicoterapéuticos para la intervención en VGP, existiendo descripciones detalladas de modelos cognitivos- conductuales para la intervención en este tipo de violencia.

Sin negar la idoneidad de estos modelos, en este apartado comentaré el modelo propuesto por Navarro Góngora (2015). A mi entender, este modelo permite intervenir en la historia de maltrato, que también está inserta en una historia afectiva. Considero que este enfoque se deriva de una perspectiva narrativista, de tal manera que en la intervención se atiende al significado de los hechos sucedidos en la historia afectiva y de violencia así como a la identificación de puntos de inflexión que permita a la mujer tomar conciencia de lo que está sucediendo.

Esta propuesta de Navarro Góngora (2015) entiende la violencia como un proceso y relaciona las fases de una historia de violencia crónica con diferentes estrategias de intervención:

       Primera etapa de la historia de violencia. La mujer se mueve entre una minimización de las agresiones y la negación total de lo que ocurre. Sin embargo, al mismo

tiempo que minimiza la violencia, percibe lo que ocurre y la distancia emocionalmente de su pareja. Desde la primera agresión, se produce una menor disponibilidad afectiva aunque no pueda reconocerlo. Persiste la ambivalencia: trata de prevenir las agresiones y trata de continuar con la relación. La creencia de que él tiene una parte buena o que tiene cierto compromiso con la relación, puede inducirla a “rescatar la parte buena de su pareja”, a devolverlo al buen camino, primando la relación a la violencia. La minimización también se ve afectada puesto que él insiste en que el problema es ella, no la violencia que él ejerce. Desde mi punto de vista, mitos de salvación de la pareja y de compatibilidad del amor y violencia así como apostar por la relación a pesar de la violencia (primacía del vínculo sobre la violencia) pueden estar desempeñando un papel importante en esta primera fase.

Navarro Góngora propone estas estrategias de intervención acordes a esta fase:

o        Comprender dicha ambivalencia.

o        Plantear la realidad de la agresión, la cual es evidente y no anecdótica (acumular evidencias).

o        Necesidad de protegerse de esa violencia (protegerse no significa tener que romper la relación, repudia la violencia y no exactamente a la persona).

o        El significado de esa violencia: qué dicen las agresiones de la relación (¿es amor?), de la persona que golpea (¿es de quién me enamoré?) y de la valoración que el que golpea tiene de su pareja (¿ve algo positivo en mí?, ¿golpeamos a alguien cuando percibimos algo positivo en él/ella?).

       La violencia en la etapa crónica. Esta fase se caracteriza por la pérdida de confianza en el criterio propio a favor del de su pareja, estando también presentes el terror, el sometimiento, el aislamiento social, el funcionamiento intelectual impreciso, las dudas, falta

de autoestima así como sintomatología postraumática, ansiedad, depresión y otros posibles problemas físicos y psicológicos. En esta fase, el proceso de acumulación de episodios sigue su curso y además, se atribuye significado a lo que está pasando. Aparecen puntos de inflexión que revelan la verdadera relación, acentuándose la distancia emocional, redefiniendo la imagen de su pareja y la suya propia. Se construye una nueva imagen de la relación, de la pareja y de quién es la víctima para el agresor y de la víctima misma, acumulándose hechos, significados y puntos de inflexión. Sólo es posible acumular si se confía en el propio criterio. De tal manera que, para las mujeres que se someten al criterio de él y no validan el suyo propio, será muy difícil o incluso imposible salir de la violencia.

En esta fase, el autor propone:

o        Ayudarles en el proceso de acumulación, identificando ciertas conductas de la pareja como actos violentos y como una pauta de violencia.

o        Identificación de episodios violentos que suponen una diferencia con respecto a lo que venía pasando (puntos de inflexión), señalando episodios que son nuevos en el patrón de violencia, con el mensaje explícito de que si la violencia cambia, será a peor.

o        Identificar el significado, en términos relacionales y personales de esos episodios de violencia.

o        o        Las estrategias anteriores permiten afianzar la confianza de la mujer en su propio criterio.

       La etapa final de la historia de violencia. La ambivalencia es sustituida por la confianza en el propio criterio y continúa el proceso de acumulación anteriormente descrito. Aparecen los puntos de no retorno, es decir, agresiones que suponen una diferencia con respecto a las agresiones previas y que tienen un carácter marcadamente peligroso. Campbell et al (1998) identifican los siguientes puntos de no retorno: la violencia de ella, su independencia económica, la infidelidad de él, su violencia extrema, ella se define como maltratada y los hijos/as son objeto de violencia. En esta fase, se inician y consolidan las  salidas del hogar, demostrándose a sí misma que puede salir de la relación pero, por otro lado, pueden existir sentimientos que le unen a su pareja, ambivalencia también comprobada en rupturas de relaciones no violentas. En mi opinión, estos puntos de no retorno así como los de inflexión señalados en la etapa anterior, se pueden relacionar con el concepto desarrollado por Perrone y Nannini (1997) de “consenso implícito rígido”, que supone una especie de contrato o acuerdo que comprende tres aspectos: espacial (territorio donde se admite la violencia), temporal (momento en el que se desencadena la interacción y la cronología de los hechos están predeterminados, de tal manera que son momentos ritualizados en los que es muy probable que irrumpa la violencia) y temático (circunstancias o contenido de comunicación que desencadenan el proceso). El consenso implícito rígido no permite metacomunicación y la transgresión de las reglas implícitas del consenso explica la súbita denuncia de la violencia oculta durante años.

Gondolf (2002) señala que salir de una relación violenta sigue una trayectoria similar a salir a una adicción, con recaídas frecuentes hasta que se sale definitivamente. Sin embargo, en cada salida la mujer se demuestra a sí misma que es capaz de dejar una relación violenta (Navarro Góngora, 2015). A su vez, cada salida de la relación tiene un doble mensaje: se denuncia que hay problemas que resolver y, en segundo lugar, si esos problemas no se resuelven, son capaces de dejar la relación.

Estrategias de intervención asociadas a esta fase son:

o        Proseguir con el proceso de acumulación, atendiendo también a los cambios de ella, de su conducta, pensamiento y sentimientos así como a una identidad más positiva que la anterior.

o        Identificar los episodios de violencia que suponen un cambio de pauta (puntos de no retorno).

o        Identificar los cambios de identidad de la mujer hacia una imagen más positiva, retomando el control de sus vidas, atendiendo a la posible exposición a mayor nivel de violencia que deberá ser tratada con medidas de autoprotección.

o        Preparar planes de seguridad para la salida de la relación o para la finalización de la violencia. Las medidas de seguridad son cruciales en este momento puesto que los estudios indican que es en el momento de la ruptura cuando se produce mayor número de asesinatos de mujeres.

Navarro Góngora (2015) señala diferentes objetivos y estrategias de intervención en situación de violencia no crítica, con el fin último de “recobrar y renovar una identidad perdida que fue manipulada por la violencia, la violencia es una experiencia de robo de la identidad”:

       Supervivencia y seguridad de todas las personas implicadas y afectadas por la violencia, actuando el sistema profesional como agente de control social.

       Conseguir que la mujer recupere el control sobre su vida, tanto dentro como fuera del hogar. En el primer caso, evitando situaciones que potencialmente conducen a la

violencia y recuperando control en áreas libres de violencia. En el segundo, a través de la reinserción laboral, reanudación de hábitos y prioridades vitales, reconstrucción de la red social etc. Así mismo, el control también se aplica al control de impulsos.

       Psicoeducación sobre las estrategias de la violencia como control, sobre los efectos de la violencia y del significado de las agresiones (qué le hicieron y cómo se lo hicieron).

       Elaboración de situaciones de violencia que se hayan convertido en traumas. Luxenberg et al (2001) apuntan que “dejar en el pasado” no significa “superar” un trauma, ya que éstos permanecen en el recuerdo de las personas produciendo respuestas emocionales;

todo lo que se termina por conseguir es cambiar la relación entre la víctima y sus traumas, ayudándoles a convivir con lo que les pasó y sin que se sientan destruidas cuando lo evocan. La elaboración de un trauma implica (re)construir una historia, la expresión de emociones asociadas a esos recuerdos, la integración de los acontecimientos dentro de la historia personal y el encuentro de un sentido a ese trauma para posibilitar una experiencia de crecimiento.

       Recuperar la confianza en su propio criterio.

El tiempo es un elemento importante, dado que las mujeres con historias crónicas de violencia suelen estar ancladas en el pasado, con dificultades para vincularse al presente. La elaboración del pasado es fundamental para restar su peso y facilitar esa conexión con el aquí y ahora. No hay que olvidar que el pasado, a través de la narración condiciona el presente.

Me parece fundamental, destacar en este apartado las propuestas de Perrone y Nannini (1997), quienes diferencian distintos tipos de terapia en función de si es una relación de violencia agresión o violencia castigo. Así mismo, distinguen entre salidas de evitación, aquéllas que evitan la violencia sin resolver la problemática y salida de resolución, que modifican condiciones de aparición de la violencia.

Atendiendo a la violencia castigo, los autores señalan que quien tiene la posibilidad de encontrar estrategias de transformación de la violencia es quien se encuentra en posición down, ya que quien está en posición up, sólo la culpabilidad o el sentimiento de fracaso pueden motivarlo para tratar de evitar la violencia.

No es posible finalizar este apartado sin atender a una peculiaridad de cualquier tipo de maltrato que hace referencia a la posibilidad de atención inmediata. Si bien esta actuación no pertenece al contexto terapéutico, merece una breve mención por su frecuencia y por su posible concomitancia con un proceso terapéutico así como su anterioridad al mismo. La intervención en un momento de crisis en cualquier tipo de maltrato supone un desafío para el sistema profesional, por este motivo y siguiendo a Labrador y cols (2011), señalaré algunos aspectos fundamentales en casos de acción inmediata:

       Expresión emocional (acogida)

       Valoración de la peligrosidad. Si bien el juicio clínico es irrempazable, existen instrumentos validados de valoración del riesgo así como literatura e investigación sobre los factores prevalentes a la hora de evaluar el riesgo y peligrosidad. No obstante, la extensión de este tema no puede ser abordada en este trabajo.

       Implementación de estrategias urgentes de afrontamiento y elaboración de un plan de seguridad individualizado. Desde mi punto de vista, en este momento será importante decidir la activación de recursos de urgencia y emergencia (centro de salud etc) y de dispositivos sociales a disposición de la mujer (centro de emergencia etc) así como de su red familiar y social, respetando siempre las decisiones de la propia mujer.

En cuanto a la denuncia, considero más conveniente que sea la propia mujer quien tome esta decisión.

Como señala Navarro Góngora (2015), es crucial en cualquier intervención en crisis, consolidar la confianza en el criterio de la mujer víctima para que pueda seguir avanzando en el control de su vida. Este autor apela a la importancia de trazar con la mujer posibles planes de supervivencia (huida) y de seguridad.

6.9.- Intervención grupal con mujeres víctimas de violencia de género en la pareja

José Armando Ahued y colaboradores (2014) proponen programas protocolizados sobre intervenciones con mujeres víctimas de VGP.

Los autores proponen 16 sesiones grupales, de carácter semanal, de 120 minutos, utilizando las técnicas de intervención del modelo sistémico con conceptos constructivistas (resignificación, externalización del síntoma, redes sociales, rituales y metáforas) abordando estos ejes temáticos:

       Violencia de género

       Poder, jerarquía y roles

       Círculo de la violencia

       Violencia ejercida

       Aspectos jurídicos

       Emociones

       Autoestima

       Comunicación y asertividad

       Manejo de estrés

       Toma de decisiones

       Plan de vida

       Redes de apoyo y reinserción social.

6.10.- Intervención con menores víctimas de violencia de género en la pareja

Como se ha comentado anteriormente, la VGP es un tipo de maltrato, que supone un delito y además implica un nivel de riesgo para las personas que la sufren. Los y las menores están inmersos en este contexto de violencia y es imprescindible atender a su bienestar, recordando que además es una obligación reconocida en nuestro marco legislativo.

Por lo tanto, el primer punto a tratar en este apartado hace referencia explícita al riesgo que para el y la menor tiene la situación de violencia. Este aspecto es crucial y plantea una importante decisión profesional sobre si es preciso activar un contexto de control para garantizar el bienestar del/ de la menor.

Siguiendo a López et al, hay que tener en cuenta, entre otros, los siguientes aspectos de cara a la evaluación del riesgo en el que se encuentra el o la menor:

       No hacer juicios de valor sobre las declaraciones del niño o niña, ni cuestionar su veracidad.

       Evaluar la existencia en términos de severidad y no tanto en términos de frecuencia.

       Tener en cuenta la relación con el padre y con la madre, estudiando los factores de riesgo y de protección de cada una de las relaciones.

       Identificar cuándo ocurrió el último episodio de violencia, dado que el relato del niño y de la niña puede estar influenciado por la distancia temporal o también por la fase de “luna de miel” que la pareja puede estar viviendo.

       Realizar un cronograma donde se pueda percibir la edad del niño o de la niña en los momentos en que comenzó la violencia o en los períodos en los que ésta se agravó, los momentos en que hubo separación de la pareja o en otros momentos que se consideren significativos.

       Explorar la existencia de factores de riesgo y protección a nivel individual, familiar y comunitario.

       Atender a la especificidad de las franjas con las que se está trabajando.

       Evaluar variables tales como: la tipología, severidad y frecuencia de los malos tratos; grado de protección dada al menor por el medio; fuerza y calidad del vínculo con la madre; grado de resiliencia del/ la menor y edad del niño o niña.

Una idea repetida a lo largo de este trabajo es que la VGP, mayoritariamente, se genera en una unidad familiar, caracterizada por la existencia de hijos/as en común. Al y la menor se le entiende en su contexto familiar, en su entorno más inmediato, en su primer núcleo afectivo y en la unidad familiar donde se establecen las primeras vinculaciones  afectivas (apego). Este aspecto obliga a plantearse la situación relacional de los y las hijos/as con su padre y con su madre, es decir, obliga a valorar el riesgo en la relación paterno y maternofilial.

Escudero (2011) plantea las siguientes situaciones:

       Valoración del riesgo en la relación padre- hijos/as. Supone valorar si la relación con el padre se interrumpe o no y en qué circunstancias. Las posibles situaciones son variadas: desde padres que maltratan a su pareja pero que cuidan a sus hijos/as a padres que utilizan a los y las hijos/as para hacer daño a su pareja (triangulaciones desconfirmatorias señaladas en el apartado 5.7) incluso llegando a extremos de asesinar a sus propios/as hijos/as. Entre estas dos situaciones, está el derecho fundamental de la infancia a tener un padre.

Este autor contempla estas posibles actuaciones:

o        Si no se constata ningún daño potencial y la relación de padre- menor no supone riesgo, habría que definir cómo mantener la relación salvaguardando la relación de la madre (que comparte la relación con sus hijos/as).

o        Si se constata que hay daño potencial pero el padre está dispuesto y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo, podría mantenerse la relación en condiciones controladas, atendiendo a la seguridad de la madre.

o        o Si se constata un daño potencial y el padre no está dispuesto o no tiene capacidad para cambiar la relación debe ser suspendida ya que existe peligro y riesgo.

       Valoración del riesgo en la relación madre- hijos/as. Aunque madre y menores sean víctimas, pueden darse situaciones en las cuales exista este riesgo como por ejemplo: situaciones en las que la madre utiliza la violencia para evitar que los hijos/as “molesten” al padre o afectación de las capacidades de cuidado a los/as menores por parte de la mujer afectada a nivel físico y/o psicológico.

Al igual que en el caso anterior, Escudero (2011) propone tres actuaciones según la situación en la que estemos:

o        No se constata ningún daño potencial. La relación entre madre- menor puede continuar sin ninguna medida de protección.

o        Se constata un daño potencial pero la madre está dispuesta y tiene capacidad para cambiar las condiciones de riesgo. Se mantiene la relación pero en condiciones controladas, estableciéndose un plan de intervención determinado.

o        Se constata que hay daño potencial y la madre no está dispuesta o no tiene capacidad para cambiar. La relación debe ser suspendida ya que existe una situación de riesgo.

Es bastante común entender la recuperación integral de la mujer víctima de VGP desde una perspectiva individual, centrada en su recuperación personal. Lógicamente este aspecto es imprescindible pero no suficiente, dado que muchas mujeres que han sufrido violencia son también madres y es esencial trasladar la intervención a su rol materno. La VGP puede afectar a las habilidades marentales de la mujer, afectando a su sentimiento de identidad como madres. Por un lado, la recuperación de la madre es clave para la recuperación del/ la menor, dado que ésta es un referente vital básico y hay que procurar que la madre sea figura protectora y nutricia para sus hijos/as. Por otra parte, los y las menores avanzarán en su recuperación de una manera más idónea si son acompañados/as de personas adultas en este proceso. Por último, la intervención en el rol materno permite promover el ejercicio activo de las funciones marentales, tras haber sentido que ha perdido el control de su vida.

Sin embargo, la madre puede presentar diferentes discursos ante la propuesta de intervenir con sus hijos/as. A su vez, es básico que estas madres no tengan la expectativa de cambiar al padre de sus hijos/as o de considerar una resolución judicial determinada como la única solución, puesto que estas expectativas no son atribuibles a su control y se sitúan fuera de ellas y de la relación con sus hijos/as. Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, describen los siguientes discursos y las posibilidades de actuación ante los mismos:

       Madres que creen que no es necesario intervenir con sus hijos e hijas porque están preservados y no se dan cuenta de lo que sucede. Ante este discurso, es importante tratar el sufrimiento de los y las menores para que la mujer tome conciencia de ese dolor, acompañado de reforzar la importancia de su rol materno y del vínculo que le une a sus hijos/as.

       Madres que tienen mucho miedo de lo que pueda suceder si se trabaja con sus hijas e hijos por las repercusiones que pueda tener. En estas situaciones, la mujer tiende a vivir la propuesta profesional como una amenaza y no como una oportunidad de mejorar su rol materno. Los principales miedos que suelen sentir las mujeres víctimas de VGP ante una propuesta de intervención son:

o        Cuestionamiento de su rol materno.

o        Que sus hijos e hijas salgan más dañados después de hablar de lo que han vivido y de lo que sienten. En estos casos, mitos sobre no hablar de lo ocurrido y secretos pueden estar presentes.

o        Retirada de la custodia de los y las menores.

En esta situación, es fundamental que la mujer explicite sus miedos, siguiendo su propio ritmo.

       Madres que delegan en el sistema profesional la responsabilidad de recuperación de sus hijas o hijos. Explicitar los sentimientos que subyacen bajo este discurso ayuda a hablar de posibles emociones como impotencia, tendencia a colocar la responsabilidad fuera de ellas, sensación de decepción porque el/ la menor no responde como la madre desearía. Muchas veces, estas madres no pueden conectar con el sufrimiento de los y las menores o piensan que el problema reside en los y las menores. La intervención profesional facilita que la madre pueda reconocer los aspectos positivos y sanos de su hijo o hija, reforzando el vínculo entre ellos.

       Madres que pueden colaborar con la intervención desde el primer momento. Estas madres expresan preocupación por sus hijos e hijas y empatizan con el dolor y sufrimiento derivado de la violencia vivida en su entorno. Estas mujeres suelen presentar una historia en la familia de origen con menos índice de violencia o posibilidad de haber vivido modelos de relación no violentos. Han aprendido lo que significa el respeto y cuidado de los hijos/as, pudiendo responder ante indicadores de malestar de los y las menores.

Centrándonos en los y las menores como miembros de una unidad familiar con sus propios mitos, cultura familiar, normas, reglas y roles, Agustín y otros (2007) señalan seis situaciones típicas y sus objetivos de intervención en cuanto a la percepción que los y las menores tienen sobre la VGP, pudiéndose establecerse correspondencia con los roles definidos anteriormente en el apartado 5.7.

       Visión de la violencia como conducta normalizada. En este caso, un objetivo de intervención clave sería fomentar el cuestionamiento de las creencias y modelos de relación familiar.

       Negación de la situación de violencia como mecanismo de defensa. Ante esta situación, sería conveniente reducir el miedo a hablar sobre violencia, fomentando la confianza en un ambiente de aceptación incondicional.

       Autoculpabilización por la violencia. El trabajo sobre los sentimientos de culpa y el señalamiento de no justificación del uso de la violencia son cruciales. Así mismo, el trabajo con la madre al mismo tiempo permite potenciar un discurso claro y desculpabilizador.

       Triangulación. En esta situación, hay que potenciar la recuperación del papel del y la menor, disminuyendo su nivel de exigencia y centrándose en cuestiones propias de su edad, resituando a las personas adultas como responsables de las decisiones.

       Toman partido por la madre:

o        En el momento de la discusión se coloca delante de la madre. El objetivo sería romper la relación fusional con la madre y promover su autonomía en cuanto a persona diferenciada según se edad.

o        En el momento de la discusión se coloca detrás de la madre. Fundamental trabajar con la madre devolver seguridad a su hijo o hija, reforzando su papel de figura adulta y protectora.

En ambos casos, es importante ayudar a que el/ la menor exprese sus emociones y a recuperar una imagen realista del padre.

       Toman partido por el padre. En este caso, es imprescindible construir una visión realista del padre y de la madre, evitando la desacreditación de ésta.

6.11.- Intervención con hombres que ejercen violencia.

Inicio este apartado con una reflexión de Madanes, que si bien puede resultar provocadora, considero que abre posibilidades de comprensión de un fenómeno tan complejo como es la violencia en relaciones íntimas. Madanes (1993) menciona que tiene ideas diferentes respecto al dilema del amor y la violencia conyugal. Esta autora refiere que la violencia coexiste con el amor como una forma de demostrar amor por el otro, aludiendo que cuanto más intenso es, más cerca está de la violencia y que cumple una función ya sea de protección o para obtener amor o para unir o cualquiera que sea la necesidad en las relaciones. Esta reflexión, si bien puede resultar provocadora, considero que abre  posibilidades a entender la complejidad de esta problemática de la violencia.

Ruhama Goussinsky y Dalit Yassour- Borochowitz (2012), en investigación cualitativa concluyeron que los asesinatos correlacionaban con el intento de la mujer de finalizar la relación. A los homicidas les resultaba imposible aceptar el rechazo y la pérdida del vínculo. La mujer representaba su única fuente de sentido, viviendo su ausencia como una amenaza intolerable a su identidad, unido al aislamiento social les lleva a la desesperación, ansiedad, depresión, ideas e intentos de suicidio, al abandono, al retraimiento y a adicciones. Con las agresiones, el hombre pretende restaurar el control perdido sobre la mujer, aunque entienda las agresiones como una conducta impropia de hombres.

Existen diferentes enfoques que abordan esta problemática: psicopatológico- desorden de la personalidad, psicoeducativo profeminista, cognitivo conductual etc. Sin embargo, resulta interesante el enfoque narrativo-constructivo, donde se entiende el género como un dispositivo de poder, que afecta a la construcción de una identidad normativa, que es encarnada en una identidad personal y es relatada en una identidad narrativa (Ponce, 2010).

Siguiendo a Álvaro Ponce (2011), en su artículo “Modelos de intervención con hombres que ejercen violencia de género en la pareja. Análisis de los presupuestos tácitos y reconsideraciones teóricas para la elaboración de un marco interpretativo y de intervención”: “las formas de intervención narrativas y constructivas , tienen en cuenta la condición social y política de la violencia, comprendiendo que, la violencia que desarrollan los hombres contra las mujeres, no es un fenómeno aislado que ocurre en el interior de la mente errónea de un individuo, si no que se trata de un tema social inserto en una subjetividad individual”.

Autores como Abeijón entienden la violencia como una alternativa de conducta frente a otras, premisa que comparto completamente. Esta afirmación apela a la importancia de hacerse responsable de la propia violencia, lo que puede promover acciones reparadoras. Una vez ubicada esta responsabilidad, considero fundamental atender a la narrativa de la persona que ejerce violencia, abriendo el foco tanto a la narrativa social como a la narrativa que se manejó o se maneja en su familia de origen, sin obviar características individuales y personales. En este marco de intervención, pienso que las técnicas de carácter cognitivo- conductual (tiempo fuera, cuestionamiento de ideas irracionales etc), también tienen cabida pero, en mi opinión, serán más eficaces si no se obvia la parte narrativa de la intervención. Como sostiene Abeijón la conducta violenta es siempre sintomática. La creencia en esta afirmación, nos permitirá indagar qué llevó a esa persona a utilizar la violencia física, la persuasión coercitiva etc en su propia dinámica relacional y, sobre todo, en su relación de pareja.

6.12.- Intervención grupal con hombres que ejercen violencia.

Las intervenciones grupales con hombres que ejercen violencia son predominantes a las de carácter individual.

Autores como Navarro Góngora (2015), hacen un magistral recorrido por diferentes tratamientos grupales de distintos autores y enumera los principales módulos que componen estas intervenciones grupales:

       Módulo de entrenamiento en habilidades tales como control (ira, celos etc), relacionales (manejo del conflicto, relación de pareja, función parental), manejo del estrés, mejora de la autoestima, habilidades de generalización de habilidades, identificación y expresión de sentimientos, habilidades cognitivas; señalando que en violencia, la seguridad es lo primero y su control genera un contexto de seguridad imprescindible para otros cambios.

       Módulo de toma de conciencia y de responsabilidad. Se definen las condiciones del trabajo grupal y también se define la violencia de manera precisa y amplia  para impedir su negación o minimización. Se analiza cómo se da la violencia en cada uno de

ellos (episodios violentos, secuencias cognitivas y emociones asociadas a la violencia) y de qué modelos la aprendieron (familia de origen y pares). La confrontación con el grupo ayuda a evitar estrategias de evasión de responsabilidad como son las de culpabilizacion, minimización y negación. Los registros de violencia, los planes de seguridad de la pareja e hijos/as, las alternativas a la violencia y la prevención de recaídas son contenidos de este módulo.

       Módulo de las relaciones sociales. No hay que olvidar que las parejas con redes sociales muy pequeñas o carentes de ellas, no tienen alternativa de contacto salvo entre ellos.

6.13.- Violencia de género en la pareja y resiliencia.

La resiliencia es un proceso constante de interacción íntima entre la persona y su entorno social. Además, desde la perspectiva sistémica, la familia se relaciona con otros ambientes extrafamiliares (vecindario, sistemas profesionales, instituciones etc), de la que formamos parte. Cualquier unidad familiar forma parte de una comunidad.

Cyrulnik (2009) define el tutor de resiliencia como alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un “renacer del desarrollo psicológico” tras el trauma. Este aspecto apela a la responsabilidad como integrantes de una comunidad para hacernos cargo de un problema que, si bien se ha situado en el plano privado, es un problema estructural. En el propio concepto de resiliencia, se observa la importancia de salir de ese plano individual para transitar a otro de carácter familiar y social.

Según Barudy (1998), en el trabajo con la familia y su comunidad, caben destacar tres áreas fundamentales en las que se pueden clasificar las instituciones comunitarias: recursos médico-psicosociales, recursos educativos, recursos responsables de garantizar la protección infantil.

La exploración de tutores/as de resiliencia debe ser el primer paso para su posterior inclusión en el trabajo terapéutico. Por otra parte, la concepción de los y las profesionales como figuras de resiliencia es fundamental para promover intervenciones eficaces que permitan crecer y redefinirse constructivamente a cada persona que está inmersa en un contexto de violencia.

Dado que la resiliencia se genera en interacción social y teniendo en cuenta que, como se ha señalado anteriormente, emociones tales como la humillación y la vergüenza son de carácter social, es preciso atender el papel de la red social en VGP (Navarro Góngora, 2013):

Así mismo, este cuadro recuerda que la VGP no ocurre de manera aislada, sino que afecta a todo el sistema. Afecta al sistema más inmediato (familia convivencial que suelen ser hijos/as) como a la familia de origen (padres y hermanos/as) y además, al conjunto de amistades. Cualquier intervención que obvie que la VGP afecta a las personas pero también a los sistemas a los que pertenece y de los que forma parte esta persona, no entenderá el problema de manera global, lo que incidirá negativamente en su comprensión y en su intervención, reduciendo posibilidades de cambio.

6.14.- ¿Terapia de pareja en situaciones de violencia de género en la pareja?

Diferentes profesionales consideran oportuno trabajar el tema de la violencia previamente a la terapia de pareja, con el fin de garantizar la seguridad de la mujer y de poder abordar la problemática de pareja dentro de una dinámica relacional más igualitaria. Otros/as autores/as consideran que, si el nivel de riesgo y/o de violencia es bajo y poco apreciable, es posible iniciar terapia de pareja siempre y cuando haya un compromiso explícito (incluso a través de la firma de contrato) de no uso de la violencia.

Jacobson y Gottman establecen estos criterios en esta cuestión:

       Rehusar tratar la violencia como un problema conyugal

       Reconocer la diferencia entre abuso continuado e incidentes de violencia física

       Insistir en un pre-contrato de finalización de la violencia antes de comenzar un tratamiento de pareja, incluso en situaciones en las que no se da una violencia continuada

       El contrato debe incluir un procedimiento de desescalada (ej., tiempo fuera)

       El contrato debe incluir una cláusula que permita al/ la terapeuta remitir a terapia individual o de grupo, si el contrato es violado

       El contrato se revisa al comienzo de cada sesión

       La terapia de pareja se terminará si el contrato es violado

       Se esperará al menos seis meses después de finalizada la terapia de grupo para el violento para empezar la terapia de pareja, insistiendo en la terminación de la terapia si se produce un acto violento

Paymar (2000), por su parte, considera lo siguiente:

       El agresor debe haber completado con éxito un programa de grupo para agresores

       El/ La profesional debe estar convencido de que la violencia (física y psicológica) ha cesado

       La víctima debe tener un plan de seguridad en el caso de que la violencia continúe

       La mujer tiene que sentirse segura

       El/ La profesional ha discutido privadamente con la víctima los riesgos de la terapia de pareja, y la mujer se siente segura de que no habrá violencia como consecuencia de la terapia.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Pablo Blanco

La última encíclica de Benedicto XVI invita a progresistas y conservadores a repensar sus posturas y sus actitudes

Almudena Alegre Hernándo

V.- Violencia de género en la pareja: de lo individual a lo familiar

La violencia interpersonal, especialmente a la que están expuestos los niños, es la causa más importante y prevenible de enfermedad mental. Lo que el fumar es a la medicina, la violencia en la niñez lo es a la psiquiatría. (Steve Scharfstein, 2006)

La VGP sucede en un contexto familiar, dentro de una unidad familiar.

Como se ha descrito en apartados anteriores, este tipo de maltrato se dirige a la mujer, dentro de una relación violenta, asimétrica rígida. Fundamental es entender las estrategias de maltrato y cómo la capacidad cognitiva, emocional y conductual de la mujer se ve afectada, sin obviar las posibles repercusiones biológicas y neurológicas así como la afectación de su calidad de vida. Esencial es intervenir con las mujeres que viven este maltrato. No obstante, esta violencia no se trataría correctamente si obviamos que ocurre en una unidad familiar y que todos sus miembros sufren, viven y se ven afectados por esta violencia.

No podemos olvidar que este maltrato afecta a las mujeres que la padecen, a sus hijos y a sus hijas, entornos familiares y a la sociedad, en general. Se trata de un problema que se proyecta a nivel horizontal (hacia las mujeres y sus entornos familiares) y a nivel vertical (hacia sus descendientes), pudiéndose perpetuar este tipo de violencia en futuras generaciones. Es decir, la magnitud y alcance de este problema es realmente profundo y su abordaje será más adecuado, si se plantea de manera integral.

Con el objetivo de pasar de una concepción individualista a una familiar, más holística e integral, se tratarán diferentes conceptos a lo largo de este punto: la dinámica y estructura familiar, la pareja conyugal y parental y las personas afectadas por esta violencia (mujeres, menores y hombres). Si bien, tal como he señalado en la fundamentación y justificación del trabajo, la persona que ejerce violencia, en este caso el hombre, es responsable de ella y la violencia nunca tiene justificación, considero importante entender qué ha llevado a esa persona a elegir la violencia frente a otras formas de conducta. Atender a los hombres que ejercen violencia es un acto de prevención de futuros casos de maltrato.

Este apartado se completará con otros conceptos como el análisis de las familias de origen de hombres que ejercen maltrato y mujeres víctimas, que arrojen luz a la comprensión profesional de esta grave problemática social, alejándonos de moralismos y de juicios de valor. Así mismo, los aspectos transgeneracionales también serán tratados.

5.1.- Dinámica y estructura familiar

La estructura relacional dentro del sistema familiar es uno de los factores fundamentales que se deben valorar para comprender los mecanismos que subyacen a la violencia dentro de la familia.

La terapia estructural de Minuchin se fundamenta en el concepto de estructura, que hace referencia a las pautas de interacción que ordenan a los subsistemas que componen una familia en relaciones que presentan algún grado de constancia. En las estructuras se organizan subsistemas relativamente estables, con términos tales como alianzas, límites (que suponen reglas de participación) y jerarquía (que apelan a las reglas de poder) que caracterizan el mapa de la organización familiar.

En este apartado, se tratarán conceptos estructurales tales como mapas familiares, límites, poder y fronteras.

Valentín Escudero (2011) en “Impacto de la violencia de género sobre niños, niñas y adolescentes. Guía de intervención”, expone de manera magistral los diferentes mapas familiares que pueden darse con sus oportunas explicaciones.

       Relación simétrica en el subsistema parental:

En mi opinión, en este caso, estaríamos hablando más de conflictividad que de maltrato, puesto que la interacción es simétrica en el primer caso y asimétrica en el segundo.

La funcionalidad de este sistema viene alterada por el mantenimiento de la simetría por los miembros de la pareja, quienes emplean la fuerza, verbal y/o física, dentro de esa simetría rígida.

11. Relación simétrica en el subsistema parental.png

La permeabilidad del holón parental afectará a las repercusiones negativas en los/as hijos/as. Por ejemplo, pueden darse casos en los que la permeabilidad del sistema parental es baja y, por tanto, los hijos/as no son testigos directos de la violencia sino de las consecuencias a nivel anímico y/o físico en los padres y madres. Si la permeabilidad es alta, sin embargo, los niños y niñas pueden ser testigos e incluso sufrir directamente el impacto físico y emocional de la violencia.

       Relación complementaria en el subsistema parental:

La complementariedad rígida se consigue con el uso de la violencia psicológica y física por parte del hombre, logrando la sumisión absoluta y el terror de la mujer, quien está jerárquicamente por debajo y se anula cualquier intento de cambio en la definición de la relación.

12. Relación complementaria en el subsistema parental.png

Se suele producir un aislamiento del sistema familiar del entorno y de la mujer, tal como se ha descrito en apartados anteriores, lo que aporta mayor rigidez a esa complementariedad. Inevitablemente, la permeabilidad del subsistema parental es alta,  siendo imposible que estos comportamientos no lleguen a los hijos e hijas. Por eso la madre construye un subsistema de supervivencia:

La madre crea ese subsistema de supervivencia para:

       Proteger a hijos e hijas del padre. Si “molestan” al padre, éste puede volcar su agresividad hacia ellos/as.

       Protegerse ella misma. Si los hijos o hijas “molestan” al padre, éste vuelca su agresividad hacia la madre (por “incompetente” en el control de sus hijos/as).

Para que este subsistema de supervivencia sea eficaz, la madre debe definir una relación complementaria muy rígida en la que se asegure que cualquier orden es cumplida sin discusión y de inmediato. Para mantener este subsistema debe tener una cierta fuerza física y anímica que va disminuyendo a medida que pasa el tiempo y el abuso psicológico se prolonga.

 

Ante esta relación complementaria los hijos e hijas pueden reaccionar:

       Oponiéndose (no acepta esa definición de la relación) lo que genera el siguiente proceso:

M ordena algo a H1 para “no molestar” a P                  H1 hace lo contrario y “molesta” a P            P  agrede a M             M tiene que esforzarse mucho más (aumenta la rigidez) en que H1 obedezca      H1         tiene más motivos para oponerse y no obedece

 

       H1 se coloca o es colocado en una posición de control sobre una “mayor dosis” de violencia que puede recibir la madre lo que le da poder sobre ella. También le coloca como aliado (o falso aliado) del padre en contra de la madre, comprometiendo el subsistema de supervivencia.

       Cooperando con la madre (acepta esa definición de la relación). En este caso H1 colabora con la madre en cumplir lo que ésta le ordena e incluso lo que puede ordenar

(hiperresponsabilidad). Se coloca o es colocado en una posición de control sobre una “menor dosis” de violencia que puede recibir la madre. También le coloca como aliado (o falso aliado) de la madre en contra del padre, reforzando el subsistema de supervivencia.

       Relación complementaria inversa en el subsistema paternofilial:

Uno16. .png o varios elementos del subsistema filial se colocan (o se les deja colocar) jerárquicamente por encima del subsistema parental. Esta situación se ajustaría más a casos  de violencia filioparental.

J. Corsi (1999), señala que los estudios realizados con familias que presentan problemas de violencia muestran un predominio de estructuras familiares de corte autoritario, en las que la distribución de poder sigue los parámetros dictados por los estereotipos culturales. Habitualmente, este estilo verticalista no es percibido por la mirada externa, ya que la imagen social de la familia puede ser sustancialmente distinta de la imagen privada, encontrándose muchas veces estas familias en situación de cierto aislamiento social.

En las unidades familiares donde existe violencia, aparecen estructuras donde existe una desigualdad jerárquica fija. El que ejerce la violencia es quien define la situación y debe decidir sobre lo que sucede. De manera circular, los miembros de la familia delegan la elección de prácticas en quien reconocen como autoridad. Por otra parte, es frecuente que en unidades familiares donde hay maltrato, haya déficit en la autonomía de sus miembros y una significativa interdependencia de unos/as y otros/as, con fronteras extrafamiliares rígidas, lo que supone la existencia de pocos referentes externos y lealtad extrema a la familia, donde, probablemente el proceso de autonomía e individuación esté comprometido.

Con el fin de aproximarnos de una manera más detallada a las unidades familiares en las que hay violencia, es fundamental atender a las creencias, mandato y mitos “validados” que perpetúan el abuso, teniendo en cuenta que los mitos (Ferreira) son “los conjuntos de creencias sistematizadas y compartidas por todos los miembros de la familia respecto de sus roles mutuos y de la naturaleza de su relación, determinando las conductas, interacciones y rutinas familiares”. Algunos de estos mitos, reglas (reconocidas, implícitas o secretas), creencias y mandatos son:

       “Los grupos son eficaces cuandos siguen a un jefe. Alguien tiene que estar al mando”.

       “Los hombres están mejor entrenados para mandar que las mujeres: pueden controlar las emociones y son más racionales”.

       “Discutir o disentir es peligroso”

       “Quien es superior y responsable es quien debe ser obedecido y tiene derecho sobre sus subordinados”.

       “Las organizaciones deben ser verticales”.

       “Las familias son más importantes que las personas”

       “No es bueno meterse en los problemas entre marido y mujer”.

       “La privacidad familiar debe ser respetada”.

       “Los trapos sucios se lavan en casa”.

       “Las mujeres son quejosas”.

       “Las mujeres son un misterio, por lo tanto son amenazantes”.

       “Las mujeres se encargan del mundo privado y los hombres del mundo público”.

       “Los hombres son los responsables del funcionamiento de su familia y tienen que mostrar y ejercer su autoridad”.

       “Nadie tiene derecho a intervenir en algo que ocurre a MI hijo y/o a MI mujer”.

       “En casa manda el hombre”.

Siguiendo a Ravazolla (1997) se puede describir de la siguiente manera el abuso familiar. Este esquema, por una parte, explica ideas, acciones y estructuras que mantienen las personas implicadas en una situación de violencia y/o abuso, es decir, la persona abusadora, la abusada y la testigo/ contexto. A su vez, este cuadro propone nueve alternativas de intervención.

17. ACTORES.png

Madanes (1997) refiere cuatro dimensiones en la interacción familiar:

       Control y poder, cuya principal emoción es el miedo.

       Deseo de ser amado/a que puede sacar las mejores cualidades de una persona pero también puede desembocar en irracionalidad, egoísmo y daño. La emoción que predomina es la de deseo, frustración y malestar.

       Deseo de amar y proteger a otras personas, que puede suscitar intrusividad, posesividad, dominación y violencia, siendo la emoción prevalente la desesperación.

       Arrepentimiento y dolor, es la cuarta dimensión de la interacción familiar violenta. La emoción que sobresale es la de vergüenza por lo que se ha hecho o dejado de hacer o por no poder perdonar.

5.2.- La familia ante la violencia

No hay duda de que la mayoría de los aprendizajes sobre cómo ser hombre o mujer se aprenden en la familia, con la educación que recibimos y a la vez con el modelo de relación conyugal de nuestros propios padres.

La pareja se forma a partir de dos personas que provienen de dos unidades familiares diferentes, con la influencia propia de su familia de origen, con dos culturas y mitologías que se encuentran y además se incluyen diferentes expectativas sobre la pareja.

Cárdenas y Ortiz (2011) señalan que “cuando los padres quieren, valoran y protegen a sus hijos, éstos tienen más posibilidades de elegir a una pareja adecuada”, apuntando que “la familia donde nacemos nos condiciona, pero nunca es totalmente determinante”.

Siguiendo a estas dos autoras, se describen los diferentes tipos de familia de origen, que pueden afectar al desarrollo de futuras relaciones violentas y a la búsqueda de compañeros sentimentales no adecuados:

       La familia que triangula. La triangulación es una interrelación entre tres personas, que ocurre cuando dos de ellas tienen un conflicto e invitan a participar a un tercero, generalmente los hijos/as, para buscar ganar al otro. Estos menores quedan inmersos en un profundo conflicto de lealtades, realizando un papel de pseudopareja de uno de sus padres y enfrentado a otro. Esta situación vivida en la familia de origen puede interferir en su propio proceso de emparejamiento, puesto que la intimidad tan intensa con el progenitor aliado no facilita el encuentro de una pareja. Las autoras hablan de personas carenciadas en la protección a sí mismas y hacia las otras personas, con muchas dificultades para aceptar los límites y con necesidad de sentirse queridos/as incondicionalmente. Muestran problemas para manejar emociones y sienten el miedo como una emoción prevalente sobre las otras, lo cual provoca un estado de alerta y de paso a la acción a través de mecanismos poco controlables. Cárdenas y Ortiz (2011) advierten que: “cuando se repite la historia vivida, el género es decisivo para determinar el lugar que ocupará cada uno en una relación maltratante. Generalmente, los hombres, al tener la fuerza física, aprenden a pasar al acto, sin tener demasiada conciencia de lo que ocurre con ello. Las mujeres, en cambio, debido al aprendizaje del rol femenino a través de la historia, no acostumbran a utilizar la fuerza, sino que reproducen el desamparo: no les han enseñado a defenderse ni a cuidarse. En el momento en el que ellas necesitarían un respaldo familiar para poner unos límites a su compañero, se encuentran solas sin saber siquiera si tienen el derecho de cambiar la situación”.

       La familia que maltrata físicamente. Las autoras indican que “suelen ser los hijos varones los que, tras haber sido maltratados, giran la violencia contra sus padres y, posteriormente, la dirigen contra sus parejas. En cambio, son mujeres las que repiten la situación de indefensión en la pareja cuando han sido maltratadas o incluso abusadas sexualmente”.

       La familia que abandona emocionalmente. Cárdenas y Ortiz describen a la pareja de padres que abandonan emocionalmente como “una constelación cerrada, en la que los hijos no tienen demasiada cabida, bastándose con tenerse el uno al otro, ya sea por amor o por el entendimiento agradable con que resuelven la vida”. Esta falta de cuidado afectará a ambos sexos, pero las que tienen más tendencia a verse influidas por ella e involucrarse en  una relación violenta como receptoras del maltrato, son las mujeres. Las autoras añaden que “a la hora de emparejarse, cargan con tal laguna afectiva, que es muy probable que topen con personas inadecuadas. Nuevamente estas mujeres, que han sido abandonadas emocionalmente en la infancia, se tropiezan con la necesidad de sentirse queridas y se ponen al servicio de otra persona con escasas probabilidades de saber cómo defenderse porque  nadie les ha enseñado”.

       La familia con dificultades para poner límites. Este tipo de familia se caracteriza por no poner límites y por la desatención emocional, siendo más probable que sean los hijos los que ejerzan violencia, dado que les cuesta aceptar un no, ponerse en el lugar de la otra

persona y utilizan la violencia como manifestación de sus frustraciones. De tal manera que pueden convertirse en hombres apáticos, con baja o nula tolerancia a la frustración. Esta apatía y esa falta de sentido de la vida, se ve deformada por espejismo de la pareja, como si fuera responsabilidad de la otra persona hacerlos felices.

5.3.- Mujeres víctimas de violencia de género en la pareja

En este apartado, se analizarán las diferentes emociones predominantes en las mujeres que viven violencia en su relación de pareja, puesto que estas emociones surgen de las propias estrategias del maltrato y ambas tienen un papel importante sobre los efectos últimos de la violencia.

Antes de enumerar las diferentes emociones, destacar, de nuevo, la imprevisibilidad de las agresiones. Esta imprevisibilidad provoca en la mujer un estado de alerta continuo y una respuesta de estrés mantenida en el tiempo que produce cambios físicos, hormonales, neurofisiológicos, así como una sensación de suspensión en el transcurso del tiempo subjetivo, estrechamiento de la conciencia, anticipación de situaciones temidas, pérdida de experiencias dado que “sólo se está pendiente de él”, entre otros. Las mujeres estén inmersas en crisis múltiples (agresiones) con alto nivel de estrés, dentro de una relación violenta a nivel físico y emocional; de tal manera que es difícil elaborar lo que está ocurriendo, con acciones tendentes a la supervivencia (es decir, evitar ser golpeada o bien ella o bien sus hijos/as).

Siguiendo a Antonio Escudero (2009), destacamos estas emociones:

       Miedo. El miedo a lo que pueda ocurrir como a su imprevisibilidad, con respuestas de paralización, huída o ataque. El miedo prevalece a pesar de la ruptura.

       Sorpresa e imposibilidad de entender. La sorpresa es probablemente la primera emoción que surge ante el primer acto violento. Esa sorpresa se transformará en un continuo “no entiendo”, dentro de un proceso de dotar de sentido a lo que está ocurriendo.

       Culpa. La culpa supone una evaluación reflexiva autorreferencial, generándose una vez se ha hecho un juicio sobre las propias acciones, con una dimensión eminentemente

social. Como dice Etxebarría (2003), “la culpa mantiene a la persona ligada a una situación interpersonal”, de tal manera que vincula a la mujer con la persona que ejerce violencia.

Según Pau Pérez (2006), el abuso sexual y la violencia dentro de la pareja son las dos situaciones traumáticas paradigmáticas de la “decisión imposible”, de tal manera que no hay una solución satisfactoria ni una solución satisfactoria para todos los miembros. Tome una decisión u otra (por ejemplo: separarse o no; denunciar o no), alguien será afectado, por lo que la mujer tendrá dificultades para eludir la responsabilidad de sentirse culpable, pero al mismo tiempo, está atrapada por la imposibilidad de no elegir.

Antonio Escudero (2009) enumera cuatro categorías en las que aparece la culpa: culpa impuesta o secundaria (producto de la reiterada inculpación por la pareja hacia la víctima), culpa por ejercer acciones contra la violencia, culpa reactiva por no haber “abandonado” la relación. Este autor también señala la culpa social, recriminación por otros, revictimización social que genera vergüenza.

No hay que olvidar que la persona que se siente culpable desarrolla un juicio negativo sobre sí misma que piensa que es compartido por el resto de personas. Además, culpa y depresión se retroalimentan. Finalmente, la culpa favorece la aceptación de la violencia de la otra persona y facilita la asunción del criterio del otro en detrimento del propio.

       Vergüenza. Al igual que la culpa, tiene un componente social, se experimenta frente a otras personas. La vergüenza por miedo a un juicio social o por la identificación como “mujer maltratada”, aísla a la mujer, quien ya vive en un contexto restrictivo y en aislamiento.

Antonio Escudero (2009), recoge dos razones que apelan al alto grado de destructividad de esta violencia interpersonal: la persuasión coercitiva explicada en el apartado 4.7 y el trauma en la violencia interpersonal sostenida en el tiempo. Define el trauma psíquico interpersonal “como una experiencia que, siendo ejercida por una o varias personas de forma intencionada sobre otra, la víctima, constituye para ésta por su naturaleza e intensidad, una vivencia imposible de ser integrada en su sistema de creencias previo. Esta destrucción de las creencias de la persona sobre sí misma, los demás y sobre la imagen que el mundo (“su mundo”) tenía, establece una discontinuidad temporal en la identidad propia… En ocasiones actúan mecanismos de defensa psíquicos para aislar este hecho traumático, imposible de soportar, pero esto crea una sensación de identidad falsa y recreada, ya que pese a las apariencias, el efecto destructivo se mantiene…. Esta experiencia permanece en la persona, básicamente como imágenes vívidas, pero al no poder ser asimiladas, queda fragmentada y libre, irrumpiendo de forma intrusiva y en cualquier momento en el plano de la conciencia”.

En la relación violenta, se va destruyendo la identidad de la mujer. Este self o sí mismo descrito por Castilla del Pino (1982) hace referencia a: “Nadie tiene una idea de sí mismo sino es a expensas de la que los demás le ofrecen en la interacción. La reflexividad sobre sí mismo surge en interacción”. Es fácilmente comprensible la necesidad de que otras personas validen nuestras propias creencias sobre nosotros/as mismos/as. En los procesos de violencia, se detectan desconfirmaciones, rechazos y descalificaciones que afectan a la destrucción de la identidad de la mujer. El aislamiento impide el acceso a otras interacciones que potencien o validen el self de las mujeres que viven violencia en su relación de pareja.

Nelson (2002) habla de dos elementos básicos para el mantenimiento de la identidad personal; la reidentificación (“¿Soy yo todavía la misma persona?”) y la caracterización (“¿Quién soy yo?”). Las mujeres en relaciones violentas, al abandonar a sus parejas, suelen presentar problemas para reidentificarse con aquélla que inició el proyecto de relación. A su vez, se enfrenta al reto de responder a la pregunta de quién es.

Con el fin de apelar a la circularidad propia de las interacciones comunicativas y de las acciones interpersonales, dedicaré en este apartado unas líneas al self del hombre que ejerce violencia. En este caso, él vive en un “self privado” al que Jukes (1999) define como “burbuja”, que es un encapsulamiento defensivo de su sí mismo. Él construye su realidad y protege de las demás personas sus cogniciones, actitudes, creencias y valores propios. Esta realidad no es cuestionable para él, según Jukes “No existe realidad analizándose en la burbuja, sólo hostilidad”. Su pareja es un peligro para mantener su propia identidad. Cualquier opinión diferente, cualquier discrepancia, cual juicio divergente es percibida como una amenaza al self de la persona que ejerce violencia. Por otra parte, ella “tiene que estar ahí” para ser depositarias de las propiedades que él le atribuye, para así ser él la “víctima” de ella y controlarla por esto.

Una breve mención biológica para finalizar este apartado. No es posible entender la experiencia de violencia sin atender al funcionamiento del cerebro en situaciones críticas. El sistema simpático se activa para primar la seguridad ante un ataque, o bien fuga o bien la parálisis. La desactivación del sistema parasimpático implica que el funcionamiento superior del cerebro queda comprometido. El sistema simpático de las mujeres en contexto de  violencia está continuamente activado, lo que interfiere con la capacidad de pensar e implica un sobrefuncionamiento de los órganos internos (corazón, tensión muscular etc). Por lo tanto, existe una desregulación entre el sistema simpático y parasimpático.

5.4.- Hombres que ejercen violencia hacia sus mujeres

Quizá es importante comenzar este apartado con un dato esperanzador, que apela a la resiliencia y es que la inmensa mayoría de los sujetos expuestos a la violencia, bien como testigos o bien como objetos de violencia, se controlan.

Bajo la premisa de no existencia de un perfil determinado de hombre que ejerce violencia, distintas investigaciones concluyen estas características:

       En su mayoría, los hombres que ejercen violencia no son enfermos mentales, aunque el nivel de psicopatología varía según los estudios. El abuso de drogas ilícitas y de alcohol es el problema asociado al maltrato de la pareja con más asiduidad. Otras patologías

relacionadas con el ejercicio de la violencia son depresión, incluyendo ideación e intentos de suicidio y trastornos de personalidad, especialmente antisocial, límite, paranoide y narcisista.

       En cuanto a sus características psicológicas, las más relevantes son: tolerancia a la violencia y actitudes que la justifican; negación, minimización o falta de responsabilidad por ella; internalización de un modelo de masculinidad hegemónico, la hostilidad, ira, celos

exagerados, estrés vital y laboral. También hay que valorar los antecedentes de haber ejercido violencia contra otras parejas anteriores o haberla sufrido en su familia de origen. Para variables como los estilos de apego inseguros, falta de empatía y baja autoestima, los datos no son concluyentes. Sin embargo, otros datos, apelan al apego inseguro como forma de vincularse con el mundo y con las figuras afectivas, de tal manera que este estilo de apego también afecta a las estructuras emocionales que ponen en marcha la respuesta emocional (sistema límbico) y que la regulan (córtex órbito-frontal).

Dutton y White (2012) señalan que la relación entre apego inseguro y violencia no es directa, sino que se llega a la agresión tras haber desarrollado un trastorno de personalidad límite y para llegar al trastorno, se ha de dar exposición a la violencia, experiencia de vergüenza (que implica una humillación ante terceros) y rechazo de los padres. En la adolescencia, estos hombres han podido identificarse con un sistema de valores que asocian a las mujeres como las causantes de sus problemas, tendiendo a “justificar” la violencia. Ya en pareja, pueden utilizar la violencia como un medio para solventar los problemas que toda la convivencia implica. Este uso de la violencia deteriora la relación, retroalimentándose la violencia- distanciamiento emocional y se disparan miedos como el de ser abandonado.

Dutton (2006 y 2012) ha estudiado la niñez y adolescencia de los hombres que ejercen maltrato. Concluye que presentan al padre con sentimientos de rechazo, falta de trato afectivo y agresiones físicas así como maltrato verbal. La madre es una figura que, intermitentemente, ofrece cuidados y está demasiado preocupada por sobrevivir a las agresiones de su pareja. La experiencia de abuso emocional del padre es aleatoria y humillante. El autor señala que el resultado es la aparición de una “identidad difusa”, es decir, identidad inestable que depende de otra persona para apuntalarse. Así mismo, señala rasgos depresivos, ansiosos, dificultades para discriminar sentimientos y visiones desesperanzadas de la vida.

Jacobson y Gottman (2001) distinguieron entre los pitbull y cobra, siendo los primeros de carácter más dependiente y los segundos con poca dependencia emocional hacia sus parejas y agresiones más letales. Las investigaciones señalan que los primeros tienen mayores probabilidades de responder a un tratamiento terapéutico que los segundos.

El equipo de investigación de Hotlzworth- Munroe (1997) estableció tres categorías de hombres que ejercen violencia:

       Los limitados al ámbito familiar con violencia menos grave y poca o ninguna psicopatología asociada. Guardarían semejanza con los pitbull (Jacobson y Gottman, 2001).

       Los límite o disfóricos, con violencia de moderada a alta ejercida mayoritariamente, pero no en exclusiva, en el ámbito familiar y con niveles de psicopatología altos, sobre todo tendencias a la depresión, dependencia y personalidad límite con alta labilidad emocional e impulsividad. Guardarían semejanza con los pitbull (Jacobson y Gottman, 2001).

       Los antisociales o violentos en general, que ejercen altos niveles de violencia en diferentes ámbitos de su vida de manera instrumental y tienen tendencia al trastorno antisocial y a la psicopatía, muchas veces con historial delictivo. Guardarían semejanza con los cobra (Jacobson y Gottman, 2001).

En otro estudio del año 2000 incluyeron una nueva categoría: antisociales de bajo nivel, con niveles bajos o medios de violencia limitada al ámbito familiar y características antisociales moderadas.

Según las investigaciones, parece que el hombre que ejerce violencia siente miedo a ser abandonado, provocando su necesidad de controlar a la mujer y de hacerle daño, puesto que sin daño no hay poder. Este miedo al abandono puede ser más comprensible si indagamos la familia de origen, la dinámica relacional, las vinculaciones afectivas primarias, el legado transgeneracional que confluye en la persona que ejerce violencia.

Holma et al (2006) describen los cuatro estereotipos sobre las mujeres que manejan los hombres que ejercen violencia:

       Provocadora, de tal manera que irrita a su pareja intencionadamente y haciéndole corresponsable de la violencia.

       Independiente, que puede abandonarlo, asociando la violencia con la incertidumbre y el miedo.

       Misteriosa, calificando a las mujeres como difíciles de comprender para los hombres, dificultad que relacionan con los ciclos biológicos femeninos.

       Poderosa, con superioridad verbal para humillarlos, amparando la violencia en esa inferioridad verbal.

En cuanto a los hombres que acosan, parecen funcionar desde el sentido más elemental del sistema de apego: lo importante es el contacto, sin importar si éste es positivo o negativo, de tal manera que consideran que cualquier contacto es un contacto (positivo). De esta manera, cualquier respuesta a ese acoso supone un contacto (que es vivido como positivo) y, por tanto, la continuidad de la relación.

Cabe destacar la tipología de hombres que son violentos emocionales propuesta por Lundy Bancroft (2002), que se presentan, en muchas ocasiones, de forma solapada:

       El que pide y no da. Se centra en sus necesidades y en las obligaciones de la pareja. Responde con furia ante cualquier demanda que se le haga, aunque ésta sea una de sus obligaciones. Asume que le deben agradecer sus contribuciones, entre tanto asume que lo que hace su pareja es normal. Menos controlador que otras categorías si siente que sus necesidades están cubiertas.

       Don perfecto. Piensa que es la autoridad. Desacredita a su pareja, la humilla, la ridiculiza, centrándose especialmente en los defectos de ella.

       El experto en desquiciar. Con tono suave hace comentarios crueles y sarcásticos. Difícil de identificar sus tácticas.

       El sargento de instrucción. Máximo control y extremadamente celoso. El alto control dificulta la salida de esta relación.

       El sensible. Demanda cuidados, pensando que sus sentimientos son importantes pero no los de su pareja. Se les hiere fácilmente y es muy difícil reparar el daño. Sin embargo, si es ella la agraviada, insisten en que se olvide con rapidez el incidente. Tienden a culpabilizar a su pareja de todo lo que les pasa.

       El playboy. No admite restricciones a su libertad y no muestra compromiso con sus relaciones. Múltiples infidelidades y poca consideración con los sentimientos de su pareja. Si se le confronta con sus infidelidades puede llegar a la agresión física con facilidad.

       Rambo. Muestra agresividad con el entorno en general. Suele presentar historial delictivo. Visión estereotipada de lo que significa ser hombre y ser mujer. Algunos presentan rasgos psicopáticos.

       La víctima. Su relación gira alrededor de sus heridas (reales o presuntas) sin atender a las necesidades de su pareja. Percibe que todas las personas le atacan y delega la responsabilidad en otras personas (él no es responsable de nada). Puede afirmar que los hombres son víctimas de las mujeres.

       El terrorista. Extremadamente controladores y exigentes. Parecen sádicos que disfrutan con el dolor que causa y con su crueldad. Pretenden paralizar a su pareja a través del terror, de tal manera que ésta no se plantee abandonarlo. Pueden haber sufrido abusos severos en la infancia.

       El enfermo mental o el adicto. La enfermedad mental puede aumentar la probabilidad y severidad del maltrato, pero no es nunca su causa.

Bancroft sugiere un conjunto de rasgos comunes que perfilan al hombre que maltrata psicológicamente:

       Narcisismo. La otra persona tiene obligación de satisfacer las necesidades para con él. Si esta premisa se cuestiona, puede escalar hasta la agresión física.

       Creencia de superioridad intelectual y derecho emocional que cursa con urgencia emocional, probablemente derivada de una historia de deprivación en la infancia. Si su derecho emocional, con esa urgencia concomitante, no se satisface, él “legitima” el uso de la violencia. Esa superioridad intelectual lleva pareja una creencia de la supremacía de su propio criterio, llegando a la descalificación y desprecio de otras ideas u opiniones; afectando así a la pérdida de confianza de la mujer en su propio criterio.

       Visión de la mujer como ser inferior en inteligencia, mostrando una actitud protectora (porque eso le hace sentir bien a él), siempre que sus necesidades estén cubiertas y ella no pida nada. Puede llegar a no percibir las necesidades de ella. Si las percibe, considera

que las suyas son prioritarias a las de su pareja, quien debe satisfacerlas. Piensa que si él se siente mal, ella es la culpable y “justifica” las represalias. Puede llegar a concluir que el maltratado es él.

       Cualquier expresión de necesidades, de ideas, opiniones de su pareja son vividas como un cuestionamiento a la prioridad de las suyas, como un ataque a su imagen positiva.

       Los hombres que ejercen violencia se mueven en un continuo: desde la negación y minimización de la violencia hasta el placer de hacer daño. El cuestionamiento de estos dos extremos “justifica” la escalada de agresiones.

Es importante destacar la influencia mutua en una relación. En casos de violencia, el que ejerce maltrato es impermeable al criterio de su pareja e incluso llegando a anular y destruir el criterio de con quien comparte su vida.

Perrone y Nannini (1997) señalan que “los actores de comportamientos violentos pertenecen a la categoría de personas que viven las diferencias como amenazas”. Continúan diciendo que “el acto violento puede ser interpretado como un mensaje analógico para hacer que el otro se conforme al propio sistema de creencias”.

5.5.- Violencia de género en la pareja: un enfoque transgeneracional

Magali Sánchez y María del Carmen Manzo (2014) señalan que “la violencia conyugal… provoca agujeros representacionales que obstaculizan su elaboración psíquica y propician su transmisión transgeneracional, lo que significa que mediante procesos psíquicos se transfieran contenidos de la psique relacionados con el acto violento a las siguientes generaciones”. Las autoras, en su investigación, concluyeron que “se encontró que las identificaciones alienantes, la re-negación y la repetición son factores transgeneracionales que propician la transmisión psíquica de la violencia, además de ser ésta una forma patológica de vincularse entre la pareja y la familia que deja un vacío en la cadena generacional. Así pues, la transmisión transgeneracional de la violencia está vinculada con la presencia de secretos familiares y la falta de una representación psíquica de éstos”.

Siguiendo a Puget y Berenstein (como se cita en Aguiar, 1996), la violencia es un acto vincular cuyo objetivo es el deseo de matar, eliminar psíquica o físicamente a otro sujeto, o matar el deseo en el otro, lo humano en el otro, transformándolo en un no sujeto al privarlo de todo posible instrumento de placer y por ende de existencia. Sólo impera el deseo de uno que se transforma en soberano, no admite la existencia del otro.

Magali Sánchez y María del Carmen Manzo (2014) indican que “debido a que en una generación previa algún hecho violento referente a la historia familiar no puede ser dicho a causa de su carácter vergonzoso y/o traumático, quedando como lo indecible, posteriormente pasa a la siguiente generación como lo innombrable, y por último, queda como lo impensable en la tercera generación”.

Se transfieren y heredan costumbres, mitos, leyes, mandatos, traumas, conflictos, prohibiciones, que afectan al sujeto en la adquisición de un sentido de pertenencia, de filiación y de adhesión a una unidad familiar.

Las autoras concluyen que son familias con vinculaciones arcaicas, sin intercambio fluido con el mundo ni con los miembros de la familia, donde cada uno está apartado del otro pero no pueden separarse porque la violencia se ha instituido como forma de relacionarse. El vínculo conyugal presenta historias confusas de ambos cónyuges, historias no pensables que son como agujeros en su memoria, sintiéndose ajenos a estas historias, de las cuales no se pueden apropiar y que repiten y transmiten circularmente.

Estas autoras han encontrado diferentes elementos que se transmiten transgeneracionalmente como son: el valor de entrega y sacrificio por y para la familia del ideal de mujer, las relaciones de dominio como modo predilecto de vinculación, existencia de secretos, ideal de familia (y también de hombre y mujer) que tiende a la unidad familiar y estilos vinculares inseguros. Esta unidad familiar afecta de manera importante puesto que no se permite que exista un espacio emocional y psicológico entre los miembros de la familia. La ligadura fuerte entre sus miembros es reforzada por el silencio y por la presencia de secretos familiares.

5.6.- La pareja conyugal y la pareja parental

Conceptos manejados desde el enfoque sistémico como es el de ciclo vital familiar, permite adentrarnos en la pareja conyugal y en la pareja parental.

El ciclo vital familiar se inicia con el establecimiento y formalización de la relación apareciendo la pareja conyugal. Posteriormente, se creará el grupo familiar con hechos nodales como son el nacimiento de hijos/as, surgiendo así la pareja parental.

Si bien en apartados anteriores se ha hecho mención al modelo interaccional de la pareja en la que existe VGP, es importante atender a la fase previa de establecimiento y formalización de la relación de pareja.

La historia vivida en la infancia, las pautas afectivas de las familias de origen así como los estilos de apego con los propios padres y madres influyen, aunque no de manera determinista, en la elección de pareja. Por una parte, el pasado nos condiciona pero no hay que olvidar que la vida puede dar oportunidades así como otros modelos de referencia para trascender ese pasado. Cárdenas y Ortiz (2011), señalan que: “Una relación con violencia puede estar constituida por mujeres abandonadas emocionalmente o trianguladas en la infancia, que se convierten en víctimas de maltrato y que encajan con hombres que también han tenido historias de maltrato físico, de triangulación o de falta de límites que, con el tiempo, revelan una parte agresiva”. Estas autoras añaden que la seducción se da de manera intensa y familiar. Ellas, que nunca se han sentido queridas, piensan que su vida toma sentido por la necesidad que el otro dice y muestra sentir y ellos fortalecen su identidad al tener a quien defender y proteger. Las dificultades aparecen cuando esperan que la otra persona llene sus vacíos, dado que no han aprendido a ocuparse de su malestar. Los mitos románticos que construyen una idea social de lo que es el verdadero amor también tienen un peso importante, puesto que apelan a la “existencia de la media naranja”, “al amor todo lo puede”, “el amor lo perdona todo”, “compatibilidad del amor y el maltrato”, “la felicidad sólo se encuentra en el verdadero amor” y un largo etcétera. El enamoramiento cursa con la fusión de la pareja, con la exclusión de terceras personas y la inclinación de la pareja para estar solos. Sin embargo, según se consolida la relación, se profundiza en el conocimiento mutuo, se han de negociar las diferencias de cada parte, la historia familiar de cada miembro de la pareja, las diferentes creencias y experiencias. Cárdenas y Ortiz (2011) sostienen que “en una pareja operan dos fuerzas, una hacia la fusión y otra hacia la diferenciación”. Así mismo, será importante definir la relación de pareja, los espacios individuales y de pareja, el ajuste de las expectativas mutuas, la distancia- cercanía. Tras la armonía del enamoramiento, los miembros de la pareja comienzan a discrepar entre lo que desean y lo que reciben y que, en los casos de VGP, derivará en una presión de él sobre ella, logrando el control de la relación y usando la violencia para enmarcar su posición.

Cárdenas y Ortiz (2011) detallan una serie de características comunes en las parejas violentas:

       Cuanto más presente estén valores patriarcales, cuanto mayor sea la historia de maltrato en la propia familia de origen, cuanta más baja sea la autoestima y la seguridad de los miembros de la pareja, más probable es que haya violencia en esa relación de pareja.

       Si bien toda relación tiene cierto grado de dependencia, existirá mayor grado de dependencia en la medida en que ambas partes se sientan más vulnerables, más inseguras o crean que no pueden vivir sin la otra persona; existiendo miedo no ser querido/a, a ser abandonado/a, a la soledad, a ser dañado/a.

       Las inquietudes y necesidades deben satisfacerse exclusivamente dentro de la pareja, es una premisa característica de las parejas en las que existe maltrato.

       Otra característica hace referencia a que algunas mujeres centran su vida en el bienestar de la pareja y ellos necesitan la obediencia de ellas para ocultar su propia fragilidad y sentirse fuertes.

       Es frecuente la persistencia del mito de la salvación: salvar a la otra persona a pesar de ser una relación violenta y generando gran dependencia.

       Aislamiento social extremo. Si bien en determinados momentos, una pareja necesita cerrarse en sí misma, en otros es necesaria la apertura hacia el exterior, sin embargo, esta posición intermedia y fluctuante no se da en parejas donde existe maltrato.

       Presencia de celos, muchas veces consecuencia de la dependencia emocional y del aislamiento social. Si se intenta satisfacer cualquier necesidad fuera de la pareja, la otra persona se sentirá herida y abandonada.

       Deficiencias en la comunicación, afectada por el miedo y confusión.

       Por el contrario, las autoras definen una pareja funcional como “aquélla donde ambos miembros están seguros de sí mismos, tienen una alta autoestima, saben qué es lo que esperan del otro y lo piden con claridad”.

Una vez formalizada la relación, la siguiente fase del ciclo vital familiar normativo es el nacimiento de hijos/as. Esta etapa afecta a la relación de pareja puesto que supone la aparición de nuevos roles y funciones como son el cuidado, la educación y crianza de los y las menores. Además de la pareja conyugal, aparece una nueva identidad: la pareja parental.

Valentín Escudero (2011) en “Impacto de la violencia de género sobre niños, niñas y adolescentes. Guía de intervención”, aborda la pareja parental, describiendo qué tipo de padre son los hombres que ejercen violencia y qué tipo de madre son las mujeres víctimas de dicho maltrato.

Ante la ausencia de descripciones de hombres que ejercen violencia como padres, se basa en las descripciones de mujeres víctimas sobre sus compañeros. Éstas los describen como ausentes o periféricos, que se aburre fácilmente en la presencia de los/as menores y que utilizan mayoritariamente las prácticas educativas negativas, en lugar de la utilización de las prácticas educativas positivas. Las mujeres también informan de que estos padres involucran a sus hijos/as deliberadamente en situaciones de violencia y que los utilizan a menudo como una razón para vencer a las madres (por ejemplo, la agresión a la madre por algún  comportamiento inadecuado del hijo/a).

De fuentes profesionales, obtenemos estas descripciones: controladores y autoritarios, poco consistentes, que utilizan a los niños y niñas para denigrar la autoridad materna frente a los hijos/as (Bancroft, 2002; Jiménez, 2009) distantes, con pocas manifestaciones físicas de afecto de cara a los niños/as y que a menudo recurren al castigo físico para controlar su comportamiento (Holden & Ritchie, 1991, citado en Carroll, 1994).

En cuanto a las mujeres agredidas como madres, tienden a mostrar más agresividad física y verbal hacia los/as menores, mientras que tienden a expresar menos afecto y aceptación hacia ellos/as. No hay que olvidar que pueden estar expuestas a ataques y constantes críticas por parte de sus parejas en su papel como madres.

Estas mujeres tienden a ser inconsistentes como educadoras, es decir, a menudo oscilan entre el autoritarismo y una postura firme y una actitud de permisividad excesiva, lo que imposibilita la creación del vínculo seguro (Barudy & Dantagnan, 2005).

No podemos olvidar que muchas mujeres que viven en contexto de violencia, están intentando sobrevivir a pesar de sentir miedo y de sentirse insignificantes. Están instaladas en un modo de supervivencia, dirigiendo su atención a quien le amenaza, pudiéndose resentir la atención a los y las menores.

5.7.- Menores víctimas de violencia de género en la pareja

La necesidad más básica y fundamental en la infancia es la de disponer de un hogar seguro emocional y físicamente (Unicef, 2006). Es imposible que un hogar sea seguro emocional y físicamente si no está libre de cualquier tipo de maltrato, incluyendo la VGP. Este tipo de maltrato transciende el ámbito de pareja y afecta a todos los miembros de la unidad familiar conviviente e incluso a la no conviviente (familia extensa). No obstante, dadas las características del presente trabajo, únicamente me centraré en la familia nuclear.

Distintos autores, apoyan el concepto de trauma relacional para comprender las consecuencias que la exposición a la VGP puede tener para estos niños y niñas, en la medida en que potencia un abordaje relacional sistémico en la atención de los niños y niñas. Sheinberg y True (2008) definen el trauma relacional como “un evento en que el sentimiento de seguridad emocional y/o física que debería existir en la relación con los padres, madres o personas cuidadoras, fue quebrantado por las misma personas adultas cuidadoras”

No se puede negar la capacidad de algunos niños y niñas de mantenerse ajustados y sin síntomas en contextos tan disfuncionales como puede ser una familia donde existe VGP. De hecho, los datos de algunos estudios apuntan que un tercio de los niños y un quinto de las niñas no muestran sintomatología a nivel clínico, e incluso algunos llegan a mostrar competencias sociales y niveles de equilibrio por encima de la media (Jaffe, Wolfe & Wilson, 1990).

Muchas mujeres que son víctimas de VGP están embarazadas. El estrés afecta los niveles hormonales de cortisol que inciden en bajos crecimientos fetales y subsecuentemente se relaciona con un pobre desarrollo del cerebro, defectos de mielinización que se asocian a síndromes de hiperactividad.

Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), en el “Manual de atención para los niños y niñas de mujeres víctimas de violencia de género en el ámbito familiar”, enumeran los siguientes efectos de la VGP en niños y niñas:

       Problemas de socialización: aislamiento, inseguridad, agresividad, reducción de competencias sociales.

       Síntomas depresivos: llanto, tristeza, baja autoestima, aislamiento

       Miedos: miedos no específicos, presentimiento de que algo malo va a ocurrir, miedo a la muerte, miedo a perder a la madre, miedo a perder al padre.

       Alteraciones del sueño: pesadillas, miedo a dormir solo, terrores nocturnos.

       Síntomas regresivos: enuresis, encopresis, retraso en el desarrollo del lenguaje, actuar como niños menores de la edad que tienen.

       Problemas de integración en la escuela: problemas de aprendizaje, dificultades en la concentración y atención, disminución del rendimiento escolar, dificultades para compartir con los pares.

       Respuestas emocionales y de comportamiento: rabia, cambios repentinos del humor, ansiedad, sensación de desprotección y vivencia del mundo como algo amenazante, sentimientos de culpa, dificultad en la expresión y manejo de las emociones, negación de la situación violenta o restar importancia a la situación que han vivido, tendencia a normalizar el sufrimiento y la agresión como modos naturales de relación, aprendizaje de modelos violentos y posibilidad de repetirlos (tanto de víctima como agresor con la interiorización de roles de género erróneos), la exposición crónica a conflictos parentales puede llevar al adolescente a presentar más relaciones conflictivas y adicciones, aparición de comportamientos de riesgo y violentos, huida del hogar, influencia en el establecimiento de las primeras relaciones sentimentales, a más altos niveles de agresión mayor probabilidad de percibir en el comportamiento de los demás intenciones hostiles y a responder de manera violenta como defensa.

       Síntomas de estrés postraumático: insomnio, pesadillas recurrentes, fobias, ansiedad, re-experimentación del trauma, trastornos disociativos.

       Parentalización de los niños y niñas: asunción de roles parentales y protectores hacia los hermanos menores y asunción de roles parentales de protección hacia la madre.

En la misma obra, los y las autores/as, establecen este cuadro que recoge los efectos negativos de la exposición a la VGP en los y las menores:

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A su vez, refieren estos factores de riesgo:

       La presencia de abuso de sustancias, depresión, personalidad antisocial del padre, situaciones económicas desfavorables o aislamiento social.

       Proximidad de los niños y niñas a las agresiones, al ser testigos directos de la misma.

       La severidad y cronicidad de la violencia

       Si se hace al/ la menor partícipe de la situación, si hay triangulación o si se le obliga “a tomar partido” por uno de los padres.

       Si el/la menor vive en una situación de negligencia por ausencia de cuidados paterno-filiales.

       Si el/la menor es víctima directa de maltrato físico o emocional por parte de alguna de las figuras parentales.

       Características propias del niño/a: temperamento, edad, interpretación que hace de esta realidad, la seguridad de sus vínculos, las habilidades sociales, la capacidad de expresar emociones y pedir ayuda.

       La disponibilidad de otras figuras vinculares que puedan protegerlos emocionalmente o apoyarlos y paliar la ausencia de los cuidados paterno-filiales.

Como factores de protección, señalan:

       Cualidades de los niños y niñas como temperamento tranquilo y fácil, altas habilidades cognitivas.

       La existencia de alguna persona adulta que fomente los recursos propios del/la menor y fortalezca su capacidad de resiliencia.

       Una actitud parental competente que satisfaga sus necesidades fisiológicas, afectivas, cognitivas y sociales.

       Buena respuesta de la madre.

       La capacidad de la madre para participar y apoyarse en la red social.

       La comunicación entre las madres y sus hijos/as sobre la existencia de  conflictos que ellos o ellas han presenciado baja la posibilidad de que muestren problemas de comportamiento y de violencia manifiesta, siempre y cuando ese diálogo no vaya acompañado de hostilidad, culpabilidad o rabia hacia la pareja.

       El apoyo de la familia extensa.

       La ruptura del círculo de violencia

       En la adolescencia, la cohesión y el apoyo del grupo de iguales

       La teoría de los sistemas familiares sugiere que una delimitación clara entre un subsistema matrimonial y el filial se relaciona con un mejor funcionamiento del niño/a, mientras que la existencia de unas fronteras difusas haría más probable el desarrollo de disfunciones.

       El papel que el padre o la madre asignan a sus hijos o hijas dentro de la situación conflictiva.

Liliana Orjuela, Pepa Horno y colaboradores (2007), recogen exhaustivamente los roles que pueden desempeñar los y las menores en unidades familiares en las cuales la VGP está presente. Refieren que: “Estos roles están muy mediatizados por los secretos, la confusión y el miedo debido a la situación que se está viviendo. Ninguno de los roles que se expondrán a continuación son favorecedores para un desarrollo sano ni deben entenderse como ubicaciones estáticas dentro del sistema familiar”.

       El rol cuidador.

Este niño o niña actúa como madre o padre sus hermanos/as pequeños y de su propia madre, procurando el bienestar de todos/as ellos/as. Suelen presentar dificultades para poder asumir aquellos comportamientos y actitudes propios de su edad. El objetivo de intervención, en este caso, se centraría en fomentar que el/la menor regrese al mundo de la infancia a través del empoderamiento de la madre, la cual se ha de ocupar del mundo adulto.

       El rol confidente de la madre

El o la menor conoce los sentimientos, problemas y planes de actuación de su madre. Lo que el o la menor ha visto sirve a la madre para recordar lo que ha pasado, sobre todo, cuando el hombre que ejerce maltrato minimiza o miente sobre la violencia. Por una parte, es importante acompañar a la madre en el dolor o rabia que siente ante los sentimientos positivos de su hijo/a hacia el padre y poner los límites en el papel del hijo/a. Con el/la menor, es fundamental identificar los sentimientos hacia ambos progenitores aunque parezcan contradictorios, así como trabajar el posible sentimiento de ruptura de lealtad hacia la madre.

       Rol confidente del padre (quien ejerce maltrato)

El o la menor tiende a justificar las agresiones hacia la madre. Se les motiva para que cuestionen el comportamiento de la madre y si lo hace, se les recompensa con privilegios o con tratos de favor ante hermanos/as. El objetivo debe ir dirigido a empatizar con el dolor de la madre y el de otros hermanos/as sin olvidar el suyo propio, así como trabajar el sentimiento de culpabilidad de estos/as menores.

       Rol asistente del padre que ejerce violencia.

Es el/la menor escogido/a o forzado/a a maltratar a la madre a través de humillaciones, agresiones físicas etc. Existe un alto riesgo de interiorizar la violencia como forma de relación. El objetivo a trabajar con el/la menor se centrará en su sentimiento de culpa y con la madre la comprensión del papel de víctima de su hijo/a ubicándolo en el contexto de violencia y manipulación a la que es sometido/a.

       Rol de niño/a perfecto/a

El o la menor intenta prevenir la violencia haciendo todo correctamente, presentando un sentimiento de culpa muy elevado cuando siente que no ha conseguido evitar la agresión, lo que aumentará su propia exigencia en la próxima ocasión. El objetivo con el o la menor será comprender que no puede evitar la violencia, dado que no está bajo su control e insistir que la violencia es siempre injustificable. Con la madre será importante disminuir el nivel de exigencia, reforzando al/ la menor independientemente de sus resultados.

       Rol de árbitro

El o la menor media entre personas adultas e intenta mantener la paz. Es probable que el o la menor perciba simetría en el conflicto, cuando realmente la relación es asimétrica. Sentirá culpa, angustia por exceso de responsabilidades y agotamiento. El objetivo con el o la menor está muy vinculado al de la madre, ya que es básico que ella pueda recuperar su  imagen de autonomía y seguridad delante de sus hijos/as.

       Rol de chivo expiatorio

Se le identifica como la causa de los problemas familiares y como el o la culpable de la tensión entre padre y madre. Padre y madre sustentan este rol. El comportamiento del o de la menor se usa para justificar la violencia y suele estar muy aislado/a en el propio ámbito familiar. El objetivo con el o la menor será trabajar la rabia y resentimiento por haber sido culpabilizado de la violencia y con la madre reforzar el vínculo con su hijo/a fomentando la comunicación.

Quisiera finalizar este apartado con una reflexión fruto de los conceptos desarrollados por Linares en su obra “Identidad y narrativa”. En algunos casos de VGP, en la interacción padre-hijo/a/s, pueden detectarse triangulaciones desconfirmatorias, si el padre muestra solamente interés hacia el hijo/a en referencia única al conflicto conyugal. Según Linares: “En la triangulación desconfirmatoria, los hijos tras ser involucrados en los conflictos conyugales se ven abandonados o desconfirmados por quien los involucra, porque el interés hacia ellos no tiene como finalidad la creación de una alianza, sino que está dirigido al juego conyugal con lo cual la utilización y traición posterior al hijo implicado es el determinante del maltrato”.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Almudena Alegre Hernándo

IV.- Modelos teóricos sobre la violencia de género en la pareja

Al principio nuestra relación era muy intensa porque los dos éramos muy pasionales, nos lo pasábamos muy bien y nos queríamos mucho. Luego fue transformándose, pero me mantenía enganchada y absorbida, quizá por el recuerdo de aquellos primeros años. Relativicé sus ataques de celos, su agresividad etc. Tras años de tratamiento, me reconocí como víctima de violencia de género (Testimonio mujer víctima de VGP)

Tras haber explicado el carácter estructural de la VGP, resulta esencial entender la singularidad de este tipo de maltrato, diferenciándolo de violencia simétrica y de la conflictividad y analizando las estrategias subyacentes a esta violencia. Esta revisión de conceptos básicos se completará con un acercamiento a varios modelos teóricos sobre la VGP. Con estas pretensiones, se desarrollará este cuarto punto.

4.1.- Conceptos generales

Comienzo este apartado, señalando una distinción útil entre violencia- simétrica y violencia- complementaria (Perrone, 1997). La violencia simétrica o violencia agresión se genera en situaciones de desafío en el que uno trata de imponerse a la otra persona. La agresión es abierta y existe el sentimiento de culpa. En este tipo de violencia, la identidad y la autoestima están preservadas y la otra persona es existencialmente reconocida, mostrando preocupación y voluntad de salir adelante. La violencia complementaria o violencia castigo es un intento de perpetuar una relación de desigualdad. En estas relaciones, el fuerte se cree con derecho de castigar al débil, sin existir sentimientos de culpa ni pausa. Al no haber pausa, esta violencia permanece escondida y toma carácter íntimo y secreto. Generalmente, en este tipo de violencia, ambas partes tienen baja autoestima y está afectada la identidad de la persona en posición “down”, puesto que se le niega el derecho a ser “otro”. La persona en situación “up”, sólo tiene un mínimo de conciencia de la violencia y un confuso sentimiento de culpabilidad. La VGP es una violencia complementaria o castigo.

Cuando hablamos de VGP en la pareja no nos referimos a un estado de ira o de reacciones agresivas en el contexto de un conflicto, sino a un proceso de control y dominio ejercido por una persona sobre otra/s, que ocasiones daños visibles e invisibles en quien/es padecen ese abuso de poder.

Siguiendo a Perrone (1997), éste diferencia la agresividad de la violencia. La primera sirve para definir el territorio de cada persona y hacer valer “su derecho”. La violencia, en cambio, rompe los límites del propio territorio y los de la otra persona, invade la relación y los vuelve confusos; siendo el acto violento “todo atentado a la integridad física y psíquica del individuo”.

Por otra parte, existen agresiones puntuales y maltrato, ambos violencia interpersonal, pero con diferentes grados. El maltrato es un continuo de una relación donde se dan agresiones intermitentes e impredecibles pero constantes en el tiempo. Agresión y maltrato dañan el desarrollo de la persona y ambas son injustificables. En la agresión el uso de la violencia es puntual y en el maltrato el uso de la violencia es lo que define la relación interpersonal, es algo mantenido en el tiempo. De esta manera, la violencia no es una agresión continua y permanente, sino que la violencia es un continuo de relación donde ocurren actos agresivos y entre agresión y agresión, generalmente, se suceden periodos de relación afectiva. Si tenemos presente este señalamiento, es más probable que manejemos más adecuadamente uno de los elementos centrales de la complejidad de este tipo de violencia: ocurre dentro de una relación afectiva, íntima, donde hay un vínculo y donde será necesario un proceso para ir trabajando aspectos diferentes que van desde la autoprotección hasta la esfera emocional. Por otra parte, hay que señalar que la impredecibilidad de los actos agresivos dentro de la relación violenta afectará a los cambios que experimentará la mujer en sus pensamientos y en sus emociones.

VGP VS CONFLICTO [1]

1. VGP VS CONFLICTO.png

Según Alberdi y Matas (2002) las características básicas de la VGP son las siguientes:

       Fundada en la desigualdad entre hombre y mujer derivada de un código patriarcal.

       La VGP es una forma de violencia de una elevada invisibilidad social

       Se emplea como un mecanismo de control y castigo sobre la mujer

       Genera sentimiento de culpa en quien la sufre

       La VGP suele generar una relación en la que tanto agresor como víctima quedan atrapados: el poder, de un lado y la sumisión, de otro.

La Asociación de Mujeres para la Salud, señalan las cuatro condiciones que se han de cumplir para considerarse VGP son:

       El AGRESOR: siempre es un hombre

       La VÍCTIMA: siempre es mujer

       La CAUSA: las relaciones de poder entre los sexos por la socialización genérica (dominancia del hombre y sumisión de la mujer)

       El OBJETIVO: el control y el dominio de las mujeres”

Miguel Lorente y Francisco Toquero (2004), en la guía de abordaje publicada conjuntamente por el Ministerio de Sanidad y la Organización Médica Colegial señalan: “El resultado en forma de agresión no es una conducta aislada que se repite con más o menos frecuencia según unas determinadas causas, sino una estrategia en la que la violencia se ha convertido en una forma de lenguaje, en un modo de comunicar e imponer a la mujer las pautas de comportamiento en la relación de pareja”.

Antonio Escudero (2009) sostiene como hipótesis de trabajo en VGP las siguientes:

       La violencia se ejerce a través de una serie de estrategias que en su conjunto constituyen una forma de persuasión coercitiva sobre la víctima.

       La persona que maltrata es quien persuade (coaccionando) a la víctima de expresar cualquier desacuerdo con las creencias, conductas y violencia que impone, al tiempo que la disuade de abandonar la relación.

       El efecto final es una desestructuración de la personalidad de la víctima que es así absolutamente controlada y sometida.

Continúa su hipótesis indicando que “una vez que el (primer) golpe físico y/o mental impacta sobre la mujer (en su sentido literal), se inicia un proceso imparable que desconfigura y distorsiona inmediatamente la relación de pareja como un vínculo de afectos y de apoyo mutuo. Su repetición irá re-constituyéndola, pero a través de una ligadura de posesión. Las respuestas agresivas por parte del violento buscan la renuncia a toda confrontación de quien es maltratada hasta su completo sometimiento. En este proceso, repetido como una de sus señas fundamentales, la víctima irá perdiendo el “sentido de sí misma” o “identidad propia o individual”. Con esto último hablamos fundamentalmente de la imagen o representación que la mujer tenía de sí misma antes del maltrato, de sus sentimientos y pensamientos  más íntimos y propios. Esta violencia sostenida alcanza en su extremo la aniquilación de la victima”.

Kirkwood (1993) establece seis criterios para diferenciar enfrentamientos ocasionales  y una relación de maltrato psicológico:

       Degradación de la mujer: erosión continua de su autoestima que impide cualquier intento de reafirmación, permitiendo al mismo tiempo un incremento del abuso.

       Temor, apareciendo la ansiedad por la propia seguridad física y emocional

       Cosificación, siendo tratada sin subjetividad

       Privación: imposibilidad de satisfacer demandas básicas, provocando el aislamiento y la imposiblidad de influencia de personas que pudieran ayudar a la mujer.

       Sobrecarga de responsabilidad, de tal manera que la mujer debe hacerse cargo del mantenimiento de la relación a nivel emocional y práctico, sin ningún esfuerzo por parte del hombre.

       Distorsión de la realidad subjetiva: el agresor plantea dudas en la víctima sobre cómo ésta percibe la situación, llegando al punto en el que ella cuestiona la validez de su visión del mundo.

Tras aclarar el concepto de VGP, es imprescindible tener presente que toda violencia (incluida la física) es también psíquica. Ambas atacan el sentido del valor de la otra persona y propicia su destrucción psicológica. Llega un momento en el que el abuso emocional cumple la misma función de control que la agresión física, especialmente cuando la agresión ya se ha producido. Por su parte, las conductas agresivas en la VGP no son fruto de un diálogo frustrado, sino que se “desatan” independientemente de la conducta de la mujer.

UNA TIPOLOGÍA COMUNICACIONAL DE LAS ESTRATEGIAS DE MALTRATO Y SUS EFECTOS [2]

 2. UNA TIPOLOGÍA COMUNICACIONAL DE LAS ESTRATEGIAS DE MALTRATO Y SUS EFECTOS .png

OBJETIVOS Y ESTRATEGIAS DE LA VIOLENCIA [3]

 3. OBJETIVOS Y ESTRATEGIAS DE LA VIOLENCIA.png

Corsi y Peyrú (2003) proponen una serie de formas en que los varones ejercen dominio sobre sus parejas:

       Generar culpa: a través de conductas permanentemente demandantes y de un uso constante de la atribución causal externa, mediante la cual nunca asumen su parte de responsabilidad.

       Generar confusión: a través de manipulaciones comunicacionales que ponen en duda las correctas percepciones de la mujer.

       Generar depresión: socavar la autoestima de la mujer.

       Generar vergüenza: a través de críticas, descalificaciones y humillaciones constantes, muchas veces en público.

       Generar temor: mediante amenazas directas o indirectas.

       Generar sometimiento: mediante la manipulación de los tiempos, los espacios, el cuerpo y la conducta de la mujer.

Resulta interesante tener presente que, como dice Marshal (2001), la violencia emocional puede ejercerse de forma burda o sutil. En la primera, los dos miembros de la pareja, entienden la agresión y su significado, aunque no sea así para una tercera persona. En la violencia sutil, sólo el que ejerce violencia tiene conciencia de sus maniobras. En este caso, la víctima puede tener dificultades para saber qué está pasando y desentrañar el juego psicológico del maltrato. Puede tener dificultades para reconocer sus emociones y los motivos de la misma, siendo característica la confusión mental.

Si no se comprenden los mecanismos que subyacen a este maltrato, existe el riesgo de juzgar y culpabilizar a las mujeres que mantienen su relación de pareja a pesar de ser violenta. Diferentes explicaciones nos ofrecen un marco de comprensión para entender por qué muchas mujeres continúan la relación de pareja aunque haya maltrato:

       La Indefensión Aprendida de Seligman. Walker (1979) señala que “Repetidos maltratos (físicos), como los choques eléctricos, disminuyen la motivación de la mujer a responder. Ella llega a ser pasiva. Secundariamente, su habilidad cognitiva para percibir éxitos está cambiada. Ella no cree que su respuesta acabará en un resultado favorable, sea o no posible”. En 2004, Walker destaca que, una gran diferencia entre los estudios de laboratorio y la realidad de las mujeres víctimas de maltrato reside en que la persona que ejerce violencia puede volverse más violento cuando la mujer se enfrenta a él.

       El ciclo de violencia de la Dra. Walker. Las tres fases de este ciclo (se  analizarán en el apartado 4.3) dificultan la toma de conciencia de la víctima sobre la violencia y activan sus mecanismos de disonancia cognitiva para justificar las agresiones recibidas.

       Mecanismo de adherencia (Esperanza Bosch y Victoria Ferrer). Se relaciona con la apuesta amorosa realizada por la mujer en el inicio de la relación y el enorme coste emocional que representa la aceptación del fracaso. Este mecanismo se articula bajo

diferentes aspectos a lo largo de la relación:

o    La propia mujer no acepta el fracaso que supondría haberse enamorado  de  una persona que le hace daño y persiste en su empeño de restituir la imagen que tenía de él inicialmente, con diferentes explicaciones que justifiquen su conducta actual.

o    La mujer se expone a la agresividad del otro haciendo de escudo ante los hijos, frente a la convicción de que no puede abandonar la relación de pareja por sus dificultades generalmente económicas, pero también de falta de amparo  social familiar, para iniciar una vida autónoma con ellos.

o    La mujer piensa que puede arreglar la situación porque ella “entiende” a su pareja y sabe cuál es el camino para que cambie. O cree que es la responsable del arreglo de la situación ya que ella es la culpable de la misma.

o    Muchas veces, el empecimiento en el mantenimiento de la relación puede venir determinado por la consideración de ésta como mal menor frente a la posibilidad de que se produzca la muerte de ella y/o el suicidio de él (ambas frecuentes amenazas del violento) si la mujer tomara la determinación de marcharse.

o    En ocasiones, el desamparo al que se ve sometida la mujer, porque la familia y amistades no pueden ayudarla o están ya cansados de hacerlo, por temor a no ser creída o por vergüenza ante la situación que sufre, la empujan a querer mantener la relación e incluso a ocultar la situación de abuso de la que sabe que, en ocasiones, se le hará responsable.

       La base afectiva del desarrollo. Las víctimas prefieren tener una “mala relación” de la que se sienten parte, que contribuye a su identidad personal y social a no tenerla, puesto que supondría un no “ser nada”, “no existir para nadie”. La dinámica de la violencia les ha convencido de la exclusividad de la relación, predominando el discurso de la persona que ejerce maltrato (“nadie te va a querer como yo te quiero”, “no eres nadie”…).

       Andrés Montero (2001) habla del “síndrome de adaptación paradójica a la violencia doméstica”, que describe como “un conjunto de procesos psicológicos que, a través de las dimensiones de respuesta cognitiva, conductual y fisiológica-emocional, culmina en el

desarrollo paradójico de un vínculo interpersonal de protección entre la mujer y el hombre agresor, en el marco de un ambiente traumático y de restricción estimular, a través de la inducción de un modelo mental, de génesis psicofisiológica, naturaleza cognitiva y anclaje contextual, que estará dirigido a la recuperación de la homeostasis fisiológica y el equilibrio conductual, así como a la protección de la integridad psicológica, en la víctima”. Supone también una maniobra de supervivencia puesto que, ante una situación de violencia, es más probable que la mujer sobreviva si tiene un vínculo positivo con el que ejerce violencia que si es negativo.

       Bancroft (2002) apela a la funcionalidad de los periodos de acercamiento como parte integral y necesaria del patrón de violencia. Los periodos de acercamiento sirven para que la mujer cree una relación potente con su pareja, resistiendo la violencia y sitúa así el problema en ella misma, en la búsqueda de faltas (reales o presuntas) y en su reparación. La mujer continuará preguntándose qué hace mal, esforzándose en corregirlo para evitar agresiones y, entre tanto, la relación continúa.

Tras haber abordado diferentes conceptos previos y generales, describiré varios modelos teóricos con el fin de profundizar y comprender las características y mecanismos subyacentes a este tipo de maltrato.

4.2.- Modelo del laberinto patriarcal [4]

Este modelo parte de la construcción social que se ha hecho del amor a partir de los mitos románticos.

El amor romántico se caracteriza por:

       Ha de ser para toda la vida: “te querré para siempre”

       Exclusivo: “no podré amar a nadie más que a ti” (media naranja)

       Incondicional: “te querré por encima de todo”

       Que implica un elevado grado de renuncia: “te quiero más que a mi vida”

Pilar Sampedro (2005) caracteriza el amor romántico de la siguiente manera. Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble.

Según la perspectiva de análisis psicosocial, el amor romántico se basaría en la anulación a través de la renuncia de uno/a mismo/a, y sería la base, en cierta medida, de la VGP. Así, las mujeres interiorizan el amor como entrega total con mayor fuerza que los hombres que estarían socializados más en la idea del amor como posesión, como algo que la otra persona les debe dar de manera incondicional y ellos recibir y retener. Cuando se rompe este esquema, la utilización de la violencia como estrategia de control y sometimiento puede aparecer y ser entendida como legítima por parte del agresor.

Grabiela Ferreira (1995) recoge estas ideas sobre el amor romántico:

       Entrega total a la otra persona.

       Hacer de la otra persona lo único y fundamental de la existencia.

       Vivir experiencias muy intensas de felicidad o de sufrimiento.

       Depender de la otra persona y adaptarse a ella, postergando lo propio.

       Perdonar y justificar todo en nombre del amor.

       Consagrarse al bienestar de la otra persona.

       Estar todo el tiempo con la otra persona.

       Pensar que es imposible volver a amar con esa intensidad.

       Sentir que nada vale tanto como esa relación.

       Desesperar ante la sola idea de que la persona amada se vaya.

       Pensar todo el tiempo en la otra persona, hasta el punto de no poder trabajar, estudiar, comer, dormir o prestar atención a otras personas menos importantes.

       Vivir sólo para el momento del encuentro.

       Prestar atención y vigilar cualquier altibajo en el interés o el amor de la otra persona.

       Idealizar a la otra persona no aceptando que pueda tener algún defecto.

       Sentir que cualquier sacrificio es positivo si se hace por amor a la otra persona.

       Tener anhelos de ayudar y apoyar a la otra persona sin esperar reciprocidad ni gratitud.

       Obtener la más completa comunicación.

       Lograr la unión más íntima y definitiva.

       Hacer todo junto a la otra persona, compartirlo todo, tener los mismos gustos y apetencias.

Carlos Yela (2003) define los mitos románticos como: un conjunto de creencias socialmente compartidos sobre la “supuesta naturaleza del amor” y, al igual que sucede en otros ámbitos, también los mitos románticos suelen ser ficticios, absurdos, engañosos, irracionales e imposibles de cumplir y, la coartada para el ejercicio de la violencia masculina hacia las mujeres.

La idea romántica del amor y la presión social dirigida a la búsqueda de una pareja, como ya se ha dicho anteriormente, están en el centro de una dinámica que puede abrir la puerta del laberinto para, a continuación, sellar todas las salidas.

Sería en esta sucesión de acontecimientos donde se desarrollarían las etapas del proceso:

       Fascinación. Las expectativas amorosas de la mujer dan cuerpo a una figura, cuanto mayores sean éstas, mayor será la posibilidad de error y la posibilidad de

reconocimiento del mismo. En esta etapa, sería interesante detectar las expectativas desmesuradas y las ideas distorsionadas sobre el amor, analizando a la persona amada desde la realidad y no desde la fantasía.

       Reto. La mujer (fascinada) se preocupa de realizar cambios en sí misma o en el otro para mejorar la relación o hacer concesiones al amor tratando de justificar los aspectos negativos de la relación. En esta etapa, sería conveniente reconocer mitos románticos tales

como que el amor no es todopoderoso, analizando las concesiones que se hacen y su coste emocional.

       Confusión. Al no lograr el bienestar, baja la propia aceptación y se activa el proceso de autocuestionamiento. La resituación en la relación de pareja así como el análisis del daño sufrido pueden ser intervenciones en esta etapa.

       Extravío en el territorio del laberinto. Hace una mala representación emocional de sí misma, de él, de la relación. Hay una falta de respuesta y se rinde. El laberinto se cierra a

su alrededor, las salidas quedan bloqueadas o al menos ésta es la percepción de la mujer extraviada. Posibles estrategias de intervención en esta etapa son: recuperación de la autoestima, aceptación del amor no como dominio y el empoderamiento.

Este laberinto tendría las paredes de cristal, es decir, existe la posibilidad de que, aunque se esté perdida en él, ver el exterior y poder recuperar la libertad de decidir sobre la propia vida, saliendo de los círculos concéntricos llenos de peligros y temores.

Este laberinto se representa con una estructura de tres círculos concéntricos, de menor a mayor peligrosidad en su recorrido, desde el exterior hacia el núcleo central:

       La entrada tiene lugar, para cada uno de los elementos de la pareja, porque sus expectativas les inducen a consolidar la relación.

       PRIMER CÍRCULO. Es con la aparición de choque de expectativas, en la colisión de intereses, cuando aparecen, generalmente ya en los inicios de la experiencia, las primeras estrategias de control, en forma de lamentos, demandas desproporcionadas, críticas o quejas.

       SEGUNDO CÍRCULO. Aparecen las primeras agresiones físicas y toma fuerza el llamado ciclo de violencia propuesto por Walker.

       TERCER CÍRCULO. El miedo está instaurado y reina la violencia. La mujer está aislada y establece estrategias de supervivencia.

4.3.- Ciclo de violencia de Walker

La violencia doméstica suele iniciarse de maneras muy diversas en cada caso y no son raros aquéllos en que ya desde el noviazgo se producen agresiones físicas leves.

Si bien el inicio de la violencia doméstica es muy variable, lo que sí parece ser más predecible es el carácter cíclico de los episodios violentos.

En este sentido, cabe destacar la “teoría del ciclo de violencia” enunciada por Walker. Estos ciclos suponen la existencia de tres fases. En cada fase se describirá la puntuación circular e interaccional de ambos miembros de la pareja con el fin de comprender la dinámica relacional que subyace al maltrato. Esta comprensión permite profundizar en el conocimiento de lo que ocurre en este ciclo y, a su vez, tener presente esta circularidad a la hora de intervenir es esta problemática.

Estas tres fases son:

       Acumulación de tensión. Se caracteriza por agresiones psicológicas, cambios repentinos en el estado de ánimo, incidentes menores de maltrato. La mujer, en un intento por calmar a su pareja, tiende a comportarse de forma sumisa o ignora los insultos y descalificaciones de él, minimiza lo ocurrido atribuyendo el incidente aislado a factores externos, por lo que si ella espera, las cosas cambiarán y él mejorará su trato hacia ella. El hombre que maltrata, debido a la aparente aceptación pasiva que ella hace de su conducta, no intenta controlarse, se cree con derecho a maltratarla y constata que es una forma efectiva de conseguir que la mujer se comporte como él desea. La mujer, en esta fase, suele intentar hablar con él con el fin de solucionar el problema, pero, esta conducta suele irritar al hombre, de tal manera que la mujer, para evitar molestarle, comienza a no hacer nada, a no expresar su opinión, a llevar a cabo el menor número de conductas posibles. Entra en una fase de inmovilidad que puede ser reprochada por el hombre. Si la mujer se queja, él lo niega y la culpabiliza, intentando convencerle de que él tiene razón y que la percepción que ella tiene de la realidad es equivocada. Ella empieza a dudar de su propia experiencia y a considerarse culpable, reforzando más el comportamiento del hombre. Él se distancia emocionalmente, lo que provoca miedo en la mujer a perderlo, sintiéndose culpable por no haber sabido conservar su amor. Son varias las emociones que la mujer puede sentir en esta fase como angustia, ansiedad y miedo. Es decir, la mujer intenta calmar a su pareja (regulación interpersonal) como estrategia de supervivencia así como expresión de su compromiso con la relación. Dado que en algunas ocasiones consigue apaciguarlo, refuerza su convencimiento de que puede controlarlo. La irritabilidad de él crece y ella se disculpa una y otra vez, produciéndose el inicio de la siguiente fase.

       Fase de explosión o agresión. Cuando la tensión de la fase anterior llega a cierto límite, se produce la descarga de la misma a través del maltrato psicológico, físico o sexual. La regulación interpersonal ha fracasado. La agresión ha empezado en un intento de dar una lección a la víctima y ha finalizado cuando él considera que ella ha aprendido. Esta fase es la que entraña mayores daños físicos en la víctima y suele ser la más breve de las tres, durando entre 2 y 24 horas. Cuando acaba, suele verse seguida de un estado inicial de choque, negación o incredulidad sobre lo sucedido. En esta fase, la mujer, que intentaba salvar la relación, se siente impotente y débil, entrando en una “indefensión aprendida” que le impide reaccionar. La mujer siente soledad, impotencia, dolor, vergüenza y en este momento puede plantearse la búsqueda de ayuda y la toma de decisiones.

       Fase de reconciliación o luna de miel. En esta fase no hay tensión ni agresión, el hombre se arrepiente y pide perdón a la víctima, prometiendo que no volverá a suceder. La tensión se disipa lo que refuerza recurrir a ella la siguiente vez que se experimente. Cree que ella ha aprendido su lección, por lo que no volverá a comportarse de manera inadecuada y él no se verá obligado a maltratarla. La mujer, en esta fase, siente poder y puede pensar que él está responsabilizándose de lo ocurrido. Le cree e intenta asimilar la situación como una pérdida de control momentánea de su pareja. Esta fase está teñida por emociones de la mujer tales como ambivalencia de los sentimientos, ilusión, esperanza así como ver el lado “positivo” de la relación. Se puede producir un acercamiento afectivo, a veces muy intenso.

En esta fase es más difícil que la mujer tome la decisión de dejar la relación. A su vez, es también cuando ella tiene más contacto con personas que pueden ayudarla, ya que tiene más libertad para salir de casa y mantener relaciones sociales.

A medida que pasa el tiempo las fases empiezan a hacerse más cortas, llegando a momentos en que se pasa de una breve fase de acumulación de tensión a la fase de explosión y así sucesivamente, sin que medie la fase de arrepentimiento que acaba por desaparecer. En este momento, las mujeres suelen pedir ayuda.

Los episodios de maltrato son cada vez más intensos y peligrosos. Se produce una escalada de violencia.

Es importante realizar estas consideraciones:

       No todas las fases del ciclo se dan siempre.

       La violencia no es estrictamente cíclica, puede aparecer de manera repentina y su ritmo no es regular.

       Las características del hombre que ejerce violencia suelen producir respuestas de indefensión y sumisión en la mujer que facilitan la repetición de las conductas agresivas, al reforzar, con esta sumisión, el comportamiento violento del hombre.

Por otra parte, las mujeres que viven estos ciclos, parecen no predecir una nueva agresión debido a posibles razones:

       El deseo de la mujer de mantener su proyecto de pareja como algo viable, sin olvidar, la existencia de un vínculo con la persona que ejerce maltrato.

       Similar a la disociación psicoanalítica, se produce cierta escisión entre los indicios de amor y los hechos despreciativos que los contradicen. Las emociones asociadas a la violencia (miedo, humillación…) se desvinculan de los afectos positivos (amor, ternura…).

       La puesta en marcha de ciertos mecanismos de defensa (negación) con una función psíquica defensiva para soportar el miedo.

4.4.- Modelo de Deschner (aplicado al modelo comunicacional de Watzlawick)

Deschner (1984), en su ciclo de violencia, menciona las siguientes fases: dependencia mutua, acontecimiento perjudicial, intercambio de coacciones, último recurso, furia primitiva, refuerzo de la agresión, instigación de miedo en la persona abusada y arrepentimiento.

Describiré cada fase y destacaré conceptos comunicacionales, en este esquema de elaboración propia.

MODELO DE DESCHNER. Fase DEPENDENCIA MUTUA

4. MODELO 1.png

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

5. MODELO 2.png

MODELO DE DESCHNER. Fase ACONTECIMIENTO PERJUDICIAL

 6. MODELO 3.png

6. MODELO 4.png

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

 7. TEORIA DE LA COMUNICACION.png

MODELO DE DESCHNER. Fase INTERCAMBIO DE COACCIONES

 9. MODELO 6.png

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA

 10. MODELO 7.png

4.5.- Modelo teórico de la “rueda del control y del poder”

El modelo teórico de “la rueda del control y del poder” (Stordeur y Stille, 1989 y Pence y Paymar, 1993), expone las siguientes formas de maltrato psicológico:

       Coerción y amenazas: asustarle con amenazas de hacerle daño; amenazar con dejarla, con el suicidio o con denuncias falsas a la autoridad; obligarle a retirar los cargos presentados contra él; obligarle a cometer actos ilegales.

La coerción y las amenazas se utilizan para inmovilizar a la mujer, que de esta forma se ve confrontada con el hecho de que si se marcha será castigada. La coerción y las amenazas provocan un terror intenso y constituye una de las peores formas de maltrato psicológico.

       Intimidación: provocarle miedo a través de sus miradas, acciones y gestos; destrozar objetos; intimidar rompiendo sus objetos personales, maltratando animales domésticos, mostrando armas.

       Abuso emocional: hacer sentir inferior; hacer sentir mal; insultar con nombres ofensivos; hacerle pensar que está loca; confundir a propósito; humillar; hacer sentir culpable.

       Aislamiento social: controlar lo que hace (a quién puede ver, con quién puede hablar, lo que puede leer y dónde va), limitar su vida social, utilizar los celos para justificar sus actos.

       Minimizar, negar y culpabilizar: no tomar seriamente la preocupación que ella tiene sobre el abuso; negar que hubo abuso; hacerle sentir responsable de la conducta abusiva; decirle que ella lo provocó.

       Utilización de los hijos: hacerle sentir culpable por el comportamiento de los niños/as; usar a los niños/as como intermediarios y mantener así el control; usar las visitas con los niños/as para molestar o amenazar; amenazar con quitarle a los niños.

       Utilización de los privilegios de ser hombre: tratar como una sirvienta; no dejarle tomar decisiones importantes; actuar como el rey de la casa; definir los roles del hombre y de la mujer.

       Abuso económico: impedirle trabajar o que mantenga su empleo; obligarle a que le pida dinero; quitarle el dinero; no informarle acerca de los ingresos familiares o no permitirle disponer de los ingresos.

4.6.- La teoría del “vínculo traumático” de Dutton y Painter: la alternancia, la imprevisibilidad y la intensidad de la agresión

El vínculo traumático descrito por Dutton y Painter (1981) alude a una relación de pareja (vincular) construida sobre un progresivo desequilibrio de poder. Quien se impone a la otra persona, la hostiga, golpea, amenaza, abusa o intimida intermitentemente, generando en la víctima fuertes apegos emocionales. Cuanto más aumenta el desequilibrio, la autovaloración de la persona con menos poder, se hace más negativa, con mayor sentimiento de ineficacia y mayor necesidad de la persona poderosa. El arrepentimiento se asocia a una sensación de alivio y de cese de la violencia.

Si la mujer consigue romper el contacto con su pareja, el miedo empieza a diluirse en el tiempo. Sin embargo, si reaparecen las necesidades de afecto de la mujer, es posible que evoque la “imagen” de la pareja en actitud de arrepentimiento, la cual está grabada como esquema mental.

En cuanto al hombre, quien es quien ostenta el poder, se vuelve “dependiente” de la persona sometida. La revelación de las propias carencias del hombre a la mujer reinstauran el control y la intimidación.

Los autores señala que el desequilibrio de poder se consolida conforme se perpetúa una periodicidad en el abuso que intercale, de manera impredecible, el “castigo” y la aproximación permisiva y “amorosa” en forma de arrepentimiento.

Dutton y Painter utilizaron la metáfora de la banda elástica: cuanto más se aleja ella del hombre, mayor es la fuerza de la ligadura traumática, hasta que, sobrepasado un punto de equilibrio entre el estímulo reforzado (arrepentimiento y afecto) y el miedo que la alejó, la mujer parece que “bruscamente e impulsivamente decide retornar”.

4.7.- Las estrategias de maltrato en la violencia de género en la pareja. Contextos relacionales de la violencia emocional. Persuasión coercitiva

La persuasión coercitiva representa un modelo para la organización de estrategias organizadas con el fin de controlar y someter a otra persona, realizadas con carácter deliberador por quien persuade y la víctima se mantiene en un estado de oscuridad sobre lo que está ocurriendo.

Rodríguez-Carballeira (1992) en su obra sobre la persuasión coercitiva, indica que la víctima “no se encuentra en condiciones neutrales para aplicar rigurosidad a sus procedimientos cognitivos. El debilitamiento y la dependencia unidos a la omnipresencia de la doctrina en los procesos de sentir, pensar y actuar del adepto, determinan un estrechamiento y enlentecimiento en sus facultades cognitivas” (p.132).

Rodríguez-Carballeira y un grupo de colaboradores (2005) refieren que: “(…) el afán de dominar al otro comienza por las formas tradicionales de influencia y persuasión, y cuando éstas fallan se inician las estrategias propias del llamado poder coercitivo y del control para extenderse a otras formas de abuso psicológico, llegando en ocasiones a desembocar luego en violencia física. Además, el clima de miedo y humillación generado por el abuso físico fortalecería el impacto del empleo del abuso psicológico por parte del agresor (…)”. Este autor define la coerción/ coacción como “el uso de la fuerza para impedir u obligar a alguien a hacer algo”.

Loewenstein y Putnam (2005) señalan que las personas sometidas a técnicas de extrema coerción pueden sufrir una despersonalización persistente y sintomatología disociativa. La estructura cognitiva de estas personas puede mostrar una rigidez adquirida, regresiones conductuales y profundos cambios de valores, actitudes, creencias y sentido del sí mismo.

Las estrategias propias del control coercitivo pueden agruparse en dos categorías: sometimiento por el miedo y la destrucción de la confianza en las víctimas en su propio criterio. De tal manera, que el control se distribuye en un continuo, donde el polo más “positivo” sería aquél en el que la víctima se somete por el castigo de no hacerlo pero conserva su criterio, sin existir sometimiento interno y el peor extremo en el que la víctima no conserva su criterio y asume el del agresor, existiendo sometimiento interno.

4.8.- Modelo teórico de la “rueda del control y del poder”

El modelo teórico de “la rueda del control y del poder” (Stordeur y Stille, 1989 y Pence y Paymar, 1993), expone las siguientes formas de maltrato psicológico:

       Coerción y amenazas: asustarle con amenazas de hacerle daño; amenazar con dejarla, con el suicidio o con denuncias falsas a la autoridad; obligarle a retirar los cargos presentados contra él; obligarle a cometer actos ilegales.

La coerción y las amenazas se utilizan para inmovilizar a la mujer, que de esta forma se ve confrontada con el hecho de que si se marcha será castigada. La coerción y las amenazas provocan un terror intenso y constituye una de las peores formas de maltrato psicológico.

       Intimidación: provocarle miedo a través de sus miradas, acciones y gestos; destrozar objetos; intimidar rompiendo sus objetos personales, maltratando animales domésticos, mostrando armas.

       Abuso emocional: hacer sentir inferior; hacer sentir mal; insultar con nombres ofensivos; hacerle pensar que está loca; confundir a propósito; humillar; hacer sentir culpable.

       Aislamiento social: controlar lo que hace (a quién puede ver, con quién puede hablar, lo que puede leer y dónde va), limitar su vida social, utilizar los celos para justificar sus actos.

       Minimizar, negar y culpabilizar: no tomar seriamente la preocupación que ella tiene sobre el abuso; negar que hubo abuso; hacerle sentir responsable de la conducta abusiva; decirle que ella lo provocó.

       Utilización de los hijos: hacerle sentir culpable por el comportamiento de los niños/as; usar a los niños/as como intermediarios y mantener así el control; usar las visitas con los niños/as para molestar o amenazar; amenazar con quitarle a los niños.

       Utilización de los privilegios de ser hombre: tratar como una sirvienta; no dejarle tomar decisiones importantes; actuar como el rey de la casa; definir los roles del hombre y de la mujer.

       Abuso económico: impedirle trabajar o que mantenga su empleo; obligarle a que le pida dinero; quitarle el dinero; no informarle acerca de los ingresos familiares o no permitirle disponer de los ingresos.

4.9.- La teoría del “vínculo traumático” de Dutton y Painter: la alternancia, la imprevisibilidad y la intensidad de la agresión

El vínculo traumático descrito por Dutton y Painter (1981) alude a una relación de pareja (vincular) construida sobre un progresivo desequilibrio de poder. Quien se impone a la otra persona, la hostiga, golpea, amenaza, abusa o intimida intermitentemente, generando en la víctima fuertes apegos emocionales. Cuanto más aumenta el desequilibrio, la autovaloración de la persona con menos poder, se hace más negativa, con mayor sentimiento de ineficacia y mayor necesidad de la persona poderosa. El arrepentimiento se asocia a una sensación de alivio y de cese de la violencia.

Si la mujer consigue romper el contacto con su pareja, el miedo empieza a diluirse en el tiempo. Sin embargo, si reaparecen las necesidades de afecto de la mujer, es posible que evoque la “imagen” de la pareja en actitud de arrepentimiento, la cual está grabada como esquema mental.

En cuanto al hombre, quien es quien ostenta el poder, se vuelve “dependiente” de la persona sometida. La revelación de las propias carencias del hombre a la mujer reinstauran el control y la intimidación.

Los autores señala que el desequilibrio de poder se consolida conforme se perpetúa una periodicidad en el abuso que intercale, de manera impredecible, el “castigo” y la aproximación permisiva y “amorosa” en forma de arrepentimiento.

Dutton y Painter utilizaron la metáfora de la banda elástica: cuanto más se aleja ella del hombre, mayor es la fuerza de la ligadura traumática, hasta que, sobrepasado un punto de equilibrio entre el estímulo reforzado (arrepentimiento y afecto) y el miedo que la alejó, la mujer parece que “bruscamente e impulsivamente decide retornar”.

4.10.- Las estrategias de maltrato en la violencia de género en la pareja. Contextos relacionales de la violencia emocional. Persuasión coercitiva

La persuasión coercitiva representa un modelo para la organización de estrategias organizadas con el fin de controlar y someter a otra persona, realizadas con carácter deliberador por quien persuade y la víctima se mantiene en un estado de oscuridad sobre lo que está ocurriendo.

Rodríguez- Carballeira (1992) en su obra sobre la persuasión coercitiva, indica que la víctima “no se encuentra en condiciones neutrales para aplicar rigurosidad a sus procedimientos cognitivos. El debilitamiento y la dependencia unidos a la omnipresencia de la doctrina en los procesos de sentir, pensar y actuar del adepto, determinan un estrechamiento y enlentecimiento en sus facultades cognitivas” (p.132).

Rodríguez-Carballeira y un grupo de colaboradores (2005) refieren que: “(…) el afán de dominar al otro comienza por las formas tradicionales de influencia y persuasión, y cuando éstas fallan se inician las estrategias propias del llamado poder coercitivo y del control para extenderse a otras formas de abuso psicológico, llegando en ocasiones a desembocar luego en violencia física. Además, el clima de miedo y humillación generado por el abuso físico fortalecería el impacto del empleo del abuso psicológico por parte del agresor (…)”. Este autor define la coerción/ coacción como “el uso de la fuerza para impedir u obligar a alguien a hacer algo”.

Loewenstein y Putnam (2005) señalan que las personas sometidas a técnicas de extrema coerción pueden sufrir una despersonalización persistente y sintomatología disociativa. La estructura cognitiva de estas personas puede mostrar una rigidez adquirida, regresiones conductuales y profundos cambios de valores, actitudes, creencias y sentido del sí mismo.

Las estrategias propias del control coercitivo pueden agruparse en dos categorías: sometimiento por el miedo y la destrucción de la confianza en las víctimas en su propio criterio. De tal manera, que el control se distribuye en un continuo, donde el polo más “positivo” sería aquél en el que la víctima se somete por el castigo de no hacerlo pero conserva su criterio, sin existir sometimiento interno y el peor extremo en el que la víctima no conserva su criterio y asume el del agresor, existiendo sometimiento interno.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Notas:

1.      Margarita Herrero de Vega (2011). Conferencia “La violencia de género: concepto, causas y consecuencias”.Burgos.

2.      Margarita Herrero de Vega (2011). Conferencia “La violencia de género: concepto, causas consecuencias”. Margarita Herrero de Vega. Burgos

3.      José Navarro Góngora (2013). Jornada “Intervención con mujeres víctimas de violencia de género”.

Burgos

4.      Extraído de Bosch. E., Ferrer, V., Navarro, C. & Ferreiro, V. (2010). Intervención con perspectiva de género en mujeres víctimas de violencia machista. Formación Continuada A Distancia (FOCAD): Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos.

 

Almudena Alegre Hernándo

I.- Fundamentación y justificación del trabajo

Para muchos, permanecer a salvo consiste en cerrar puertas y ventanas y evitar los lugares peligrosos. Para otros no hay escapatoria porque la amenaza de la violencia está detrás de esas puertas, ocultas a los ojos de los demás. (Gro Harlem Brundtland Directora General OMS)

No es infrecuente la asociación de la violencia de género con diferentes comentarios inoportunos e inadecuados. Diferentes debates coloquiales tras noticias de asesinatos de mujeres desatan opiniones encontradas y desencuentros importantes. Comentarios del tipo “yo no entiendo cómo siguen con él tras varios años de maltrato”, “algo habrá hecho para que le pegue”, “y a los hombres, ¿no se nos maltrata?”, “muchas denuncias son falsas”, “luego van denuncian que les han pegado y claro, los jueces les dan todo” etc. Frases duras, juicios que traslucen resonancias personales, comentarios divulgados que nos alejan de la comprensión  de esta grave problemática social que afecta al conjunto de la sociedad.

Se pueden distinguir dos definiciones de violencia de género diferentes, una de carácter más amplio y otra de carácter más restringido. Por una parte, las Naciones Unidas, en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer define la violencia contra las mujeres así como la violencia de género como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada”. Por su parte, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género define este maltrato como aquél que ejercen los hombres sobre las mujeres, desde el poder y la desigualdad, cuando sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia. Esta segunda definición circunscribe la violencia de género en el ámbito de las parejas. Es conveniente realizar esta apreciación dado que, este trabajo,  abordará  “la violencia de género en la pareja”, concepto al que me referiré a partir de ahora con las siglas VGP.

Según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, en el año 2015, 56 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, estando 4 casos en investigación y 51 menores son huérfanos/as por VGP. Respecto al número de menores fallecidos/as por VGP en el 2015, 3 casos se han confirmado y 6 se encuentran en investigación.

La violencia cuestiona la base de nuestros afectos, nuestra seguridad, nuestra propia identidad y nos obliga a afrontar nuestra propia vulnerabilidad. La violencia en relaciones afectivas supone un cuestionamiento máximo ya que, ¿cómo comprender que esa relación, en la que se supone que ha de reinar el respeto y el amor, cause tanto sufrimiento y dolor?

¿Cómo comprender que la persona con quien compartes tu vida y tu intimidad se convierta en tu peor enemigo? ¿Cómo entender que el amor mata y que por amor se mata?

Como profesionales, la violencia también nos cuestiona y nos expone a la fragilidad del ser humano; a la responsabilidad de “salvar vidas”; a la inquietud e incertidumbre sobre las decisiones que hemos de ir tomando junto a las personas con las que intervenimos; a emociones como miedo, impotencia y ansiedad. Pero, sobre todo, la violencia nos expone al sufrimiento extremo.

La VGP atenta contra los Derechos Humanos y se considera la máxima expresión de desigualdad entre hombres y mujeres. Por su parte, la OMS en 1996 definía taxativamente la violencia contra las mujeres como “un problema de Salud Pública”.

Personalmente, la VGP me suscita diferentes preocupaciones: supone daño, produce sufrimiento en toda la unidad familiar, afecta a la integridad física y psíquica de quienes la sufren y de quienes están en contexto de violencia y en última instancia, puede llegar a la muerte, incluyendo posibles suicidios. Por otra parte, son múltiples los interrogantes que me plantea este tema: “¿qué papel tiene el contexto en esta problemática social?”, “¿cómo no ser cómplice de la violencia?”, “¿cómo realizar intervenciones en red adecuadas a las personas que viven en contextos de violencia?”, “¿cómo articular diferentes contextos de intervención: asistencialista, terapéutico, de control etc de manera coordinada y eficaz?”, “¿cómo conseguir trabajar con los hombres que ejercen violencia sin interferencia de nuestras resonancias personales?”, “¿cómo trascender los moralismos y entender al hombre que maltrata y a la mujer que sufre el maltrato como dos personas con un problema de tal índole?”, “¿cómo proteger también a los y las hijas inmersas en ese contexto?”. Todas estas reflexiones son el motor de la elección de este tema de trabajo. A su vez, estos mismos cuestionamientos me planteaban un abordaje sistémico de esta tragedia, con el fin de profundizar en conceptos desarrollados por la terapia sistémica, desde sus diferentes escuelas, que puedan arrojar luz sobre esta sinrazón. Estructura y dinámica familiar; mitología familiar; roles, reglas, mandatos familiares; poder y jerarquía; cosmovisión familiar; legado transgeneracional; puntuaciones interaccionales y comunicacionales; subsistemas familiares; vinculaciones afectivas entre otros, guiarán este trabajo.

No hay duda de que cualquier tipo de violencia es destructiva, sin embargo, este aspecto cobra especial relevancia en las relaciones íntimas, aquellas en las cuales se supone que el amor y el apego están presentes, alcanzando aquí un carácter traumático. Como señalan M.F. Solomon y D.J. Siegel (2003) se produce una paradoja esencial en las mujeres víctimas de maltrato, dado que son expuestas al trauma de ser agredidas por quienes las quiere, la respuesta condicionada es la de huir y buscar protección precisamente en la figura de apego que las maltrata. Es difícil y supone un tiempo resolver esta compleja paradoja, donde violencia y apego se asocian a la misma persona.

En esta introducción, quisiera destacar las cuatro premisas que Perrone y Nannini (1997) señalan para situarnos en una perspectiva sistémica, “donde estudia la participación de cada persona en el funcionamiento del sistema y se considera que cada uno tiene que hacerse y pensarse responsable de sus propios comportamientos”:

       La violencia no es fenómeno individual sino una manifestación de un fenómeno interaccional. No puede explicarse sólo en la esfera de lo intrapsíquico sino en un contexto  relacional,  puesto  que  es el  resultado  de un proceso  de comunicación entre dos o más personas.

       Todos cuantos participan en una interacción se hallan implicados y son responsables interaccionalmente hablando (no legalmente). Manteniendo dudas sobre esta premisa en casos de VGP, quizá se puede corresponder con el inicio de la interacción violenta. Sin embargo, según se rigidifican las pautas interaccionales, con una acomodación rígida de las posiciones one-up y one-down del hombre y de la mujer respectivamente, y se activan mecanismos propios del control coercitivo, esta premisa desaparecería.

       Todo individuo adulto, con capacidad suficiente para vivir de modo autónomo, es el garante de su propia seguridad.

       Cualquier individuo puede llegar a ser violento con diferentes modalidades o manifestaciones.

En esta introducción, considero importante realizar las siguientes apreciaciones:

       Este trabajo aborda la VGP, de tal manera que no se niegan otros tipos de maltrato (violencia doméstica, conyugal, familiar, de mujer a hombre etc.), que también pueden ocurrir en relaciones íntimas.

       Así mismo, se diferencia de la conflictividad en la pareja.

       Reconoce la responsabilidad del que ejerce violencia. La persona que ejerce violencia elige esa conducta frente a otras alternativas. De manera complementaria, se entiende que la víctima no es culpable. Estas dos afirmaciones contundentes son compatibles con la necesidad, en cualquier intervención, de entender lo que ha llevado a la persona que ejerce maltrato a actuar de esa manera, a usar la violencia como patrón interaccional e interpersonal en sus relaciones íntimas así como de promover pautas de autoprotección en la víctima, trabajando así aspectos que están bajo su control y que permitirán su empoderamiento. La OMS define la violencia como “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daño psicológico, trastornos en el desarrollo o privaciones y que atenta contra el derecho a la salud y a la vida de la población”. Ese uso intencional que subraya la OMS al definir violencia, se relaciona directamente con el concepto de responsabilidad del acto de la persona que usa la violencia.

Ningún estudio relaciona la patología mental en los varones con una mayor probabilidad de ejercer maltrato (Montero, 2008). En investigación con hombres condenados en prisión por un delito de violencia grave contra la mujer “no se ha podido establecer una relación entre la psicopatía o los trastornos de personalidad y la comisión de homicidio contra la pareja o la ex pareja” (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 2008, p.197)

       El objetivo principal de este trabajo es ofrecer una mirada sistémica sobre la VGP, a partir de dos ejes fundamentales: eje ámbito privado- público y eje esfera individual- esfera familiar. Sin obviar la complejidad  y multicausalidad de cualquier tipo de maltrato en general y de éste en particular, a lo largo de este trabajo intentaré responder a diferentes interrogantes.

En relación a este último punto, ¿qué pretendo tratar con esos dos ejes? ¿qué quiero resaltar al explicitar esta violencia como “del ámbito privado al ámbito social”? ¿qué supone tratar esta violencia “de lo individual a lo familiar”?

La elección de estos dos ejes que estructuran este trabajo viene determinada por el deseo de ofrecer una visión sistémica de la VGP. La VGP suele producirse en el ámbito privado, sin embargo el componente estructural de este tipo de maltrato alcanza un papel relevante, tal como se expondrá en el apartado 3 del presente trabajo. Por otra parte, no hay que olvidar que, si bien el hogar se identifica como seguridad, en los casos de VGP, esta asociación se rompe, dado que es ahí, ese hogar, el escenario de la mayoría de las agresiones y actos violentos. Por su parte, el paso de la esfera individual a la familiar sugiere la importancia de entender este tipo de violencia como un maltrato que afecta directamente a la familia nuclear (hijos e hijas) y mantiene posibles conexiones con las propias familias de origen. Así mismo, este paso de lo individual a lo familiar permite abrir el foco del problema, analizando la estructura y dinámica familiar, así como los roles en los que se coloca a hijos/as y, que circularmente, éstos/as asumen.

Reconociendo la complejidad de este tipo de maltrato, trataré diferentes cuestiones que considero de interés para avanzar en esos dos ejes antes señalados y promover la comprensión de la VGP. La VGP es un delito, por este motivo es imprescindible realizar una breve reseña legal (apartado 2). El apartado 3 permitirá desgranar el aspecto estructural de este maltrato. Si bien la mayor parte de los actos agresivos se producen en el hogar (que paradójicamente deja de ser un lugar seguro) y en la esfera más privada, existe un componente social y cultural que aporta singularidad a esta violencia y que permite esclarecer los mecanismos que subyacen. Entender estos mecanismos es crucial para realizar programas preventivos eficaces, pero la prevención primaria no es objeto de este trabajo. Este apartado 3 se complementa con el siguiente, que trata conceptos generales para, posteriormente, describir varios modelos teóricos sobre la VGP. Una vez desarrollado un marco teórico amplio que permita trazar este trayecto de lo privado a lo social, se planteará el siguiente eje del trabajo: “de lo individual a lo familiar” en el apartado 5. A lo largo de este apartado, se pasará de una concepción individual de la VGP a una visión más amplia, puesto que no sólo la mujer está afectada por esta problemática, sino que la estructura y dinámica familiar en su conjunto lo está, así como los subsistemas que lo componen. Completando este apartado, se expondrán posibles intervenciones en VGP, huyendo de un concepto individual de intervención por el cual se entiende sólo el tratamiento de las mujeres, excluyendo a los/as menores así como a los hombres que ejercen violencia, intervención que también previene que otras mujeres, futuras parejas de estos hombres, sufran esta violencia. En el apartado 7 se expondrá un estudio de caso, cerrando el trabajo con conclusiones y opinión personal.

Finalizo esta introducción resaltando que el amor es una forma de poder, de influencia en la vida de otras personas, de la que podemos hacer un uso positivo (crecimiento personal y relacional) o destructivo (violencia y maltrato en las relaciones íntimas). Este aspectos nos plantea un reto profesional importante: bajo muchos casos de maltrato existe realmente un vínculo afectivo, destructivo, pero vínculo, siendo necesario el abordaje del mismo así como el replanteamiento de otras formas vinculares constructivas y saludables que transmitan “el querer bien”. Con esta reflexión, invito a pensar sobre nuestra forma de amar a las personas que forman parte de nuestra vida.

II.- Breve reseña sobre normativa

El que habitualmente ejerza violencia física o psíquica sobre quien sea o haya sido su cónyuge o sobre persona que esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aun sin convivencia(…) será castigado con la pena de prisión(…) privación del derecho a la tenencia y porte de armas(…)” (Extracto artículo 173.2 de la LO 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal)

En nuestro país, el marco legal de referencia en este tipo de maltrato es la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. El artículo 1 menciona que esta Ley “tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”.

Sin embargo, las Naciones Unidas en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (1993) realizan una definición más amplia, entendiendo la violencia contra las mujeres como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada”.

III.- Violencia de género en la pareja: desde el ámbito privado al ámbito social

Violence against women is a manifestation of the historically unequal power relations between men and women, which have led to domination over and discrimination against women by men and to the prevention of women’s full advancement. (The United Nations Fourth World Conference on Women, Beijing 1995)

Desde mi punto de vista, es fundamental entender la VGP dentro de un paradigma social amplio.

La VGP se vive en las unidades familiares, en la esfera privada, contribuyendo así a su invisibilización. Sin embargo, este tipo de maltrato tiene un importante componente estructural. De esta manera, considero oportuno abrir el foco de este tipo de maltrato y pasar de una concepción individual y privada a otra social y pública.

Es de obligación realizar dos apreciaciones, extraídas del “Protocolo Común para la Actuación Sanitaria ante la Violencia de Género” (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2007) para comprender el carácter estructural de la VGP:

       “(…) el género se refiere a los roles, derechos y responsabilidades diferentes que tradicionalmente y a través del proceso de socialización han sido asignados a los hombres y a las mujeres, así como a la desigualdad que esto crea entre ellos y ellas.” (p.51).

       “La violencia no se debe a rasgos singulares y patológicos de una serie de individuos, sino que tiene rasgos estructurales de una forma cultural de definir las identidades

y las relaciones entre los hombres y las mujeres. La violencia contra las mujeres se produce en una sociedad que mantiene un sistema de relaciones de género que perpetúa la superioridad de los hombres sobre las mujeres y asigna diferentes atributos, roles y espacios en función del sexo (…). La violencia contra las mujeres es además instrumental. El poder de los hombres y la subordinación de las mujeres, que es un rasgo básico del patriarcado, requiere de algún mecanismo de sometimiento. En este sentido, la violencia contra las mujeres es el modo de afianzar ese dominio” (p. 12).

Por último, indicar que ha sido recientemente cuando se ha comenzado a cuestionar el “derecho a la intimidad dentro de la pareja” para ejercer el uso de la violencia (Lorente, 2001).

A lo largo de este tercer apartado subrayaré el componente estructural de este maltrato para ubicarlo en su vertiente social y su vivencia en el ámbito privado, sin olvidar que el hogar, lugar que se asocia a la seguridad, se convierte en un sitio peligroso y de riesgo.

3.1.- Modelo de Brofenbrenner aplicado a la violencia de género en la pareja

Donald Dutton (1988) desarrolló su teoría ecológica para entender la violencia familiar basándose en el modelo de Bronfenbrenner (1977).

El contexto social se dividiría en:

       Macrosistema

       Exosistema

       Microsistema

El macrosistema nos remite a las formas de organización social, los sistemas de creencias y los estilos de vida que prevalecen en una cultura o subcultura en particular. Son patrones generalizados que impregnan los distintos estamentos de una sociedad (por ejemplo, la cultura patriarcal).

Según Dutton (1988), el sistema de creencias patriarcal contribuiría a la incidencia en el maltrato al generar en los hombres la creencia de que sus expectativas o deseos no pueden ser criticados por una mujer. En ciertos hombres este sistema de creencias justificaría la violencia como medio para conseguir ese “derecho natural”.

Las creencias culturales asociadas al problema de la violencia familiar y de género han sido estudiadas por profesionales de la sociología y de la antropología, que han definido el entorno más amplio como “sociedad patriarcal”, dentro del cual el poder, conferido al hombre sobre la mujer y los padres sobre los hijos/as, es el eje que estructura los valores sostenidos históricamente por nuestra sociedad occidental. El sistema de creencias patriarcal sostiene el modelo de familia vertical, con un vértice constituido por “el jefe del hogar”, que siempre es el padre, y estratos inferiores donde son ubicados la mujer y los hijos/as. Dentro de esta estratificación, el subsistema filial también reconoce cierto grado de diferenciación basada en el género, ya que los hijos son más valorados y en consecuencia, obtienen mayor poder que las hijas (J. Corsi 1999).

Las formas más rígidas del modelo vertical prescriben obediencia automática e incondicional de la mujer hacia el marido y de los hijos/as hacia los padres.

Por otra parte, las creencias culturales incluyen los estereotipos de la masculinidad que asocia al hombre con la fuerza y por consiguiente el uso de la fuerza para la resolución de conflictos. En contrapartida, las mujeres son percibidas como más débiles y por tanto, se asocia a conceptos tales como dulzura y sumisión.

El exosistema compuesto por la comunidad más próxima, incluye las instituciones mediadoras entre el nivel de la cultura y el nivel individual: la escuela, los medios de comunicación, los ámbitos laborales, las instituciones recreativas, los organismos judiciales y de seguridad etc.

La estructura y el funcionamiento de tales entornos juegan un papel decisivo a la hora de legitimar la violencia. Se considera la llamada “legitimización institucional de la violencia”, que sucede cuando las instituciones reproducen en su funcionamiento el modelo de poder vertical y autoritario. De alguna manera, terminan usando métodos violentos para resolver conflictos institucionales, lo cual se transforma en un espacio simbólico propicio para el aprendizaje y/o legitimación de las conductas violentas en el nivel individual (J. Corsi, 1999). En

este sentido, posibles ejemplos son instituciones religiosas que abogan por la resignación ante el maltrato, escuelas que no ofrecen alternativas a la resolución constructiva de conflictos etc. Por otra parte, el contexto económico y laboral también son factores exosistémicos, siendo por tanto, el estrés económico o el desempleo factores de riesgo asociados a este problema, sin ser nunca, por sí solos, causa de violencia.

Un componente fundamental del exosistema lo constituye los medios de  comunicación y su efecto en los procesos de socialización secundaria.

A nivel comunitario, los recursos de los que se dispone para dar respuesta a este problema (carencia o no de legislación adecuada, apoyo institucional suficiente etc), contribuyen a la perpetuación del maltrato.

Finalmente, hay que mencionar el fenómeno de victimización secundaria, promovido por profesionales e instituciones que muestran respuestas inadecuadas ante quienes piden ayuda y apoyo, probablemente debido a los mitos, estereotipos, creencias y resonancias personales.

El microsistema se refiere a las relaciones cara a cara que constituyen la red vincular más próxima a la persona. Dentro de esa red, juega un papel privilegiado la familia, entendida como estructura básica del microsistema. Se refiere al patrón de interacción y a los elementos estructurales de la familia, así como a las historias personales de quienes la constituyen. A lo largo de los siguientes apartados de este trabajo, se abordará estos aspectos.

El modelo ecológico tiene como objetivo permitir una mirada más amplia de los problemas humanos y Donald Dutton además incluye los factores ontogenéticos que ayudan a entender los diferentes niveles de análisis del contexto en el modelo de Bronfenbrener.

Dutton (1988) incluye los factores ontogenéticos, es decir, el desarrollo individual o la historia de aprendizaje de cada persona sería lo que lleva cada sujeto a ese contexto social de tres niveles.

El perfil del hombre que maltrata producido por la teoría ecológica de Dutton (1988) toma de prestado los cuatro niveles para predecir el riesgo de maltrato: un hombre con una fuerte necesidad de dominar y controlar a la mujer (ontogenético), con pobres habilidades de resolución de conflictos (ontogenético), con estrés en el trabajo o por el contrario sin un puesto de trabajo (exosistema), aislado de los grupos de apoyo (exosistema), con estrés en su relación, es decir, con dificultades en la comunicación (microsistema) y luchas de poder (microsistema) y que vive en una cultura donde los hombres demuestran su hombría resolviendo sus conflictos de forma agresiva (macrosistema) tenderá a maltratar a su pareja (P. Villavicencio y J. Sebastián, 1999).

3.2.- Bases socioculturales de la violencia de género en la pareja

La VGP tiene múltiples causas, entre las que destaca el hecho de que es una conducta aprendida que se ha forjado por las normas socioculturales y las expectativas de rol que apoyan la subordinación femenina y perpetúan la violencia masculina. Es fundamental conocer las bases socioculturales que componen el macrosistema de este tipo de maltrato.

El modelo interactivo de la violencia doméstica fue desarrollado por Stith y Rosen (1992). Este modelo plantea que los valores socioculturales relacionados con la violencia y con los roles sexuales, inciden sobre las vulnerabilidades, factores de estrés y recursos disponibles, así como sobre la definición y percepción de la violencia. Además, señala que una vez que la violencia ha sido empleada para satisfacer necesidades, existe una tendencia a repetir su uso.

Son varios los factores que favorecen el mantenimiento de la VGP:

       Culturales: desigualdades basadas en el género, definición cultural estereotipada de los roles sexuales apropiados, expectativas asignadas a los diferentes roles dentro de las relaciones, creencia de la superioridad innata de los varones, sistemas de valores

que atribuyen a los varones el derecho de propiedad sobre mujeres y niñas, concepción de la familia como esfera privada bajo el control del varón, tradiciones matrimoniales (precio de la novia, dote), aceptación de la violencia como medio para resolver conflictos.

       Económicos: dependencia económica de la mujer respecto al varón, restricciones en el acceso al dinero y manejo presupuestario del hogar, leyes discriminatorias, restricciones en el acceso al empleo así como a la educación.

       Legales: inferioridad jurídica de la mujer, leyes discriminatorias, definiciones jurídicas de la violación y los abusos domésticos, escasos conocimientos de sus derechos como

mujeres, actitudes estereotipadas y prejuiciosas en el tratamiento de mujeres y niñas por parte de la policía y del personal judicial.

       Políticos: representación insuficiente de las mujeres en las esferas del poder, trato poco serio de la violencia doméstica, concepción de la vida familiar como un asunto privado  y  fuera  del  alcance  del  control  del  Estado,  riesgo  de  desafiar  el  status  quo  o las

doctrinas religiosas, restricciones en la organización de las mujeres como fuerza política así como en la participación de las mujeres en el sistema político organizado.

Un aspecto clave a tener en cuenta es la complejidad de este tipo de maltrato. Esta complejidad se detecta en la imposibilidad de señalar una única causa u origen. Diferentes factores de carácter sociocultural interaccionan con otros factores de carácter familiar e individual; cuestiones que se abordarán a lo largo de este trabajo.

3.3.- Bases familiares de la violencia de género en la pareja

La familia es el núcleo fundamental en el que nos desarrollamos. Supone la red vincular, afectiva y de referencia más próxima a cualquier persona.

La familia se sitúa en la articulación individuo- sociedad. Conceptos sistémicos tales como circularidad, mitos, reglas, “grupo natural con historia”, comunicación, jerarquía, roles etc son fundamentales para comprender las bases familiares de la VGP. Todos estos aspectos se tratarán en el apartado 5 del presente trabajo.

Almudena Alegre Hernándo, en avntf-evntf.com/

Agustín Echavarría

1. Introducción

La expresión “problema del mal” se utiliza con frecuencia para hacer referencia a la dificultad especulativa que representa la conciliación de la afirmación de la existencia de un Dios omnipotente, sumamente sabio y sumamente bueno, con la innegable evidencia de la abundante presencia del mal en el mundo.

Este ancestral problema fue adecuadamente presentado por Boecio como una paradoja: “Si Dios es, ¿de dónde provienen los males? Por otra parte, ¿de dónde proceden los bienes, si Dios no es?” [1]. En efecto, el problema del mal ha sido siempre, y sigue siendo aun hoy, el caballo de batalla más habitual del ateísmo, dado que a simple vista la existencia del mal se presenta como absolutamente incompatible con la existencia del Bien absoluto [2]. Por otra parte, la existencia del mal es también la cruz del ateísmo, porque, como explica Tomás de Aquino, lejos de implicar la negación de Dios, parece implicar una confirmación de su existencia: “Si el mal es, Dios es. Pues no existiría el mal una vez quitado el orden del bien, del cual el mal es privación. Pero este orden no existiría, si no existiera Dios” [3]. Es por eso que a pesar de esta aparente paradoja inicial, la mayor parte de los filósofos que han querido abordar filosóficamente el problema del mal han intentado sostener, simultáneamente con la existencia real de dicho mal, la existencia de un Dios todopoderoso, absolutamente sabio y bueno. La negación de la existencia de Dios (o de alguno de los mencionados atributos), más que una respuesta al problema del mal, parece suponer más bien la renuncia absoluta a encontrarle un sentido.

La doctrina de Tomás de Aquino  sobre  el  mal  se  sitúa  dentro de la tradición filosófica que intenta conciliar todos los extremos del problema (y con ello, enfrenta el problema como tal). En esta tradición cabe enumerar a grandes representantes del pensamiento metafísico de occidente como san Agustín, Boecio, san Anselmo, Malebranche, Leibniz y Rosmini, entre muchos otros. Para estos autores la respuesta al problema del mal estriba en la afirmación de que Dios no es su causa, sino que sólo “permite” el mal en vistas a obtener bienes mayores, o para impedir mayores males, que se seguirían de su no permisión. Parafraseando a san Agustín, Tomás afirma que “(…) pertenece a la infinita bondad de Dios el permitir que existan males y el sacar bienes a partir de ellos” [4].

Ahora bien, dentro de esta tradición, los modos de explicar qué significa y cómo se produce la “permisión” del mal son muy diversos, en virtud de las no menores diferencias entre los principios metafísicos adoptados por cada autor. El problema del mal ha sido una de las cuestiones más debatidas de la filosofía moderna (especialmente pre-kantiana), y hemos asistido a un notable resurgimiento del debate en los últimos 40 años, especialmente en el ámbito de la filosofía analítica anglosajona. Entre las muchas teorías que se han elaborado para intentar responder al problema del mal cabe destacar, por su notable influencia y vigencia, la doctrina llamada “teodicea” y la teoría de la “defensa del libre albedrío” (free will defence).

En este contexto, ¿tiene algo que decir el planteamiento metafísico de un autor medieval como Tomás de Aquino en el actual debate acerca del “problema del mal”? El propósito de este artículo es dar una respuesta a este interrogante, estableciendo un contrapunto de su doctrina con las más habituales posiciones modernas y contemporáneas sobre esta cuestión. En primer lugar se definirá y explicará en qué consiste una “teodicea”, como tipo específico de solución al problema del mal, y se intentará mostrar cómo, contra lo que puede parecer, la doctrina de Tomás de Aquino sobre el mal no puede ser caracterizada como tal. En segundo lugar, se definirá y explicará en qué consiste una “defensa del libre albedrío”, en tanto que respuesta específica al problema del mal, y se intentará mostrar cómo, contra lo que podría parecer, la doctrina de Tomás de Aquino sobre el mal tampoco puede ser encuadrada dentro de esa definición. Finalmente, se expondrán algunas ideas clave de la metafísica de Tomás de Aquino que consideramos que pueden resultar de gran importancia para iluminar el debate moderno y contemporáneo sobre la cuestión, mostrando su notable vigencia.

2. La doctrina de Tomás de Aquino no es una “teodicea”

El término “teodicea” es un compuesto de los vocablos griegos theós (Dios) y diké (justicia), por lo que etimológicamente significa “justificación de Dios”. Acuñado por Leibniz, el término aparece por primera vez en algunos de sus manuscritos de mediados de la década de 1690 [5], y ve oficialmente la luz con la publicación de su única obra editada en vida, los Essais de Théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l’homme et l’origine du mal (Amsterdam, 1710) [6]. Según Leibniz, Dios es libre en su creación, lo cual significa que en la mente divina están representados infinitos modos posibles de crear el mundo, de los cuales Él escoge sólo uno [7]. Partiendo de la absoluta universalidad del principio de razón suficiente, y de la absoluta bondad y sabiduría de Dios, es preciso concluir que Él debe actuar del mejor modo, no por una necesidad absoluta de tipo metafísico, sino por una necesidad “moral” que depende del primer decreto libre mediante el cual Dios ha decidido elegir lo mejor [8]. De ahí se sigue que el mundo efectivamente creado, con todos los males que contiene, debe ser el mejor de los mundos posibles, incluidos aquellos que no contienen ningún mal en su estado de posibilidad [9]. Por consiguiente, el mundo presente es aquel que contiene aquella mínima proporción de mal que sirve de medio o al menos de condición sine qua non para la obtención de la mayor cantidad de perfección total en el universo [10]. En este contexto, que Dios “permite” el mal significa que es su causa indirecta o per accidens [11], principio que vale tanto para el mal metafísico (o mal de naturaleza), como para el mal físico (sufrimiento) y el mal moral (el pecado) [12].

Este tipo paradigmático de “teodicea” tuvo su continuación en ciertas formas de racionalismo ilustrado que proponían un tipo de justificación de la conducta divina que simultáneamente implicaba una justificación del mal mismo. Este tipo de doctrina es el principal objeto de la ridiculización llevada a cabo por Voltaire en su novela Candide ou l’Optimisme (1759), así como de los argumentos de Kant en su breve opúsculo Über das Misslingen aller philosophischen Versuche in der Theodizee (1791). No obstante, en la actualidad el término “teodicea” se utiliza en un sentido amplio para designar toda doctrina filosófica que no busque únicamente establecer la compatibilidad entre la existencia de Dios y la existencia del mal, sino que pretenda además dar una respuesta “positiva” al problema del mal, esgrimiendo razones para su permisión por parte de Dios [13]. Aquí utilizaremos el término en un sentido más específico y cercano al sentido original, para designar toda doctrina que, como la de Leibniz, sostenga las siguientes tesis:

1)   Holismo: la perfección del universo creado considerado como un todo es la razón última de la permisión del mal.

2)   Consecuencialismo: la justificación de la existencia del mal se basa en el hecho de que este es un “medio” o al menos una conditio sine qua non instrumentalizable en orden a la obtención de la mayor perfección del universo [14].

3) Optimismo: existe una relación directa entre el carácter óptimo de la obra de Dios —es decir, entre la proporción y cantidad de bienes y males existentes en el universo—, y la bondad o perfección “moral” del obrar divino.

Si bien no es tan frecuente encontrar hoy en día autores que defiendan expresamente todos estos puntos señalados, muchas de estas tesis se filtran de modo implícito en algunos planteamientos. En todo caso, resulta de gran interés establecer una comparación entre esta doctrina y la de Tomás de Aquino, ya que no pocas veces se la ha caracterizado como una “teodicea” de este tipo [15]. Abordemos la cuestión punto por punto.

1)   ¿Es la doctrina de Tomás de Aquino “holista”? En algunos textos, siguiendo principios neoplatónicos, Tomás vincula expresamente la razón de permisión del mal con la perfección total del universo. En efecto, la perfección o forma que Dios busca plasmar en sus criaturas es el orden del universo [16], por eso Dios hace aquello que es mejor para el todo, y no sólo para cada una de las partes, a no ser en vistas a la perfección del todo [17]. Ahora bien, explica Tomás, no se encontraría una perfecta bondad en las cosas si no hubiese en ellas un orden tal, que unas resulten mejores que otras y que haya cierta desigualdad —como la que existe entre las criaturas racionales y las irracionales— [18], de tal suerte que se completen en el universo todos los grados de bondad [19].

Según el Aquinate hay algún grado de bondad al cual corresponde por naturaleza el no poder decaer del bien propio, y otros grados a los cuales corresponde por naturaleza esa posibilidad; por consiguiente, para la mayor perfección del universo es necesario que existan ambos grados [20]. Ahora bien, dado que la providencia divina no busca destruir las naturalezas de las cosas, sino conservarlas, permite entonces que aquello que por naturaleza puede decaer, algunas veces decaiga efectivamente de su bien propio[21]. A partir de aquí concluye Tomás de Aquino:

“Por consiguiente se quitarían muchos bienes del universo si Dios no permitiera los males. Pues no se generaría el fuego si no se corrompiera el aire, ni se conservaría la vida del león, si no muriera el asno, ni tampoco sería alabada la justicia del que castiga y la paciencia del que sufre, si no hubiera iniquidad” [22].

La perfección del universo como un todo es entonces, sin duda, para Tomás de Aquino la razón de la permisión del mal, al menos en un sentido general y antecedente, es decir, es la razón de la apertura indiferenciada a la posibilidad del defecto de las criaturas [23].

1)   ¿Significa todo esto que para Tomás de Aquino el mal es un “medio” o al menos conditio sine qua non para la obtención de ciertos bienes, como sostiene Leibniz? El propio Tomás aclara que el hecho de que a partir de los males se puedan obtener bienes que de otro modo no habrían existido, no significa que el mal pueda conferir per se ninguna perfección al universo [24]. Sólo puede conferir cierta perfección a alguna cosa aquello que o bien es una parte constitutiva de ella, o bien causa alguna perfección en esa cosa [25]. Ahora bien, dado que el mal no es una realidad ni substancial ni accidental, sino sólo “privación”, no puede formar parte del universo, ni puede ser per se la causa de ningún bien [26]. El mal sólo puede conferir alguna perfección al universo per accidens, en la medida en que a dicho mal viene unido incidentalmente algo que contribuye a la perfección del universo [27].

Si bien este último principio relativo a la razón de la permisión del mal es universalmente válido para todas las clases de mal, debe ser aplicado de manera analógica según el tipo de mal del que se habla en cada caso. Hay ciertamente algunos males que, si no existiesen en absoluto, el mundo sería menos perfecto, a saber, aquellos males a partir de los cuales se obtiene una perfección mayor que aquella de la que estos mismos males privan, como sucede, por ejemplo, que de la corrupción de los elementos resulta el mixto, cuya forma es más perfecta que la de los elementos corrompidos [28]. Tal es el caso de los males de los agentes físicos o “males de naturaleza”, es decir, los defectos que afectan a las cualidades y a las acciones de estos sujetos y que les acaecen como una consecuencia natural a la vez de su mutuo entrecruzamiento causal y de su composición hilemórfica. Pero es también el caso de los “males morales de pena”, es decir, de aquellas privaciones contrarias a la voluntad de las criaturas racionales que estas padecen como consecuencia de una culpa personal o ajena —por ejemplo, el pecado original—. En ambos casos, que Dios “permite” estos males significa que es su causa indirecta o per accidens, en la medida en que se producen como consecuencia ya de la obtención de la “forma natural” del universo [29], ya del restablecimiento de la justicia en el mismo [30].

Sin embargo, hay otro tipo de males, explica Tomás, que, si no hubiesen llegado a ser, el universo podría haber sido más perfecto. Se trata de aquellos males que privan a algún individuo de una perfección mayor que la que otro obtiene a partir de ese mal. Tal es el caso del “mal moral de culpa”, es decir, de la acción voluntaria privada del debido orden al fin del sujeto racional que la realiza, en lo cual consiste según Tomás el mal en sentido estricto, ya que se opone directamente al bien infinito que es Dios [31]. En efecto, cuando se da este tipo de males, alguno queda privado de la gracia y la gloria, gracias a lo cual otro se ve beneficiado con la comparación. Ahora bien, la perfección que se obtiene por medio de la permisión de estos males, podría alcanzarse sin ellos, pues no es estrictamente necesario que exista, por ejemplo, un acto de persecución para que alguno adquiera la paciencia y alcance la salvación [32]. En conclusión:

“(...) si ningún hombre hubiese pecado, todo el género humano habría sido mejor; porque aun cuando la salvación de uno fuera ocasionada directamente a partir de la culpa de otro, sin embargo aquél podría haber conseguido la salvación sin aquella culpa; sin embargo, ni estos males ni aquellos contribuyen per se a la perfección del universo, porque no son causas de la perfección, sino ocasiones” [33].

Así, el mal de culpa puede ser “ocasión” para la obtención de ciertos bienes [34], en la medida en que se presenta como una circunstancia favorable para ello [35]. Pero, en rigor, ningún bien ulterior que pueda obtenerse está necesariamente ligado con ningún mal de culpa precedente, de suerte que no existan otros medios para su obtención. Por eso afirma Tomás que El “mal de culpa”, no puede ser causado por Dios ni directa ni indirectamente [36], y su permisión no es en modo alguno la consecuencia necesaria de los bienes que Dios desea obtener. En este caso, que Dios lo permite significa que Él es la causa primera que sostiene en el ser el acto deficiente de la libertad creada; no obstante, es ésta misma libertad la que, introduciendo por si sola ese defecto en su acción y poniendo un impedimento a la causalidad divina, es la única causa —e incluso “causa primera” [37]— del defecto de su acción [38]. El mal moral es entonces una posibilidad necesaria de toda libertad creada, pero su realización efectiva es absolutamente contingente. Como se ve, estamos muy lejos aquí de una consideración consecuencialista en la que el mal es instrumentalizado para la obtención del bien.

1)   Con respecto al optimismo metafísico, es preciso hacer algunas importantes aclaraciones. Ciertamente, Tomás de  Aquino afirma de modo expreso la absoluta perfección del obrar de Dios, quien “no podría obrar mejor” que como obra. No obstante, debe entenderse esa expresión en un sentido adecuado.  Explica  Tomás que si por “mejor” se entiende el “modo” de la acción divina, es evidente que Dios no puede obrar mejor que como obra, porque su actuar inmanente se identifica por completo con la perfección de su sabiduría y su bondad esenciales, que no admiten comparación alguna [39]. En cambio, si el comparativo “mejor” se refiere a la perfección del efecto creado, entonces debe decirse que la perfección de la acción de Dios no se agota en ningún efecto, ya que toda criatura es perfectible o mejorable; en este sentido Dios, absolutamente hablando, siempre puede hacer las cosas mejores que lo que las hace [40].

No existe pues un “mejor de los mundos posibles”, porque no hay un único modo de crear las cosas que sea el más adecuado para manifestar la sabiduría y la bondad divinas. En rigor, la perfección del obrar de Dios no puede ser mensurada a partir de ningún efecto actual ni posible, ya que el fin por el cual Él obra —a saber, su propia gloria— se alcanzaría en cualquier caso de modo infalible y perfecto, sea con unas criaturas o con otras, y sea cual sea el modo en que estas se comporten. Por supuesto que estas afirmaciones solo alcanzan su pleno fundamento dentro de una metafísica que no reduzca el acto creador de Dios a la mera actualización de un “mundo” completo, ya desplegado en el reino de la pura posibilidad, o — para decirlo con terminología actual—, a la mera “instanciación” de ciertos “estados de cosas”. Para Tomás Dios crea comunicando el acto de ser a determinados sujetos a los que constituye con sus capacidades operativas propias [41], y cuyo modo de obrar, necesario o contingente y falible, conserva y respeta [42].

En tal sentido resulta muy llamativo que, a pesar del general rechazo de la filosofía y teología actuales a las teodiceas de tipo racionalista, persistan aun algunos de sus supuestos fundamentales. En efecto, muchas de las objeciones a la bondad divina basadas en la “cantidad” de males del universo, y muchas de las respuestas a este tipo de objeción, descansan sobre el supuesto consecuencialista de que para que la bondad de Dios esté a salvo, Él no puede “fracasar” en su creación, y que por eso es necesario que la cantidad y calidad de los males no supere a la cantidad de bienes —por ejemplo, que los condenados no sean más que los salvados—. En este sentido, parece acertada la apreciación de P. Van Inwagen, en el sentido de que la cantidad de mal que Dios permite tiene que ser indeterminada, ya que no hay una “mínima cantidad de mal” a través de la cual Dios alcance sus objetivos [43]. En rigor, ninguna cantidad ni proporción de mal en el mundo podría significar una objeción definitiva a la inocencia de Dios.

Lo que este tipo de objeciones parecen soslayar es la posibilidad de que Dios, sin que esto vaya en desmedro de su perfección, pueda haber decidido asumir un “riesgo real” al decidir crear seres racionales falibles, abriendo de este modo la posibilidad real del fracaso para todas y cada una ellas, y que lo haya hecho simplemente por el valor que posee en sí misma la libre conquista del bien al que estas están naturalmente orientadas. Esta consideración —que puede hacerse independientemente de la certeza que podamos tener acerca de la posible sobre compensación que quepa esperar de parte de un Dios sabio, bueno y todopoderoso por la permisión de esos males—, parece sin duda estar mejor preservada dentro de la así llamada “defensa del libre albedrío” (free will defence).

3. La doctrina de Tomás de Aquino no es una “defensa del libre albedrío” (free will defence)

La estrategia argumentativa más habitual para afrontar el problema del mal en las últimas décadas ha sido la así llamada free will defence [44]. Elaborada en el contexto del resurgimiento analítico del interés por la teología natural —o, como se la llama en ámbito anglosajón, Philosophy of Religion—, ha sido sostenida con diversos matices por autores como A. Plantinga [45], R. Swinburne [46] y P. Van Inwagen [47], entre muchos otros. Esta estrategia ha tenido un rotundo éxito, llegando a dejar como comúnmente aceptado que no existe ninguna incompatibilidad lógica entre la existencia de Dios, con todos sus atributos clásicos, y la existencia del mal.

Sin entrar en las particularidades de cada una de las propuestas de los mencionados autores, podríamos caracterizar a grandes rasgos esta estrategia a partir de las siguientes afirmaciones comunes a muchas de ellas:

1)   El gran bien que representa la existencia del libre arbitrio en las criaturas ha sido la razón fundamental que ha movido a Dios a permitir todo el mal que esta libertad, por su propia condición, hace posible [48]. Que la libertad sea un gran bien queda en evidencia desde el momento en que ella es la condición necesaria no sólo para un comportamiento moral responsable [49], sino también para que las criaturas entre relación de amistad entre ellas y con su creador [50]. Para que la libertad pueda ser considerada “moralmente relevante” debe implicar por su propia naturaleza la capacidad de autodeterminación, y la consiguiente posibilidad de elección entre opciones buenas o malas; ahora bien, esto trae por ello consigo la posibilidad del mal, al menos del mal moral. Por consiguiente, Dios no podría haber creado seres libres para amar, sin abrir con ello la posibilidad de que estos decidieran odiar [51].

2)   Algunos partidarios de la free will defence van aún más allá y afirman que es contradictorio que Dios pueda crear un mundo con libertad y sin mal, y que, por tanto, tal posibilidad está fuera del alcance de la omnipotencia de Dios. Así, según Plantinga, Dios no puede actualizar aquellos mundos posibles que contienen un estado de cosas que consista en que una criatura realice o deje de realizar una acción. En efecto, Dios sólo puede actualizar en sentido fuerte aquello que puede “causar” que sea actual [52]. Ahora bien, si Dios “produce que yo deje de hacer A, entonces yo dejo de hacer A libremente” [53], porque la libertad en sentido significativo implica la indeterminación respecto de leyes causales y condiciones antecedentes que determinen la voluntad [54]. Por tal motivo Plantinga rechaza lo que él considera “el lapsus de Leibniz” (Leibniz’s lapse), es decir, la afirmación de que Dios puede crear cualquier mundo posible [55]. Más concretamente, los free will defenders señalan en general —contra una clásica objeción compatibilista de Mackie [56]—, que Dios no podría crear un mundo en el que los hombres eligieran siempre libremente el bien [57], es decir, un mundo que contuviera únicamente bien moral y no mal moral. Se ha dicho incluso que esta afirmación constituye el “corazón de la defensa del libre albedrío” [58].

3)   La existencia de la libertad es suficiente además para explicar la condición de posibilidad no solamente de los males que ella misma produce (mal moral) sino también todos los males de naturaleza física que las criaturas padecen. Acerca de este punto, los diferentes autores han ensayado diversas hipótesis explicativas del modo en que la libertad se encuentra conectada con la posibilidad del mal físico, dada la especial dificultad que representa el caso de los males “naturales” no producidos por el hombre. Así, A. Plantinga ha sostenido como altamente probable la posibilidad de que todo mal natural tenga su origen en una libertad no humana (es decir, la del demonio) [59]. R. Swinburne ha recurrido al argumento de “la necesidad del conocimiento”, que afirma que la posibilidad de los males naturales es connatural a un mundo en el que exista una regularidad que permita al hombre hacer las inducciones necesarias para ejercer positivamente su libertad [60]. P. Van Inwagen, por su parte, ha elaborado una narración de carácter conjetural acerca del “estado de justicia original” y el pecado del primer hombre como causa de su desajuste con la naturaleza [61].

No resulta nada extraño que, a la vista de esta clase de argumentos, muchos autores hayan querido incluir a autores clásicos como san Agustín, san Anselmo y, por supuesto santo Tomás de Aquino, entre las grandes precursores de la free will defence [62]. Ahora bien, ¿responde la caracterización arriba expuesta a una fiel lectura de la doctrina de Tomás de Aquino? Conviene analizar la cuestión punto por punto:

1)   Ciertamente, como ya se  ha  dicho,  para  Tomás,  Dios  crea, en vistas a la perfección de su creación, aquellas sustancias que pueden por su propia naturaleza decaer del bien, como es el caso de las dotadas de libre arbitrio [63]. Esto significa que el bien que estas criaturas libres representan para el universo es de suyo un bien más alto que el precio que se paga por ello. Para Tomás, el bien de cada criatura intelectual —que en virtud de su libre arbitrio pueden dirigirse por sí misma a su fin último—, vale más que todo el universo físico [64]. La posibilidad de la gloria, es decir, de que estas criaturas puedan entrar libremente en relación de amistad con Dios y alcanzar su visión “cara a cara”, bien vale, según Tomás, la posibilidad del pecado e incluso de su condenación eterna [65]. En este punto, la doctrina de santo Tomás no  solo  es  perfectamente  coincidente  con  la de los free will defenders, sino que es una de sus fuentes  históricas más claras.

2)   En segundo lugar, también es cierto que para Tomás de Aquino la libertad de las criaturas es naturalmente falible o “flexible” hacia el mal. Afirma claramente Tomás que “cualquier criatura racional, tanto el ángel como el hombre, si se lo considera en su sola naturaleza, puede pecar” [66]. En tal sentido, J. Maritain ha sostenido que una criatura naturalmente infalible equivale a un círculo cuadrado [67]. Ahora bien, es necesario introducir un importante matiz a estas afirmaciones. Como ha señalado muy agudamente J. Pieper [68], para Tomás, si bien la posibilidad de hacer el mal es una “signo” de la libertad [69], no es sin embargo una parte constitutiva de ésta: “(…) el poder elegir el mal no pertenece a la razón del libre arbitrio, sino que se sigue del libre arbitrio en cuanto existe en una naturaleza creada que puede decaer” [70]. Dios, siendo libre, no puede hacer el mal [71], como tampoco, dejan de ser libres los bienaventurados, cuya libertad está ya confirmada en el bien [72]. Esto significa que para Tomás de Aquino, el no poder querer sino el bien no es en modo alguno una anulación o una limitación de la libertad, sino su consumación y perfección última [73].

Tomás, siguiendo en esto a san Agustín, afirma que lo que vuelve falible a la libertad de la criatura no es el ser ella una libertad, sino el provenir “de la nada” [74], es decir, el ser una libertad “creada”. La posibilidad de actuar mal no es inherente a la libertad en cuanto tal, sino solo a la libertad finita. Más aun, sin necesidad de caer en la afirmación de que tal finitud es un “mal metafísico” —como se suele interpretar que pensó Leibniz—, puede afirmarse que la limitación creatural es la raíz metafísica de la posibilidad de todos los tipos de mal, no solo del propio de la voluntad libre. En Tomás de Aquino esta afirmación está fundada sobre la tesis de la composición acto-potencial de ser y esencia propia de toda criatura [75]. La composición de ser y esencia implica la no identidad del sujeto creado con la perfección que tiene recibida [76]. Ahora bien, esta no identidad es lo que hace posible que las criaturas adquieran o pierdan perfección [77]. Así, la composición metafísica, al mismo tiempo que es la raíz de la perfectibilidad de las criaturas, es por ello mismo la raíz su carácter falible. En cuanto a la cuestión de la causalidad divina y la libertad creada, debe decirse que para Tomás de Aquino no solo es posible que Dios “cause” que una criatura actúe libremente bien, sino que eso es precisamente lo que sucede en cada acción buena que la criatura realiza. Para Tomás Dios no “permite” a la criatura obrar libremente, sino que ciertamente “causa” las acciones libres de la criatura. Esta tesis es la consecuencia natural de su metafísica de la creación, que implica la total y radical dependencia de todas las cosas respecto de la causalidad divina. Esta causalidad universal y omncomprensiva no excluye las acciones libres de las criaturas, ya que toda causa segunda obra “en virtud de la causa primera” [78]. Dios “mueve” radicalmente como causa primera el libre arbitrio de la criatura, no solo en la medida en que lo “conserva” en el ser, sino en tanto que “aplica” la voluntad creada a su acto propio, siendo causa del mismo querer de la voluntad [79].

Ahora bien, esto no significa que la doctrina de Tomás pueda ser caracterizada como una suerte de “compatibilismo” que acepte la coexistencia de libertad y determinismo en nuestras acciones. En rigor, su posición se sitúa en un plano que supera el debate entre compatibilismo y libertarianismo [80], en los términos en los que habitualmente está planteado, es decir, como una falsa oposición entre causalidad (entendida de modo determinista) y libertad. Para entender adecuadamente la perspectiva de Tomás hay que tener en cuenta algunos aspectos de la noción de causalidad aplicada a la acción de Dios sobre las criaturas:

a)   En primer lugar, la acción causal divina ad extra es siempre causalidad creadora, que no presupone ningún sujeto [81]. Esto quiere decir que Dios no “deja obrar” una libertad ya existente (libertarianismo), o la “determina” hacia una opción u otra (compatibilismo), como si esta fuera algo preexistente. Antes bien, la acción creadora constituye al sujeto en su propio ser y en su propio obrar participados. La causalidad divina no solo no anula la libertad creada sino que la fundamenta, ya que esta actúa con un mayor poder causal propio cuanto mayor es la influencia que recibe de la causalidad divina [82].

b)   El concepto tomasiano de “causalidad” no implica en modo alguno una “determinación” unívoca de los efectos a partir de “condiciones antecedentes”, sino pura y exclusivamente la “dependencia” actual de lo que llamamos efecto respecto de un principio del cual éste recibe el ser [83]. Que las acciones libres de la criatura dependan de Dios para ser no implica que éstas dejen de producirse contingentemente. La causalidad divina es precisamente la raíz de esta contingencia, en la medida en que Dios ha querido que ciertas cosas sucedan contingentemente, para lo cual les ha preparado causas contingentes, proporcionadas a la naturaleza de tales efectos [84].

Ahora bien, según ciertos tomistas han explicado, esto no excluye que pueda caer bajo la omnipotencia de Dios el remediar la natural falibilidad de la criatura, moviendo de modo extraordinario la voluntad creada, de tal forma que esta se aplique infaliblemente al bien, sin que esto implique destruir la naturaleza de la libertad [85]. Ahora bien, de esto no se sigue que, si Dios no obra siempre de tal modo, su bondad quede cuestionada. Para que Dios no sea el responsable del mal basta con que mueva ordinariamente la libertad creada al modo falible connatural a ella, o, como dice Maritain, con mociones “rompibles”, que son por su propia naturaleza suficientes para que la criatura pueda no obrar mal [86]. En ese sentido, tanto Mackie como los free will defenders incurren en un mismo supuesto no demostrado, al sostener que del hecho de que Dios pueda valerse de un poder extraordinario para mover la libertad creada hacia el bien, se sigue que Él “debería” hacerlo siempre, para que su justicia no quedase en entredicho.

3) Por último, al no acertar con la raíz última de la posibilidad del mal —la composición metafísica de esencia y ser—, los free will defenders se ven en la obligación de recurrir una serie de argumentos ad hoc para vincular la posibilidad de todo el sufrimiento y el mal de naturaleza con la libertad. En Tomás ciertamente existe esa conexión del sufrimiento y el mal de naturaleza con la libertad, ya que tales males no afectaban al hombre en el estado de justicia original, sino que lo hacen como consecuencia de tal pecado original [87]. Ahora bien, la existencia de tal conexión no puede ser alcanzada como una conclusión meramente filosófica, sino que proviene de un dato de fe (a saber, el mismo pecado original). Aunque muchos de los argumentos de los free will defenders sobre esta cuestión se presenten como hipótesis meramente probables sin pretensión demostrativa, incurren en una cierta confusión de planos, al querer presentar en sede exclusivamente filosófica una cuestión que pertenece propiamente al ámbito de la teología revelada, sin legitimar ese recurso. En tal sentido, como ha mostrado recientemente P. A. McDonald Jr., la esencial apertura de la metafísica tomista del mal a la teología revelada podría proveer de una fundamentación mucho más sólida a los argumentos basados en la free will defence, al legitimar el recurso racional a verdades reveladas para responder a problemas planteados desde la experiencia y la razón naturales [88].

Desde un punto de vista estrictamente filosófico, debe decirse que tanto el sufrimiento como el mal de naturaleza en general tienen su raíz en el carácter naturalmente corruptible del ente físico. Para Tomás, todo ente natural, dada su composición acto-potencial hilemórfica, tiene la posibilidad de no-ser, es decir, de perder su forma o perfección sustancial, y sufrir así la corrupción, así como también puede padecer la acción de otras sustancias físicas [89]. La razón general de la permisión de este tipo de males se reduce entonces al mencionado principio de la conveniencia de los grados de ser, ya que Dios no podría crear el universo material sin producir per accidens el mal que tal corrupción implica [90]. Esto no quita que, desde un punto de vista teológico, algunos de estos males puedan ser considerados también como “males de pena”, en la medida en que afectan al hombre como consecuencia del pecado.

4. La definición de “mal” como aportación de Tomás de Aquino al debate actual

Ahora bien, si la doctrina de Tomás de Aquino no puede ser catalogada dentro de las habituales respuestas modernas y contemporáneas al problema del mal, ¿qué puede decirse positivamente de ella? En un artículo reciente S. Newlands ha señalado que una de las deficiencias más notables de los planteamientos actuales es la falta de una clara definición de “mal”, mostrando que, luego de la severa crítica que sufrió la clásica definición agustiniana del mal como privatio boni a lo largo del s. XVII, no ha surgido ninguna alternativa a esta definición entre los autores que defienden el teísmo [91]; por esta razón sugiere que tal definición debe ser rehabilitada [92]. En tal sentido, quizás la contribución más importante de Tomás de Aquino al esclarecimiento de este problema sea su definición del mal, sustentada en su “metafísica del ser”.

En efecto, la versión específicamente tomista de la definición del mal como privación contiene ciertas ventajas que contribuyen a superar el descrédito en el que tal definición ha caído. Las críticas más usuales a la definición del mal como privación, se basan en la acusación de que con ella el mal quedaría reducido a una mera apariencia sin realidad alguna [93], lo cual contrasta con la experiencia del poder y el dramatismo con que se manifiesta en el mundo [94]. Ahora bien, este tipo de críticas adolecen de una comprensión superficial de lo que se entiende por “privación”, concepto que queda frecuentemente confundido con la mera ausencia de perfección. En este malentedido se basa, por ejemplo, la errónea identificación que R. Swinburne ha hecho de la clásica definición del mal como privación con la doctrina hegeliana que postula que la misma finitud es una mal [95].

Para esclarecer este malentendido es conveniente recordar que Tomás de Aquino no se limita a reiterar la definición agustiniana [96], sino que desarrolla y explicita sus fundamentos metafísicos. Para Tomás no toda carencia de perfección es de suyo un mal, sino que es necesario establecer una distinción entre la ausencia “privativa” y la meramente “negativa”. Así, las carencias propias de los límites que constituyen a una cosa en su propia naturaleza son meramente “negativas”, mientras que aquellas carencias que privan al sujeto en el que radican de alguna perfección que le correspondería tener en virtud de su naturaleza, se llaman “privativas” [97]. Así, el carecer de alas no es un mal para un hombre, porque no corresponde a su naturaleza el poder volar, mientras que la ceguera sí es un mal para el hombre, ya que por naturaleza debería estar provisto de la capacidad de ver. El mal no es entonces una mera negación, es decir, cualquier ausencia de bien o perfección, sino que es propiamente la privación de un bien debido, esto es, la ausencia de una perfección que a un sujeto le corresponde por naturaleza poseer.

Ahora bien, esta doctrina solo puede ser entendida correctamente en el contexto de una metafísica creacionista del acto de ser y de la participación, en la cual el ente finito está compuesto de dos co-principios: la perfección recibida de Dios —el acto de ser— y el sujeto que recibe esa perfección —la esencia finita—. Sólo puede haber aunténticamente “privación” o ausencia de perfección debida, allí donde hay composición metafísica, porque para que un determinado sujeto pueda estar “privado” de la perfección que le es debida de acuerdo con su naturaleza, el sujeto no debe ser idéntico a la perfección que posee [98]. Ahora bien, por lo mismo que la criatura no se identifica con su ser, tampoco su esencia se identifica ni con su obrar ni con los principios próximos de su obrar, es decir, sus potencias operativas [99]. Esta no identidad entre la esencia y las operaciones hace que la criatura no sea un ser “clausurado”, sino ontológicamente “abierto”, que puede y debe conquistar más ser o perfección a través de sus acciones. Pero, por eso mismo, también puede perder perfección o ser, introduciendo defectos o faltas en sus acciones, y desviándose del fin señalado por su naturaleza.

Decir que el mal es privación no significa entonces negar absolutamente su realidad, sino afirmar que no tiene una entidad “positiva”, que carece de toda forma y naturaleza, y que no es capaz de subsistir por sí mismo, sino sólo como una mutilación en el ser de los entes. El mal subsiste en y actúa por medio de aquellos sujetos a los cuales corrompe y, por tanto, toda su realidad y su eficacia procede de estos bienes [100]. En tal sentido, hay que decir que el mal es peor y se manifiesta con más crudeza cuanto mayores son los bienes que corrompe. Su dramatismo estriba precisamente en el carácter corrosivo y parasitario de su modo de existencia.

La definición del mal no puede ser independiente de la cuestión de su causalidad. Es por eso que la definición del mal como privación permite una mejor comprensión de la cuestión de su permisión. Como ha señalado acertadamente J. Maritain, es necesario llevar a sus últimas consecuencias la total disimetría que existe entre la línea del bien o del ser y la línea del mal o del no-ser. En la línea del ser o del bien, Dios, en cuanto creador, es la causa primera de toda la perfección que hay en las criaturas, tanto a nivel sustancial, como operativo. También en la línea del ser, las criaturas son a su vez causas segundas —esto es, real y propiamente causas, en su propio plano— de sus acciones. En cambio, en la línea del mal o del no-ser, nos situamos en el orden de la causalidad “deficiente”, donde las cosas suceden de otro modo. Así, si consideramos los males físicos, no se puede decir que Dios, en cuanto causa del ser, los cause directamente, aunque sí pueda decirse que lo hace indirectamente, como se ha mostrado más arriba.

Ahora bien, como ya se ha dicho, el mal moral de culpa no puede ser causado por Dios, “ni directa ni indirectamente” [101]. Por una parte, porque el mal moral de culpa, al ser el mal en sentido absoluto, es lo radicalmente opuesto tanto al Bien absoluto como a su voluntad, manifestada a través de las inclinaciones naturales de la criatura. Por otra parte, como se ha dicho, toda libertad finita, es naturalmente falible o flexible hacia el mal porque, teniendo que adecuarse a una norma de acción distinta de sí misma —el bien y la ley moral—, tiene bajo su potestad, al momento de actuar, el considerar o no la norma que debe hacer recta su acción. La libre “no consideración de la ley moral” en el instante de la elección de la voluntad es la causa de que tal acción sea defectuosa y constituya un mal de culpa. Ahora bien, la libertad creada no tiene necesidad de que Dios concurra con su causalidad para tal “no consideración”, porque ella no es propiamente un acto —es decir, algo positivo—, sino una pura “negación”, introducida sólo por la criatura en su elección [102]. De este modo, la libertad creada se basta a sí misma para ser la “causa primera” en la línea del mal, es decir, tiene la primera iniciativa en lo que hay de privación en sus acciones deliberadas [103] y tiene en algún sentido la capacidad de frustrar la voluntad (antecedente) de Dios [104].

5. Conclusión

No ha sido la intención de este artículo hacer una exposición completa de la doctrina de Tomás de Aquino acerca del mal, ni se han abordado todos los problemas especulativos que esta doctrina puede traer consigo. Lo que se ha intentado es simplemente mostrar cómo el enfoque que Tomás de Aquino hace del problema no es fácilmente reductible a ninguna de las más frecuentes soluciones ensayadas por los filósofos teístas modernos y contemporáneos. Si bien, como se ha visto, Tomás comparte algunos de los supuestos de estas posiciones, se sitúa en una perspectiva metafísica más amplia que permite eludir algunas falsas oposiciones y aporías muy habituales. El mal es para Tomás de Aquino una ausencia “real”, un desgarramiento o “empobrecimiento” ontológico, una auténtica pérdida de ser o perfección de las criaturas, introducida por ellas mismas en contra de la intención original de Dios, y que nunca tendría que haber acaecido. En tal sentido, se ha intentado mostrar la notable vigencia del planteamiento de Tomás de Aquino, que si bien no propone una “solución” al problema del mal, en el sentido habitual de esta expresión, desarrolla una “metafísica del ser”, en cuyo marco, ciertamente, encontramos los principios para una comprensión adecuada de la realidad del mal, y por tanto, también de su permisión por parte de un Dios sabio, bueno y omnipotente [105].

Agustín Echavarría, en revistas.unav.edu/

Notas:

1.     A. M. S. BOECIO, Philosophiae consolatio, I, 4, 30; Corpus Christianorum, Series Latina, XCIV (Brepols,Turnhout, 1984) 9.

2.     TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3, obj. 1.

3.     TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 71. Las traducciones de los textos de santo Tomás son mías

4.     TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3, ad 1.

5.     G. W. LEIBNIZ, Textes inédits d’après les manuscrits de la Bibliothèque provinciale de Hanovre, ed. G. Grua (Presses Universitaires de France, Paris, 1948) 370.

6.     G. W. LEIBNIZ, Essais de Théodicée [1710], en Die Philosophische Schriften VI, ed. C. J. Gerhardt, Berlin, 1875-1890, reimp. (Olms, Hildesheim, 1965) 258.

7.     Ibídem, 258.

8.     Ibídem, 255.

9.     Ibídem, 115.

10.  Ibídem, 203-204.

11.  Ibídem, 117.

12.  Ibídem, 242. Sobre el concepto leibniziano de permisión y sus fundamentos metafísicos, me permito remitir a: A. ECHAVARRÍA, Metafísica leibniziana de la permisión del mal (Eunsa, Pamplona, 2011) y A. ECHAVARRÍA, “Leibniz’s Conception of God’s Permissive Will”, en P. RATEAU (ed.), Lectures et interprétations des Essais de Théodicée de G. W. Leibniz, Studia Leibnitiana: Sonderheft 40 (Steiner, Stuttgart, 2011) 191-209.

13.  A. PLANTINGA, God, Freedom, and Evil (Eerdmans, Grand Rapids, 1974) 27-28; P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil. The Gifford Lectures Delivered in the University of St Andrews in 2003 (Oxford University Press, Oxford, 2006) 7.

14.  Si bien el término “consecuencialismo” se utiliza habitualmente en un sentido diferente en filosofía moral, he preferido utilizarlo siguiendo la caracterización que hace de la teodicea leibniziana S. NADLER, Choosing a Theodicy: The Leibniz-Male-branche-Arnauld Connection, “Journal of the History of Ideas” 55 (1994), 581.

15.  E. ROARK, Aquinas’s Unsuccessful Theodicy, “Philosophy and Theology” 18/2 (2006); J. A. ESTRADA, La imposible teodicea (Trotta, Madrid, 1997).

16.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 49, a. 2.

17.  Ibídem, I, q. 48, a. 2, ad 3.

18.  Ibídem, I, q. 48, a. 2; también Summa Contra Gentiles, III, c. 71.

19.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 71. Sobre la participación de la “forma” del ser como razón última de la permisión del mal, L. DEWAN, Thomas Aquinas and Being as a Nature, “Acta Philosophica” 12 (2003) 123-135.

20.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 48, a. 2; Summa Contra Gentiles, III, c. 71.

21.  Ibídem, I, q. 48, a. 2, ad 3; también I, q. 48, a. 2; y también I, q. 49, a. 2.

22.  Ibídem, I, q. 48, a. 2, ad 3.

23.  Esto es lo que J. Maritain ha llamado la primera instancia de “permisión indiferenciada” del mal: J. MARITAIN, Dieu et la permission du mal (Desclée De Brouwer, Paris, 1963) 64.

24.  Con respecto a la posible objeción de que tampoco según Leibniz el mal confiere per se ninguna perfección al universo, es preciso hacer una distinción. En sus escritos juveniles, Leibniz caracteriza al mal como una “disonancia” dentro de la armonía universal, que contribuye de suyo a la perfección del universo (véase A. ECHAVARRÍA, Metafísica leibniziana de la permisión del mal cit., 53-80); en su madurez, al adoptar la definición clásica del mal como “privación”, Leibniz devalúa notablemente el peso ontológico del mal, no obstante, sigue este siendo un ingrediente esencial, una “posibilidad necesaria” de la constitución del mejor de los posibles (ibíd., 143-148 y 207-213).

25.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, q. 1, a. 3.

26.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, q. 1, a. 3.

27.  Ibídem, dist. 46, q. 1, a. 3.

28.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, a. 3, ad 6.

29.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I q. 49 a. 2.

30.  Ibídem, I, q. 48, a. 6

31.  Ibídem, I, q. 48, a. 6.

32.  Ibídem.

33.  Ibídem, dist. 46, q. 1, a. 3, ad 6; en esto Tomás de Aquino es fiel seguidor del pensamiento de san Agustín, De civitate Dei, XI, XXIII, 22-31, Corpus Christianorum, Series Latina XLVIII (Brepols, Turnhout, 1955) 342.

34.  Es por eso que aunque Tomás afirma, siguiendo a las Sagradas Escrituras, que la razón de la Encarnación ha sido el pecado del primer hombre —a tal punto que, si éste no hubiese acaecido, Dios no se habría encarnado—, no obstante, dicho pecado no era en absoluto una condición necesaria para la obtención de ese bien, ya que sin el pecado Dios podría haberse encarnado de todos modos: Summa Theologiae, III, q. 1, a. 3.

35.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent. dist. 46, q. 1, a. 3.

36.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 79, a. 1.

37.  Ibídem, I-II, q. 112, a. 3, ad 2.

38.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 3, a. 2.

39.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I q. 25, a. 6, ad 1.

40.  Ibídem, I q. 25, a. 6.

41.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 1, ad 17.

42.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae I, q. 48, a. 2, ad 3.

43.  P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 106.

44.  La expresión free will defence fue utilizada por primera vez por Anthony Flew en Divine Omnipotence and Human Freedom, en A. FLEW, A. MACINTYRE (eds.), New Essays on Philosophical Theology (SCM Press, London, 1955) 149-160. Tomo la referencia de R. ROVIRA, Si quidem Deus est, unde mala? Examen de la adecuación del argumento del libre albedrío como solución de la aporía capital de la teodicea, “Anuario Filosófico” 48/1 (2010), 121-159.

45.  A. PLANTINGA, God, Freedom and Evil cit.

46.  R. SWINBURNE, Providence and the Problem of Evil (Clarendon Press / Oxford University Press, New York / Oxford, 1998).

47.  P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit.

48.  Esta afirmación no es común a todos que sostienen una “defensa del libre albedrío”, dado que su alcance va más allá de los límites de una mera “defensa”, para dar una razón positiva de la permisión del mal, lo cual podría ser calificado ya como una “teodicea”. Swinburne la sostiene con claridad (R. SWINBURNE, op. cit., 82 ss), mientras que Plantinga (A. PLANTINGA, God, Freedom, and Evil cit., 28-29) y Van Inwagen (P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 70) permanecen dentro de los límites de una mera “defensa”.

49.  A. PLANTINGA, Which Worlds Could God Have Created?, “Journal of Philosophy” 70 (1973) 551; también R. SWINBURNE, op. cit., 88-89.

50.  See V. BRÜMMER, Moral Sensitivity and the Free Will Defence, “Neue Zeitschrift für Systematische Theologie und Religionsphilosophie” 29 (1987) 86-100. Referencia tomada de R. ROVIRA, art. cit., 130.

51.  Esta afirmación es común a todos los partidarios de la free will defence. Véase por ejemplo R. SWINBURNE, op. cit., 84-85.

52.  A. PLANTINGA, Which Worlds cit., 544.

53.  Ibídem, p. 543; también God, Freedom and Evil cit., 43.

54.  A. PLANTINGA, Which Worlds cit., 542; también, The Nature of Necessity (Clarendon Press, Oxford, 1974) 170-171.

55.  A. PLANTINGA, The Nature of Necessity cit., 184; God, Freedom and Evil, 45-49.

56.  J. L. MACKIE, Evil and Omnipotence, “Mind” 64 (1955) 200-212; 208-210; tambiénThe Miracle of Theism (Clarendon Press, Oxford, 1982) 160-162.

57.  A. PLANTINGA, Which Worlds cit., 551-552; P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 75-77.

58.  A. PLANTINGA, The Nature of Necessity cit., 167.

59.  A. PLANTINGA, God, Freedom and Evil cit., 58.

60.  R. SWINBURNE, op. cit., 176-192.

61.  P. VAN INWAGEN, The Problem of Evil cit., 84-90.

62.  R. ROVIRA, art. cit., 132.

63.  TOMÁS DE AQUINO, In I Sent., dist. 46, q. 1, a. 3.

64.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 113, a. 9, ad 2.

65.  J. MARITAIN, Saint Thomas d’Aquin et le problème du mal, en De Bergson à Thomas d’Aquin (Éditions de la Maison Française, New York, 1944) 229.

66.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 63, a. 2.

67.  J. MARITAIN, Saint Thomas d’Aquin et le problème du mal cit., 227.

68.  J. PIEPER, Über den Begriff der Sünde, en Werke Band 5 (Felix Meiner Verlag, Hamburg, 1997) 266-267.

69.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 22, a. 6.

70.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 24, a. 3, ad 2; In II Sent., d. 44, q. 1, a. 1, ad 1.

71.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 109 n. 6.

72.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 22, a. 6.

73.  S. GAINE, Will There Be Free Will in Heaven? Freedom, Impeccability and Beatitude (Continuum, New York, 2003) 121; E. ALARCÓN, Libertad y necesidad, “Anuario Filosófico” 43/1 (2010) 25-46.

74.  THOMAE AQUINATIS, De veritate, q. 22, a. 6 ad 3.

75.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 24, a. 7.

76.  TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 24, a. 3.

77.  TOMÁS DE AQUINO, De spiritualibus creaturis, a. 11. Sobre este punto, C. CARDONA, Metafísica del bien y del mal (Eunsa, Pamplona, 1987) 155.

78.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, III, c. 88.

79.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 7.

80.  Para una presentación clásica de este debate, en perspectiva “libertaria”, véase P. VAN INWAGEN, An Essay on Free Will (Clarendon Press, Oxford, 1983) 55-152.

81.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 1.

82.  TOMÁS DE AQUINO, De potentia, q. 3, a. 7; Summa Contra Gentiles, III, c. 88.

83.  Esta consideración subyace a planteamientos “libertarios” más recientes que buscan compatibilizar la libertad de la criatura con la causalidad divina: W. M. GRANT, Can a Libertarian Hold that Our Free Acts Are Caused by God?, “Faith and Philosophy” 27/1 (2010), 22-44.

84.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 19, a. 8.

85.  J. MARITAIN, Court Traité de l’Existence et de l’Existant (Paul Hartmann, Paris, 1947) 161.

86.  Ibidem, 154-156. Sobre la noción de Maritain de moción “rompible” y su debate con los defensores de la “premoción física”, me permito remitir a A. ECHAVARRÍA, Jacques Maritain contra el tomismo bañeciano: la polémica de los decretos permisivos, “Studium: Filosofía y Teología” 24 (2009) 319-358.

87.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 1, a. 4.

88.  P. A. MCDONALD, Jr., Original Justice, Original Sin and the Free-Will Defense, “The Thomist” 74 (2010) 105-141; 108-109.

89.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 1, a. 3.

90.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 49, a. 2.

91.  S. NEWLANDS, Evils, Privations and the Early Moderns, en S. MACDONALD, A. CHINGELL (eds.), Evil (Oxford University Press, Oxford, forthcoming) pro manuscripto 36 (citado con permiso del autor).

92.  Ibidem.

93.  J. CROSBY, Doubts About the Privation Theory That Will Never Go Away: Response To Patrick Lee, “American Catholic Philosophical Quarterly” 81 (2007) 489-505; 500. Véase el debate completo en J. CROSBY, Is All Evil Really Only Privation, “Proceedings of the American Philosophical Association” 75 (2001) 197-210 y P. LEE, Evil as Such is a Privation: A Reply to John Crosby, “American Catholic Philosophical Quarterly” 81 (2007) 469-488.

94.  R. SWINBURNE, op. cit., 32.

95.  Ibidem, 31-32.

96.  TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 48, a. 1; Summa Theologiae, I, q. 38, a. 5, ad 1; De malo, q. 1, a. 1.

97.  Ibidem, I, q. 48, a. 3, c.

98.  TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. I, a. 2.

99.  TOMÁS DE AQUINO, De spiritualibus creaturis, c. XI. Véase sobre este punto C. CARDONA, Metafísica del bien y del mal cit., 155.

100.         J. MARITAIN, Dieu et la permission du mal cit., 16.

101.         TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 79, a. 1. 102.

102.         TOMÁS DE AQUINO, De malo, q. 1, a. 3.

103.         TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I-II, q. 112, a. 3, ad 2.

104.         TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 23, a. 2; Summa Theologiae, I, q. 48, a. 6.

105.         El presente artículo es una versión condensada y levemente modificada de una conferencia impartida el 10 de febrero de 2011 en el Aquinas Seminar de Blackfriars Hall (University of Oxford). Quiero expresar mi agradecimiento a William Carroll, Ignacio Silva, Andrew Pinsent y Orlando Poblete por sus valiosos comentarios a versiones preliminares de este artículo; a Enrique Alarcón por sus sugerencias sobre cómo enfocar el debate compatibilismo-libertarianismo en perspectiva tomista. Finalmente, mi especial agradecimiento a los dos evaluadores anónimos por sus pertinentes comentarios.

Pedro J. Ramírez Acosta

“El movimiento actual de la tierra, el de sus partes y del conjunto, es hacia el centro del universo, de ahí su actual estado en reposo en el mismo”

(Aristóteles, Tratado del cielo)

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento…”

(Sal 19, 2)

“Te doy las gracias a ti, Dios señor y creador nuestro, porque me dejas ver la belleza de tu creación, y me regocijo con la obra de tus manos. Mira, ya he concluido la obra a la que me sentí llamado; he cultivado el talento que Tú me diste; he proclamado

la magnificencia de tus obras a los hombres que lean estas demostraciones, en la medida en que pudo abarcarla la limitación de mi espíritu”

(Kepler, Armonía del universe)

“M-theory predicts that a great many universes were creater out of nothing. Their creation does not require the intervention of some supernatural being or god. ….

Although  we  are puny and insignificant on the scale of  the cosmos, this makes

us in a sense the lords of creation”

(Stephen Hawking, The grand design. pp. 8-9)

Introducción

El tema del diseño del universo es de suma actualidad en medios científicos, religiosos y populares. La cosmología nos presenta hoy un diseño o imagen física del universo diferente a la imagen del universo antiguo y medieval. La cosmología de los griegos daba a conocer un número limitado de esferas, estrellas y planetas; en cambio las hipótesis cosmológicas más recientes señalan que sólo en la Vía Láctea se encuentran un trillón de estrellas y al menos un millón de planetas semejantes al planeta tierra.

Del universo aristotélico finito y centrado en el planeta tierra pasamos a un universo sin centro e ilimitado en extensión. La imagen actual del universo es el resultado de los avances de las ciencias naturales, en especial de la física teórica, y de las nuevas tecnologías.

Por otra parte, la teología nos ofrece otro diseño del universo, en la que espacio, tiempo y personas tuvieron un comienzo y  tendrán  un final, “el final de los tiempos,  en el que todo será nuevo”. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis las escrituras sagradas reiteran: “Todo el cosmos es obra de las manos de Dios”. La cosmovisión de las sagradas escrituras es una visión religiosa, no científica. Su máxima preocupación e interés están relacionados con la historia de la salvación de todos los seres humanos. Es, por tanto, una visión lineal de la historia: Dios es alfa y omega, está al inicio, a lo largo y al final de los tiempos.

¿Los grandes avances científicos actuales ofrecen una nueva estructura del universo y conducen a una visión total e integral del cosmos? Para los griegos el cosmos o el universo era la totalidad concebida y ordenada hacia un fin supremo que es el bien. Por tanto, conocer  el mundo de las esferas era tan importante como vivir éticamente. El sentido del cosmos incluía el destino de los seres humanos. Tanto las alegrías como el devenir trágico de los seres humanos eran parte de esa antigua racionalidad cósmica. En esta nueva visión científica ¿qué lugar ocupa el hombre, Dios y la teología? ¿Fe y razón, teología y ciencia pueden encontrarse en el camino de la búsqueda de la verdad? ¿Es capaz de integrar y armonizar la totalidad cósmica y humana?

Hawking en su reciente obra The grand design [1] da a entender que la creación del universo no necesitó de un diseñador inteligente que lo sacara de la nada y que más bien los seres humanos, aunque pequeños e insignificantes en la escala del cosmos, son los señores de la creación. ¿Señores de la creación? Señor es una palabra que  viene  del latín “Dominus” que significa el que tiene poder, el que posee, es soberano, domina y controla. Aclarado el concepto, ¿qué alcances tienen las palabras de este científico? Hawking es un físico teórico de los más prestigiosos del siglo XX, que ha desarrollado planteamientos básicos y medulares de la teoría de la relatividad de Einstein. A diferencia de lo expresado en obras anteriores, como en Historia del tiempo, ¿las nuevas afirmaciones tienen solo un valor mediático?

La sociología de la religión y la teología fundamental actual reconocen un debilitamiento de los patrones religiosos tradicionales, pero igualmente identifican nuevas formas de religiosidad y de espiritualidad en el hombre moderno. Convencido de la necesidad de la ciencia y de la fe, Rahner, refiriéndose a la historia del mundo, en sus Escritos de Teología, identificaba tres categorías fundamentales: Dios – mundo – historia, estrechamente relacionadas: “La historia de la salvación acontece en la historia del mundo” (T.V., p. 116). Creación, universo, ser humano, gracia vivificante y transformadora son partes esenciales de la teología católica de la historia de la salvación. Dos historias diferentes, la del mundo o profana y la de la salvación, pero implicadas en el marco de un gran diseño, el mejor e insuperable diseño, según Leibniz. Entonces, ¿qué tan cierto es que caminamos hacia una sociedad del conocimiento  o de la ciencia sin Dios, donde el universo y sus leyes son el sustituto de Dios y los seres humanos los “Señores de la creación”, como señala Howking? Carl Sagan, otro prestigioso físico teórico contemporáneo, se hacía una pregunta más inteligente: ¿Y quién hizo las leyes que gobiernan el universo?

Jamás la sociedad humana alcanzó tanto conocimiento y poder sobre la naturaleza, apoyada en el avance asombroso de las ciencias, en los últimos dos siglos, pero especialmente a partir de la segunda parte del siglo XX con la revolución científico tecnológica. El Renacimiento fue la puerta de entrada a la Edad Moderna. Fue una revolución cultural en casi todos los caminos del conocimiento humano. Desde el arte de Leonardo y Miguel Ángel hasta una nueva visión cósmica ideada por Copérnico. A partir de este momento, la imagen del universo ha cambiado y adquiere nuevos contornos. Sus fronteras se extienden en forma ilimitada en el espacio y en el tiempo. En el campo de la física-matemática, Kepler, Galileo, Newton, De la Mettrie, De Broglie, y más actuales: Heisenberg, Einstein, Hubble, Lemaitre, Hawking, etc., se encargarán de hacer los aportes más significativos. Pero, afirma Rahner: “Ni un  individuo, ni una época histórica pueden abrir caminos simultáneamente en todas las direcciones. Por eso, toda conquista implica también una renuncia… Y hay que preguntar a qué se puede renunciar en la conquista, sin que la renuncia sea una maldición mortal” (1967, T. III, p. 429).

En relación con esta renuncia las ciencias de la naturaleza han ido tan lejos en preguntas y respuestas, que han dejado otras fundamentales, largamente meditadas por la teología hebraica cristiana. ¿Por qué existe el universo y no más bien nada? Es la pregunta que se hacía Hawking al final de su obra: Teoría del todo. A diferencia de las afirmaciones actuales, en esta obra su pregunta es fundante y coherente. Lograr una respuesta, afirma, es un triunfo de la razón humana e implicaría entrar a conocer la mente de Dios (2007: 138-139). Producto de esta búsqueda la imagen del universo ha cambiado desde las cosmologías antiguas de Chinos, Sumerios, Egipcios, Griegos, y Aztecas hasta nuestros días. Aunque los modelos se han multiplicado y varían unos de otros tanto del macro como del micro cosmos, el universo en su totalidad sigue asombrando y dejando al hombre de ciencia sin una respuesta definitiva. La luz de la ciencia aún no desvela el misterio de la mente de Dios, es decir el diseño ejemplar del cosmos, incluida la sociedad humana, concebido en la inteligencia divina. ¿Es posible rastrear un camino  que  nos  lleve a una respuesta integradora? En este ensayo queremos indagar, en una primera parte, sobre la búsqueda científica de esa respuesta,  y en una segunda parte, desde la luz de la fe, examinar a qué corresponde el Gran Diseño como una aproximación al misterio de la mente de Dios.

El desarrollo del conocimiento científico

El conocimiento científico actual, con sus abismales logros y limitaciones, solo podemos entenderlo si nos asomamos brevemente a la historia de sus orígenes. En los inicios del conocimiento sistemático, hoy pareciera lo contrario, la filosofía fue la ciencia básica troncal de los demás conocimientos. La frontera entre ambos conocimientos de filosofía y ciencia no requería de una demarcación exacta y definida, porque, con justa razón, consideraban el objeto de estudio como una realidad poliédrica a la cual se acercaban desde diferentes intereses y niveles epistémicos. Esta situación se mantuvo desde los antiguos filósofos griegos y romanos hasta muy entrada la edad moderna con científicos como Bacon, Newton, Kepler, etc. Igualmente Descartes prescindía de hacer la diferencia. Concibe a la filosofía como el gran árbol, cuyo tronco es la física y las ciencias son las ramas. Por esta misma razón, Newton,  que escribe el primer trabajo científico en términos modernos, titula su investigación así: Principios Matemáticos de Filosofía Natural (Capra, 1993).

Por su puesto, los antiguos filósofos hacían filosofía y ciencia a la vez. Su interés científico estaba dirigido a conocer las causas últimas y próximas de los fenómenos de la realidad. Esta, según Platón (Fedro, 1979), se da a conocer en forma sensible a través de los sentidos y en forma racional a través de las ideas. Existe un dualismo heredado de Heráclito y Parménides, que Platón no logra superar. El conocimiento del mundo sensible es cambiante y errático, produce solamente opinión (doxa); el conocimiento, en cambio, de las ideas es verdadero y permanente, alcanza la verdad de las cosas (alezeia), y es por tanto científico. Al valor de científico se llega mediante el conocimiento de las realidades del mundo superior, que está integrado por ideas eternas e inmateriales. El universo físico es solamente una sombra del verdadero y real mundo de las ideas.

El conocimiento científico en Aristóteles (1973) se distancia del planteamiento platónico. Parte del acercamiento a la realidad de las cosas. Mediante el proceso de abstracción la mente penetra las cosas o los fenómenos, conoce la verdad y puede explicar su  estructura  y su comportamiento. Así, la física aristotélica reconocía diversidad y jerarquía en los seres del universo, que era el lugar de las cosas y de los seres humanos. Dentro de ese ordenamiento natural los seres se distinguían por el grado de perfeccionamiento de su forma. Todos  los seres, de acuerdo con su teoría hilemórfica [2],  están  compuestos de materia prima y forma sustancial. Así tenemos seres inanimados, seres vivos y seres racionales. En esta escala, los seres humanos, con una forma más completa, serían los seres privilegiados del universo conocido, con un mayor perfeccionamiento, que proviene de la conciencia racional.

El conocimiento científico, estancado y atrapado por el método escolástico durante el medioevo, resurge en el renacimiento y en la edad moderna, ahora impulsado por el método empírico y las matemáticas. Las ciencias de la naturaleza son las primeras beneficiadas con el nuevo método. Este cambio va a dar origen a la revolución copernicana (s. XVI) y a una nueva imagen del universo. De una concepción finita, donde la tierra es el centro del universo, se pasa a una concepción heliocéntrica de un universo infinito en extensión (Kuhn, 1994: 185).

El posicionamiento del método empírico matemático da origen a la cultura de la ilustración y a la entronización de las ciencias positivas en los siglos XVII al XIX principalmente, para las que la validez y certeza del conocimiento está fundado en el conocimiento empíricamente demostrable. Desde esta perspectiva, Comte (1788-1857) establecía tres etapas en el desarrollo del conocimiento: El conocimiento mítico, el conocimiento metafísico, y la etapa del conocimiento científico, que es el grado más alto y perfecto. Sin embargo, el mismo avance de las ciencias y nuevas corrientes de la filosofía contemporánea se han encargado de desmentir tal aserto. Husserl (1859-1938) crea y establece otra vía o método para hacer ciencia: la fenomenología. Se trata de un método riguroso, ordenado y sistemático, abierto a toda la realidad material, humana y social, que trata de llegar a la esencia de las cosas y fenómenos que estudia. Los aportes de Husserl dieron impulso al desarrollo de las ciencias humanas y sociales (psicología, antropología, arqueología, historia, ciencias sociales, filosofía, teología, etc.), contribuyendo a la creación de nuevos métodos, como el histórico, el histórico-crítico, el arqueológico, el hermenéutico, el dialéctico, entre otros.

De esta manera, se  pasa  de  un concepto de ciencia positivista reduccionista validada por la verificación empírica a un concepto de ciencia amplio cuya validez está dada por la rigurosidad del método aplicado. El empiriocriticismo neopositivista y los resultados actuales de las ciencias naturales reconocen que la verificación empírica no es un dato cerrado, sino procesal y complejo, donde intervienen tanto el sujeto como el objeto investigado en el marco de un contexto histórico sociocultural. Desde esta perspectiva, la construcción de la imagen del universo o los distintos modelos creados sobre el origen del universo como el Big Bang [3] (Gran Explosión), el Big Crunch (Gran Colapso), o el de los universos paralelos, con base en la física matemática, son solamente una cara del poliedro.

El conocimiento primitivo del universo

Las observaciones y el asombro ante un cielo estrellado y aparentemente inmutable han sido desde tiempos inmemoriales un motivo para preguntarse y  tratar  de construir una imagen física del universo de acuerdo con el  nivel de conocimiento y cultura de cada pueblo. Así, la astronomía y la cosmología han estado unidas a la tendencia a construir explicaciones de los fenómenos del cielo vinculados a los terrestres.

El inicio de las investigaciones astronómicas se da en el Neolítico, 9000 a 3000 años a. C. Es concurrente con el desarrollo de las grandes civilizaciones de la antigüedad. Carmen Toro y Llaca (1999) identifica 6 grandes culturas hacia el 6000 a. C. la mayoría de ellas asentadas junto a grandes ríos, que sirvieron de  sostén  de su economía y de su vida socio-cultural. Estas culturas fueron: La Hassuna, que dará origen a la Sumeria y a la Babilónica, ubicada entre el Tigris y el Eúfrates; la Egipcia junto al Nilo; la Indú, que culmina con la civilización Harappa, junto al Indo; los primitivos asentamientos que  son la base de cultura China, junto al río Huang-ho; y la Maya y Azteca en Mesoamérica, y la Nazca e Inca en el Altiplano Andino, cuyo desarrollo es posterior a las euroasiáticas (1500 y 2100, respectivamente). Estas culturas, cada una en su contexto histórico, construyeron su propia imagen del mundo. En unos casos fue especulativa y fantasiosa; en otras, en cambio, fue el resultado de repetidas observaciones apoyadas en mediciones matemáticas. Entre las más interesantes en relación con nuestro objetivo está la cosmología protohindú para la que el mundo se apoya sobre cuatro elefantes y estos, a su vez, sobre una tortuga, que flota en el océano universal. En el centro del universo hay siete zonas concéntricas, de las cuales la interior  está  dividida en cuatro continentes. Uno de ellos es la India. Pero, más allá de esta visión fantástica del mundo, los Sumerios, hacia el año 3000 a. C. fueron la primera gran cultura organizada, que desde los Zigurats sistematizaron sus observaciones con el interés de explicar el origen y naturaleza del universo. La cosmología sumeria definió el universo como un globo esférico, inmóvil y en equilibrio, inmerso en un océano cósmico infinito. Por su parte, la tierra es una especie de disco plano, que flota horizontal al mar, que es origen de todas las cosas y que está cubierto por la bóveda del cielo, lugar donde se desplazan los astros: el sol, la luna, los cinco planetas “errantes”: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, y las estrellas. Agruparon las estrellas en 12 constelaciones para conformar el zodíaco y crearon calendarios lunares de 12 meses de 29 y 30 días.

Hacia el 4000 a. C., otra gran cultura que, similar a la Sumeria, influenció la filosofía y la ciencia griega, la helenística y la medieval, fue la Egipcia. De acuerdo con esta cosmología, la tierra tiene forma de plato alargado, en cuya dimensión mayor corría paralelamente el Nilo. Encima de la tierra estaba el dios aire que sostenía una segunda bandeja en forma de bóveda, que era el cielo. Por debajo de la tierra existía una tercera bandeja que contenía al dios de las aguas, sobre las que flotaba la tierra. Afirma Kuhn (1994) que la cosmovisión egipcia obedecía al conocimiento y experiencia que tenía de su país, cuya economía, vida y cultura se movían en función de los cambios estacionales del río Nilo. Las observaciones con menos precisión que las sumerias estaban asociadas a grandes mitos que abarcaban creencias profundas sobre la vida y la muerte. El sol, conocido como Ra, era el principal dios de los egipcios. Utilizaba dos embarcaciones, una para viajar de día a través del aire y otra en su viaje nocturno sobre las aguas. Las estrellas, como dioses menores, estaban claveteadas en la bóveda celeste. Distinguían entre ellas a  las estrellas circumpolares, porque no descienden por debajo del horizonte. Por eso, llamaban a los cielos del norte el lugar donde no existe la muerte y donde se goza de una vida eterna y feliz.

Estas primitivas cosmologías son especies de bosquejos de una estructura del universo y responden a necesidades psicológicas profundas como la de sentir al resto de la naturaleza y al universo como su espacio vital donde todas las actividades físicas y espirituales están integradas. Sin embargo, estas cosmologías son simples bosquejos esquemáticos, que solo denotan pero no explican los fenómenos como se le exige a las cosmologías científicas. Las cosmologías, primitivas o no, como visiones de mundo están, por tanto, sujetas a cambios producidos por los avances de la astronomía, que es la ciencia encargada de verificar las observaciones de los fenómenos del cosmos (Kuhn, 1994:29-31). Veamos a continuación algunos aspectos de la primera cosmología científica.

El diseño finito del universo en las cosmologías antigua y medieval

El aporte griego a la construcción de una visión científica del universo tiene dos momentos. En una primera fase está el aporte de los clásicos con las contribuciones, entre otros, de Tales de Mileto,  Platón, Aristóteles (ss.  VI – IV a. C.) y en un segundo momento está el aporte helenístico: Eratóstenes,  Hiparco,  Ptolomeo  (ss. III a.C. – II d. C.). La principal característica de esta nueva cosmovisión es el diseño finito y geocéntrico del universo. Aunque diferentes filósofos antiguos y científicos propusieron teorías distintas sobre los fenómenos celestes, el modelo que prosperó con amplia aceptación e influencia en el pensamiento medieval, fue el modelo cosmológico aristotélico tolemaico.

 En qué consistía este modelo finito y geocéntrico? Examinemos seguidamente los aspectos principales de estos dos momentos en forma conjunta:

Aristóteles (384-322 a. C.) tiene la capacidad y el mérito de integrar en su cosmovisión los aportes de la reflexión científica de varios siglos anteriores. Su modelo geocéntrico, asimilado y promovido por los científicos de la Biblioteca de Alejandría, perduró por 22 siglos. Según su teoría el cosmos se divide en dos regiones. La región sublunar y la región supralunar. La primera región comprende 4 elementos: la tierra, agua, aire y fuego. La tierra es una esfera inmóvil y el centro del universo. Aristóteles demostraba que no era plana, sino redonda. Uno de sus argumentos probatorios fáciles de observar era la pérdida de visibilidad de un barco en la medida en que se alejaba del punto de partida. Eratóstenes (280-200 a. C) midió el perímetro de la tierra utilizando la altura del sol de mediodía y el resultado fue 39. 690 kms, dato inexacto comparado con el actual; sin embargo, el método utilizado era correcto.

La región supralunar o celeste se extendía desde la Luna hasta las estrellas fijas. Esta región está compuesta de Éter, elemento procedente de la naturaleza divina y  en ella se ubicaban siete esferas, que correspondían a: La Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Júpiter, y Saturno. Más allá de Saturno se encontraban las estrellas organizadas en galaxias y constelaciones, trabajo de agrupación que los sumerios iniciaron hace más 3000 años a. C. Las estrellas estaban como fijas en el firmamento, pero tenían un leve movimiento armónico relativo, circular y uniforme. El impulso era dado por un primer motor inmóvil. Todas las estrellas, dentro de sus respectivas constelaciones, se mueven al unísono, pero conservando su posición y su forma. ¿Qué significa todo esto? Una estrella de la Osa Mayor, en el hemisferio norte, o de Aries, siempre conservará la forma y la distancia respecto a las demás (Kuhn , 1994:39). Más allá de la esfera de las estrellas no había nada, ni espacio, ni materia. De ahí el carácter finito de esta imagen cosmológica.

Dentro de esta visión cosmológica el Sol era considerado un planeta en movimiento. Un movimiento aparente de este a oeste durante el día y otro que realiza día a día, durante el año, a través de la eclíptica [4]. Aristarco de Samos (310 – 250 a. C.), en cambio, se distanciaba de la teoría de las siete esferas alrededor de la tierra, y proponía otra en la que el Sol era el centro   y los demás planetas, incluyendo la tierra, giraban en torno a él. Esta teoría, retomada en el Renacimiento, no tuvo en su momento la aceptación suficiente.

El nuevo diseño del  universo, según los filósofos y científicos griegos, fue un logro de la razón científica . Dejaron de recurrir a los dioses y en su lugar aplicaron métodos científicos para explicar los fenómenos de la naturaleza.

El universo, según el nuevo diseño, tiene forma esférica y circular. ¿Por qué? Dice Platón (1979) en el Timeo que la forma esférica y circular es “la más perfecta de todas las figuras y la más completamente semejante a sí misma. Pues lo semejante es mil veces más bello que lo desemejante”. En realidad, el universo está compuesto por dos esferas: una interior, la tierra, en la que se desarrolla la vida humana, y otra externa, celeste, integrada por las estrellas.

Ptolomeo (87 – 170 d. C.) recoge en su obra maestra, Syntaxis matemática, posteriormente conocida como Almagesto, todo el avance de la astronomía y cosmología de los clásicos griegos, en especial, la cosmología aristotélica. Intenta explicar matemáticamente la estructura del universo y las distancias entre los planetas tomando como centro a la Tierra. Trata de resolver el problema de Platón o el retroceso aparente de los planetas señalando que hay un punto denominado Ecuante [5], que está situado a la misma distancia del deferente con la tierra y que elimina el problema. Asimismo, resuelve el problema de la diferencia de brillo de las estrellas, la cual  se  da  según la distancia entre el planeta y el Ecuante. Otra labor de Ptolomeo fue la clasificación de 1022 estrellas en función del brillo aparente. Afirma Kuhn que la compleja combinación de excéntricas, epiciclos y ecuantes aportadas por Ptolomeo no lograron conciliar la teoría con la observación en forma  precisa, de modo que el sistema propuesto no fue ni el más complejo, ni una versión científica última y definitiva (1994:110).

Aunque hubo  otros  modelos del cosmos, entre los griegos   el modelo científico aristotélico ptolemaico fue  el  más  completo  y aceptado, sin discusión crítica, en el mundo cultural del imperio romano y el medioevo. En primer lugar, el sistema numérico introducido por los romanos no favorecía el avance de las ciencias y el cálculo matemático y, en segundo lugar, la desmoralización de la sociedad del imperio, como señala S. Agustín (354-430) en su obra Civitas Dei, fue la polilla que carcomió las bases políticas, militares y culturales del imperio, lo que significó la destrucción del imperio de occidente en el año 476 y el estancamiento de las ciencias y técnicas hasta que tomaron un nuevo empuje en el Renacimiento. Desde otro ángulo, la filosofía y teología cristiana medieval, en los primeros siglos tuvo una gran influencia platónica, y a partir del siglo XII, con Tomás de Aquino (1225-1274), la influencia fue aristotélica. En consecuencia, la cosmovisión cristiana medieval se asentó en el diseño científico de Aristóteles y de Ptolomeo. Una síntesis de esta cosmovisión la encontramos bellamente descrita en la obra literaria de Dante Alighieri (1265-1321), La divina comedia.

Sin embargo, desde el  punto de vista teológico, existían algunas contradicciones en la cosmología aristotélica. Una de ellas era la eternidad del universo, que se oponía a una verdad fundamental del cristianismo: “En el principio Dios creó los cielos  y  la  tierra” (Gn. 1, 1-2). ¿Qué significa “crear” en  el contexto de la Biblia?  Sobre  este pasaje haremos su análisis más adelante.

A diferencia del atraso científico que padecía Europa medieval, el mundo y civilización árabe, a partir del siglo VI, dio muestras de crecimiento progresivo en el orden económico, político y cultural. Bagdad fue la nueva capital del desarrollo de las ciencias árabes y al-Mansur (754-775), el califa responsable de impulsar la traducción de numerosas obras de astronomía indú, persa y griega. En el siglo IX Isha Ibn Hunayn tradujo la obra de Ptolomeo Syntaxis matemática dándole el nombre de Almagesto. Siglos más tarde Averroes (1120-1198), perteneciente al mundo árabe hispánico, es considerado el científico de mayor influencia en la cultura occidental. Su principal obra es “Comentarios a la obra de Aristóteles”, comentarios que sirvieron para dar a conocer el pensamiento aristotélico entre los filósofos y teólogos medievales de la época. Si bien es cierto que la cosmovisión aristotélica era ampliamente reconocida y base del universo cristiano, esta encerraba imprecisiones y contradicciones.

Algunos científicos medievales y precursores de Copérnico se encargaron de criticarlo y formular aclaraciones. Tal fue el caso de Nicolás de Oresme (1323-1382) y de Jean Buridan (1300-1358).

El diseño moderno del universo según las leyes positivas de la física teórica

La base del diseño actual del universo es una asociación de conocimientos provenientes de las ciencias: termodinámica, hidrodinámica, astronomía, física atómica, física cuántica y relatividad, entre otras. ¿Qué es la física teórica? Es una ciencia positiva interdisciplinar que intenta comprender, explicar y predecir los fenómenos de la naturaleza a partir de un modelo matemático y conceptual. Su núcleo central es la matemática y su método es experimental o empírico descriptivo.

Los logros de estas ciencias modernas y contemporáneas han roto los límites del espacio y del tiempo y empujan la frontera del conocimiento del universo hacia mundos desconocidos. Nuevos estudios y mediciones revelan que la estructura del cosmos ha cambiado en relación con el modelo aristotélico ptolemaico. El Sol, desde el nuevo paradigma de Copérnico (1473-1543) dado a  conocer  en su famosa obra De revolutionibus orbium caelestium, es el centro del universo y la Tierra un planeta con movimiento circular alrededor del Sol. A esta primera ruptura paradigmática que  provocó la revolución copernicana se han sumado los aportes de Galileo, Kepler, Newton, y de contemporáneos como Friedman, Gamow, Lemaitre, Hubble, Hawking, etc., con resultados como los siguientes: El diámetro de la tierra asciende a 12.756 kilómetros; la luna está alejada de la tierra 30 veces esta distancia o sea 384.400 kilómetros y el sol se encuentra a 150 millones de kilómetros. El cielo considerado fijo y limitado en número de estrella, ahora en la nueva visión contemporánea, está poblado  por

500.000 millones de galaxias, a distancias que se miden en años luz. Alfa de Centauro, que es la estrella más cercana al sol , se encuentra a 4, 36 años luz de la tierra y cada año luz comprende 9.461.000.000.000 kilómetros. Las galaxias son conglomerados de estrellas en la bóveda del cielo. Una de ellas, la más conocida desde la antigüedad,  es la Vía Láctea, a la que pertenece  el sol. Contiene aproximadamente 200 mil millones de estrellas y un diámetro de 80.000 años luz. Una de las más grandes y brillantes es la galaxia Andrómeda, que se encuentra a 2.5 millones de años luz y una de las más alejadas, la A 1689-z D1, asequible por el telescopio de mayor alcance, el Hubble, está situada a 240.000 millones de años luz aproximadamente (Weizsacker, 1974: 138-140; Universia, 2008).

Por una  parte,  es  evidente que el diseño antiguo ha cambiado. Ahora nos encontramos  ante un universo cuya extensión es casi infinita, donde la tierra es, según Sagan (1934-1996), un punto físicamente insignificante. Cada vez que el poder de captación de los telescopios aumenta, las fronteras del espacio y del tiempo retroceden. Algunos científicos plantean la hipótesis de la existencia de millones de otros universos mayores  o menores al nuestro, que podrían ser una especie de “huevos cósmicos” en un gigantesco nido. Por otra parte, frente a un universo de estrellas fijas con pequeños movimientos circulares uniformes, que participaban  de  la  inmutabilidad  y eternidad divina según el diseño aristotélico, ahora en el diseño de la física teórica y de científicos actuales el universo, como un todo, se mueve y se expande. Continuamente mueren y nacen nuevas estrellas. Por ejemplo, las nebulosas son restos o polvo de estrellas, que llegaron a su final y colapsaron. Así, las enanas blancas o las supernovas son originadas por gigantescas explosiones estelares, lo que da una idea impresionante de la expansión del cosmos.

La teoría de la expansión del universo o teoría del Big Bang es la más conocida en la actualidad. El padre de esta teoría es Georges Lemaitre, quien en 1929, después de desarrollar las ecuaciones de la relatividad de Einstein sobre la expansión del universo, propuso que el universo se inició con la explosión de un átomo primigenio. Uno de los científicos que continuaron trabajando esta teoría y que la ha popularizado con sus publicaciones es Stephen Hawking. Sobre el tema ha publicado Breve historia del tiempo, El universo en una cáscara de nuez, Teoría del todo, La naturaleza del espacio y del tiempo, y la más reciente: The grand design. En estas obras Hawking se plantea preguntas, que desde el neolítico el hombre se ha venido haciendo al observar, contemplar, y medir matemáticamente el universo, y también plantea respuestas, algunas muy aventuradas, que van más allá del campo especializado de la física teórica actual. Entre otras preguntas sobresalen las siguientes: ¿Tuvo un origen el universo o existe desde la eternidad? Si tuvo un inicio, ¿es Dios el creador o el mismo se autocrea? Alrededor de estas preguntas y en contexto semejante, Sagan (1984), además, se preguntaba: ¿Qué o quién es Dios? Y afirmaba: la respuesta depende mucho de qué se entiende por ese término. Los diferentes significados han dado origen a todas las religiones, desde las monoteístas a las naturalistas, que han existido a lo largo de la historia de la humanidad. Para algunos, continúa, Dios es un hombre de piel blanca y de inmensos poderes, en cambio, para otros como Baruch Spinoza o Einstein, Dios es la suma total de las leyes físicas.

Es notorio que el avance de las ciencias matemáticas ha llevado el debate sobre el origen y eternidad del universo a posiciones apresuradas y contrarias a la esencia misma de la ciencia de parte de algunos científicos de la naturaleza. Interpretando estas creencias, Sagan afirmaba:

 “A medida que vamos comprendiendo el universo, van quedando menos cosas para Dios. … Si en Grecia   se hubiese inventado, en el siglo V a. J. C., el cálculo diferencial e integral o  la  aritmética  transfinita,  y no hubiesen sido desestimadas posteriormente, la historia de la religión en Occidente hubiese podido ser muy distinta – o, por lo menos, se hubiese dado con menor frecuencia la pretensión de que la doctrina teológica puede demostrarse convincentemente mediante argumentos racionales a aquellos que rechazan la revelación divina como intentó Tomás de Aquino en su Summa contra Gentiles. … Cuando Newton explicó el  movimiento de los planetas recurriendo a la teoría  de  la  gravitación universal, dejo de necesitarse que los ángeles empujasen los planetas. … Se dice que Laplace presentó una edición de su trabajo matemático Mecanique celeste a Napoleón, … quien se quejó a Laplace de que en el texto no apareciese ninguna referencia a Dios. La respuesta de la Place fue: Señor, no necesito esa hipótesis” (1984:374-376).

Aunque se puede pasar del Dios como hipótesis  de  Laplace  al completo exilio de Dios de la creación del universo como en El Gran Diseño de Hawking, ya que es perfectamente posible demostrar que el Big Bang fue el inicio del universo y que igualmente son posibles infinitas creaciones y destrucciones del mismo, Sagan reconoce que estamos frente a dos profundos misterios y que nada hace evidente que uno esté mejor posicionado que el otro. Por  tanto, lo menos que se podría esperar, sobre todo sabiendo lo que somos  a nivel cósmico y los conocimientos aún raquíticos que  poseemos, es una actitud humilde y prudente de búsqueda de la verdad. La certeza en las ciencias es relativa, no absoluta. La arrogancia intelectual positivista no llega muy lejos, como lo ha confirmado la epistemología actual. Los logros científicos pueden generar dos actitudes opuestas: Una, la del espíritu arrogante que trata de imponer su verdad como  la verdad, y la del espíritu humilde que, por el contrario, trata de integrar verdades y soluciones. Así, sin arrogancia, el diseño aristotélico tolemaico integró visiones de la teología, de la filosofía y de las ciencias y funcionó por 22 siglos. Por eso, para Sagan ciencia y teología, si bien parten de principios diferentes, participan de objetivos semejantes, no excluyentes sino complementarios. Sin embargo, Sagan, pese a su gran honestidad   y claridad intelectual como se hace notar especialmente en su escrito En el “Valle de las sombras”, no logra captar que esos objetivos semejantes tienen alcances también diferentes (1984:378). A continuación, analizamos estos alcances.

La teología, su método y el gran diseño de Dios

Como las ciencias de la naturaleza y la teología tienen objeto, objetivos, presupuestos teóricos y contenidos diferentes, los alcances de la teología son más que formales y llegan a lo más profundo de la vida y de la existencia humana.

A diferencia de las ciencias formales y factuales que están creando, como parte de su propia naturaleza y método, nuevos diseños o modelos del universo o de sus respectivos objetos de estudio, la teología (1) y su método avanza en la reflexión y en la interpretación de un solo diseño o modelo que Dios ha revelado al hombre y que contiene la historia de la salvación. ¿Qué es la teología como ciencia o cuál es su naturaleza y su método?

Dentro de la clasificación anterior de las ciencias la teología es una ciencia factual especial porque su paradigma o sistema de creencias parte de la razón y de la fe. Posee o versa sobre un objeto que es Dios o la palabra revelada de Dios. Esa palabra es una palabra viva, actual, que dialoga con cada lector u oyente de todas las edades y lugares. Como  ciencia  humana es sistemática y rigurosa. Para este propósito utiliza uno o varios métodos como el método teológico, el método hermenéutico, el arqueológico, y el histórico crítico, entre otros.

La teología reflexiona, estudia e interpreta  los  textos  revelados  a la luz de la fe. Razón y fe son imprescindibles en el estudio teológico. Desde el inicio de la edad moderna Melchor Cano (1509-1560) propone en su obra De locis theologicis una sistematización del trabajo teológico. Identifica y propone los lugares teológicos en los que la investigación teológica debe fundamentarse en la búsqueda de razones y argumentos para escuchar, interpretar, y explicar el dato revelado. El se refiere a diez lugares, de ellos mencionamos los principales: Las sagradas escrituras, la tradición apostólica, los sínodos y concilios, el magisterio de la Iglesia, la fe del cuerpo universal de los creyentes. A estos se debe agregar otras fuentes de importancia, aportados por la investigación teológica contemporánea, como el testimonio de la liturgia, el estudio de la vida de los santos, y los Documentos de las Conferencias regionales, del CELAM, en el caso de América Latina, etc.(Wicks, 2001: 21-23).

Parte del rigor del método teológico está en hacer uso no solo de una fuente o lugar teológico, sino de varias, de modo que, por una parte, se pueda captar las diferentes maneras en que Dios se revela  a los hombres y, por otra, se busque dar consistencia y objetividad al análisis realizado. En este mismo sentido, el teólogo debe hacer uso de distintos métodos según lo requiera el objeto particular de estudio. Siendo las sagradas escrituras una fuente principal, como lo señala la Constitución del Vaticano II, Dei Verbum, el método hermenéutico es casi de práctica obligatoria. La Biblia es el conjunto de libros sagrados o revelados por Dios. Contiene el Antiguo y Nuevo Testamento. Fue escrita entre los siglos X a. C. y I d. C. en tres lenguas principalmente: Hebreo, Arameo y Griego, en contextos sociales y culturales diferentes. Por tanto, el teólogo es un hermeneuta que estudia, esclarece e interpreta el texto, los intertextos y los contextos sociales culturales, lo mismo que los diferentes géneros y estilos literarios,   a la luz de la fe. En este sentido, a diferencia del científico positivista para quien los resultados tienen la evidencia de la verificación empírica, el teólogo recorre a tientas el camino de la búsqueda de la verdad sabiendo que navega en aguas profundas y llenas de misterio y que sus resultados solo pueden ser aproximaciones a la inescrutable e inagotable palabra de Dios (Wicks, 2001, Juan Pablo II, 1998). Desde este marco de referencia metodológico analicemos, a continuación, el diseño del universo en el Génesis.

El diseño cosmológico del Génesis

El término “Génesis” viene del hebreo “Bereshith”, que significa “origen del mundo” o “en el principio”. Fue escrito por varios autores religiosos, en la versión que conocemos, hacia el siglo VI y V a. C., en el contexto del cautiverio en Babilonia. Este dato es importante para reconocer la influencia cosmológica sumeria en la elaboración del discurso o del texto sagrado. Los exégetas identifican, por lo menos, tres fuentes principales: La fuente J, Yavista, la fuente E, Eloísta, y la fuente P, Sacerdotal, las cuales están basadas en tradiciones orales del I y II milenio a. C.

 El Génesis es el primer libro canónico de los 46 del Antiguo Testamento. No es un libro científico acerca del origen del universo. Es un libro religioso, que ofrece el comienzo de la historia de la salvación. La estructura de dicho libro contempla tres partes:

a.     Cap. 1 al 11: Relato de la creación

b.     Cap. 12 al 37.1: Los patriarcas o la elección y formación del pueblo de Dios, y

c.     Cap. 37.2 al 50: Historia de José en Egipto: Drama y salvación.

En relación con la primera parte, encontramos dos relatos  sobre la creación del universo. El primero comienza:

“En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas…” (Gn 1, 1-2. 4a)

El segundo relato es menos detallado sobre el proceso de la creación y se centra en la creación de Adán y Eva, como figuras protagónicas del comienzo de la historia de la relación de Yavé Dios con el pueblo escogido, Israel. El texto dice así:

“El día en que Yavé Dios hizo la tierra y los cielos no había sobre   la tierra arbusto alguno, ni había brotado aún ninguna planta silvestre, pues Yavé Dios no había hecho llover todavía sobre la tierra, y tampoco había hombre que cultivara el suelo e hiciera subir el agua para regar toda la superficie del suelo.

Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra… Dijo Yavé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude” … (Gn 2, 4b-25)

¿Estamos frente a dos diseños cosmológicos diferentes que responden a pueblos y culturas diferentes? El análisis científico bíblico actual, como un dato esencial, relaciona estos relatos de la creación con la prehistoria y la fe de Israel. En segundo lugar, la diferencia entre ambas versiones se debe a que provienen de dos fuentes distintas: La primera proviene de la fuente sacerdotal (conocida como P) y la segunda, de la fuente yavista (conocida como J). De ahí las semejanzas y las diferencias. La primera es conceptualmente precisa. Enfatiza el tiempo, cada día de la semana, de las acciones de Dios. La segunda enfatiza el espacio y se fija en los detalles: La tierra, las plantas, la manera como formó a Adán y a Eva, el jardín del Edén, en donde Dios coloca a la primera pareja de la humanidad, etc. El primero es más abstracto: “El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios”, en cambio, el segundo es más poético y figurativo: “Tomó polvo de la tierra para formar al hombre y luego sopló sobre él”. Por otra parte, ambos relatos cosmológicos expresan el comienzo del Pueblo de Israel , se dirigen a la creación del hombre, que es la cúspide en importancia   y dignidad de toda la creación, y adquieren unidad y cohesión en la voluntad creadora y personal de Dios, a diferencia de las cosmologías primitivas que se centran en un determinado elemento (von Rad. 1982: 189-190).

La fuente sacerdotal (P), como ya hemos indicado, es conceptualmente más precisa y pretende acentuar la diferencia entre el relato cosmológico israelita y otras cosmologías existentes en los pueblos vecinos. Por eso, utiliza el verbo “crear” en lugar del “hacer” o de “organizar” utilizado en el mito sumerio del origen del mundo. En este mito existen dos principios o sustancias primordiales de la que están hechas las divinidades y todas las cosas. Las divinidades hacen y organizan las cosas que hay en el agua, en la tierra, en el aire y en el cielo. En cambio, “crear”, en hebreo bara, significa sacar de la nada o traer a la existencia. Antes de la creación sólo existe Dios y  las cosas vienen a la existencia en el momento en que Dios ordena. Consciente de esta diferencia el profeta Baruc (Ba 6, 58-69) anteponía el poder del Dios de Israel frente a los falsos dioses o ídolos. Y les recordaba a los israelitas en Babilonia no temer a esos dioses falsos y poner toda su confianza en Yahvé Dios. Por otra parte, y más cercano a nosotros, el evangelio de Juan, refiriéndose a este momento trascendental, señala: “En el principio solo existía la Palabra y la Palabra era Dios, quien hizo todas las cosas” (Jn 1, 1-3).

Otro dato importante es  que  el diseño cosmológico del Génesis fue escrito por los autores sagrados hacia el siglo VI a. C., posterior a los grandes acontecimientos salvíficos de la historia de Israel. Se da primero una experiencia personal, fundante y espiritual: Dios que elige a su pueblo de Israel y Dios que libera a su pueblo de la opresión de Egipto (El libro del Éxodo fue escrito entre 1440 y 1400 a. C.). Posteriormente, el autor o autores sagrados reflexionan sobre su entorno, sobre el cosmos o el universo, como la gran casa del hombre,  y se preguntan por el creador de todas esas maravillas naturales  y su respuesta está dada en la primera parte del Génesis. Así las cosas, examinemos a continuación la relación de la cosmología del Génesis con la historia de la salvación.

La creación del universo en la historia de la salvación

La fe de Israel nace de una experiencia espiritual, que consiste  en un encuentro personal de Yahvé Dios y Abraham, en una elección  y en una promesa: “Serás  padre  de una gran nación y te bendeciré…” (Gen 12,1-4). Esta experiencia es personal: Abraham escucha el llamado de Dios; es histórica: Se da en un tiempo y en un contexto determinado: Ur de Caldea, Jarán, Siquem; es profunda y radical: “Deja a tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre”. Este es el comienzo de una historia de amistad y alianza entre Dios e Israel, amistad que se prolongará con Isaac, Jacob, y su descendencia, y será probada repetidamente a través de los actos de liberación y de salvación que marcan la historia de este pueblo.

La creación del universo noformó parte de la primera fe israelita, como lo han demostrado los estudios históricos y exegéticos de los libros del Antiguo Testamento. Así, el primer credo que los israelitas repetían y trasmitían a sus descendientes no incluía ninguno de los relatos de la creación, como se puede ver en el texto siguiente:

“Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí, siendo pocos aún; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre.

Llamamos pues a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y nuestra opresión. Yavé nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros frutos de la tierra que tú, Yavé, me has dado” (Dt. 26, 5-10).

tribus a tomar conciencia de que   la creación del universo es una intervención esencial en la historia de la salvación?

El cautiverio en Babilonia, en el siglo VI a. C., es una nueva experiencia humana espiritual que vive el pueblo de Israel. Lejos de su patria, de sus tradiciones, e inmersos en una cultura ajena a sus principios y creencias los israelitas consideran como una amenaza a su identidad, como pueblo elegido, las nuevas costumbres, la nueva moral y los nuevos dioses de Babilonia. Surgen así los profetas del exilio: Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Frente a la crisis y el peligro de perder la fe en Yavé, ellos ven la necesidad de anteponer la fe y la esperanza en la restauración de Israel. El centro del mensaje es: “Si Dios es todopoderoso, creador de cielo y tierra, también tiene poder para liberarnos”. Por eso, en Isaías 40 ss se afirma que Yahvé ha perdonado los pecados de Jerusalem, y a continuación el profeta repite sin cansancio “la grandeza de Yavé Creador”:

“Pongan la cara hacia arriba y miren: Quién ha creado todos esos astros? El, el mismo, que hace salir en orden su ejército, y que llama a cada estrella por su El, el mismo, que hace salir en orden su ejército, y que llama a cada estrella por su nombre.

Su fuerza es tan grande y su poder tan inmenso, que ninguna se hace la desentendida. … ¿Acaso no lo sabes o no lo has oído? Yavé es un Dios eterno que ha creado hasta los etremos del mundo”…

En este contexto profético la tradición sacerdotal redacta la única cosmogonía que hay en toda la Biblia. ¿Cuál es la intención? Los profetas, como también  la  fuente sacerdotal, pretenden luchar contra las posibles influencias del medio social y cultural del exilio babilónico y de otros pueblos que rodean a Israel. Lo particular y significativo de la reflexión sacerdotal es que interpreta el comienzo del universo en función de la elección y alianza de Dios con Israel. Por eso afirma von Rad (1982) que la bondad de Dios para con su pueblo prima sobre la omnipotencia.

A partir de este período el tema de la creación del universo va a ser una constante en la literatura bíblica. En los Salmos el tema de la creación se convierte en un canto de alabanza: Sal 19, 2 “Los cielos cantan la gloria de Dios”. En la literatura sapiencial, bajo influencia helenística, se manifiesta una relación entre la creación y el orden moral: Sb 11, 10: “Todo lo dispusiste con medida, número y peso”; Sb 13, 1: “… Todos los hombres que ignoraron a Dios, ….contemplando su obra,  no  reconocieron  al Artífice”. En la etapa final del Antiguo Testamento, en el siglo II a. C., en el II libro de los Macabeos (2M 1,24-29) se afirma de manera clara: “Dios creó de la nada todo el universo, es justo y lleno de misericordia”. …Y “es motivo de esperanza para los que mueren” (2M 1, 38-43).

En el Nuevo Testamento el tema de la creación continúa como un elemento central en la historia de la salvación, solamente que ahora adquiere un carácter cristocéntrico. Cristo es la plenitud de los tiempos, el Alfa y Omega de toda la creación. Es el pleroma [6], en el que se cumplen todas las promesas y plenitud de todas las bendiciones (Rm 11, 12.25; Mc 1, 15; Rm 15, 19).

El diseño de la creación solo tiene sentido en Cristo. Por eso Pablo en Rom. 8, 21ss afirma:

“…el mundo creado también dejará de trabajar para el polvo, y compartirá la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto. … en la esperanza de la redención de nuestro cuerpo”.

En consecuencia, la historia de la salvación es una historia de fe. Es un proyecto unitario salvífico, que va desde el comienzo de la creación hasta el final de los tiempos. Sobre este gran proyecto, ¿es posible la alianza y el diálogo entre la fe cristiana y la ciencia?

El Gran Diseño de Dios: fe y ciencia

¿Qué es un diseño? En el campo de la investigación científica el diseño es un modelo teórico que sostiene y sustenta el desarrollo de la investigación y el objeto de estudio. En relación con la naturaleza, la ciencia y , en especial, la física teórica construyen un  modelo  y un método para estudiar el ser y     el comportamiento de la realidad. Si el modelo es correcto y efectivo podrá descubrir e identificar un modelo implícito de leyes o normas que rigen la estructura interna y el comportamiento del ser o de la realidad, y por tanto podrá predecir consecuencias y resultados verificables de ese comportamiento. Las leyes o normas identificadas conforman un diseño esencial, que lo poseen desde las partículas elementales más pequeñas (subatómicas) hasta la galaxia más grande y más alejada del universo. Con esto, estamos diciendo que el universo físico tiene y obedece a un diseño y de acuerdo con ese diseño, descubierto por la ciencia, tuvo uno o muchos comienzos lo mismo que podrá tener uno o muchos finales.

En la época medieval el concepto de “diseño de la  creación  del universo” adquiere contenidos filosófico-teológicos orientados a fundamentar la racionalidad de la fe. Tomás de Aquino (1225-1274) recoge de las sagradas escrituras y de los padres de la Iglesia los elementos básicos necesarios para plantear la tesis de la causalidad ejemplar de Dios, especialmente  en dos de sus obras principales: De veritate y Summa Theologica. En la primera se afirma que el universo no es producto de la casualidad, sino que responde a una idea o a un “diseño”, concebido en la mente de Dios. Esto significa que Dios es el artífice inteligente o la causa ejemplar del universo (De ver. q. 3). En la segunda, continua afirmando: “El mundo y cada cosa que lo compone tienen en Dios su idea ejemplar”. El mundo se hizo y se está haciendo según un plan preexistente en la mente divina (Sum. Th. 1, 15-23; Sum. Th. 1, q.14-16). Es decir, el modelo implícito de leyes que norman el ser y el comportamiento del universo está en la mente divina. ¿Qué es la mente de Dios? Es la Sabiduría de Dios. ¿Cómo entrar o llegar a ella? En Pr 8, 22 ss. se indica una vía: Dios es el artífice que ha hecho todas las cosas siguiendo un plan. Ese plan es anterior al cielo, a la tierra y cuanto existe, y es lo que le da armonía a todo el universo, incluido el hombre y la sociedad. Pero no basta  el  conocimiento  o la ciencia de las cosas. El capítulo termina con un mensaje moral religioso: la felicidad consiste en seguir sus caminos, los caminos de este plan; encontrarlo y aceptarlo significa encontrar la vida y, por el contrario, despreciarlo a conciencia es elegir la muerte. Entonces, de acuerdo con el autor sagrado, solamente se llega a él o a la Sabiduría a través de la fe, que es la aceptación de sus enseñanzas.

Así, el Gran Diseño no consiste solo en un modelo o teorías del universo físico, aunque tengan el mayor reconocimiento de la astronomía moderna o de la física teórica contemporánea. Para un creyente cristiano actual el Gran Diseño es algo más complejo e integral, es la historia de la salvación, fundamentada en una concepción lineal de la historia y del tiempo. Dios está al inicio, creando, manteniendo en su ser a todos los seres creados y guiando toda la creación hacia el final de la historia y del tiempo. ¿Qué  sentido  tendría el “gran nido cósmico”, la vida y la historia de la sociedad humana separado de la historia de la salvación del hombre? Todo acabaría absurdamente con la muerte de las personas, la vida maravillosa del planeta, y todo el sistema cósmico.

 De ahí que para Tomás de Aquino y para la teología católica, Dios no solo es la causa ejemplar, sino también la causa final de toda la creación. La dimensión de la fe permite dar sentido a los miles de millones de años de evolución cósmica y al desarrollo de la vida neuronal y espiritual del ser humano.

Fe y ciencia son dos fuentes de conocimiento que se complementan. No pueden contradecirse si ambas buscan la verdad  mediante caminos legítimos y diferentes. Por eso, Rahner, en relación  con esa fuerte vinculación, afirma que la historia de la salvación acontece en la historia humana, la abarca y la integra a una plenitud mayor,   y Juan Pablo II en Fides y Ratio (1998) apoyado en las fuentes bíblicas señala : Hay una profunda unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe (p. 29). Advierte que el hombre, también el hombre de ciencia, con solo la luz de la razón puede encontrar y reconocer el camino hacia Dios, pero sólo podrá recorrerlo desde el horizonte de la fe (pp. 30, 33 ).

Sin fe el hombre corre el riesgo de quedarse en el camino paladeando la felicidad que ofrecen las delicias terrestres, sabiendo y aceptando que al final solo está la muerte (Camus, 1939), o como en el caso  de  Sagan  que  enfrentado a la muerte le basta “entrever la maravillosa estructura del mundo existente, junto al piadoso esfuerzo por comprender una porción, aunque sea diminuta, de la razón que se manifiesta en la naturaleza” (1998: 288).

Sagan, como muchos otros científicos, llegan al umbral del misterio, pero no dan el paso hacia la gran aventura de la fe. Entrar en el misterio significa encontrar a Dios, pero este paso trascendental está mediado por la libertad soberana del hombre. Entrar es un acto valiente que implica, por una parte, despojarse de todas las certezas y seguridades materiales y humanas, como en el caso de Abraham, de Moisés, Pablo de Tarso, y , por otra, aceptar dócilmente ser conducido para iniciar un recorrido de luces y de sombras, de paradojas, como dice Karl Barth en su Comentario a la Carta a los Romanos, pero seguro de que Dios, el Dios de la historia de la salvación, la fuerza del bien, está a tu lado y te sostiene. Tampoco es correcto ni cierto afirmar que la fe esté asociada a “debilidades de la mente” o al “miedo a la muerte”. La sagrada escritura  y la historia de la Iglesia dan testimonio de lo contrario, es decir, que la fe es una experiencia personal, íntima y profunda que abarca todo género de personas, cuyas creencias los lleva a vivir y a realizar acciones heroicas o sencillas, pero que dan muestras de ser gigantes en el conocimiento y en la vivencia de su fe.

En la Iglesia Católica, desde sus inicios, ha habido un permanente esfuerzo, apertura y  trabajo por integrar conocimiento y fe, ciencia y teología, sin perder de vista la especificidad de cada una. En el último siglo es bueno recordar algunos ejemplos, como el de Georges Lemaitre, teólogo y astrofísico belga , descubridor de la explosión del átomo primigenio (1931), conocido ahora como Big Bang; Pierre Teilhard du Chardin (1881-1955), teólogo, filósofo y paleontólogo, defensor de la  tesis de una evolución cósmica, que culmina en el punto Omega que es Cristo; y Leonardo Boff, teólogo y ecologista, para quien “más allá del vacío cuántico, la última referencia de la razón analítica, está el océano de energía, el continente de todos los posibles contenidos, el “gran atractor cósmico”, pues se percibe que el conjunto del universo está siendo atraído hacia un punto central misterioso” (2003:79). En esta cosmovisión teísta Boff trata de integrar los nuevos paradigmas de las ciencias. No menos significativo es el testimonio de Francis Collins, 2008, genetista y Director del proyecto del Genoma Humano, para quien existe una maravillosa armonía entre las verdades complementarias de la ciencia y la fe. El Dios de la Biblia, sigue afirmando, es el mismo Dios del Genoma y la ciencia puede ser en efecto un medio para encontrar y aceptar a Dios, que es el artífice del Gran Diseño de la historia de la salvación.

Conclusión

La obra de Hawking, The Grand Design, ha sido el motivador de estas reflexiones cosmo-teológicas. Hablar del cosmos es hablar de la existencia de miles de millones de estrellas, galaxias y planetas, expandiéndose a distancias asombrosas, donde la tierra y el hombre son insignificantes dentro de la escala cósmica. Del neolítico a nuestros días el avance del conocimiento científico tecnológico, en particular los logros de las ciencias de la naturaleza, han permitido plantear la hipótesis del “átomo primigenio” cuya explosión poderosísima o Big Bang sería el origen del universo y de todo lo que él contiene.

Algunos científicos del pasado y del presente, como Hawking actualmente, impresionados por estas conquistas de la ciencia, afirman: “el maravilloso diseño del universo no tuvo diseñador”. En este trabajo hemos querido acercarnos a un concepto de ciencia más amplio, más abarcador e integrador  donde los aportes de la física teórica no son verdades absolutas, sino simples hipótesis de trabajo, parciales con respecto a una realidad poliédrica y densa en significados, que lejos de aportar una solución definitiva, lo más que hacen es darnos, como dice Sagan, una cierta madurez para abrir nuevos caminos de búsqueda.

Motivado por los avances de las ciencias humanas y por el método fenomenológico e histórico crítico nos hemos acercado a la visión judeo cristiana de la creación del cosmos. Para esta cosmología teológica no hay diseño sin diseñador. El universo no tiene sentido en sí mismo. Dios, el señor del espacio, de la gravedad y del tiempo. La visión paulina de esta cosmología es total e integradora. Todo tiene sentido en relación con el hombre  y el hombre encuentra su razón en Cristo, que es el pleroma de todo el universo. Por tanto, el gran diseño no contiene solo el universo. Es la historia de la salvación de la sociedad humana y del cosmos.

Pedro J. Ramírez Acosta, en revistas.uned.ac.cr/

Notas:

1.      Es una obra escrita, en 2010, en conjunto con Leonard Mlodinov, doctor en física por la Universidad de Berkeley y escritor de la serie Star Trek: The next generation. Es una obra científica con algunos temas clásicos de la filosofía como El misterio del ser, y Qué es la realidad? Y otros que tocan temas fronterizos con la teología, como El milagro aparente y El gran diseño.

2.      El hilemorfismo aristótelico es una teoría fundamental en la concepción de la realidad y del ser humano. El término proviene de dos raíces griegas que significan materia (hile) y forma (morfé). Todo ser material está compuesto de materia y forma. En el caso de los seres vivos la forma es el alma, y en el caso del ser humano la forma es el alma racional. Su planteamiento es una crítica radical a las ideas platónicas y una afirmación de la existencia del mundo real. Esta teoría caló tan profundo que fue base de la filosofía y teología medieval. Pueden consultarse las obras de Edwin Hartman, 1977, Substance, body and soul: Aristotelian investigation, Priceton U.P.  y José M.  Petit, y Antonio Prevosti,, 2004, Filosofía de la naturaleza: Su configuración a traves de sus textos, Barcelona: Ed. Scire.

3.      La teoría del Big Bang responde a la vieja   e inquietante pregunta que el hombre de ciencia se ha hecho sobre el origen del universo. Dice Sagan, en Cosmos, 1997: 20, que un sacerdote babilonio llamado Beroso escribió un libro (perteneció a la Biblioteca de Alejandría), cuyo primer volumen estaba dedicado al período que va de la creación al diluvio con una duración 432.000 años. Hoy la ciencia reconoce que de esa gran explosión a la actualidad hay unos 20 mil millones de años aproximadamente.

4.      Es una línea curva o trayectoria del sol en  su “movimiento aparente sobre la tierra”. El término está relacionado con los eclipses del sol y de la luna. Las órbitas de los planetas del sistema solar están próximas a la eclíptica. Si la sombra de la luna se interpone entre la tierra y el solo, se produce un eclipse solar. En cambio, si la sombra de la tierra se interpone entre la luna y el sol, tendremos un eclipse lunar. Este comportamiento fue medido, con cierta exactitud, por los científicos de Alejandría 200 años a C. Sobre el tema véase “El antiguo universo de las dos esferas” en Kuhn, La Revolución copernicana.

5.      Es un punto cercano al centro de la esfera del planeta, en el marco de la teoría geocéntrica. Esta teoría estuvo vigente desde el s. VI a C. hasta el s. XVI en que fue sustituida por la teoría heliocéntrica. Ptolomeo utiliza el ecuante para mantener la teoría de Platón del movimiento circular uniforme de los cuerpos celestes. Por su parte, la deferente es un círculo que tiene por centro a la tierra.

6.      Es un término que proviene del griego “pleroo” que significa llenar. Si bien tiene ascendencia gnóstica, es utilizado repetidas veces en las cartas  paulinas.  Del  sentido de plenitud se deriva que todo tiene sentido en Cristo. Por eso, Pablo afirma en Ef 1,10. 22,29: Cristo es la cabeza del cosmos y por tanto resumen del proyecto divino de salvación. Veáse Pierre Benoit, Revue Biblique 63 (1956) 5-44: Pierre T.  du Chardin,  El fenómeno humano, Energía humana e Himno al universo.

 

Javier Echeverría

1.        Introducción

Hilary Putnam publicó en 1981 el libro Reason, Truth and History [1], que supuso un giro importante en el tratamiento que los filósofos de la ciencia han solido hacer de los valores. Ya en el Prefacio, Putnam afirmaba que “una de las finalidades de mi estudio acerca de la racionalidad es ésta: tratar de mostrar que nuestra noción de racionalidad es, en el fondo, solamente una parte de nuestra concepción del florecimiento humano, es decir de nuestra idea de lo bueno. En el fondo, la verdad depende de lo que recientemente se ha denominado «valores» (capítulo 6)” [2]. Si comparamos esta tesis con la tradición empirista y positivista, basada en la estricta separación entre la ciencia y los valores, vemos hasta qué punto se está viniendo abajo otro dogma del positivismo: el de la neutralidad axiológica de la ciencia [3]. Antes que él, Kuhn había afirmado la existencia de valores permanentes en la ciencia (precisión, rigor, amplitud, coherencia, fecundidad) [4] y posteriormente Laudan distinguió entre la metodología, la epistemología y la axiología de la ciencia, afirmando la irreductibilidad de cada una de ellas [5]. Cabe afirmar que durante el último cuarto de siglo se ha producido en filosofía de la ciencia un giro axiológico, que fue iniciado por los autores recién mencionados y continuado por Rescher, Longino, Agazzi y otros [6]. En esta contribución partiremos de las tesis de Putnam sobre la ciencia y los valores, reinterpretándolas desde nuestra propia perspectiva y afirmaremos que hay valores previos a la verdad que delimitan lo que es una ciencia bien hecha. Ulteriormente haremos unas primeras consideraciones sobre los nuevos valores en la tecnociencia contemporánea, en los que no sólo se plantea la cuestión del bien hacer, sino el problema más hondo de lo bueno.

2.        Putnam: ciencia y valores

En un breve artículo publicado en la revista mexicana Crítica, Putnam resumió las tesis de su obra de 1981 en los términos siguientes: “Como expongo en Razón, Verdad e Historia, sin los valores cognitivos de coherencia, simplicidad y eficacia instrumental no tenemos ni mundo ni hechos acerca de que es relativo a qué. Y estos valores cognitivos, reivindico, son simplemente una parte de nuestra concepción holística del florecimiento humano” [7].

Esta afirmación tiene una gran importancia para la epistemología, porque en ella se reivindica la prioridad de la axiología respecto de cualquier teoría de la verdad científica. Antes de indagar si algo (un teorema, un enunciado empírico, una teoría) es verdadero o falso desde un punto de vista científico, hay una serie de requisitos axiológicos que dicha propuesta científica debe cumplir. Si alguien demuestra un teorema, propone una hipótesis, formula una teoría, o simplemente enuncia el resultado de una observación, una medición o un experimento, cada una de esas propuestas científicas ha de satisfacer una serie de valores (coherencia, precisión, simplicidad, rigor, eficacia instrumental, fecundidad, etc.) antes de pasar a ser evaluada desde el punto de vista de su posible verdad o falsedad. La satisfacción previa de un determinado sistema de valores es condición necesaria (no suficiente) de la verdad o falsedad de cualquier propuesta científica. Por ello afirmamos que la axiología de la ciencia es previa a una teoría de la verdad científica. A diferencia del conocimiento humano en general, en el que suele decirse que, para que sea verdad lo que alguien dice, basta con que quien lo dice crea que ello es así, para que los científicos se pregunten sobre la verdad de una nueva propuesta es preciso que sus aseveraciones y argumentaciones cumplan una serie de requisitos axiológicos. La axiología de la ciencia, por tanto, ha de ocuparse de estudiar cuáles son esos requisitos previos a la pregunta por la verdad. Diremos que, antes de que una propuesta científica sea verdadera o no, dicha propuesta ha de estar bien hecha. El bien hacer científico es uno de los objetos de estudio de la axiología de la ciencia.

Más volvamos a Putnam. Según él: “cohererencia y simplicidad y otros por el estilo son ellos mismos valores”. “Efectivamente, ellos son términos que guían la acción” [8].

Esta tesis también merece ser comentada. Según Putnam, hay valores propiamente científicos, que no son subjetivos, sino objetivos, y dichos valores desempeñan una función muy importante, a saber: guían la acción de los científicos. Tradicionalmente se ha pensado que las reglas metodológicas eran la guía que debían seguir los científicos al observar, medir, experimentar, demostrar y formular hipótesis y teorías. Putnam y Laudan introdujeron una importante matización: los métodos científicos están cargados de valores, hasta el punto de que un conjunto de reglas o procedimientos es o no científico si y sólo si satisface en mayor o menor grado un sistema de valores científicos, epistémicos y no epistémicos. Puestas así las cosas, cabe un análisis axiológico de la propia metodología científica, puesto que un método puede ser interpretado como un conjunto de reglas de acción que satisfacen un sistema de valores. La  axiología  de la ciencia no sólo es previa a la teoría  de la verdad (o de la falsedad), sino también a la metodología científica, aunque no se confunde con ella.

Según Putnam, los valores guían las acciones de los científicos. A nuestro modo de ver, esta tesis comporta consecuencias importantes para la filosofía de la ciencia. Además de hacer una teoría del conocimiento científico (es decir, una epistemología), los filósofos de la ciencia han de elaborar también una teoría de la acción científica [9]. Dicho de otra manera: la filosofía de la ciencia no debe reducirse a la epistemología, sino que ha de incluir además una praxiología de la ciencia. La filosofía de la ciencia así concebida incluye dos grandes ramas, que se interconectan entre sí en muchos puntos: la filosofía del conocimiento científico y la filosofía de la actividad científica. La axiología de la ciencia es pertinente para ambas, porque se ocupa tanto de los valores epistémicos como de los valores praxiológicos, o pragmáticos.

Putnam remacha sus anteriores afirmaciones con una tesis que sintetiza perfectamente lo que hemos denominado giro axiológico en filosofía de la ciencia: “Reivindico en pocas palabras que sin valores no tendríamos un mundo” [10].

Como puede verse, las tesis de Putnam suponen un giro radical con respecto a la tradición epistemológica de Weber, Reichenbach y el Círculo de Viena en favor de una ciencia axiológicamente neutral, valuefree. Según Putnam, y en este punto coincidimos estrictamente con él, sin valores no hay mundo ni hechos. Los valores epistémicos, además de ser cambiantes históricamente, forman parte de una totalidad más amplia, a la que Putnam designa como “florecimiento humano total” (total human flourishing [11]), y cuyos orígenes remonta a Platón y Aristóteles. La búsqueda científica de la verdad requiere un bien hacer, es decir, un alto nivel de competencia en el hacer científico. Dicha competencia puede ser analizada y gradualizada si aceptamos que cualquier propuesta o actividad científica está bien o mal hecha según satisfaga en mayor o menor grado una serie de valores que son pertinentes para evaluar dicha propuesta o dicha acción. Con ello se justifica la precedencia del bien científico (en el sentido técnico del término ‘bien’, well) con respecto a la verdad.

Sin embargo, se puede ir más lejos, ampliando la noción del bien científico a una perspectiva ética, de modo que dicho bien tenga que ver también con lo bueno (good). Ello es claro en el caso de la tecnología, y por ello nos centraremos a continuación en los nuevos valores en el mundo tecnológico.

Una última cita de Putnam: “la teoría de la verdad presupone la teoría de la racionalidad, que a su vez presupone nuestra teoría de lo bueno” [12]. La filosofía de la ciencia está así estrechamente vinculada a la ética, al menos en último análisis.

3.        Tecnociencia y nuevos valores

En este apartado nos centraremos en una nueva modalidad de tecnología muy característica de la segunda mitad del siglo XX, a la que diversos autores, empezando por Bruno Latour, denominan tecnociencia. En el fondo, buena parte de las argumentaciones anteriores adquieren mayor relevancia cuando nos referimos a este híbrido entre la ciencia y la tecnología, la tecnociencia [13].

La denominación más habitual para la tecnociencia es Big Science. Ejemplos de tecnociencia hay muchos a partir de la Segunda Guerra Mundial: la invención del ENIAC, el proyecto Manhattan, la física de partículas, la meteorología, la criptología, la televisión, el ciberespacio, la ingeniería genética, el proyecto genoma, la telemedicina, la realidad virtual, etc. Hablando en términos generales, cabe decir que la tecnociencia se caracteriza porque no hay progreso científico sin avance tecnológico, y recíprocamente [14]. La interdependencia entre ciencia y tecnología es estrechísima en la caso de la Big Science, y por eso conviene distinguir entre ciencia, técnica, tecnología y tecnociencia. La técnica no tiene que estar basada en conocimiento científico, la tecnología sí. Pero cuando el conocimiento científico depende estrictamente de los avances tecnológicos, de modo que no es posible observar, medir ni experimentar sin recurrir a grandes equipamientos, entonces estamos hablando de tecnociencia. No toda la ciencia es así, pero una parte sí. Las cuatro modalidades de saber recién mencionadas siguen existiendo hoy en día y es posible distinguirlas entre sí. Mas la novedad estriba en la emergencia de la tecnociencia, que surge a partir de la segunda guerra mundial, y por ello dedicaremos nuestra atención a ella.

Por tanto, en este artículo nos ocuparemos ante todo de la axiología de la tecnociencia, partiendo de la tesis según la cual los sistemas de valores involucrados en las actividades tecnocientíficas son más amplios y complejos que en el caso de la ciencia básica. Sobre todo, tienen una estructura muy diferente. Los sistemas de valores tecnocientíficos mantienen algunos valores científicos clásicos, pero, o bien incorporan nuevos sistemas de valores, o bien modifican radicalmente el peso relativo de unos y otros valores. Aunque aquí no entraremos en este punto, cabe hablar de progreso tecnocientífico, entendido como un incremento en la satisfacción de una serie de valores positivos y un decremento de otros negativos. Puesto que el sistema de valores tecnocientíficos no coincide con el sistema de valores científicos, la noción de progreso también cambia, como veremos más adelante. Sin embargo, para abordar la axiología de la tecnociencia conviene partir de la axiología de la ciencia, que ha sido más estudiada en las dos últimas décadas. Las consideraciones que siguen adoptan esa estrategia expositiva: partir de la axiología de la ciencia para indagar las especificidades axiológicas de la tecnociencia.

Lo importante es dilucidar cuáles son los sistemas de valores o planos axiológicos pertinentes para la tecnociencia. Para ello, conviene en primer lugar proceder empíricamente, lo cual implica una investigación interdisciplinar basada en estudios de caso y en los protocolos de evaluación efectivamente usados al valorar las innovaciones tecnocientíficas. En lugar de delimitar a priori los valores pertinentes para la ciencia y la tecnociencia en virtud de alguna caracterización teórica de ambos saberes, optamos por una estrategia más modesta, consistente en localizar los valores efectivamente presentes en las diversas actividades tecnocientíficas, organizándolos en grupos o clases. Los subsistemas que iremos distinguiendo no son estancos. Valores de un grupo se interrelacionan con valores de otro grupo. Aun así, cabe distinguir inicialmente siete grupos de valores relevantes para la tecnociencia, aunque sólo sea a efectos analíticos. Prestaremos especial atención a los sistemas axiológicos que no suelen ser considerados por los filósofos de la ciencia, por no ser epistémicos, sino externos (Laudan) o contextuales (Longino). En lo que sigue nos limitaremos a esbozar un panorama general de esta axiología de la tecnociencia que surge a partir de estudios de caso y de protocolos, sin entrar en grandes detalles con respecto a los ejemplos previamente investigados.

En primer lugar, los valores epistémicos siguen siendo relevantes para la tecnociencia, porque sus innovaciones y propuestas siempre están basadas en conocimiento científico previamente contrastado, tanto desde un punto de vista teórico como por sus aplicaciones prácticas. Los artefactos tecnológicos actuales suelen ser construidos en base a teorías y aportaciones científicas suficientemente corroboradas. Por tanto, los valores internos (verosimilitud, adecuación empírica, precisión, rigor, intersubjetividad, publicidad, coherencia, repetibilidad de observaciones, mediciones y experimentos, etc.) se plasman en los propios artefactos tecnológicos y no sólo en las teorías utilizadas. No insistiremos mucho en este primer grupo de valores, pero conviene no olvidar que la tecnociencia depende estrictamente de las teorías científicas, sin perjuicio de que muchos de estos valores puedan no hacerse explícitos a la hora de evaluar los artefactos tecnocientíficos, porque se dan por supuestos. Varios de ellos forman parte del núcleo axiológico de la tecnociencia.

En segundo lugar, entre los valores subyacentes a la actividad tecnocientífica hay valores típicos de la técnica y de la tecnología que tienen un peso considerable a la hora de evaluar las propuestas y las acciones tecnocientíficas: la innovación, la funcionalidad, la eficiencia, la eficacia, la utilidad, la aplicabilidad, la fiabilidad, la sencillez de uso, la rapidez de funcionamiento, la flexibilidad, la robustez, la durabilidad, la versatilidad, la composibilidad con otros sistemas (o integrabilidad), etc. Obsérvese que muchos de estos criterios de evaluación proceden de propiedades que poseen los sistemas tecnológicos, las cuales se convierten en valores. Este es un fenómeno frecuente en el campo de la axiología. Muchos filósofos de la tecnología han afirmado que la eficiencia es el valor tecnológico por antonomasia [15]. A nuestro modo de ver, la utilidad, la funcionalidad y la eficacia son valores previos a la eficiencia, y por ello mantenemos que en este segundo grupo también rige una pluralidad de valores, sin perjuicio de que la eficiencia sea un valor nuclear en la actividad tecnocientífica.

En tercer lugar, en la segunda mitad del siglo XX han adquirido un peso específico muy considerable algunos valores económicos, como la apropiación del conocimiento (patentes), la optimización de recursos, la buena gestión de la empresa científica, el beneficio, la rentabilidad, la reducción de costes, la competitividad, la comerciabilidad, la compatibilidad, etc. que no eran prioritarios para la ciencia moderna, más centrada en los valores epistémicos [16]. Buena parte de la investigación científica actual está financiada por empresas, por lo que no es de extrañar que los valores económicos y empresariales impregnen cada vez más la actividad tecnocientífica [17]. También conviene tener presente que la Teoría Económica se ha ocupado ampliamente del problema de los valores a lo largo del siglo XX, generando diversos modelos de racionalidad (utilitarismo, decisión racional, teoría de juegos, racionalidad limitada en situaciones de incertidumbre, etc.) que han de ser tenidos en cuenta por los axiólogos de la tecnociencia, porque el problema básico es el mismo, aunque en este caso sólo se tengan en cuentan los valores económicos.

En cuarto lugar, el impacto de las tecnologías industriales y de las nuevas tecnologías sobre la naturaleza ha suscitado una profunda reflexión sobre los riesgos de las innovaciones tecnocientíficas, con la consiguiente aparición de nuevos valores, a los que genéricamente podemos denominar ecológicos. El más obvio es la salud, tan importante en el caso de las tecnologías agroalimentarias (transgénicos, etc.), pero también hay que mencionar la conservación y el respeto al medio-ambiente, la biodiversidad, la minimización de impactos sobre el entorno, el desarrollo sostenible, etc. El dominio de la naturaleza, objetivo básico de las ciencias baconianas, está dejando de ser el valor prioritario, o cuando menos encuentra otros valores como contrapeso. Algunos autores defensores del ecologismo radical hablan incluso de valores ontológicos en la biosfera.

En quinto lugar, la incidencia de las nuevas tecnologías sobre la vida cotidiana y sobre la sociedad ha puesto en primer plano una serie de valores humanos, políticos y sociales (intimidad, privacidad, autonomía, estabilidad, seguridad, publicidad, mestizaje, multiculturalismo, solidaridad, dependencia del poder, libertad de enseñanza y de difusión del conocimiento, etc.), que contribuyen a definir en muchos casos, o cuando menos a matizar algunos objetivos concretos de la actividad tecnocientífica. Este quinto grupo podría subdividirse fácilmente en grupos específicos, cosa que aquí no haremos, pero sí indicamos. Los valores jurídicos podrían ser un grupo por sí mismo, pues no hay que olvidar que la actividad tecnocientífica de financiación pública ha de adecuarse al marco legislativo de cada país, y por ende respetar numerosas normas y valores jurídicos, tanto a la hora de investigar como al aplicar las innovaciones resultantes.

En sexto lugar, las biotecnologías suscitan profundos problemas éticos y religiosos, de modo que la actual tecnociencia está marcada cada vez más por la incidencia de este quinto tipo de valores (la vida, la dignidad humana, la libertad de conciencia, el respeto a las creencias, la tolerancia, el respeto a los animales, la minimización del sufrimiento en la experimentación, el derecho a la disidencia y a la diferencia, la honestidad de los científicos, etc.). La honestidad de los científicos, con todas las virtudes que conlleva, es una condición sine qua non de la actividad tecnocientífica, y por ello es un valor nuclear. Pero no es el único valor nuclear de la tecnociencia, y por ello la axiología de la ciencia no se reduce a una ética de la ciencia, con ser ésta importantísima para la reflexión y el análisis axiológico.

En séptimo lugar, no hay que olvidar los valores ligados a la actividad militar, en la medida en que muchas investigaciones tecnocientíficas han estado y siguen estando estrechamente vinculadas a los Ejércitos, sobre todo en los USA. Esto es particularmente claro en las épocas de guerra, cuando las comunidades científicas ven cómo sus sistemas de valores quedan claramente subordinados a los valores militares (patriotismo, disciplina, jerarquía, obediencia, secreto, engaño al enemigo, propaganda, victoria, etc.). Las dos guerras mundiales y la guerra del Vietnam indujeron profundas crisis morales en algunas comunidades científicas, que han de ser interpretadas como conflictos de valores al irrumpir un nuevo subsistema de valores en la actividad tecnocientífica. Y no hay que olvidar que buena parte de la actividad investigadora sigue siendo desarrollada por instituciones militares, por lo que los valores efectivamente presentes en esas actividades tecnocientíficas siguen estando impregnados por este séptimo subsistema de valores en épocas de paz.

Estos siete subsistemas podrían ser más, pero esta primera tipología puede bastar para dejar clara la amplitud de la tarea que se le presenta a la axiología de la tecnociencia. Los filósofos de la ciencia sólo se suelen interesar en los valores epistémicos, los filósofos morales en las cuestiones éticas, los militares en la victoria y en los medios para lograrla, los economistas en la relación costes/beneficios, los juristas en el respeto a la ley y los ecologistas en la defensa del medio-ambiente. Todas estas perspectivas son válidas, pero ninguna agota los problemas axiológicos generados por la tecnociencia actual. Precisamente por ello afirmamos que es preciso plantearse el problema de la axiología en toda su generalidad y diversidad, en lugar de reducir la cuestión a uno de los siete planos de análisis antes mencionados.

Vista la gran pluralidad de los sistemas de valores de la tecnociencia, es posible concluir que la tecnociencia está mucho más imbricada en la consecución del bien y de lo bueno (o del mal y de lo malo) que en la búsqueda de la verdad. Esta es la tesis principal de este artículo. Siendo una actividad que transforma el mundo, y no sólo lo conoce, describe o explica, la valoración que hay que hacer sobre la bondad o la maldad de los tecnosistemas y los sociosistemas depende siempre de los valores que rigen las acciones posibilitadas por las invenciones tecnocientíficas. Por otra parte, siendo relativamente reciente su institucionalización a nivel internacional, cabe afirmar que la tecnociencia atraviesa una auténtica crisis de valores, estrechamente vinculada a su propia instauración y asentamiento como nueva modalidad de acción científica y técnica. Los sistemas de valores de la ciencia fueron cristalizando a lo largo de los siglos XVII al XX, generando un sistema de valores epistémicos que ha sido la principal aportación de la ciencia a la filosofía de los valores. La tecnociencia, en cambio, va constituyendo poco a poco su propio sistema de valores mediante la mutua impregnación entre sistemas de origen muy diverso. Todo ello genera indudables e importantes conflictos de valores en la tecnociencia actual.

Así como la existencia de una pluralidad de valores y su equilibrio en sistemas dinámicos eran precondiciones para hablar de la verdad científica, así también cabe afirmar que en el caso de la tecnociencia lo bueno sólo puede surgir a partir de un proceso de integración, hoy en día en curso, de los diversos sistemas de valores presentes en la actividad tecnocientífica. Las comunidades científicas adoptaron un cierto ethos de la ciencia (Merton), que todavía está por configurar en el caso de las comunidades tecnocientíficas, a su vez emergentes. Por ello es previsible un proceso de decantación y progresiva estructuración de esa pluralidad de valores, lo cual es un requisito previo al análisis de la bondad o maldad de las diversas innovaciones tecnocientíficas. Los filósofos pueden desempeñar un papel muy importante al respecto, como ya ahora se advierte con la creación de diversos tipos de comisiones de ética que trabajan en contacto con los tecnocientíficos (hospitales, laboratorios, comisiones legislativas, etc.). A mi modo de ver, la aportación de los filósofos a esos grupos de debate interdisciplinar no debe limitarse a la ética. Conjuntamente con otros profesionales, los filósofos de la ciencia pueden aportar mucho al perfeccionamiento axiológico de la actividad tecnocientífica.

4.        La tecnociencia y lo bueno, desde el punto de vista de la axiología

Concluyamos, aunque sea de manera harto provisional [18]. Diremos que, así como la verdad es un metavalor en relación a los valores epistémicos de la ciencia moderna, así también lo bueno ha de ser considerado como un metavalor para los diversos sistemas axiológicos presentes en la tecnociencia. Equivale ello a decir que lo bueno de la tecnociencia no es una idea intemporal (la historicidad de la tecnociencia es indudable), sino el resultado de un proceso de criba y afinamiento axiológico que permite distinguir entre valores nucleares (o fundamentales) y valores periféricos. Estamos pues ante un nuevo proceso de búsqueda de lo bueno a nivel individual y en el plano colectivo y social. En dicho proceso la filosofía tiene una clara misión a cumplir, tanto desde los ámbitos educativos como desde las tribunas públicas de mayor difusión. En el fondo, la filosofía vuelve a tener pleno sentido desde la perspectiva axiológica aquí considerada.

Por su propio carácter procesual y dinámico, difícilmente cabe aquilatar una idea de lo bueno, y mucho menos una definición general del bien en relación con la tecnociencia. La valoración de las acciones y resultados de la tecnociencia también es una acción, o mejor, una metaacción, puesto que versa sobre acciones previamente realizadas o en curso de ejecución. Por ende, la axiología de la tecnociencia está sujeta a la teoría general de las acciones tecnocientíficas, sobre la cual sólo podemos ofrecer unos primeros rudimentos [19]. Puesto que una acción tiene diversas componentes (agentes, acciones propiamente dichas, objetos sobre los que se ejercen, contextos o escenarios de actuación, instrumentos disponibles, condiciones iniciales, intenciones de dichas acciones, objetivos de las mismas y consecuencias derivadas, como mínimo), la evaluación de lo bueno y lo malo de la tecnociencia está sujeta al análisis de todas y cada una de esas componentes.

Concebimos pues la valoración de lo bueno como una meta-acción, posterior a la evaluación axiológica basada en los subsistemas de valores antes mencionados. Definir criterios para caracterizar lo bueno como metavalor no es cosa fácil, como cualquiera puede adivinar. A título general, diremos que será preferible aquella actividad tecnocientífica que muestre mayor capacidad para integrar diversos sistemas de valores, a veces opuestos y en conflicto, de modo que la satisfacción de todos y cada uno de ellos sea exigible, aunque sólo sea en un cierto grado. Ello equivale a decir que un artefacto o una acción tecnocientífica será más o menos buena, o si se prefiere mejor que otra, sólo si satisface hasta cierto grado los diversos valores de los distintos sistemas axiológicos antes citados.

En resumen, y a modo de síntesis provisional: una acción o artefacto tecnocientífico es bueno (sin perjuicio de que siempre pueda ser mejor) sólo si:

1.      Está basado en un conocimiento científico coherente, preciso, riguroso, contrastado, etc., que ha sido evaluado positivamente una y otra vez por las comunidades científicas correspondientes.

2.       Es útil, innovador, eficiente, versátil, fácil de uso, seguro, etc.

3.       Es barato, rentable, beneficioso, optimizable, competitivo, etc.

4.       Respeta los valores ecológicos antes enumerados.

5.       Satisface los valores humanos, políticos, sociales y jurídicos del grupo quinto.

6.       Respeta y fomenta los valores éticos y morales del grupo sexto.

7.       En casos de conflicto bélico, puede contribuir a la realización de los valores militares sin que los restantes subsistemas de valores desaparezcan. Obviamente, esto no es fácil que suceda, y por ello la axiología de la ciencia tiene en las épocas bélicas un ámbito importante para el análisis y la contrastación de sus modelos.

8.       Satisface en más alto grado el mayor número de valores positivos de los diversos grupos y disatisface los contravalores correspondientes.

Obsérvese que incluso la aplicación de este metacriterio depende de las componentes antes mencionadas en nuestro esbozo de una teoría general de la acción. Por tanto, el grado de satisfacción de este metacriterio puede ser muy distinto según los agentes, el tipo de acciones, los objetos, los escenarios, etc. Precisamente por ello propugnamos una axiología de la tecnociencia que sea empírica y analítica. Sería un error pensar que la actividad tecnocientífica va a ser beneficiosa para todos, en todas las circunstancias, etc. Por ello no pretendemos promover una axiología categórica.

Quien se anime a hacer propuestas categóricas basadas en principios universales, sean formales o materiales, tiene ocasión de emprender la tarea. ¡Animo y mucha suerte! Nuestra propuesta es mucho más modesta, y sin embargo considerablemente ambiciosa desde el punto de vista de la actual filosofía de la ciencia y de la tecnología [20].

Javier Echeverría, en dadun.unav.edu/

Notas:

1   Putnam, H., Reason, Truth and History, Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1981 (reimpr. 1982 y 1984). Hay traducción española de Esteban Cloquell J. M., Razón, verdad e historia, Tecnos, Madrid, 1988. Las citas se remitirán a estas dos obras.

2   Putnam, H., 13: “A final feature of my account of rationality is this: I shall try to show that our notion of rationality is, at bottom, just one part of our conception of human flourishing, our idea of the good. Truth is deeply dependent on what have been recently called ‘values’ (chapter 6)” (XI).

3   Para un estudio más amplio de esta cuestión véase la obra de Proctor, Robert N., Value-Free Science?, Harvard Univ. Press, Cambridge, 1991, así como Echeverría, J., Filosofía de la Ciencia, Akal, Madrid, 1995.

4   Kuhn, T. S., La tensión esencial, FCE, México, 1983, 344 y ss.

5   Laudan, L., Science and Values, Univ. of California Press, Berkeley, 1984. Sobre la obra de Laudan véase el volumen editado por Wenceslao González, en el que se incluye el artículo: Echeverría J., “Valores epistémicos y valores prácticos en la ciencia”, en W. González (ed.), El pensamiento de L. Laudan. Relaciones entre Historia de la Ciencia y Filosofía de la Ciencia, Universidade da Coruña, Servicio de Publicaciones, 1998, 135-153.

6   Por mi parte, la contribución más reciente es: Echeverría, J.,: “Ciencia y valores: propuestas para una axionomía de la ciencia”, en Contrastes, Suplemento 3, ed. P. Martínez Freire, (1998), 175-194. Véase en dicho artículo un breve panorama de los estudios recientes sobre axiología de la ciencia.

7   “As I put it in Reason, Truth and History, without the cognitive values of coherence, simplicity and instrumental efficacy we have no world and no facts, not even facts about what is so relative to what. And these cognitive values, I claim, are simply a part of our holistic conception of human flourishing. Putnam, H., “Beyond the Fact-Value Dichotomy”, Crítica XIV: 41, 3-12, 8-9.

8   “coherence and simplicity and the like are themselves values”.  “Indeed, they are action guiding terms”. Ibid., 7.

9   Y no sólo de la actividad científica, sino también de la actividad tecnocientífica, que es la que caracteriza a la ciencia contemporánea.

10    “I claim, in short, that without values we would not have a world”. Putnam, H., 11.

11    Ibid.

12    Putnam, H., 215: “I am saying that “theory of truth presupposes theory of rationality which in turn presupposes our theoy of good” (212).

13    Las distinciones que aquí proponemos han sido desarrolladas en el volumen Ciencia moderna y ciencia postmoderna, Fundación March, Madrid, 1998, 45-62 y en Echeverría J., “Teletecnologías, espacios de interacción y valores”, Teorema XVII/3, (1998), 11-25. Véase asimismo nuestro reciente artículo en Argumentos de razón técnica 2 (1999), en la que se comentan las definiciones de tecnología de Agazzi y Quintanilla.

14    Ver los artículos citados en la nota anterior para un desarrollo más preciso de estas distinciones.

15    Ver, por ejemplo, Agazzi, E., El bien, el mal y la ciencia, Tecnos, Madrid, 1996. También Ramón Queraltó defendió esta tesis en su obra Mundo, Tecnología y razón en el fin de la Modernidad, PPU, Barcelona, 1993.

16    En el ámbito empresarial se habla hoy en día de una gestión basada en valores management by values, entendiendo por valores la calidad total de la gestión empresarial, la seguridad, la prevención de riesgos derivados, etc.

17    En los EEUU de América la investigación tecnocientífica de financiación pública no supera el 50% del total. Esta privatización y empresarialización de la actividad investigadora es uno de los cambios más significativos experimentados por la ciencia en el siglo XX, y por ello cabe decir que la tecnociencia está financiada en buena parte por la iniciativa privada, a diferencia de la ciencia moderna, cuya financiación era casi exclusivamente pública.

18    Al modo de Descartes, las propuestas axiológicas que siguen deben ser entendidas como una axiología par provisión.

19    Ver al respecto mi artículo sobre “Ciencia, tecnología y valores: una propuesta para evaluar las acciones tecnocientíficas”, que será publicado por el Centro de la UIMP de Valencia.

20    Este artículo ha sido elaborado en el marco del proyecto de investigación sobre “Ciencia y Valores”, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia.

William James

III. Lo que da significación a una vida

En el ensayo que antecede he tratado de haceros comprender cómo puede una vida hallarse llena de valor y de significación, aun cuando nosotros nos demos cuenta de ello a causa de nuestro punto de vista externo e insensible. Las significaciones que existen para los demás no existen para nosotros. La recta inteligencia de este hecho envuelve algo más que un simple interés de curiosidad especulativa: tiene una importancia práctica enorme. Quisiera convenceros de esto como yo estoy convencido, ya que para mí constituye la base de toda nuestra tolerancia social, religiosa y política. Entre las raíces de todos los errores estúpidos y sanguinarios que los directores de pueblos han hecho sufrir a sus súbditos, hállase siempre la negación de aquel hecho. Lo primero que importa evitar en las relaciones con las demás personas es cerrar el camino a los modos peculiares que tiene cada uno de ser feliz, para que los demás a su vez no pretendan cortar su senda a los nuestros. Nadie logra la intuición de todos los ideales, ni puede presumirse a la ligera capaz de juzgarlos. La prisa con que se dictan dogmas para los demás es la causa del mayor número de las injusticias y crueldades humanas, y es el rasgo humano carácter que más a menudo hace llorar a los ángeles.

Todo Juan ve en su Juanita una infinidad de gracias y de perfecciones a cuyo encanto nosotros los extraños permanecemos estúpidamente fríos... ¿Quién posee la vista superior de la verdad absoluta, él o nosotros? ¿Quién posee la intuición más vital sobre la naturaleza de la existencia de Juanita? ¿Es excesivo, Juan, porque es víctima, en tal caso, de una idea fija? ¿O nosotros somos deficientes sufriendo una anestesia patológica con relación a la mágica importancia de Juanita? Esta segunda hipótesis es, sin duda, la verdadera, porque, de seguro, se revelan a Juan las verdades más profundas, y ciertamente los pequeños latidos del corazoncito de Juanita son maravillas de la creación, son dignos de aquel interés y de aquella simpatía; y es para nosotros una vergüenza el no poderlo sentirlo así, como lo siente Juan. Porque él realiza su Juanita en concreto y nosotros no podemos hacerlo. El se une a la vida interior de ella, adivinando sus sentimientos, previniendo sus deseos, y, sin embargo, siempre demasiado indignamente porque hasta él mismo adolece de un poco de ceguera.—Entre tanto, nosotros, especie de piedras muertas, no nos preocupamos de esto poco ni mucho, y vivimos contentos aunque aquella porción de hecho externo que se llama Juanita signifique para nosotros tan poco como si no existiera. Juanita, que conoce su propia vida interior, sabe que la manera como la considera Juan —que tanta importancia le atribuye— es la sola manera verdadera y seria de considerarla, y corresponde a la verdad que reside en él, considerándolo, a su vez, con la misma verdad y seriedad. ¡Ojalá la antigua ceguera no cubra de nuevo a alguno de ellos con sus brumas!

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¿Qué sería de cada uno de nosotros si ninguno quisiese conocernos como realmente somos, y no estuviese dispuesto a compensarse de nuestra intuición con una agradecido cambio? Es para todos nosotros un deber el realizarse mutuamente de esta manera intensa, patética e importante.

Si decís que esto es absurdo y que no podemos amarlo todo al mismo tiempo, os haré observar como un dato de hecho que ciertas personas poseen una infinita capacidad de amorosidad y de interés por la vida de los otros, gracias a la cual conocen una porción mayor de verdad que si su corazón fuese menos grande. El defecto del amor recíproco de Juan y de Juanita no es su intensidad, sino su exclusivismo y sus celos. Dejad estos a un lado y veréis cómo el ideal que levanto a vuestros ojos a modo de bandera, aun cuando no es posible practicarlo en la actualidad, nada contiene intrínsecamente absurdo.

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Pesa sin duda sobre nosotros un enorme velo de ceguera atávica apenas surcado aquí y allí, de vez en cuando, de sagaces revelaciones de la verdad. Por ahora, es en vano esperar que tal estado de cosas se modifique sensiblemente. Nuestros internos secretos deben permanecer en su mayor parte impenetrables a los demás, porque los seres como nosotros, esencialmente prácticos, son necesariamente miopes. Pero si cada uno de nosotros no puede alcanzar una intuición muy positiva del modo de ser de los demás, ¿no podemos, por ventura, servirnos de la noción que tenemos de nuestra ceguera, para ser más cautos al atravesar los lugares oscuros? ¿No nos será dable sacudirnos alguna de esas horribles intolerancias atávicas, hereditarias, o alguna de esas ocultaciones positivas de la verdad?

Busquemos algunos principios que hagan nuestra intolerancia menos caótica, y del mismo modo que he comenzado mi anterior conferencia con un recuerdo personal, os pido perdón para otro rasgo semejante de egotismo.

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Hace algunos años pasé una hermosa semana en el famoso Assembly Grounds, a orillas del lago Chautauqua. Así que uno penetra en aquel sagrado recinto, siéntese en una atmósfera de bienestar. Discreción e ingenio, inteligencia y bondad, orden e idealidad, prosperidad y gracia vagan por los aires. Es una continua partida de campo seria y estudiosa, organizada en una escala gigantesca. Hay allí una ciudad que muchos miles de habitantes espléndidamente colocada en el bosque, dispuesta y provista de manera que satisfaga a todas las necesidades elementales y a la mayor parte de los deseos superiores más superfluos que pueda experimentar un hombre. Allí una escuela superior de primer orden; allí espléndida música; un coro de 700 voces con el auditorium al aire libre más perfecto que existe en el mundo; allí toda clase de ejercicios atléticos, y todo lo preciso para navegar a vela y a remo, nadar, pedalear, jugar a pelota, y para todos los demás juegos especiales propios de la gimnástica. Allí jardines sistema Fröbel y escuelas secundarias modelos. Allí cultos religiosos y clubs especiales para todas las confesiones. Allí fuentes continuas de agua de soda, y todos los días conferencias populares por personajes eminentes. Allí la compañía más intelectual, y ni el menor esfuerzo. Nada de bacilos, ni de pobres, ni de borrachos, ni de criminales, ni de polizontes; sino cultura, cortesía, buen trato, igualdad, y los mejores frutos de todo aquello por que la humanidad ha combatido y ha sufrido en nombre de la civilización durante siglos y siglos. Allá, en pocas palabras, podéis frecuentar lo que podría ser la sociedad humana cuando la luz hubiese penetrado por todas partes y no existiesen sufrimientos ni ángulos agudos en la vida.

Durante un día mi curiosidad estuvo excitada. Continué durante la semana, encantado de la gracia y la facilidad de todas las cosas, de aquel paraíso de que gozaban las clases medias sin un pecado, sin una víctima, sin una lágrima...

Sin embargo, ¿cuál no sería mi maravilla al entrar de nuevo en el mundo oscuro y vicioso, y oírme decir a mi mismo, sin quererlo, inesperadamente? "¡Uf! ¡Gracias a Dios! Dadme cualquiera cosa de primordial o salvaje, así sea una cosa tremenda como un degüello de armenios, para poner la balanza en equilibrio! Aquel orden es demasiado mecánico, aquella cultura es demasiado de segunda mano, aquella bondad es demasiado artificiosa. Aquel drama humano sin un grito y sin un tormento; aquella comunidad tan refinada como un helado al agua de seltz es muy pobre regalo para presentado al bruto que todavía duerme en el hondo del hombre. Aquella ciudad susurrante bajo el tibio sol que templa sus rayos en el lago, aquel atroz endulzamiento de todas las cosas, me resultan insufribles. Quiero de nuevo correr el albur del mundo externo en pleno salvajismo, con todos sus delitos, con todo su sufrimiento, porque en él se encuentran lo elevado y lo profundo, los abismos y los ideales, los fulgores de lo horrendo y de lo infinito, y mil veces más esperanza y auxilio que en aquella quintaesencia de todas las mediocridades".

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¡Tal fue el improvisado apóstrofe de mi desenfrenada fantasía! Habíase ofrecido a mis ojos la realización —naturalmente en mínima escala— de todos los ideales que han coronado la civilización: seguridad, inteligencia, humanidad y orden; y yo había sentido la reacción instintiva hostil, no ya del hombre de la Naturaleza, sino del hombre de cierta cultura enfrente de semejante utopía. Y esto constituía una contradicción, una paradoja que en mi calidad de profesor con estipendio entero me creía en el deber de estudiar y explicar si me era posible.

Por esto púseme a reflexionar y bien pronto caí en la cuenta de lo que era aquello que se echaba de menos en aquella ciudad infernal, y cuya falta hacia descender a cualquiera de los siete cielos de la admiración. Al punto reconocí que era el mismo elemento que da al pecaminoso mundo externo todo su tono moral, la expresión y el colorido: el elemento de la precipitación, por decirlo así, de la fuerza y del valor, de la tensión y del peligro. Lo que excita el interés del que observa la vida, lo que las estatuas y las novelas celebran, lo que los monumentos públicos recuerdan, es la continua batalla de la potencia de la luz contra la de las tinieblas: la victoria conseguida con el heroísmo, reducido a su más simple eventualidad, contra las dentelladas de la muerte. En aquella inefable Chautauqua, en cambio, no había a la vista ninguna potencialidad de muerte: no había punto alguno del horizonte por donde pudiese despuntar el peligro. El ideal era ya victorioso hasta tal extremo que no revelaba huella alguna de la batalla que debía haberle precedido. Lo que emociona el espíritu humano es el espectáculo de la batalla en acción: desde el momento en que no falta más que comer el fruto, ya resulta innoble. Sudor y esfuerzo, la humana naturaleza en tensión extremada, y volviendo la espalda al éxito obtenido para conseguir otro nuevo, más raro y más difícil todavía: esto es lo que inspira todas las formas más elevadas del arte y de la literatura. En Chautauqua no había más recuerdos de tormento ni aun en el Museo Histórico, ni sudor alguno como no fuese la transpiración en la frente de los conferenciantes, o en el cuerpo de los jugadores de pelota.

Tan completa falta de "humanidad in extremis" paréceme explicación suficiente de insustancialidad en Chautauqua.

¡Qué paraíso tan bien calculado para descorazonar a cualquiera! Realmente, pensaba yo, no parece sino que los idealistas románticos con todo su pesimismo respecto de nuestra civilización estuviesen completamente en lo cierto. Una irremediable insipidez está a punto de invadir el mundo.

Filisteísmo y mediocridad, iglesias sociales y convencionalismos de profesores van a tomar el lugar de los antiguos altibajos y de los claroscuros románticos. En el porvenir, para ver la vida humana en su más feroz intensidad, tendremos que alejarnos cada vez más de lo que actualmente existe, y refugiarnos en las páginas de los novelistas y de los poetas. El ancho mundo, si puede todavía parecer delicioso a un individuo escapado del encierro de Chautauqua, va, sin embargo, obedeciendo cada día más a los ideales que a la postre han de convertirle en una simple asamblea de Chautauqua en enorme escala. Was in Gesang soll leben, muss im Leben untergehen. En nuestro mismo país, la corrección, la elegancia, las preferencias por la más tenue ventaja, van tomando el lugar de las otras cualidades. Los heroísmos superiores y los antiguos gustos raros quedan eliminados de la vida [16].

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Mientras daba vueltas a estos pensamientos en mi cabeza, el tren que me llevaba acercábase a Búfalo, y ya próximo a esta ciudad, la vista de un obrero trabajando a una altura vertiginosa sobre el ángulo de una de esas construcciones de hierro que parecen escalar el cielo, me condujo de improviso al verdadero sentido de las cosas. Entonces, por un relámpago de intuición, comprendí que, dominado por la ceguera atávica, miraba la vida actual con los ojos de un espectador demasiado remoto. Deseoso de heroísmo y del espectáculo de la humanidad en tensión, jamás había observado los campos ilimitados que me circundaban y en que el heroísmo tenía aplicación constante: no había sabido considerar ese heroísmo presente y vivo. No sabía figurármelo sino muerto y embalsamado, clasificado y catalogado como en las páginas de las novelas, y, sin embargo, estaba ante mis ojos, en la vida de cada día de las clases trabajadoras. No hay que buscar solamente el heroísmo en la lucha cruenta y en las carreras desesperadas, sino en cada puente de ferrocarril y en cada edificio a prueba de fuego que hoy se fabrican. Sobre los trenes de los ferrocarriles, sobre las cubiertas de los barcos, en el recinto de las minas, entre los bomberos y los polizontes, en todas partes es incesante el dispendio de valor, y nunca disminuye. Donde quiera una pala, un hacha, un pico están en movimiento, la naturaleza humana suda, gime, suspira y con toda su fuerza de paciente sufrimiento llega al máximo de tensión.

Cuando al fin volví la vista a esa vida heroica tan poco idealizada que me circundaba, pareció que las cataratas cayesen de mis ojos, y me sentí anegado en la ola de simpatía más amplia y más intensa que nunca había sentido, hacia la vida ordinaria de los individuos más ordinarios; y comencé a creer que la única virtud germinativa y vital, la única digna de ser tenida en cuenta, es la que tiene las manos encallecidas y la piel curtida.

En cualquiera otra virtud hay pose: ninguna es como ésta inconsciente y sencilla, sin esperanza de ser honrada y reconocida. Estos son nuestros soldados, pensaba, estos nuestro sostén, estos la verdadera fuente de nuestra vida.

Muchos años después, estando en Viena, experimenté un sentimiento semejante de obsequio y reverencia observando a las aldeanas que habían ido a la ciudad para el mercado. Viejas, secas, rugosas, ennegrecidas en su mayoría, con su pañuelo a la cabeza y un jubón demasiado corto, caminaban pesadamente entre el ir y venir de los carruajes, sin mirar a derecha ni izquierda, atentas a su deber, sin envidia, con corazón humilde.

Y, sin embargo, pensaba yo, esas mujeres llevan sobre sus hombros laboriosos toda la trama de los esplendores y de la corrupción de la ciudad. ¿Cómo habría ésta hallado modo de existir sin su trabajo no interrumpido y mal recompensado? Y lo mismo pensaba de nosotros: no a los generales y a los poetas, sino a los jornaleros italianos y húngaros de la vía subterránea debieran dedicarse los monumentos de gratitud y respeto que embellecen una ciudad como Boston.

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Aquellos de vosotros que conocéis las obras de Tolstoi habréis notado que mi pensamiento se acomoda al suyo, con todo el horror que él siente hacia cuanto, por convención, llamamos distinguido, y con la divinización exclusiva de la bravura y de la paciencia del hombre natural inconsciente.

¿Pero dónde se halla —digo yo— un Tolstoi nuestro que esculpa esta verdad en nuestros pechos americanos, que nos dé una mejor intuición y nos libre del espurio romanticismo literario de que se alimenta nuestra sedicente cultura? En todas partes alrededor nuestro alienta la divinidad, y la cultura está demasiado hundida para sospecharlo siquiera ¡Oh! ¡Di un Howells o un Kipling asumiesen esta misión! ¿Están acaso tan influidos por la ceguera atávica y son tan poco humanos, que no se puede realmente revelar a sus ojos la intensa alegría y el sentido de la existencia del que trabaja? ¿Deberemos aguardar para eso, que uno nacido y crecido entre el pueblo, viviendo él mismo como un obrero, sea dotado por la gracia del Cielo, al mismo tiempo, de una voz literaria?

Desde aquel día me afirmé en este pensamiento como si mi facultad de visión hubiese crecido grandemente y como si hubiese adquirido algo que muy bien podría llamarse un aumento de mi consideración religiosa de la vida. A los ojos de Dios, las diferencias de posición social, de la inteligencia, de la cultura, de la urbanidad y del vestir que distinguen a los hombres, así como todas las demás irregularidades y excepciones a las que tan gran precio se atribuye, deben ser tan insignificantes que casi deben quedan absolutamente desvanecidas; y lo que queda es únicamente el hecho de que nosotros, infinita multitud de navegantes de la vida, existamos expuestos cada uno a ciertas dificultades particulares con las cuales debemos combatir tenazmente, consumiendo en la lucha toda la fuerza y bondad que hayamos podido acumular. El ejercicio del valor, de la paciencia y de la cortesía debe ser la porción importante de la tarea; mientras las distinciones nacidas de la posición deben ser solamente un modo de diversificar la superficie fenoménica bajo la cual las virtudes inferiores antes citadas pueden manifestarse. Por esto la vida humana más profunda existe en todas partes y es eterna. Y si existe en individuos humanos algún atributo singular, debe ser, sin duda, un atributo externo, decorativo de la superficie.

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Las vidas de los hombres resultan así niveladas lo mismo arriba que abajo: niveladas en lo alto por su común significado interior, niveladas abajo por su gloria exterior y por su aspecto. Sin embargo, preciso es confesarlo, esta visión niveladora tiende a ser de nuevo oscurecida, pues siempre la ceguera atávica influye en nosotros de manera que acabamos por pensar que la creación no ha existido con otro fin que el de desenvolver situaciones dignas de nota, y distinciones y méritos convencionales.

Cada vez que semejante cosa ocurre surge un nuevo nivelador bajo el ropaje de un profeta religioso —Buda, Cristo, o algún San Francisco, algún Rousseau, algún Tolstoi— para disipar una vez más nuestra ceguera. Con todo, poco a poco, algún beneficio estable se junta a nuestro haber; porque el mundo debe ser más humano y la religión de la democracia tiende a un aumento progresivo y permanente.

Esto, como os he dicho, fue durante cierto tiempo mi convicción, con exclusión de toda otra creencia.

Os he expuesto el hecho en forma de recuerdo personal para que penetraseis en él de un modo más directo y completo. Ahora trataremos el resto de un modo más impersonal.

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La filosofía niveladora de Tolstoi comenzó bastante antes de que él se sintiese afligido por aquella crisis de melancolía que recuerda en su maravilloso documento titulado Mi confesión, con el cual ha iniciado una misión especialmente religiosa. En su obra maestra La guerra y la paz —que es ciertamente la primera novela de todos los tiempos—, el papel de héroes está confiado a un pobre soldadito llamado Karataieff, tan lleno de gracia y devoción, que a pesar de su ignorancia, logra, con su sola presencia, abrir el cielo a la mente del personaje principal del libro; y su ejemplo es seguramente presentado por Tolstoi como medio de que el lector vea de nuevo a Dios en el mundo. El pobrecillo Karataieff cae prisionero de los franceses, y cuando la fiebre y el cansancio le impiden caminar, es fusilado, como lo fueron otros tantos prisioneros en la famosa retirada de Moscou. La última imagen que de él ofrece el libro, es la de su pobre figura apoyada en el tronco de un álamo blanco, aguardando su fin sin compasión y sin consuelo de nadie.

"Cuanto más —escribe Tolstoi en Mi confesión— cuanto más examino la vida de este pueblo de obreros, más me persuado de que poseen realmente la fe, y sacan de ella la posibilidad de vivir... Al revés de los que pertenecen a nuestra clase y que continuamente protestan contra el destino y se indignan de sus rigores, estos otros aceptan las enfermedades y las desgracias sin rebelarse, sin oponerse, y con la confianza sólida y tranquila de que todo debe pasar conforme pasa, de que no puede ocurrir de otra manera y de que así va bien... Cuanto más vivimos con el entendimiento, tanto menos comprendemos el significado de la vida. En el sufrimiento y en la muerte sólo acertamos a ver un juego cruel; pero ellos viven, sufren y se acercan a la muerte tranquilamente y con placer más a menudo de lo que se cree.

Existe un contingente enorme de seres humanos felices de la felicidad más perfecta, a pesar de faltarles lo que para nosotros constituye lo único bueno de la vida. entre los que carecen de ello, se cuentan por cientos, por miles, por millones, lo que entendiendo el significado de la vida, saben cómo deben vivir y cómo deben morir; los que se fatigan tranquilamente soportando privaciones y dolores, ,y viven y mueren viendo a través de todas las cosas el bien, pero no la vanidad... Debemos amar a estar personas. Yo cuanto más he penetrado en su vida, más las he amando, y más se me ha hecho a mí mismo posible el vivir. Oucrrióme que no sólo empezó a disgustarme la vida de nuestra sociedad instruida y rica, sino que tal vida fue perdiendo a mis ojos toda valor y sentido. Todos nuestros actos, nuestras deliberaciones, nuestra ciencia, nuestras artes tomaron para mí un significado completamente nuevo: comprendí que todas aquellas lindas cosas podían ser agradables pasatiempos, pero que no debía buscarse en ellas profundidad alguna, en tanto que la vida de la plebe en frente de la fatiga, la vida de esas multitud de seres humanos que realmente contribuyen a la existencia, se me aparecía en su verdadera y plena luz. Comprendí que allá verdaderamente estaba la vida, que el sentido de la vida que allá se tiene es la verdad; y lo acepté por completo" [17].

De un modo análogo llama Stevenson a las puertas de nuestra compasión hacia la virtud elemental de la raza humana:

"¡Qué cosa tan milagrosa —escribe— es el hombre! ¡Qué sorprendentes son sus atributos! Pobre alma venida al mundo por tan breve tiempo, sometida a tantos trabajos, acechada y oprimida de un modo salvaje, condenada irremisiblemente a ser una presa ¿quién puede hablar mal de ella?... No importa dónde le miremos, en qué clima le observemos, en qué clase social, en qué grado de cultura ni en qué nivel de moralidad. En un buque en mitad del Océano, un hombre dedicado al más rudo navegar y a los placeres más viles, cuya ilusión más elevada es el sonido de un violín perversamente tocado en una taberna, y una prostituta que se vende para robarle,... y él, sin embargo, sencillo, inocente, bueno como un niño, dispuesto al trabajo duro;... en las callejas oscuras de la ciudad, moviéndose en medio de millones de indiferentes, dedicado a las tareas mecánicas, sin esperanza de que en el porvenir cambie el modo de ser de las cosas, casi sin goce alguno en el presente, y no obstante fiel a su virtud, atento con los maestros de su arte, cortés con los vecinos... sirviendo muchas veces al vulgo a cambio de su desprecio, a menudo resistiendo frente a frente a una tentación;... donde quiera alguna virtud, doquiera alguna finura de pensamiento o de valor; en todas partes la muestra de la bondad fundamental del hombre... ¡Oh! ¡Si yo supiese mostraros todo esto! ¡Si pudiese haceros ver esos hombres y esas mujeres esparcidos por el mundo entero, en todas las edades de la historia, sujetos a todos los abusos del error, expuestos a todas las ocasiones del pecado, sin esperanza, sin ayuda, sin agradecimiento, y, con todo, librando constantemente en la oscuridad la lucha por la virtud, siempre adheridos a algún jirón de honra como única alegría de su alma misérrima!"

Todo esto es tan brillante como verdadero y debemos gratitud a Tolstoi y Stevenson por haberlo evocado en nuestro espíritu. Recordemos la respuesta del irlandés a quien preguntaron: "¿Es tan bueno un hombre como otro?" y contestó: "Sí: ¡y a veces mucho mejor!" De un modo parecido, según mi sentir, Tolstoi ataca excesivamente nuestros prejuicios sociales cuando manifiesta un amor tan exclusivo por los aldeanos, y aguza tanto sus dardos contra el hombre de ilustración. Es verdad que en Chautauqua se nota muy poco esfuerzo moral, poco sudor, poco cansancio; pero en la más oscura profundidad del alma de cada uno que allí estaba, seguramente se escondía algo bueno, alguna virtud vital que, llegada la ocasión, no dejaría de mostrarse. Y, después de todo, se impone esta pregunta: ¿Será cierto que las concomitancias y las circunstancias de la virtud hagan diferir tan poco la importancia de su resultado? ¿La utilidad para el Universo, de cierta cantidad definida de valor, de cortesía, de paciencia, no es mayor por ventura si el que la posee es persona de una cierta ilustración, con propósitos vastos, que si es un analfabeto que corta la leña y lleva el agua, y que trabaja justamente lo bastante para vivir? En este particular la filosofía de Tolstoi, tan profunda y tan luminosa, resulta una abstracción reñida con la verdad. Adolece demasiado del pesimismo oriental y del nihilismo que declara simple ilusión todo el mundo de los fenómenos, todos sus hechos y todas sus distinciones.

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Jamás nuestro sentido común occidental podrá creer que sea una simple ilusión el mundo de los fenómenos. Admitirá sin esfuerzo que la alegría y la virtud interna son la parte esencial del complexo de la vida, pero siempre reconocerá algún valor positivo anexo a lo que se ve. Si es estúpido el romanticismo empeñándose en no reconocer lo heroico sino cuando se ofrece con pose de heroísmo, o cuando lo halla bien catalogado en los libros, es asimismo estúpido el no querer verlo sino en los zapatos sucios y en la camisa, empapada de sudor, del campesino. Lo heroico está entre nosotros, con cualquier traje; lo mismo en Chautauqua que en los campos de batalla, en la cubierta de los buques y en la Corte del Zar de todas las Rusias. Instintivamente, cuando tratamos de formular un juicio general acerca de un ser humano, combinamos dos cosas: sentimos que es un producto de su valor interno y de la posición externa que ocupa, no tomando separadamente una y otra, sino combinándolas. Si las diferencias exteriores no tuviesen importancia alguna para la vida, ¿por qué habría de ellas una variedad sin límites? Deben ser seguramente, con igual razón, elementos significativos del mundo.

He aquí un testimonio relacionado con la divinización que hace Tolstoi del simple obrero manual.

He aquí lo que escribe el señor Walter Wyckoff después de haber trabajado como simple peón en la demolición de unos edificios sitos en West-Point, acerca del estado de ánimo de la clase de que había querido formar parte durante cierto tiempo:

"Los puntos salientes de nuestra condición saltan a la vista. Somos hombres adultos y no tenemos un oficio determinado. En el mercado del trabajo estamos, todos los días, dispuestos a vender al mejor postor, por tantas horas diarias, nuestra fuerza muscular pura y simple. Por esto estamos en el último peldaño de la escala de los trabajadores. Y vendemos nuestra fuerza muscular en condiciones particulares, pues ella constituye todo nuestro capital y carecemos de medios de subsistencia de reserva, y no podemos por lo tanto recabar un precio de reserva, toda vez que vendemos obligados por la necesidad de satisfacer el hambre inminente. Hablando en plata: tenemos que vender nuestro trabajo o morir; y como el hambre es asunto de pocas horas y no tenemos otro medio de satisfacerla, debemos vender por lo que el mercado ofrece.

El que nos emplea compra el trabajo a un precio que le parece caro, y querrá, en consecuencia, por dicho precio cuanto más trabajo pueda obtener de nosotros. Esta es la razón de que escoja para capataz de cada grupo de operarios un individuo que conozca a fondo la tarea, y que tiene sobre nosotros poder absoluto. No nos ha conocido antes, y seguramente nos despedirá en cuanto el trabajo disminuya o se acabe. En el entretanto, su obligación es obtener de nosotros toda la labor física que individual y colectivamente podamos realizar. Si esto aniquila a alguno de nosotros, de suerte que quede incapaz para proseguir trabajando, él nada perderá con esto, porque el mercado le ofrecerá en seguida un suplente.

Somos unos ignorantes, pero vemos muy claramente que hemos vendido nuestro trabajo a un precio bajo, y hubiéramos podido obtener por él un precio mayor, y que el que nos emplea habría podido comprar la misma obra a menos precio. El ha pagado mucho y ha de hacernos trabajar cuanto pueda; y nosotros, por instinto que es común a todos, procuramos trabajar lo menos posible. Así es como de una labor semejante quedan por completo eliminados todos los elementos que constituyen la nobleza del trabajo: no nos alegra que éste progrese; no sentimos comunidad alguna de intereses con el que nos ha alquilado; jamás experimentamos el placer de la responsabilidad, ni aquella satisfacción de la obra realizada; y sí solamente la estúpida monotonía de la fatiga, con el deseo agudo, feroz, de la señal de reposo y del pago al final de la jornada.

Y, siendo lo que somos, la escoria del mercado de trabajo, sin seguridad de una colocación estable, sin organización entre nosotros, no tenemos más esperanza que seguir trabajando bajo el ojo vigilante del capataz, esclavos del salario, hasta la terminación de nuestra obra.

Todo esto conduce a la conclusión de que, en efecto, nuestra vida es dura, improductiva y sin esperanza".

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No se puede ciertamente desea vivir de un modo permanente esta vida dura, inútil y sin esperanza. ¿Por qué razón? ¿Porque es tan sucia? Nansen estaba mucho más sucio todavía durante su expedición polar, y no por ello despreciamos su vida, ¿Por causa de la insensibilidad? Nuestros soldados llegar a ser mucho más insensibles, y, no obstante, los glorificamos.¿Quizás por la pobreza? La pobreza ha sido reconocida como el coronamiento de nuestros caracteres heroicos. ¿Es la fidelidad, la esclavitud de un fin prefijado, la falta de placeres elevados? No: porque esa esclavitud y esa falta constituyen la verdadera esencia de la fuerza superior, y siempre se les ha atribuido gran mérito, bastando para que os persuadáis de ello la lectura de las memorias de los misioneros esparcidos por todo el mundo. No es ninguna de esas cosas tomada por separado, ni tampoco todas ellas reunidas, lo que hace que esta vida no sea apetecible. En verdad, un hombre puede trabajar como un operario analfabeto, llevar a cabo toda la tarea de éste, y, sin embargo, contarse entre las más nobles criaturas de éstas en la masa que Wyckoff describe; pero la corriente de su alma se deslizaba en lo profundo, y él estaba asaz influido por la ceguera atávica para darse cuenta de ella.

Pero, si hubiese existido alguno de esta naturaleza moralmente excepcional, ¿qué notas hubieran podido distinguirle de lo que le rodeaba? Una sola: que su alma trabajaba y sufría obedeciendo a algún ideal interno, mientras nada semejante ocurría en sus compañeros. Estos ideales de la vida ajena constituyen secretos casi siempre impenetrables, pues muy a menudo nada revela su existencia en los hombres que los poseen. En el caso de Wyckoff sabemos con exactitud el ideal que él se había impuesto: en parte se había propuesto salir bien de un empeño difícil, pero principalmente deseaba ampliar la propia intuición simpática de la vida de sus compañeros. Por esto sus sudores y sus penas alcanzan algo de significación heroica, y le hacen merecedor de una estima excepcional. Pero es fácil imaginar otros diversos ideales para sus compañeros de trabajo. Dejando a un lado la mujer y los hijos, uno de ellos podría ser un converso del "Ejército de salvación" del general Booth, y llevar oculto en el corazón un ruiseñor que entonase de continuo un canto de expiación y de perdón, mientras él se fatigaba en la tarea. Podría haber en el grupo algún apóstol a lo Tolstoi o a lo Bondareff, que hubiese abrazado la profesión manual como misión religiosa. Para muchos la solidaridad de clase era seguramente un ideal.Y quién puede decir cuánta parte habría entre ellos de aquella elevadísima dignidad en la miseria de que ha hablado Felipe Brooks con tanta agudeza y penetración?

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La pobreza —dice Brooks— es, para vivir, una tierra inhospitalaria y estéril; una tierra donde muy a menudo hay que contentarse con hallar un fruto o una raíz que roer. Pero viviéndola en realidad, dejando que se manifieste genuinamente, sin deshonrarla de continuo juzgándola por la medida de otras tierras, sus cualidades saltan gradualmente a la vista. Desde luego, ninguna tierra como la inhospitalaria y estéril tierra de la pobreza puede mostrarnos la geología moral del mundo.

Nada puede como la pobreza llevarnos al corazón de las cosas y haceros comprender su significado, ni puede hacernos sentir la vida y el mundo como ella cuando ha arrojado a un lado los falsos almohadones... La pobreza acerca a los hombres y les hace conocer recíprocamente sus corazones; la pobreza exige e impone la fe en Dios mejor y con más fuerza que otra cosa alguna...

Bien sé que ha de sonar a falso y a afectado cuanto pueda deciros en honor de la pobreza..., Pero os aseguro que estoy bien convencido de que la libertad y la dignidad del pobre, el respeto de sí mismo y su energía dependen de la sincera y clara conciencia de que la pobreza es una verdadero modo de vivir, y de que con ella se puede tener carácter y fuentes de felicidad y de divina revelación. Lo que debe procurar es resistir tenazmente a la tendencia de carecer de carácter, que es a menudo achaque de la pobreza; afirmarse en el respeto de la condición en que vive; aprender a amarla de suerte que si llega a ser rico pueda salir por la baja puertecita de la antigua miseria con verdadero aflicción, y honrado sinceramente la augusta casa donde por tanto tiempo ha vivido" [18].

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La inutilidad y la inferioridad de la vida en la mayoría de los obreros consiste en que no se sientes animados por un ideal anterior. Soportan con paciencia el dolor en la espalda, las horas interminables, el peligro mismo, a cambio de qué? A cambio de un poco de tabaco, de un vaso de cerveza, de una taza de café, un pan y una cama, para recomenzar el día siguiente, con la preocupación de evitar todo lo posible la fatiga. Esta es en realidad la razón de que no elevemos monumentos a los obreros de la Metropolitana, aun cuando en realidad nuestra ciudad se funda sobre sus corazones pacientes y sobre sus espaldas encallecidas. Y esta es la razón porque, en cambio, levantamos monumentos a nuestros soldados cuyas condiciones exteriores son, sin embargo, más brutales. Se supone simplemente que los soldados han perseguido un ideal, lo cual nunca se supone en los obreros.

Y he aquí, como veis, de qué suerte se complican las cosas y de qué extrañas manera empieza a desenvolverse bajo nuestras manos la complejidad de la maravillosa naturaleza humana. hemos visto que eran nuestro patrimonio natural la ceguera y la indiferencia de los unos respecto de los otros; y a pesar de esto, hemos llegado a reconocer que puede existir en la vida de otro un significado interior, cuando menos lo sospechamos. Ahora, por fin, nos vemos inducidos a afirmar que este significado interior puede ser completo y tener valor hasta para nosotros, cuando la alegría interna, el valor y la constancia se asocian a un ideal.

Pero ¿qué es lo que debemos entender por un ideal?¿Podemos dar una definición exacta de esta palabra? Sí, hasta cierto punto. Un ideal, por ejemplo, debe ser algo concebido intelectualmente, alguna cosa que tenemos conciencia de que está delante de nosotros, y debe llevar consigo aquella suerte de expresión, de lucidez, de elevación que acompaña a los hechos intelectuales más altos. Secundariamente, un ideal debe tener novedad, al menos para aquel que lo profesa. Una vieja rutina es incompatible con la idealidad, si bien lo que es para uno rutina encallecida por el uso, puede ser para otro una novedad ideal. Lo cual quiere decir que nada existe absolutamente idea, sino que los ideales son siempre relativos a la vida de quien los cultiva. El evitar el agua de las goteras no absorbe la más mínima parte de la conciencia de los que estamos aquí, y sin embargo, para muchos de nuestros hermanos, es el ideal que más legítimamente les preocupa.

Bien se ve, pues, que los ideales son la cosa más barata que hay en el mundo. Cada uno los posee en una u otra forma, personales o generales, justos o disparatados, elevados o bajos; y es posible que los más insignificantes sentimentalistas o soñadores, los borrachines, los vagos, en los que jamás se manifiesta una forma de esfuerzo, de valor o de constancia, tengan mayor copia de ideales que todos los demás. La cultura, ensanchando nuestro horizonte y nuestro campo visual mental, es un gran medio de multiplicar nuestro ideales, para hacer que surjan ante nuestra vista muchos ideales nuevos. Por esto vuestro tipo de profesor, con la camisa almidonada y calados los anteojos, sería el hombre de más absoluta y profunda significación, si bastase para dar significado a una vida una buena provisión de ideales. Tolstoi incurriría en un error si lo despreciase por pedante y afectado como una parodia; y todas nuestras ideas acerca de la divinidad del trabajo muscular errarían por completo el camino de la verdad.

Semejantes consecuencias, bien lo comprendéis, son completamente erróneas. Aunque un hombre tenga muchos ideales, continuaréis despreciándole si no pasa de ahí, sin no pone en acción algunas de las cualidades laboratrices del hombre; si no demuestra valor, sino soporta privaciones, si no se lastima y hiere procurando la consecución de alguno de sus ideales. Es bien evidente que para dar significación a una vida hasta el punto de provocar la admiración del observador, se requiere algo más que la simple posesión de ideales. Es verdad que el individuo puede sentir la alegría interior de la posesión de sus ideales, pero esto es una empresa puramente sentimental. Para obtener de nosotros que vemos las cosas desde fuera y tenemos nuestros propios ideales por alcanzar, el tributo de ardiente reconocimiento, debe asociar a sus visiones ideales lo que los trabajadores poseen: la virtud humana; debe ensanchar la propia superficie sentimental con toda la extensión de su volición activa, si quiere producir la impresión de la profundidad, o de algo cúbico y sólido respecto del carácter.

La significación de una vida humana en cuanto a los propósitos públicamente apreciables, es, por consiguiente, el connubio entre dos seres, cada uno de los cuales sería estéril por sí solo. Los ideales tomados separadamente carecen de realidad; las virtudes, por separado, carecen de novedad. Digan lo que quieran orientalistas y pesimistas, lo que en la vida tiene un significación más profunda —por lo menos, comparativamente— hállase constituido por el carácter de progresión, es decir, por el raro connubio entre realidad y novedad ideal. El reconocer la novedad ideal es función de la inteligencia, pero no todas las inteligencias puede decir qué novedades son ideales. Para muchos el ideal será siempre lo que más concuerde con el bien más antiguo a que está acostumbrados. En tal caso, su carácter, aunque no sea absolutamente significativo, podrá ser significativo pasionalmente. Si tuviésemos que decir cuál sea el factor más esencial del carácter humano, el valor para la lucha o la amplitud de la inteligencia, escogeríamos, iluminados por Tolstoi, la fe sencilla formada de luz y sombra, que puede manifestarse en cualquier analfabeto.

De seguro, pensaréis vosotros, que con tanto dar vueltas al asunto acabaré por producir una gran confusión, pues, en realidad, parece que acepte todas las opiniones sólo por el gusto de rechazarlas poco después. En efecto; he empezado por elogiar a Chautauqua, y después la he arrojado a un lado; luego he puesto por los cielos a Tolstoi y la fatiga de todos los días, y por fin les he dejado caer; últimamente, me he dedicado a glorificar los ideales y ahora parece que en gran parte los desecho. Observad, sin embargo, en qué sentido lo hago. Les abandono en cuanto pretendan bastar singularmente a dar significación a una vida. La cultura y el refinamiento no bastan para ello y tampoco las aspiraciones ideales, si no están acompañadas por el valor y la voluntad. Ni el valor, ni la voluntad, ni la constancia, ni la indiferencia ante el peligro, son suficientes cada una de por sí. Es preciso que se forme como una fusión, una especie de combinación química de todos estos elementos para que resulte una vida objetiva y completamente significativa.

Naturalmente, esta conclusión adolece de incertidumbre, pero en cuestiones de significación, de valor, jamás las conclusiones pueden ser precisas. La medida del aprecio, de sentimiento es siempre una cuestión de más y de menos, una especie de balance determinado por la simpatía, por la intuición, por la buena voluntad. De todos modos, hemos llegado a una respuesta, a una conclusión, y me parece que en el camino emprendido para conseguirlo, nuestros ojos se han abierto ante muchas cuestiones de importancia. Muchos de vosotros advertiréis ahora con más perspicacia que antes la profundidad de valor que se oculta en la vida de los demás, y cuanto tratéis de distribuir y aplicar vuestra simpatía, hallaréis aún en la noción de la combinación de los ideales y de las virtudes activas, una buena base para formar vuestras resoluciones. De todos modos, vuestra imaginación se ha hecho más vasta. Adivináis en el mundo que os rodea algo que os hace ser un poco más humildes y más tolerantes, un poco más respetuosos que los demás, que os hace amarlos mayormente; y vais adquiriendo una alegría interior al considerar de tal suerte aumentada la importancia de nuestra vida común. Tal alegría es una inspiración religiosa, un elemento de salud espiritual, y vale bastante más que las minuciosas noticias técnicas que, según la suposición general, acostumbramos a dar nosotros los maestros.

Para demostrar lo que quiero decir con estas palabras, voy antes de concluir a ilustrarlo prácticamente.

En la actualidad sufrimos en América la llamada cuestión del trabajo, y en todo el mundo llama la atención la perplejidad que esta cuestión engendra. Digo cuestión del trabajo para expresarme en una fórmula breve, pues comprendo en ella todas las formas de insufrimiento anárquico, de proyectos socialistas y de resistencias conservadoras que estos provocan. Si semejante conflicto es malo y lamentable —y creo que lo es sólo dentro de ciertos límites—, la maldad consiste únicamente en que una mitad de nuestros compatriotas cierra por completo los ojos ante el significado interior de la vida de la otra mitad, no viendo en ella goces ni penas, ni virtud moral, ni la existencia de ideales intelectuales. Sus propósitos se entrechocan a cada momento, y se consideran recíprocamente como una hilera de autómatas gesticulando de un modo peligroso. A menudo la única cualidad que el pobre concibe en el rico es la infame liviandad de la impunidad, del lujo, del afeminamiento y una afectación sin límites: no lo considera como un ser humano, sino como una cartera o un billete de Banco. En cambio, muchas personas ricas no imaginan en el pobre otro estado mental que un hervor de deseos convertidos en envidia a fuerza de privaciones. En cambio, si el rico se acerca con sentimiento al pobre, ¡qué error tan grande comete compadeciéndole por razón o de los verdaderos deberes y la real inmunidad que, examinados rectamente, son las condiciones más características y duraderas de su alegría! En pocas palabras: cada uno ignora el hecho de que la felicidad e infelicidad y sentido de la vida son un misterio vital; cada uno lo cifra absolutamente en cualquiera ridícula particularidad de la situación externa, y cada uno permanece fuera del modo de ver individual de todos los demás.

Con todo, la sociedad ha obtenido indudablemente la aproximación a un nuevo y mejor equilibrio, y la distribución del bienestar ha ganado algo con el cambio. Pero si después de todo lo que he dicho, alguno de vosotros cree que los cambios, como el que he indicado (que se han sucedido y seguirán sucediéndose) determinarán alguna diferencia vital genuina, en gran escala, en la vida de nuestros descendientes, no ha entendido mi conferencia. El sentido sólido de la vida es siempre el mismo algo eterno, esto es, el connubio de algún ideal poco común con la fidelidad, el valor y la paciencia, y con el sufrimiento de algún hombre o mujer, y dondequiera y cualquiera que sea la vida, es connubio puede realizarse.

***

Fitz-James Stephen escribió sobre esto, hace muchos años, palabras mucho más elocuentes que las que yo podría pronunciar: “El Great Eastern, o cualquiera de sus sucesores —escribía— atravesará la anchura del Atlántico sin que sus pasajeros se percaten de que han dejado la tierra firme. Pues bien: el viaje de la cuna a la tumba puede realizarse con la misma facilidad. El progreso y la ciencia permitirán quizás a muchos millones de hombres vivir sin un cuidado, sin una aflicción, sin una ansiedad, y estos tendrán una travesía plácida y de continuo una conversación brillante, y se maravillarán de que haya habido nunca combates exterminadores, ciudades incendiadas, barcos sumergidos y manos tendidas para implorar; y llegados al fin de su camino, cederán el sitio, sin dejar de ello ni una huella. Pero no es probable que estos tengan el conocimiento del Océano tan completo como el de los que en frágiles esquifes han afrontado sus tempestades, sus corrientes, sus olas gigantescas de cresta espumeante y sus huracanes formidables, y que, aun careciendo de otros méritos, habrían alcanzado el de haberse hallado frente a frente con el tiempo y con la eternidad y en condiciones, por lo tanto, de tener una visión bien definida de sus relaciones con ambos” [19].

En este sentido sólido y tridimensional, por así decirlo, tienen razón los filósofos que sostienen que el mundo es una cosa inmóvil, sin progreso, sin historia real. Las condiciones que alteran la historia no hacen más que surcar la superficie de lo que se ve. Los cambios de equilibrio y las nuevas distribuciones, no hacen más que mudar nuestras facilidades y las posibilidades abiertas para llegar a los ideales nuevos. Pero cuando un nuevo ideal surge a la vida, destierra toda posibilidad de una existencia que se funde en un ideal antiguo: sería ciertamente un presuntuoso calculista quien pretendiesen confiadamente afirmar que la suma total de significación haya sido en una época del mundo positiva y absolutamente mayor que en cualquier otra.

Hablo en general y por esto no puedo tomar en consideración algunos puntos de vista que se relacionan con lo expuesto. En una conferencia no se puede tratar más que un punto y me tendría por dichoso si hubiese conseguido hacer entender, siquiera aproximadamente, lo que he pretendido explicar. Existen compensaciones: y ninguna modificación extensiva de las condiciones de la vida puede impedir al ruiseñor —de la significación eterna— cantar en todas las diversas especies de corazones humanos. Esto es lo principal. ¡Si sabéis admitirlo, no ya con los labios, sino creyéndolo con verdadera fe, sentiréis suavizarse nuestra antipatías recíprocas, atenuarse nuestros terrores! Si el pobre y el rico pudieran mirarse entre sí de este modo, sub especie aeternitates, ¡cómo se dulcificarían sus contiendas! ¡Cuánta tolerancia y cuánto buen humor, cuánta buena voluntad de vivir y de dejar de vivir brotarían en el mundo!

William James, unav.es/

Traducción castellana de Carlos M. Soldevila (1904)

Notas:

16. Estas líneas fueron escritas antes de la guerra de Cuba y Filipinas. Pero esas manifestaciones de la pasión de dominar son simples episodios de un proceso social que, a la larga, tiende por todas partes a los ideales de Chautauqua.

17. Tolstoi, Mi confesión, cap. X (condensado).

18. Brooks, Sermons. 5ª serie.

19. Fitz-James Stephen, Essays by a Barrister, pág. 318. London, 1862.

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